EL PRINCIPIO “FAVOR DEBITORIS” FRENTE AL PROYECTO DE CÓDIGO CIVIL Y COMERCIAL Por CARLOS A. CALVO COSTA SUMARIO I. Introducción: planteo de la cuestión. – II. El favor debitoris: del Derecho Romano a nuestros días - III. La cuestión en el derecho argentino: del Código Civil de Vélez Sársfield al actual Proyecto de Reforma IV. Antecedentes en la doctrina y en la jurisprudencia nacional. Nuestra opinión. I – INTRODUCCIÓN: PLANTEO DE LA CUESTIÓN Quien aborda con profundidad el Derecho de las Obligaciones, y luego, el de los Contratos, se encuentra con un principio “estructural” en ambas materias, que es el denominado favor debitoris, según el cual, en los casos dudosos, las cláusulas ambiguas de los contratos y/o las obligaciones emergentes de ellas, deben interpretarse siempre en favor del deudor, o sea, en el sentido de su liberación. Se trata de un principio basado en la equidad, y que está orientado a suavizar, en los casos dudosos, la situación de los deudores1, ya que se sostiene que la duda no debe quedar sustituida por una certidumbre del máximo rigor contractual para el obligado, sino con la solución menos rigurosa para él2. Si bien el favor debitoris no está formulado expresamente en el Código Civil argentino3, sí lo está en el art. 218 inc. 7 del aún vigente Código de Comercio, y ha sido receptado por la jurisprudencia civil sin cuestionamiento alguno para todo el derecho privado, ya que el principio de analogía consagrado en el art. 16 del Código Civil, así lo permite. Pero para comprender la incidencia del favor debitoris en el Derecho de las Obligaciones y de los Contratos, debemos situarlo en el contexto en donde 1 CASTÁN VÁZQUEZ, JOSÉ M., “El “favor debitoris” en el derecho español”, Anuario de Derecho Civil, Madrid, 1961, T. IV, p. 835. 2 PUIG BRUTAU, JOSÉ, “Fundamento de Derecho Civil”, Tomo II, 2da. edición ampliada y puesta al día, Vol. I, Bosch Casa Editorial S.A., Barcelona, 1978, ps. 302 y ss. 3 El favor debitoris se encuentra legislado expresamente en el Código Civil Francés (art. 1162), Italiano de 1865 (art. 1137) y de 1942 (art. 1371), Mejicano (art. 1857), Español (art. 1289), aunque en estos tres últimos casos, limitada su aplicación a los contratos gratuitos. 1 cobra sideral importancia, y es cuando analizamos el vínculo como elemento esencial y estructural de la relación jurídica obligacional. El vínculo jurídico ha sido definido por algunos autores como “la relación de poder y deber correlativos que media entre acreedor y deudor”4, mientras que otros, en cambio, no hesitan en calificarlo como elemento de la obligación que origina la situación de ligamen o atadura en que se encuentran el acreedor y el deudor como sujetos de una relación jurídica patrimonial obligatoria5. Ese vínculo, como elemento esencial de la obligación, sufre determinadas atenuaciones que son impuestas por el ordenamiento jurídico, resultando ser una de las más importantes el llamado favor debitoris, que se manifiesta como una presunción favorable a los intereses del deudor, ya que en caso de duda respecto a si está obligado o no, se presume la negativa6. Dicha presunción también subsiste en caso de duda respecto de los alcances de la obligación —si es que resulta indudable que está obligado—, ya que se estará por la solución más favorable a sus intereses. Se trata de un principio que reconoce sus orígenes en un párrafo del Digesto del Derecho Romano que disponía: “cuando se trata de obligar, propendemos a la negación; cuando de liberar, por el contrario, nos prestamos más fácilmente a la liberación” (D. XLIV, Tít. VII, L. 47). Este precepto parte de la base de considerar al deudor como la parte más débil de la obligación, por lo cual, a tenor de la gravedad que las consecuencias del incumplimiento podrían generarle -a las que nos referiremos seguidamente-, se incorporaba este principio del favor debitoris como una presunción en favor del solvens. Así, el estado normal del sujeto es el estado de libertad; la regla es la libertad, por ello el estado de libertad se presume. Quien pretende lo contrario -es decir que hay sujeción- (acreedor) tiene la carga de demostrarlo, de destruir tal 4 LACRUZ BERDEJO, JOSÉ L, “Derecho de Obligaciones”, t. II, vol. I, “Parte general. Teoría general del contrato”, Dykinson, Madrid, 1999, p. 6. 5 BELTRÁN DE HEREDIA Y ONIS, PABLO, “La obligación. Concepto. Estructura y fuentes”, Editoriales de Derecho Reunidas S.A., Madrid, 1989, ps. 16 y ss. 6 GAGLIARDO, MARIANO, “Favor debitoris y su aplicación en el régimen societario”, La Ley 2010-D-823. Expresa que “El fundamento jurídico de la regla del favor debitoris, cabe encuadrarlo en el art. 499 Código Civil, que trata la causa de las obligaciones, toda vez que la regla es la libertad jurídica. Es decir, la carencia de obligación, siendo pues lógico que en la duda se esté por la liberación”. MALAGARRIGA, CARLOS C., “Tratado de derecho comercial”, Ed. TEA, Buenos Aires, 1951, Tomo II, 1ª. parte, p. 12. 