CIENCIA: ABRIENDO LA CAJA NEGRA STEVE WOOLGAR

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CIENCIA: ABRIENDO LA CAJA NEGRA
STEVE WOOLGAR
INTRODUCCIÓN
El concepto de ciencia ha sido un rasgo dominante y permanente del pensamiento occidental, como mínimo
desde la época de Bacon. Podría decirse que, de una manera u otra, la «ciencia» penetra todos los aspectos de
la vida moderna. Esto se hace patente en las grandes inversiones efectuadas en la ciencia por parte de las
sociedades occidentales (inversiones que van aumentando en las sociedades orientales y el tercer mundo), en
la organización de debates sobre el impacto de la ciencia en la sociedad, etc. Todo ello refleja el valor que se
concede a la ciencia en cuanto medio de producción de conocimiento fiable. Como consecuencia de su prestigio
y valor, la ciencia está bien desarrollada, monetariamente apoyada y protegida, y constituye una importante y
poderosa institución dentro de las sociedades modernas.
La alta estima asociada a la idea de ciencia se hace también omnipresente, en términos menos obvios que la
proporción del Producto Nacional Bruto dedicado a su ejercicio, por profesionales altamente preparados
pertenecientes a la industria y al mundo académico. Las intensas disputas existentes en y entre las diferentes
tradiciones intelectuales sobre el carácter científico de sus propias prácticas cognoscitivas sirven también para
mesurar el dominio de las ideas sobre la ciencia. Y, a un nivel más general, podemos identificar la influencia de
las ideas relativas a la ciencia en nuestras consideraciones mundanas con respecto al conocimiento, al estar
seguros de algo, obtener pruebas, alcanzar evidencia, formular argumentos, etc. Los anuncios intentan
persuadimos de las ventajas de una marca de dentífrico basándose en la evidencia científica. Se nos dice que
seremos menos ignorantes si respaldamos nuestras acciones en un conocimiento fiable. Más aún nuestra
participación en la vida diaria nos obliga constantemente a emplear la práctica que se encuentra en el mismo
corazón de la ciencia: la representación. Dejando de lado por el momento la cuestión acerca de los méritos
relativos de la práctica representativa en la ciencia y la no-ciencia, existe un sentido obvio en el cual nuestras
prácticas mundanas imitan este rasgo de la ciencia. Describimos, justificamos, narramos, etc. A' escribir,
consideramos que estamos empleando un medio de representación que nos permite concretar nuestras
experiencias y observaciones. Cuando hablamos, intentamos comunicar nuestro conocimiento sobre objetos y
sucesos, incluyendo aquellos situados tuera de nuestra experiencia inmediata.
La omnipresencia de las ideas sobre la ciencia y su influencia en casi todos los aspectos de la vida moderna
tiene dos consecuencias principales para cualquier proyecto que intente estudiar el fenómeno de la ciencia. En
primer lugar, el estudio social de la ciencia (ESC) posee un especial sentido estratégico en cuanto intenta
explicar la ciencia y la tecnología a niveles diferentes.* Se centra tanto en la institución como en la práctica de la
ciencia, y no sólo en lo que respecta a las relaciones sociales entre sus practicantes, los medios de
comunicación, el sistema de remuneración, la influencia del patronazgo y los sponsors, sino también en lo que
se refiere a lo que realmente sucede en el quehacer diario de la ciencia. ¿Qué hacen los científicos cuando
están en el laboratorio? El estudio social de la ciencia no trata sólo de la organización y situación social de ésta
en cuanto institución social, sino también en tanto que fenómeno cultural. En otras palabras, pretende lograr la
comprensión de un sistema de creencias que se extiende más allá de la organización social formal de la ciencia
y que sobrepasa las paredes del laboratorio. ¿Qué puede explicar la enorme confianza que se tiene en la
ciencia como medio creíble y altamente valioso de producción de conocimiento, así como el apoyo general con
el que la misma cuenta debido a ello? Si el físico sentado en su taburete de laboratorio no es más que la punta
del iceberg, una manifestación tangible de un omnipresente sistema de creencias, el ESC debe estar preparado
para fijar su mirada más allá de la persona que responde a una entrevista y ser capaz de dirigirse a los
fundamentos de ese mismo sistema.
En segundo lugar, la insistente influencia de las creencias y los puntos de vista sobre la ciencia es tal que
cualquier estudio -y, especialmente, si éste se desarrolla dentro del contexto académico profesional- se verá
probablemente afectado por las pretensiones de la ciencia. La total omnipresencia del objeto de estudio afectará
a nuestra propia forma de estudiarlo. El ESC se encuentra así situado en una posición altamente inusual con
respecto a su objeto, ya que, cuando menos, existe la posibilidad de que éste repercuta sobre nosotros. En
otros campos de estudio «más segaros» -la sociología de la familia, de la educación o la que estudia las
conductas desviadas- esta potencial retroalimentación entre objeto y estudio se encuentra totalmente ausente
(o, al menos, es algo que no aparece de forma tan evidente). Pero el ESC se enfrenta a truculentas cuestiones
con respecto a la forma más adecuada de estudiar la ciencia. ¿Deberíamos ser científicos en nuestro estudio de
la ciencia? ¿Podemos serlo? ¿Debemos presuponer algo sobre nuestro objeto de estudio incluso al desarrollar
este mismo estudio?
Todas estas preguntas se hacen aún más apremiantes si tomamos en consideración los principales resultados
del estudio social de la ciencia: la inexistencia de una diferencia esencial entre la ciencia y las demás formas de
conocimiento, la inexistencia de algo que sea intrínsecamente esencial al «método científico» e, incluso, que
aunque existiera algo tal como dicho «método científico», gran parte de la práctica científica procede a pesar de
sus reglas, antes que a causa de ellas. Como mínimo, un filósofo (Feyerabend) mantiene que es imposible que
consigamos un conocimiento fiable a menos que nos mofemos deliberadamente de las reglas de la ciencia.
Ciertamente, la base de estas conclusiones necesita de una considerable elaboración antes de que podamos
tomarlas en consideración. Es importante, no obstante, presentarlas de esta forma superficial en este estadio de
nuestro estudio, para darnos cuenta de cuáles son las consecuencias de estudiar la ciencia desde una
perspectiva «social». En la medida en que en nuestra posición se encuentren involucrados presupuestos sobre
lo que es «ser científico», no podemos seguir separando a la ciencia de nuestros esfuerzos por comprenderla, ni
de lo que (para nosotros) debe valer como una explicación adecuada, ni tampoco de los fundamentos a partir de
los cuales nuestras deliberaciones podrían llegar a ser consideradas como persuasivas.
Ya en este estadio inicial de nuestra argumentación comenzamos a comprender que el estudio social de la
ciencia es un proyecto que no resulta seguro ni excesivamente cómodo a pesar de su inmenso potencial y
relevancia. Saca a la superficie cuestiones fundamentales que repercuten insistentemente sobre quien las
plantea y da lugar a desagradables dudas con respecto a la fría y clínica relación que, a veces, se supone existe
entre el científico social y su objeto de estudio. Quien realiza el análisis no puede separarse en ningún sentido
de su objeto, precisamente porque esta distinción entre análisis y objeto es el eje -la razón fundamental- de la
misma ciencia. En su forma más virulenta, el desafío a la idea de ciencia se enfrenta con este dualismo
cartesiano entre el sí mismo y lo otro, entre sujeto y objeto, representación y realidad.
Una aproximación radical al ESC significa tener que oponerse al concepto de «ciencia». Pero una consecuencia
aún más interesante de esta línea de argumentación es que las concepciones usuales sobre la «sociedad» y la
«tecnología» deben ponerse también en cuestión, ya que si se abandona el punto de vista que mantiene que la
ciencia y la sociedad son objetos analíticos separados el uno del otro, tales conceptos chocan entre sí. Mientras
que desde el punto de vista tradicional la separación entre estas tres entidades se apoya en el estudio de «la
ciencia, la tecnología y la sociedad» (quedando representado en un diagrama de Venn por tres dominios
interconectados entre sí que, sin embargo, no se solapan), el punto de vista radical considera que las mismas
se superponen entre sí (con lo cual, el diagrama de Venn mostraría tan sólo un único dominio). Este ultimo tipo
de esquema es lo que hay tras (y es la consecuencia radical de) la llamada a abandonar cualquier distinción
entre lo social y lo técnico, lo social y lo cognitivo, etc. No se trata de que la ciencia tenga sus «aspectos
sociales» (lo cual implicaría que una parte de la misma -su mismo núcleo- procedería sin verse corrompida por
factores no-científicos -«sociales», por ejemplo- que le son ajenos) sino de que la propia ciencia es
constitutivamente social. Por ello, si abandonáramos la concepción de la ciencia como dominio de actividad e
investigación privilegiado, e incluso separado, también deberíamos modificar sustancialmente nuestra noción de
lo «social» (así como la de lo «cultural», lo «psicológico», etc.). La consecuencia potencial de nuestro estudio
radical de la ciencia es -nada menos- que los conceptos «social» y «sociedad» se vuelven redundantes.
Para llegar a tal conclusión, nuestra argumentación ha quedado organizada tal y como a continuación se detalla.
En el primer capítulo se examinan los intentos realizados por la filosofía, la historia y la sociología, de dar una
respuesta a la conocida cuestión de la demarcación: ¿qué es ciencia? Se sugiere que la extraordinaria variedad
de respuestas a esta cuestión debería conducirnos a tratar la idea de «ciencia» como un recurso evaluativo,
más que como una entidad definitiva. En el segundo capítulo se muestra la resistencia a esta sugerencia como
una obligación permanente por parte de las ciencias sociales hacia una particular concepción de la
representación. Se proponen dos principios claves -la inversión y la retroalimentación- como medios para
contrarrestar y/o desafiar a la misma. En el tercer capitulo se examinan los recientes intentos de desarrollar una
crítica de la representación a través de una sociología de la lógica y la razón; en particular, tomaremos en
consideración las ventajas y desventajas del «programa fuerte de la sociología del conocimiento científico»
como contrapeso a los puntos de vista de la filosofía objetivista. Nuestra primera utilización de la
retroalimentación mostrará hasta qué punto este «programa fuerte», especialmente en su sentido programático,
no ha podido romper su propia dependencia con respecto a las reglas y la lógica. En el cuarto capítulo nos
fijaremos más detalladamente en la noción de conexión entre representación y objeto. Se argumentará mediante los ejemplos del descubrimiento y de la construcción de hechos- que la dirección estándar de la
conexión debe invertirse y que, por ello, los objetos del mundo natural pueden comprenderse como algo
acabado en virtud de las prácticas de representación de los científicos. Ello nos llevará -ya dentro del quinto
capítulo a tomar en consideración el discurso científico y, en particular, la manera en que las ideas clave sobre
la representación informan sobre las prácticas de la argumentación y la explicación. Nuestra posición es aquí
mantener que el discurso de la ciencia debe entenderse como un discurso que estructura y fundamenta un
particular orden ético de relación entre los agentes de la representación, las tecnologías de la representación y
los «objetos» representados. El sexto capítulo trata con mayor detalle los problemas de este orden moral y las
posibilidades de subvertirlo. Se introduce el concepto de reflexividad -un posible instrumento para «mantener
vivos» los resultados de la inversión y la retroalimentación- con la pretensión de revisar los intentos
«antropológicos» de aproximación a la práctica científica. Finalmente, en el séptimo capítulo, todas las
implicaciones de la discusión precedente se aplicarán al tema de la demarcación con el que comenzamos.
¿Qué esperanzas tenemos de poder movernos más allá de la ideología de la representación emplazada en el
mismo corazón de la ciencia?, ¿qué consecuencias, a su vez, tienen para la ciencia social los intentos de
desarrollar una crítica radical de la propia idea de ciencia?
¿QUÉ ES LA CIENCIA?
El estudio social de la ciencia comienza con el reconocimiento de que ésta es un animal altamente variable.
Como es bien sabido, existen múltiples opiniones sobre qué es la ciencia y lo que debe considerarse científico.
Es más, el que en muchas y diferentes áreas de la vida puedan encontrarse afirmaciones opuestas sobre lo que
la ciencia engloba es ya un testimonio de la gran influencia y penetración de las ideas sobre la misma. Nos
encontramos así, por ejemplo, con encarnizados debates sobre el estatus del creacionismo, con proclamas del
secretario de Estado para la Educación, en las que se mantiene que el principal organismo de financiación de la
investigación social ya no merece el calificativo de «ciencia», etc. Comenzaremos distinguiendo dos de las
principales respuestas -la filosófica y la histórica- a la pregunta sobre lo que debe entenderse como ciencia.
La respuesta filosófica
En su tratamiento filosófico la pregunta por la naturaleza de la ciencia se ha centrado, especialmente, en la
demarcación. ¿Qué hay en la ciencia que la convierte en un sistema de producción de conocimiento mucho más
fiable que los demás? Mientras que, por ejemplo, creer en Dios es algo difícil de sostener excepto si se apela a
la fe y la confianza, ¿qué tiene la ciencia que nos permite depositar nuestra confianza en -pongamos por caso
las afirmaciones sobre el conocimiento del sistema solar? Resumiendo, ¿qué distingue a la ciencia de otras
actividades? La respuesta a esta pregunta nos conduce de forma bastante obvia a los intentos efectuados por
las ciencias humanas y sociales de solventar una cuestión relacionada: ¿hasta qué punto debe emular el
estudio del comportamiento humano las perspectivas de las ciencias naturales? Que la perspectiva de la ciencia
sea o no apropiada para el estudio de los fenómenos sociales (humanos, comportamentales) depende de la
previa existencia de algo característico llamado «ciencia».
La búsqueda filosófica de un criterio de demarcación es más bien una historia accidentada. Se ha mantenido
que lo que distingue a la ciencia son sus resultados, aunque, últimamente, se ha afirmado que es su
metodología lo que la distingue. Pero, incluso el acuerdo sobre este último punto comporta considerables
diferencias sobre lo que es exactamente la metodología de la ciencia. El principio de verificación se propuso en
la década de los cincuenta como aquel aspecto metodológico que permitía distinguir entre ciencia y no-ciencia.
Se decía que si una afirmación podía ser verificada, ello la convertía en científica en virtud de la exclusión de
conjeturas sobre creencias, opiniones o preferencias. «Dios existe» o «me gusta más el té que el café» se
consideraban afirmaciones no-científicas. Pero este principio tuvo que vérselas con algunos problemas, en
especial, con el problema lógico de la inducción: aunque las pruebas de verificación podían aplicarse a cualquier
generalización que se deseara, el estatus de ésta resultaba siempre incierto, pues cualquier observación
posterior podía contradecirla. Con otras palabras, la verificación garantizaba muy poco ya que, en principio,
cualquier observación futura podía acabar con una generalización. La solución de Popper fue proponer el
principio de falsación. Mientras que ninguna generalización podría, en principio, alcanzar un nivel de certeza,
Popper sugirió que la prueba de falsación podría ser el distintivo de sus méritos relativos. Según Popper, la
esencia de la metodología científica consiste en producir generalizaciones que resistan los intentos de falsación.
Debería intentarse verificar las proposiciones que contradijesen a la generalización de que se tratase; el fracaso
de la verificación de la contra-proposición (esto es, el fracaso de la falsación) daría credibilidad (cuando menos
temporalmente) a dicha generalización. La omnipresente aparición del problema lógico asociado a la verificación
queda así substituido por la promesa de una generalización cada vez más fiable (aunque, en última instancia,
nunca cierta) que resistiera más y más intentos de falsación.
En las ciencias sociales encontramos un claro ejemplo de falsación en la aplicación de la prueba de hipótesis
estadísticas. Los investigadores formulan una hipótesis nula (por ejemplo, que no existe relación estadística
entre la clase social y el éxito obtenido en los estudios) e intentan falsarla. La falsación de esta hipótesis nula
proporciona el más firme indicio posible (pero no una prueba) de la existencia de una relación estadística entre
ambas variables.
Aunque la propuesta de Popper fue un intento mucho más dramático y solemne de intentar dar solución al
permanente problema del estatus propio de la metodología científica, se hizo evidente que tanto la verificación
como la falsación adolecían de la misma debilidad al mantener, como presupuesto central, la neutralidad de las
observaciones: la atención prestada a la forma en la que éstas están relacionadas con la afirmación
(generalización) en cuestión fue escasa. Puede que desde un punto de vista lógico resulte más sugerente
intentar falsar que verificar el clásico ejemplo de generalización «todos los cisnes son blancos», pero, en ambos
casos, se presta poca atención a lo que debe considerarse un cisne «blanco» o «negro». ¿Debe un cisne
cubierto de hollín considerarse un cisne blanco? Una aseveración central de todos los que están de acuerdo con
el carácter comunal (social) de la ciencia es que las decisiones sobre el estatus de las observaciones
-y, por ello, también sobre la aplicabilidad de principios como los de verificación o falsación- tienen lugar en un
contexto social. La blancura de los cisnes aparece como resultado de percepciones localizadas de lo blanco.
Enfáticamente: no se trata de un atributo inherente, objetivo y falto de ambigüedad.
En la propuesta de Lakatos de una metodología de los programas científicos de investigación aparecen algunas
concesiones al carácter de fundamentación comunitaria de la observación. A' centrar su atención a nivel de los
«programas de investigación», Lakatos remarca el hecho de que las generalizaciones (hipótesis, proposiciones)
nunca se evalúan en solitario. Un programa de investigación comprende un conjunto de hipótesis y una serie de
reglas metodológicas que especifican qué líneas de desarrollo deben seguirse y cuáles deben evitarse. Las
mismas hipótesis quedan divididas entre aquéllas que pertenecen al «núcleo central» y las que confeccionan el
«cinturón protector». Las modificaciones efectuadas en las pertenecientes a este último pueden hacer que el
programa de investigación resulte «progresivo» o «degenerativo».
Pero, a pesar de que la concepción de la ciencia propia de Lakatos hace que las ideas de Popper sean más
sensibles al peso del juicio y a sus efectos en el desarrollo global de las teorías científicas, las reglas
metodológicas continúan sin clarificarse. En concreto, no está claro que las reglas mismas puedan distinguir
entre progreso y degeneración. Además, desde una perspectiva histórica no queda claro en absoluto en qué
sentido tales reglas existen, como si estuviesen siempre a la disposición del científico indeciso. El problema de
suponer la neutralidad de las observaciones en la verificación y la falsación queda ahora reemplazado por un
presupuesto problemático sobre el carácter determinante de las reglas.
Este breve repaso a las ideas filosóficas sobre la ciencia pone de manifiesto la gran variedad de intentos
filosóficos de especificar criterios de demarcación para la misma. Al contrario de lo que sucede con la
especulación filosófica, la postura del ESC consiste en aceptar que ciencia y no-ciencia no pueden distinguirse
mediante reglas de decisión. Los juicios al respecto de si las hipótesis han sido verificadas (o falsadas) -afecte
ello al centro, a la periferia de un programa de investigación o lleve hasta el punto de abandonarlo por enteroson el resultado de complejos procesos sociales emplazados en un determinado medio ambiente. El
conocimiento científico no es el resultado de la aplicación de reglas de decisión preexistentes a hipótesis
particulares o generalizaciones.
Como veremos más adelante con mayor detalle, el ESC apoya la comprensión de las reglas como
racionalizaciones post hoc de la práctica científica, en vez de considerarlas como un conjunto de procedimientos
que determinan la acción científica. Esta opción da apoyo a la postura, especialmente defendida por Khun, de
que ciertos tipos de historia de la ciencia pueden ser considerablemente engañosos. Con la ventaja que da la
visión retrospectiva, los episodios históricos de la ciencia son reescritos de forma tal que se adecuen a ciertas
supuestas reglas de decisión. Se supone retrospectivamente, que tales reglas deben haber operado para
producir el conocimiento científico en cuestión. Esta conjura retrospectiva del funcionamiento de las reglas de
decisión se efectúa a la luz del estado actual del conocimiento y de los juicios sobre su validez o, dicho de otra
forma, a partir de la reivindicación histórica. Es este «tempo-centrismo» lo que deja a un lado los embrollos de la
práctica científica, resta importancia a la incertidumbre a la que se enfrentan los científicos, evita las pistas
falsas y, en ultimo término, produce la impresión de que el actual estado de conocimiento es el lógico e
inevitable resultado de la progresión histórica.
Un punto de vista no tan escéptico considera que las reglas no son racionalizaciones estrictamente post hoc
sino, simplemente, uno de los elementos determinantes de la acción científica. Esta línea de argumentación
mantiene que el conocimiento científico no se encuentra totalmente determinado por la evidencia observacional
(las observaciones no determinan, por sí mismas, el destino de una proposición o generalización) ni por las
reglas de decisión (los procedimientos prescriptivos no pueden establecer por sí mismos el resultado de una
hipótesis). Por ejemplo, el «hecho» de la falsación no garantiza por sí mismo el rechazo de una hipótesis. En
este sentido, la insuficiencia en la determinación deja espacio a que factores «sociales» adicionales ejerzan una
influencia concomitante en la evaluación de las afirmaciones cognoscitivas.
Las dificultades que aparecen en los esfuerzos de los filósofos por especificar un criterio de demarcación
encuentran un apoyo en los últimos resultados de la investigación del ESC sobre la dinámica de las ciencias
marginales o pseudociencias. El argumento central en los estudios sobre la frenología o la parapsicología es que
tales disciplinas se comportan de forma bastante consistente con los requisitos de la demarcación. Por ejemplo,
puede pensarse que los frenólogos se han comportado de forma bastante consistente con el punto de vista de
sus oponentes. O, de la misma forma, tan sólo retrospectivamente, puede decirse que los rayos N no pudieron
sobrevivir al criterio de falsación.
La respuesta histórica
Acabamos de ver cómo los intentos filosóficos por caracterizar la ciencia han generado toda una variedad de
criterios de demarcación, todos ellos insatisfactorios. Hemos sugerido también que una de las fuentes del
problema se encuentra en la forma en que se entremezcla la búsqueda del criterio de demarcación con los
problemas de intentar comprender la ciencia retrospectivamente. Otro factor relacionado con este problema es
el hecho de que, a un nivel general, la organización y concepción de la ciencia ha variado a lo largo del tiempo.
En otras palabras, la misma forma de definir la ciencia ha cambiado en respuesta a factores organizativos y
sociales sobre los que recae la delimitación de la misma. Así pues, dedicaré esta sección a presentar un
resumen de los cambios organizativos generales en lo que ha sido considerado ciencia.
En los años sesenta se observó una proliferación de los estudios dedicados al crecimiento estadístico de la
ciencia. En concreto, se comprobó que la razón de crecimiento de la misma era exponencial. Tal y como afirmó
De Solla Price -uno de los primeros en señalarlo-, el rápido ritmo de crecimiento exponencial de la ciencia ha
dejado muy atrás al crecimiento exponencial de la población y al aumento del producto nacional bruto.9 Esta
etapa del estudio de la ciencia vio también la frecuente popularidad de afirmaciones en las que se sostenía que
pronto cada hombre, mujer y niño del país serían científicos (en concreto, esta tesis se ha atribuido a un
individuo llamado Boring). La idea general queda reflejada en la siguiente afirmación aparentemente asombrosa:
«el ochenta por ciento de los científicos que han existido alguna vez viven en la actualidad» (de todos modos,
debe repararse en el hecho de que una característica propia del crecimiento exponencial es la de que una cierta
aproximación a esta última afirmación es siempre cierta). Price señaló correctamente que la ciencia no podía
seguir creciendo a ese ritmo durante mucho tiempo, que ya habíamos alcanzado un estado de saturación.
Lo que interesa a nuestros propósitos es la forma en que la ciencia fue concebida y operacionalizada con objeto
de someterla a la medición estadística. En todos los casos, el estadista analiza de forma retrospectiva las
actividades culturales como si fueran comparables con lo que actualmente conocemos como ciencia. Se usan
los patrones de crecimiento para señalar un boom del conocimiento científico, pero, por supuesto, resulta
altamente problemático comparar un incremento de la actividad científica con un incremento del conocimiento
científico. A su vez, ello nos lleva a plantear la eficacia y prudencia de continuar invirtiendo en la actividad
científica. Pero, en cualquier caso, ¿qué se ha tomado por actividad científica? Si tomamos en consideración los
cambios sucedidos en la organización social de la ciencia desde el siglo XVII, se hace evidente que la misma ha
sufrido importantes y substanciales cambios.
Puede decirse que la organización social de la ciencia ha atravesado tres grandes etapas: amateur, académica
y profesional. En el período amateur (situado aproximadamente entre 1600 y 1800), la ciencia se desarrolla
fuera de las universidades, alejada del gobierno y de la industria, tal y como hoy conocemos estas instituciones.
Los que participaban en ella eran profesionales económicamente independientes que se reunían de manera
informal y cuyo principal rol social quedaba al margen de sus intereses científicos. Estos amateurs desarrollaron
rápidamente medios para comunicarse entre si, y el intercambio epistolar pronto dio paso a -o fue sustituido
por- la aparición de revistas científicas. Los involucrados en estas redes sociales de amateurs se consideraban
a si mismos como personas interesadas en la «filosofía natural», siendo la especialización algo extraño entre
ellos. La fase académica (1800-1940) queda caracterizada por la necesidad de que los nuevos miembros de la
comunidad científica tengan una mayor y más prolongada formación técnica (para poder así enfrentarse al
incremento del conocimiento científico), por la necesidad de recursos y puestos adecuados para sustentar la
dedicación completa a la incipiente literatura científica y por la creciente especialización de los científicos. Como
resultado de todo ello, el trabajo científico tiende a acabar centrándose en la investigación básica desarrollada
en el seno de las universidades. La profesión científica se organiza progresivamente según patrones
disciplinares especializados, y la preparación de los nuevos miembros de la comunidad científica se convierte
en parte de las obligaciones del científico. A pesar de que la ciencia fue subvencionada de forma creciente con
fondos públicos, no se permitía que las universidades o los gobiernos interfirieran directamente en la libertad
académica de los científicos. Consecuentemente, el conocimiento científico fue casi por completo dirigido por el
momentum interno de la comunidad científica. Aunque la investigación no planificada ha seguido
desarrollándose en las universidades, la investigación científica se ha hecho actualmente tan costosa especialmente por lo que al capital invertido se refiere- que sólo puede mantenerse con los fondos de un
gobierno central. De ahí el creciente interés e influencia de los patrocinadores no-científicos en el progreso de la
ciencia. De forma cada vez mayor, el trabajo científico se juzga según su valía con respecto a la prosperidad
económica y la seguridad. El aumento gradual de los esfuerzos científicos directamente relacionados con los
intereses industriales corre paralelo a la creciente importancia dada a la aplicabilidad y utilidad de la ciencia: las
firmas más importantes cuentan con laboratorios de investigación y desarrollo situados en sus propias
instalaciones. Además, la regeneración, después de la guerra, de la conciencia sobre la relación entre ciencia y
sociedad -en su más amplio sentido- también ha reavivado el interés por el impacto de la ciencia «en la
sociedad».
Esencialismo y nominalismo
Nuestros esfuerzos por responder a la pregunta «¿qué es la ciencia?» han mostrado dos sentidos en los cuales
la ciencia resulta ser algo sumamente variable. No sólo los filósofos no se ponen de acuerdo sobre las
características que distinguen a la ciencia de otras actividades, sino que ha quedado probado que el carácter de
la ciencia es algo históricamente mudable. Existen principalmente dos reacciones diferentes frente a esta
variabilidad. Por una parte, podemos considerarla como resultado de la misma complejidad de la ciencia. En
otras palabras, podríamos decir que resulta difícil hacerse con la verdadera naturaleza de la ciencia debido al
hecho de que ésta es un organismo tan complejo y cambiante. Llamemos a esta posición esencia-lista. Desde
este punto de vista, la ciencia sigue viéndose como un objeto, una entidad o un método coherente aunque su
definición y descripción resulten difíciles. Lo principal es que este punto de vista no abandona ni modifica de
forma substancial el parecer de que realmente existe algo «ahí fuera» llamado ciencia. Tan sólo se pospone el
esfuerzo de encontrar una respuesta definitiva. Por el contrario, una reacción nominalista frente a la variación en
las definiciones de ciencia mantiene que intentar buscar una definición es algo inútil en última instancia. Los
intentos de establecer uno u otro criterio de demarcación ignoran lo que parece ser una importante y
fundamental característica de la ciencia: siempre se encuentra abierta a la renegociación y a la reclasificación.
Desde este punto de vista, no existen ni la «ciencia» ni el «método científico», sino que tales términos se
atribuyen de forma múltiple y variable a diferentes prácticas y comportamientos. «Lo que ha de ser considerado
ciencia» varia según los propósitos concretos para los que esto constituye un problema. Mientras que el
esencialismo tiende a mantener que las definiciones de la ciencia son -como mínimo en parte- un reflejo de las
características de un objeto real (trascendental) llamado «ciencia», el nominalismo sugiere que aquellos rasgos
propuestos como característicos de la ciencia surgen de las prácticas de definición de los mismos participantes
(filósofos, historiadores y sociólogos).
