ESFUERZO, AYUDA Y SENTIDO EN EL APRENDIZAJE ESCOLAR

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Versión preliminar del artículo: Coll, C. (2003).Esfuerzo, ayuda y sentido en el aprendizaje escolar.
Aula de Innovación Educativa 120, 37-43.
ESFUERZO, AYUDA Y SENTIDO EN EL APRENDIZAJE ESCOLAR
César Coll
2003
Versión preliminar del artículo: Coll, C. (2003). Esfuerzo, ayuda y sentido en el aprendizaje
escolar. Aula de Innovación Educativa 120, 37-43.
Accesible (dd/mm/aa) en: http://www.psyed.edu.es/grintie
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Coll, C. (2003).Esfuerzo, ayuda y sentido en el aprendizaje escolar. Aula de Innovación
Educativa 120, 37-43.
La "revalorización del esfuerzo personal" [de los alumnos] constituye, como es sabido, uno
de los elementos básicos, tal vez el esencial, de los principios que inspiran la Ley Orgánica
de Calidad de la Educación -LOCE- recientemente aprobada por el Parlamento español
(BOE nº 307, de 24 de diciembre de 2002). Buena parte de los cambios que la LOCE
introduce en la ordenación y organización de nuestro sistema educativo intentan
justificarse en la "convicción de que la valoración del esfuerzo y de la exigencia son
condiciones básicas del aprendizaje", y por extensión "de la mejora de la calidad del
sistema educativo"1.
La importancia atribuida al esfuerzo personal de los alumnos es, en realidad, el elemento
nuclear de un entramado conceptual más amplio del que forman parte también otros
principios básicos o "constitutivos" de "una auténtica cultura de la calidad de la
educación": el énfasis en la exigencia de resultados [del aprendizaje de los alumnos]; la
necesidad de llevar a cabo "procesos objetivos de evaluación" que establezcan niveles
elevados de exigencia para los resultados del aprendizaje; y el "desarrollo de itinerarios
educativos" que se adapten a las "diferencias individuales de aptitudes, necesidades,
intereses y ritmos de maduración" de los alumnos. A partir de "la revalorización del
esfuerzo personal", e integrando los otros elementos mencionados, se construye un hilo
argumental relativamente simple, pero peligrosamente convincente por su proximidad a las
1
Los textos que aparecen entrecomillados en el artículo proceden, salvo indicación expresa en sentido
contrario, del Anteproyecto de Ley Orgánica de Calidad de la Educación. Proyecto de Ley de Calidad.
Exposición de motivos. (pp. 9-10).
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creencias propias del sentido común, que puede resumirse sintéticamente como sigue:
El esfuerzo personal de los alumnos es una condición imprescindible para conseguir
un aprendizaje de calidad. El sistema educativo no tiene en cuenta esta condición
debido, en parte, a que los profesores no plantean a sus alumnos unos niveles de
exigencia que les obliguen a esforzarse; y en parte, también, al hecho de que la
promoción automática de los alumnos de un curso al siguiente sin haber alcanzado
unos resultados satisfactorios en todas y cada una de las materias o asignaturas
neutraliza o disminuye el efecto de la exigencia. Hay que introducir, por lo tanto,
procedimientos de evaluación que establezcan unos niveles adecuados de exigencia y
que permitan detectar con precisión y objetividad los resultados de aprendizaje de los
alumnos. Los alumnos que se esfuercen obtendrán buenos resultados en la evaluación
y podrán promocionar al curso siguiente; los que no se esfuercen, o no se esfuercen lo
suficiente, se verán obligados a la repetición de curso y, a partir de una edad
determinada, serán orientados hacia itinerarios educativos más acordes con sus
aptitudes, necesidades, intereses y ritmos de maduración.