2 presunción. Si el acreedor no lo logra -mediante la expresión clara de su crédito-, si hay duda, subsiste el estado de libertad7. Nuestro pensamiento inicial nos indica que el favor debitoris no encuentra justificativo alguno en la actualidad, ya que no existe motivo para que el deudor se vea favorecido en determinadas circunstancias de la vida de la obligación; estimamos, como lo veremos seguidamente, que no siempre el deudor tiene que resultar favorecido –a raíz de dicho principio- en la relación jurídica, por lo cual concederle un beneficio adicional y con carácter genérico por sobre los intereses del acreedor, puede conducir a soluciones injustas. Por el contrario, muchos deudores contemporáneos resultan ser operadores económicos que contratan ventajosamente8, y que se ven favorecidos al amparo de este principio por su sola calidad de deudor, lo cual resulta, a nuestro entender, injustificado. En realidad, de resultar aplicable, debería considerarse la situación de la parte más débil de la relación jurídica, sin importar que sea ésta la que ocupe el rol del deudor o del acreedor. Estimamos, que es erróneo partir de la premisa que el deudor es siempre la parte más débil de la relación jurídica, lo que ha llevado acertadamente a algunos autores, a considerar el favor debitoris como una ambigua fórmula antigua9, inexplicable en nuestros días y que, aplicada en forma automática y sin previo análisis de la situación en concreto, puede ser generadora de soluciones injustas. No obstante estas ideas iniciales, advertimos la presencia del favor debitoris en el actual Código Civil y en el Proyecto de reforma de Código Civil y Comercial. Analizaremos algunas situaciones puntuales que advertimos en ellos, pero, previo a ello, debemos comenzar por el origen, para comprender en qué contexto histórico y normativo fue consagrado el “favor debitoris”. 7 GIANFELICE, MARIO C., “La interpretación de una regla de interpretación. La regla “favor debitoris””, La Ley 1985-D-1133. GIUFFRÈ, VINCENZO, “Il debitore favorito?”, en “Studi sul debito. Tra esperienza romana e ordinamenti moderno”, 2da. edición, Jovene, Nápoles, 1999, p. 173. 9 RESCIGNO, PIETRO, “Favor debitoris, ambiguità di una formula antica”, en “Debito internazionale. Principi generali del diritto” (Roma e America, Collana di studi giuridichi latinoamericani, a cura di Sandro Schipani), vol. 8, Cedam, Padua, 1995, p. 132. 8 3 II – EL “FAVOR DEBITORIS”: DEL DERECHO ROMANO A NUESTROS DÍAS Es incuestionable que en ninguna otra rama del Derecho Civil ha influido tanto el Derecho Romano como lo ha hecho en el ámbito de las Obligaciones10; la estructura, los principios y fundamentos de ellas se han elaborado a la luz de las ideas de los jurisconsultos romanos, y han permanecido casi inalterables por varios siglos, hasta nuestros días. Sin embargo, los cambios fundamentales más relevantes que ha experimentado la materia, se han producido en la concepción del vínculo (elemento esencial de la relación jurídica) y en la situación del deudor. No puede soslayarse que el verbo latino obligare (ob —alrededor—, ligare —atar—) reconoce su origen en tiempos remotos, mientras que el sustantivo jurídico obligatio surge en la época de la República (siglo I a. C.). Ha sido Justiniano quien incluyó en sus Institutas una definición de obligación que se atribuye a Papiniano: «obligatio est iuris vinculum quod necessitate adstringimur, alicuius solvendi rei, secundum nostrae civitatis iura» (3.13, pr.), que puede ser traducida como “la obligación es un vínculo jurídico que nos constriñe a pagar algo a otro, según el derecho civil”. En definitiva, más allá de cualquier traducción que se realice, en cualquier caso, la obligación constituye un vinculum iuris, es decir, una atadura jurídica, por la cual una de las partes (el acreedor) puede exigir a la otra el cumplimiento de una prestación de dar, hacer o no hacer alguna cosa. Lo cierto es que la Teoría de las Obligaciones, tal como lo acabamos de mencionar, reconoce su origen y desarrollo en el Derecho Romano, habiendo sufrido sólo pequeñas mutaciones y agregados a lo largo del tiempo, manteniéndose en la gran mayoría de los ordenamientos jurídicos de los países del derecho continental la esencia de la teoría general que elaboraron los romanos. La estructura de la obligación, pues, tal como fue concebida en Roma, no ha cambiado y mantiene su fidelidad en cuanto al modo de su nacimiento, modificación y extinción. 10 Véase el exhaustivo análisis que se efectúa, en ROGEL VIDE, CARLOS, “Favor debitoris –análisis crítico-“, edición conjunta entre Ed. Temis (Bogotá), Ed. Ubijus (México), Ed. Reus (Madrid) y Ed. Zavalía (Buenos Aires), 2010, ps. 21 y ss. 4 Sólo se han advertido cambios trascendentes en cuanto a la situación del deudor, a las fuentes de las obligaciones y al espíritu y finalidad de ellas, aunque nos interesa, a los fines del presente trabajo, detenernos en la primera. Respecto a la situación del deudor, es de destacar que en el Derecho Romano era común y frecuente la figura del nexum, por medio de la cual quien se obligaba a pagar en un plazo determinado entregaba en garantía su propio cuerpo. Constituía así el nexum una garantía, de modo tal que si el deudor no pagaba, podía ser puesto en prisión por el acreedor, quien tenía facultades de reducirlo a la esclavitud, venderlo e, inclusive, matarlo y descuartizarlo a fin de repartir su cuerpo en pedazos, si es que el deudor tenía varios acreedores. La opción era dramática: cumplir o morir, o ser esclavizado11. Actualmente, en cambio, no existe la prisión por deudas, y el deudor ya no responde con su persona sino tan sólo con su patrimonio y con las limitaciones impuestas por las leyes ordinarias y especiales. No cabe duda alguna, pues, que en ese contexto, donde ser deudor incumplidor podría a éste costarle su propia vida, o la pérdida de su libertad, el principio del favor debitoris hallaba su razón de ser y estaba plenamente justificado, ya que el derecho subjetivo que adquiría el acreedor en razón de la obligación, se erigía en un poder o señorío sobre la persona misma del deudor. Esta concepción subjetivista de la obligación alcanzó su punto máximo de expresión en el Derecho romano arcaico, en donde el cuerpo y la persona del deudor quedaban sujetos —en razón de la relación obligatoria— a los poderes del acreedor. En esta etapa del Derecho romano, existían dos instancias de la obligación bien diferenciadas: en la primera de ellas, el vínculo consistía en un sometimiento anticipado (nexum), que ponía en juego una potencial abdicación de la libertad por parte del deudor ante el eventual incumplimiento (per aes et libram), y una segunda etapa, luego del incumplimiento, en donde el vínculo se convertía en la sujeción material de la persona del deudor mediante la manus iniectio. Sin embargo, con la evolución del Derecho romano, las manus iniectio fueron sustituidas por las actio in personam, a través de las cuales el acreedor podría disponer de la persona y cuerpo del deudor en caso de que éste incumpliera con la prestación a que se había obligado 11 LÓPEZ MESA, MARCELO J., “Curso de derecho de las obligaciones”, Ed. Depalma, Buenos Aires, 2001, Tomo 1, p. 44. 