F IRMAS I NVITADAS Notas en torno a una posible reforma de la ejecución en la Ley 1/2000, sobre Enjuiciamiento Civil E n mi opinión las correcciones a introducir en la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil y en la materia de ejecución pudieran ser, entre otras, las siguientes: Por DIONISIO MANTILLA RODRÍGUEZ Decano del Colegio de Procuradores de Cantabria Primera.–Ejecución de sentencia y resoluciones judiciales: suprimir la “demanda ejecutiva” Uno de los errores de la nueva LEC 2000, con gran repercusión práctica, es exigir que para solicitar la ejecución de la sentencia (y más ampliamente de toda resolución judicial firme o ejecutable) se deba presentar “demanda ejecutiva”. Tal exigencia es consecuencia de la caprichosa equiparación de títulos tan diversos como son una sentencia judicial firme y una letra de cambio o una póliza mercantil (art. 517), a cuya confusión sigue la equiparación (sólo aparente) entre ejecución de títulos jurisdiccionales y la de los títulos de creación extrajudicial (que eran los que tradicionalmente servían para acudir al juicio ejecutivo). Tiene que llamar la atención que la nueva Ley introduzca aquí una complicación absolutamente innecesaria, cuando dice pretender simplificar el procedimiento civil. Exige que en todo caso se redacte una “demanda ejecutiva” o equiparable (un laudo arbitral) que se venía solicitando mediante “un simple escrito” sin que nadie, ni la doctrina ni la práctica, haya sentido la necesidad de formalizar tal trámite. Más aún tiene que llamar la atención que cuando, desde siglos y desde luego ya en el siglo XIX, cuando se promulgaron las anteriores leyes de Enjuiciamiento Civil, la petición de eje- 50 / PROCURADORES • Octubre 2004 cución se hacía mediante “un simple escrito”, dirigido al mismo juzgado que había dictado la resolución y se formulaba en los mismos autos, ahora venga el legislador introduciendo caprichosamente una absurda complicación exigiendo que la ejecución se solicite por medio de una “demanda ejecutiva”, que en las anteriores leyes procesales sólo se exigía para la ejecución de títulos de creación extrajurisdiccional, porque, en tales casos, era lógico que al no haber precedido la declaración judicial mediante el correspondiente juicio, se abriese a la parte demandada la posibilidad de oponerse a la demanda alegando las excepciones correspondientes. Y, con todo, la demanda ejecutiva exigida sólo en esos casos era bastante más sencilla que la ordenada en el art. 549 de la nueva LEC. Donde se ve mejor el despropósito y la actuación caprichosa de los autores de la LEC es cuando la “demanda ejecutiva” se exige para pedir el cobro por la vía de apremio de, vg. el importe de una tasación de costas o de una liquidación de intereses. Algo que siempre se solicitó mediante un escrito tan sencillo que en esos casos era uno de los llamados “escritos de cajón”. Y véanse, además, los “documentos” que el art. 550 exige acompañar con la “demanda ejecutiva”, que obligará a duplicar los documentos que ya constan en los autos del proceso previamente seguido. La novedad no puede ser más absurda y regresiva. Lo que actualmente se solicita en los congresos internacionales de derecho procesal es precisamente que la ejecución se pueda pedir, mediante un simple escrito, presentado ante el mismo juez (o juzgado) y en el mismo procedimiento (es decir, sin incoar ni registrar nuevos autos, sino en los mismos del juicio declarativo previo). El escrito instando la ejecución podrá ser muy sencillo (vg. cuando se reclama el pago de una cantidad líquida de dinero) o podrá ser más extenso o argumentado en función de lo complicado que pueda ser el fallo de la resolución. Pero lo que carece de sentido es que, incluso para los casos más sencillos y elementales, se exija la “demanda ejecutiva”. Lógicamente, la innecesaria complicación de la LEC se traduce en que la ejecución, que hasta ahora se acordaba por medio de providencia, ahora requiere un auto en toda regla, incluso cuando se trate de ejecutar cosas tan simples como exigir el pago de una tasación de costas o de una liquidación de intereses. En este punto, hay que “simplificar” la LEC, que según se decía venía a simplificar las cosas. La “demanda ejecutiva” debe quedar sólo para el juicio cambiario y para los juicios en los que se solicite la ejecución de los títulos no reconocidos jurisdiccionalmente, como ha sido siempre el juicio ejecutivo. Segunda.