KASHGAR, ENCRUCIJADA DE CONFLICTOS EN LA RUTA DE LA SEDA Kashgar, la puerta china de conexión con Asia Central de la más conocida de las rutas comerciales de la antigüedad, la Ruta de la Seda, se enfrenta hoy a un destino cuando menos incierto. Tras más de dos mil años de historia, esta ciudad de la región autónoma china del Xinjiang está viendo desaparecer gran parte de su barrio antiguo, con casas de más de 500 años, bajo las piquetas de los planificadores de Pequín, preocupados oficialmente por las consecuencias de los terremotos en calles estrechas y viviendas deficientes. Los últimos estallidos étnicos en la región autónoma entre ciudadanos de la minoría musulmana uigur y de la etnia mayoritaria en todo el país, los han, contribuyen también a dibujar un horizonte tan turbio en Kashgar como lo es su cielo cuando sopla el viento procedente del cercano desierto del Taklamakan. La ciudad oasis ha vivido en las últimas semanas en un estado de sitio permanente, tomada por el ejército tras los graves disturbios registrados a principios de julio en la capital de la región autónoma, Urumqi, entre miembros de la minoría uigur y de la mayoría china han, que se saldaron oficialmente con 197 muertos, más de 1700 heridos y unos 1600 detenidos. El mayor estallido de tensión étnica en la zona de los últimos 40 años pasó con mucha menos virulencia por Kashgar, en donde el incidente más destacado se produjo el 6 de julio cuando dos centenares de manifestantes fueron dispersados por la policía ante la principal mezquita de la ciudad. Sin embargo, a partir de entonces por las calles de este viejo enclave de la Ruta de la Seda han desfilado de forma constante, a pie y en camiones, los soldados enviados desde Pequín para poner orden en la tierra de una de las minorías que más dolores de cabeza produce actualmente al gobierno chino. Los uigures son un grupo étnico turco que profesa la religión musulmana con un idioma propio que se escribe con la grafía árabe. Sus rasgos faciales no tienen mucho que ver con los de un chino, y su religión y sus costumbres son claramente diferentes. Los uigures tienen más nexos culturales con otros pueblos que habitan el Asia Central, como uzbecos, tadjikos, kazhakos o kirguizes -pueblos también túrquicos - que con los chinos. Hasta no hace mucho, los uigures eran la población mayoritaria en la región, pero una de las políticas de Pequín para diluir esa superioridad ha sido el envío masivo de inmigrantes de la etnia china mayoritaria, los han. Hoy en día, los han suponen prácticamente la mitad de la población en Xinjiang, diluyendo las ansias independentistas de la ya minoría local y controlando una zona rica en petróleo y gas natural. Desde los años noventa, una serie de atentados, levantamientos, sublevaciones y enfrentamientos en la capital, Urumqi, y en ciudades como Yining, Hotan o la propia Kashgar han encendido la luz de alarma en el gobierno chino. Durante los pasados Juegos Olímpicos de Pequín, en el 2008, los independentistas uigures ya consiguieron llamar la atención con algunos atentados en Xinjiang. Por tanto, los de este verano no son sucesos aislados aunque sí los más graves de las últimas cuatro décadas. Las autoridades chinas consideran este asunto un problema para la unidad nacional al menos del mismo calibre que el más internacionalmente conocido del Tíbet. El riesgo para Pequín son las conexiones que el movimiento uigur pueda establecer con el mundo musulmán radical, a través especialmente de Tadjikistan o Afganistán, y presiona a menudo para que los países de Asia Central detengan a los líderes uigures que allí se cobijan. En los últimos años, los arrestos y las ejecuciones sumarias no han sido extraños en Xinjiang. Buena parte de la oposición en el exilio se encuentra, sin embargo, en Europa o Estados Unidos. Llegar a Kashgar La ciudad oasis revive hoy el pasado comercial que la ha caracterizado durante siglos. Tras el aislamiento impuesto durante más de tres décadas por el enfrenamiento sinosoviético, a partir de los años noventa las mercancías y las ideas han vuelto a circular con fluidez por Asia Central y han devuelto parte de la prosperidad perdida a sus habitantes. La matriz de las vías de comunicación alrededor del punto neurálgico que hoy, como hace más de mil años, sigue siendo Kashgar es la misma. Ya entonces los dos ramales de