5 (es decir, podría matarlo, reducirlo a la esclavitud a través de la addictio, etc.). De manera análoga y contrapuesta al mismo tiempo, el Derecho real era concebido como un poder de señorío de la persona sobre una cosa. Quizás por esta razón, no han sido pocos los autores que han sostenido que el favor debitoris no era más que una manifestación –en el Derecho Romano- del favor libertatis, ya que aquél influía en la interpretación de normas con el fin de hacer menos onerosas las limitaciones de la libertad del deudor, de cara al acreedor12. Con el tiempo, esta concepción subjetivista fue evolucionando, siendo sus principales cultores hacia el siglo XIX, SAVIGNY y W INDSCHEID. Estos juristas, si bien seguían concibiendo a la obligación como un cúmulo de poderes del acreedor, se apartaron de la concepción romanista al afirmar que éstos no podían hacerse valer sobre la persona del deudor sino tan sólo sobre determinados actos que sí quedan sometidos a dichos poderes del acreedor. De tal modo, expresaban que la esencia de la obligación se encontraba en la conducta del deudor, es decir, en la sustracción de determinados actos suyos de la esfera de su libertad y el sometimiento de ellos a la voluntad del acreedor. Así, las relaciones jurídicas podían recaer sobre personas o cosas, y en el caso de las primeras, mediante un dominio absoluto (v. gr., en el caso de la esclavitud) o mediante el sometimiento de determinados actos aislados (es el caso de la obligación). Había una voluntad dominante y una voluntad sometida. Esta postura subjetivista fue duramente criticada por la doctrina en general, puesto que estaba destinada a convertir a la persona del deudor en un “objeto” cuando su rol en la relación jurídica obligatoria es completamente diferente, ya que es uno de los sujetos de la obligación y si bien posee deberes como consecuencia de ello, también le asisten derechos de relevancia. 12 MOREIRA ALVES, JOSÉ C., “As normas de proteçâo ao devedor e o favor debitoris do direito romano ao direito latinoamericano”, en “Debito internazionale. Principi generali del diritto” (Roma e America, Collana di studi giuridichi latinoamericani, a cura di Sandro Schipani), vol. 8, Cedam, Padua, 1995, p. 116. En idéntico sentido: SCHIPANI, SANDRO, “Tasas de interés y valor del dólar como moneda de pago”, en www.derecho.uba.ar/institucional/proyectos/schipani2.pdf 6 En el Derecho moderno, por el contrario, nos encontramos con una concepción eminentemente patrimonial del vínculo, que desliga al incumplimiento de cualquier posibilidad de accionar sobre la persona del deudor, pudiéndose sólo efectuar la ejecución sobre su patrimonio. Este es el camino que han seguido los ordenamientos jurídicos europeos del siglo XIX, los cuales fueron aboliendo en forma paulatina la prisión por deudas (Francia en 1867, Alemania en 1868 e Inglaterra en 1869). Así, han sido muchos los autores quienes —críticos acérrimos de la postura subjetivista— han intentado fundar el derecho de crédito del acreedor en razones puramente objetivas, centrando el objeto de éste únicamente en el patrimonio del deudor y no ya en su persona. Sin embargo, estas doctrinas se han formulado y manifestado de diversas maneras. Sin profundizar en cada una de ellas, ya que excede el marco del presente aporte, mencionaremos las más relevantes: 1) En Alemania, IHERING ha concebido a la obligación como una “relación de patrimonios”, en donde el derecho subjetivo de crédito que posee el acreedor es aquel que tiende a la satisfacción de un interés privado, resultando ser la prestación a cargo del deudor solamente el medio idóneo para lograrlo. 2) Por otra parte, BRINZ ha basado su rechazo a la doctrina subjetivista, expresando que el comportamiento humano es libre y no puede ser coercible, ya que la persona del deudor podría ser objeto de señorío en dos sentidos: mediante el sometimiento físico (como ocurría en el Derecho romano arcaico) o respecto de su patrimonio. Concluía el jurista alemán, entonces, que lo único relevante para el Derecho es la responsabilidad patrimonial que le cabe al deudor y no su persona ni su deber de prestación. De tal modo, afirmaba que la obligación personal del deudor se mantiene solamente mientras pueda hacer frente con su patrimonio a las acreencias de terceros; así, el deber de prestación del deudor se manifiesta en una instancia previa a la etapa de responsabilidad. 3) La evolución de estas ideas se continuó en otros juristas europeos [SALEILLES, GAUDEMET, POLACCO], quienes comenzaron a considerar al crédito como un derecho sobre los bienes del deudor. A partir de ello, concibieron que el vínculo de la obligación se constituia entre dos patrimonios considerados como personalidades abstractas. 