EMPRESAS “DEMASIADO GRANDES PARA FALLAR”

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EMPRESAS “DEMASIADO GRANDES PARA FALLAR”
(TOO BIG TO FAIL)
El estudio de la estrategia empresarial señala que uno de los aspectos referidos a su
formulación se refiere a la búsqueda de información sobre tendencias políticas en un determinado
país. Otro, a las economías de escala.
Estos aspectos se manifestaron durante la actual crisis económica en cuyo transcurso tuvo
lugar el salvataje de grandes empresas por parte de distintos gobiernos. El de los Estados Unidos,
por ejemplo, inyectó enormes sumas de dinero en General Motors, Chrysler, Citigroup, y AIG,
American Internacional Group, a cambio de participar en su propiedad y control.
Tales operaciones reactivaron la polémica acerca de las ventajas y desventajas de la
intervención gubernamental, especialmente en el sector financiero, ante una eventual desaparición
de empresas privadas consideradas como “too big to fail” (demasiado grandes para fallar, quebrar,
o desaparecer). Las discusiones abarcaban las consecuencias de dejar caer o salvar empresas de
este tipo, los criterios para identificar las que ameritaban el calificativo mencionado y la justicia y la
equidad de la intervención gubernamental.
Los antecedentes de “demasiado grande para fallar” se remontan a la Gran Depresión
cuando en 1933 se crearon a la vez la FDIC, Federal Deposit Insurance Corporation (Corporación
Federal de Seguros de Depósitos Bancarios) y un fondo para asegurar los depósitos de los clientes
de los bancos comerciales. También hubo salvataje de empresas manufactureras: Lockheed en
1971 y Chrysler en 1979 fueron beneficiarias de programas de garantías crediticias brindadas por
el gobierno norteamericano lo cual les permitió acceder a sendos préstamos.
La doctrina de too big to fail, abreviada como TBTF, surgió en 1984 con la crisis del banco
Continental Illinois, cuando un funcionario gubernamental expresó ante el Congreso de los Estados
Unidos que al ser algunos bancos demasiado grandes para dejarlos caer se debía proteger el total
de los depósitos en lugar del monto máximo asegurado por la FDIC (la protección brindada era a
los depositantes y no a los accionistas). Se puso así de manifiesto que ante una gran crisis
bancaria los grandes bancos contaban con una garantía o un seguro implícito provisto por el
gobierno. (R. Ch. Moyer y R. E. Lamy, Too big to fail. Rationale, Consequences, and Alternatives.
Business Economics, julio de 1992)
Las razones que se citan para justificar la doctrina son las siguientes: 1) la posibilidad de que
la crisis de un banco grande, que no cuente con seguros en cantidad suficiente, se contagie a otras
partes del sistema financiero y ocasione corridas que afecten organizaciones viables; 2) la
dificultad en identificar rápidamente la viabilidad de distintas organizaciones; y 3) el tiempo que se
necesita para vender o liquidar un banco importante.
Las objeciones son éstas:
1) las consecuencias de contar con una institución como la FDIC incentiva a gerentes de
bancos asegurados a tomar mayores riesgos para obtener mayores ganancias. Si les va bien, la
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ganancia es para los accionistas… y si les va mal, al extremo de fallar, las pérdidas las sufren los
depositantes y la FDIC hasta el límite pactado. En el caso de los bancos TBTF el gobierno termina
absorbiendo pérdidas mayores que las inicialmente pactadas y brindando protección a las
consecuencias de decisiones equivocadas. ¿Tendría que haber habido en estos casos más control
por parte de los funcionarios gubernamentales?;
2) las consecuencias económicas de la doctrina; es decir, la necesidad de inyectar fondos
para el salvataje de acreedores no asegurados para evitar que sus problemas se trasladen a otros
bancos y a la economía en general; o, como se dice ahora, “daños colaterales”. En el caso de
acreedores no asegurados de grandes instituciones se crea la expectativa de una intervención
gubernamental y, por lo tanto, incentiva a que éstos concedan préstamos en condiciones más
riesgosas (como aconseja el tango1: no olvidés, hermano, / vos sabés, no hay que jugar); y
3) la comprobación de que “el tamaño tiene sus ventajas; pero en el caso de los grandes
bancos internacionales la evidencia empírica sugiere que estas instituciones han excedido el
tamaño que se necesita para aprovechar al máximo estas ventajas”. (Financial Times, 19 de junio
de 2009).
La expresión “demasiado grande para fallar” se presta a variaciones tales como
“demasiados grandes depositantes como para fallar” o, simplemente, “demasiado grande”.
También, “demasiado global como para fallar,” “demasiado grande para existir,” “demasiado
grande para fallar o tener éxito,” y “demasiado grande para manejar”.
“El plan de la administración Obama para atacar el problema prevé dar mayores poderes a
los funcionarios gubernamentales para hacerse cargo y reestructurar toda clase de instituciones
financieras ―no solo bancos tradicionales― cuando su eventual falla amenazase el sistema
financiero en su conjunto” (T. Francis et al., Too Big to Fail: Still an Issue. Business Week, 6 de
mayo de 2009). Un artículo en The Wall Street Journal observó que una estructura de grandes
empresas protegidas por el gobierno no le conviene a una economía de mercado (18 de junio de
2009)
Sheila Bair, la actual chairwoman de la FDIC, señaló que “debemos encontrar la manera de
imponer una mayor disciplina de mercado en instituciones que son importantes para el sistema
financiero. En una economía de mercado que funcione bien hay ganadores y perdedores y las
empresas deben caer cuando dejan de ser viables como consecuencia de su mal manejo y su
excesiva toma de riesgos” (The New York Times, 24 de julio de 2009). Tal vez interese saber que
Sheila Bair ocupa el segundo lugar detrás de Angela Merkel, la canciller de Alemania, en el listado
de las 100 mujeres más poderosas del mundo dado a conocer por la revista Forbes el 19 de
agosto de 2009.
Lector o lectora: ¿existen en su país empresas demasiado grandes para fallar?
Guillermo S. Edelberg DBA
Profesor Emérito, INCAE Business School
www.guillermoedelberg.com.ar
1
Por una cabeza, 1935. Música: C. Gardel. Letra: A. Le Pera.
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