Como veremos en capítulos posteriores, esta distinción es mucho más que una simple observación
metodológica con respecto a las diversas aproximaciones al estudio de la ciencia. Involucra un dilema básico en
toda ciencia social que mantenga una aproximación relativista a su fenómeno de estudio: ¿hasta qué punto los
rasgos, características y definiciones del fenómeno reflejan las prácticas de definición (el trabajo constructivo)
de los involucrados en las mismas antes que el «carácter real» de ese mismo objeto? Veremos también cómo el
estudio social de la ciencia sigue manteniendo una ambivalencia con respecto a las implicaciones que tienen
sus propios estudios, a pesar de que sus trabajos recientes muestren su simpatía con el punto de vista
nominalista. Toda esta literatura coincide a menudo en que no resulta útil juzgar y resolver la cuestión de qué es
la ciencia; en lugar de ello, la importancia de la idea de «ciencia» reside en su uso como recurso para
caracterizar el trabajo y el comportamiento de otros, lo cual abre la puerta al estudio de cómo el término
«ciencia» se atribuye (o resulta ajeno) a diversas prácticas y afirmaciones. Sin embargo, esta línea de
argumentación transige -desafortunadamente- con el hecho de que el mismo estudio social de la ciencia
construye a la «ciencia» en cuanto objeto de sus propios «propósitos concretos». El estudio social de la ciencia
adopta la posición nominalista por lo que hace a los esfuerzos de otros por especificar lo que debe considerarse
ciencia, pero tiende a seguir la línea esencialista en su propia práctica. Este es un problema importante no sólo
para el estudio social de la ciencia, sino para todo esfuerzo por desarrollar una crítica de la misma.
Resulta importante delimitar el dominio de la posición esencialista con cierto detalle. De hecho ha tenido -y
sigue teniendo- una gran influencia en todos los intentos de enfrentarse al fenómeno de la ciencia. En las
siguientes secciones trataré la influencia del esencialismo en dos áreas de estudio -la sociología clásica del
conocimiento y la sociología de la ciencia- que constituyen el telón de fondo del moderno estudio social de la
ciencia.
La sociología clásica del conocimiento
El interés sociológico por un fenómeno particular suele quedar justificado en términos de su relatividad social.
Ésta es la máxima del «podría ser de otra manera» que resulta crucial para toda forma de ciencia social
relativista. El interés sociológico por el conocimiento queda a menudo justificado de la misma manera. Así, se
afirma que Pascal señaló que aquello que es verdad a un lado de los Pirineos resulta falso en el otro. La
supuesta variabilidad de lo que se tiene por conocimiento nos permite formular interrogantes sociológicos sobre
la fuente, alcance y características de esas variaciones. Como señalan autores como Berger y LucKmann,
dichos interrogantes son tradicionalmente distintos de los que se plantean los filósofos. Mientras que estos
últimos buscan determinar los criterios del conocimiento (de hecho, lo que intentan es especificar qué debería
ser legítimamente tenido por conocimiento), los interrogantes sociológicos tienden a centrarse, en menor
medida, en el estatus del conocimiento. En su lugar, los sociólogos buscan simplemente documentar las
diversas propuestas de legitimación a modo de preludio a la explicación de las diferencias.
Contexto social
Æ
Pensamiento/conocimiento humanos
El interés específicamente sociológico por el conocimiento (en cuanto opuesto al interés psicológico, económico,
etc.) aparece cuando se conceptualizan las fuentes de las variaciones en términos de contexto o atributos
sociales. De este modo, las variaciones en el conocimiento quedan asociadas a diferencias en la clase social, la
filiación religiosa, el «ser social», el contexto social, los grupos sociales, la sociedad, la cultura, la raza, etc. La
sociología del conocimiento se ha rodeado de tipos de conocimiento y pensamiento humanos tan diferentes
como las ideas legales, políticas, religiosas, literarias y artísticas. La curiosa pero notable excepción en esta lista
es la ciencia. La sociología del conocimiento -especialmente en manos de sus autores clásicos- ha intentado
siempre evitar la explicación del conocimiento científico.
Una razón obvia de este olvido de la ciencia se encuentra directamente relacionada con la misma forma de
concebir la sociología del conocimiento. La ciencia queda excluida de todo posible análisis sociológico porque,
se piensa, no admite esas variaciones que son propias de las de-más formas de conocimiento. Se da por
sentado que la ciencia es la forma de conocimiento que -por excelencia- no se ve nunca afectada por los
cambios del contexto social, de la cultura, etc. El reciente estudio social de la ciencia se opone a este
presupuesto. Afirma que la universalidad del conocimiento científico es en realidad un mito, que la aparición de
tal universalidad es el resultado de (esto es, una respuesta consensual a) un complejo proceso social mediante
el cual las variaciones en las diversas posturas sobre la forma y la legitimación de la ciencia van siendo
gradualmente eliminadas. La aparente falta de variación social del conocimiento científico es la consecuencia -y
no la condición- de la ciencia.
En términos generales, la fórmula de Marx para una sociología del conocimiento es que el ser social del hombre
determina su pensamiento y conciencia. Marx interpretaba el ser social en términos de situación de clase y, de
forma más notable, según la relación del hombre con los medios de producción. La existencia de ideas
revolucionarias presupone la existencia de una clase revolucionaría. La falsa conciencia es el producto de
aquellos casos en los que una clase social adopta el pensamiento propio de (y producido por) otra; así pues, la
clase trabajadora desarrolla una falsa conciencia cuando adopta la ideología de los propietarios de los medios
de producción. Aunque Marx modificara posteriormente su inicial insistencia en la determinación social de las
ideas (nacida de una temprana reacción frente al idealismo de autores anteriores), su sociología del
conocimiento jamás fue una parte de su obra completamente desarrollada. Su contribución a este campo fue
absorbida por el interés dominante en el análisis de las condiciones del cambio social. En concreto, le
preocupaba esclarecer los orígenes del conocimiento falso que hacia que el potencial revolucionario de la clase
trabajadora quedara oculto en si misma. Su relativa despreocupación por la ciencia refleja esta concentración en
las fuentes de distorsión.
Mannheim intentó transformar la aproximación marxiana en una herramienta de carácter más general para la
sociología del conocimiento. En concreto, Mannheim intentó que ambos términos («contexto social» y
«pensamiento humano») incluyeran una mayor diversidad de variables. El interés predominante de Marx en la
relación entre intereses materiales (de clase) y posturas intelectuales da lugar a -por así decirlo- una conexión
entre la motivación intelectual de un grupo social y el estilo de pensamiento del mismo. De forma similar a la de
Weber, Mannheim insistió en la necesidad de ampliar el número de categorías que Marx había subsumido bajo
el «contexto social». En su obra, tanto el estatus como la pertenencia al grupo y el rol social son factores que,
potencialmente, determinan el conocimiento. Lo más importante es que difiere de Marx en su deseo de extender
el análisis a todas las ideas, incluyendo aquellas que se tienen por verdaderas. La fijación de Marx con respecto
a la ideología en cuanto causa de distorsión (basada en el presupuesto de que tan sólo las clases proletarias
pueden alcanzar el verdadero conocimiento) da así paso a la opinión de que todas las ideas son ideología: sólo
puede decirse que existe verdad dentro de una cosmovisión específica y con respecto a quienes la comparten.
La sociología del conocimiento de Mannheim -a pesar de ser más programática que empírica- resulta, de esta
manera, más radical (epistemológicamente, si no políticamente) que la de Marx. En concreto, deja abierta la
puerta al análisis sociológico de aquellos sistemas de conocimiento que se consideran productores fiables de la
verdad. Pero a pesar de su crítica contra el punto de vista parcial de la sociología del conocimiento, Mannheim
no aplicó su esquema a la comprensión de la ciencia y las matemáticas. Su error fue detener allí su análisis,
siendo como era su principal tesis la de la aplicabilidad general de la sociología del conocimiento.
Durkheim, el ultimo miembro del triunvirato de la sociología del conocimiento aquí tratado, ensanchó
considerablemente los términos de la ecuación de la sociología del conocimiento. Aplicó un en foque
marcadamente antropológico a aspectos del pensamiento humano tales como la moral, las ideas religiosas, las
formas de clasificación y las categorías fundamentales del pensamiento humano, el espacio y el tiempo. Al igual
que la misma idea de sociedad, todos estos tipos de conocimientos, ideas y creencias forman parte de la
conciencia colectiva, no pudiendo existir con independencia de la existencia social del hombre. De este modo,
las formas de conocimiento y creencia detentadas por el hombre mantienen un cierto tipo de isomorfismo con
respecto a la sociedad que él mismo produce y mantiene. Por ejemplo, la religión es un sistema de creencias
según el cual los hombres organizan sus vidas y categorizan su mundo (distinguiendo, por ejemplo, entre lo
sacro y lo profano). A la vez, la religión es un «hecho social» que limita las actividades y comportamientos
sociales. Los objetos se clasifican en las sociedades de un modo que refleja y extiende las clasificaciones
sociales existentes. De este modo, nuestras ideas sobre el espacio reflejan la organización social y la base
material de la sociedad, mientras que las divisiones del tiempo son el espejo de las formas en que se organizan
los rituales y las festividades.
Así pues, Durkheim establece un interesante marco antropológico para el estudio de la ciencia. El isomorfismo
(o paralelismo) entre los mundos social y físico sugiere la posibilidad de entender la estructura de este último
como un reflejo de la del primero; nuestra aprehensión de la naturaleza mostraría el orden y organización de
nuestras instituciones sociales. Desgraciadamente, parece que el propio Durkheim se situó al margen de esta
fascinante posibilidad. Su preocupación primordial por la evolución de las sociedades -el paso de las formas de
solidaridad mecánica a las orgánicas y a otras más allá- le llevó a considerar la ciencia como un tipo de
conocimiento de un nivel diferente al de los demás. La ciencia había reemplazado a la religión, no a raíz de
cambios básicos en las formas de organización social, sino a causa de un avance evolutivo que rompía los
lazos existentes entre la organización social y la actividad intelectual. Para Durkheim, la importancia de la
ciencia radicaba en ser una forma de conocimiento que, a diferencia de las restantes, escapaba al contexto
social. De este modo, llega a la conclusión de que la ciencia es un caso especial, exento del tratamiento
antropológico general con el que había iniciado sus estudios.
Vemos cómo Durkheim -al igual que Marx y Mannheim- deja a la ciencia fuera de la sociología del conocimiento
al concebirla como un caso especial. En efecto, todos estos autores presuponen que en la ciencia hay algo
específico que la separa de los otros tipos de conocimiento. De acuerdo con la reacción esencialista al problema
de la demarcación, todos ellos presuponen este carácter especial de la ciencia sin especificar en qué podría
consistir. En la medida en que dichos autores y su contribución a la ciencia social continúan siendo influyentes,
el nuevo estudio social de la ciencia ha tenido que enfrentarse a esta posición tradicional.
La sociología de la ciencia
Al mismo tiempo, el estudio social de la ciencia ha tenido que rivalizar con otra tradición sociológica claramente
separada de las demás -la sociología de la ciencia-que ha adoptado también una postura esencialista sobre el
carácter de la ciencia.
Nuestra primera aproximación histórica a la emergencia de la ciencia como institución social estableció la
existencia de una fuerte variabilidad en la concepción de la misma ciencia, bastante diferente de los problemas
suscitados por la demarcación. Hemos mantenido que la «ciencia» se desarrolló en el siglo XVII a través del
intercambio de cartas y encuentros informales suscitados entre caballeros amateurs no especializados;
igualmente, hemos afirmado que la «ciencia» fue impulsada por especialistas industriales de postguerra con
acceso a ciertos medios electrónicos de comunicación altamente sofisticados. Ello podría tentarnos a concluir
que la ciencia se ha hecho «más social »: la mayor especialización y diferenciación han exigido un aumento del
control (tanto interno como externo) y de la organización social; se ha invertido un gran capital en la ciencia, y el
extraordinario gasto en equipos y técnicas especializados ha potenciado el trabajo en equipo. Los días del
científico individual y aislado (al menos, relativamente) han sido substituidos por su emplazamiento en una
compleja red social y su conversión en objeto de toda una serie de fuerzas y presiones sociales. El científico
pertenece ahora a un grupo social definido y, a menudo, fuertemente unido. Las relaciones de los científicos
entre sí quedan delimitadas por lo que se considera científico. Así, cuando la ciencia requiere formación, nos
encontrarnos con todo un conjunto de relaciones sociales de roles y estatus, asociadas a la actividad docente y
al aprendizaje. El aislamiento social desaparece en la medida en que el científico abandona los confines de la
academia y se encuentra con la responsabilidad de cumplir las exigencias de la industria y del gobierno. Aunque
es posible defender que los valores y creencias más generales de la sociedad afectaban al caballero amateur,
parece que es ahora cuando nos encontramos con una influencia social mucho más inmediata: el científico
forma parte de un sistema social institucionalizado.
De todos modos resulta importante reconocer que esta interpretación de los cambios de la ciencia despliega un
sentido limitado y específico de lo social. En particular, este uso de lo «social» tiende a centrar la atención sobre
aquellos efectos y circunstancias que son externos a la actividad intelectual del científico. Esto es consistente
con la postura esencialista: el carácter real de la ciencia (y, en particular, los detalles esotéricos del contenido
del conocimiento científico) se trata como algo independiente (o previo) y separado de aquellos que la practican.
Contra ello puede argüirse que actividades como interpretar, probar y clasificar la evidencia o realizar
observaciones han sido siempre «sociales» en el sentido más fenomenológico del término. Así, el científico
aislado se encuentra irremediablemente sumergido en un «juego de lenguaje» tanto si ha vivido en el siglo x'{ii
como si lo hace en el siglo XX. Se encuentra comprometido con el significado de sus acciones (de sus palabras
y escritos, por ejemplo) y aprehende el posible tratamiento de las mismas y las reacciones que pueden
provocar, su persuasividad, etc., por el hecho de ser miembro de una comunidad de lenguaje.
Desgraciadamente, este punto de vista fenomenológico se ha menospreciado durante mucho tiempo, en favor
del sentido institucional-estructural en el que una acción científica es social. Así, la principal preocupación de la
sociología de la ciencia -especialmente como la practican los seguidores de Merton- se ha centrado en cómo la
ciencia, en tanto que institución social en rápido crecimiento, se autoorganiza y autorregula. Se ha prestado
especial atención a la relación existente entre los productores del conocimiento: sus roles sociales, la naturaleza
del sistema de remuneraciones, la competitividad y, especialmente, el sistema de normas según el cual se
guían las acciones de los científicos. Como se ha reconocido ahora, esta concentración en las relaciones
existentes entre científicos se mantuvo a expensas de la atención a las diferentes formas en las que los distintos
tipos de conocimiento científico se producen y acreditan. La sociología de la ciencia adopta así un punto de vista
esencialista al presuponer que el carácter real de la ciencia debe quedar situado más allá de su campo de
investigación.
Conclusión
Acabamos de ver cómo las concepciones actuales de la ciencia y los intentos de desarrollar un análisis social
de la misma tienen lugar en oposición a un rico mosaico de tradiciones propias de la historia, la filosofía y la
sociología de la ciencia. Los presupuestos centrales de tales tradiciones nos proporcionan tanto un punto de
arranque como toda una serie de constricciones a nuestra comprensión de la ciencia. Las principales
constricciones son -en resumen- las siguientes:
1) La persistente idea de que la ciencia es algo especial y distinto del resto de formas de actividad social y
cultural, aun a pesar de todos los desacuerdos y cambios en las opiniones de los filósofos que han tratado
de dilucidar un criterio de distinción. En lugar de tratarlos como logros meramente retóricos, muchos
analistas de la ciencia siguen respetando los límites que delimitan a la ciencia frente a la no-ciencia. Muchos
otros niegan la posibilidad de la demarcación pero siguen discutiendo en términos de límites. El uso
continuado de un esquema que construye la ciencia como un objeto tiende a reforzar la concepción de la
misma como algo distinto antes que a potenciar un desafío a tal punto de vista.
2) La persistencia de lo que ha sido llamado la concepción «heredada» (o estándar) de la ciencia. Esta
concepción incluye el presupuesto de que los objetos del mundo natural son reales, objetivos y disfrutan de
una preexistencia independiente. En consecuencia, los orígenes sociales del conocimiento resultan casi
totalmente irrelevantes. Desde esta perspectiva, el conocimiento científico no es susceptible de ser sometido
a un análisis sociológico, simplemente porque él constituye su propia explicación: el conocimiento científico
está determinado por la naturaleza real del mundo físico.
3) La persistente noción del conocimiento como una actividad individual y mental; el permanente respeto por el
trabajo y los logros de los «grandes hombres». Esta noción nace de la idea -y, a su vez, la refuerza- de que
la acción humana no es esencial para el carácter objetivo y real del mundo natural situado «ahí fuera». Las
imágenes públicas predominantes de la ciencia subrayan este punto de vista. Es notable, por ejemplo, que
tanto los periodistas científicos como, en general, los medios de comunicación hayan omitido de forma casi
completa los temas relativistas que conforman la reciente sociología de] conocimiento científico. En su lugar,
las noticias sobre la producción científica siguen enfatizando las acciones heroicas de los individuos.
4) La falta de voluntad para afrontar las consecuencias radicales que tiene, para el trabajo propio, un ataque
crítico a la ciencia.
Lo común a todas estas barreras es su compromiso con el esencialismo. Además de la cuestión de si la ciencia
difiere de la no-ciencia, todos estos prejuicios comparten una concepción de la ciencia como una actividad
concreta e identificable. Las constricciones a nuestro modo de entender la ciencia tienen su origen, por
consiguiente, en toda una serie de tradiciones académicas que la han concebido como un objeto sobre el que
cada una ha aplicado su propio instrumentario (o conjunto de conceptos).
Sin embargo, la reacción nominalista frente al problema de la demarcación nos exige que profundicemos un
poco más. En particular, nos induce a observar críticamente la idea misma de «investigar un objeto» que
permea las posiciones académicas tradicionales. Tal y como veremos, algunos intentos de estudiar la ciencia -y
principalmente la «nueva» sociología del conocimiento científico-han tenido un cierto éxito a la hora de huir de
sus orígenes, pero aún necesitan quedar libres de un prejuicio más para poder liberarse de toda ligazón con el
pasado. Este prejuicio -al que llamaremos «representación»- conforma el tema del próximo capítulo.
LA REPRESENTACIÓN Y LOS DESASTRES METODOLÓGICOS
La ciencia sería algo superfluo si no existiera ninguna diferencia entre la apariencia de las cosas y su esencia.
No es posible que los axiomas de la argumentación sean suficientes para lograr grandes descubrimientos, pues
la naturaleza es muchísimo más compleja que la argumentación.
La conmoción que causa el trabajo actual del estudio social de la ciencia se debe a su enfrentamiento con una
tradición centenaria. Su importancia no radica en proporcionar más o diferentes datos «sobre la ciencia», sino
su potencial para re-evaluar los presupuestos fundamentales del pensamiento moderno. En el último capítulo
identificamos al esencialismo -la idea de que los objetos existen independientemente de la percepción que
tengamos de ellos- como una de las constricciones más significativas que esta tradición impone a nuestros
esfuerzos por entender la ciencia. Nuestro objetivo en este capítulo es explorar las implicaciones de este
esencialismo y proponer varias estrategias para resistirnos a él o, por lo menos, para que seamos conscientes
de las constricciones que nos impone.
La posición esencialista encuentra apoyo en la idea de representación. La representación es el medio por el que
generamos imágenes (reflejos, representaciones, informes) de un objeto situado «ahí fuera». La representación
resulta axiomática, no sólo para la ciencia, sino también para todas aquellas prácticas basadas en una
epistemología objetivista o, en resumen, para todas aquellas actividades que pretendan captar una
característica situada más allá de la propia actividad. El significado, especialmente importante, de este hecho es
que la representación sostiene no sólo a la ciencia sino a las empresas de los científicos sociales y de otros
para analizar la ciencia.
Las disputas en y sobre la ciencia se caracterizan porque se apoyan en un dualismo fundamental: la supuesta
distinción entre «la representación» y el «objeto». De hecho, ésta es sólo una de las numerosas formas de
expresar ese dualismo. Por ejemplo:
Representación
Objeto
imagen
realidad
documento
patrón subyacente
significante
significado
acción comportamental
intención
acción comportamental
causa
lenguaje
significado
explanadum
explanans
conocimiento
hechos
Ejemplos más específicos, extraídos de un grupo de ciencias y ciencias sociales, podrían incluir:
lectura de un voltímetro
voltaje
lector gráfico
cambios de resistencia
respuestas a un cuestionario
actitud del encuestado
lo que se dijo
lo que se quería decir
evidencia documental
situación histórica
gesto
significado o intención
fotografía
escena fotografiada
Este esquema es completamente general, y el número de sus ejemplos perfectamente ampliable, lo cual
demuestra la omnipresencia de la noción de un dualismo entre la representación y su objeto.
El problema de la representación
Este esquema de dualidades está en la base de un problema que no desaparecerá: ¿cómo podemos estar
seguros de que el lado izquierdo (representación) es un reflejo apropiado y verdadero del derecho (objeto)? Se
trata de un problema de adecuación metodológica: ¿qué fundamento garantiza la relación existente entre los
objetos de estudio y las afirmaciones hechas sobre tales objetos? El problema está tan extendido como el
mismo dualismo. Así pues, tal problema es en principio aplicable tanto a las ciencias sociales como a las
naturales. Por ejemplo, en el trabajo de un físico especializado en el estado sólido, podría aparecer como la
preocupación por la correspondencia existente entre las inscripciones de un aparato lector y la alineación
atómica de una muestra de aleación de metales. Para el sociólogo este problema se encuentra clásicamente
asociado a la conexión existente entre un determinado indicador social y la realidad social correspondiente.
Entre los historiadores encontramos la preocupación por cómo cierta evidencia documental puede revelar una
determinada situación histórica. Podríamos seguir dando un vasto número de ejemplos capaces de mostrar
cómo el problema permea de forma general cualquier aspecto de toda práctica de investigación.
Los desastres metodológicos
El problema de la adecuación de la conexión entre representación y objeto puede para cualquier par
representación-objetivo hacer su aparición bajo cualquiera de las tres siguientes formas principales (o bajo
todas ellas). Éstas constituyen los «desastres metodológicos», esto es, un inventario de las maneras en que los
intentos por establecer conexiones entre representación y objeto pueden dar mal resultado. Describimos a
continuación tales «desastres metodológicos» haciendo uso de la terminología de la primera etnometodologia.
1) Indexabilidad
El vinculo entre representación y objeto es indexable. A veces se dice que «el significado» de un documento es
indexable. Con otras palabras, que la realidad subyacente a la representación nunca es fija y puede cambiar en
función de su uso. Ello supone que, en principio, no es posible establecer un sentido invariable para cualquier
representación dada; cualquier signo (documento) puede tomar-se, en principio, como indicativo de al menos
dos realidades subyacentes (objetos, significados) posibles. Así pues, siempre resulta factible formular una
alternativa a cualquier significado específico propuesto. La consecuencia obvia de todo ello es que la constante
disponibilidad de versiones alternativas de un mismo suceso lleva a que todo intento de lograr una
representación (de especificar un significado, describir un objeto, señalar la causa, etc.) es anulable (esto es,
puede ser rechazado).
2) Interminabilidad
La tarea de definir exhaustiva y precisamente lo que subyace (el significado) a cualquier representación es
infinita. Con otras palabras, siempre resulta posible exigir nuevas clarificaciones, elaboraciones, elucidaciones o
cosas por el estilo. Todo intento de afrontar tal exigencia se encuentra condenado al fracaso, desde el momento
en que tales intentos suponen el uso de nuevas representaciones (sea en forma de palabras, signos, gestos,
gráficos, etc.) como parte de dicho proceso de clarificación, pudiendo entonces suceder que esos mismos
documentos se vean sometidos a la exigencia, a su vez, de una posterior elucidación. Resulta imposible
proporcionar una explicación suficiente del -digámoslo así- significado de una representación, pues toda
explicación comprende significados no explicados; de esta forma, la misma naturaleza de esta exhaustiva tarea
explicativa multiplica sus propias características.
3) Reflexividad
La relación existente entre la representación y el objeto representado es reflexiva en el sentido particular
señalado por Garfinkel. Es decir, la íntima interdependencia existente entre representación y objeto es tal que el
sentido de la primera se elabora apoyándose en el «conocimiento» del segundo, y el conocimiento de éste se
elabora a partir de lo que se conoce de aquélla. Tal y como lo percibe el actor, el carácter de la representación
cambia con el fin de adecuarse a la naturaleza percibida de la finalidad subyacente, y, simultáneamente, ésta
cambia con el fin de adaptarse al primero. De este modo, el intento de establecer una conexión entre
representación y objeto acaba siendo un proceso bidireccional. Según la terminología de Garfinkel, «las
explicaciones de los "miembros" son partes constitutivas de las situaciones que ellos hacen observables».6 En
concreto, ello supone que ninguna de las partes de un par representación-objeto puede concebirse como
independiente. Las consecuencias que todo ello tiene para ciertas prácticas representativas son profundas. Por
ejemplo, en los modelos de explicación causal, el desastre de la reflexividad nos sugiere que reconozcamos que
explanans y explanandum se encuentran íntima e inextricablemente entrelazados.
Intentos de solucionar los desastres metodológicos
El problema de la representación se niega a desaparecer en el sentido de que, aunque podamos «tratarlo» o
«gestionarlo» en cada caso concreto, la dificultad permanece de forma general y amenaza con reaparecer en el
siguiente paso de cualquier interpretación (representación). Es un problema epistemológico general e irresoluble
que requiere algún tipo de arreglo siempre que aparece -si no, da al traste con la práctica de investigación-. La
magnitud del problema es enorme, ya que no tan sólo aparece en determinadas prácticas o en ciertos
momentos de la investigación académica, sino que afecta, en principio, a cualquier acto interpretativo. Pueden
señalarse cuatro tipos principales de estrategia para intentar resolver los desastres metodológicos. Cada uno
intenta, a su manera, negar, evitar o minimizar el problema. Lo común a todas es el esfuerzo por negar la
generalidad (y acentuar la particularidad) del problema.
1ª estrategia: apelar a una jerarquía de conocimiento
Una primera estrategia consiste en negar la generalidad del problema apelando a una supuesta jerarquía de
situaciones y ocasiones en las que el problema aparece de formas distintas. Se dice, por ejemplo, que en la
práctica comprobamos cómo ciertos tipos de representación muestran una menor dependencia que otros:
algunas conexiones entre representación y objeto resultan más problemáticas que otras. Por ejemplo, un
psicoanalista se encuentra con mayores dificultades a la hora de establecer el significado de los sueños (esto
es, mostrar la correspondencia entre sueños y realidad) que con las que tropieza un astrofísico que intenta
mostrar cuál es el patrón que subyace a la aglomeración de galaxias. El último grupo de ejemplos de pares
representación-objeto que hemos presentado al inicio de este capítulo se encontraba ordenado de forma rápida
y aproximada- según un orden decreciente en la fiabilidad que se percibe. Reflejamos el punto de vista según el
cual la correspondencia entre las lecturas de un voltímetro (en física) es más fiable que la que se da entre las
respuestas a una encuesta y las opiniones o actitudes de los encuestados (en la ciencia social).
Este tipo de estrategia intenta, pues, negar que el problema aparezca de igual manera en todos los tipos de
representación. De todos modos, es importante dejar bien claro que la percepción de una fiabilidad relativa es la
consecuencia -y no la causa- de la pretendida superioridad de las ciencias naturales en el establecimiento de
correspondencias. Sólo tras haber aceptado dicha pretensión podemos tomar las lecturas de un voltímetro como
más fiables. Efectivamente, apelar a una jerarquía de conocimiento basada en la existencia de diferentes grados
de fiabilidad es incurrir en una petición de principio. El objetivo central del estudio social de la ciencia es
determinar qué características de la ciencia dan lugar a la percepción de su superioridad.
2ª estrategia: interpretar el problema como una simple dificultad «técnica»
Una segunda estrategia consiste en transformar el problema en una mera dificultad técnica. Por ejemplo, la
problemática relación entre los gráficos de un lector y la estructura atómica se resuelve en términos de factores
(la velocidad con la que se efectúan los trazos, el ajuste del amplificador de aumento, la polaridad de las
conexiones eléctricas, etc.) que pueden haber desviado el estilete que dibuja el gráfico. La suposición básica es
que tras rectificar o extirpar tales factores se conseguirá, por fin (aunque tal vez tras múltiples intentos),
restablecer la correcta relación entre los trazos obtenidos y la estructura atómica. Así pues, los problemas
metodológicos fundamentales y omnipresentes se tratan como si fueran meras dificultades «técnicas»
(métodos) que aparecen ocasionalmente a causa del, por así decirlo, uso de procedimientos de representación
defectuosos. Sin embargo, la forma general del problema se mantiene aún al acecho: ¿en qué nos basamos
para poder establecer una conexión entre cualquiera de esos «factores de desviación» y el trazo obtenido? En
la práctica, tales consideraciones quedan relegadas a un segundo plano, pues se da una importancia primordial
a la resolución práctica de la dificultad inicial. Así pues, el problema manifiesta su presencia, aunque se
convierte en una simple cuestión de adecuación técnica, limitada y solventable. A veces, esta forma de tratar el
problema se acompaña de afirmaciones en las que se mantiene que la preocupación por todas estas cuestiones
técnicas conlleva un exceso de celo capaz de impedir que la investigación consiga los fines a su alcance.
3ª estrategia: negar la importancia del problema
Un tercer tipo de estrategia sugiere que, desde su inicio, el mismo problema es algo artificial y sin ninguna
consecuencia. De acuerdo con esta línea de argumentación, la articulación del problema es un ejercicio
filosófico artificial: el que, en principio, pueda mostrarse cómo toda conexión entre representación y objeto
puede problematizarse, no tiene ninguna consecuencia pues, en la práctica, la gente no se preocupa por tales
dificultades; dado que las personas no son habitualmente conscientes de los desastres metodológicos, no tiene
ningún sentido interpretar sus acciones como si intentaran evitarlos deliberadamente.