7 Si bien a estas posturas objetivas se les ha objetado que la relación jurídica no puede darse entre patrimonios sino sólo entre personas y que conforme a ellas sólo quienes tuviesen bienes podrían contraer obligaciones, tienen como mérito el separar tajantemente la prestación de la persona del deudor, lo cual explica que en las codificaciones modernas se permita la posibilidad del pago por una persona diferente de la que originariamente se había obligado, o bien, que la doctrina y la jurisprudencia acepten la transmisión de deudas pese a la ausencia de regulación expresa en nuestro país. Por último, para comprender la importancia que se le asigna al vínculo jurídico como elemento de la obligación en la modernidad, cabe referirse a la doctrina de la deuda y la responsabilidad. Esta línea de pensamiento se originó en Alemania a través del pandectismo del siglo XIX, siendo sus máximos cultores BRINZ y VON AMIRA, y luego se expandió por el resto de Europa, recibiendo buena acogida en otros países europeos, como Italia, en donde autores de la talla de POLACCO y PACCHIONI continuaron estas ideas. Ha sido BRINZ quien en 1874 advirtió que en la obligación, concurren dos factores: la deuda (schuld para los alemanes) y responsabilidad (haftung); el deber de prestación no era jurídicamente exigible sino se encontraba ligado un acto generador de garantía (responsabilidad). Estos son los dos tramos de la vida de la obligación, que hemos analizado ya anteriormente: la etapa de la deuda se desarrolla desde el nacimiento de la obligación hasta el incumplimiento, y la de la responsabilidad es la que se torna eficaz a partir de este último. En la etapa de la deuda, el deudor posee el deber jurídico de cumplir con la prestación asumida en la obligación, pudiendo administrar libremente su patrimonio con escasas restricciones (v. gr., si irregularmente realiza actos que intenten disminuir su caudal en fraude a los derechos de sus acreedores); en este tramo de la relación jurídica, el acreedor sólo puede controlar la gestión que efectúa el deudor de su patrimonio puesto que posee la expectativa de cobro de parte de éste. Ocurrido el incumplimiento de la prestación, se abre la etapa de la responsabilidad: en razón de ello, al decir de PACCHIONI, se transforma el derecho de 8 control que poseía el acreedor en un derecho de agresión patrimonial que se concreta sobre los bienes del deudor y que tiende a que el acreedor pueda emplear los mecanismos legales para obtener la ejecución específica de lo debido, o bien, ver satisfecha por equivalente la prestación incumplida por el deudor. En consecuencia, queda claro que el tramo correspondiente a la deuda es estático, puesto que el acreedor sólo tiene poderes de conservación sobre el patrimonio del deudor, que cumple así una función de garantía para su crédito. En cambio, en la etapa de responsabilidad, la relación se torna dinámica, puesto que el accipiens posee las herramientas legales necesarias para agredir el patrimonio del deudor a fin de poder satisfacer su interés. No obstante el lineamiento de esta doctrina que nos resulta apropiada, no podemos soslayar que Velez Sarsfield ha previsto en el Código Civil supuestos de deuda sin responsabilidad (como es el caso de las obligaciones naturales enumeradas en el art. 515 del Cód. Civil, con acierto eliminadas en el Proyecto de reforma del Código Civil y Comercial, puesto que no carecen de los elementos esenciales que permitan considerarla una verdadera obligación13). Estimamos, por nuestra parte, que no puede admitirse la posibilidad de que exista responsabilidad sin deuda, puesto que aquélla debe estar necesariamente respaldada por esta última. Se menciona erróneamente, sin embargo, como ejemplo de esta situación la que involucra al fiador o al tercero poseedor de una cosa hipotecada; no obstante ello, debemos aclarar que: en el caso del fiador, éste se ha obligado accesoriamente por un tercero, por lo cual también ha contraído una deuda que puede serle exigible (art. 2012, Cód. Civil); y en el caso del tercer poseedor de un inmueble hipotecado, éste sufre la ejecución por los efectos propios de la garantía hipotecaria, pero no porque exista un supuesto de responsabilidad sin deuda. Suelen mencionarse también supuestos de deuda con responsabilidad limitada, como es el caso de quien ha recibido la herencia con beneficio de inventario, puesto que el patrimonio del heredero en tal caso no se confunde con el del causante y responderá 13 Véase nuestra opinión sobre las obligaciones naturales, en: CALVO COSTA, CARLOS A., “Derecho de las obligaciones”, Ed. Hammurabi, Buenos Aires, T.1: “Teoría general de la obligación”, 2009, ps. 237 a 239. 9 sólo hasta la concurrencia del valor de los bienes que ha recibido de la herencia (art. 3371, Cód. Civil)14. En definitiva, en la actualidad la responsabilidad del deudor finaliza en su patrimonio, razón por la cual ya no están en juego ni su libertad ni su vida. Frente a ello, planteamos el siguiente interrogante: si han desaparecido las circunstancias que le brindaban su razón de ser al principio favor debitoris, ¿se justifica su presencia en la actualidad? III – LA CUESTIÓN EN EL DERECHO ARGENTINO: DEL CÓDIGO CIVIL DE VÉLEZ SÁRSFIELD AL ACTUAL PROYECTO DE REFORMA A) Si bien el Código Civil argentino, tal como lo hemos advertido precedentemente, no consagra expresamente el principio favor debitoris, como sí lo hace –en cambio- el Código de Comercio, no son pocas las normas en las cuales se hace presente y se manifiesta como tal. Analicemos algunos preceptos legales: - Con respecto a las obligaciones de dar cosas inciertas, el art. 601 Cód. Civil dispone que: “Si la obligación que se hubiese contraído fuere de dar una cosa incierta no fungible, la elección de la cosa corresponde al deudor”. - En cuanto a las obligaciones alternativas, el art. 637 Cód. Civil, determina que “En las obligaciones alternativas, corresponde al deudor la elección de la prestación de uno de los objetos comprendidos en la obligación”. - Por otra parte, en torno a las obligaciones mancomunadas y a la solidaridad, dispone el art. 701 la “no solidaridad”: “Para que la obligación sea solidaria, es necesario que en ella esté expresa la solidaridad por términos inequívocos (…) o que expresamente la ley la haya declarado solidaria”. - Con respecto a las obligaciones con cláusula penal, regula el art. 660 que: “Si el deudor cumple sólo una parte de la obligación, o la cumple de un modo irregular, o fuera del lugar o del tiempo a que se obligó, y el acreedor la acepta, la pena debe disminuirse proporcionalmente, y el juez puede arbitrarla si las parte no se conviniesen”. A su vez, el art. 656, in fine, determina que: “Los 14 CALVO COSTA, CARLOS A., “Derecho de las obligaciones”, T.1: “Teoría general de la obligación”, ob. cit., ps. 56 y 57. 