Revista de Pastoral Juvenil 488-489 marzo-abril 2013 1 LA IGLESIA ES SACRAMENTO DE COMUNIÓN Diego M. Molina Molina1 1. Presentación del tema La Iglesia es una realidad que se nos escapa cuando queremos definirla. Esta es la razón por la que siempre echamos mano de imágenes que nos ayuden a profundizar en lo que es y así decimos que la Iglesia es pueblo, cuerpo, templo… Con todo, siempre queda la pregunta: más allá de estas imágenes, ¿cómo podemos describir a la Iglesia?, ¿qué concepto, qué nombre, es el que más propiamente se ajusta a su realidad? Para el Concilio Vaticano II dicho concepto fue el de sacramento, y como el sacramento siempre apunta a algo distinto del signo visible que lo constituye, ese algo en el caso de la Iglesia será la comunión. La Iglesia aparece así como el sacramento de la comunión. Para llegar a esta conclusión hay que partir de Jesucristo, que es la revelación definitiva de Dios, y al que nosotros accedemos únicamente a través de la comunidad eclesial, que es la que continúa su presencia en este mundo. Si esto es así, entonces la Iglesia es la que actualiza para nosotros el acontecimiento de Jesucristo y de su salvación definitiva. La Iglesia apunta siempre a Cristo y a aquello que Cristo hizo el centro de su mensaje: la proclamación del Reino de Dios. a) La Iglesia es sacramento. Con la designación de la Iglesia como sacramento estamos, de hecho, en el punto de llegada de la autocomprensión de la Iglesia del Vaticano II, donde se comienza, primero, considerando a la Iglesia como misterio, pasando en segundo lugar a verla pueblo de Dios, cuerpo de Cristo y templo del Espíritu Santo, para terminar considerándola como sacramento, algo que aparece claramente en el comienzo de la Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium,: “la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano”. La Iglesia es sacramento porque manifiesta, es signo, del encuentro de Dios con el hombre. Este encuentro se realiza en la fe, la esperanza y el amor. En la fe, porque ella es depositaria de la Palabra que Dios dice a los hombres; en la esperanza, porque la Iglesia ha recibido, conserva y predica las promesas de vida eterna que Cristo nos dejó y en el amor, porque la Iglesia manifiesta de un modo único el amor de Dios a los hombres. La Iglesia es sacramento porque, además de ser signo, es también medio, instrumento de la unión del ser humano con Dios en la fe, la esperanza y el amor; y en Dios también de la unión de todos los hombres entre sí. En la fe: porque en una misma fe, aceptando la Revelación, nos unimos a Dios, y en una misma fe nos unimos entre nosotros; en la esperanza porque la Iglesia realiza la unión de los hombres con Dios y entre ellos en la misma esperanza de la herencia que Cristo nos adquirió; y en el amor porque, si Pablo VI pudo decir del Concilio Vaticano II que todo su valor se cifraba en su amor a Dios y a la humanidad, la Iglesia realiza su misión cuando conduce a los hombres, como fin supremo, al amor a Dios y al amor a los hermanos, siguiendo el mandato de Cristo. 1 Profesor de Eclesiología. Facultad de Teología de Granada. Revista de Pastoral Juvenil 488-489 marzo-abril 2013 2 Cuando consideramos a la Iglesia como sacramento estamos hablando de la relación que existe entre la acción de Dios y la acción de la comunidad de los creyentes en el mundo y para el mundo. Esa relación (que no es otra que la relación entre el Reino de Dios y la Iglesia) ha sido descrita en la historia de diversas maneras: o bien se les ha unido de forma más estrecha o bien se les ha diferenciado más claramente. En los textos del Vaticano II aparece claramente que la Iglesia y el Reino de Dios, tanto en la perspectiva histórica como mirados desde lo que serán al final de los tiempos, han de ser al mismo tiempo identificados y diferenciados (o sea, que no podemos separar totalmente a la Iglesia del Reino de Dios como tampoco podemos identificarlos sin más): la transitoriedad e instrumentalidad de la Iglesia es tan importante como su ser germen y signo del Reino de Dios. El considerar a la Iglesia como sacramento remite a la dialéctica entre el ocultamiento y la manifestación de Dios, que es un hecho capital para la presencia del Reino de Dios en la tierra, y permite la libertad de la criatura ante la oferta de Dios. Así la manifestación y el ocultamiento de la verdad divina en la Iglesia y de