Sin embargo, la sugerencia de que la gente necesita ser consciente de los desastres metodológicos es
engañosa. Éstos existen como un tipo de argumento que potencialmente puede invocarse en cualquier ocasión.
Ciertamente, podrían no ser más que una «mera» conjetura filosófica, pero resulta evidente que se invocan en
la práctica en los casos de controversia entre científicos (cuando se discute la falsedad de los datos de un
competidor, por ejemplo) y, de forma más significativa, en la apelación al relativismo en muchas discusiones de
la ciencia social. Este uso del relativismo mantiene que toda representación (definición, clasificación,
interpretación) podría ser diferente de como es. Por ejemplo, el «desviado» (aquél que mantiene una conducta
social «desviada») podría, de hecho, no serlo; en otro tiempo (lugar, sociedad) sería clasificado de otra forma.
Esta especie de relativismo se añade al tipo de invocación a la indexabilidad asociado a la noción del sentido
común de que «las cosas podrían no ser lo que parecen».
4ª estrategia: interpretar el problema como algo ajeno
Por último, una importante y extendida estrategia consiste en presuponer -sea explícitamente o de facto- que los
desastres metodológicos pueden aparecer en el trabajo de los demás pero no en el propio. Se utiliza así una
característica sutil del discurso argumentativo, por medio de la cual se resta importancia a la falibilidad del
propio trabajo, mientras que se maximiza la del de los demás. Generalmente, todo autor (investigador) procede
como si actuara a un nivel de representación más seguro que el de los sujetos (objetos) que estudia. El
problema se describe así, como algo esencialmente ajeno.
Esto cobra una particular relevancia cuando nos damos cuenta de que el trabajo de construcción de un texto
(esto es, escribir) no es menos inmune a los desastres metodológicos que -por ejemplo- el trabajo de interpretar
formaciones rocosas según la geología devoniana. La estrategia consiste en proceder como si las
representaciones que producimos en cuanto analistas sociales de la ciencia fueran menos problemáticas que
las de los científicos que estudiamos. En el capítulo V discutiremos más ampliamente esta estrategia.
Otra característica importante de esta estrategia reside en el hecho de que se utiliza para generar fórmulas para
aquellos análisis de ciencias sociales en los que se mantiene alguna forma de relativismo. De forma similar a lo
que sucedía en la tercera estrategia, los análisis relativistas de los fenómenos sociales recurren en algunos
casos a los desastres metodológicos con el fin de abrirlos a la investigación. Por ejemplo, la idea de que el
significado de un documento cambia a causa de sus usos (indexabilidad) se toma como fundamento de los
programas de investigación que tratan los tipos de relación existentes entre «contexto» y «significado». De
todos modos, resulta decisivo que esta misma noción no se aplique a los documentos producidos por (los
resultados de) tales programas de investigación, concibiéndose así que el problema atañe a lo investigado pero
no al investigador.
Conclusión: dos modos de afrontar el estudio de la ciencia
Con posterioridad veremos -especialmente en el capítulo IV- cómo el discurso de la ciencia (y, por extensión, el
de todas las formas de investigación con pretensiones científicas) se estructura de forma que refuerza la
ideología de la representación. Ya hemos sugerido que la consecuencia de defender la idea de representación
lleva a negar el carácter general de los desastres metodológicos. De todas formas, resulta indudable que
cualquier acercamiento crítico a la idea de ciencia debe enfrentarse a la idea misma de representación. En
concreto, debemos ser conscientes de hasta qué punto nuestros propios esfuerzos (en cuanto científicos
sociales) se apoyan en la ideología de la representación.
A continuación, y con el fin de empezar a cumplir tal objetivo y abordar los problemas críticos que anidan en el
mismo corazón de la representación, presentamos dos modos de afrontar el estudio social de la ciencia: la
inversión y la retroalimentación.
1) Inversión
Nuestra primera medida será mostrarnos críticos con cualquier conexión unidireccional entre los dos elementos
de todo par representación-objeto. Necesitamos oponernos tanto a la idea de que los dos elementos son
distintos, como a la noción de que el objeto es previo (o antecede) a la representación. La inversión nos pide
que consideremos, por ejemplo, el valor que tiene mantener que los objetos descubiertos se constituyen a
través de su descubrimiento -más que ser revelados por él-. Así pues, la inversión se opone frontalmente al
punto de vista que en el capítulo I denominamos esencialismo.
2) Retroalimentación
Nuestra segunda medida se encuentra relacionada con la anterior y consiste en enfatizar, en lugar de suprimir,
las conexiones bidireccionales entre la «ciencia» -en cuanto objeto- y nuestros intentos de llevar a cabo un
estudio «de» la ciencia. El propósito de la retroalimentación es oponerse a la persistente idea de la ciencia como
materia de estudio distinta, como un objeto situado «ahí fuera» y más allá de nosotros qua
observadores/investigadores y como algo esencialmente separado y diferente de nuestras propias prácticas de
escritura. Ya que la ciencia se ve siempre esencialmente implicada en la consecución del orden y el
establecimiento de relaciones estables entre el mundo de los objetos y el de las representaciones, nuestra
pregunta es: ¿cómo puede desbaratarse eso? ¿Qué tipo de investigación podría generar una inestabilidad que
alentara al dualismo de la representación? Intentando resolver esta cuestión queremos desarrollar una mejor
comprensión de los rasgos fundamentales que sustentan la idea de ciencia.
Con estas dos medidas comenzamos ahora nuestro examen crítico de los logros del reciente estudio social de
la ciencia.
III
ABRIENDO LA CAJA NEGRA: LÓGICA, RAZÓN Y REGLAS
Hasta ahora hemos centrado nuestra atención en el amplio abanico de concepciones de la ciencia (capítulo I) y
hemos recalcado la importancia de la idea de representación (capitulo II), que, como sugerimos, se encuentra
profundamente implicada en todo intento de ser «científico» En este capítulo comenzaremos viendo cómo los
sociólogos (en especial, pero también algunos historiadores y filósofos) han intentado escapar a las
constricciones que la preponderancia del esencialismo ejerce sobre nuestra comprensión de la ciencia, y
examinaremos -como ejemplo específico- los intentos de los sociólogos de estudiar la lógica o el razonamiento
(especialmente el que supuestamente está involucrado en la producción de verdades y leyes científicas y
matemáticas).
Una de las principales consecuencias de las sociologías de la ciencia que adoptaron la concepción heredada
fue que no centraron su estudio en la naturaleza y en la estructura del conocimiento científico. En general, todas
estas sociologías procedían tratando al conocimiento científico (las teorías, fórmulas, leyes físicas, pruebas y
ecuaciones matemáticas) como si fuera una caja negra. Se suponía que abrir dicha caja y estudiar su contenido
no constituiría ningún avance en términos sociológicos; los orígenes sociales del conocimiento científico se
consideraban algo irrelevante para su contenido. Algunos sociólogos llegaban incluso más lejos y mantenían
que prestar atención al contenido alejaría el análisis sociológico de la tarea que le es propia. En términos de la
representación, esta actitud trataba la relación entre el «conocimiento científico» y el «mundo objetivo y natural»
como si fuera una caja negra y consideraba que su naturaleza quedaba más allá del área propia de la
investigación sociológica; no era deseable ni necesario tomar en consideración cómo se conjuntaban ambos
elementos del par.
Era característico de este punto de vista considerar que la adecuación de la conexión (esto es, si el
conocimiento científico es o no una representación adecuada del mundo) es antes una cuestión metodológica
que sociológica. Por ello, Merton al introducir su famosa discusión sobre el ethos normativo en la cienciaafirmaba: «A menudo, las reglas metodológicas comprenden tanto prescripciones técnicas como obligaciones
éticas, pero aquí sólo nos interesan las últimas. Esto es un ensayo de sociología de la ciencia y no una
excursión metodológica». En el uso que aquí hace Merton del término, la «metodología» queda peyorativamente
relegada como simple metodología; afirma que las obligaciones morales se encuentran socialmente
organizadas y estructuradas, pero presupone que las prescripciones técnicas (la metodología) resultan
socialmente neutrales. Cuando aparece conocimiento erróneo sobre el mundo, la fuente del error es la
aplicación defectuosa del método y no una cuestión sociológica. Los «factores distorsionantes» de la figura
(factores que impiden una conexión adecuada entre el mundo y el conocimiento científico) corresponden a una
aplicación defectuosa del método científico.
Aun dentro de la concepción heredada, algunos sociólogos e historiadores han considerado la metodología
como un fenómeno social, aunque restringiendo su atención a aquellos casos en los que los productos del
conocimiento científico resultaban ser incorrectos. Esta forma de afrontar la cuestión ha sido denominada
sociología del error. Sólo se consulta a los sociólogos cuando las cosas acaban mal, cuando aparece una
desviación en el camino supuestamente verdadero que une al mundo con el conocimiento que de él tenemos,
siendo entonces su tarea la de discernir la fuente y la naturaleza de Tos factores sociales (externos) que han
conducido a un conocimiento distorsionado del mundo. Lo común en esta clase de enfoques sociológicos es
que la competencia en la búsqueda de recompensas (y recursos) aparezca como cansa de la desviación en la
conexión entre el mundo y el conocimiento verdadero. Debe señalarse que esta posición constituye una
sociología asimétrica del conocimiento científico: los factores sociales resultan relevantes cuando aparece un
conocimiento falso o incorrecto, pero el sociólogo no tiene ningún papel que jugar cuando las conexiones tienen
como consecuencia un conocimiento correcto. La sociología del error investiga la producción del conocimiento
«incorrecto» pero, por lo demás, trata la generación del conocimiento científico como una caja negra.
El defecto crucial de aquellas sociologías de la ciencia que adoptan la concepción heredada es una aceptación
acrítica de lo que se dice que ha de contar como conocimiento «falso» y «verdadero». Cuando el conocimiento
se toma como verdadero, no ven ninguna necesidad de entrar en liza; cuando se considera el conocimiento
incorrecto, toman esta apreciación como el punto de partida para preguntarse qué puede haber hecho que los
científicos se equivoquen. No alcanzan a considerar que la misma determinación del estatus de verdad de un
conocimiento (su definición, su evaluación) es un proceso social. El mayor logro de autores como Kuhn fue
establecer el carácter históricamente (y, por extensión, social y culturalmente) relativo de las verdades
científicas. En consecuencia, el sociólogo ya no podía aceptar como dada la distinción entre creencias
científicas falsas y verdaderas. En su lugar, la tarea de la sociología se convertía en discernir lo que cuenta
como creencia verdadera o falsa y, en particular, qué procesos sociales se encuentran involucrados en la
constitución y evaluación del conocimiento. Se hizo evidente que una comprensión sociológica de la
construcción del conocimiento científico requiere una sofisticada evaluación del contendido técnico del
conocimiento en cuestión y, preferiblemente, una investigación simultánea y profunda de las tareas técnicas de
los científicos (véase el cap. VI).
La concepción heredada es consistente con la desatención de los sociólogos respecto al contenido del
conocimiento científico y con el énfasis en la ciencia como institución social y en las relaciones entre los
productores del conocimiento. Por ello, la sociología (tradicional) de la ciencia que adoptó la concepción
heredada fue esencialmente una sociología de los científicos. Por el contrario, los trabajos más recientes
enfatizan el carácter relativo de la verdad científica, exigen un análisis sociológico de los contenidos técnicos y,
por ello, intentan abrir la caja negra de la construcción del conocimiento científico. El nombre más apropiado
para este último tipo de sociología de la ciencia es el de sociología del conocimiento.
Al abrir la caja negra, la sociología del conocimiento científico contradice totalmente aquel aspecto de la
concepción heredada que mantiene que la investigación sociológica no debe estudiar la generación del
conocimiento científico. Pero venimos recordando (desde el capítulo 1) que esta concepción heredada también
implica el acuerdo con el esencialismo. ¿Hasta qué punto escapa la sociología del conocimiento científico de
este importante vestigio de la concepción de la ciencia? Vamos a fijarnos detalladamente en un tipo particular
de sociología del conocimiento científico (SCC) para poder resolver esta cuestión.
El requerimiento de un programa fuerte de sociología del conocimiento científico
La concepción heredada es consistente con algunas posturas filosóficas (a las que nos referiremos como
«racionalismo») para las que la generación del conocimiento verdadero y correcto no requiere ninguna
explicación sociológica. Desde la perspectiva del racionalismo, el conocimiento verdadero y correcto puede
explicarse en función de sus méritos racionales: el conocimiento es una verdad en la que se cree por razones
correctas. La aceptación general de la concepción heredada se vio reflejada, durante mucho tiempo, en la
división del trabajo en el estudio de la ciencia: por una parte, los sociólogos, ocupados en investigar los factores
sociales que afectan a la producción del conocimiento erróneo, y por otra, los filósofos (racionalistas),
preocupados por los fundamentos racionales de la verdad. Filósofos y sociólogos coexistían pacíficamente
porque ambos grupos trataban la misma cuestión -¿qué es la ciencia?- centrándose en fenómenos diferentes.
La situación cambió radicalmente cuando los sociólogos comenzaron a mantener que tanto el error como la
verdad eran igualmente susceptibles de ser analizados sociológicamente. En concreto, fue David Bloor quien se
opuso a que los sociólogos quedaran excluidos cuando se trataba de estudiar cómo se producía el conocimiento
científico «verdadero». El conocimiento científico -fuera etiquetado como «verdadero» o «falso»- podía y debía
ser objeto de los análisis sociológicos. Bloor se quejaba de que la insistencia de la filosofía racionalista en el
carácter inherentemente (dado) falso o verdadero del conocimiento se oponía directamente a cualquier intento
de estudiar la determinación social de la «verdad» y la «falsedad». La filosofía racionalista presuponía que el
conocimiento genuino (probado) no era algo causado (excepto, tal vez, por «razones racionales»), sino el
resultado del método racional y/o de extrapolaciones lógicas efectuadas a partir del conocimiento ya existente.
Desde esta perspectiva, la lógica, la racionalidad y la verdad son su explicación, mientras que como «causas»
se comprenden aquellos factores (externos) sociológicos, psicológicos o de otro tipo que hacen su aparición en
la génesis del conocimiento falso o erróneo: el conocimiento falso es algo causado, pero el conocimiento
verdadero es -simplemente- el resultado de un proceso racional.
Naturalmente, es la forma popularizada de esta concepción lo que hace que la sociología del conocimiento
científico parezca anti-intuitiva: la sociología de la familia, de la conducta desviada, de la educación y demás,
parecen sumamente factibles, pero ¿qué factores «sociales» podrían verse involucrados en el conocimiento
científico? ¿Van a decirnos los sociólogos que «2+2=4» es un constructo social? Este sentimiento tan difundido
de que la sociología del conocimiento científico es algo anti-intuitivo da de por sí testimonio de la influencia de
las ideas racionalistas. Por definición se presupone que el conocimiento científico es precisamente algo nosocial; se piensa que el conocimiento tan sólo llega a ser científico en virtud de la exclusión de todo factor social.
Bloor formuló cuatro exigencias fundamentales para el desarrollo de un «programa fuerte» que llevaría el
estudio sociológico más allá de la concepción racionalista de la generación del conocimiento científico: 1)
Causalidad. El fin de la sociología del conocimiento científico es discernir qué condiciones producen las
creencias o estados de conocimiento. Bloor señaló que tales condiciones podrían ser psicológicas, económicas,
políticas o históricas además de sociales. 2) Imparcialidad. La sociología del conocimiento científico no debería
proponerse sus objetos de estudio según la verdad o falsedad, racionalidad e irracionalidad o el éxito o fracaso
que se perciba en ellos. El énfasis debe ponerse en el hecho de que la verdad, la falsedad, etc., se perciban
como tales. Estas determinaciones son el resultado de un proceso social y, por ello, forman parte del fenómeno
a estudiar. 3) Simetría. Igualmente, una vez elegidos los casos de conocimiento científico que van a ser
estudiados, el sociólogo debería utilizar los mismos tipos de causas para explicarlos, independientemente de
que hayan sido clasificados como falsos o verdaderos, etc. En concreto, Bloor afirma que el sociólogo no
debería apelar a, digamos, causas sociológicas para explicar creencias «falsas» y recurrir a causas psicológicas
(o, aún peor, racionalistas) para explicar las «verdaderas». 4) Reflexividad. Los patrones explicativos usados por
la sociología del conocimiento científico deben ser, en principio, aplicables a la misma sociología.
Teniendo en cuenta estos principios debería quedar claro que proposiciones matemáticas tales como «2+ 2=4»
son un objeto tan legítimo de la investigación sociológica como cualquier otro ejemplo de conocimiento (algunos
sociólogos, para realzar su imparcialidad, utilizan el término «afirmación de conocimiento» en vez de
«conocimiento»). ¿Qué clase de condiciones históricas dieron curso a esta expresión y, especialmente, qué la
estableció -y todavía la mantiene- como creencia? Este tipo de preguntas se formula sin tomar en consideración
el nivel (efectivo) de verdad de las proposiciones. En su lugar, se pregunta bajo qué condiciones se tienen por
«verdaderas». Se nos recuerda, por ejemplo, que tales proposiciones no tenían ningún sentido antes de la
invención de las matemáticas o que no lo tienen para los niños pequeños; o, de otra forma, se nos recuerda que
«2+2 = raiz de 2» es verdad en el contexto de la suma de vectores. El programa fuerte no pretende de ninguna
manera evaluar o enjuiciar el nivel de verdad que se afirma de las proposiciones, pero resulta fácil ver cómo el
estudio analítico (de cualquier tipo, sea sociológico o lo que se quiera) de afirmaciones comúnmente creídas,
puede entenderse como un intento de difamar la veracidad de las proposiciones. A pesar de todas las
declaraciones pro-gramáticas de imparcialidad, los defensores del programa fuerte acaban sumiéndose en un
discurso agonístico.
La discusión sobre el programa fuerte
La discusión sobre el programa fuerte de la sociología del conocimiento científico ha sido acalorada: los
intercambios entre sus defensores y los filósofos racionalistas han tenido un carácter mordaz y corrosivo. El
espíritu general queda perfectamente plasmado en la infame afirmación de Bloor de que «hacerse preguntas del
tipo de las que los filósofos se hacen a si mismos es como paralizar la mente». Una posible (aunque débil)
explicación de la intensidad de la controversia enfatiza la importancia de la división del trabajo establecida entre
los sociólogos y los filósofos de la ciencia. La pretensión de desarrollar el programa fuerte transgredía esta
división del trabajo al sugerir que los contenidos mismos del conocimiento científico son susceptibles de ser
analizados por la sociología; la filosofía racionalista se sintió entonces ultrajada por esta invasión de un territorio
que antes había sido de su dominio exclusivo.
Aunque el debate se centra sobre la mejor manera de realizar averiguaciones sobre la naturaleza de la ciencia,
su característica más curiosa es que los participantes recurren a ciertas ideas preconcebidas sobre la ciencia,
para atacar o defender el programa (fuerte) propuesto.
Bloor afirma que los principios del programa fuerte «incluyen aquellos valores que se les supone a otras
disciplinas científicas». El programa fuerte -dice- «posee un cierto tipo de neutralidad moral; a saber, aquélla
que hemos aprendido a asociar a todas las otras ciencias» y negar sus principios constituiría una traición «al
enfoque de la ciencia empírica». «Si no pudiera aplicarse el conocimiento a un examen concienzudo del
conocimiento científico, ello significaría que la ciencia no podría conocerse científicamente a si misma»«Dentro
de la más pura ortodoxia he dicho lo siguiente: tan sólo tenéis que proceder como lo hacen las demás ciencias y
todo irá bien.» «Si queremos estudiar la naturaleza del conocimiento científico no podemos, con toda seguridad,
hacer nada mejor que adoptar el propio método científico»
Larry Laudan -el mayor crítico de Bloor- se apresura a señalar la aparente circularidad que eso supone. Afirma
que Bloor parece presuponer la misma respuesta que intenta descubrir: la caracterización y la justificación que
Bloor efectúa de sus propios principios pone el carro delante de los bueyes. Pero Laudan también presenta una
versión de «qué es la ciencia» en su intento de desacreditar a Bloor. Mantiene, así, que no toda ciencia es
causal, que la imparcialidad es algo que no aparece en ninguna ciencia de la que él tenga noticia y que el
principio de reflexividad está de más cuando el objetivo es lograr una teoría de aplicabilidad general. A Laudan
le preocupa especialmente el postulado de simetría porque se opone a lo que él considera que son los
precedentes mejor establecidos de las ciencias naturales, a saber, que los científicos apelan a distintos
procesos causales para explicar fenómenos distintos. Seria absurdo -afirma Laudan- probar y explicar tanto los
fenómenos gravitacionales como los fenómenos eléctricos utilizando el mismo tipo de causa. Por supuesto, es
perfectamente posible que Laudan haya malinterpretado a Bloor en este punto. Bloor no se refiere a una misma
causa para explicar fenómenos diferentes, sino a un mismo tipo de causa para explicar tanto los casos falsos
como los verdaderos de un mismo fenómeno. Apelar a una explicación unicausal de los fenómenos eléctricos y
gravitacionales no sería un buen ejemplo; sería mejor referirse a los intereses sociales que dieron origen a los
rayos N y los rayos X. Podía ser que unos intereses sociales específicamente diferentes hubieran operado en
cada caso, pero el interés social tendría relevancia para cada caso de conocimiento (percibido como) verdadero,
así como para el falso. Lo que Bloor quiere evitar es aquel tipo de situaciones en las que los intereses sociales
se utilizan para dar cuenta de los rayos N, mientras que se apela a la racionalidad y la lógica para explicar la
emergencia de los rayos X.
Incluso en el seno de una disputa acerca de cómo debe estudiarse la ciencia, nos encontramos con que sus
protagonistas hacen uso de versiones de qué es (realmente) la ciencia. Sus afirmaciones -tomadas
conjuntamente-muestran aquel tipo de variabilidad en las preconcepciones sobre la ciencia que estudiamos en
el capitulo J. Es como silos protagonistas del debate se encontraran encerrados en un discurso que les forzara a
utilizar y apelar a unas u otras preconcepciones sobre la ciencia. Esta observación sirve, además, para reforzar
la afirmación de que resulta mejor tratar la «ciencia» como recurso discursivo que como una entidad por
descubrir. Y lo que es más importante, el hecho de que la argumentación de cualquiera de estos analistas
recurra a concepciones no explicadas sobre la ciencia, hace entrar en juego la posibilidad de que estemos
tratando con un concepto que se encuentra profundamente implicado en las prácticas argumentativas.
Reglas y lógica
El programa fuerte de la sociología del conocimiento científico atrajo una gran atención, no porque propusiera
un análisis sociológico de materias que anteriormente habían sido objeto de la filosofía el contenido y la
naturaleza del conocimiento científico”, sino porque enfatizaba la relatividad de la verdad científica. Ello suponía
que al conocimiento científico va no se le podía seguir considerando sencillamente como algo «racional», que la
aplicación de la «razón» ya no garantizaba la «verdad», etc. De hecho, este tipo de relativismo no fue más que
un caso particular de un movimiento intelectual más amplio. En concreto, la SCC presenta una marcada afinidad
con una noción clave del pensamiento post-wittgensteniano: el escepticismo respecto a la idea de que la
práctica (las acciones, los comportamientos) puede entenderse en términos de seguir reglas (normas,
principios). Para poder desarrollar este punto consideremos los rudimentos de la posición de la sociología del
conocimiento científico respecto a las reglas y la lógica.
En una conocida parábola de Lewis Carroll (utilizada más tarde por Winch), Aquiles y la tortuga discuten sobre
tres proposiciones A, B y Z-, relacionadas entre si de forma tal que, según Aquiles, Z «se sigue lógicamente»
de A y B. La tortuga se muestra de acuerdo en aceptar A y B como verdaderas pero desea saber qué podría
inducirle a aceptar Z, pues no acepta la proposición hipotética C que reza: «Si A y B son verdaderas, Z debe ser
verdad». Aquiles comienza entonces por pedirle a la tortuga que acepte C, lo que ésta hace. Entonces Aquiles
le dice a la tortuga: «Si aceptas A, B y C debes aceptar Z». Cuando la tortuga le pregunta por qué debe hacerlo,
Aquiles le dice:
«Porque se sigue lógicamente de ellas. Si A, B y C son verdaderas, Z debe ser verdad. Supongo que no me
discutirás esto, ¿verdad?». La tortuga decide aceptar esta última proposición y llamarla D.
-Ahora que aceptas A, B, C y D aceptarás, por supuesto, Z.
-¿Ah sí? -le dijo inocentemente la tortuga-. Aclaremos esto. Yo acepto A, B, C y D. Supongamos que aún me
resisto a aceptar Z.
-Entonces la lógica echará mano a tu garganta y te obligará a hacerlo -contestó Aquiles triunfalmente-. La lógica
te diría: «No tienes nada que hacer. Una vez has aceptado A, B, C y D, debes aceptar Z». Ya ves, no tienes
más remedio que hacerlo.
-Vale la pena anotar todo lo que la lógica pueda decirme -dijo la tortuga-. Así pues, anótalo en tu libro. Lo
llamaremos E (Si A, B, C y D son verdaderos, Z debe serlo). Evidentemente, hasta que no haya aceptado eso
no podré aceptar Z. Por lo tanto es un paso bastante necesario, ¿no te parece?
-Sí -dijo Aquiles-; y había un toque de tristeza en su voz.
En la versión de Lewis Carroll la historia termina muchos meses después, cuando el narrador vuelve para
encontrarse a esta pareja discutiendo aún sobre lo mismo y con el libro de notas completamente lleno (una
versión más realista presentaría a un Aquiles menos paciente: la historia acabaría con la culminación de la
ilustración de Aquiles, que mandaría a paseo a la tortuga, tras alcanzar más o menos la proposición G).
La moraleja del cuento es la de que no existe nada en la misma lógica que pueda garantizar la aceptación de
una proposición o posición. Las reglas y los razonamientos no determinan por sí mismos la posición adoptada
por las partes de una discusión. En particular, ello es así porque cualquier justificación de una conexión lógica
determinada es susceptible, a su vez, de ser justificada. La búsqueda de una justificación última se convierte así
en una tarea infinita por principio (el desastre metodológico de que se trata aquí es el de la interminabilidad,
como vimos en el capítulo II). De todos modos, en la práctica los participantes pueden poner fin a la cuestión y,
consecuentemente, apelar cada uno al sentido que tiene el otro de «lo que todos podríamos razonablemente
esperar que sucediera». Se ha dicho que la lógica obliga a través de las sanciones de nuestros colegas.
Esta concepción de la lógica suplanta la idea de la razón como determinante de la acción. La razón y la lógica
resultan en principio insuficientes para dirigir un determinado modo de acción. (La acción, como el conocimiento,
se encuentra infradeterminada por las reglas, la lógica y la razón observaciones.) En vez de ello, la lógica y la
razón son los puntos clave de un discurso usado para evaluar y caracterizar la acción. La acción es lo primero y
la lógica lo segundo, aunque no se trate de una cuestión de sucesiones temporales. Más bien nos referimos a la
lógica en cuanto antecedente en el sentido más estricto. Apelar a ella como antecedente es algo
inevitablemente post hoc, en el sentido de que sólo subsecuentemente las acciones se conciben y se les
atribuyen fundamentos. Por supuesto, yo puedo decidir seguir un determinado modo de actuación apoyándome
en mi contemplación de «si resulta o no razonable»; podría decir que he llegado a dilucidar «lo que sería lógico
hacer», que «tiene sentido» seguir un determinado camino antes que otro. Pero en todos estos casos la acción
prevista y las acciones consecuentes son sólo antecedentes de una racionalización subsecuente. En tales
casos, los esquemas lógicos se imponen sobre acciones que se han imaginado (a partir de experiencias
anteriores o de lo que sea). La lógica de la situación no existe con independencia de las descripciones y de las
valoraciones de la acción misma. La lógica no puede simplemente «dar lugar» a acciones.
Una forma clásica de razonamiento lógico es el silogismo, del cual vale como ejemplo el siguiente:
1)
Todos los políticos son unos mentirosos
2)
La señora Thatcher es un político
3)
La señora Thatcher es una mentirosa
En un silogismo se dice que la conclusión (proposición 3) se sigue de las premisas (proposiciones 1 y 2). De
forma análoga a lo que sucede en álgebra booleana, la primera proposición define una categoría (la de los
mentirosos) que incluye una subcategoría (la de los políticos); la segunda proposición identifica a un miembro
de esta subcategoría, que también es miembro de la más amplia categoría inicial. La dificultad no radica en que
el razonamiento sea «incorrecto», sino en que la necesidad implícita en la deducción lógica resulta superflua.
No necesitamos seguir los pasos lógicos del silogismo para llegar a la conclusión pues ya «sabemos» que la
señora Thatcher es una mentirosa; ello forma parte del saber que todos los políticos lo son. La forma deductiva
de razonamiento que requiere el silogismo no es necesaria para llegar a tal conocimiento. Su estatus se
manifiesta como el del una formalización post hoc (y, por lo tanto, como una justificación) de algo que, de todas
formas, ya nos habíamos preparado para hacer. Comprobamos de nuevo cómo la lógica es subsecuente a la
tarea práctica de saber algo, más que un antecedente de la misma.
