LA CRISIS PROVOCADA POR LA MODA Y EL ESTRELLATO EN EL ARTE CONTEMPORANEO Enrique Browne Este artículo corresponde a una parte del Capítulo 8 (Moda y Estrellato) del libro del mismo autor: “Arquitectura, Crítica y Nueva Época”. El artículo apareció publicado en la revista Artes y Letras del Diario El Mercurio (Santiago de Chile, Domingo 22 de Mayo de 2011) La moda es un invento relacionado con la vestimenta y tiene un origen bastante cercano. Todas las grandes culturas tuvieron una forma peculiar de vestir, ajustada lentamente a su clima, recursos y cultura. Egipcios, chinos, griegos y tantos otros. Su indumentaria mantenía vigencia por generaciones. El cambio se inició en Inglaterra, donde se empezó a vender todo tipo de telas durante el siglo XIX. Se nos informa que fueron las rigurosas reglas victorianas las que motivaron el traslado del centro innovativo a Parísi. Los modistos provenían de distintas partes de Europa. El primero llamado así fue el inglés Charles F. Worth (1825-95), nombrado modisto oficial por la emperatriz Eugenia. La lista se alargó selectivamente durante el siglo xx, con franceses como “Coco” Chanel o Christian Dior, italianos como Elsa Schiaparelli, españoles como Balenciaga y varios más. La vestimenta de alta costura trajo consigo el concepto de obsolescencia programada. La idea era no repetir los trajes de un año al otro, porque se verían “pasados de moda”. Por lo mismo, era necesario un cambio estacional semestral (primavera-verano y otoño-invierno), modalidad que dura hasta hoy. El tema sería banal si no fuera por su posterior impacto en el arte moderno. La irrupción en el cine El arte moderno y la moda fueron expresiones bastante paralelas en el tiempo, pero muy lejanas en concepción y finalidad. La moda no tenía ningún afán social o artístico revolucionario. Por el contrario, se dirigía a los ricos y famosos de su época. No es raro que pronto entrara en contacto con el nuevo y glamoroso mundo del cine. Por ejemplo, Balenciaga vistió a la alemana Marlene Dietrich y también a la sueca radicada en Estados Unidos Greta Garbo. Por su parte, Coco Chanel fue contratada durante 1931 por el magnate Samuel Goldwyn en un millón de dólares para vestir a sus musas Gloria Swanson, Katherine Hepburn y Grace Kelly. En 1912, se dictó una ley que permitió la existencia de productores independientes (como Cecil B. DeMille) y se aceptó que los actores aparecieran en los créditos. Al comienzo, los actores de cine eran supuestos fracasados del teatro y vivían en el anonimato. En esos años la naciente industria se cambió de Nueva York a Hollywood, donde a alguien se le ocurrió que había que invertir la situación. Los actores pasaron a tener un rol central en la publicidad. Gloria Swanson y Mary Pickford fueron las primeras estrellas de Hollywood. Theda Bara, la primera vampiresa, convertida en leyenda egipcia aunque en realidad había nacido en Cincinnati, hija de una familia de clase media. Proliferaron las salas y los actores famosos como Keaton, Chaplin o Fairbanks. Hacia fines de la I Guerra Mundial, la industria generaba millones de dólares. Floreció el star system con actores promovidos como atracción pública. Con el cine sonoro en 1927, el fenómeno tomó más fuerza. De Valentino a Barrymore, de la Garbo a Bogart, de Clark Gable a Marilyn Monroe, se convirtieron en ídolos deseables. Cary Grant decía con simpática ironía: “Todo el mundo quiere ser Cary Grant. Hasta yo quiero ser Cary Grant”. El star system supuso aumentar la información sobre la vida privada de los artistas. Cierta o no, daba lo mismo. El sistema de estrellato se apoyó también en las nuevas tecnologías. Pero su núcleo no está tanto en la “producción”, como en la “comercialización”. El sistema como tal es neutral respecto a la calidad del producto