10 jueces podrán, sin embargo, reducir las penas cuando su monto desproporcionado con la gravedad de la falta que sancionan, habida cuenta del valor de las prestaciones y demás circunstancias del caso, configuren un abusivo aprovechamiento de la situación del deudor”. - Al referirse al lugar de pago de la obligación, dispone el art. 747: “El pago debe ser hecho en el lugar designado en la obligación. Si no hubiese lugar designado, y se tratase de un cuerpo cierto y determinado deberá hacerse donde éste existía al tiempo de contraerse la obligación. En cualquier otro caso, el lugar de pago será el del domicilio del deudor al tiempo del cumplimiento de la obligación”. B) Veamos ahora qué establece el Proyecto de Código Civil y Comercial de la Nación, en situaciones similares: - Respecto a las obligaciones de género, dispone el art. 762 que “La obligación de dar es de género si recae sobre cosas determinadas sólo por su especie y cantidad. Las cosas debidas en una obligación de género deben ser individualizadas. La elección corresponde al deudor, excepto que lo contrario resulte de la convención de las partes”. - En cuanto a las obligaciones alternativas y a la elección, dispone el art. 780 con carácter general que: “Excepto estipulación en contrario, la facultad de elegir corresponde al deudor”. - El art. 828 determina con respecto a las obligaciones solidarias que “La solidaridad no se presume y debe surgir inequívocamente de la ley o del título constitutivo de la obligación”. - Con respecto a las obligaciones con cláusula penal, dispone el art. 798 que “Si el deudor cumple sólo una parte de la obligación, o la cumple de un modo irregular, o fuera del lugar o del tiempo a que se obligó, y el acreedor la acepta, la pena debe disminuirse proporcionalmente”. También el art. 794, en su segundo párrafo, determina que “Los jueces pueden reducir las penas cuando su monto desproporcionado con la gravedad de la falta que sancionan, habida cuenta del valor de las prestaciones y demás 11 circunstancias del caso, configuran un abusivo aprovechamiento de la situación del deudor”. - Respecto al pago, cuando el lugar no ha sido designado por las partes, establece el art. 874: “Si nada se ha indicado, el lugar de pago es el domicilio del deudor al tiempo del nacimiento de la obligación. Si el deudor se muda, el acreedor tiene derecho a exigir el pago en el domicilio actual o en el anterior. Igual opción corresponde al deudor, cuando el lugar de pago sea el domicilio del acreedor. Esta regla no se aplica a las obligaciones: a) de dar cosa cierta; en este caso, el lugar de pago es donde la cosa se encuentra habitualmente; b) de obligaciones bilaterales de cumplimiento simultáneo; en este supuesto, lugar de pago es donde debe cumplirse la prestación principal”. C) Pues bien, entendemos, por nuestra parte, que todas estas disposiciones normativas –que, desde ya, no son las únicas, sino algunas de las más significativas-, tanto del Código Civil de Vélez Sársfield, como así también, las correspondientes al Proyecto de Código Civil y Comercial de la Nación, sólo pueden explicarse y justificarse a partir del principio favor debitoris al que nos hemos estado refiriendo. Analicemos estos casos brevemente: En el caso de las obligaciones de género o, en las alternativas, en razón de la imperante autonomía de la voluntad de las partes, sabido es que los sujetos de la obligación pueden pactar libremente quién tendrá el derecho de elegir la prestación con la cual se va a llevar a cabo el cumplimiento. Pero, como hemos apreciado en las normas referidas, en caso de ausencia de convención alguna en torno a ello, el ius electionis le es atribuido al deudor. ¿Por qué razón? Algunos autores no hesitan en afirmar –ante normas similares en el derecho comparado- que ello es por aplicación del favor debitoris15, o por aplicación directa del principio que reza que “quien se obliga, se obliga a lo 15 CRISTÓBAL MONTES, ÁNGEL, “Las obligaciones alternativas”, José María Bosch editor, Barcelona, 1992, p. 59. Se refiere este autor al art. 1132.I del Código Civil español. 12 menos”16, razón por la cual se concede tal derecho al deudor, a fin de que pueda llevar a cabo el pago con la prestación menos gravosa a su patrimonio. En cuanto a las disposiciones normativas referidas anteriormente, que no presumen la solidaridad en las obligaciones mancomunadas, entendemos que ellas también pueden ser explicadas y justificadas a partir de la hegemonía del favor debitoris, al brindarle al deudor cierta protección patrimonial, ya que no responderá más allá del límite de la cuota parte de la deuda que ha asumido. De tal modo, a través de la regla general de la “no solidaridad”, el deudor estará legitimado para repeler cualquier acción de reclamo que pretenda ejecutarlo por más de la cuota parte de la deuda que le corresponde como deudor mancomunado. Es decir, no dudamos en afirmar que la solidaridad constituye un agravante de la situación del solvens17, razón por la cual el haberse determinado que la regla general, en una obligación de sujeto plural, sea que ésta es simplemente mancomunada, resulta beneficioso para los intereses del deudor, limitando su responsabilidad frente a los acreedores. En razón de lo dispuesto en el Código Civil de Vélez Sársfield y en el nuevo Proyecto de Código Civil y Comercial, en torno a las obligaciones con cláusula