Pero supongamos que se modifica el ejemplo. Supongamos que, aunque estuviéramos plenamente de acuerdo
con la proposición 1, no supiéramos nada sobre el señor Bloggs. Tan sólo subsecuentemente se nos revelaría
que el señor Bloggs era un político. ¿Diríamos entonces que el silogismo nos ha permitido concluir algo que
antes no sabíamos; a saber, que el señor Bloggs es un mentiroso? Seguramente podría decirse que la lógica
nos ha ayudado a deducir algo en esta situación.
Este ejemplo es importante porque pone de manifiesto una confusión común entre vínculos lógicos y
temporales. Para hacer que el silogismo funcione en el caso del señor Bloggs, tenemos, en efecto, que ampliar
la aplicación de la primera proposición, ya que el carácter general (la verdad) de la misma depende de que
nuevos ejemplos se amolden a ella. Sin saber nada del señor Bloggs por adelantado, podríamos pensar que
podía ser tanto un político que mentía como uno que no. Este último caso invalidaría la premisa inicial del
silogismo. El primer caso convertiría de nuevo su «aplicación» en algo trivial, ya que no necesita-riamos del
silogismo para saber la terrible verdad con respecto al señor Bloggs.
Bloor también se refiere al argumento de que las decisiones y juicios legales no pueden ni deberían basarse en
la deducción lógica según reglas. Ésa es la forma de crear verdaderos problemas. En lugar de ello deberían
tomarse las decisiones y sólo después, tal vez, debería construirse la justificación de forma retrospectiva. De
forma similar, en una reciente vista pública, un juez atravesó los límites de la argumentación lógica. Tras
enfrentarse a las afirmaciones diametralmente opuestas de eminentes científicos sobre el impacto del desarrollo
de la energía nuclear sobre el medio ambiente, esquivó la verdad del caso:
«Puedo equivocarme o no, pero nunca me muestro indeciso; por lo tanto fallo a favor del demandante». La
resolución práctica de lo que aparentemente era un punto muerto se trató mediante tina redefinición de los
criterios de decisión relevantes. La lógica y la verdad se dejaron de lado en favor de las consideraciones acerca
de la necesidad de una decisión.
Llegado a este punto hemos acabado con dos mitos de la lógica: la tortuga nos ha enseñado que la lógica no
determina la adopción de un cierto modo de acción (prácticas, deducción, conocimiento) y nuestro estudio del
silogismo sugiere que la lógica resulta superflua para un modo práctico de acción. La unión de ambas
argumentaciones refuerza la tesis de que la lógica y el razonamiento tienen una función bastante diferente de la
que normalmente se les atribuye. En vez de forzar la adopción de determinados modos de acción, conforman
una racionalización post hoc de las prácticas ya decididas y de las formas convencionales de proceder. Las
formas de lógica, racionalidad y razón son, pues, proposiciones formales que reflejan nuestra aceptación de
prácticas y procedimientos institucionalizados. Son el vocabulario a través del cual y en el cual se reafirma la
primacía de la institución y la práctica consensual.
Reflexividad y retroalimentación
El último principio del programa fuerte sugería la necesidad de mantener cierta forma de reflexividad, ya que, de
otra forma, la sociología acabaría cayendo en una refutación constante de sus propias teorías. En otras
palabras, suponer que la sociología resulta inmune a los análisis sociológicos seña mantener que ha alcanzado
un estado que la situaría por encima de todas las empresas de conocimiento que pretende estudiar. Constituiría
entonces un caso especial situado fuera del conjunto de los objetos propios de una investigación sociológica
profunda. Convertfr la sociología del conocimiento científico en una excepción significaría mutilar la validez de
su propia argumentación y nos retrotraería a aquella situación que denominamos el error de Mannheirn (capitulo
1), consistente en eximir explícitamente del análisis sociológico a un determinado tipo de conocimiento (en el
caso de Mannheim, a las matemáticas y las ciencias naturales).
El posible resultado de este debate nos lleva a formulamos una interesante pregunta: ¿qué marcará el fin de la
discusión entre Bloor y Laudan? Por supuesto, una respuesta definitiva seña algo que pusiera a prueba sus
respectivas teorías. La respuesta de los racionalistas parece sencilla: la lógica y la racionalidad inherentes a su
argumentación nos asegurarán la corrección de su posición. Más aún, el error de los sociólogos queda
fácilmente explicado por el hecho de que no prestan atención a la lógica y la racionalidad, lo cual es tal vezresultado de su deseo (ilegitimo) de expandir el dominio de su pericia profesional. La respuesta de los
defensores del programa fuerte es menos clara. Si quieren ser consecuentes, deberán admitir que en la
resolución de la disputa entrarán en juego otros factores distintos de los méritos intrínsecos a su posición.19
Convendrán en que sus intereses y los de sus competidores se encuentran en juego, pero no les resultará fácil
adelantar un resultado.
El hecho de que los defensores del programa fuerte no sean capaces de predecir el resultado es consistente
con el escepticismo sociológico respecto a la idea de «resultado definitivo». Podríamos estar de acuerdo en que
llegará (si no ha llegado) un día en que desaparecerá toda discusión y preocupación sobre el debate. Llegados
a este extremo, los mecanismos de reescrítura de este punto entrarían en juego, como sucede en la historia de
la ciencia natural. En principio resultará posible presentar el resultado obtenido como si fuese consistente con
una victoria, tanto del programa fuerte como de la posición racionalista. El que Bloor o Laudan tengan razón no
es algo inherente a la discusión, como ocurriría si se esperase el descubrimiento de un manuscrito escondido
necesario. En lugar de ello, es una cuestión de percepción pública a la luz de los distintos puntos de vista y
posiciones que participan en el debate y se enfrentan entre sí. La verdad y la falsedad son, antes que algo
inherente, algo percibido (y alcanzado).
¿Cuál es, pues, el estatus del programa fuerte en relación a la práctica sociológica? Cada uno de los cuatro
principios que lo conforman tiene la forma de un mandato metodológico hecho al sociólogo: el sociólogo debería
ser imparcial, etc. Pero, ¿cuál es la relación existente entre tales pronunciamientos y la práctica? Si tenemos en
cuenta nuestro escepticismo respecto a la lógica y al razonamiento, y lo aplicamos a las reglas, veremos que
este tipo de mandatos no guían a la práctica, sino que simplemente proporcionan justificaciones post hoc sobre
el carácter convencionalmente coercitivo de ciertos tipos de prácticas. ¿En qué sentido podemos suponer que la
enunciación y elaboración de estos principios generará el tipo de SCC que los partidarios del programa fuerte
defienden? Las reglas no determinan la acción social. Entonces, ¿por que estos principios deberían llevarnos a
desarrollar un determinado tipo de investigación sociológica? El impresionante análisis de la lógica efectuado
por autores como Bloor nos sugiere que debemos comprender esos principios como justificaciones post hoc de
la investigación sociológica. En otras palabras, constituyen un recurso para caracterizar y evaluar la práctica de
investigación.
En el capítulo 1 ya pusimos de relieve que el ethos normativo de la ciencia no resulta satisfactorio, desde el
momento en que no da una buena explicación de la generación del conocimiento científico. De hecho, se ha
dicho que la transgresión de las normas ha llevado a la generación de nuevos conocimientos científicos valiosos
y fiables. También señalamos que la búsqueda filosófica de reglas de decisión resulta problemática una vez se
ha reconocido que el conocimiento «verdadero» puede ser resultado de un deliberado desdén por lo que se
considera modo racional de acción. Las implicaciones prácticas de esta línea de argumentación llevan a
defender la poco celebrada afirmación de Feyerabend de que «cualquier cosa que funcione» es ciencia, de que
especificar reglas sobre procedimientos racionales resulta contraproducente. ¿ Es aplicable esto mismo al
programa fuerte? Nuestra consideración «reflexiva» de los mandatos metodológicos de Bloor sugiere un nuevo
conjunto de «antiprincipios» de conducta. ¿Podemos concluir que la salud de la SCC depende de que
contravengamos sus principios deliberadamente?
Conclusión
Un logro fundamental de la sociología del conocimiento científico es su escepticismo con respecto al papel de la
lógica y la razón, especialmente por lo que a las matemáticas y a la ciencia se refiere. Lo cual se encuentra
relacionado y, a su vez, se deriva del escepticismo mostrado por el último Wittgenstein sobre el concepto de
seguir una regla.
La SCC ha demostrado que los pormenores esotéricos de la actividad científica (el procedimiento según el cual
se produce el conocimiento sobre el mundo, la tarea de interconectar los dos lados del par de la representación)
son un tema apropiado para el estudio sociológico. En concreto, este capítulo ha subrayado un argumento en
favor de una primera inversión clave con respecto a la ciencia. Al fijarnos en la lógica y la razón hemos
encontrado que tanto ambas como las reglas son racionalizaciones post hoc de prácticas científicas y
matemáticas y no su fuerza determinante. La lógica no da lugar a una determinada deducción o prueba sino
que, en su lugar, justifica las operaciones convencionalmente aceptadas que se consideran pruebas. Lo que
supone para la ciencia social y, de forma más general, para todo intento de dar explicaciones de fenómenos sean humanos, animales, mecánicos o inanimados, etc. (véase el capitulo VII)- es que no estamos regidos por
la lógica, las reglas o las razones.
Pero una vez llegados a este punto, se abre ante nosotros un abanico crucial de alternativas. Podríamos,
abandonar todo intento de explicar la ciencia mediante la lógica (reglas y razones) y buscar otro tipo de
explicaciones, o bien abandonar cualquier intento de explicar la ciencia de tal manera. Parece que los
defensores del programa fuerte están cerca de sugerir que comprendemos la actividad científica (o, cuando
menos, la operatividad práctica de la lógica) en términos de convenciones. Lo importante es que al desarrollar el
programa fuerte seguimos sometidos a una determinada noción científica -la explicación- en nuestro intento de
dar algún sentido a la ciencia. No resulta difícil darse cuenta de la similitud existente entre el formato explicativo
de Merton y las explicaciones del programa fuerte. Los «intereses sociales» ocupan el lugar de las «normas
sociales», pero por lo demás, la forma de explicación es esencialmente la misma. ¿Resulta inteligente
mantenerse en este esquema explicativo, o tal vez deberíamos aprovechar la situación de escepticismo
creciente para explorar algunas alternativas a la explicación más radicales? En el próximo capítulo –y dando el
primer paso en la búsqueda de tales alternativas- comenzaremos a aplicar de inversión y la retroalimentación a
otros aspectos de la idea tradicional de ciencia.
IV
INVIRTIENDO LA NATURALEZA: DESCUBRIMIENTO Y HECHOS
La lógica y la razón tan sólo son uno de los puntos a tener en cuenta cuando nos enfrentamos a la «concepción
heredada» sobre la ciencia. En el ultimo capítulo prestamos especial atención a la forma en que el programa
fuerte de la SCC se oponía al punto de vista de que el conocimiento científico se genera como resultado de una
extrapolación racional (razonable, lógica) efectuada a partir del conocimiento existente o de las observaciones
realizadas sobre él mundo (o a partir de ambas cosas a la vez). Expresándolo en términos de nuestro esquema
de la representación, la atención crítica se dirigía al carácter propio del vinculo que une ambas partes del par:
conocimiento -------------------------------------- mundo
nuevo conocimiento ------------------------- viejo conocimiento
El programa fuerte mantenía que la creación de estos vínculos no podía entenderse como resultado de un
proceso racional, si ello suponía su exclusión de toda posible investigación sociológica. Se afirmaba que adoptar
una perspectiva sociológica nos capacitaba para comprender las reglas, la razón y la lógica como convenciones
sociales establecidas para interpretar o crear tales vínculos.
De esta manera comprobamos que los sociólogos han rechazado de forma inequívoca el presupuesto implícito
en la concepción heredada de que la producción de conocimiento sobre el mundo, esto es, el establecimiento
de conexiones entre ambas partes de nuestro par- no resulta apta para el estudio sociológico. Sin embargo,
muchos de ellos se muestran reticentes a la hora de oponerse a otro importante presupuesto: que el mundo
existe independientemente de -o con antelación a- todo conocimiento producido sobre él. Aunque parecen
decididos a señalar la necesidad de una consideración sociológica sobre la forma en que se forja el vínculo
entre la representación y lo representado, no lo son tanto cuando se trata de explicar por qué el lado derecho
pasa a ocupar el primer lugar.
Esta ambivalencia en las explicaciones de los sociólogos se hace aún más evidente en sus declaraciones
programáticas y en las introducciones y conclusiones de sus estudios empíricos. Por ejemplo:
De vez en cuando, los trabajos existentes dan la sensación de que la realidad no tiene que ver con lo
socialmente construido o consensuado como conocimiento natural, pero podemos estar seguros de que esta
sensación es un subproducto accidental resultante de poner un énfasis excesivo en el análisis sociológico, y de
que el conjunto de los sociólogos reconocería que el mundo constriñe de alguna forma lo que creemos que es.2
no hay [...] nada en el mundo físico que determine de forma única las conclusiones de la comunidad (científica)
aunque, desde luego, resulta evidente que el mundo externo ejerce toda una serie de constricciones sobre las
conclusiones a las que llega la ciencia.
[...] los hechos empíricos no determinan por sí mismos las afirmaciones cognoscitivas.
[...] el mundo juega un pequeño o inexistente papel con respecto a la construcción del conocimiento científico.
Estas afirmaciones prueban que, a pesar de que la percepción tradicional de las relaciones entre conocimiento y
mundo natural ha quedado considerablemente debilitada, sigue existiendo una cierta incertidumbre sobre el
estatus consecuente del «mundo natural». A pesar de la aparente radicalidad mantenida respecto a la verdad
científica, esta ambivalencia hace posible pensar que la SCC ha hecho poco por revisar los compromisos
ontológicos básicos. Es más, los trabajos recientes en el campo de la SCC han sido considerados
«epistemológicamente relativistas y ontológicamente realistas». Esto no deja de ser curioso, dado que el mayor
avance de las críticas postmodernas de la ciencia se centra en mantener la equivalencia esencial entre
ontología y epistemología: cómo conocemos es lo que existe.
Con objeto de desarrollar el potencial radical de los estudios sociológicos del conocimiento científico, el principio
de inversión se aplicará en este capítulo a un aspecto ligeramente diferente del esquema de la representación
esto es, a la dirección del vinculo que conecta ambos lados. Dado que tendemos a pensar que las entidades del
lado izquierdo tienen su origen en las entidades preexistentes del derecho,
representación
Å
objeto
conocimiento científico
Å
mundo natural
algunos sectores de la SCC sugieren que debería invertirse la dirección de la flecha; las entidades situadas a la
derecha están constituidas (construidas, definidas, logradas) en virtud de las de la izquierda.
conocimiento científico
Æ
mundo natural
Examinaremos el sentido y las consecuencias de este cambio de dirección de la flecha considerando la noción
de descubrimiento.
El descubrimiento
El descubrimiento es algo central en las concepciones comunes de la ciencia. Generalmente se entiende que
los nuevos descubrimientos lo son de objetos, eventos o procesos sobre los que no existía conocimiento previo.
Y se piensa que la ciencia es el marco social en el que tienen más posibilidades de suceder, pues se cree que
la misma cuenta con los procedimientos más fiables y eficientes para generar nuevos conocimientos. Esta
imagen se ve reforzada y perpetuada por las imágenes populares de la ciencia en algunos medios de
comunicación (tal vez el programa Tomorrow's World de la BBC sea arquetípico en ese sentido). A los medios
de comunicación les interesan las noticias, y los descubrimientos son siempre noticia. Los descubrimientos del
tipo que se asocian a la ciencia no suceden todos los días.
La metáfora del descubrimiento científico, la idea de des-cubrir, es precisamente la de des-cubrir la realidad y
revelar algo que había estado siempre ahí. Se aparta lo que cubre a la cosa y se la expone tal cual es; se corren
las cortinas que ocultan los hechos. Esta imagen se deriva, en parte, de la noción de descubrimiento geográfico.
Uno viaja hasta un lugar lejano y encuentra (aparece en o se topa de golpe con) lo que ya estaba ahí. Lo que
resulta crucial aquí es la existencia previa del objeto descubierto. El presupuesto central del descubrimiento es
que el objeto descubierto antecede al propio descubrimiento y goza de existencia antes de que los viajeros
llegaran a él. La retórica de esta ontología nos muestra los objetos del descubrimiento como algo fijo, mientras
que considera a los agentes del descubrimiento como algo meramente transitorio. Una analogía común es la
imagen de un científico que navega a través de un océano y se cruza, de vez en cuando, con islas de verdad.
¿Qué constituye un descubrimiento? Podría decir que acabo de descubrir hace poco las cuatro ultimas
canciones de Richard Strauss, que el coste de la vida en Kenia es la mitad del de Inglaterra o que he
descubierto un agujero en mis calcetines. Obviamente, resulta improbable que ninguna de estas actividades se
adecue al estatus de un descubrimiento científico. ¿Por qué no? Los dos primeros ejemplos podrían no
considerarse descubrimientos a causa de que son cosas y hechos ya conocidos (y sobradamente) por otros. Así
pues, el que ciertas observaciones o estados de conocimiento cuenten o no como descubrimientos depende, en
gran medida, de para quién sean un descubrimiento. Lo cual queda perfectamente reflejado en el viejo chiste en
el que un padre dice: «Mi hijo cree que acaba de descubrir el sexo, no sabe que fui yo quién lo descubrió hace
veinticinco años». Por el contrario, el descubrimiento de un agujero en mis calcetines podría ser algo totalmente
desconocido para cualquier otra suela viviente (¡ja, ja!). Sin embargo, no es probable que le importe demasiado
a nadie más. Por consiguiente, existe un requisito más para que una observación pueda adquirir el estatus
propio de un descubrimiento científico, a saber, debe tener un determinado grado de relevancia para aquellos
para quienes es noticia. Así pues, toda observación debe percibirse como algo novedoso y significativo antes de
que se le conceda el rango de descubrimiento.
El sociólogo quiere saber qué debe entenderse por «novedoso» y «significativo». ¿Bajo qué circunstancias y de
qué manera ciertas definiciones de novedad y significatividad llegan a cobrar relevancia, a expensas, tal vez, de
las de otros científicos rivales? ¿Cuál es el proceso mediante el que una afirmación de descubrimiento se
acredita como tal? ¿Qué tipos de recursos deben movilizarse y qué clase de explicaciones de los
descubrimientos deben avanzarse para establecer la presencia de un fenómeno nuevo y significativo? Es
importante hacer notar que las soluciones a las cuestiones de la novedad y la significatividad se encuentran
vinculadas a las respuestas a una pregunta anterior: ¿cómo puede -antes que nada- existir un fenómeno «ahí
fuera»?
La representación constituye al objeto
La idea de cambiar la dirección de la flecha sirve para sugerir que los objetos se constituyen en virtud de la
representación. Como argumento (negativo) preliminar en favor de esta forma de ver las cosas, prestemos
atención a las deficiencias de su alternativa: la posición objetivista.
En un viejo chiste filosófico se pregunta si la caída de un árbol en un bosque lejano produciría algún ruido: ¿en
qué sentido es razonable afirmar que el árbol producirá ruido cuando no hay nadie allí para oírlo? Por supuesto,
la cuestión más general es: ¿en qué sentido podemos decir que ese árbol existe aunque no haya nadie allí para
observarlo? Ciertamente, nuestra ausencia del lugar de los hechos no impide que efectuemos conjeturas sobre
la existencia de un objeto. Nuestra habilidad de hablar como si las cosas reales existieran con independencia
del hecho de que las conozcamos constituye una función clave del lenguaje y la representación. Pero, ¿puede
un objeto existir con independencia de nuestras prácticas de representación?
Durante una clase se puede desafiar a los estudiantes (especialmente a aquellos proclives al realismo) a que
demuestren la existencia de un objeto (hecho, cosa, evento) sin recurrir a ningún tipo de representación. En esta
situación siempre señalo que una demostración fructífera sería un buen argumento en favor de que los hechos
tienen realmente vida propia. De ello se seguiría que los hechos (objetos, cosas) pueden anteceder a la
representación, que las prácticas representativas (esto es, el contexto social) son simplemente herramientas
pasivas o accesorios que sirven para revelar el carácter de dichas cosas tal y como las mismas son realmente.
Los estudiantes se dan cuenta enseguida de la dificultad de la tarea. De hecho, hasta ahora ninguno ha tenido
demasiado éxito a la hora de demostrar la existencia previa e independiente de algún hecho o cosa con
respecto a alguna práctica representativa. Sin embargo, a menudo los estudiantes se resisten a reconocer la
imposibilidad de la tarea. Se reafirman -a veces con gran vehemencia- en su creencia en una existencia previa,
independiente y objetiva de los objetos del mundo. Arguyen que el problema que les planteo no es, en realidad,
más que una dificultad técnica: que su incapacidad (temporal) para producir una demostración adecuada es una
refutación insuficiente de la posición objetivista (véase el capítulo II: intentos de solución de los desastres
metodológicos). Les digo entonces que eso es más bien una afirmación gratuita antes que una demostración y
que lo único que hacen es emplear la retórica de la representación para describir el estado de cosas
(supuestamente) objetivo con el que se enfrentan. A veces esto conduce a interesantes intentos de afrontar el
desafío mediante acciones que, creen, no constituyen representaciones. Puede que, por ejemplo, se sirvan de
gestos para señalar los objetos en un intento de demostrar el carácter autoevidente de los mismos, como si los
gestos no fueran un modo de representación como lo es el lenguaje oral o escrito. O, si no, puede que
experimentando la misma exasperación que Aquiles en el capítulo III- sugieran que un puñetazo en la cara tal
vez persuada por fin a los escépticos de la realidad del mundo físico. Si este desafortunado evento sucediera, el
magullado escéptico debería recordar de nuevo a su audiencia que las agresiones físicas también constituyen
una forma de representación/comunicación.
Si conviniéramos en que todo este ejercicio no consigue refutar el objetivismo, deberíamos reparar en que
también indica la gran dificultad que supone fundamentarlo. Sobre esta base estamos autorizados -cuando
menos- a considerar la posición alternativa (el constructivismo) como una heurística. Si aceptamos la posibilidad
de que la actividad representativa constituya el mundo, ¿cómo debemos entender las formas en las que las
afirmaciones de descubrimiento distinguen ciertos aspectos del mundo como novedosos y significativos?
Una sencilla respuesta inicial a esta pregunta es que lo que se tome como novedoso y significativo dependerá
del contexto social en el que se hacen esas afirmaciones. De todos modos, resulta importante señalar que el
contexto social no puede interpretarse simplemente como un mero apéndice al hecho del descubrimiento, ya
que ello supondría que las observaciones pueden realizarse con independencia de ese mismo contexto social.
Esta última noción es consistente con la tesis de que los significados pueden derivarse del conocimiento del
contexto. La fórmula que a veces se recomienda es la de «lenguaje (representación) + contexto = significado».
Por supuesto, afirmar la relevancia del «contexto» es una forma importante de recordarnos a nosotros mismos
la indeterminación del lenguaje. Pero cuando el «contexto» se convierte en una solución fundamental para el
desastre metodológico de la indexabilidad (capítulo II), el peligro es que pasemos por alto la forma en la que
contexto y significado se implican profundamente el uno al otro. Por lo tanto, en nuestros ejemplos de
descubrimiento estudiaremos detalladamente el sentido en que el contexto social constituye al objeto
descubierto.
La construcción de «América»
La interpretación de Branningan sobre Colón y el «descubrimiento» de América muestra el importante y
profundo sentido en que los descubrimientos se dan en un contexto social. En el caso de Colón, el contexto
social comprende las varias décadas de preparación, la organización de las expectativas de viaje y de las
actividades a realizar durante el mismo y el complejo trabajo de recopilar y dar publicidad a lo sucedido en el
viaje tras su fin. Durante casi veinte años Colón no pudo conseguir ningún apoyo para la aventura de llegar a un
territorio que se suponía era la costa este de las Indias. No había logrado el apoyo ni de fuentes privadas ni de
las coronas portuguesa y española. La última sólo cedió tras un largo período de deliberaciones y amenazas de
que los frutos de la misión fuesen a parar a otra parte.
El viaje se planeó a partir de ciertas suposiciones sobre la geografía, el emplazamiento de la porción de tierra
que debía descubrirse y la apariencia de los nativos que encontrarían. Los viajeros llevaban consigo baratijas,
cuentas de vidrio, cascabeles y provisiones para un viaje de 4.000 millas. El viaje mismo se organizó en
términos de la conciencia de los participantes sobre la naturaleza de la misión, sus expectativas, los incentivos
por avistar tierra, etc. Finalmente, tras abandonar la tierra descubierta y partir de vuelta a casa, se desarrolló un
complicado proceso de maniobras para obtener el reconocimiento oficial del descubrimiento. Esto es de vital
importancia, pues, tal y como hemos visto en los sencillos ejemplos anteriores, el descubrimiento no sería
tomado por tal sin la aprobación institucional de la significatividad que se le atribuye.
Durante el viaje de vuelta Colón escribió mensajes, los introdujo en arquillas selladas y los lanzó por la borda.
En estos mensajes se pedía a quienes los encontraran que comunicaran la noticia a la corte española y se
mencionaba una probable recompensa para quien lo hiciera. A pesar de todos sus temores, los descubridores
putativos (pues eso es lo que eran en aquel instante) llegaron a casa sanos y salvos. Colón puso entonces en
marcha una vasta y compleja red de comunicados y publicaciones en los que se daba a conocer el
descubrimiento. Su primera carta a la corte española se reimprimió ampliamente por toda Europa, culminando
en la aceptación vaticana de la reclamación por parte de España de las tierras descubiertas.
A partir de este ejemplo surgen dos cuestiones de vital importancia. En primer lugar, el descubrimiento es más
un proceso que un hecho puntual en el tiempo. Es un proceso consistente en planificar, anticipar, solicitar apoyo
y obtener la aprobación institucional con respecto a una definición o afirmación (de que el descubrimiento ha
tenido lugar). Al decir que Colón descubrió América, estamos resumiendo el resultado de un extenso periodo de
afirmaciones y definiciones, y optando por un determinado resultado, sancionado por un determinado agente
social en un tiempo determinado. En segundo lugar, el proceso de descubrimiento se extiende a través del
tiempo tanto antes como después del anuncio o afirmación inicial. Hemos visto ya que el descubrimiento de
Colón se cimentó sobre décadas dedicadas a la preparación y la búsqueda de ayudas. Pero el proceso de
moldear y dar forma a la naturaleza de lo que Colón había conseguido continuó aún mucho tiempo después de
haber logrado la aprobación vaticana. Colón realizó más viajes, persistiendo en la idea de que las tierras que
había encontrado eran unas islas situadas ante la costa este de las Indias. Casi diez años después del primer
viaje, otro explorador -Américo Vespucio- afirmó haber encontrado una gran extensión de tierra, contradiciendo
así la suposición de Colón. Esta afirmación seña-la Branningan- encontró resistencias, pues la idea de hallar
nuevas partes del mundo contravenía la noción cristiana dominante de que la tierra era una entidad uniforme y
conocida. De todos modos, la versión de Vespucio prevaleció y las historias del siglo XVI reescribieron el logro
de Colón, afirmando entonces que había descubierto América -una extensión de tierra insospechada hasta la
época -en contra de sus propias afirmaciones.
Branningan señala que este episodio no es más que una de las muchas historias parecidas sobre los resultados
de viajes a «extensiones de tierra situadas al otro lado del Atlántico»: se asocia a los habitantes de la Siberia
neolítica con la idea de un puente aleutiano de tierra; los fenicios precristianos y sus historias acerca de un gran
río (el San Lorenzo) y un nuevo continente; los monjes irlandeses y una nueva Tierra del Hielo; los vikingos,
guiados por Leif el Afortunado, descubriendo una Tierra Verde (Greenland), Vinland, etc. La cuestión es que, a
pesar de que existe un sentido en el cual todos y cada uno de estos viajeros podría afirmar haber descubierto
América, ni ellos ni las personas que con posterioridad hablaron en su nombre pudieron desarrollar o
desarrollaron- un proceso social que culminase con la legitimación pública de sus afirmaciones. Privadas de los
recursos de los que dispuso Colón y, en particular, de la organización social de creencias que
subsecuentemente dio forma y reformuló la historia de Colón, estas afirmaciones alternativas no tuvieron éxito.
La fuerza de la explicación exitosa -que Colón descubrió América- reside en su atrincheramiento. La estabilidad
de esta afirmación particular es un reflejo de la ingente cantidad de trabajo que se requiere para deconstruirla.
Quienes defienden la tesis del descubrimiento precolombino tienen una ardua lucha entre manos. Se enfrentan
a creencias populares ampliamente difundidas, a las historias y documentos certificados de muchos países
europeos y a una vasta y arraigada red de exaltación institucionalizada de la figura de Colón (Universidad de
Columbia, Columbia Pictures, etc.). Realizando una especie de anotación taquigráfica del enorme trabajo
requerido para construir todo eso, nos referimos al objeto descubierto como a un hecho. Diremos que una cosa
(en latín res) es verdadera cuando resista todos nuestros esfuerzos por superarla o deconstruirla. El grado de
resistencia es un reflejo directo del trabajo invertido en el desarrollo de un extenso y complejo proceso social de
definición.