En el transcurso de la polémica que ha acompañado la tramitación de la LOCE se ha
insistido en repetidas ocasiones en la falta de consistencia de este hilo argumental, en la
ausencia de experiencias y de estudios comparativos internacionales que lo avalen, en la
concepción caduca y obsoleta de los conceptos de diversidad y de atención educativa a la
diversidad que lo sustentan, y en su oposición frontal a un planteamiento inclusivo e
integrador de la educación básica2. Permítaseme recordar aquí únicamente que el esfuerzo
es tratado en este esquema como un atributo o una característica de los alumnos atribuible
en exclusiva a sus características personales. La lógica del argumento reposa sobre el
supuesto, completamente falso, de que el mayor o menor grado de esfuerzo que muestran
los alumnos, así como su mayor o menor tendencia a esforzarse ante las tareas escolares, es
el resultado de una decisión voluntaria y consciente o un reflejo de su carácter y
personalidad. Puesto que el alumno que no se esfuerza es porque no quiere o porque no
puede, sólo caben dos remedios para corregir la situación: forzar su voluntad enfrentándolo
a las consecuencias negativas derivadas de su falta de esfuerzo -la repetición- y, si esta
medida no da el resultado esperado, orientar su escolaridad hacia vías de formación itinerarios educativos- más acordes con las "aptitudes, necesidades, intereses y ritmos de
maduración" que determinan su mayor o menor capacidad de esfuerzo. En suma, el
esfuerzo de los alumnos es tratado en la LOCE, por una parte, como el exponente de una
jerarquía moral relacionada con la "fuerza de voluntad" o "la fortaleza de carácter", y por
otra, como un "marcador" individual que anticipa, justifica y legitima la orientación del
alumnado, en el último tramo de la educación básica y obligatoria, hacia vías formativas y
trayectorias socio-profesionales diferenciadas.
2
Ver, por ejemplo, Coll 2002 a, b.
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Las valoraciones precedentes no invalidan el hecho, ampliamente apoyado por el sentido
común y la experiencia, y reconocido por la práctica totalidad de las teorías psicológicas,
pedagógicas y didácticas actuales, de que el esfuerzo es efectivamente un ingrediente
esencial de los procesos sistemáticos de aprendizaje que tienen lugar en las escuelas, los
institutos y otras instituciones de educación formal. El desacuerdo no se refiere, pues, a la
importancia del esfuerzo en el aprendizaje, sino al reduccionismo que consiste en
presentarlo como prácticamente la única condición para un aprendizaje de calidad, a la
manera de entender el esfuerzo y los factores que están en su origen, y a la función que se
le otorga con el fin de legitimar el establecimiento de vías formativas diferenciadas en el
seno de la educación básica. Otro planteamiento del esfuerzo, sin embargo, es posible y
deseable: un planteamiento basado en un esquema argumental mucho más acorde y
respetuoso con el conocimiento actual de los procesos de enseñanza y aprendizaje, y con la
aspiración irrenunciable de una educación inclusiva, que conduce a propuestas
radicalmente distintas a las que contempla la LOCE.
El sentido del esfuerzo
Si bien el aprendizaje incidental, el que no responde a una intención ni a una orientación
consciente hacia el aprendizaje, es mucho más frecuente en las escuelas y en los institutos
de lo que a menudo se tiende a pensar, lo cierto es que los procesos escolares de enseñanza
y aprendizaje tienen casi siempre un carácter sistemático, intencional y planificado que
exige de los alumnos una cierta disposición a implicarse en la realización de las actividades
y tareas. La disposición más o menos favorable hacia el aprendizaje está estrechamente
relacionada con la motivación y el esfuerzo. Cuanto más motivados estén los alumnos por
los contenidos o las actividades de aprendizaje, mayor será su disposición a implicarse en
las actividades y tareas propuestas; y cuanto mayor sea esta disposición, más proclives se
mostrarán a no escatimar los esfuerzos que exija su realización. El esfuerzo puede
entenderse así como una de las expresiones comportamentales de la disposición más o
menos favorable de los alumnos hacia al aprendizaje escolar y de su mayor o menor
motivación por los contenidos y las actividades escolares.