penal, cuyas normas hemos transcripto precedentemente, debemos destacar que el juez tiene la facultad de disminuir la pena a cumplir por el deudor. Esto sólo puede justificarse por razones de equidad y a fin de evitar situaciones de injusticia en las cuales se pueda ver involucrado un deudor que ha cumplido parcialmente con la prestación asumida. ¿Por qué entendemos que estas normas habrían de ser interpretadas como beneficiosas para el deudor? Porque se aplicarían también en supuestos de cláusulas penales compensatorias, es decir en aquellas que son previstas por las partes para el supuesto de un incumplimiento absoluto y total de la obligación, por lo cual el monto previsto en ella sustituye al id quod interest y a cualquier otra liquidación de daños derivada del incumplimiento. Por ende, ante el supuesto de 16 ALBALADEJO, MANUEL, “Derecho civil II. Derecho de las Obligaciones”, Volumen primero: “La obligación y el contrato en general”, José María Bosch editor, Barcelona, 1994, p. 41. 17 En similar sentido: DÍEZ-PICAZO, LUIS, “Fundamentos de Derecho civil patrimonial”, Volumen II: “Las relaciones obligatorias”, 6ta. Edición, Civitas, Madrid, 2008, ps. 170 y ss; GIORGI, JORGE, “Teoría de las Obligaciones en el Derecho Romano”, Ed. Imprenta de la Revista de la Legislación, Madrid, 1909, T. I, p. 127. 13 cumplimiento parcial aceptado por el acreedor, no se aplica la cláusula penal pactada en forma automática, sino que el magistrado podrá reducirla proporcionalmente de modo equitativo. Por último, dentro de los casos puntuales que hemos elegido a modo de ejemplo, es de destacar que tanto en el Código Civil como en el Proyecto de reforma, se establece que en ausencia de pacto sobre el lugar de pago de la obligación, éste será el domicilio del deudor. Estimamos que ello constituye una notable ventaja para el solvens, sólo justificada a partir del favor debitoris – como también lo afirma LACRUZ BERDEJO18-, ya que provoca que sea el acreedor quien deba movilizarse para requerir el pago, y además le evitaría al deudor incurrir en cualquier otro tipo de gastos (vgr. transporte, seguro, etc.) para poder efectuar el pago en otro lugar que no fuera su domicilio, ante la ausencia de convención en contrario. Recordemos que el Código Civil argentino nada dispone al respecto, por lo cual la regla general es que las partes pueden pactar libremente quién los asumirá en caso de que ellos se originen (arg. art. 1197 CC)19. IV – ANTECEDENTES EN LA DOCTRINA Y EN LA JURISPRUDENCIA NACIONAL. NUESTRA OPINIÓN No soslayamos que este tema ya ha sido motivo de tratamiento en las X Jornadas Nacionales de Derecho Civil, celebradas en Corrientes en 1985, en donde se aprobó por mayoría un despacho que sostenía que “la regla del favor debitoris es un precepto residual que debe ser entendido en el sentido de la parte más débil del contrato. En caso de que no exista una parte notoriamente más débil, la interpretación debe favorecer la mayor equivalencia de las contraprestaciones”. También se concluyó en dicho evento científico, con acierto, que “la regla favor debitoris no se 18 LACRUZ BERDEJO, JOSÉ L, “Derecho de Obligaciones”, t. II, vol. I, “Parte general. Teoría general del contrato”, ob. cit., p.145. 19 No soslayamos, sin embargo, que, por aplicación analógica de otras normas contenidas en el Código Civil argentino, tales como los arts. 765, 1415, 1515, y 2224 CC, puede concluirse que ante la ausencia de convención expresa al respecto, los gastos para hacer un pago son siempre a cuenta del deudor. Así también lo deja traslucir el Codificador en la parte final de la nota al art. 3767 CC, y es opinión mayoritaria en la doctrina argentina Por ello, entendemos, es de práctica habitual y corriente que sea fijado en las obligaciones el domicilio del acreedor como lugar de pago. 14 aplica a las obligaciones que tienen su origen en un hecho ilícito”, ya que, estimamos, siempre habrá de estarse en pos de la protección de la víctima del daño. De tal modo, se advierte, que el despacho mayoritario le asigna a la regla favor debitoris un carácter residual, aplicable únicamente en caso de fracaso de cualquier otra tarea interpretativa, ya que para algunos autores, en la interpretación de los contratos se debe tratar de lograr primero -siempre dentro de la ley y la justicia-, la equivalencia de las prestaciones, colocando a las partes en la situación más aproximada a la igualdad, intentando mantener vivo el acto jurídico a través de la búsqueda de su máximo significado útil, y, sólo se alcanza tal cosa, acordando validez a las cláusulas ambiguas20, siempre que no lesionen los principios consignados en el art. 953 del Cód. Civil, que regla el objeto-fin social del acto jurídico. En este último sentido parecieran están orientadas las siguientes normas sobre interpretación de los contratos que están contenidas en el Proyecto de Código Civil y Comercial: - Art. 1066: Principio de conservación. “Si hay duda sobre la eficacia del contrato, o de alguna de sus cláusulas, debe interpretarse en el sentido de darles efecto. Si esto resulta de varias interpretaciones posibles, corresponde entenderlos con el alcance más adecuado al objeto del contrato”. - Art. 1068: Expresiones oscuras. “Cuando a pesar de las reglas contenidas en los artículos anteriores persisten las dudas, si el contrato es a título gratuito se debe interpretar en el sentido menos gravoso para el obligado y, si es a título oneroso, en el sentido que produzca un ajuste equitativo de los intereses de las partes”21. Aquí, en la última norma, vemos que el favor debitoris subyace con mucha fuerza en el contrato a título gratuito, pero se desvanece –acertadamente según nuestro parecer- en los contratos a título oneroso, en donde la interpretación de la cláusula contractual debe ser realizada de modo tal que logre el resultado más 20 LEZANA, MARIO H., “La regla “favor debitoris” y las X Jornadas Nacionales de Derecho Civil”, La Ley 1985-D, 916. Este es el mismo criterio que utiliza, vgr. el art. 1371 del Código Civil italiano: “Qualora, nonostante l'applicazione delle norme contenute in questo capo (1362 e seguenti), il contratto rimanga oscuro, esso deve essere inteso nel senso meno gravoso per l'obbligato, se è a titolo gratuito, e nel senso che realizzi l'equo contemperamento degli interessi delle parti, se è a titolo oneroso”. 