–El “plazo de espera” del art. 548 debe ser también suprimido La “novedad” de establecer un plazo de espera para poder solicitar la ejecución (ahora interponiendo en todo caso la demanda ejecutiva) ha sido censurada. Durante más de un siglo nadie echó en falta la existencia de tal plazo. Parece responder a una especie de “plazo de cortesía”, para dar tiempo al que tiene que pagar a que prepare sus cosas. Pero si bajo este aspecto puede tener alguna explicación, tiene los graves inconvenientes de que retrasa notablemente el inicio de la ejecución (ya que los 20 días de espera pueden equivaler a mes y medio o dos meses) y, sobre todo, es un tiempo que puede ser aprovechado por el vencido para hacer desaparecer su patrimonio, con todas las consecuencias que de ello pueden derivarse. Tal plazo está en flagrante oposición con la celeridad que quieren imprimir las más recientes reformas de la LEC (en realidad, contrarreformas), vg. con el señalamiento antici- pado de los juicios e incluso del lanzamiento. Precisamente el trámite de la demanda ejecutiva y el del plazo de espera impedirá la aplicación de las más recientes reformas procesales fundadas en la celeridad de los procedimientos judiciales. ¿Cómo se va a poder señalar el eventual lanzamiento del ocupante del inmueble antes de que se presente la demanda ejecutiva y antes de que transcurra el plazo de espera? Pensando más los inconvenientes que las ventajas, tal plazo de espera debe ser suprimido de la LEC. Tercera.–Caducidad de la acción ejecutiva (art. 518) Es otra novedad de la LEC 2000 que merece ser suprimida. Nunca se echó en falta semejante precepto. Por una parte, el precepto es fácil de burlar: bastará pedir la ejecución (“interponiendo la correspondiente demandad ejecutiva”) dentro de los cinco años, para que la caducidad ya no se produzca. Por otra parte, la caducidad de la acción ejecutiva no supone la prescripción del derecho reconocido en la sentencia (que se rige por el Código Civil), con lo cual, llegado el caso, el titular se vería obligado a interponer una nueva demanda en juicio declarativo solicitando que se vuelva a declarar el derecho ya previamente declarado para poder instar su ejecución ante la caducidad de la acción derivada del juicio anterior. La conclusión no puede ser más absurda. El precepto debe ser suprimido. Cuarta.–Restablecimiento del tradicional juicio ejecutivo El juicio ejecutivo formalmente “no viene” en la nueva LEC. En su índice “no figura”. En realidad está ocultado debido a la caprichosa y censurable identificación realizada por el legislador entre los títulos ejecutivos de creación extrajudicial y las sentencias y resoluciones judiciales. Atribuyendo a títulos tan dispares la misma fuerza y el mismo tratamiento (aunque sólo aparentemente, como resulta de las causas de oposición que des- pués tiene que regular por separado: art. 556 frente a 557 y 558, que demuestran la enorme diferencia existente entre unos y otros títulos), la nueva LEC ha “apedazado” el tradicional juicio ejecutivo trayendo una parte a la regulación de la ejecución de la sentencia y dejando otra parte para el juicio cambiario y de cheque. El juicio civil era el procedimiento que mejor funcionaba. La ejecución se despachaba rápidamente y un porcentaje altísimo de demandas ejecutivas cursaban “sin oposición” y con sentencia de remate que se dictaba en muy pocos días. Estadísticamente era un juicio con un magnífico rendimiento (cosa diferente es la solvencia del demandado, que muchas veces frustra la eficacia de la ejecución, pero esto también sucede con las sentencias y con el flamante proceso monitorio). El juicio ejecutivo fue una creación netamente española, de nuestros jurisconsultos prácticos, que se inicia en años próximos al Descubrimiento de América, en cuyos países fue recibido y se sigue aplicando, y allí se han escrito algunas de las mejores obras. Introducido el proceso monitorio, el juicio ejecutivo completaba con él una dualidad procedimental muy aconsejable en función del título del que dispusiese el que se considere acreedor (título que “lleve aparejada la ejecución” o que sólo permita acudir al requerimiento monitorio). El ejecutivo estaba bien regulado bajo la legislación anterior y debería volverse y recuperarse aquella regulación, dando lustre a una de las creaciones procesales españolas que más han llamado la atención de los juristas extranjeros. Quinta.–Dar efectividad a la “investigación de bienes” del art. 590 La innovación fue muy bien recibida, en orden a dotar de eficacia a la ejecución. Se trata de un medio de descubrir los bienes del deudor ya conocido en legislaciones extranjeras. Lo malo es que nuestro legislador ha actuado con un criterio contradictorio. La innovación introducida como Octubre 2004 • PROCURADORES / 51 legislador procesal la ha desvirtuado como legislador fiscal. El doble y contradictorio planteamiento ha sido el siguiente: en 1997 el Gobierno planteó la Ley 51/97, de 27 de noviembre, que reformó el antiguo art. 1.454 de la anterior LEC, añadiéndole un último párrafo para permitir la investigación judicial del patrimonio del deudor, como medida dirigida a dotar de eficacia a la ejecución. Pero el mismo Gobierno que impulsó aquella ley planteó apenas un mes después en la Ley de Medidas Fiscales, Administrativas y de Orden Social, como sucede en las ya famosas “Leyes de Acompañamiento” de los presupuestos, una contrarreforma a través del art. 113 de la Ley General Tributaria que impide a las Administraciones facilitar los datos que le solicite el juez, a no ser en los concretos casos que enumera (que suelen servir de muy poco en las ejecuciones civiles y mercantiles ya que sólo admiten la excepción de ejecución de sentencias matrimoniales y en procesos de alimentos). Las limitaciones siguen afectando al nuevo precepto (que se corresponde con aquel modificado art. 1.454 de la vieja LEC). En la práctica, en casos difíciles, hay que seguir utilizando investigadores privados para localizar los bienes del deudor. Sexta.