final. Puede ser bueno, regular o malo. El asunto está en desplazar el énfasis desde dicho producto final (en el caso del cine, la película) hacia un punto intermedio que lo representa y asegura su calidad. Es el actor o actriz estelar. Si la imagen que tienen los espectadores de dicho producto intermedio es deseable, también lo será lo que este haga. Por lo mismo, se hizo frecuente pedirle a la estrella que mantuviera su impronta en sus distintas actuaciones, ya que el público espera eso. Por ejemplo, que Marilyn fuera rubia, ingenua y sexyii. La publicidad se centró en el actor, el cual empezó a ganar millones de dólares, ya que servía como sello de calidad para las películas. El fenómeno es similar al de la moda. Lo importante ahí es el nombre o “la marca” del diseñador, sea Balenciaga, Chanel, Dior o Saint Laurent, el cual transfiere a los cambiantes modelos de temporada su valor permanente. El impacto en el arte El estrellato se extendió a la música popular, de Crosby a Sinatra, a Presley, a los Beatles. De allí a las artes plásticas, con artistas tan valiosos como Pollock o Rothko, o tan dudosos como Dalí o Koons. Como anticipé, el sistema opera independiente de la calidad de los productos finales. Algunos artistas fueron lanzados a la fama por las galerías, como el notable Francis Bacon, quien consolidó su viaje al estrellato cuando firmó contrato con la Marlborough Fine Art Ltd., en 1958. Esta organizó sus exposiciones y apariciones en la prensa. Otros se autopromueven, utilizando la extravagancia y la figuración social como armas principales. Dalí fue precursor en estos trucos. Warhol, su seguidor más aprovechado. Pero quizás Jeff Koons sea el caso más ilustrativo. Con una producción abiertamente kitsch, pasó a ser conocido en los ’80 con su serie “Celebration”. Estuvo en bancarrota en los ’90, aunque se recuperó en la década siguiente y se dio el lujo de aparecer dos veces en la tapa de artnews, en marzo de 1998 y mayo de 2005. Kelly Devine Thomas escribió un artículo sobre él titulado sugestivamente La venta de Jeff Koons. Fue seleccionado como uno de los ensayos top ten de la revista en sus 105 años de existencia. Al resumir el artículo, Ann Landi lo tituló Cómo Jeff Koons llegó a ser una superestrellaiii. Describe cómo este ambicioso ex commodity broker de Wall Street y, según él mismo, “el más exitoso vendedor de membrecías en la historia del MoMA”, estableció su red de contactos. Formó un equipo que llegó a tener 75 personas, combinando dinero, arte y publicidad. En 20 años, algunas de sus obras pasaron de costar us$700 a venderse en US$5,6 millones, como su Michael Jackson and Bubbles el 2001. En 2008, los diarios anunciaban que su Balloon Flower (Magenta) había sido subastado por Christie’s en us$25,7 millones. Antes de llegar a estas alturas tuvo bien claro cuál era su mercado: los muy ricos. Para atraerlos hizo que sus obras fueran de materiales caros como porcelana, mármol, acero inoxidable o baños de oro. Con todo, rebasó el arte y entró de lleno a ser él mismo una marca de consumo de alto precio. El autor convertido en marca Volviendo al “estrellato”, este altera la lógica del arte al convertir al autor en marca y producto, independiente de la calidad de su obra. Su vida sentimental y social, gustos, debilidades y hasta sus pecadillos son lo que se publica, conoce y vende. Algo impensable en épocas pasadas. Shakespeare es conocido por el Mercader de Venecia, Hamlet y tantas otras obras geniales, pero de su persona se sabe muy poco. Está escondido detrás de sus obras. Poco sabemos también de Cervantes o Dante. Fueron antiestrellas. Ellos “son” sus obras. Algo parecido sucede con grandes músicos y pintores del pasado. Octavio Paz reafirma esto aun para artistas muy conocidos. En el prólogo de una