El contrabando en la frontera colombovenezolana: reflejo de las falencias tradicionales de las instituciones políticoadministrativas en zonas periféricas del territorio nacional Por: Juan Camilo Ito Cerón 1 Nuestro país comparte con Venezuela una de las fronteras más diversas y complejas del ámbito subcontinental. Con una longitud de 2.219 kilómetros, dista de ser un segmento territorial lineal y homogéneo. Más bien se trata de una amalgama de entornos tan disímiles, como los rasgos culturales de quienes se han establecido a lo largo de este intrincado surco limítrofe. La que compartimos con el vecino del Este, es una frontera viva e indómita. Es una franja porosa que se ve gravemente afectada por un fenómeno de larga data: el contrabando. Protagonizado por actores que han hecho gala de una gran capacidad de adaptación durante varios lustros, este flagelo se ha consolidado como una amenaza constante para la estabilidad económica de ambos países. Sus lógicas han configurado flujos ilegales de productos que van desde alimentos de la canasta familiar hasta gasolina, gasóleo y lubricantes para automóviles, pasando por fertilizantes, cemento, barras de hierro y otros elementos de uso industrial. Este tema ocupó un lugar especial en la agenda de la reunión intergubernamental realizada en Cartagena a inicios de agosto del presente año. Allí se decidió la puesta en marcha de acciones 1 Investigador del Observatorio de Venezuela, adscrito al Centro de Estudios Políticos e Internacionales de las Facultades de Ciencia Política y Gobierno y de Relaciones Internacionales (Universidad del Rosario). conjuntas para aplacar este fenómeno. Esto incluye la apertura de un Centro Binacional de Operaciones, cuya dependencia venezolana ya está funcionando en el Estado Táchira. Hay varios factores que inciden en el desarrollo y la persistencia del contrabando en la frontera colombo-venezolana. En primer lugar, las disparidades en algunos indicadores económicos hacen que resulte altamente lucrativo ejercer esta práctica ilegal. Téngase en cuenta, por ejemplo, la diferencia abismal que caracteriza los precios de la gasolina en uno y otro lado de la línea divisoria. Según cifras del Banco Mundial, para 2012 Venezuela ostentaba uno de los precios de la gasolina para el usuario más módicos del planeta: 0,02 dólares estadounidenses por litro. Mientras que en Colombia la misma cantidad de combustible costaba 1,28 dólares. La picaresca que adorna nuestra idiosincrasia binacional – y una racionalidad económica que desafía las técnicas de disuasión de los aparatos de justicia de ambos Estados – lleva a identificar en esta situación, una oportunidad excepcional de obtener ganancias. Esto deriva eventualmente en el montaje de una compleja red de acopio, transporte y comercialización que se lleva a cabo en los intersticios de la permeable frontera que nos separa de la República Bolivariana de Venezuela. Otro factor insigne es la baja operatividad de las instituciones en zonas neurálgicas del contrabando transfronterizo. Algunos de los entornos en donde esta problemática ha logrado prosperar considerablemente, tienen como característica común la ausencia de seguimiento y vigilancia por parte de las autoridades competentes, y la insuficiencia de medidas tangibles de contención del flagelo. Podría observarse, por ejemplo, el caso del eje Paraguachón – Paraguaipoa situado entre el Departamento de la Guajira, y el Estado Zulia. Allí pululan las actividades económicas signadas por la informalidad y el flujo de mercaderías que se escapan del control aduanero. El intercambio comercial en la zona se ha realizado bajo cánones alejados de lo decidido en las sedes de los poderes centrales de ambos países. O acaso las directrices provenientes de las capitales no se han basado en una comprensión cabal de las condiciones que alimentan el comercio ilegal, y de las necesidades más acuciantes de las poblaciones que se ven absorbidas por el torbellino del contrabando. Recientemente fue divulgado un interesante estudio realizado en la Universidad de la Guajira, que aborda las prácticas económicas protagonizadas por comerciantes wayúu en el eje anteriormente mencionado. El documento apunta a que las medidas oficiales relacionadas con el contrabando en dicha zona constituyen, a lo sumo, un intento por encuadrar de forma tardía las prácticas que se han consolidado a la sombra de una presencia institucional imperceptible e inadecuada. Dicha investigación se nutre de una serie de encuestas realizadas in situ entre 2012 y 2013. Buena parte de las personas consultadas afirma que se dedica al contrabando a falta de fuentes formales de empleo. Asimismo, el grueso de los participantes aduce no haber recibido nunca apoyo estatal para desarrollar sus actividades comerciales. Persiste un amplio desconocimiento – e incluso una actitud hostil – frente a los convenios de integración entre ambos países. Plausiblemente, dicho desconocimiento está ligado a la falta de herramientas concisas para poner en marcha políticas de corrección de distorsiones económicas sumamente enraizadas en zonas como ésta. Las posibilidades de lucro que se desprenden del contrabando han impulsado la participación de grupos armados al margen de la ley provenientes de nuestro país. Es el caso de rezagos de estructuras paramilitares, como los denominados Rastrojos y Urabeños. Estos estarían involucrados en el control de rutas de contrabando, especialmente de gasolina. La población desplazada por el accionar violento de grupos armados, que eventualmente ha buscado refugiarse en zona fronteriza, se ve obligada en ocasiones a ejercer actividades relacionadas con el contrabando para asegurar su subsistencia. Es así como varios de ellos resultan transportando mercancía, alertando acerca de la presencia de la fuerza pública, etc. En ambos países existe una fuerte tensión entre las medidas que buscan atacar factores de tipo estructural, y aquellas que actúan como paliativo. Hoy por hoy, no es claro qué tanto éxito pueda ofrecer el cierre de puntos fronterizos durante franjas horarias determinadas, dada la existencia de múltiples caminos verdes por donde transita buena parte del contrabando. Algunos expertos claman por medidas que vayan más allá, y que tengan en cuenta el diferencial cambiario, la abultada inflación, la política monetaria, el control fiscal y aduanero, etc. El flagelo del contrabando – y el cúmulo de medidas usualmente aplicadas por las autoridades para tratar de oponérsele – refleja muchas de las problemáticas que han aquejado a nuestros países desde su fundación misma: la baja o nula presencia institucional en importantes porciones del territorio, la dudosa capacidad de comprensión de las realidades de sectores geográficamente alejados de los centros de poder, la configuración de espacios percibidos como tierra de nadie por cuenta de la inoperancia de las autoridades correspondientes, la vana voluntad de aplacar los desafíos políticos exclusivamente mediante la expedición de normatividad abstracta, entre otros.