–Destino del importe de las “multas coercitivas” La nueva LEC ha dado entrada a la imposición de “multas coercitivas” como instrumentos para hacer eficaz la ejecución. Las vemos utilizadas para hacer eficaz el deber del deudor de “manifestar sus bienes y el estado de cargas”, regulado en el art. 589, cuyo núm. 3 contempla la imposición de “multas coercitivas periódicas” si el requerimiento no se cumple adecuadamente. Igualmente se establecen multas coercitivas para sancionar el incumplimiento del “deber de colaboración” que el art. 591 impone a todas las personas o entidades públicas y privadas. Y las vemos utilizadas para 52 / PROCURADORES • Octubre 2004 ejecutar las condenas no dinerarias cuando la sentencia contenga un “hacer personalísimo” que no admite ejecución por encargo a un tercero (art. 709.1) así como para ejecutar las “condenas de no hacer” (art. 710.1, segundo párrafo). El art. 711 establece los criterios para determinar o graduar la cuantía de las “multas coercitivas”. Pero ninguna disposición de la nueva LEC nos dice claramente cuál será el destino del dinero que se obtenga mediante la imposición de multas coercitivas. Es bien lamentable un olvido en materia tan importante. Sobre todo teniendo en cuenta (algo que parecen desconocer los autores de la LEC) que existen dos modelos de multas coercitivas que precisamente se diferencian por el destino del importe de la multa. Uno es el sistema francés (el de las famosas “astreintes”) según el cual las cantidades pagadas en concepto de multas procesales coercitivas (que no es lo mismo que sancionadoras) se van entregando al ejecutante como pagos a cuenta, con la importante consecuencia de que así se va rebajando el importe de la deuda (y con ello se favorece al deudor). Otro es el sistema alemán, según el cual las multas procesales para forzar la ejecución se tratan como si fuesen multas penales o multas administrativas sancionadoras y su importe se entrega al Estado. La diferencia entre ambos sistemas es fundamental. La laguna, debida a la imprecisión legal, ha dado lugar a diversas interpretaciones en la doctrina, todas defendibles, pero cuyas dudas sólo el legislador puede despejar en aras a la seguridad jurídica. Séptima.–Recepción del “título judicial europeo” Se trata de un problema que se presentó como “de futuro” pero que cada día se hace más un problema “de presente”. En una unión de Estados sin barreras aduaneras, como es la Unión Europea, las mercancías circulan libremente y los productos fabricados en Alemania llegan a España, a Italia o a Portugal transportados como si fuese dentro de un mismo Estado. Pero no sucede lo mismo con los títulos mercantiles con los que se quiere cobrar el importe. En este punto no hay una legislación europea uniforme, ya que los requisitos para despachar la ejecución no son los mismos ni lo es el procedimiento a seguir. La doctrina viene trabajando desde 1992 en la creación de un “título ejecutivo europeo”, al que se reconozca fuerza ejecutiva en todos los Estados de la UE. Se han celebrado varios coloquios internacionales en París, auspiciados por al Unión Internacional de Hussiers de Justice (con presencia de los procuradores de los tribunales españoles y de especialistas como los profesores Norman, Tarzia, Picardi, Vázquez Sotelo, entre otros) para adelantar en resolver las dificultades al menos por medio de una armonización de los procedimientos de ejecución en Europa. El legislador debería ir pensando en dar respuesta a esta exigencia cada día más apremiante, antes de que sea impuesta por una directiva de la UE. Octava. En el orden de “reformas puntuales” debería mejorarse el planteamiento del “procedimiento para el desalojo de los ocupantes sin título” o con título no suficiente para resistir la ejecución (regulado en los arts. 661 y 675 de la nueva LEC). Se han advertido deficiencias que pueden hacerlo escasamente útil. Se debería regular la modalidad de la “subasta por medio de un encargado judicial”, una persona jurídica o entidad que asuma realizar el bien inmueble. Aunque tal modalidad ya está admitida en la LEC, es preciso que las previsiones se desarrollen adecuadamente para que la modalidad resulte con garantías y no se vea rodeada de una patología que la desacredite y la haga fracasar. Sería conveniente revisar la redacción de todos los preceptos de la LEC para hacerlos más precisos, evitando tanto las innecesarias repeticiones como las lagunas u omisiones.