Es importante distinguir entre el hecho del descubrimiento (que, según la opinión general, se debió a Colón) y el
hecho del objeto descubierto. El primero es el débil argumento de que muchas versiones en competencia son
afirmaciones de la misma realidad descubierta. Es lo que parece implicar la aseveración de que fue Vespucio,
más que Colón (o viceversa), quien hizo el descubrimiento. El problema de esta forma de enfocar las cosas es
que presupone el carácter del objeto descubierto, esto es, que América es lo mismo para Vespucio que para
Colón. Pero, tal y como muestra detalladamente el estudio de Branningan sobre esta y otras afirmaciones de
descubrimiento, el objeto de Vespucio era fundamentalmente distinto al de Colón." Sólo si aceptamos el hecho
del objeto descubierto, podemos contrastar y comprobar las afirmaciones diferentes «sobre él».
De esta forma se refuerza nuestra anterior sugerencia de que el estudio de cómo los objetos llegan a
construirse «ahí fuera», no debería dejarse de lado en favor de la atención al proceso de definir la novedad y la
significatividad. La tarea fundamental y prioritaria es comprender el proceso que culmina con el hecho del objeto
descubierto, más que el hecho del descubrimiento, pues este ultimo tiende a dar por supuesto la existencia y el
carácter previos del objeto.
Las cuestiones más prosaicas están claras: los problemas comunes sobre quién realizó el descubrimiento o
cuándo tuvo lugar implican de forma ilegítima la existencia anterior de un objeto constante que espera su revelaclon. Como ya hemos visto, el «hecho de un objeto» es el resultado temporalmente estable de un complejo
proceso social. Más aún, tal proceso continúa mucho después de la afirmación inicial del descubrimiento; «el
objeto» ha cambiado y continuará haciéndolo.
El ejemplo de Colón y el «descubrimiento» de América muestra que en nuestros intentos por comprender la
base social del descubrimiento no podemos presuponer el carácter del objeto descubierto; el hecho de un objeto
descubierto y su carácter son el logro de las afirmaciones del descubridor (y/o de otros) y de su trabajo de
definición. Volviendo de nuevo al par de la representación, esto equivale a decir que no podemos presuponer la
existencia o el carácter del lado derecho. No se trata de que el lado (objetivo) derecho preexista a nuestros
esfuerzos (humanos) por alcanzarlo. El lado derecho es, más bien, el resultado final del trabajo realizado por los
participantes. Dicho de forma escueta, los descubrimientos crean el lado derecho, en vez de producir simples
explicaciones del mismo.
En el próximo capítulo veremos que este mismo tipo de inversión puede aplicarse provechosamente a un
espectro más amplio de argumentos, explicaciones, comprensiones, percepciones, etc. De momento, sin
embargo, lo que nos interesa es cómo los descubridores gestionan y mantienen esa inversión. En otras
palabras: ¿cómo los descubridores hacen afirmaciones en pro de una visión realista (heredada) de los objetos
que, según sugiere nuestra argumentación, ellos mismos han creado artificialmente? Para poder tratar esta
cuestión, consideraremos el descubrimiento de los pulsares: nos trasladaremos de las historias sobre viajes a
tierras lejanas a las historias de viajes en el interior de una red de astrofísicos y radioastrónomos.
Una historia de púlsares
El 24 de febrero de 1968, la revista Nature publicó un artículo del cual eran coautores Hewish, Beil y otros tres
miembros del grupo de radioastronomía de Cambridge. Afirmaban haber descubierto unas fuentes pulsantes de
radio inusualmente rápidas (a las que más tarde se llamó pulsares).
Este sencillo anuncio en Nature encierra en si una extraordinaria complejidad en las explicaciones y
recopilaciones de los participantes. Al examinar tanto las explicaciones escritas como orales de este
descubrimiento, se hace enseguida evidente, por ejemplo, que existen claras discrepancias entre las
recopilaciones de eventos que condujeron al descubrimiento, realizadas por los participantes. Dichas
discrepancias no se suavizaron ni cuando los participantes intentaron subsecuentemente restablecer lo que
realmente había sucedido. Tampoco es una mera cuestión académica de exactitud histórica. La situación se
hizo aún más confusa cuando en 1975 Hewish, al recibir (junto a Martin Ryle) el Premio Nobel de fisica,
despertó el rencor que había permanecido aletargado desde el anuncio inicial. A partir de aquí, las acusaciones
v contraacusaciones sobre las verdaderas circunstancias y la secuencia de acontecimientos que habían
conducido al descubrimiento se siguieron unas a otras.
La importancia de la controversia sobre el descubrimiento entre la comunidad de participantes radica en que
cumple la función de reforzar el estatus objetivo anterior de los mismos objetos descubiertos -los púlsares-. Una
controversia de este tipo hace que sus participantes se planteen aquellas preguntas que (qua analistas)
recomendamos anteriormente evitar.
Por supuesto, resulta imposible proceder sin algún tipo de explicación. En consecuencia, comenzaré por lo que
puede considerarse una «explicación que funciona», y aunque su estatus es, en último término, cuestionable,
resulta útil para presentarnos o proveemos de la base necesaria para el consiguiente análisis.
El período de tiempo transcurrido desde la puesta a punto del equipo de registro y el telescopio -una antena de
81,5 MHz montada sobre un conjunto de 2.048 dipolos, que ocupaba un área de 4,5 acres-, en julio de 1967, y
la fecha de la publicación en Nature puede dividirse en cinco fases más o menos diferenciadas. La primera fase
queda señalada por el reconocimiento inicial de la existencia de un trazo anómalo en los registros rutinarios. Sin
embargo, a esa altura, no se consideró que valiera la pena dedicar una investigación especial a la anomalía. La
obtención de trazos inusuales no era algo extraño en esas observaciones experimentales. Hewish y Bell no
discutieron en especial sobre tal trazo, ni había ninguna razón que hiciera pensar que su aparición mereciera
especial atención. Durante una segunda fase, la repetida aparición del trazo incitó a Hewish y Bell a considerar
que valía la pena investigarlo. De todos modos, no se trataba de una decisión especialmente remarcable. Ese
tipo de investigaciones suelen revelar que los trazos se deben a interferencias. Se pensó en hacer registros de
alta velocidad, aunque no existía todavía ninguna convicción de que las extrañas señales fueran especialmente
significativas. En consecuencia, la discusión no fue más allá de Hewish y Bell, que, en cualquier caso, trataban
un asunto ordinario. La tercera fase siguió al reconocimiento de la naturaleza pulsante de la emisión de radio,
que se mostraba en los registros de alta velocidad obtenidos con éxito. Se persuadió a tres investigadores a que
se uniesen a Hewish y Bell para desarrollar líneas de investigación que permitieran dilucidar el origen de las
señales. A estas alturas otros miembros del grupo se habían percatado gradualmente de que algo inusual se
había encontrado y de que estaba investigándose. Se urgió a los tres científicos a trabajar con celeridad, ya que
entonces se pensaba que las señales eran el resultado de algún estallido (también otro fenómeno normal). Pero
el carácter inesperado de los registros pulsantes condujo al punto de vista escéptico de que lo que se había
encontrado era algo espúreo o el resultado de una interferencia de tipo inusual. De ahí el deseo, en esta etapa,
de mantener el secreto sobre la investigación por si sus resultados acababan siendo completamente triviales.
Pocos miembros del grupo tenían un conocimiento detallado de las investigaciones. El factor más poderoso que
por entonces evitaba que la información se esparciera fuera del grupo era un acuerdo tácito entre sus miembros
de que deberían mantener silencio sobre cualquier nuevo trabajo que se desarrollara. Una de las criticas que
más tarde se dirigieron al grupo fue que la publicación debería haberse producido después de la obtención de
los primeros resultados. Pero el grupo de Cambridge no quería publicar observaciones que después pudieran
resultar triviales.
La cuarta fase se refiere al período en que los investigadores ya habían descartado por completo la idea de que
las señales se debieran a interferencias o a una explosión temporal de actividad de radio. En aquellos
momentos la explicación más viable era que las señales representaban comunicaciones de otra civilización
inteligente: irónicamente se dio a los registros nombres como «LGM1» «LGM2», etc., para denotar la posible
existencia de «hombrecillos verdes» (little green men). Las serias implicaciones de esta posibilidad hacían que
los hallazgos no pudieran presentarse del modo habitual. Por ello, el reducido núcleo de investigadores que
tenían un conocimiento detallado de las investigaciones se sintió en la necesidad de tomar la decisión
consciente de restringir toda mención de su trabajo. Ello supuso un freno a la divulgación de la información, que
se añadía al acuerdo tácito de los que no tenían un conocimiento tan detallado de lo que estaba sucediendo. Sin
embargo, una vez descartada la posibilidad de que las señales fuesen inteligentes, siguió sin divulgarse ninguna
información. Según algunos críticos, fue en esta quinta fase cuando se deberían haber publicado los hallazgos.
Pero la justificación de la reticencia en esta etapa se formuló principalmente en términos del deseo de llevar a
cabo más experimentos sobre el nuevo fenómeno descubierto, antes de dar una noticia que podría haber
permitido que otros grupos mejor equipados se atribuyesen un mayor crédito en la investigación inicial. A pesar
de todas las criticas que ello pudo ocasionar, el grupo de Cambridge mantuvo que el derecho a continuar con
las investigaciones era su privilegio natural.
La retórica de la crítica y la justificación que rodeó a este episodio resulta especialmente reveladora en términos
de nuestra anterior discusión de la explicación del comportamiento científico según normas sociales (capítulo J).
La sociología mertoniana de la ciencia sugería que la acción científica era el resultado de diversos imperativos
institucionalizados que los miembros de la comunidad científica observan. No resulta apropiado aquí valorar si
las diversas partes implicadas en la disputa sobre los púlsares se comportaban de acuerdo con las normas
sociales o apartándose de ellas. De todos modos, resulta manifiesto que las descripciones y valoraciones del
comportamiento se expresaron, en gran medida, según el ethos normativo mertoniano. Por ejemplo, se dijo de
hecho que Hewish y su grupo habían violado la norma del comunalismo al negarse a compartir/divulgar sus
hallazgos en una etapa anterior del proceso. Al mismo tiempo, una respuesta común del grupo de Cambridge
fue que podían defender efectivamente sus acciones apoyándose también en otra de las normas mertonianas:
la del escepticismo organizado. Necesitaban estar totalmente seguros -decían- de haber descubierto de verdad
un nuevo fenómeno astrofísico, so pena de engañar a toda la comunidad científica y lanzarla a una caza de
fantasmas.
La apelación y el uso tan flexible que los participantes en esta discusión hacen de las normas sociales sugiere
que éstas se encuentran lejos de ser esas sencillas causas determinantes de la acción científica que nos
presenta la explicación mertoniana. En lugar de causar/determinar las acciones de los científicos, parece que
esas normas son parte de un repertorio evaluativo al que los científicos recurren en su caracterización,
descripción y evaluación de su comportamiento y del de los demás. En este ejemplo volvemos a encontrarnos
con nuevas evidencias que sugieren que resultaría más provechoso entender lo que normal y tradicionalmente
se consideran causas de las acciones de los participantes como un recurso utilizado en su discurso. El núcleo
de todas las críticas dirigidas contra el grupo de Cambridge pivotaba, en gran medida, sobre la cuestión de en
qué consistía «el descubrimiento». Los mismos participantes reconstruyeron varías veces los acontecimientos
que habían conducido al descubrimiento, de forma que les pareciese producir una secuencia «lógica» que, sin
embargo, difería ostensiblemente de otras interpretaciones alternativas. Esta incertidumbre respecto a la
secuencia y la fecha del descubrimiento proporcionó el foco tangible de las acusaciones de retraso y secreto
indebidos. Incluso siete años después del anuncio, un crítico prominente se quejaba de que «la información
facilitada sobre la observación del 28 de noviembre [1967] es todavía vaga. Hewish no aclara la situación en
absoluto».
Cada una de las cinco fases antes reseñadas corresponde a una progresiva involucración de un círculo cada
vez mayor de investigadores centrales, a diferentes tipos de constricciones en la comunicación del conocimiento
y a diferentes aspectos de las críticas y justificaciones de tales construcciones. Pero lo que resulta más
significativo es que cada una de estas fases corresponde a un tipo distinto de objeto (putativamente)
descubierto. Tan sólo retrospectiva-mente podemos «reconocer» (y «reconocemos») que los participantes
seguían siempre la pista del mismo objeto:
un «púlsar». Y este punto de vista retrospectivo sólo es posible si aceptamos la afirmación del descubrimiento
(hecha en el articulo publicado en Nature el año 1968). Sin embargo, vemos que el carácter del objeto, y el
hecho mismo de que haya o no un objeto, cambiaron de acuerdo con los cambios en lo que de forma bastante
imprecisa podría llamarse el contexto social: esto es, cambios en el personal involucrado, en el equipo utilizado,
en la literatura consultada, en las constricciones a la comunicación del conocimiento y en las críticas y
justificaciones del comportamiento de los investigadores. Antes de que hubiera comenzado a estabilizarse la
posibilidad misma de que «algo» existiera, el objeto (y el no-objeto) tuvieron como mínimo cinco encarnaciones
independientes:
1) Un trazo inusual; un no-objeto
2) Una posible interferencia
3) Un estallido temporal o una interferencia inusual
4) Comunicaciones de otra civilización (hombrecillos verdes)
5) Un nuevo tipo de fuente pulsante de radio
Merece la pena señalar que, aun sin presuponer el resultado final (que se trataba de un púlsar), la delineación
de estas fases no se encuentra libre por completo de la lógica de la retrospección. Por ejemplo, delinear la
primera fase y describir el objeto de la misma como un trazo inusual supone imputar a la secuencia un carácter
más definitivo del que tal vez tuvo en su momento. También merece la pena señalar que esta división en cinco
fases tan sólo cubre un corto período de tiempo inmediatamente anterior al anuncio de Nature en 1968. Por
analogía con el caso de Colón, debemos reconocer que las determinaciones del contexto social (la organización
del equipo de investigación de Cambridge, sus costumbres por lo que hace a la comunicación de conocimientos
a sus competidores, el equipo disponible, el estado de la técnica de los aparatos de registro, las expectativas y
creencias de los principales participantes) tienen su origen en la prehistoria de la radioastronomía y la
astrofísica. Igualmente, la definición del objeto ha tenido una vida agitada desde que se anunció el
descubrimiento. Ha sido una estrella enana blanca, una estrella giratoria de neutrones, una estrella de
neutrones con un satélite, la interacción plásmica entre estrellas binarias de neutrones, etc. El consenso actual a
este nivel favorece la versión de una estrella giratoria de neutrones. Si esta construcción temporalmente estable
fuera derrocada (revisada) en el futuro, los usurpadores tendrían que deconstruir casi veinte años de
movilización de recursos y discusiones.
Conclusión
La conclusión más importante de nuestros ejemplos de descubrimientos es que la existencia y el carácter del
objeto descubierto varían según la constitución de los diferentes entramados sociales. Y al hablar de entramado
social nos referimos a las creencias, a los conocimientos, a las expectativas, al conjunto de recursos y
argumentos, a los aliados y defensores; en resumen, tanto a la totalidad de la cultura local como a las
identidades de los diversos participantes. Esta variabilidad socava de forma decisiva el presupuesto común de
la preexistencia del objeto respecto al descubrimiento. No se trata de que el entramado social ejerza de
mediador entre el objeto y el trabajo de observación realizado por los participantes. Más bien es el entramado
social el que constituye al objeto (o la ausencia del mismo). Lo que ello supone para nuestra principal línea de
argumentación es la inversión de la relación supuesta entre representación y objeto; la representación da lugar
al objeto:
Representación Æ objeto
Por supuesto se trata de una forma de ver las cosas altamente perturbadora. Nuestra reacción «instintiva» «seguro que eso no es así»- refleja con precisión nuestra familiaridad y dependencia respecto al vínculo
unidireccional en el sentido contrario. De alguna manera creemos que la representación sólo puede seguirse de
los objetos y no al revés. Aunque esto no sea muy alentador, ese profundo descontento es un buen indicador de
hasta qué nivel damos por sentado el punto de vista que ha sido invertido.
La dificultad más inmediata es la siguiente: si afirmamos que los descubridores (o, más exactamente, los
entramados sociales dentro de los que operan) constituyen activamente su objeto, ¿cómo pueden arreglárselas
para convencerse de lo contrario? Teniendo en cuenta nuestra articulación perfectamente razonable de este
desastre metodológico, ¿qué es lo que sostiene y restablece continuamente la existencia previa de los objetos
descubiertos? En el próximo capítulo nos ocuparemos de esta cuestión considerando algunos rasgos generales
del discurso científico.
V
CIENCIA ARGUMENTATIVA: DISCURSO Y EXPLICACIÓN
En el último capítulo propusimos una inversión de la relación entre los objetos del mundo y su representación.
Se sugirió que las prácticas representativas constituyen los objetos del mundo, en vez de ser un reflejo que
proviene de ellos. Al mismo tiempo, señalamos que el aparente absurdo de este punto de vista (invertido) servía
para calibrar nuestro compromiso con la posición tradicional.
Debería enfatizarse que dicho «compromiso>) ni requiere, ni se deriva de una declaración consciente de lealtad
a una ontología realista. No se trata de que hayamos tomado la decisión deliberada de optar por esta manera de
ver las cosas. Como nos recuerda el análisis de Bloor sobre la lógica, nuestro compromiso es más bien una
medida de la forma en que organizamos nuestras acciones prácticas; la ontología realista es una justificación
post hoc del orden institucional existente.' Creemos que los objetos preceden y dan lugar a su representación,
precisamente porque ésa es la forma en que hemos organizado nuestras percepciones del mundo, nuestros
acuerdos sobre la forma en que deben dirigirse y sancionarse las acciones, nuestras expectativas, etc. Dado lo
atrincheradas que están estas ordenaciones institucionales, no es extraño que una justificación post hoc
alternativa parezca absurda.
En este capítulo se tratan algunas de las formas en las que nuestra imbricación en y nuestra dependencia
respecto a este «orden institucional» hacen que la inversión propuesta en el capitulo anterior parezca absurda.
Centraremos nuestra atención en la manera en que la ciencia puede interpretarse como un discurso en el cual y
a través del cual se consigue la preexistencia de los objetos (cosas).
Separación e inversión
El modelo de separación e inversión del descubrimiento sugiere una forma de explicar cómo el discurso
constituye sus objetos.2 Si recordarnos que en el último capítulo mantuvimos que el descubrimiento es un
proceso, antes que un hecho puntual, podríamos proponer un modelo de cinco etapas que puede representarse
esquemáticamente tal y como sigue:
1)
documento
2)
documento
3)
documento
4)
documento
5)
«negar (u olvidarse de) las etapas 1-3»
Æ
objeto
objeto
Å
objeto
En la primera etapa, los científicos tienen documentos (trazos); en el caso del descubrimiento de los pulsares,
tales documentos comprenden las tablas obtenidas a partir de los registros del telescopio, pero también podrían
incluir otras publicaciones, artículos, resultados previos, los telescopios mismos, otros aparatos, lo que Hoyle
dijo, etc. En la segunda etapa, los participantes emplean algunos de estos documentos para proyectar la
existencia de un determinado objeto (en este caso interferencias, un fenómeno astrofísico o lo que sea). Lo
importante es que el objeto se crea y constituye a partir de los documentos de que los científicos disponen. En
la tercera etapa tiene lugar la separación. Aunque el objeto se ha constituido inicialmente en virtud de los
documentos (y, de forma más general, en virtud del entramado social del que forman parte), ahora se percibe
como una entidad separada, como algo distinto de esos documentos. El objeto tiene ahora vida propia. Se
encuentra, de hecho, a un paso de poseer una historia infinita: ¡está a punto de adquirir la condición de
antecedente! En la cuarta etapa, la relación entre los documentos y el objeto se invierte. Mientras que en la
segunda etapa el objeto se constituía a partir de los documentos, ¡ahora parece como si él mismo (que siempre
había estado ahí) hubiera dado lugar a los documentos! Es entonces cuando éstos parecen adquirir de una
forma obvia el carácter de «representaciones» o «trazos»; va no son simples documentos, se han convertido en
documentos de algo. La quinta fase es crucial. Con el fin de mantener la relación invertida de la cuarta fase,
resulta importante dejar de lado o minimizar toda la información que pueda llamar la atención sobre las fases
anteriores (1, 2 y 3). Así pues, la quinta fase comprende la minimización, negación u ocultación de todas las
partes que componen el proceso. En la quinta fase se reescribe la historia para dotar al objeto descubierto de su
fundamentación ontológica.
Una vez más resulta improbable que este esquema se adecue a las percepciones supuestas de la relación entre
observaciones y objetos del mundo natural. Una reacción común es negar las primeras tres etapas. Y ésta es
precisamente la función del paso 5. Podríamos decir que nuestra convicción respecto al orden correcto entre las
representaciones y el mundo natural radica en que los pasos del 1 al 4 se suceden muy rápidamente. Estamos
acostumbrados a pasar sin pestañear de los documentos a la idea de que son los objetos los que les dan lugar.
Aunque el modelo de separación/inversión se desarrolló para comprender el proceso del descubrimiento, resulta
fácil adivinar cómo puede aplicarse a la representación en general. Con otras palabras, no es sólo un modelo de
la constitución del objeto descubierto, sino también de todo intento de establecer la anterioridad de las cosas y
los objetos, de convertirlos en algo fijo (y objetivo) para una amplia variedad de propósitos. Tales intentos van
desde las estrategias de la explicación causal hasta el carácter práctico de la percepción y de la interpretación
en general.
Una característica importante del proceso de separación e inversión es la forma en que la inversión de la
conexión entre la observación y el objeto conlleva también la desaparición en tal esquema de cualquier actividad
constitutiva por parte del observador. Considerar la existencia del objeto como algo anterior supone ver al
observador como un sujeto pasivo, más que activo. Vemos así la importancia retórica de sostener la
anterioridad del objeto, en el sentido de que implica una concepción particular del agente. Una vez que el objeto
se considera antecedente, fijo y ya dado, el papel del agente de la representación aparece como algo
meramente transitorio y periférico. Es como si los observadores se tropezasen simplemente con una situación
preexistente.
Como todo ello indica, podemos adelantar que el papel del agente tiene una gran importancia estratégica en el
discurso de la ciencia. La presencia o ausencia del agente, el grado en que está involucrado en el trabajo de la
representación (véase más adelante), se encuentra estrechamente vinculado a la solidez ontológica del objeto.
Para una primera demostración de este punto consideraremos el uso de los modalizadores en el discurso.
Modalizadores
Podemos decir que cualquier enunciado científico implica una afirmación sobre la relación entre dos
componentes: A y B. Por ejemplo, los púlsares son estrellas giratorias de neutrones; el TRF (H) es un péptido; el
circonio de cobre no se comporta como otras aleaciones metálicas (la relación que se afirma ha sido enfatizada
en cada caso). Así pues, una afirmación se compone de: A. B
La afirmación puede disfrutar de un estatus fáctico diferente cada vez, pudiendo ser desde una conjetura o un
informe documentado hasta un hecho generalmente aceptado. Sin embargo, ese estatus fáctico puede cambiar
mediante la adición o sustracción de modalizadores:
M. (A. B)
Por ejemplo, comparemos
1) «La cristalización de esta muestra tiene lugar a una temperatura de 394º»
con
2) «Giessen afirma que la cristalización de esta muestra tiene lugar a una temperatura de 394º»
y con
3) «Giessen afirma que la cristalización de esta muestra tiene lugar a una temperatura de 394º porque quiere
ser consistente con los resultados que obtuvo anteriormente»,
y, por último, con
4) «A Giessen le interesa sugerir que la cristalización de esta muestra tiene lugar a una temperatura de 394 º».
El sentido (el estatus fáctico) del ejemplo 1 se altera con la adición de «Giessen afirma que» (2). Sufre
posteriormente otro cambio mediante la adición del modalizador «porque quiere...» (3) o, de una forma
directamente comparable con los intentos de algunos sociólogos de explicar las acciones de los científicos, con
el uso de «A Giessen le interesa sugerir que...» (4). Nótese que una lectura precipitada de estos ejemplos
sugiere que el efecto de añadir modalizadores es el de degradar o denigrar el estatus fáctico de la afirmación
inicial. La cuestión es que en el enunciado 2 se introduce la identidad del agente (Giessen) y su actividad
(afirma) en un enunciado cuya facticidad podría esperarse que no se derivase de ningún agente; los enunciados
3 y 4 prestan atención a los posibles motivos de la actividad del agente.
Sin embargo, es necesario proceder con precaución a la hora de identificar la adición de modalizadores con una
simple degradación de la facticidad. Por ejemplo, involucrar a Giessen podría ser una forma de reforzar una
afirmación sin apoyo previo: «Si alguien sabe de esto, ése es Giessen, y afirma que...». No se trata, pues, de
que la adición de modalizadores cambie en una dirección determinada el estatus fáctico, sino de que la inclusión
de modalizadores proporciona la base para la reevaluación de un estatus fáctico previamente admitido (o
sugerido).
Esta precaución se hace necesaria si tenemos en cuenta que ciertos reajustes menores en los enunciados
pueden producir por sí mismos una amplia gama de efectos. Consideremos los siguientes ejemplos:
5) Los seres humanos tienen la capacidad de clasificar los fenómenos en grupos.
6) Se cree que los seres humanos tienen la capacidad de clasificar los fenómenos en grupos.
7) Los seres humanos tienen la capacidad de «clasificar» los fenómenos en grupos.
El enunciado 6 revisa la naturaleza de la relación existente entre los dos componentes principales del enunciado
5. Por su parte, el enunciado 7 revisa la naturaleza de uno de los componentes del enunciado inicial mediante el
uso de un modalizador clásico: las comillas.
Lo que más nos interesa en nuestro estudio del modus operandi de los modalizadores es la forma en que
llaman la atención sobre la existencia y el rol de un agente en la constitución de un hecho o un enunciado
fáctico. Así pues, podemos decir, en general, que la facticidad de un enunciado puede incrementarse (o
rebajarse) mediante la omisión (o la inclusión) de:
a) La referencia a un agente (descubridor, científico, autor);
b) La referencia a la acción de un agente (afirmaciones, escritos, interpretaciones, etc.);
c) La referencia a circunstancias antecedentes que rodean la acción del agente (sus motivos para efectuar cierta
afirmación, los intereses a los que sirve actuando de tal forma, etc.).
Este último elemento resulta interesante porque pone de relieve los que pueden considerarse intentos propios
de los científicos de efectuar un análisis sociológico. De hecho, la estructura total de la modalización que estos
tres elementos sugieren equivale, nada menos, que a los intentos de los participantes de crear una ciencia
social popular; esto es, a las asociaciones que esté de moda realizar entre los actores, sus acciones y las
circunstancias que pueden justificar tales acciones.4 La inclusión de estos tres elementos se puede entender
como la deconstrucción de una pretendida afirmación objetiva, de la misma forma que su omisión puede verse
como un intento de objetivar un enunciado inicialmente envuelto en irrelevancias (esto es, como un intento de
convertirlo en un objeto, de colocarlo más allá de la influencia de un agente).
Debe señalarse, por último (como anticipo a la mención de la reiteración que efectuaremos al final de este
capitulo), que el estatus fáctico de los enunciados puede variar sin que aparentemente se les haya añadido
ningún modalizador. Comparemos:
Es un maldito pulsar
con
Es un maldito púlsar.
La ironía de esta última afirmación contrasta fuertemente con el optimismo ingenuo de la primera.
La objeción de la triangulación
Que el mundo objetivo se constituya en y a través del discurso se opone a los puntos de vista de nuestro
sentido común, puesto que éstos se basan en epistemologías realistas. Una objeción obvia al argumento
constitutivo es la de que el mundo objetivo es asequible (puede describirse, puede informarse sobre él) por
medio de una variedad de estrategias aptas para generar informes o registros, o mediante una variedad de
representaciones; un buen científico no intentará jamás basar una afirmación en un único informe u
observación, sino que extraerá su conclusión a partir de varias observaciones independientes entre sí.
Esta objeción apela al principio de triangulación: la certeza sobre la existencia de un fenómeno aumenta cuando
el mismo objeto se contempla desde diversas posiciones. La metáfora tiene su origen en la navegación. Para
poder determinar la situación de un barco lejano resulta necesario localizarlo desde dos lugares diferentes; a
partir de ahí, la verdadera posición del barco puede localizarse en la intersección de las dos líneas de dirección.
Por extensión, se afirma que se obtiene una mejor descripción de un objeto cuando se observa desde, como
mínimo, dos lugares diferentes. Lo esencial de la objeción de la triangulación es que tan sólo las afirmaciones
ingenuas e injustificadas de descubrimiento se apoyan en un único punto de vista. Por lo tanto, continúa el
argumento, las deficiencias (los desastres) que se atribuyen a la representación son meras deficiencias de una
mala práctica científica.
Es cierto que hasta ahora nuestra argumentación ha tendido a centrarse en las representaciones,
observaciones y afirmaciones de conocimiento simples, como si tuvieran lugar con independencia de otros
esfuerzos y actividades o, en general, del marco o contexto en el que tales afirmaciones se producen. Debemos
recordar, sin embargo, que en el último capítulo subrayamos la importancia del entramado social en la
constitución del objeto descubierto. Con objeto de generalizar nuestra argumentación y, por tanto, de mostrar
las carencias del principio de triangulación, necesitamos ampliar nuestra comprensión del entramado de
ordenaciones institucionales y considerar la constitución de objetos dentro de un sistema discursivo. Para ello,
comenzaremos examinando cómo se estructura el discurso en el texto.