El punto de partida de esta cadena de relaciones no es el esfuerzo, sino la motivación. Pero
la motivación no es una cuestión de todo o nada, sino de grado. Además, los motivos que
pueden llevar a los alumnos a adoptar o no una disposición favorable hacia el aprendizaje
escolar son de naturaleza muy dispar -sentirse aceptado por los compañeros, sentirse
valorado por los profesores, complacer a las familias, sentirse competente, tener éxito,
evitar el ridículo, evitar posibles castigos, etc.-. No hay alumnos totalmente motivados y
alumnos nada motivados. Hay alumnos más motivados y alumnos menos motivados. Hay
alumnos cuya orientación hacia el aprendizaje está presidida por unos motivos y alumnos
cuya orientación hacia el aprendizaje responde a motivos completamente distintos. Más
aún, la motivación fluctua a menudo a través de las actividades, las asignaturas e incluso el
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tiempo. Un alumno altamente motivado en una materia o asignatura puede estar muy poco
motivado en otra. Un alumno muy motivado al inicio del curso puede estarlo mucho menos
unas semanas o unos meses después.
Al igual que sucede con la motivación, el esfuerzo es también una cuestión de grado. Y no
hay una sola manera de esforzarse, sino muchas. La sola presencia en el aula mientras se
lleva a cabo una actividad concreta supone para muchos alumnos un esfuerzo enorme,
aunque no se impliquen en absoluto en su desarrollo y aunque probablemente no les
permita llevar a cabo aprendizaje alguno. La memorización de un volumen considerable de
datos el día o la noche previa a un examen supone también para los alumnos un esfuerzo
considerable, aunque con toda seguridad vayan a olvidar gran parte de lo que hayan
memorizado en el transcurso de los días o semanas siguientes. El esfuerzo en sí mismo no
garantiza el aprendizaje ni puede ser considerado legítimamente como la condición para un
aprendizaje de calidad. Sin esfuerzo es difícil que haya aprendizaje, pero a menudo el
simple esfuerzo conduce únicamente al hastío o a aprendizajes de ínfima calidad.
Algo similar sucede con la exigencia. Los alumnos se esfuerzan en aprender cuando están
interesados y motivados por los contenidos y actividades de aprendizaje, y la exigencia es
únicamente, en el mejor de los casos, uno de los factores, entre otros muchos, susceptibles
de promover la motivación y el interés. El establecimiento de un cierto nivel de exigencia
puede dar lugar sin duda en ocasiones una mayor motivación en los alumnos, pero abundan
también los ejemplos de que la exigencia, cuando se vive como una imposición arbitraria o
está claramente desajustada respecto a las posibilidades reales de aprendizaje, no sólo no es
generadora de una mayor motivación e interés por el aprendizaje escolar, sino que produce
exactamente el efecto contrario.
La exigencia, además, no puede reducirse al establecimiento de unos criterios de
promoción o de repetición más o menos estrictos en función de los resultados de la
evaluación. La exigencia que tiene mayores repercusiones sobre el aprendizaje no es la que
viene definida por los criterios de promoción o repetición establecidos en la normativa
legal o en el proyecto curricular de centro, sino la que se manifiesta en las interacciones
que el profesor establece día tras día con sus alumnos, en el tipo de actividades que les
plantea y en cómo las plantea, en el seguimiento que hace de estas actividades y en las
ayudas que les ofrece y los retos que les formula mientras las están llevando a cabo, en la
valoración que hace de su trabajo y de los resultados a los que llegan, en cómo les
transmite esta valoración y les plantea nuevos desafíos, etc.