exposición sobre Picasso, señalaba que “otros pintores, poetas y músicos conocieron una popularidad semejante a la suya: Rafael, Miguel Ángel, Rubens, Goethe, Hugo, Wagner. Pero la relación entre ellos y su mundo fue casi siempre anónima, natural (…) No había contradicción; había distancia. El artista desaparecía en beneficio de la obra (…) la persona se ocultaba y así el poeta o el pintor conquistaban una lejanía que era también imparcialidad superior”iv. A pesar de sus extravagancias y de sus aires mesiánicos y propagandísticos, Wright y Le Corbusier siempre utilizaron el método de trabajo semiartesanal del “estudio”, con maestro y discípulos. Ninguno, ni siquiera en épocas de más encargos, tuvo más de 20 colaboradores a los cuales supervisaban personalmente. Lo mismo se dio más tarde con Louis Kahn o Carlo Scarpa, quien ocupaba solo 6 personas en su estudio de Vicenza. Tenían largas jornadas diarias concentrados en su propio trabajo y en el de sus ayudantes. Esto los mantenía alejados de la farándula, cocktails, inauguraciones, charlas, viajes y otras distracciones del estrellato. Porque para entrar a este sistema es imperioso que el arquitecto asuma un rol mediático anterior a sus obras. Es por este motivo que algunos destacados arquitectos contemporáneos, por muy respetables que sean, se ven impulsados a actuar como lo hacen. Rafael Moneo lo insinúa respecto a Peter Eisenman: “(Él) gusta que su trabajo pueda ser entendido como su biografía (…) el personaje, el inventor de la arquitectura es, en el caso de Peter Eisenman, tan importante como la arquitectura misma. Ambos son difícilmente separables”v. El personaje usa corbata de lazo, grandes anteojos de intelectual y cita a filósofos, aunque al mismo tiempo, como lo presencié, se pone la polera del equipo de fútbol Barcelona ante miles de estudiantes en 1996, durante el Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos (uia) en esa ciudad. La lógica del estrellato puede funcionar en la moda y también en el cine y el mundo discográfico, pero deforma la arquitectura y su crítica. Su uso comercial no tiene una connotación negativa per se. Es un dato de la economía de mercado. Sin embargo, llevarla a la arquitectura conlleva graves problemas. Para empezar, tengo dudas que el factor “sorpresa”, tan esencial en la moda, lo sea para una obra de arquitectura, como afirman algunos. Se puede visitar una y otra vez el Panteón en Roma y quedar sobrecogido cada vez por su dramática luz y espacialidad. El arte clásico requería “belleza”. El moderno, “emoción” y no mera “sorpresa”, la cual se satisface la primera vez. Además, las obras de arquitectura suponen largos períodos de diseño y construcción. Los edificios aspiran a décadas o centurias de vigencia. Esto difiere radicalmente de la obsolescencia programada de la moda. Cultura del espectáculo Las reflexiones anteriores tienden a coincidir en parte con visiones críticas más amplias sobre un malestar profundo en la cultura actual. Una conferencia pronunciada en España por Mario Vargas Llosa el 2008, ilustra bien una de esas visiones críticasvi. El resultado de la bonanza que desde la segunda mitad del siglo XX han tenido los países occidentales lo titula como “civilización del espectáculo”. Un mundo en que el primer lugar de su tabla de valores lo ocupa el entretenimiento, escapar del aburrimiento. Este ideal de vida es legítimo, pero convertir la natural propensión a pasarlo bien en valor supremo tiene consecuencias inesperadas, como la banalización de la cultura. Elementos tan positivos como el bienestar, la mayor libertad de costumbres y el acceso masivo y creciente al ocio en el mundo desarrollado, han derivado en un gran estímulo para las industrias de entretención y juegos, promovidas por la publicidad, “madre y maestra