superyo Los niños y la muerte Aprender a decir adiós Cuando a los más pequeños les toca enfrentar la desaparición física de un ser querido, hay que decirles la verdad y ayudarlos a expresar sus sentimientos a través del diálogo y el amor / teresa de vincenzo Lorena perdió a su padre cuando tenía tres años. Con el impacto de la noticia y los preparativos del velorio, los adultos pasaron por alto el deambular de la pequeña, quien –con la única idea de acompañar a su papá– buscaba aspirinas por toda la casa, para tomarlas, morirse y encontrarlo en el cielo. Treinta años después, la hoy madre de familia no ha olvidado la honda tristeza que sintió –durante largo tiempo– por aquella ausencia tan repentina e inexplicable: “me hubiera gustado que simplemente me dijeran que murió, y no que se había ido al cielo”. Perder a un familiar cercano, una mascota o un amiguito es una situación amarga para los niños.Y ser lo más verídico y real posible es el punto de partida para ayudarlos a aceptar el nuevo escenario y a procesar el dolor de la pérdida que, de lo contrario, podría sembrar traumas para toda la vida. Decirle al niño que el fallecido, por ejemplo, se mudó a otro país, puede llevarlo a creer que fue abandonado y que la ausencia fue voluntaria, precisa la terapeuta infantil María Isabel Arnal. En cambio, si sabe que murió, puede entender que no hubo intención de dejarlo a él en particular. “La primera gran inquietud de los chiquillos es saber por qué esa persona los dejó. De allí la importancia de hacerles ver que no lo hizo porque quiso, sino porque eso fue lo que le tocó vivir”. 61+SALUD superyo decir adiós Etapas para la comprensión ¿Es recomendable llevar al niño al velorio? La presencia de un pequeño en una funeraria o templo debe ser decidida tomando en cuenta, sobre todo, la edad (si son muy pequeños, no entenderán nada). Lo importante, si se opta por llevarlos, es que vivan, de alguna manera, esa muerte y que puedan tener una idea de lo que sucedió y de los rituales característicos del velorio. No se trata de enseñarles al muerto, sino de permitirles participar en la misa o ceremonia de despedida. De forma natural La muerte es el final del ciclo de la vida y, como tal, hay que tratarla de la forma más natural posible, recomienda Arnal. El manejo de la situación depende, además, de las experiencias anteriores y de las creencias religiosas de cada familia. Decir que se fue al cielo, a otra vida, a acompañar a Dios o con los ángeles, son argumentos que se pueden invocar, pero incorporando también la realidad, insiste Arnal. Hay que ser, igualmente, consistentes. “Uno no les puede cambiar el cuento: decirles que el abuelito se durmió y que el tío se fue al cielo. Hay que hablarles de la muerte, porque lo importante es que vivan, de alguna manera, esa ausencia y puedan tener una idea real de lo que pasó”. Si se trata de un familiar que tiene tiempo enfermo, es recomendable preparar a los niños para el final, como una consecuencia de la dolencia. Lo mismo ocurre con la vejez, cuya conclusión natural es el final de la vida. Arnal advierte que a veces, por taparle el sufrimiento al pequeño, se le dice que su familiar se fue al cielo y que allá está feliz. En algunos casos, el “cuento” puede generar problemas: “algún niño podría sentirse infeliz e intentar suicidarse por querer estar [en el paraíso] con la persona que murió”. Educar los sentimientos Cuando alguien muere es natural experimentar tristeza, angustia, rabia y dolor. Y esos son sentimientos que hay que “educar” en los niños y ayudar a que los expresen de alguna manera. Si bien Arnal sugiere no exagerar y estar atentos a que los chiquillos no presencien estallidos de histeria, 62+SALUD • Antes de los 6 años Los pequeños no saben lo que significa la muerte. Se les explica, por ejemplo, que el abuelito murió, pero al día siguiente vuelven a preguntar por él. No pueden aproximarse a la idea de despedida y eternidad. • De 7 a 9 años A esa edad, los niños adquieren plena conciencia de lo que es la realidad y la fantasía, y aprenden a diferenciarlas. Es una etapa de pesadillas y sueños recurrentes, muchas veces ligados con la muerte y la ausencia de sus seres queridos. Empiezan a preguntar sobre el tema. • Adolescentes Es una edad crítica que requiere de atención especial: el luto se puede mezclar con la vorágine de sentimientos encontrados que viven los jóvenes en crecimiento. Si, por ejemplo, murió el padre y el hijo estaba en la etapa en que sentía que podía prescindir de él, puede llegar a experimentar culpa por haber peleado con su papá y saber que nunca más podrá verlo para resolver el problema. Esos conflictos