El esfuerzo con sentido
La exigencia es generadora de una mayor motivación, y ésta, a su vez, conduce a los
alumnos a implicarse y a esforzarse con mayor intensidad en el aprendizaje escolar, cuando
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es portadora de sentido. La simple imposición de una exigencia y el miedo a las eventuales
consecuencias negativas de su incumplimiento no conducen, en la mayoría de las
ocasiones, a una mayor motivación por el aprendizaje ni incrementan la disposición del
alumnado a esforzarse. Los alumnos se esfuerzan en la realización de una tarea o actividad
de aprendizaje cuando entienden sus propósitos y finalidades, cuando les parece atractiva,
cuando sienten que responde a sus necesidades e intereses, cuando pueden participar
activamente en su planificación y desarrollo, cuando se perciben como competentes para
abordarla, cuando se sienten cognitiva y afectivamente implicados y comprometidos en su
desarrollo, en suma, cuando pueden atribuirle un sentido (Coll, 1988; Solé, 1993). El
esfuerzo sólo conduce a un aprendizaje de calidad cuando es un esfuerzo con sentido, y la
exigencia sólo genera un esfuerzo de este tipo cuando es portadora de sentido.
La atribución de sentido a los contenidos y las actividades de aprendizaje es un proceso
complejo en el que intervienen múltiples factores, tanto de tipo cognitivo como, muy
especialmente, de tipo emocional y relacional. Dos aspectos de este proceso adquieren
especial relevancia en el marco de la presente discusión. En primer lugar, es una evidencia
que los alumnos difieren significativamente entre sí en lo que concierne al sentido que
atribuyen a los contenidos y tareas escolares y, en consecuencia, al sentido que pueden
atribuir a la exigencia y al esfuerzo relacionados con su aprendizaje. Esta heterogeneidad
es el resultado de su peculiar historia personal y escolar, en la que juegan un papel
importante tanto sus características y rasgos individuales como las experiencias de todo
tipo -afectivas, emocionales, cognitivas, sociales, culturales, educativas, etc.- que han
vivido y acumulado a lo largo de su vida. Los alumnos no atribuyen a los contenidos y a
las tareas escolares el sentido que quieren, sino el sentido que pueden. Es por ello erróneo,
absurdo e inaceptable bajo todo punto de vista interpretar su mayor o menor disposición a
esforzarse, o su reacción ante la exigencia que les plantea la realización de las actividades
y tareas escolares, como el resultado de una decisión individual estrictamente voluntaria y
libremente adoptada.
En segundo lugar, una cosa es el sentido que los alumnos atribuyen a las actividades y
tareas y escolares en un momento determinado de su historia personal y escolar y otra muy
distinta el sentido que pueden llegar a atribuirles. El sentido no es estático y definitivo,
sino dinámico y cambiante. El hecho de que en un momento determinado un alumno no
sea capaz de atribuir sentido a lo que hace en la escuela -y de que, en consecuencia, se
sienta escasamente motivado por el aprendizaje escolar, no se muestre dispuesto a invertir
grandes esfuerzos en las actividades y tareas que se le proponen, y sienta la exigencia
como una imposición arbitraria- no significa que tenga que ser necesariamente así ni que
vaya a ser inevitablemente así en el futuro. La atribución de sentido es un proceso y, como
tal, está sujeto a cambios y modificaciones incesantes. Los alumnos pueden modificar y
modifican de hecho el sentido que atribuyen a los contenidos y tareas escolares exactamente igual como pueden modificar y modifican de hecho los significados que
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atribuyen a estos mismos contenidos y tareas- en el transcurso de las actividades que llevan
a cabo con sus profesores y compañeros en las aulas y en los centros.