21 15 equitativo a los intereses de las partes contratantes y a la reciprocidad, antes que a la liberación del deudor22. Sin perjuicio de estas últimas disposiciones legales, casi treinta años después, seguimos apreciando en el Proyecto de Reforma normas que colocan al deudor en una postura ventajosa con respecto al acreedor, como las que hemos analizado precedentemente. Ahora bien, ¿esto se justifica? Estimamos que no. A priori, consideramos que debe dejarse de lado definitivamente el favor debitoris, ya que, como hemos visto a lo largo del presente trabajo, ha ido perdiendo su razón de ser. En la actualidad, los deudores son muchas veces entidades bancarias o financieras23, empresas de servicios, o bien, operadores económicos que efectúan contrataciones ventajosas, asumiendo el carácter de deudores. Basta para ello detenerse en aquellas situaciones que hemos analizado precedentemente, para comprender que la palabra deudor no identifica necesariamente a la parte más débil de la relación jurídica, como ocurría en el Derecho Romano. Hemos mencionado precedentemente el supuesto de las obligaciones alternativas, y no podemos de dejar de coincidir con algunos autores modernos que han tratado este tema, quienes sostienen que –frecuentemente, en la actualidad- el acreedor (y no el deudor) suele ser la parte más débil en este tipo de obligaciones, ya que usualmente los grandes oferentes de prestaciones alternativas son grandes corporaciones de seguros o de servicios24, las que se brindan y comprometen en el marco de contratos de adhesión. Así, pues, ninguna duda nos asiste que no siempre el deudor es quien se encuentra en una situación de debilidad e inferioridad que merezca una particular protección por el ordenamiento jurídico, y que la férrea aplicación interpretativa, en situaciones como éstas, del favor debitoris, puede derivar en consecuencias injustas para el contratante más débil25. Algunos autores, a fin de 22 En sentido similar: ALEGRÍA, HÉCTOR, “La interpretación de los contratos en el derecho argentino”, La Ley 2005-E, 952. HINESTROSA, FERNANDO, “La tutela del derecho de crédito y el favor debitoris a la luz del Derecho privado colombiano, en “Debito internazionale. Principi generali del diritto” (Roma e America, Collana di studi giuridichi latinoamericani, a cura di Sandro Schipani), vol. 8, Cedam, Padua, 1995, ps. 162 y 163. 24 RAMS ALBESA, JOAQUÍN, “Comentario del Código civil”, Tomo II, Ministerio de Justicia, Secretaría General Técnica, Centro de Publicaciones, Madrid, 1991, Comentario al artículo 1132.I, p. 113. 25 DE LA CUESTA, JOSÉ M., “Las obligaciones alternativas”, Revista de Derecho Privado, Madrid, 1984, ps. 14 y ss. 23 16 poner a salvo las situaciones de injusticia que pueden llegar a darse en los contratos de adhesión si se acude al favor debitoris, han propuesto otras normas interpretativas, como la regla contra stipulatorem –la cual tampoco está consagrada expresamente en nuestro derecho- y que significa que en los contratos por adhesión y los contratos tipos, las cláusulas de significado dudoso deben interpretarse en contra de quien las ha formulado26. Este es el criterio interpretativo que utiliza el art. 1370 del Código Civil italiano27, y halla su fundamento en la responsabilidad que le cabe a quien formula la cláusula, ya que si ha sido ambiguo debe asumir las consecuencias de la ambigüedad. Han existido algunos fallos aislados en nuestra jurisprudencia –a lo largo de los años- que se han orientado en este mismo sentido, que no por ello deben quedar en el olvido, sino que, por el contrario, merecen recordarse: “El principio "favor debitoris", consagrado en el art. 218 inc. 7º del Cód. de Comercio, reposa no tanto en la defensa del deudor sino en la de quien asume el rol más débil en la relación”. (Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, sala B • Figowy, Alberto S. c. Universal Assistance S.A. • 18/11/1997 • LA LEY 1998-F , 153 • AR/JUR/193/1997) “La ley 24.240 ha establecido como regla obligatoria de interpretación que en caso de duda se estará siempre a la interpretación más favorable y menos gravosa para el consumidor (arts. 3º y 37), recurriendo, en pos de tutelar a los consumidores y usuarios en sus relaciones contractuales, a una moderna aplicación de la regla "favor debitoris", vale decir que para interpretar las obligaciones de los usuarios, debe echarse mano a dicho principio entendido como "favor al débil", siendo dicho principio orientador insoslayable para interpretar la ley, atento al carácter de orden público que ostenta la norma en análisis -art. 65, ley 24.240-“. (Juzgado de 1a Instancia en lo Civil y Comercial Nro. 3 de Quilmes • 26 POTHIER, ROBERT J., “Tratado de las obligaciones”, trad. de la edición francesa de 1824 de M. C. de las Cuevas, Ed. Heliasta, Buenos Aires, 1978. Destaca que “en caso de duda, una cláusula debe interpretarse contra aquel que ha estipulado alguna cosa y en descarga del que ha contraído la obligación (…) al acreedor debe imputarse el no haberse expresado mejor”. CASIELLO, JUAN J., “La regla de interpretación ´favor debitoris´”, La Ley 1985-C, 1227, quien afirma que no hay contradicción entre el “factor debitoris” y la interpretación a favor de la parte más débil del contrato, ya que ambos pueden funcionar armónicamente. Así, agrega, “la regla "favor debitoris", no será aplicable en esos contratos por adhesión en pro de la parte predisponente, que lejos de ser "la parte más débil del contrato" se ha constituido de entrada en la parte más fuerte al punto de que fue quien "predispuso" las condiciones contractuales. Y entonces la interpretación ha de ser en contra del predisponente y a favor de quien se ha limitado a adherir a las condiciones ya elaboradas que se le presentaban”. 