la Ruta de la Seda que por el norte y por el sur rodeaban el desierto del Taklamakan convergían en esta ciudad. Desde allí los viajeros se distribuían bien hacia el sur -para llegar a la península indostánica tras cruzar las cumbres del Karakorum- o bien hacia occidente, por la temible cordillera del Tian Shan con sus picos de cinco mil metros de altura de media y que pueden llegar hasta más de siete mil. La enorme muralla natural divide ahora los territorios de la República Popular China y de Kirguizistán. De hecho, aún hoy sólo existen dos pasos para atravesar dicha frontera, ambos en muy mal estado por las lamentables carreteras que los recorren, y sólo abiertos durante el verano debido a las condiciones climatológicas de la zona. Mientras hacia el sur, la denominada Autopista del Karakorum facilita el comercio con Pakistán, en Kirguizistán, lo que en tiempos soviéticos fue una vía asfaltada que conducía a la frontera china a través del Irkestam Pass es hoy un camino destrozado por las inclemencias del invierno, las lluvias y el constante paso durante el estío de innumerables camiones de gran tonelaje. Años de total descuido han conducido a la conversión de lo que fue una carretera nacional en un camino de tierra plagado de baches. Algo más hacia el norte, la otra ruta entre ambos países, el Torugart Pass, a más de 3700 metros de altitud, está en similares condiciones. En este caso, además, en el lado chino el camino, muy controlado por el ejército, tampoco está asfaltado. Estas infames vías de comunicación recuerdan las que pudo haber hace siglos cuando la zona era transitada por las caravanas de los comerciantes de la Ruta de la Seda. Pero como entonces, hoy el ir y venir de mercancías tampoco cesa ni a pesar de la dificultad del tránsito. Ahora son los camiones chinos cargados de los más variados productos de su país en ruta hacia los bazares de Asia Central los que reviven en estos meses de buen tiempo a sus antepasados camelleros. Sólo muy de cuando en cuando se ve circular también algún camión kirguiz con chatarra en dirección hacia los altos hornos chinos necesitados de materia prima para fabricar acero. Sorprende incluso que camiones de hasta 38 toneladas, algunos con remolque suplementario, se aventuren en vías así. Sin embargo el negocio debe ser importante porque el gobierno de Pequín, viendo la ineficacia de su homólogo kirguiz, ha acordado y emprendido la reforma de la maltrecha carretera del Irkestam Pass y a lo largo del centenar interminable de kilómetros tiene desplegados incontables operarios con maquinaria pesada que todavía entorpecen más el paso ya que la obra no se hace por tramos, sino en toda su extensión, y prácticamente sin señalizar. Por ahora, tan sólo en los kilómetros finales se vislumbra algo de asfalto. Para llegar desde Kirguizistán hasta Kashgar por estos caminos es necesario ahora pasar un farragoso trámite fronterizo que se puede demorar hasta cinco horas, y luego superar tres controles más del ejército en los casi 200 kilómetros de carretera que llevan de la frontera hasta la ciudad, atravesando una importante zona minera. A la entrada de Kashgar, los puestos de vigilancia atendidos por soldados del ejército regular bien pertrechados de material antidisturbios sorprendían este verano al recién llegado. Los turistas eran inmediatamente conminados a no hacerles fotografías. Los que desobedecen la indicación, como sucede con un grupo de franceses, reciben al poco tiempo la orden de la policía local de borrar de sus cámaras las fotografías que han tomado de las patrullas militares en el centro de la ciudad. Pequín ha permitido con ciertas restricciones informar de los disturbios sucedidos en la región a los medios internacionales, pero no ha relajado ni un ápice su tradicional política de control en estos casos, que incluye desde esa vigilancia de los grupos de turistas hasta los cortes de las líneas internacionales de telefonía o de internet. Ciudad estratégica durante siglos La historia de la ciudad de Kashgar ejemplifica bien su posición estratégica y su relación con el mundo sínico. Conquistada por primera vez por los chinos durante la dinastía Han (202aC-220dC), fue saqueada después por los hunos. Volvió a manos chinas en el siglo VII, durante la dinastía Tang, en uno de los períodos de esplendor de la Ruta de la Seda. Los Tang