la salvación divina a través del sacramento Iglesia es también condición de libertad de la fe y del acto de acogerse a la Iglesia. Jesucristo se encuentra presente en su Iglesia de maneras diversas. Pablo VI en la encíclica Mysterium Fidei de 3 de septiembre de 1965 señala que Cristo está presente en la Iglesia que ora, en la Iglesia que realiza las obras de misericordia; “de otra forma, muy verdadera, está también presente en su Iglesia que predica”; en la Iglesia que rige y gobierna; “pero es muy distinto el modo, verdaderamente sublime, con el cual Cristo está presente a su Iglesia en el sacramento de la Eucaristía”. Esta es la presencia “real” por antonomasia, ya que las otras, si bien también son reales, no lo son a la manera como ocurre en la Eucaristía, en la que la presencia es también “corporal y substancial” (número 5). En cualquiera de estas presencias se mantiene la tensión entre la manifestación de Cristo, que es real, y sin embargo, oculta y humilde. b) La Iglesia es sacramento de comunión. Todo sacramento es algo visible que remite a algo que no podemos ver. La Iglesia es signo e instrumento de la comunión de todos los seres humanos con Dios y de unos con otros (que es otra forma de decir que la Iglesia es el sacramento del Reino de Dios). La comunión tiene dos direcciones: es, en primer lugar, comunión con Dios, que siempre ha buscado introducirnos a nosotros dentro de la comunión de vida intratrinitaria, y a partir de ahí, comunión con todos los demás seres humanos. Nuestro ser más profundo se encuentra en ser hijo de Dios y hermano de los demás, algo que encuentra su plasmación más perfecta en Jesucristo, el Hijo por antonomasia y el hermano de todos por lo que entregó su vida. A ejemplo de la comunión que existe entre las tres personas divinas, que forman una unidad sin que las diferencias entre ellos desaparezcan, la comunión aplicada a la Iglesia (y, en igual medida, a la humanidad) nos habla de la existencia de una unidad a través de las diversas relaciones que se establecen en ella (entre los distintos fieles, las diversas iglesias locales…), unidad que no elimina las diferencias que existen entre los múltiples miembros. La comunión, por tanto, no remite a la uniformidad sino a la unidad en la pluralidad. Revista de Pastoral Juvenil 488-489 marzo-abril 2013 3 c) Problemática de llamar a la Iglesia sacramento El llamar a la Iglesia sacramento se pone en cuestión a partir del pecado que existe en la Iglesia, ya que ser sacramento de la comunión exige vivir dicha comunión, aun de manera imperfecta. El pecado por ello puede poner en cuestión incluso la instrumentalidad y la capacidad de ser signo de la Iglesia. Al mismo tiempo, la presencia salvífica de Dios en medio de la comunidad creyente, garantiza que la Iglesia siempre transparentará la comunión que está llamada a vivir y a realizar, si bien dicha transparencia puede ser más nítida o estar más opacada. Estos dos polos de una tensión irresoluble (que existe en la Iglesia el pecado –que tiene que ver con los miembros de la Iglesia- y la santidad –que tiene que ver con la actuación de Dios-) llevan a que se acentúen aspectos diversos en el tema de la consideración de la Iglesia como sacramento. los cristianos reformados entienden que la Iglesia es sacramento en un contexto soteriológico -salvífico- que subraya la importancia de Dios y de Cristo. La Iglesia aparece siempre desde el lado del hombre pecador y, por ello, no puede ser más que un instrumento secundario de la obra salvífica de Dios. La Iglesia no puede olvidar nunca que siempre va a estar necesitada de conversión y de perdón por parte de Dios; los cristianos católicos y ortodoxos entendemos la sacramentalidad de la Iglesia fundamentalmente como una representación necesaria de la acción de Dios en el mundo y en la historia. Subrayamos, por tanto, la unión entre Cristo o su Espíritu y la Iglesia, sin querer negar evidentemente que ésta sigue siendo sólo instrumento y signo de la salvación, y no la salvación en sí misma. Habría que tener en cuenta que estos dos acentos son verdaderos. El que se subraye uno u otro dependerá de las condiciones concretas sociales e históricas donde se desarrolle la acción de la Iglesia: cuando la acción humano-eclesial pierde la capacidad de transparentar la acción divina en este mundo o donde el signo eclesial se anquilosa y la Iglesia empieza a