En otras palabras, el sentido que los alumnos atribuyen en un momento determinado a los
contenidos y tareas escolares es tributario de su historia personal y escolar previa, pero está
permanentemente abierto a cambios que dependen, en buena medida, de su historia
personal y escolar futura, y muy especialmente de las experiencias afectivas, emocionales
y cognitivas asociadas a las situaciones y actividades de aprendizaje en las que pueden
participar. Desde el punto de vista de la acción educativa y la enseñanza, el sentido que los
alumnos atribuyen a los contenidos escolares -y con él su mayor o menor motivación e
interés y su mayor o menor capacidad de esfuerzo- no es una limitación con la que hay que
contar como si de una fatalidad inalterable se tratara. Es más bien uno de sus focos de
atención prioritaritarios, un aspecto abierto a la modificación y al cambio sobre el que se
puede y se debe incidir con el fin de promover un aprendizaje auténticamente significativo,
es decir, un aprendizaje de los contenidos y tareas escolares que sea realmente portador de
significado y de sentido para los alumnos.
Ayuda, exigencia y esfuerzo
El esfuerzo y la exigencia son pues ingredientes importantes, e incluso en ocasiones
imprescindibles, en el aprendizaje escolar. Para aprender de forma significativa un
contenido nuevo -es decir, para insertar lo que aprendemos en un red más amplia de
significados-, estamos obligados a bucear en nuestras experiencias y conocimientos
previos, y hemos de estar dispuestos a revisarlos, cuestionarlos, reinterpretarlos,
relacionarlos de maneras nuevas, reconstruirlos, ... Cumplir con estas exigencias y
condiciones tiene un coste psicológico, tanto cognitivo como afectivo, y requiere a menudo
un esfuerzo considerable, un esfuerzo mucho mayor en cualquier caso que el exigido para
llevar a cabo un aprendizaje mecánico o repetitivo del mismo contenido. Por razones
obvias de economía psicológica, es evidente que no siempre estamos dispuestos a asumir el
coste psicológico ni a realizar el esfuerzo que implica la realización de un aprendizaje con
elevados niveles de signficatividad. Sólo cuando el contenido o la situación de aprendizaje
nos importa -ya sea porque responde a nuestros intereses y expectativas, porque pensamos
que lo que aprenderemos nos será de utilidad en el futuro, porque creemos que nos
permitirá obtener una cierta relevancia social o profesional, porque estamos convencidos
de que nos abrirá nuevas posibilidades, porque nos sentimos cómodos y competentes ante
el contenido o las tareas propuestas, o por una suma de estos y otros motivos-, es decir,
cuando podemos darle un sentido, estaremos dispuestos a esforzarnos. En caso contrario,
intentaremos zafarnos de la situación, renunciaremos a abordar los contenidos y tareas de
aprendizaje y, si no podemos hacerlo porque pesa sobre nosotros algún tipo de obligación
o de imposición, desarrollaremos estrategias para implicarnos lo menos posible.
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Esta es exactamente la situación en la que se encuentran, a mi juicio, muchos de los
alumnos de las escuelas e institutos -y también de las enseñanzas universitarias- que
muestran una escasa o nula disposición a esforzarse con el fin de realizar aprendizajes
auténticamente significativos. Si no se esfuerzan, no es porque no tengan potencialmente la
capacidad para hacerlo; ni tampoco, al menos en la mayoría de las ocasiones, porque la
comodidad, la falta de voluntad, la ausencia total de un supuesto espíritu de sacrificio, o las
ganas de fastidiar les lleve a ello. Si no se esfuerzan, es pura y simplemente porque no le
ven sentido al esfuerzo, y si no le ven sentido al esfuerzo es porque tampoco se lo ven a los
contenidos y a las actividades de aprendizaje que se les propone.
La solución en estos casos no es incrementar la exigencia, establecer procedimientos
"rigurosos" y "objetivos" de evaluación, y sancionar a quienes no se esfuerzan con la
repetición, la derivación hacia vías formativas en principio menos exigentes y menos
valoradas socialmente, o la exclusión del sistema. La solución consiste en ayudar a los
alumnos que se encuentran en esta situación a encontrar un sentido al aprendizaje. Se
equivocan, a mi juicio, quienes afirman que esta tarea no forma parte de la responsabilidad
del sistema educativo y del profesorado, que su obligación es únicamente enseñar a
quienes se muestran dispuestos a hacer el esfuerzo necesario para aprender. Lo que
aprenden los alumnos, el significado que construyen a propósito de los contenidos
escolares, es inseparable del sentido que pueden darle a lo que aprenden y a cómo lo
aprenden. La construcción de significados y la atribución de sentido son las dos caras de
una misma moneda, las dos vertientes complementarias e inseparables del aprendizaje.