volverían a perderla tras aliarse sus habitantes turcos con tropas de origen árabe. Desde entonces y hasta el siglo XIII la ciudad fue independiente, hasta que los mongoles la conquistaron. Un siglo después la arrasó Tamerlán y los chinos no la reconquistaron hasta el siglo XVIII, mil cien años después de su última presencia. Por aquí pasaron mercancías e ideas que marcaron el mundo: la seda, la cerámica, el té, el papel, el Zoroastrismo, el Nestorianismo, el Budismo, el Islam... En 1865, el caudillo local Yakub Beg expulsó de nuevo las tropas imperiales chinas y creó en el oasis un estado independiente que fue escenario del “Gran Juego” diplomático entre rusos e ingleses, en conflicto por la zonas de influencia en Asia Central adyacentes a sus dominios (hoy, los edificios de las embajadas rusa y británica que fueron testigos que aquella partida sobreviven convertidas en sendos hoteles). En varias ocasiones China volvió a recuperar, controlar y perder de nuevo el territorio, que incluso llegó a ser independiente justo antes de que las tropas comunistas de Mao llegaran a mediados del siglo XX para quedarse hasta hoy en esta tierra que rebautizaron como Xinjiang o Nueva Provincia. Kashgar tiene desde hace al menos dos décadas una doble vida. Las relaciones en la ciudad entre los han y los uiugures son casi inexistentes. Los miembros de ambas etnias viven en barrios separados y sus hijos e hijas estudian en colegios diferentes. En estos pasados días difíciles, se ha tendido a alojar a los grupos de turistas en la zona china de la ciudad, supuestamente “a salvo” de cualquier peligro –más imaginario que real- que pudiera suponer aventurarse en las estrechas callejas del barrio antiguo habitado por uigures. Cada domingo, Kashgar aloja en la parte noreste uno de los mayores mercados de Asia Central, especialmente conocido por las transacciones de animales vivos que allí se realizan. Miles de personas suelen transitar por la zona para comprar o vender ovejas, vacas, terneros, corderos, caballos, mulas o cabras. Muchas otras mercancías aprovechan el tirón de este gran bazar al aire libre para formar sus propias zonas de negocio alrededor del gran recinto reservado a la feria ganadera semanal. Los incidentes de principios de julio también han afectado al famoso bazar. En los siguientes domingos el ejército hizo un despliegue aún más intenso del observado el resto de los días, con el objetivo de restringir el acceso a la zona y prevenir así cualquier opción de altercados. El primer domingo tras los incidentes, el acceso al mercado fue muy restringido. Sólo las mujeres podían llevar sus mercancías a la venta; a los hombres que intentaban entrar en la ciudad procedentes del campo se les impedía superar los controles de acceso a Kashgar desplegados por el ejército. En las siguientes semanas esos controles ya no eran tan severos, pero aún así la actividad seguía resintiéndose. Cualquier método sirve para reconducir esta complicada situación social. Al control policial, reforzado cuando es necesario por el ejército, se añaden estas semanas vehículos con altavoces que lanzan mensajes de unidad y tolerancia. En una de las plazas principales de la ciudad, una de las mayores estatuas de Mao que todavía se conservan en China señala con un brazo extendido hacia el horizonte, mientras a sus pies, una pancarta de letras blancas sobre fondo rojo reza, en uigur y chino, un extenso lema patriótico: “Reforzar la unidad nacional, oponerse a la división de la nación, salvaguardar una sociedad estable, construir en común una patria feliz”. En otro lado no muy alejado de la misma plaza, una enorme pantalla emite una y otra vez una versión interesada de los altercados sucedidos recientemente en la ciudad. Lo mismo sucede en varios de los canales de televisión que se pueden sintonizar en la zona. Un punto especialmente sensible en Kashgar desde los incidentes ha sido la mezquita de Id Kah, que data del siglo XV y es una de las mayores de China. Puede albergar hasta 10.000 fieles y domina la plaza central de la ciudad antigua con su gran puerta rectangular flanqueada por dos altos minaretes. Los viernes en la hora del rezo se convierte en el centro de la vida de los musulmanes de Kashgar. La mezquita y la plaza fueron el centro neurálgico de las protestas de hace unas semanas en la ciudad y por ello fue