El análisis de textos
En un famoso artículo, Dorothy Smith examina el texto de un informe sobre las acciones y el comportamiento de
un amigo (del autor del informe) que se «estaba convirtiendo en un enfermo mental». Smith comienza
observando que, de hecho, el texto se puede leer (como mínimo) de dos formas bastante distintas. Lo cual
encaja con las afirmaciones más generales sobre las vicisitudes de la representación (en particular con la idea
de la indexabilidad) efectuadas en el capítulo II. Del mismo modo que las representaciones están
infradeterminadas por los objetos del mundo, un texto no determina una interpretación particular (lectura).
Este tipo de análisis de textos se basa en que la expresión práctica de (o la referencia a) un fenómeno, recrea y
establece de nuevo la existencia de tal fenómeno. Al «describir» un fenómeno, los participantes reproducen
simultáneamente su «estar ahí fuera». Smith hace explícita la congruencia entre la expresión textual práctica (la
forma en que el texto se estructura) y la naturaleza del fenómeno (la enfermedad mental) del que trata el texto.
El método de análisis presupone que la estructura del esquema conceptual «enfermedad mental», que el lector
utiliza para identificar la «enfermedad mental», es isomorfa con respecto a la estructuración del texto.
Las implicaciones de este isomorfismo entre la organización textual y el fenómeno textual son sumamente
importantes. En primer lugar, en ningún sentido podemos afirmar que el fenómeno (la enfermedad mental, en
este caso) tiene una existencia independiente de sus medios de expresión. Esto significa que no tiene ningún
sentido intentar establecer la existencia, o lo que sea, del fenómeno sujeto a análisis. Cualquier intento de
comprender el discurso simplemente tiene que dejar de lado esta cuestión. En segundo lugar, la noción de
isomorfismo sugiere -y quizás de forma más clara de la que nosotros hemos sido capaces de mostrar- no sólo
que no existe un objeto más allá del discurso, sino que la estructuración del discurso es el objeto. Los hechos y
los objetos del mundo son, ineludíblemente, construcciones textuales.
Estas consideraciones llevan a Smith a preguntarse cómo puede leerse el texto como una afirmación de que el
amigo se estaba convirtiendo en un enfermo mental. Para ello se centra en el efecto de la forma organizativa del
texto, en lugar de hacerlo sobre los motivos (intereses, circunstancias sociales) de los lectores o autores. ¿Qué
factores de la estructuración del texto hacen posible (proporcionan) una lectura particular? En el trabajo de
Smith y otros analistas de textos se identifican cuatro factores principales de la estructuración textual que
comienzan a dar una respuesta a esta cuestión:
1) Instrucciones preliminares. Puede verse que ciertos factores de la organización textual dan inicialmente al
lector una serie de instrucciones sobre cómo entender el texto al que se enfrenta. Estos factores incluyen la
localización, los encabezamientos y los comienzos del texto.
La localización de un artículo, por ejemplo, su aparición en una publicación académica «seria», puede
interpretarse como la instrucción: hay que tomarse el texto en serio; debe considerarse como algo autorizado,
más que como ficción. Los lectores pueden orientarse a una serie de procedimientos que se supone han servido
para juzgar y evaluar previamente el texto. Así pues, la localización del texto garantiza su autoridad aludiendo al
trabajo previo de otros. La tipificación del texto («la conferencia de un Nobel» o un «informe de una
investigación») y la mención de las afiliaciones institucionales de sus autores sugieren, además, un entramado
previo en el que se han autentificado las afirmaciones del trabajo. Por lo tanto, la localización posibilita la
presencia de otros agentes en el texto; el lector puede estar o no de acuerdo con lo que dice ~ texto, pero las
afirmaciones de éste han sido apoyadas, como mínimo, por otras personas (significativas) antes de que el texto
llegara hasta él.
Los encabezamientos -a menudo en forma de títulos, subtítulos o resúmenes- proporcionan al lector una serie
de atributos y acciones que puede utilizar para dar sentido a 10 que sigue. Con otras palabras, las instrucciones
facilitadas por un encabezamiento son: una forma preparada para dar sentido a los términos v temas
mencionados más adelante, según la relevancia que ese encabezamiento les otorga. Los encabezamientos
también actúan como sinécdoque: debe entenderse que del texto trata sobre algo que puede abstraerse el texto
mismo. Así se refuerza la pretendida anterioridad de los objetos «de los que» el texto informa. Se dice que el
significado, «con otras palabras», reside más allá de las simples palabras que lo conforman.
Los encabezamientos también implican la existencia de un agente legitimador anterior al lector. No únicamente
en el sentido obvio de que los autores han realizado su trabajo antes que el lector, sino porque ofrecen
categorías interpretativas que dan sentido a los elementos léxicos del texto.
Los comienzos de un texto pueden operar de forma similar a los encabezamientos, en el sentido de que
sugieren categorías relevantes para que el lector interprete el texto. Por ejemplo, pueden sugerir tensiones entre
el conocimiento actual y el pasado, o entre las teorías existentes y las nuevas observaciones, e indicar una
solución al inicio del texto. Esta solución representa entonces la categoría relevante, según la cual se induce al
lector a interpretar el texto. Como Smith señala, el cuerpo central de un texto siempre se presenta como un
rompecabezas razonable cuya solución se ha presentado al comienzo. Si se estructurase una prueba
matemática de esta manera, nos quejaríamos de que presupone lo que intenta demostrar. Sin embargo, este
factor de la estructuración textual se considera una forma razonable de presentar la solución (el «hecho»), que,
a su vez, se muestra como preexistente al texto: «Aquí está la solución y aquí cómo llegamos a alcanzarla».
2) Mecanismos de externalización. Las instrucciones preliminares alientan a los lectores a aceptar la
introducción de otros (agentes) como sancionadores de los hechos (objetos) de los que el texto informa. Sin
embargo, cuando tratamos los modalizadores ya pusimos de relieve que no existe una identificación simple
entre el aumento de la facticidad y la presencia o ausencia de agentes. Las instrucciones preliminares señalan
la relevancia de agentes que pueden garantizar la legitimidad de las afirmaciones hechas, pero que,
intencionadamente, son independientes de su producción misma. Por el contrario, las descripciones de dicha
producción requieren un tratamiento bastante diferente. El mecanismo de externalización propicia la lectura de
que el fenómeno descrito tiene existencia en virtud de acciones situadas más allá del dominio de la acción
humana. Su principal electo es la no involucración de acciones humanas.
El objeto descubierto no debe entenderse ni como un producto ni como una creación artificial de los científicos;
más que crearlo se encuentran con él. Pero, por supuesto, el dilema de toda tradición de informes científicos es
que los científicos mismos son responsables de los informes. El científico necesita ser un narrador de confianza
de la historia pero, a su vez, no debe verse como alguien que se entromete en el objeto.
Un medio para tratar este dilema es utilizar un tono narrativo que muestre las acciones del científico como
pasivas, y que ('escriba como causas primeras entidades como observaciones, resultados, información, líneas
de investigación, etc. Por ejemplo: «La información disponible sugería que nos encontrábamos ante un nuevo
tipo de fuente astrofísica»; «los resultados me demostraban que seguía la pista correcta»; «esta línea de
investigación condujo a que nos diéramos cuenta de que [...]». En todos estos casos los agentes humanos
reaccionan pasivamente frente a alguna clase de las siguientes entidades inanimadas o frente a todas: eventos,
información, conocimiento existente, hechos, equipos, resultados y circunstancias materiales. Aunque algunos
especialmente Tos grandes científicos- pueden ser lo suficientemente hábiles como para detectar la implicación
de tales eventos (resultados, circunstancias, etc.), la contribución del científico parece esencialmente una
concienciación explícita sobre un estado objetivo del mundo. Cualquier otro científico, en la misma situación,
habría llegado a la misma conclusión.
Los mecanismos de externalización incluyen la apelación a la comunidad, un concepto importante para
degradar la contribución de cualquier individuo en particular. Debe oírse al autor como si no estuviera en una
posición epistemológicamente ventajosa con respecto a su audiencia, ya que, una vez más, se pone de relieve
que el carácter del mundo natural debe verse como algo indiferente al número y variedad de agentes humanos
ocupados en registrarlo.
También se apela a la noción de comunidad mediante el uso del «nosotros mayestáticos». Así, por ejemplo:
«Nosotros estamos familiarizados con el titilar de las estrellas observable a simple vista...». Así se consigue el
interesante efecto de invitar al lector a que se integre en el estado del conocimiento existente. Aunque no se
especifica quiénes constituyen ese «nosotros», se alienta al lector a orientarse hacia un cierto estado de cosas
existente, un determinado estado de conocimiento, que comparten un número indeterminado de personas. La
invocación a estos otros testigos de tal conocimiento (objeto) refuerza la objetividad del mismo. No es el
producto idiosincrásico de unos individuos concretos, sino un estado de cosas ampliamente reconocido (y, por
tanto, objetivo).
La apelación a la pertenencia a una comunidad legítima la aparición de otros narradores de confianza de la
historia, normalmente mediante la mención positiva de su trabajo. Sus acciones (hallazgos, resultados) pueden
proporcionar una norma a partir de la cual evaluar, justificar v contrastar los hallazgos de otros. A veces se
produce el efecto acumulativo de citar más y más personas que reconocen de forma similar el objeto que se
afirma. Lo importante, de nuevo, es que el objeto debe ser aprehendido como algo objetivo, en el sentido de que
una minada de miembros de una comunidad lo reconocen como tal; no es el producto idiosincrásico de un
individuo.
3) Mecanismos de conducción. La apelación a la comunidad es un medio importante para sancionar el
reconocimiento del conocimiento anteriormente existente. Hablando en términos más generales, un rasgo
común de la estructuración de los textos científicos es el establecimiento de estados de cosas pasados. Su
carácter pasado proporciona un importante apoyo para que el lector pueda hacer las interpretaciones presentes.
Con otras palabras, establecer la fijeza de un estado de cosas (en virtud de su pasado) proporciona al lector un
marco a partir del cual puede dar sentido a las nuevas observaciones, etc. Los mecanismos de conducción son
formas de fijar o establecer el pasado y de afirmar la relevancia de realizar una interpretación en términos de
ese pasado. Generalmente, se expresan mediante el establecimiento de vínculos entre el conocimiento
(pasado) existente y el estado de hechos actual.
Las instrucciones preliminares y los mecanismos de externalización hacen posible una lectura del «estar ahí
fuera» del objeto (descubrimiento, hallazgo) del que trata el texto científico. Los mecanismos de conducción
narran cómo esa entidad supuestamente independiente ha podido traerse hasta los confines del actuar humano,
cómo ha sido «capturada». (Las analogías con la caza son una metáfora común de la creencia de que los
objetos preexisten a los esfuerzos humanos por investigarlos.) Parte de los mecanismos de conducción se
apoyan en el establecimiento de la solución al rompecabezas proporcionado por las instrucciones preliminares.
Dado el establecimiento inicial de la solución, el carácter del objeto descubierto, el resto del texto debe
entenderse no sólo como un rompecabezas para esa solución, sino como el camino inevitable hacia ella.
Un efecto más de la conducción consiste en pedir al lector que se abstenga de juzgar los eventos y hechos
textuales individuales hasta que se hayan presentado en su totalidad. Por lo tanto, no resulta apropiado poner
en tela de juicio ningún dato, evento o suceso individual cuando aparece en el texto En lugar de ello, se nos pide
que prestemos atención al efecto acumulativo y combinado de todos los eventos. Por ejemplo, si se narra una
explicación, no resultaría oportuno interrumpirla para efectuar una pregunta sobre cierta acción o evento
mencionado en unas pocas líneas de texto El narrador podría rechazar la interrupción señalando que la
importancia de ese determinado fragmento se aclarará con posterioridad, que hasta el momento sólo estaba
presentando la base del problema y no el punto clave de su relato/informe. El mismo efecto se logra mediante la
inserción en el texto de indicadores que dirigen al lector a otras partes del mismo «véase el capitulo V»-.
4) Los mecanismos de secuenciación. Los mecanismos de conducción estructuran el texto como una colección
de hechos y actividades que deben aprehenderse como si tuvieran una relevancia particular para el objeto
asertado Los mecanismos de secuenciación son similares, pero sirven para ordenar los eventos en la narración.
La estructuración secuencial actúa como un proceso de «recorte» mediante el cual se desechan otros caminos
potenciales y se relegan a la base otros eventos potencialmente relevantes. Se alienta al lector a que acepte la
relevancia de los eventos descritos según la secuencia en que se encuentran. Los sucesos irrelevantes, en
particular pistas falsas y callejones sin salida, se excluyen o se vinculan a los eventos subsecuentes. Los
mecanismos de secuenciación proporcionan, pues, la conexión entre los diferentes sucesos y actividades
descritas.
Acción a distancia
Otra forma de tratar el discurso científico consiste en interpretar el trabajo de explicación (descripción,
información, etc.) en términos de la relación entre los diversos tipos de enunciados producidos por los científicos
y los objetos explicados. Si una proposición se encuentra vinculada tan sólo a un único elemento del mundo,
puede decirse que lo explicado es bien poco (o nada). Si, por el contrario, una sola proposición se encuentra
vinculada a muchos elementos diferentes del mundo, podemos comenzar a decir que se está desarrollando una
explicación. Esto nos lleva directamente a la idea del poder o potencia de las explicaciones.'3 Se dice que una
explicación es tanto más potente cuanto más elementos del mundo puedan controlarse por un único elemento
de esa explicación. Como señala Latour, la importancia de esto debe entenderse en términos de la política de la
explicación. El poder aquí es análogo al control político: una misma proposición representa a (o actúa en
nombre de) otras muchas al mismo tiempo. Los elementos explicados se encuentran subordinados o resultan
insignificantes en comparación con su representante (¿electo?). De todos modos, no se trata de que el discurso
científico tenga su motivación en un deseo de poder político; simplemente, el poder que pueda tener una
explicación debe entenderse como un intento de resol-ver un problema práctico. El objetivo es actuar de una
sola vez sobre el mayor número posible de elementos del mundo sin estar físicamente en el mismo sitio que
esos elementos. El problema práctico es, pues, cómo actuar a distancia sobre dichos elementos.
La idea de acción a distancia recuerda algunas de nuestras ideas anteriores sobre la relación establecida por el
texto entre observador, observación y objeto observado Por ejemplo, la cuestión del ruido de la caída de un
árbol lejano (capítulo IV) se puede entender como un problema de acción a distancia. ¿Cómo puede el narrador
contar qué ruido ha hecho si no se encontraba cerca del árbol? La respuesta es que necesita trasplantar el árbol
para llevarlo a su narración. Con otras palabras, necesita realinear las relaciones entre narrador y objeto,
presentes en el rompecabezas inicial. Puede lograrlo si, por ejemplo, afirma haber aprendido qué ruido hizo el
árbol de otra persona que había estado allí, o si realiza una grabación del sonido, etc. Lo que se intenta en
todos los casos es alterar el texto original mediante la introducción de otro observador y el establecimiento de un
nuevo con>junto de relaciones.
Claramente, existe toda un gama de mecanismos que tienen el potencial necesario para actuar como
observadores adicionales: anotaciones de campo, apuntes, cartas y otros tipos de comunicaciones, otros
sociólogos, su correspondencia, sus fotografías, grabaciones de audio y vídeo, etc. Tal vez diremos que una
grabadora es el mecanismo que capacitaría al narrador de forma más persuasiva para actuar sobre una
situación distante.
Así pues, actuar a distancia con éxito supone tener los medios para representar una situación o elemento lejano
sin necesidad de encontrarse en la situación. Pero también es evidente que el observador necesita ser capaz de
defender que tales representaciones emanan, de hecho, de los elementos que está afirmando. Se generan, así,
tres requisitos para poder actuar a distancia. En primer lugar, el observador necesita avanzar una explicación de
la forma en que se ha realizado la representación; dicho de otra manera, necesita aportar un relato del viaje
realizado entre la situación y el lugar desde que narra el relato. Los medios para narrar el viaje vienen dados, en
parte, por los mecanismos de conducción antes mencionados. Lo mejor es que dicho viaje sea una línea de
exploración lógica y racionalmente organizada. En segundo lugar, necesita convencer a su público de la
autenticidad de la representación, de que ésta -una vez hecha- no ha sido afectada (alterada) en el camino de
regreso al lugar en el que se realiza la explicación. Para ello necesita mecanismos de «inscripción» que sean lo
que Latour ha llamado «móviles inmutables». Por ejemplo, las anotaciones de campo no deben cambiar de
significado al ser transportadas desde el lugar de los hechos a la audiencia académica ante la cual se
representan. En tercer lugar, el observador debe afirmar que al producir la representación no modifica el objeto;
aunque haya hecho un viaje y haya forjado la representación en el lugar de los hechos, debe dejar claro que ello
no ha cambiado, alterado o interferido de forma alguna el carácter preexistente del objeto. Claramente, existe
una cierta tensión entre estos requisitos por unas razones que ya señalamos en nuestro análisis de textos. El
científico/observador debe ser un narrador de confianza de la historia, pero su papel en la representación no
debe verse como si afectase al carácter del objeto, esto es, su presentación no es ni una distorsión ni un reflejo
parcial de lo que realmente acaece.
Conclusión: de nuevo la objeción de la triangulación
El discurso de la ciencia se estructura de forma que apoye y refuerce la objetividad de sus objetos y debilite
sistemáticamente el punto de vista (constitutivo) opuesto. El mecanismo de separación e inversión y el uso de
modalizadores pueden afectar significativamente a la facticidad de la afirmación propuesta (objeto) al insinuar la
intervención de un agente. Al desarrollar nuestra argumentación sobre los modalizadores vimos cómo los textos
se encuentran organizados en su totalidad con el fin de estructurar las asociaciones y relaciones existentes
entre las partes del objeto propuesto.
El análisis de textos se centra principalmente en el tratamiento textual de la intervención de seres humanos:
¿como tratan los textos el hecho de que siendo los agentes humanos los responsables de la instigación y
construcción de dichos informes, los objetos sobre los que se informa se encuentren más allá de la
intervención/construcción humana? Las instrucciones preliminares alientan al lector a dirigirse al papel
desempeñado por personas no mencionadas (los otros) para sancionar positivamente las afirmaciones del autor
o autores del texto; los mecanismos de externalización sitúan al objeto más allá del alcance (fabricación
idiosincrásica) de la acción humana; apelar a la pertenencia a una comunidad autoriza, aún más, la facticidad de
las afirmaciones.
El análisis en términos de acción a distancia sugiere que extendamos el concepto de agente a entidades no
humanas. Vemos así que el logro de la organización del texto consiste en estructurar y alinear todo el conjunto
de relaciones entre objetos, personas, equipos, recursos, conocimiento existente, etc.'5 Hablando en términos
generales, el texto define un «universo moral» o red de relaciones -qué entidades tienen tales habilidades,
titulaciones y obligaciones- dentro del cual se configura la aparición de un nuevo objeto (conocimiento, hecho).
En concreto, la acción a distancia implica una importante diferencia entre el carácter del objeto que se
representa y el de la representación. O, lo que es más importante, la idea de la distancia entre representación y
objeto sugiere que ambas entidades ocupan dominios discretos del discurso; consecuentemente se evita que
una y otro se contaminen mutuamente.
Como veremos en el capítulo VII, este último punto tiene implicaciones importantes para la pretensión de la
ciencia social de adoptar el discurso de las ciencias naturales. El discurso de las ciencias naturales tiende a
negar que sus objetos tengan voz. Aunque a los electrones, partículas, etc. se les reconozcan atributos, no se
les considera capaces de dar opiniones, formular sus propias teorías o, lo más importante para nuestros
propósitos, producir sus propias representaciones. Así pues, el discurso de las ciencias naturales constituye a
sus objetos como esencialmente dóciles y puede actuar sobre ellos a voluntad. Por el contrarío, varias
tradiciones de las ciencias sociales quieren dotar a sus objetos de voz (y referirse a ellos como «sujetos»). Se
generan así dificultades para constituir retóricamente la distancia. En concreto, en el discurso asociado a la
ciencia social interpretativa se dota a los objetos/sujetos con la capacidad de responder, tener sus propias
opiniones e, incluso, constituir sus propias representaciones.
Podemos volver ahora a la objeción de la triangulación. Sugerimos que gran parte del argumento de la posición
constitutiva implicaba erróneamente que los simples actos de interpretación (representación) de un observador
resultaban suficientes para constituir conocimiento científico. Ahora hemos reelaborado nuestro tratamiento
inicial de los actos de interpretación para mostrar que los objetos se constituyen dentro de redes de relaciones.
La representación (constitución) nunca está aislada de su contexto textual. La esencia de la objeción de la
triangulación es que el conocimiento aparece a partir de representaciones diferentes de la misma cosa. Con
otras palabras, el principio de triangulación presupone un objeto que existe constantemente, al que se dirigen
los intentos de interpretación (medida, descripción, etc.) independientes entre sí. Sin embargo, de nuestra
discusión sobre la actuación a distancia se sigue que el «parecido» y la «diferencia» se alcanzan en y a través
del discurso de la representación «Parecido» y «diferencia» no son propiedades inherentes a los (conjuntos de)
fenómenos; en lugar de ello, son una definición de la relación existente entre los objetos que se consigue en
virtud de su representación textual. Dicho de otro modo, la objeción de la triangulación queda frustrada al
mostrar que se apoya en el presupuesto de que los objetos pueden existir independientemente del discurso
En este capítulo se han presentado algunas de las formas en las que el discurso científico constituye el carácter
del objeto del que afirma estar meramente «informando». La principal conclusión es la afirmación constitutiva de
que la estructuración del discurso es el objeto. A primera vista esta conclusión parece altamente idealista.
Seguramente, podría decirse, resulta absurdo afirmar que no se puede distinguir entre una cosa y lo que de ella
se dice. Pero la posición constitutiva no niega que los participantes (científicos y no científicos) operen con
distinciones entre lo que consideran meras descripciones textuales y cuestiones de hecho; entre lo que por un
lado se consideran «palabras» y por otro, el «mundo». La cuestión es que estas distinciones forman parte del
discurso y se aplican de diversas formas. Con frecuencia se dice que un texto (o conjunto de textos) sólo
contiene meras palabras, mientras que otro se presenta como una representación fáctica (como una
representación verdadera del mundo). Esta yuxtaposición de distinciones es la base de la ironía analítica. Pero,
dado su aplastante carácter persuasivo, ¿qué recursos podemos utilizar para recordarnos a nosotros mismos la
forma de persuasión que supone la estructuración de un texto? Volveremos sobre esta cuestión en el próximo
capítulo.
VI
MANTENER VIVA LA INVERSIÓN: ETNOGRAFÍA Y REFLEXIVIDAD
Hasta ahora gran parte de nuestra discusión se ha dirigido a avanzar una inversión del compromiso objetivista
asociado a las concepciones tradicionales de la ciencia: hemos mantenido que los objetos del mundo natural se
constituyen en virtud de la representación, en vez de ser algo preexistente a nuestros esfuerzos por
«descubrirnos». También se han sugerido otras inversiones: las normas sociales proporcionan un recurso
evaluativo para poder caracterizar el comportamiento más que para dirigirlo; la lógica y la razón son
consecuencia (y a menudo la «racionalización») de la acción antes que su catisa; las reglas son recursos para
una evaluación post hoc de la práctica en vez de ser lo que la determina; los hechos son el resultado de las
prácticas cognoscitivas, más que sus antecedentes; etc. En el anterior capítulo examinábamos cómo el
funcionamiento del discurso científico se opone a todas estas inversiones. Los desastres metodológicos se
mantienen mediante la separación sistemática de los objetos científicos y la práctica del análisis, y mediante el
establecimiento de un «orden moral» que define los derechos y obligaciones de las personas, los objetos y los
aparatos, y que sanciona las relaciones entre tales entidades. Dada la penetrante influencia de este discurso,
¿qué perspectivas hay de retarlo y acabar con su hegemonía?
En los últimos años, el discurso científico se ha visto como una fuente de ofuscación considerable sobre la
«verdadera naturaleza» de la ciencia. Gran parte de los últimos trabajos del estudio social de la ciencia
comienzan con la idea de que el discurso científico nos proporciona una imagen esencialmente errónea e
inadecuada de lo que realmente sucede en la ciencia. La primera parte de este capitulo revisa los estudios de la
etnografía de la ciencia, un enfoque pensado para oponerse a los retratos erróneos e idealizados de ésta v del
método científico, mediante la revelación de lo «más delicado» de la ciencia: la ciencia tal y como se practica en
el laboratorio. La segunda parte del capítulo mantiene que los problemas de este enfoque deberían conducirnos
a desarrollar un punto de vista más reflexivo en el estudio social de la ciencia. Nos preguntaremos hasta qué
punto este enfoque reflexivo podría ayudarnos a sostener las clases de inversión propuestas en los capítulos
anteriores. Dicho de otro modo, nos preguntaremos hasta qué punto la exploración de esta reflexividad podría
hacernos más capaces de subvertir el orden moral establecido por el discurso científico y la ideología de la
representación.
¿Qué es la etnografía?
En términos generales, la etnografía es un estilo de investigación en que el observador adopta la postura de un
antropólogo que se encuentra por primera vez con un fenómeno. Uno toma la perspectiva de un extranjero como
medio para poner de relieve las prácticas comunes de los nativos que son objeto de estudio. Literalmente,
etnografía significa «descripción» desde el punto de vista de los nativos: en vez de imponer el marco de
referencia propio a la situación, el etnógrafo intenta desarrollar una apreciación de la forma en que los nativos
ven las cosas. En el caso de la ciencia, nuestros nativos son la comunidad de científicos. Adoptaremos la
perspectiva de que las creencias, presupuestos v discurso de la comunidad científica deben percibirse como
algo extraño.
Generalmente, el estudio etnográfico de la ciencia supone tener que aceptar un puesto de trabajo doméstico a
cambio de acceder al lugar donde se desarrolla la investigación. Para poder sumergirse en la cultura del
laboratorio, el etnógrafo ofrece su ayuda en tareas tales como la limpieza de tubos de ensayo, la preparación de
gráficos v dibujos para su publicación y, tal vez, en un estadio avanzado de cooperación y confianza mutua, el
control de los aparatos mientras se realiza un experimento. Se trata de actuar como un par de manos más (y
quizás añadir un par de ojos atentos) para conseguir sumergirse en esa cultura. Tras un período de unos
dieciocho meses, el etnógrafo se convierte en una parte del quehacer diario del laboratorio.
El etnógrafo toma notas, graba cintas (tanto de audio como de vídeo), realiza entrevistas y acumula todos los
documentos relevantes que pueden encontrarse en el laboratorio. Estos últimos incluyen, por ejemplo,
borradores de cálculos, papeles con anotaciones, trazos, listados de ordenador, resúmenes de los miembros del
laboratorio, su correspondencia con otros científicos, y los libros, artículos e informes que los miembros del
laboratorio leen, usan como referencia o con cualquier otro propósito. Al igual que un antropólogo en su trabajo
de campo, el etnógrafo de la ciencia recoge las sagradas escrituras de la tribu.
Lo fundamental de este tipo de trabajo es que el proceso de recolección y observación proporcione la base
necesaria para una imagen auténtica de lo que realmente sucede en el laboratorio. Se acepta, generalmente,
que la mayoría de las explicaciones existentes de lo que ocurre en la ciencia son parciales y distorsionadas. A
menudo tales explicaciones se han entresacado de entrevistas con eminentes ex científicos o de otro tipo de
manifestaciones públicas sobre la naturaleza de la ciencia: enfatizan la base metódica, lógica y sistemática del
proceder científico. Por el contrario, el control in situ nos otorga la ventaja de las experiencias de un observador
que se ha sumergido durante largo tiempo en la cultura a estudiar. Por ello, este tipo de observación
participativa hace posible recuperar parte del carácter artesanal de la ciencia. Este enfoque está pensado como
un medio para revelar el carácter desordenado, idiosincrásico e irregular del trabajo de laboratorio.
La principal dificultad del estudio etnográfico de la ciencia es tener que tomar esa actitud de «extranjero» ante
todos los aspectos de la cultura de laboratorio. Para dar una idea de hasta qué punto es eso necesario y para
señalar la dificultad de mantener tal postura, hay que tener en cuenta que debe adoptarse incluso ante los
objetos aparentemente más triviales. Comparemos, por ejemplo, las dos descripciones siguientes de una pipeta,
realizadas, respectivamente, desde el punto de vista del nativo y desde el del etnógrafo (extranjero):
Una pipeta es un tubo de cristal con cuya ayuda se puede transferir un determinado volumen de líquido.
Manteniendo el extremo inferior en el líquido, se procede a absorberlo hasta alcanzar un determinado nivel en el
tubo. Entonces, manteniendo la parte de arriba taponada con el pulgar para preservar el vacío, se puede
levantar el tubo y la cantidad de líquido contenida en él. Cuando deja de hacerse el vacío, el liquido puede
depositarse en otro recipiente, etc.
A lo largo y ancho del laboratorio pueden encontrarse receptáculos de cristal abiertos por sus dos extremos, por
medio de los cuales los científicos creen poder capturar lo que ellos llaman un «volumen» de la clase de
substancia conocida como «líquido». Se dice que los líquidos toman la forma del recipiente que los contiene, y
se piensa que sólo se pueden comprimir ligeramente. Se cree que los objetos de cristal llamados «pipetas»
retienen el «volumen» capturado y hacen posible su traslado de una parte a otra del laboratorio.