ameritan, eventualmente, apoyo psicológico. tampoco es bueno ocultarles el sufrimiento: “si se muere la abuela, el pequeño debe comprender que su mamá está llorando porque está triste y la extraña. También es bueno explicarles que el luto familiar no va a durar para siempre, y que durante ese tiempo no habrá celebraciones o fiestas, pero que se vale hablar del tema y sentir pesar. Cuando se quedan callados María Fernanda, de 7 años, procesó la muerte de una primita de la misma edad con una actitud que sorprendió a la familia: se quedó callada mientras grandes y chicos lloraban y se lamentaban. Después de varios meses, su única compañía, en sustitución de la compañera de juegos, sigue siendo una muñeca que ambas compartían. No ha habido manera de sacarla de su silencio sobre el tema. “No me importa” es lo único que repite. Cuando se trata de pequeños enfrentados a la muerte, no siempre el que parece más tranquilo es el que está mejor. “A veces los niños logran di- superyo decir adiós simular muy bien sus sentimientos y construyen una suerte de pantalla alrededor de los afectos. Son mecanismos de defensa para decir ‘no me apego a más nadie porque esa persona puede desaparecer de mi vida y voy a sufrir’. Entonces, prefieren no hacer grandes vínculos emocionales. Ese puede ser un problema para el resto de la vida y, por lo tanto, hay que abordarlo”. Hay chiquillos que, en cambio, pueden llevar las cosas a otro extremo: se apegan tanto al familiar vivo más querido, que no lo sueltan y se niegan a separarse, incluso momentáneamente. “Piensan: ‘si lo tengo a la vista no le va a pasar lo que le sucedió al otro’. Esa situación también hay que tratarla, porque crea una dependencia que no es positiva”. Cuando la muerte es de alguien tan cercano como la madre o el padre, Arnal sugiere actuar con el mismo esquema de comunicación, pero considerando que hay una falta muy importante que suplir en la vida del niño. Es preciso, entonces, “identificar a la persona que se encargará de cuidarlo y procurar que las variaciones en su entorno y rutina sean las menores posibles. En esos casos, hay que ser muy pacientes y tolerantes con ellos porque van a necesitar apoyo emocional y psicológico”. En definitiva, para evitar el trauma se sugiere cuidar el enfoque en el manejo de la situación, responder todas las preguntas de los chiquillos y considerar la terapia como alternativa de apoyo (las muertes trágicas hay que trabajarlas, sin duda, con un especialista). Despedirse de la mascota Cuando el niño pierde a su animal de compañía hay que explicarle las razones con calma y detalle, sobre todo si estaba enfermo. La decisión de enterrar o cremar a la mascota deberían tomarla los padres, porque en líneas generales es terrible regresar a casa con las cenizas o el cuerpo sin vida del animalito. En cualquier caso, es muy importante que el pequeño viva el duelo y esté consciente de lo que sucedió, para así evitar sentimientos de culpa o rabia. “Cuando los niños saben lo que pasó, son capaces de cerrar el episodio y, en el caso de las mascotas, casi siempre es útil conseguirles otra. Para ellos, es bastante fácil sustituirlas”. Recomendaciones para padres • Intentar transmitirles tranquilidad desde el primer momento. • Hablar con el docente para que el tema pueda ser elaborado en clase o para que esté atento a los signos que el niño pueda manifestar. • Evitar que presencien lamentos exagerados o ataques de histeria. • Escucharlos y acompañarlos en silencio, si es necesario. • Reconocer y reforzar los vínculos emocionales con la persona o animal fallecido. • Si la mascota o un familiar están enfermos, mantenerlos informados sobre la evolución del caso para que se sientan parte de la situación. • Ayudarlos a expresar los sentimientos de tristeza y dolor a través de juegos o dibujos. Las otras muertes Si los niños se enteran –por la prensa, la televisión o los libros– de sucesos trágicos vinculados con la muerte de personas en accidentes, guerras o catástrofes naturales, se debe responder a sus preguntas con naturalidad. “Hay que explicarles lo sucedido y enfocarles el lado más positivo que uno pueda encontrar, haciéndoles ver el valor de la responsabilidad y de las pérdidas por razones banales o innecesarias. Hay que enseñarles a ser conscientes sobre el valor de la vida”. Es válido, en ese sentido, no tener todas las respuestas y reconocerlo ante los pequeños. En esos casos, se sugiere a los padres proponer a sus hijos investigar juntos sobre el tema de interés (II Guerra Mundial, 11 de septiembre, tsunami). • ( F u en t e c o ns u l t a d a Lic. María Isabel Arnal, psicólogo clínico. Instituto Center. La Trinidad. ) 63+SALUD