clausurada durante algunos días por las autoridades en el que se ha convertido en el sexto cierre del recinto sagrado en sus casi seiscientos años de historia. De nuevo abierta ya a los fieles, en su flanco izquierdo y cubiertos por espesos plataneros de sombra, un centenar de soldados con material antidisturbios y vehículos con mangueras de agua a presión montaba guardia día y noche para disuadir a la población de cometer nuevos actos hostiles. Perder las señas de identidad La crisis económica mundial no parece haber golpeado fuerte en Kashgar. Para muchos de sus habitantes seguramente puede ser más dramática este verano la caída del turismo que pueda derivarse de la inseguridad en la zona. La ciudad vive del comercio y los servicios, del transporte de mercancías desde y hacia Asia Central o Pakistán, y en el caso de buena parte de los uigures también de las pequeñas manufacturas y artesanías que hacen en sus casas-taller del barrio antiguo. En la práctica, para estos últimos está vetado el acceso a determinados empleos de la función pública y del ejército, y lo más común es que trabajen por su cuenta en sus casas, que al mismo tiempo se convierten muchas veces en taller e incluso en local comercial. Por ello, el plan del gobierno central de remodelar todo el casco antiguo de la ciudad influye aun más en sus vidas. Kashgar está situada en una zona de especial peligro sísmico. Hace un año, en la frontera entre China y Kirguizistán a sólo doscientos kilómetros de distancia, un terremoto de algo más de 6 grados borró del mapa un pequeño pueblo kirguiz. Los supervivientes aún viven en grandes contenedores de transporte, incapaces todavía de recuperar edificaciones más humanas. Ante esta amenaza real, las autoridades locales y de Pequín han ideado un plan que convertirá prácticamente en historia lo que algunos expertos consideran uno de los mejores ejemplos conservados en Asia de una ciudad islámica tradicional. Miles de familias uigur viven en este gran barrio de calles estrechas y laberínticas en sus viejas casas de adobe, ladrillo y madera, algunas con aspecto muy deteriorado o sin servicios básicos como el agua o la electricidad, otras con más de cinco siglos de antigüedad. Suele ser una medida aconsejable para no perderse el pasear por esas callejuelas con el servicio oficial de guías que ofrece el municipio. El nuestro nos explica la intención del plan urbanístico de ensanchar las calles y reparar las casas en mal estado con materiales más seguros, pero se olvida de especificar que eso será sólo en el 15 % del casco antiguo que sobrevivirá a la piqueta. El resto ya ha empezado a desaparecer para ser substituido por réplicas con materiales actuales en el mejor de los casos, o simplemente por apartamentos y edificios modernos. Un paseo por esas callejuelas de modestas casas de no más de dos o tres pisos de altura salpicadas de cuando en cuando por las mezquitas de rigor da la razón a los argumentos gubernamentales: un incendio o un terremoto seguramente ocasionaría muchos muertos en un barrio como éste en donde la mera entrada de un camión de bomberos es una quimera. Sin embargo, tras la decisión de Pequín se vislumbran también otros motivos y otras consecuencias: desde la destrucción del patrimonio histórico y cultural de la etnia uigur hasta la disgregación de sus habitantes y la eliminación de una zona de la ciudad de difícil de control actualmente para una fuerza policial. Más aún, la demolición eliminará buena parte del atractivo turístico de una ciudad milenaria que reivindica su papel histórico en la Ruta de la Seda, pese a que Pequín no quiere incluirla en el plan internacional que prepara Naciones Unidas para declarar Patrimonio Mundial los principales puntos del histórico trazado comercial. Hay quien considera que éste es el tercer saqueo importante que sufrirá Kashgar, tras los de Gengis Khan y Tamerlán... Los esfuerzos del gobierno de Pequín para reducir los desequilibrios territoriales en el país, redistribuir la riqueza derivada de la modernización de las últimas décadas y poner en explotación recursos energéticos como los que posee la región autónoma de Xinjiang tienen a veces un precio muy alto. Kashgar está hoy, de nuevo, en la línea de fuego de la historia. Enric Gil Meseguer 27-08-09 Si desea publicar este artículo, póngase en contacto con egil@catalonia.net