predicarse a sí misma en lugar de a Dios, entonces habrá que insistir más en la necesidad que tiene esta Iglesia de convertirse para que pueda ser lo que está llamada a ser; donde, por otro lado, se quiera destruir la necesidad del signo eclesial o se pretenda pasar por encima de él, entonces se habrá de subrayar la necesidad de la Iglesia como signo e instrumento del Reino de Dios. Para saber si la Iglesia está siendo, de hecho, sacramento contamos con un criterio y no es otro que la correspondencia entre la figura (organización, manera de ejercer la autoridad...) y la acción de la Iglesia con la figura y la acción de Jesús. A partir de este criterio es evidente que la Iglesia es verdadero sacramento universal de salvación allí donde sea una Iglesia de los pobres, una Iglesia que dé esperanza a los pobres, una Iglesia donde los pobres encuentren la salvación; allí donde sea una Iglesia de los pecadores, donde éstos encuentran perdón; y allí donde sea una Iglesia de los perseguidos, los cuales encuentran en ella confianza y liberación... En esos momentos el amor de Dios ciertamente gobierna el mundo, porque se crean espacios donde Dios realmente reina y donde la acción de la comunidad creyente y la acción de Dios aparecen y están unidos. Revista de Pastoral Juvenil 488-489 marzo-abril 2013 4 2. Para profundizar “Las lecturas de hoy parecen encontrar un resumen bellísimo en uno de los textos más densos del Concilio Vaticano II, cuando habla de la Iglesia como pueblo mesiánico, dice estas palabras: «Este pueblo mesiánico, aunque no incluya a todos los hombres actualmente, y con frecuencia parezca una grey pequeña, es, sin embargo, para todo el género humano un germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación. Cristo que lo instituyó para ser comunión de vida, de caridad y de verdad, se sirve también de él como de instrumento de la redención universal y lo envía a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra» (LG 9). Esto somos, queridos hermanos, esto tenemos que ser si de veras queremos construir la Iglesia. Yo quiero ratificar que la razón de mi predicación, que la razón de nuestras reuniones y de nuestras reflexiones cristianas en torno de la palabra de Dios tienen esta finalidad de que cada día nos vayamos constituyendo más como pueblo de Dios, como seguidores de Cristo, sintiéndonos de verdad germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación. Que el mundo, que nuestra patria, sepa sentir en los grupos cristianos no gente sospechosa, sino gente que de verdad sea luz del mundo y sal de la tierra” (Monseñor O. Romero, Homilía del 29 de octubre de 1978). “Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente de apoyo para la de otros. Os pido, queridos amigos, que améis a la Iglesia, que os ha engendrado en la fe, que os ha ayudado a conocer mejor a Cristo, que os ha hecho descubrir la belleza de su amor. Para el crecimiento de vuestra amistad con Cristo es fundamental reconocer la importancia de vuestra gozosa inserción en las parroquias, comunidades y movimientos, así como la participación en la Eucaristía de cada domingo, la recepción frecuente del sacramento del perdón, y el cultivo de la oración y meditación de la Palabra de Dios” (Homilía de Benedicto XVI en la misa de la jornada mundial de la juventud, Madrid 2011). 3. Para trabajar → Detente a leer nuevamente la presentación del tema., ¿puedes formular qué consecuencias tiene para nuestra relación con Dios y con los otros, que la Iglesia sea una comunión? → Los dos textos que hemos seleccionado para la reflexión muestran la importancia de la Iglesia para nuestra experiencia de la fe ¿Habías pensado antes en ello? ¿Qué crees que tiene que ver eso con la Iglesia como comunión? → Quizás te hayan hablado de la película De dioses y hombres de X. Beauvois. Narra la historia de los últimos meses de una comunidad trapense de Argelia cuyos monjes fueron asesinados. Te recomendamos que la veas y que pienses en la comunión que existe entre los miembros de la comunidad, y la comunión con el pueblo de Argelia. ¿Cómo crees que se ven en la Iglesia de hoy ejemplos de comunión hacia adentro y hacia afuera como ese? → ¿Por qué crees que hablamos de la participación en la Eucaristía como “comunión” o “comulgar”? ¿Vives la fe en un grupo o comunidad? ¿Puedes reflexionar, a partir de lo que has trabajado, en cómo vives tú la comunión?