Como veremos más adelante, este tipo de atención antropológica implacable es necesaria, porque muestra que
incluso 105 objetos más mundanos encierran y sostienen la cultura de laboratorio, sus creencias, resultados y
decisiones, gracias al pasado encarnado en los artefactos materiales.
Al igual que sucede en cualquier buena investigación antropológica, el etnógrafo de la ciencia debe olvidar su
familiaridad con los objetos mundanos de estudio y resistir en todo momento la tentación de convertirse en un
nativo. La tensión propia de cualquier estudio etnográfico se encuentra presente. Queremos ver las cosas desde
el punto de vista de los nativos, pero no queremos adoptar acríticamente su sistema de creencias.7 Debe
tenerse en cuenta, sin embargo, que resulta más difícil mantenerse «extranjero» en esa exótica cultura que
llamamos ciencia que cuando se lleva a cabo un estudio etnográfico de los indios navajos, por ejemplo. Cuando
los informadores de estos últimos nos dicen que están bailando para atraer la lluvia, enseguida podemos alzar
el escepticismo «intrínseco» a nuestra pertenencia a la «cultura occidental avanzada». Pero cuando los
informadores de la tribu de los científicos nos explican que la parte situada a la derecha de una ecuación «se
sigue» de aplicar la propiedad conmutativa, nos resulta mucho más difícil oponernos a la aparente autoridad de
esta explicación. ¿Por qué? Simplemente porque el respeto por la racionalidad científica se encuentra
profundamente arraigado en nuestra propia cultura (la de los etnógrafos). Como ya hemos puesto de manifiesto
en múltiples ocasiones, tratar la ciencia como algo exótico resulta una tarea muy ardua, en el sentido -y a
causa- de que todos nuestros esfuerzos por desarrollar representaciones y estudios son en sí mismos pálidos
reflejos de la práctica científica. El etnógrafo de la ciencia se enfrenta al problema que supone ser un cuasi
creyente, como le ocurre al navajo que realiza una etnografía de los navajos.
En la práctica este problema supone tener que aprender cuándo hacer las preguntas y, lo que quizás es más
importante, saber reconocer y señalar en qué instante las respuestas dejan de ser sorprendentes. Por ejemplo,
en la primera etapa de un estudio etnográfico sobre la física del estado sólido pregunté: «¿Por qué fija la
conexión eléctrica a ese punto concreto de la muestra de aleación?». Mi informador adoptó un tono
condescendiente, claramente dirigido a un novato y, como si sólo se limitara a reiterar «lo que todo el mundo
sabe», explicó: «Necesitamos minimizar la resistencia sobre la superficie de la muestra». Tan sólo unos cuantos
días después pregunté: «¿Cómo sabe usted que la temperatura registrada por ese termopar es la que de hecho
indica ese voltímetro?». La respuesta me cogió por sorpresa, pues esperaba algún tipo de turbación: «Ésa es
una buena pregunta. Realmente deberíamos comprobar si ese termopar se encuentra en el centro de la
reacción y no en uno de sus bordes». Estos episodios muestran la importancia de la etnografía en cuanto
experiencia de aprendizaje. Al transformarse de un novato a alguien competente, uno obtiene una visión de
primera mano de la estructura de las creencias, de los presupuestos, de lo que se considera una pregunta
legítima, etc.
Resultados de los estudios etnográficos de la ciencia
El rasgo más sorprendente de la práctica científica es el extremo desorden del laboratorio; algunos
observadores constatan su sorpresa ante lo confuso del trabajo científico. La imagen ordenada y pulcra que se
filtra a través de las explicaciones idealizadas del proceder científico tiene poco que ver con la esgrima de la
práctica cotidiana del laboratorio. En concreto, parece difícil reconciliar los movimientos efectuados por los
científicos con la aplicación explícita de criterios abstractos de decisión (capítulo 1). En resumen, las acciones
de los científicos resultan ser altamente indeterminadas. Las decisiones sobre el tipo de instrumentos a usar, las
clases de experimentos a realizar y los modelos de interpretación más apropiados, dependen en gran medida
de condiciones, circunstancias y oportunidades locales. Cuando las reglas de procedimiento son invocadas,
tienden a utilizarse de forma altamente variable y, a menudo, contradictoria.
La presión circunstancial de los sucesos de la vida diaria en el laboratorio significa que las decisiones y las
acciones raramente se desarrollan bajo la forma de una desapasionada búsqueda de la verdad. A los científicos
no les sobra mucho tiempo para dedicarlo a evaluar reflexivamente el estatus epistemológico de sus acciones e
interpretaciones. Un «filosofar» de este tipo es más común entre los miembros más viejos y respetados de la
comunidad o entre los desafectos y marginados de la misma. Para la mayoría el objetivo principal y más
inmediato es hacer que las cosas funcionen. Su preocupación es más instrumental que epistemológica. Si
alguien me dijera que cierta aleación muestra una temperatura de cristalización cercana a la temperatura
ambiente del laboratorio, podría excitarme, pero no sería porque me estuvieran revelando la verdad, sino porque
esa información me capacitaría para preparar otro tipo de experimento, para solicitar una beca de investigación
o para acabar de una vez por todas con las afirmaciones de mis competidores.
La orientación instrumental apoya la conclusión de que -usando el vocabulario de Knorr-Cetina- la actividad
científica debe entenderse como constructiva antes que como descriptiva.9 Con otras palabras, los científicos no
se dedican a describir pasivamente hechos preexistentes en el mundo, sino que formulan o construyen el
carácter de ese mundo. Ello se hace muy obvio en los escritos y lecturas de nuestros sujetos de estudio: los
vemos construir borradores, memorias, cartas y artículos; también son responsables de la producción de
listados de ordenador, cuadros y gráficos. Tal vez resulte menos obvio que toda una serie de decisiones y
valoraciones impregnan la llamada materia «bruta» del laboratorio. Las muestras de metal se escogen entre una
variedad de procedencias, los animales de experimentación se seleccionan y alimentan cuidadosamente, el
agua usada en los experimentos se purifica, etc.
Los instrumentos y aparatos gozan de una neutralidad retórica, en el sentido de que se piensa que son
meramente «usados» o «aplicados» a los materiales (o animales) investigados por los científicos. En muchos
casos, tales mecanismos son especialmente importantes porque parecen tener la capacidad de poner
«automáticamente» por escrito la naturaleza. Por ejemplo, no parece darse ninguna intervención entre la
muestra de aleación y el coeficiente de medida mostrado por un escáner calórico diferencial; sin embargo, los
científicos se encuentran involucrados en la selección y uso de los aparatos. Más aún, muchos de los aparatos
se construyen a partir de los principios establecidos sobre los resultados de anteriores investigaciones de
laboratorio. Por ejemplo, el espectrómetro de resonancia nuclear no es una caja negra neutral, sino la
encamación de veinte años de investigación básica en física. Con sólo «usar» el aparato, los científicos apelan
a la neutralidad de un mecanismo que, de hecho, se apoya y conforma a partir de una multitud de decisiones,
intervenciones y elecciones previas realizadas por anteriores comunidades de científicos.
El instrumentalismo que guía las acciones de los científicos en el laboratorio y el instrumentalismo de los
aparatos están fuertemente vinculados a un rasgo aún más fundamental del discurso científico. Los atributos
mismos de la naturaleza, la forma en que el mundo físico se aprehende, describe y clasifica, depende de la
tecnología que hace posibles tales actividades. Como Knorr-Cetina señala, los atributos científicos se
constituyen por entero respecto a un posible sistema de instrumentación.11 La «temperatura» de una substancia
se constituye por la disponibilidad de un metal liquido expandible (el mercurio) o por las nociones de flujo de
calor a través de una diferencia de potencial (el termopar). Las decisiones, previamente solidificadas y ahora
aceptadas como seguras, sobre tales instrumentos definen en qué consiste la temperatura. El «descubrimiento»
de que el cristal se dilata y contrae de forma instantánea al entrar en contacto con el calor, haría necesario
revisar lo que se considera temperatura.
Así pues, los logros y solidificaciones del pasado proporcionan la tecnología (supuestamente neutral: aparatos,
instrumentos) mediante la que se constituyen los nuevos atributos. Esta cuestión puede reconocerse como un
caso particular de la tesis general de que todas las observaciones están «cargadas de teoría». Cuando los
científicos (de laboratorio) realizan observaciones o producen resultados, lo hacen sobre la base de una
concatenación concreta de logros pasados. Con los términos de Knorr-Cetina, el laboratorio científico está
compuesto por las materializaciones de las elecciones científicas anteriores; una gran cantidad de decisiones se
encarnan en cada «resultado» específico. Los productos que llegan a estabilizarse y solidificarse preparan la
situación para las siguientes decisiones interpretativas.
La importancia retórica de la materialización estriba en que los resultados previos se convierten en una
tecnología que, en el transcurso de la práctica científica, puede aprehenderse como un conjunto meramente
pasivo y neutral de instrumentos. Los hechos ya no son meros hechos en virtud de su preferencia: están
encarnados en mecanismos que (se dice) posibilitan más tareas (experimentos, inferencias, recolección de
datos). De este modo, la facticidad se constituye en términos de valor instrumental. Como veremos en el último
capitulo, es en esta dimensión donde puede distinguirse entre ciencias naturales y ciencias sociales, y no en
términos de una noción filosófica de adecuación del procedimiento (método).
Por último, la etnografía de la ciencia ha mostrado que la actividad científica resulta ser social en tres sentidos
principales. En primer lugar, es claramente algo social antes que individual, en el sentido limitado de que la
mayor parte de la ciencia requiere trabajo en equipo; los científicos modernos forman parte necesariamente de
un equipo, si no de una comunidad de iguales. Y, por supuesto, incluso la actividad individual se orienta
necesariamente a una comunidad lingüística en la que todo pensamiento, acción y reflexión encuentra su
significado (véase también el capítulo 1). En segundo lugar, la actividad científica es social en el sentido de que
toda acción científica está impregnada de preselecciones. En concreto, no es posible -como pensaban
anteriores generaciones de sociólogos- distinguir entre la dimensión social v la técnica (científica) de la actividad
científica. Los pormenores esotéricos, técnicos y científicos del conocimiento científico son sociales.
Naturalmente, una forma posible de subrayar esta situación seria proponer, simplemente, el abandono del
término «social» para evitar que siga empleándose para denotar un dominio especial y discreto de fenómenos.
Por supuesto, es una estrategia de alto riesgo, pues supone un abandono similar (y simultáneo) de los
privilegios especiales vinculados a la noción de «científico». En tercer lugar, la ciencia es social en el sentido de
que los científicos no dirigen sus actividades hacia la «naturaleza» o la «realidad», sino hacia un campo
agonistico: la suma total de las operaciones y argumentos de otros científicos. La naturaleza y la realidad son
los subproductos de la actividad científica, más que sus elementos determinantes. Esto nos capacita también
para ver cómo la ciencia está impregnada de política, no en el sentido restringido de las cuestiones de
financiación o de los intereses comerciales o gubernamentales, sino respecto a una completa gama de
estrategias retóricas, de argumentación, de movilización de recursos, etc. Las negociaciones sobre lo que debe
considerarse una prueba en ciencia no son menos desordenadas que cualquier discusión política entre
abogados, políticos o científicos sociales.
Los problemas de la etnografía de la ciencia
Los resultados obtenidos por la etnografía de la ciencia se derivan de diversos estudios particulares realizados
en una amplia gama de diferentes áreas de la investigación científica, desde la investigación en proteínas
vegetales a la de física de energías. Tal vez por ello no resulte sorprendente que muchos de tales resultados
concuerden en general con los del reciente estudio social de la ciencia. De todos modos, se han formulado
ciertas objeciones al estudio etnográfico de la ciencia. Es importante tomarlas en consideración, pues ponen de
relieve una debilidad básica de la concepción etnográfica empleada hasta hoy.
Una objeción general es que centrarse en las actividades desarrolladas a nivel de laboratorio resulta inadecuado
porque «no es ahí donde tiene lugar la ciencia». Con ello se sugiere que los detalles, la argumentación y la
persuasión no difieren de los empleados, por ejemplo, por unos mecánicos que reparan el motor de un
automóvil. Sólo cuando vinculemos esos detalles a la ciencia en cuanto institución, tendrá sentido decir que nos
centramos en la ciencia. Otras veces esto se expresa mediante el aviso de precaución ante el
«deslumbramiento» etnográfico, la situación en que el observador etnográfico pierde de vista de qué son
detalles todos los detalles que observa. Otra versión se queja de que la etnografía adopta una «unidad de
análisis equivocada». Se dice que los sociólogos deberían centrarse en la forma en que las relaciones entre
grupos afectan a la producción del conocimiento científico, algo que se pierde cuando uno se concentra en las
acciones individuales desarrolladas en un laboratorio concreto.15 Así pues, aunque parece que muchos
sociólogos están de acuerdo en que estudiar la ciencia «tal y como tiene lugar» es un buen comienzo, hay un
cierto desacuerdo sobre lo que se consigue a partir de ahí. Como consecuencia de ello, se proponen una
diversidad de posiciones teóricas para las observaciones etnográficas de las estrategias y maniobras de los
científicos en el laboratorio. ¿Qué explica tal diversidad? Para tratar esta cuestión, necesitamos reconsiderar en
qué se basa el atractivo de estudiar la ciencia «tal y como tiene lugar».
En cierto sentido de «tal y como tiene lugar», la etnografía de la ciencia afirma producir una representación del
trabajo científico relativamente libre de cualquier reconstrucción retrospectiva. El control coetáneo de la
actividad científica permite al analista basar su argumentación en experiencias de primera mano, en vez de
tener que confiar en informes efectuados a partir de los acontecimientos subsecuentes. En un segundo sentido,
el estudio de la ciencia «tal y como tiene lugar» permite también al analista evitar interpretaciones intermediarias
y basadas en la confianza en informadores extraídos de su ambiente cotidiano de trabajo. Así pues, la
observación in situ promete un acceso más directo a lo que sucede en el laboratorio que, por ejemplo, las
respuestas a una entrevista. En ambos casos, la idea es que se gana más estando en el lugar de los hechos
que intentando realizar interpretaciones desde una perspectiva secundaria. Se afirma que con el control in situ
de la actividad científica se recupera parte del carácter artesanal de la ciencia. De acuerdo con la voluntad de
desarrollar una sociología que se ocupe del contenido mismo de la ciencia (capitulo III), la etnografía de la
ciencia promete prestar gran atención a los detalles técnicos de la práctica científica. La imagen resultante de la
ciencia nos presenta al científico firmemente situado en el laboratorio y ve con escepticismo el tipo de
representaciones ofrecidas por los científicos (y por los portavoces de la ciencia), especialmente cuando se
producen en situaciones extraídas (temporal o contextualmente) del lugar donde se desarrolla la actividad
científica.
La apelación retórica a la cláusula del «tal y como tiene lugar» es la promesa de un nuevo medio (método) para
tratar la ciencia como un objeto. Y la etnografía de la ciencia no sólo afirma ser diferente; promete además una
interpretación más adecuada del objeto; una forma mejor y más persuasiva de «acción a distancia» sobre la
ciencia (cfr. capítulo V). De este modo, la interpretación de la cláusula del «tal y como tiene lugar» reintroduce el
supuesto básico de la concepción heredada: la etnografía puede decirnos cómo es realmente la ciencia porque
proporciona una nueva forma de superar los obstáculos para aprehender el fenómeno tal y como es en realidad.
Es remarcable que el contraste entre las explicaciones inadecuadas o parciales de la naturaleza de la ciencia y
las versiones que prometen ser el resultado de una observación profunda de los participantes, tiene, a menudo,
considerable atractivo para los científicos practicantes (hecho que puede resultar especialmente útil para
cualquier etnógrafo incipiente al negociar su acceso a un laboratorio). Con otras palabras, el compromiso del
etnógrafo respecto a la cláusula del «tal y como sucede» se adecua al compromiso de la tribu respecto a la idea
de un estado de cosas real (objetivo). Así pues, se cree que el descubrimiento del carácter «real» de la práctica
científica es especialmente deseable para acabar con las interpretaciones «parciales» o «distorsionadas» sobre
«cómo es la ciencia». En su deseo de disipar las versiones «deficientes» de la ciencia, los defensores de la
etnografía (de este tipo) suscriben ellos mismos un discurso que apoya al objetivismo.
La diversidad de tratamientos teóricos asociados a la etnografía de la ciencia refleja la fuerza que posee el
presupuesto, común entre los sociólogos de la ciencia, sobre la importancia de «comenzar por los hechos». El
supuesto implícito de la neutralidad de las observaciones significa que se consideran «hechos para cualquiera»
y que pueden servir para múltiples finalidades. La aceptación (usualmente de facto, más que explícita) de la
neutralidad de las observaciones sociológicas tiende a desviar la atención de la cuestión de la representación
cuando se intenta desarrollar una crítica de la misma.
Etnografía instrumental y reflexiva de la ciencia
Vemos, pues, que a la variedad de estudios etnográficos de la ciencia tratada hasta ahora (podemos llamarla
etnografía «instrumental») se le puede achacar el mismo defecto que con anterioridad identificábamos en otros
tipos de sociología del conocimiento científico. En lo positivo, este tipo de estudios proporciona resultados e
interpretaciones que contrastan significativamente con los propios de las anteriores sociologías de la ciencia;
nos proporciona explicaciones alternativas de la ciencia que desafían a nuestras preconcepciones y
presupuestos básicos. Sin embargo, estos estudios no llegan a enfrentarse en última instancia al núcleo del
concepto de ciencia: se conciben dentro de la noción de representación y no logran oponerse a ella.
Las etnografías instrumental y reflexiva corresponden a dos concepciones bastante diferentes de la naturaleza y
del significado estratégico de la etnografía. La etnografía instrumental se ocupa ante todo de la producción de
noticias sobre la ciencia. En concreto, ello supone producir una versión de la ciencia que, tal y como hemos
visto, se opone a las versiones ya existentes (interpretaciones públicas u honoríficas, informes de investigación
publicados, etc.). Gracias a este tipo de etnografía -se sugiere-, la ciencia se puede entender como algo
esencialmente similar, en muchos aspectos, a la no-ciencia. La conclusión principal es que la ciencia es una
empresa normal a la que no cabe adjudicar ningún estatus (epistemológico) especial.
De todos modos, resulta crucial recordar que un informe etnográfico -como cualquier informe- es un ejercicio de
persuasión. Con otras palabras, lo persuasivo de las interpretaciones etnográficas depende del uso acertado de
un tipo de discurso que separe al objeto del autor del informe (y lo convierta así en su antecedente). El problema
en el caso del estudio de la ciencia es precisamente que esto supone la reduplicación del presupuesto que
hemos considerado axiomático en la ciencia, esto es, el presupuesto de que la representación puede
desplegarse como un medio neutral de aprehender objetividades preexistentes.
De ello se sigue que el «blanco» más apropiado para el estudio etnográfico es la práctica de la representación
misma. Con objeto de enfrentarnos a la forma en que la representación impregna la ciencia, nuestro enfoque
debería ser reflexivo, pues necesitamos explorar formas de investigar el uso que nosotros mismos hacemos de
la representación. Al mismo tiempo, la noción de etnografía sugiere que tratemos como extrañas las prácticas
de representación cuando nos involucramos en ellas. Por lo tanto, nuestra etnografía debería ser una etnografía
reflexiva de la representación, en vez de ser tan sólo una etnografía instrumental de la ciencia.
En términos generales, esta concepción de la etnografía reflexiva recuerda los intentos de desarrollar
etnografías interpretativas en antropología. Para esta tradición la etnografía es algo más que mostrar
simplemente cómo son realmente, por ejemplo, los arawak (por oposición a versiones de lo mismo, calificadas
de deficientes). Su intención tampoco es la de añadir este nuevo estudio cultural a toda una montaña de relatos
sobre otros pueblos «primitivos». Ello equivaldría a generar todo un surtido de descripciones de diferentes
laboratorios. Tampoco se trata de utilizar una descripción de los arawak para desarrollar discusiones teóricas
sobre el carácter de los pueblos primitivos en general. En lugar de ello, el valor estratégico de la etnografía
reflexiva reside en que nos proporciona la oportunidad de reflexionar y, tal vez, de alcanzar una mayor
comprensión de aquellos aspectos de nuestra cultura que solemos dar por supuestos. Tal y como Geertz
señala,
La famosa fijación antropológica con lo exótico [...] es [...] esencialmente un mecanismo para desplazar el torpe
sentido de familiaridad con que el misterio de nuestra habilidad para relacionamos los unos con los otros, se nos
esconde.»
Según Geertz, el blanco crítico del estudio etnográfico es nuestra propia habilidad para relacionarnos
perceptiva-mente con los otros. Expresándolo en nuestros términos, el blanco crítico es nuestra habilidad para
construir objetividades por medio de la representación. Las actividades representativas incluyen la habilidad
para mostrar evidencias, realizar interpretaciones, decidir la relevancia, atribuir motivos, categorizar, explicar,
comprender, etc. Al igual que los relatos sobre los arawak, los relatos sobre la práctica científica resultan más
útiles cuando se dirigen hacia esos pilares fundamentales de la práctica representativa.
El intento de desarrollar una etnografía reflexiva da lugar a interesantes y difíciles cuestiones. Un primer
problema es cómo mantenernos conscientes de nuestra propia dependencia de la representación. La
representación parece producir una especie de amnesia sobre si misma: a los lectores (y los escritores) se les
persuade de que no están siendo persuadidos, de que la representación es un simple instrumento para expresar
el mundo exterior. A lo largo de este mismo estudio, podríamos encontrar muchos sitios donde la oportunidad de
efectuar un comentario reflexivo se ha desaprovechado. En el último capítulo, por ejemplo, nos mostrábamos
especialmente críticos con la manera en que el discurso científico constituye su objeto. Sin embargo,
articulamos tal crítica tratando el «discurso científico» como objeto, para los propósitos de nuestra propia crítica.
Los muchos análisis existentes de la práctica representativa (el discurso) en la ciencia no llegan a otorgar
ninguna relevancia al hecho de que el análisis sociológico (tradicional) mismo depende del uso irreflexivo de la
representación.19 También en el capitulo III, por ejemplo, acusamos al programa fuerte de no ver las
implicaciones del escepticismo sobre el seguimiento de reglas, para su propio intento de establecer una guía
para el estudio social del conocimiento científico. Nosotros mismos hemos defendido la aplicación de dos
principios (inversión y retro-alimentación) como forma de desarrollar un desafío radical a la representación.
Una segunda cuestión relacionada con la anterior se refiere a la forma que deberían tomar las exploraciones de
la refiexividad. Aunque Geertz identifica claramente un blanco importante de la investigación reflexiva (los
fundamentos de la práctica representativa, en nuestro caso), se muestra mucho más confuso a la hora de
señalar cómo deberíamos «atacar» dicho blanco, o simplemente producir «una comprensión adecuada» del
mismo. La idea de una «comprensión adecuada» sugiere una forma bastante convencional de representación y
persuasión.
Pero así, de nuevo, se impide dar relevancia a la observación de que, en el sentido convencional, «producir una
comprensión» supone una confianza relativamente acrítica en las formas convencionales de representación. Por
el contrario, los más recientes trabajos antropológicos enfatizan la textualidad de los informes etnográficos, el
hecho de que las etnografías son actos retóricos cuya autoridad queda establecida mediante una práctica
representativa a nivel de la escritura. El enfoque de la reflexividad que sugiere este tipo de argumentación es
una etnografía del texto.
Una respuesta pesimista a esta cuestión sería decir que como la representación es algo omnipresente y no
resulta posible evadiría, todo intento de «salirse» de la representación está condenado al fracaso. Pero esto
sólo tendría sentido si concibiéramos las exploraciones de la reflexividad como un intento de huir de la
representación, buscando una forma de esquivar los desastres metodológicos siempre al acecho (véase el
capítulo II) y establecer así un fundamento más fiable de la práctica representativa. No vale la pena ir tras la
posibilidad de desarrollar formas alternativas de expresión literaria si no se desea huir de la representación. La
idea es que este enfoque podría modificar las convenciones existentes y, por ello, dar lugar a nuevas formas de
interrogar a la representación. La noción de interrogar a la representación contrasta tanto con el objetivo de
explicarla (como en aquellos intentos de analizar el discurso científico que duplican irreflexivamente el axioma
central de la representación para sus propios fines: véase el capítulo V), como con el intento de huir de ella (lo
cual -como ya hemos dicho- resulta imposible, pues toda actividad interpretativa implica representación).
Muchos sociólogos han comenzado a desarrollar últimamente este tipo de enfoque de la reflexividad a través de
la exploración de «nuevas formas literarias»
Conclusión
En este capitulo hemos visto algunos intentos recientes de desarrollar una etnografía de la ciencia. Aunque
resulta útil como forma de cuestionar nuestra aceptación de las concepciones heredadas sobre la naturaleza de
la ciencia, se hace patente que gran parte de la etnografía de la ciencia no ha considerado seriamente el
problema más importante de la ciencia: la hegemonía del discurso científico. Hemos mantenido que ello es
consecuencia de una concepción instrumental de la etnografía, una concepción que reintroduce (o simplemente
reafirma) los presupuestos analíticos en los que se apoya la posición objetivista.
En su lugar, hemos planteado el desarrollo de una perspectiva alternativa y reflexiva sobre la ciencia que tome
autoconscientemente a la representación como su tema de estudio. Esto es lo que puede ayudar a mantener
con vida los tipos de inversión sugeridos por el argumento constitutivo. De todos modos, en esta temprana
etapa de la exploración de la reflexividad la cuestión general sigue presente. ¿Hasta qué punto podemos
desarrollar una perspectiva que empiece a proporcionar una resistencia adecuada y efectiva frente a la retórica
del realismo, sin tener por ello que recaer en una retórica realista en el proceso de nuestra «investigación»? En
el último capítulo veremos cómo puede tratarse esta cuestión en términos del papel desempeñado por la
tecnología y los agentes de la representación.
VII
CIENCIA Y CIENCIA SOCIAL: AGENTES Y TECNOLOGÍA EN LA REPRESENTACIÓN
Hemos comenzado revisando la gran variedad de puntos de vista sobre qué se considera ciencia, y hemos
señalado los problemas que ello causa en los intentos de especificar criterios de demarcación (capítulo 1). De
todos modos, la idea de representación es común a todas estas versiones de la ciencia. A pesar de toda la serie
de rigurosos argumentos metodológicos y filosóficos en su contra (los desastres metodológicos), la idea de
representación continúa siendo el principal pilar del objetivismo (capítulo II). El desafío al objetivismo comenzó
cuando los sociólogos empezaron a tomarse en serio la relatividad de las verdades científicas. El tratamiento de
la generación del conocimiento científico como una cuestión sociológica abrió la caja negra; la sociología de la
ciencia se convirtió en sociología del conocimiento científico (SCC) (capítulo IIl). La atención a la naturaleza de
la conexión entre el «objeto» y su «representación» se vio acompañada por un análisis crítico de la supuesta
dirección de dicha conexión: mantuvimos que los hechos y los objetos se construyen y no se descubren
(capitulo IV). Sin embargo, vimos cómo el discurso de la ciencia se encuentra estructurado para resistir este tipo
de inversión y sostener la idea de representación (capítulo V). Incluso los estudios etnográficos (menos
reflexivos) tienden (inconscientemente) a reafirmar el compromiso epistemológico fundamental con la idea de
representación (capítulo VI).
A lo largo de toda nuestra argumentación se sugiere implícitamente que las implicaciones radicales del trabajo
reciente en la sociología del conocimiento científico (SCC) están subdesarrolladas. A pesar de los logros
substanciales de la época postkuhniana, que resultan espectaculares cuando se comparan con el legado de los
puntos de vista anteriores sobre la ciencia, este vigoroso y cada vez más influyente cuerpo de trabajos no ha
visto realizado aún plenamente todo su potencial. La SCC ha llevado a cabo una revisión de nuestras
preconcepciones básicas sobre la ciencia, pero aún tiene que explorar las consecuencias más radicales de esa
tarea. En concreto, hemos visto cómo la idea básica de representación sigue esencialmente intacta en la mayor
parte de investigaciones sociológicas del conocimiento científico.
Pero tenemos que preguntarnos qué es lo que sigue a la sociología del conocimiento científico. Ésta ha
suplantado a la sociología de la ciencia, pero ¿qué la suplantará a ella?2 En vez de reiterar los argumentos de la
reciente sociología del conocimiento científico -que la ciencia es un proceso social, que el método científico no
es en absoluto lo que se pensaba, etc.-, ahora debemos considerar qué podría llevarnos más allá de la
aplicación reiterada de la fórmula relativista-constructivista. Al final del anterior capítulo sugeríamos que era
necesaria una etnografía de todo aquello que damos por sentado sobre la representación: una exploración
reflexiva de nuestras propias prácticas representativas. En este capítulo final consideramos -en términos más
amplios- las perspectivas para un desafío vigoroso a la idea misma de representación y destacamos algunas
implicaciones para la ciencia social.
Fraude ontológico
La pregunta por «lo que viene a continuación» resulta especialmente interesante porque adoptamos la opinión
de que el relativismo aún no ha llegado lo suficientemente lejos. Los defensores del relativismo (tanto dentro
como más allá de la SCC) están atrapados todavía en una ontología objetivista, aunque un tanto desplazada de
su apariencia habitual. En efecto, hemos mantenido que los defensores del relativismo no desmantelan la
representación per se, tan sólo se dedican a substituir las representaciones de la ciencia por representaciones
sociológicas, literarias y filosóficas. Por supuesto, este tipo de ejercicio sustitutorio resulta saludable para
empezar; cuando menos, provoca la ira de los defensores de la supremacía del «método científico». Sin
embargo, nos deja la impresión de que las preguntas más profundas y fundamentales siguen sin respuesta.
