¿Es la fantasía patrimonio exclusivo de los niños? “Hay dos caminos para atravesar las fronteras entre Fantasia y el mundo de los hombres: uno acertado y otro erróneo. Cuando los seres de Fantasia se ven arrastrados de esa forma horrible, siguen el camino falso. Sin embargo, cuando las criaturas humanas vienen a nuestro mundo, toman el verdadero. Todos los que estuvieron con nosotros aprendieron algo que sólo aquí podían aprender y que los hizo volver cambiados a su mundo. Se les abrieron los ojos, porque pudieron vernos con nuestra verdadera figura. Por eso pudieron ver también su mundo y a sus congéneres con otros ojos. Donde antes sólo habían encontrado lo trivial, descubrieron de pronto secretos y maravillas. Por eso venían de buena gana a Fantasía. Y, cuanto más rico y floreciente se hacía nuestro mundo de esta forma, tanto menos mentiras había en el suyo y tanto más perfecto era también. De la misma forma que nuestros dos mundos pueden destruirse mutuamente, pueden también mutuamente salvarse.” La Emperatriz Infantil de La historia interminable, Michael Ende Cuando somos niños conocemos un mundo de magia y maravillas, un mundo lleno de hadas buenas y malas, de dragones, de magos sabios, de tesoros escondidos, de valientes héroes y de criaturas extraordinarias que habitan en los mitos más antiguos. Sin embargo, lo que en nuestra niñez es válido, cuando crecemos parece dejar de serlo. A medida que cumples años los adultos empiezan a decirte que “ya no tienes edad para esto”, o que “ya es hora de que te dejes de fantasías y empieces a pensar en cosas serias”. De lo cual se deduce a) que la fantasía no es algo serio, y b) que la fantasía no es algo en lo que un adulto deba ocupar su tiempo. ¿Por qué? Buena pregunta. Podríamos plantearnos también si este menosprecio hacia la fantasía es algo universal o solamente propio de la cultura y la sociedad españolas. Un breve vistazo a nuestra tradición literaria revelará la escasa presencia de clásicos con elementos fantásticos. No tenemos un Señor de los Anillos, una Metamorfosis, un Hamlet, una Odisea ni un Cantar de los Nibelungos. Y es mucho más internacional el Quijote, una parodia del género de caballerías, que el Amadís de Gaula, gran paradigma de dicho género en nuestro país. De la tradición anglosajona nos viene buena parte de la literatura fantástica que llega a España; aunque Alemania y los países nórdicos también tienen una rica tradición y grandes autores a los que veneran como a clásicos, y aunque nuestra propia cultura grecolatina está plagada de mitos de héroes y dioses, mitos que alimentaron la imaginación de muchas generaciones. Hoy día asistimos a una invasión de “fantasía extranjera” y nos preguntamos a qué viene esta fiebre, por qué tantos adolescentes sueñan con mundos de hechiceros y dragones, y si cuando crezcan lo olvidarán todo y se convertirán en adultos “serios y realistas”. Pues algunos de ellos, sí; es evidente que la fantasía y la aventura seducen sobre todo a niños y a adolescentes que cuando sean mayores se sentirán atraídos por otro tipo de historias. Pero no todos tendrían que hacerlo. Si tienes treinta o cuarenta, o cincuenta años y te sigue gustando la fantasía, ¿eres raro? ¿Eres inmaduro? ¿Acaso la fantasía tiene fecha de caducidad, y cuando cumples los dieciocho tienes que pasarte obligatoriamente a la novela policiaca, histórica, realista, romántica o conspiranoica? ¿Por qué razón? Pero incluso admitiendo que el género fantástico fuese solamente para niños, ¿por qué razón la tradición anglosajona considera grandes obras de arte títulos como Alicia en el País de las Maravillas, El mago de Oz o Peter Pan, y en cambio nosotros no podemos citar una sola obra de literatura infantil, de creación hispana y carácter decididamente fantástico que haya sido capaz de perdurar por sí misma, que haya alcanzado la categoría de clásico? ¿Será que nuestros autores de literatura infantil y juvenil no se creían eso de la fantasía para todo el mundo? ¿Será que nunca viajaron al mundo de la Fantasía, o lo hicieron a través de los recuerdos del niño que fueron una vez, pero que ya no eran cuando escribieron sus obras? Porque sin duda autores como Lewis Carroll, J.M Barrie o L. Frank Baum seguían viviendo en ese mundo a pesar de ser adultos; ese mundo que, llámese Oz, el País de las Maravillas o la isla de Nunca Jamás, sigue estando ahí para todo el mundo, pequeños y mayores, aunque muchos adultos hayan crecido con la idea de que debían abandonarlo. ¿Por qué tenemos derecho a seguir imaginando? Pues porque la imaginación y la fantasía, al igual que la risa o el lenguaje, son algo profundamente humano. Porque el género fantástico, al que muchos han calificado de tópico e infantil, está construido sobre motivos literarios que todavía perduran desde aquellas primeras historias tribales que se contaban en torno al fuego: la lucha del héroe contra la serpiente, la búsqueda del tesoro, las pruebas iniciáticas... tópicos que funcionaban hace miles de años y que siguen funcionando hoy en día, al igual que funcionan los cuentos de hadas, porque el ser humano no ha cambiado tanto, y porque la fantasía sigue necesitando un rincón en nuestro espíritu, en cada uno de nosotros, tenga la edad que tenga. Porque ningún otro ser en este mundo posee la capacidad de imaginar y de fantasear. Porque, como decía la Emperatriz Infantil, el viaje a través de Fantasía siempre nos aporta algo: Bastian, Dorothy, Alicia, Gulliver, Wendy, los hermanos Pevensie... todos regresaron al mundo real habiendo aprendido algo... siendo mejores personas. ¿Por qué imaginar a todas las edades? Porque nos expande la mente, porque nos vuelve más abiertos, más creativos y más humanos. Y, sobre todo, porque podemos.