mágica de nuestro tiempo”. Interrumpo a Vargas Llosa. La alianza moda-publicidad ha banalizado el arte de un modo alarmante. Considérese el período de obras más conocido de Mondrian, aquellas realizadas entre los años ‘20 y ‘30 bajo el nombre de neoplasticismo, composiciones bidimensionales de planos de colores primarios y líneas negras. Estas produjeron un genérico “efecto Mondrian” ampliamente difundido en el diseño industrial, la arquitectura y el arte. Sus rectángulos de colores primarios empezaron a utilizarse en 1957 en Hollywoodvii. Pero se sigue abusando de ellos hasta hoy. Yves Saint Laurent lo hizo en la moda. Actualmente, el neoplasticismo ha sido abusado hasta en gigantescos logos publicitarios de supermercados. Con todo, sigue Vargas Llosa, la publicidad y sus estrellas ejercen influencia sobre las costumbres, gustos y sensibilidad de nuestra época, parecida a la que antes tenían los profesores, los pensadores y, antes todavía, los teólogos. Todo -literatura, periodismo, cine, artes plásticas, etc.– deviene en light, “dando la cómoda impresión de ser culto y estar en la vanguardia con un mínimo esfuerzo intelectual”. Esto se ha dado junto con la masificación cultural, las drogas, la disminución de la fe religiosa, la declinación de la crítica y de la vida intelectual. La primacía de las imágenes sobre las ideas se exacerba con los medios audiovisuales, como la computación e internet, rezagando los libros a los rincones. Damien Hirst, el embaucador Pero lo más pertinente es su derivación hacia las artes plásticas. “Desde Marcel Duchamp, qué duda cabe que era un genio, revolucionó los patrones artísticos de Occidente (…) ya todo fue posible (…) hasta que un millonario pague doce millones y medio de euros por un tiburón preservado en formol en un recipiente de vidrio y que el autor de esta broma, Damien Hirst, sea hoy reverenciado no como el extraordinario vendedor de embaucos que es, sino como uno de los grandes artistas de nuestro tiempo. Tal vez lo sea, pero eso no habla bien de él, sino muy mal de nuestro tiempo”. Interrumpo de nuevo a Vargas Llosa. Damien Hirst se aburrió hace poco de su propio quehacer y retomó los pinceles. Anticipó que no esperaba ser aprobado por la crítica, ya que “el público no se escandaliza al ver animales en formol, pero sí por el hecho que estés tomando un lienzo y un pincel y yendo marcha atrás”viii. Prosigue Vargas Llosa señalando que “en nuestros días lo que se espera de los artistas no es el talento ni la destreza, sino la bravata y el desplante (…) Lo que antes era revolucionario hoy se ha vuelto de moda (…) La desaparición de mínimos consensos sobre los valores estéticos hace que en la actualidad todo esté permitido (…) no es posible discernir qué es tener talento o carecer de él, qué es bello y qué es feo, qué obra representa algo nuevo y durable y cuál no es más que fuego fatuo. (Se trata de) un carnaval en que genuinos creadores y vivillos y embusteros andan revueltos (…) una cultura que sacrifica toda otra motivación y designio a la de entretener y divertir”. La pesimista visión de Vargas Llosa es, diría yo, una versión ampliada y actualizada del tango Cambalache. i JOHNSON, Paul. Creadores. Buenos Aires. Vergara Editores. 2007 ii Diario El Mercurio. Santiago de Chile, 11 de mayo de 2000 iii LANDI, Ann. How Jeff Koons Became a Superstar. ARTnews. November 2007 iv PAZ, Octavio. Sombras de Obras. Barcelona. Siex Barral S.A. 1983 v MONEO, Rafael. Inquietud Teórica y Estrategia Proyectual. Barcelona. Actar Editores. 2004 vi VARGAS LLOSA, Mario. La civilización del estrellato. Lima. Arkinka (N°160). Marzo 2009 vii SHAMA, Simon. Confecciones y Encargos. Barcelona. Ediciones Península S.A. 2002 viii THORNTON, Sarah. Siete días en el mundo del arte. Buenos Aires. Edhasa. 2008