¿Qué puede explicar el carácter tangencial de la crítica de la ciencia, el hecho de que el núcleo del presupuesto
epistemológico quede intacto a pesar de todo el ruido hecho en la periferia?
Una respuesta simple es que la crítica relativista de la ciencia es en sí misma científica en sus propias
aspiraciones, al menos en dos sentidos. En primer lugar, los orígenes disciplinarios de las ciencias sociales se
apoyan en intentos explícitos de imitar los fines, métodos y logros de la ciencia natural. La pretensión científica
de la sociología le debe mucho al grado en que sus padres fundadores quedaron impresionados por el éxito de
las ciencias biológicas en el siglo XIX. En segundo lugar, y más fundamentalmente, las disciplinas que producen
la crítica de la ciencia comparten una importante posición epistemológica. Aunque podrían caracterizarse como
distintas a la ciencia, en términos disciplinarios (esto es, según sus objetos) comparten con la ciencia la
ideología de la representación, un conjunto de creencias y prácticas que provienen de la idea de que los objetos
(significados, motivos, cosas) son la base o preexisten a los signos superficiales (documentos, indicios) que les
dan lugar. Cualquier crítica de la ciencia será vana, cuando menos sumamente restringida, si no se enfrenta a
esta ideología. El problema de los críticos de la ciencia -si es que lo consideran un «problema»- es que
cualquier intento de desmantelar esta ideología parece equivaler más al desmantelamiento de la disciplina
propia que a un conjunto particular de enunciados que emergen de una aplicación disciplinaria específica (la
ciencia natural) de esta ideología.
¿Cómo se enfrenta entonces el crítico de la ciencia al espectro de su aparente autodestrucción? La relación
entre la ciencia y aquellas no-ciencias que intentan proveemos con un eje crítico sobre la primera resulta crucial.
Resulta muy claro que el éxito (o por lo menos la plausibilidad) de las críticas sobre la ciencia radica en que se
suponen (y presentan como) algo separado (distante) de la ciencia que están deconstruyendo. Esto significa
que el ejercicio de la deconstrucción encierra varias afirmaciones implícitas sobre la separación entre el
deconstructor y lo deconstruido. Expresándolo brevemente, el primero presenta su argumentación como si fuera
inmune a las críticas que aplica al blanco de la argumentación. Ello implica la manipulación y el establecimiento
sutil, a lo largo de la argumentación, de fronteras entre aquellos presupuestos y argumentos susceptibles de una
deconstrucción y los que no lo son. El argumento del relativismo subraya la susceptibilidad de reconstrucción de
un conjunto de afirmaciones y presupuestos, mientras que, simultáneamente, oculta el hecho de que sus
presupuestos mismos de relativismo son igualmente susceptibles.
La práctica de establecer y manipular una distinción entre argumentos que resulten susceptibles al relativismo y
aquellos que no lo son, se ha llamado «fraude ontológico». Resulta evidente la importancia del papel del agente
en esta práctica. El que ciertos tipos de representación (clasificaciones, afirmaciones de conocimiento,
definiciones) puedan ser relativizados, se consigue destacando la presencia de agentes y enfatizando la
posibilidad de arbitrariedad o distorsión en las representaciones construidas activamente. En el caso de las
conductas sociales desviadas, la mirada crítica se centra en agentes tales como la policía o los tribunales; en los
estudios sobre los medios de comunicación, en los programas de noticias;5 v en la sociología de la ciencia, en el
científico. Sin embargo, en todos estos estudios se silencia, suaviza o esconde el papel del agente que realiza
las representaciones (sobre la policía, etc.). Como ya indicamos en el capítulo V, señalar o insinuar la presencia
de un agente disminuye la facticidad (representaciones) que afirman los sujetos del estudio, mientras que la
negación del agente aumenta la facticidad que afirma el informe mismo del autor. En los términos del capítulo
VI, se realza el carácter extraño y, por lo tanto, construido de la actividad de los sujetos, mientras que se olvida,
minimiza u oculta la actividad del representante. Esta diferencia entre observador y sujeto/objeto se establece y
sostiene en los textos que pretenden ser meros informes del carácter del otro. La distancia se hace efectiva a
través de una frontera retórica entre la conducta constituyente de los otros -que se ve como extraña y
merecedora de análisis- y las actividades textuales del autor -que se toman por supuestas y no merecen
atención-. La esencia de la distancia que se afirma entre el trabajo de elaboración del texto y el trabajo de sus
sujetos/objetos radica en que el texto afirma operar a un nivel de discurso diferente. La situación es análoga a la
relación entre una fotografía y su lema. Se supone que éste es de un orden distinto al de la imagen fotográfica;
leemos el lema mientras dirigimos nuestra atención sobre las características reales de lo que hay en la
fotografía, de lo que muestra. La forma en que el lema adquiere su neutralidad y su habilidad de informar
desapasionadamente sobre una situación distante no es algo que preocupe a quien mira la fotografía.
Aunque la ideología de la representación se ha criticado fuertemente, en términos generales, por influyentes
investigadores (por ejemplo, de la filosofía de la ciencia, de la antropología, además de los estudios sociales del
conocimiento científico), es importante tener en cuenta que la mayoría de estas críticas presentan una forma
similar de fraude ontológico: sus autores producen textos que desarrollan y elaboran argumentos para probar la
deficiencia y/o historicidad de las convenciones de la representación; pero esos mismos textos explotan las
mismas convenciones. O, como mínimo, no muestran hasta qué punto ello puede ser así y si tal hecho reviste, o
no, importancia. Otra forma de llegar a la misma conclusión consiste en observar cómo a pesar de haber
reemplazado el papel pasivo del agente por una concepción más activa del científico (policía, medios de
comunicación, antropólogo), el «autor de la crítica» continúa siendo un agente pasivo que se presenta como
libre de la misma crítica y, aparentemente, inmune a ella.
La ideología de la representación y el papel del agente
La ciencia es una forma altamente institucionalizada de práctica representativa. Pero si el blanco apropiado (y
más desafiante) para la deconstrucción es la ideología de la representación más que simplemente la «ciencia»
en cuanto fenómeno organizativo, necesitamos acordarnos de que la ciencia no es más que una manifestación
especialmente visible de la ideología de la representación. De hecho, la ciencia es la punta del iceberg de la
moderna obsesión por la racionalidad técnica y la razón, el rostro público de la ideología de la representación.
Proporciona, por así decirlo, la línea oficial del partido sobre una actitud que impregna prácticas alejadas de los
confines de la ciencia natural profesional. Las discusiones sobre la ciencia pueden ser un lugar obvio para los
pronunciamientos públicos de esta ideología, pero no es el único lugar donde opera. Si insistimos en distinguir
entre la ciencia (como objeto) y nuestras propias disciplinas (como recurso), corremos el peligro de confundir las
críticas relativistas de la ciencia con una apreciación adecuada del fenómeno más general de la representación.
Como ya se ha puesto de relieve, la noción de agente se encuentra en el corazón de la ideología de la
representación. La relación clave es la que se establece entre los objetos del mundo y la representación a
través de signos, registros, etc. Los agentes de la representación son aquellas entidades (actores) que median
entre el mundo y su representación. Se supone que el papel que juegan debe ser lo suficientemente pasivo
como para posibilitar o facilitar la representación. Sin embargo, existe una interesante asimetría entre la relación
del agente con el mundo y con su representación. Se considera que los agentes son pasivos en el sentido de
que no se les cree capaces de afectar al carácter del mundo. Según la ideología, la intromisión del mediador no
llega a hacerle responsable del objeto designado. Sin embargo, se mantiene que el agente es responsable del
carácter de la representación. Mientras que una mediación correcta tiene como resultado un discurso autorizado (privilegiado) sobre el mundo objetivo, puede decirse que una mediación incorrecta es la fuente de
representaciones distorsionadas del mundo (inmutable).
La supuesta pasividad del agente en su trato con los hechos del mundo queda reflejada en la idea de que los
hechos son neutrales, de que están ahí para que cualquiera los descubra. Pero la supuesta irrelevancia del
agente proporciona una interesante dificultad cuando se recompensa y felicita individualmente a los científicos
por sus contribuciones a la ciencia. Tales ocasiones son tanto una celebración de la ideología de la
representación como del papel jugado por el homenajeado. El dilema es que se supone que el individuo
premiado es especialmente capaz de obtener representaciones del mundo, pero también que tales
representaciones no surgen meramente del trabajo de un agente aislado, Ello explica el tono íntimo y de
«curioso con suerte» de los discursos de aceptación de premios Nobel: «Muchas gracias; nunca lo habría
conseguido sin la ayuda de muchos otros y tuve la suerte de estar en el lugar preciso, en el momento adecuado
». La fuerza de la ideología de la representación estriba en la noción de que, dadas las circunstancias
adecuadas, cualquier otro agente podría haber producido los mismos resultados, hechos, interpretaciones, etc.
Este es el corolario del punto de vista según el cual los hechos ya estaban allí, gozando de preexistencia
(atemporal) y esperando, simplemente, la llegada de un agente transitorio.
Tecnologías de la representación
Sin embargo, como vimos en el capitulo V, el científico es sólo un tipo de agente al que se hace responsable de
mediar entre el mundo y su representación. El laboratorio científico se encuentra poblado por una gran variedad
de agentes inanimados: aparatos para realizar experimentos, osciloscopios, instrumentos de medición, aparatos
registradores y otros mecanismos de inscripción. No todos los agentes comparten la misma responsabilidad en
la tarea de proporcionar representaciones del mundo. Algunos se consideran más capaces que otros, algunos
particularmente buenos para ciertos tipos de trabajo interpretativo, otros han sobrevivido a su utilidad, etc. La
cultura del laboratorio comprende siempre un ordenado universo moral de derechos, títulos, obligaciones y
capacidades que se asignan de forma diversa a los distintos agentes. Este orden moral puede cambiar con la
introducción de un nuevo agente en la comunidad. Por ejemplo, el esfuerzo de algunas personas puede
dedicarse durante algunos días a evaluar las capacidades y resultados de un aparato recientemente adquirido
para medir los cambios de resistencia eléctrica durante un calentamiento isotérmico. Estas deliberaciones
pueden incluir discusiones entre varios agentes (los representantes de la compañía, el jefe del laboratorio, los
eventuales usuarios del aparato) sobre la capacidad del instrumento. Incluso tras su posible compra, la máquina
sufrirá aún varias pruebas antes de obtener la confianza necesaria para poder participar como un miembro
adecuadamente socializado de la comunidad.
La jerarquía de derechos y responsabilidades incluye una particular relación entre los agentes humanos e
inanimados de la representación. Los científicos neófitos también padecen un proceso de socialización en la
comunidad, empapándose del ethos de la representación, aunque aprenden a ver los agentes inanimados como
«máquinas», esto es, como tecnologías de representación de un orden diferente al suyo. Mientras a tales
máquinas se les atribuya la habilidad de producir representaciones directas («automáticas» o «inmediatas») del
mundo (capítulo V), no tendrán por qué permanecer bajo ~ control de agentes humanos.
Así pues, la cultura de la investigación comprende un orden moral entre las entidades que hemos llamado
agentes o tecnologías de la representación. A tales entidades se les atribuyen ciertas habilidades sobre la base
de resultados y solidificaciones de afirmaciones de conocimiento pasadas. Así pues, un mecanismo de
inscripción encarna la capacidad de establecer una conexión aparentemente directa (o inmediata) entre,
digamos, la forma del trazo en un osciloscopio y el carácter de la radiación recibida por el radiotelescopio. De
todos modos (y como se vio en el capítulo VI), la importancia de esto no estriba en que los resultados anteriores
se tomen por supuestos, sino en que la forma en que el mundo físico se aprehende, describe y clasifica,
depende de las tecnologías que hacen posible esas actividades. Con otras palabras, nuestro conocimiento
sobre «cómo es el mundo», se encuentra conformado por las tecnologías de la representación involucradas en
nuestra aparentemente neutral observación del mundo.
La representación «fuera» de la ciencia
La omnipresencia de la ideología de la representación es tal que conforma las prácticas de los críticos de la
ciencia tanto como las de los científicos. Y eso es tanto más cierto, en tanto que los críticos de la ciencia
argumentan que no hay una diferencia esencial entre ciencia y no-ciencia. El crítico de la ciencia es el mediador
entre los objetos de su estudio (la ciencia, el comportamiento de los científicos, etc.) y los signos (textos) que
representan tales objetos, del mismo modo que el científico (observador) es el mediador entre los objetos y su
representación.
Hablando más en general, puede verse que las prácticas representativas «fuera» de la ciencia se encuentran
igualmente conformadas según un orden moral de representación. En tanto que escritores, pensadores
prácticos, conversadores, etc., no pensamos que nuestros escritos, informes y acciones prácticas sean meros
productos del capricho y no tengan ninguna conexión con el «mundo real». A pesar de las posibles fuentes de
distorsión y mediación, etc., escribimos (leemos, oímos) con el convencimiento de que los signos son, cuando
menos potencialmente, el reflejo de entidades reales del mundo, que cosas distintas de los signos mismos
descansan tras ellos y dan lugar a esos meros signos. Así, el dualismo cartesiano propio de la ideología de la
representación florece en prácticas situadas «fuera» de la ciencia propiamente dicha. Aunque a menudo se
mantiene que la ciencia puede establecer estas conexiones de un modo más fiable gracias al prolongado
entrenamiento de sus agentes (humanos), las prácticas representativas de la vida diaria se suscriben sin
embargo a la misma ideología de la representación. Esto no debería sorprender a nadie, pues la ciencia es una
manifestación relativamente reciente de una tradición filosófica que comenzó con los griegos y que ha
incrementado su influencia en todos los aspectos de la cultura occidental durante más de dos mil años.
Del mismo modo que las prácticas representativas «fuera» de la ciencia suscriben la ideología de la
representación, también dependen de las concepciones sobre los agentes que antes hemos tratado. En
concreto, las tecnologías de la representación disponibles juegan el mismo papel importante en la constitución
del mundo «no-científicamente» representado.
Walter Ong ha mantenido que un determinado tipo de tecnologías, las tecnologías de las palabras (escritura,
impresión, comunicación electrónica), tienen un profundo efecto sobre la naturaleza de la argumentación y el
razonamiento. Lo que se considera un argumento adecuado, se define por la tecnología disponible para su
construcción. Por extensión, lo que se considera una representación adecuada depende de la tecnología
disponible para producirla. Con otras palabras, nuestra aprehensión de la forma en que el mundo aparece
depende de nuestra aceptación de una determinada tecnología como adecuada para «representar» el mundo.
Esto puede ilustrarse fácilmente con una anécdota sobre el uso de la grabadora. Había pensado grabar algunas
de las clases que doy a estudiantes de licenciatura y utilizarlas como base para preparar el material de este
libro. Sin embargo, en un par de ocasiones me encontré con que la grabadora había funcionado mal; la máquina
había generado cintas en blanco. Aunque lo que más me preocupaba era cómo solucionar la pérdida, se me
hizo claro que existía un ~entido en el que el «contenido» de las clases dependía de os medios disponibles para
su recuperación. La ausencia de grabaciones sugería (constituía) la existencia de cosas que habían tenido
lugar, pero que no podían recuperarse. Si hubiera preguntado a la audiencia «¿qué dije en la clase de la
semana pasada?», podrían haberme ofrecido todo un conjunto de explicaciones diferentes de acuerdo con los
recursos que contaran para recuperarla: apuntes más o me-nos detallados, etc. Cada una de las clases que no
quedó grabada es ahora (irremediablemente) un objeto diferente del que sería si existiera una grabación de las
mismas.
Generalizando: lo que un suceso es (en qué consiste la frase, de qué trata, su contenido) cambia según los
medios de que se disponga para su representación («recuperación»). Con otras palabras, proyectamos la
existencia de un estado de cosas (las cosas que sucedieron durante la clase) n virtud de una tecnología
disponible. Obviamente, esto se opone a nuestras ideas intuitivas sobre la representación: la creencia de que
los objetos del mundo (lo que sucedió) preexisten a los aparatos que usamos para registrarlos. En este caso, la
presencia o ausencia de un rnecanismo de grabación parece haber cambiado el carácter del objeto a grabar. De
forma análoga a como concluimos nuestra argumentación sobre la práctica en el laboratorio (capitulo VI), los
atributos de objetos que no son propios de los laboratorios se constituyen en virtud de la tecnología disponible
para su representación.
Por supuesto, existen diferencias en las tecnologías de representación disponibles en la ciencia y en la nociencia. La cantidad y variedad de mecanismos de inscripción disponibles para el científico social y el crítico
literario difícilmente pueden compararse con los utilizados en ciencia. Por una parte, aceleradores de partículas;
por otra, lápices, máquinas de escribir y procesadores de texto. Pero a pesar de la diferencia de escala, la
noción de agente y su relación con las tecnologías de representación sigue siendo central. La principal
diferencia estriba en los recursos, no en la ideología.
Enfrentarse (interrogar) a la representación
Ya hemos apuntado (capítulo VI) que la exploración de la reflexividad puede ser una forma de desarrollar una
crítica rigurosa de la ciencia, al prestar atención al concepto de representación mientras la practicamos. Resulta
ahora claro que la exploración de la reflexividad será de una particular importancia estratégica si se centra en el
orden moral que sostiene la representación. No se trata sólo de comprender ese orden moral sobre el que se
apoya la ideología de la representación, sino también de buscar maneras de cambiarlo. Siguiendo el espíritu del
análisis de Bloor (capítulo III), deberíamos darnos cuenta de que las declaraciones de lealtad a una ideología
alternativa no son, casi nunca, suficientes. En su lugar, necesitamos observar más de cerca los fundamentos de
nuestras prácticas convencionales de representación.
Esto plantea la difícil cuestión de qué debe considerarse una crítica efectiva al orden moral dentro del que se
opera. Ong pone de relieve que los críticos de las últimas formas de la tecnología de la palabra (escritura,
impresión, comunicación electrónica) se encuentran invariablemente con que tienen que adoptar la forma de
tecnología que desean criticar. Una crítica de la escritura resultará más convincente si está escrita; los ataques a
la impresión son más efectivos si se imprimen; el desafío al dominio de los medios electrónicos de comunicación
resultará más eficiente si se transmite electrónicamente. Lo importante de esta curiosa observación es que los
críticos se ven forzados a adoptar la forma que desean atacar si quieren que se conozca su crítica, pues la
«última tecnología» define lo que se considera convincente, efectivo y eficiente. Cuando se llega a reconocerla y
concebirla como tal, la «última tecnología» ya no puede ser discutida. Entonces ya es demasiado tarde para
probar o proponer nuevas alternativas válidas; al convertirse en la «última tecnología», ya ha cavado el nicho en
el que sólo ella se encuentra calificada para operar. Es la mejor alternativa disponible.
Por analogía, la tarea de la próxima generación de «estudios sociales de la ciencia» es precisamente la de
buscar una resistencia adecuada y efectiva en una situación en que la adecuación y la efectividad están
definidas por la ideología (representación) sujeta a crítica. Recordemos que en el capítulo V afirmamos que la
resistencia es el reflejo de una juiciosa elección y ordenación de recursos; que lo resistente (res) es
precisamente el resultado de desafiar y vencer a cada uno de los aliados. Resulta claro, pues, que la tarea
consiste en ver qué puede hacerse para reconstruir el orden moral de la representación, no sólo explorar
alternativas a la preponderancia actual de la retórica del realismo, sino también discutir su derecho a definir lo
que debe considerarse como alternativa.
La ideología de la representación está institucionalizada en el sentido de que las prácticas representativas se
sancionan normativamente. Quienes las practican (los que representan, los que interpretan) muestran
normalmente suposiciones sobre el carácter de la representación y evalúan tales prácticas representativas
(tanto las suyas como las de otros) apelando a reglas (a menudo implícitas) sobre el método y procedimiento
correctos. En resumen, la ideología de la representación proporciona los recursos para evaluar la práctica
interpretativa.
Es mucho lo que ya se sabe sobre el fraude y el engaño en ciencia. Obviamente, tales fenómenos constituyen
una violación de las expectativas sobre el comportamiento científico correcto. Sin embargo, no son per se una
violación de la ideología. El fraude en la ciencia consiste en la distorsión de los hallazgos y resultados, pero no
se opone a la distinción misma entre resultados y objetos de los que se supone derivan. Por ejemplo, la
afirmación «fraudulenta» del descubrimiento de los rayos-N, aunque subsecuentemente se consideró el
resultado de una conducta impropia, descansa también en el concepto de la separación entre los fenómenos y
sus signos ostensivos. Así pues, resulta útil distinguir entre las desviaciones que violan los puntos de vista
consensuales sobre el método y los procedimientos, y aquellas que violan la idea misma de la representación.
Mientras que los críticos de la ciencia han sido muy hábiles al señalar las primeras, muy poco se ha hecho
sobre las últimas.
La receta de Garfinkel para revelar la estructura funda-mental de las acciones prácticas era tomar situaciones
comunes y diarias y ver qué podía hacerse para causar problemas. Su idea era que estos «experimentos de
violación» exponen el carácter de lo que se da por supuesto. El grado de consternación causado por la violación
refleja la fuerza de la adhesión a las normas que han sido violadas. ¿Qué constituiría, pues, una violación de la
ideología de la representación? Ciertamente, necesitamos algunos mecanismos que suspendan o
problematicen la distinción entre el objeto y su representación y que, en concreto, acaben con nuestros
presupuestos sobre el papel del agente o con la poca atención que le prestamos. Ello podría lograrse, por
ejemplo, acabando con la supuesta neutralidad y autoridad del agente, ¡quizás mientras defiende este mismo
argumento! Por ejemplo, podría revelarse la mano oculta del autor (observador) -el agente que presenta este
argumento- cuando los lectores menos se lo esperan.
Conclusión
Hemos visto que las prácticas interpretativas dentro y fuera de la «ciencia» profesional están sujetas a una
ideología de la representación sobre la que se apoya un dualismo cartesiano entre los objetos y su
representación. La dependencia con respecto a la ideología de la representación ha dado lugar al surgimiento
de una crítica de la ciencia que resulta impresionante si se compara con el tratamiento de la ciencia a cargo de
tradiciones anteriores, y que ha proporcionado interpretaciones alternativas de la ciencia aunque, en ultimo
término, insatisfactorias. Al no reparar en el orden moral de la representación, la mayoría de los críticos de la
ciencia han caído en una forma de fraude ontológico. La aceptación implícita de este orden moral conlleva un
uso acrítico de varias tecnologías de representación (la escritura, principalmente) que, como hemos sugerido,
definen qué formas de argumentación deben aceptarse como convincentes. Una postura alternativa capaz de
asentarse en el escepticismo del estudio social de la ciencia debe buscar formas de interrogar al orden moral de
la representación en el que estamos actualmente encerrados.
Implicaciones para la ciencia social
1) Cómo dejar de preocuparse por la CIENCIA y vivir con ella
Una de las principales aplicaciones del trabajo de la sociología del conocimiento científico tiene que ver con los
intentos desarrollados por los investigadores/académicos de las disciplinas «no-científicas» de emular los logros
y objetivos de las ciencias naturales. El debate centrado en el carácter CIENTÍFICO de las ciencias sociales
reaparece de vez en cuando -por ejemplo, en la disputa alemana sobre el positivismo- y encuentra eco en la
trasnochada pregunta que encontramos en casi todas las introducciones elementales a la sociología: ¿es
CIENTÍFICA la sociología? (el uso de la mayúscula sirve para denotar las connotaciones mítico-idealistas de
este uso del término).
En el contexto de las introducciones elementales a la disciplina, la cuestión se deja de lado tan pronto ha sido
formulada. La respuesta generalmente dada pivota sobre hasta qué punto debería emular la sociología a las
ciencias naturales, teniendo en cuenta las significativas diferencias en las materias de estudio: ¡los sociólogos
estudian personas, no electrones! Incluso en tratamientos más sofisticados, la cuestión se aborda a través de
una comparación entre la práctica y las aspiraciones de las ciencias políticas y sociales y el modelo mítico de la
CIENCIA.
Tal vez el logro más importante del estudio social de la ciencia sea el haber puesto de manifiesto que ¡las
ciencias naturales mismas apenas se comportan según los ideales de la CIENCIA! La pregunta sobre hasta qué
punto la sociología puede o debe emular a las ciencias naturales da así un nuevo giro. Al reconocer el carácter
no-CIENTÍFICO, tanto de las ciencias sociales como de las naturales, los científicos sociales pueden dejar de
preocuparse sobre cuán CIENTÍFICOS son. La pregunta «¿puede ser CIENTÍFICA la ciencia social?» resulta
engañosa, pues la ciencia misma no es CIENTÍFICA, excepto cuando se presenta a si misma como tal.
2) La supuesta diferencia entre ciencia y ciencia social no es más que una diferencia de recursos
La ciencia y la ciencia social comparten la misma ideología de la representación. Las interpretaciones públicas
de la ciencia y otros tipos de interpretaciones idealizadas contradicen la apabullante conclusión de que la
representación en ciencia no es esencialmente diferente de la representación fuera de ella. Tanto el discurso de
la ciencia como el de la ciencia social se encuentran estructurados para construir una distancia retórica entre el
observador y el objeto observado, y establecer la antecedencia de este último. Por otra parte, no tendría objeto
negar la superioridad percibida en la ciencia. Su orden moral parece más fuerte y la distancia entre
observadores y objetos mayor y mejor establecida. Pero la fuerza de la explicación científica no es más que su
grado de resistencia a la deconstrucción. La diferencia entre ciencia y ciencia social no reside en el método, sino
en los recursos utilizados para estructurar y establecer dicha resistencia.
3) Necesidad de buscar formas alternativas de explicación para la ciencia social
El intento de la ciencia social de emular los logros de la ciencia natural conlleva una aceptación acrítica de la
ideología de la representación que, a su vez, lleva a la ciencia social a intentar reforzar sus explicaciones
mediante una maximización de la distancia retórica entre el analista y el objeto. Por supuesto, el problema
estriba en que la ciencia social también quiere reconocer en sus objetos (a los que llama «sujetos») atributos y
capacidades similares a los del agente de la representación (el analista, el autor); la diferencia supuestamente
inherente entre las personas y los electrones no es más que un reflejo de los diferentes atributos que se
reconocen en estas entidades dentro de los discursos de la ciencia social y la ciencia. Esto exige una forma de
fraude ontológico que intenta establecer y reafirmar el exotismo (diferencia) del sujeto/objeto. Las actividades y
comportamientos de los sujetos de estudio se convierten en algo extraño y, en concreto, se relativizan (se
convierten en algo esencialmente arbitrario) por contraste con las actividades analíticas, normales, naturales y
dadas-por-supuestas del observador/representante. Como alternativa, necesitamos renunciar a formas de
explicación que tiendan a incrementar la distancia retórica entre el analista y el objeto. Con otras palabras,
debemos acabar con el exotismo del otro.
4) El «sí mismo» como blanco de la ciencia social
La perspectiva presentada en este capítulo pone en tela de juicio una de las afirmaciones clave respecto al valor
estratégico de los estudios relativistas sobre el conocimiento científico. A menudo se afirma que si puede
mostrarse que el conocimiento científico -ampliamente considerado el tipo más sólido de conocimiento- es un
producto cultural, entonces los demás tipos de conocimiento (menos sólidos) se convertirán en objetivos
relativamente fáciles del análisis social. O, expresándolo con mayor exactitud, si la tesis general del relativismo
funciona en el área sustantiva donde tiene menos posibilidades de funcionar, queda establecida así su
aplicabilidad general al resto de fenómenos.21 Éste es el corolario del intento de rescatar al conocimiento
científico de su clasificación (a manos de la sociología del conocimiento clásica) como un caso especial exento
de cualquier consideración realizada bajo la rúbrica de la sociología (de los otros tipos de conocimiento). Como
ya vimos (capitulo III), la sociología de la lógica y de la matemática resulta especialmente estratégica en este
sentido, pues dichas áreas se han considerado a menudo el núcleo central del conocimiento científico. De todos
modos, nuestro estudio crítico de la sociología del conocimiento científico muestra que la representación es más
fuerte incluso que el conocimiento científico, desde el momento en que uno mismo (el analista) debe adquirir un
mayor grado de solidez que el conocimiento científico si pretende deconstruirlo. Los análisis sociológicos del
conocimiento científico necesitan constituirse a si mismos (en el curso de su argumentación) como algo más
sólido que el conocimiento científico que estudian, incluso aunque el principio básico de tales estudios suponga
lo contrario. Los análisis que descansan sobre las formas convencionales de distanciamiento retórico parecen
evitar activamente el caso posiblemente más difícil. El caso más difícil continúa siendo el «sí mismo»: el
ignorado agente de la representación.
La necesidad de encontrar formas de interrogar al «sí mismo» es una conclusión justa de una crítica de la
ciencia con pretensiones epistemológicas radicales. Después de todo, es sólo el ultimo paso de un largo
proceso histórico de descentramiento (cuando Copérnico lo desplazó, el «si mismo» encontró refugio en la
ciencia; cuando lo desplazó el relativismo, encontró de nuevo refugio en el analista).
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