Ester, una mujer judía, era la reina de Persia y de Media. Temía por su pueblo porque todos habían sido condenados a muerte. Amán, el inicuo primer ministro había convencido con engaños al rey Asuero de que los judíos que vivían en su reino eran malvados y debían ser condenados a morir. El rey ignoraba el hecho de que su propia esposa era judía. Amán persuadió al rey que matara a todos los judíos porque uno de ellos, Mardoqueo, había rehusado inclinarse ante él. Mardoqueo era primo de Ester y la había criado desde el fallecimiento de su padre. Él le pidió a la reina Ester que persuadiera a su esposo, el rey Asuero, que cambiara su decisión de matar a los judíos. Aun para la misma reina, sin embargo, era peligroso hablar con el rey. Toda persona que se acercara al rey sin haber sido previamente llamada podría ser condenado a morir, a menos que el rey indicara su aprobación con una simple extensión de su cetro. Sabiéndolo, la reina Ester le dijo a Mardoqueo: “Ve y reúne a todos los judíos que se hallan en Susa, y ayunad por mí, y no comáis ni bebáis en tres días, noche y día; yo también con mis doncellas ayunaré igualmente, y entonces entraré a ver al rey, aunque no sea conforme a la ley; y si perezco, que perezca” (Ester 4:16). Después de ayunar durante tres días, Ester se armó de valor y de fe en el Señor y entró a ver al rey en su aposento real. Cuando vio a Ester, el rey sonrió y extendió su cetro de oro hacia ella. Ester le pidió al rey que asistiera a un banquete. Durante el banquete, le pidió que preservara su vida y la vida de su pueblo. Cuando se dio cuenta de que había sido engañado por Amán para que condenara a los judíos, el rey sentenció a Amán para que fuera llevado a la horca. Mardoqueo fue nombrado primer ministro en lugar de Amán y el rey emitió un decreto permitiendo que los judíos se defendieran contra todos los que quisieran perjudicarlos o matarlos. Hasta el día de hoy, los judíos celebran en todo el mundo este acontecimiento en honor de la reina Ester.