Enseñar es, en definitiva, ayudar a aprender y esta ayuda no puede ignorar ninguna de las
dos vertientes implicadas en el aprendizaje: ayuda al proceso de construcción de
significados que han de llevar a cabo inevitablemente los alumnos para asimilar y
memorizar comprensivamente los contenidos de aprendizaje; y ayuda también al proceso
de atribución de sentido a estos contenidos y a las actividades y tareas mediante las cuales
se promueve el aprendizaje. Querer reducir la enseñanza a uno de estos dos tipos de ayuda
sin tomar el otro en consideración es como pretender limitar la respiración al acto de
aspirar sin atender a la necesidad de expeler posteriormente el aire aspirado.
El (sin) sentido del esfuerzo en la LOCE
Como puede comprobarse, la visión del esfuerzo y de su importancia en el aprendizaje
esbozada en los párrafos precedentes se encuentra en las antípodas de la que aparece
reflejada en el esquema argumental utilizado para justificar las medidas y los cambios
introducidos por la LOCE. Nada que objetar en cuanto a la centralidad del esfuerzo
personal del alumno en el aprendizaje, especialmente cuando la finalidad es promover la
realización de aprendizajes auténticamente significativos. Sucede, sin embargo, que el
esfuerzo no puede tratarse como un rasgo personal, estático e inalterable de los alumnos
exclusivamente atribuible a sus características individuales; y mucho menos como una
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categoría moral en base a la cual aplicar premios y castigos en forma de promoción,
repetición o derivación hacia vías formativas diferenciadas.
Y sucede, sobre todo, que el esfuerzo de verdad importante en la educación escolar,
especialmente en sus niveles básicos y obligatorios, no es el que inevitablemente tienen
que hacer los alumnos para aprender, sino el que tienen que hacer y hacen cada día
conjuntamente profesores y alumnos para atribuir significado y sentido a las actividades y
tareas que llevan a cabo, unos como docentes y otros aprendices, en los centros educativos
y en las aulas. Ignorar esta doble vertiente del esfuerzo sólo puede ser el fruto de la
ignorancia, el reflejo de una visión selectiva de la educación escolar, la expresión de una
renuncia a ayudar a todos los alumnos y alumnas sin excepción, o todas estas cosas a la
vez. En cualquier caso, a la luz de nuestros conocimientos actuales sobre la enseñanza y el
aprendizaje, el tratamiento del esfuerzo que está en la base de la LOCE, y en función del
cual se ha pretendido justificar buena parte de las medidas y cambios que introduce esta
Ley en nuestro sistema educativo, es esencialmente erróneo ... ¡además de carecer por
completo de sentido!
REFERENCIAS
Coll, C. (1988). Significado y sentido en el aprendizaje escolar. Infancia y Aprendizaje, 41, 131-142.
Coll, C. (2002). La atención a la diversidad en el Proyecto de Ley de Calidad de la Educación o la
consagración del "orden natural de las cosas". Aula de Innovación Educativa, 115, 73-79.
Coll, C. (2002). De com els referents poden contradir el que es proposa: l'extraordinari cas de la Llei de
Qualitat de l'Educació. Perspectiva Escolar, 268, 21-38.
Solé, I. (1993). Disponibilidad para el aprendizaje y sentido del aprendizaje. En C. Coll, E. Martín, T. Mauri,
M. Miras, J. Onrubia, I. Solé y A. Zabala, El constructivismo en el aula (25-46). Barcelona: Graó.
César Coll (ccoll@psi.ub.es)
Universidad de Barcelona
Febrero 2003
8
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