FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS UNIVERSIDAD NACIONAL DE CUYO R. ZORRAQUIN BECÚ. El federalismo argentino. Buenos Aires, 1981, pp. 151-157. Gobiernos intendencias: administración descentralizada; antecedente del actual régimen federal Cómo se transformó esta organización política en el actual régimen federal es precisamente el objeto de este capitulo, en el cual ha de señalarse la evolución institucional, con prescindencia de sus causas y de las circunstancias en que se produjo; realizando simultáneamente un ensayo de historia constitucional, entendida, no como una relación de las tentativas efectuadas para organizar la nación, sino como la descripción del ordenamiento político existente en nuestro territorio a través de los distintos períodos (...). Tratábase de una administración descentralizada, que no excluía la supremacía política del Virrey en los asuntos generales. El nombramiento de los Gobernadores-Intendentes... quedaba reservado al Rey, aunque en casos especiales los virreyes podían suplir interinamente la vacancia; de modo que existía una relativa independencia de origen y de funciones que no obstaba a la perfecta unidad del sistema. Producida la revolución de 1810, los gobiernos centrales se adjudicaron las funciones que antes correspondían a los monarcas y virreyes, llegando en la práctica a ejercitar en razón de las circunstancias gobiernos sin trabas ni control, en los cuales la supremacía de que se apoderaron obviaba las dificultades originadas por medidas cuya legitimidad era discutible. Los gobiernos establecidos en Buenos Aires, en efecto, invadieron las jurisdicciones de Audiencias y Cabildos, y se reservaron el nombramiento y remoción de todos los funcionarios, tanto en la capital como en el interior. Así se trocó en potente centralismo político y administrativo el ordenamiento anterior, con la disculpa, fácilmente aceptable, de que el nuevo sistema que se decía provisorio era requerido por las circunstancias bélicas existentes. El centralismo implantado quedaba subordinado en la teoría desde entonces difundida, a una ulterior revisión, mediante la cual debería sancionarse la constitución nacional con acuerdo e intervención de los demás pueblos. Mientras tanto, era la capital quien nombraba, en forma no siempre correcta, los gobiernos que ejercían funciones nacionales (...). El sistema de las Intendencias no fue al principio alterado. A partir de 1810 se nombraron Gobernadores Intendentes en Córdoba y Salta, y Tenientes de Gobernador en Santa Fe, Corrientes, Mendoza, Tucumán y Jujuy (...) Desde 1810 se designó un Comandante de Armas de los partidos de Entre Ríos, subordinado al Teniente de Santa Fe, hasta que en 1814 se crearon las Intendencias de Entre Ríos, Corrientes, Tucumán y Cuyo, continuando los nombramientos desde Buenos Aires. Es evidente que el origen de las designaciones quitaba toda independencia a los gobernantes provinciales, obligados a recurrir permanentemente al gobierno central (...). A partir de 1820 esta disgregación política se acentuó con la desaparición del gobierno central y la proclamación por algunas provincias (Santiago del Estero, La Rioja, San Juan y San Luis en 1820, Corrientes y Catamarca en 1821, y Jujuy en 1834) de la disolución de los vínculos que las unían a las ciudades cabeceras. Con ello desapareció todo ordenamiento jerárquico en el territorio. En Buenos Aires mismo se nombraron gobernadores, limitando su jurisdicción al distrito de la propia ciudad. Queda así establecida la genealogía de estos cargos políticos puntales del sistema federal que nunca desaparecieron del escenario del país. Pero si los gobernadores actuales son los descendientes directos de los antiguos intendentes, su jurisdicción territorial, sus funciones y el origen del nombramiento sufrieron alteraciones fundamentales entre uno y otro periodo. En cuanto a las funciones, la independencia alcanzada por cada provincia suprimió toda jerarquía de poderes, y la falta de órganos que trabaran su libertad de acción les otorgaba un cariz absolutista. Ni los congresos convocados para organizar la Nación, ni la aparición de ejecutivos centrales quitaron a los gobernadores ese aspecto despótico; y éstos, en la medida de sus conveniencias o de sus predilecciones, trabaron la acción de unos y otros, determinando con su activa resistencia la desaparición de esos organismos que daban apariencia de nación al territorio. Su poder, arraigado en las masas, contrastaba con el aspecto artificioso de las instituciones precipitadamente establecidas. Si en cada provincia se crearon legislaturas en reemplazo de los añejos cabildos, su tendencia permanente estuvo dirigida más a servir la política del gobernador que a controlar su acción. Las mismas constituciones sancionadas en algunas de ellas tuvieron efímera vigencia y nunca ni aún por sus mismos autores fueron cabalmente cumplidas. Los tiempos no resultaban propicios al reino de los textos legales, sino al desenfreno y a la lucha desencadenada por el predominio, y la guerra civil casi permanente impidió el establecimiento de un régimen jurídico ordenado y duradero. El nombramiento de tales gobernadores era la mayor parte de las veces determinado por el resultado de una revuelta o por la influencia incontrastable de las armas puestas al servicio de un núcleo político. Pero se procuraba con frecuencia rindiendo tributo con ello a la doctrina en boga cohonestar el origen ilegitimo con la sanción legislativa que había de darle una apariencia decorosa (...). * * *