27 Art. 1370: Interpretazione contro l'autore della clausola. “Le clausole inserite nelle condizioni generali di contratto (1341) o in moduli o formulari (1342) predisposti da uno dei contraenti s'interpretano, nel dubbio, a favore dell'altro”. (Interpretación contra el autor de la cláusula. “Las cláusulas insertas en las condiciones generales del contrato o en formularios dispuestos por uno de los contratantes se interpretan, en casos de duda, a favor del otro"). 17 Parody, Alejandro A. c. Telefónica de Argentina S. A. • 29/12/1997 • LLBA 1998 , 447 con nota de Gabriel Stiglitz y Guillermo Solsona • AR/JUR/1837/1997). “El principio "favor debitoris" no debe ser asumido en su cruda literalidad favorable al deudor, sino más bien en sentido favorable a la parte más débil -en el caso se condenó a la empresa de seguros de caución a pagar la indemnización respectiva- , que en la contratación con empresarios es desde luego la parte no empresaria”. (Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, sala B • Rodríguez Salaberry, Judith O. y otro c. Seguridad Coop. de Seguros Ltda. • 25/11/2002 • RCyS 2003 , 595 • AR/JUR/5629/2002) “El asegurador a prima fija no puede hacer valer la cláusula de suspensión de la cobertura por falta de pago si aceptó sin reservas un pago extemporáneo y no alegó conducta fraudulenta del asegurado, pues la interpretación literal de tal cláusula -predispuesta y sujeta, por ende, al principio "contra proferentem"- sería abusiva según art. 1071 del Cód. Civil, contraria a la buena fe y al principio "favor debitoris" -art. 218, inc. 7°, Cód. de Comercio, entendido como favor por la parte más débil-, máxime si la exigibilidad de la prima se había subordinado a la entrega de la póliza y ésta tampoco se verificó en tiempo oportuno”. (Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial, sala B • Randle, Julián c. El Comercio Cía. de Seguros a Prima fija • 30/06/2003 • LA LEY 2003-E , 447 • LA LEY 2004-C , 739 con nota de Domingo M. López Saavedra • JA 2004-I , 693 • AR/JUR/1034/2003). “Tanto las cláusulas contractuales como las establecidas por la vía legal o reglamentaria deben ser siempre interpretadas "favor debitoris", que en el supuesto de cuestiones referidas a la salud de las personas se traduce en la fórmula más abarcativa de "favor debilis" -en el caso, se hizo lugar a una acción de amparo ordenando a una prepaga a reincorporar a una afiliada anterior que era diabética insulino dependiente- en el sentido de protección de la persona vulnerable, de lo cual se infiere, claramente, que la autonomía de la voluntad, principio rector de los contratos privados, debe conciliarse con la protección de valores y derechos fundamentales, que interesan al orden público, como acaece de manera particular con la salud”. (Juzgado en lo Criminal y Correccional Nro. 1 de Transición de Mar del Plata • Mauri, Andrea C. • 03/10/2003 • DJ 2004-2 , 537 • AR/JUR/5238/2003). En definitiva, coincidimos con CASTÁN VÁZQUEZ en cuanto a que sería peligroso entender que rige el favor debitoris con carácter general, ya que los 18 tribunales no pueden inclinarse tan fácilmente hacia la resolución del contrato28. Pero, sin embargo, en situaciones de dudas interpretativas, estimamos -y proponemos- que debe centrarse definitivamente el foco del análisis en el “favor debilis”, sin importar quien revista el carácter de acreedor o de deudor en la relación obligacional, y que en este sentido deben orientarse las normas jurídicas. Así, cuando se proteja al deudor con el favor debitoris, es precisamente porque se lo considera la parte más débil de la obligación. Y, a todo evento, cuando se verifique que no existe una parte más débil que otra en la relación jurídica, cualquier interpretación debería hacerse en el sentido más equitativo para los intereses de los contratantes. Esta tendencia moderna, en la que se enmarca el favor debilis, se verifica en el derecho actual, como ocurre en el caso de la Ley de Defensa del Consumidor, en donde se ha desarrollado un estatuto protectorio particular a la tensión entre fuertes y débiles29. Por ende, aquel favor debitoris que protegía al deudor de la posible pérdida de su libertad o de su vida, debe mutar definitivamente a favor debilis, como herramienta de equiparación del desnivel que pueda manifestarse en las relaciones jurídicas patrimoniales. Resultaría, pues, interesante, que esto que fue tratado por la doctrina argentina y aprobada de lege ferenda en un evento científico hace casi treinta años, sea consagrado expresamente en el ordenamiento jurídico nacional. Y así, entendemos, se evitarán situaciones de injusticia no deseadas, pero en las cuales se pueden incurrir, efectuando interpretaciones literales de los textos legales. 28 CASTÁN VÁZQUEZ, JOSÉ M., “El “favor debitoris” en el derecho español”, Anuario de Derecho Civil, Madrid, 1961, T. IV, p. 838. 29 Véase el interesante artículo de CHABAS, FRANÇOIS, “No hay que proteger al consumidor, sino al débil”, La Ley, Supl. Act. 19/11/2009, en donde expresa que: ”La persona que hay que defender no es el consumidor, es el débil (…) Si tenemos que aceptar una ley en este sentido, creo que a veces es también interesante tener alguna protección, no para una clase, pero sí para un tipo de gente y yo creo que si nosotros tenemos que adoptar este tipo de ley, sería preciso proteger al débil”. 19