Edwin Ortega dispuestos a dar hasta nuestras propias vidas en el campo de batalla. Oficiales y tripulantes éramos los dedos de la mano, el puño llegaba a simbolizar lo que nuestros predecesores y nosotros hoy lo habíamos atesorado; valores militares en su más profunda expresión, mística, orgullo y pasión por el fiel cumplimiento del deber. Todos éramos soldados. De la misma forma con que un gran amor se gesta con detalles, paciencia y tiempo, la cohesión que existió en un grupo de Fuerzas Especiales, sea como se llame: patrulla, célula, team, equipo de combate, escuadra, etc.; se basaba en largas jornadas de entrenamiento, en participar de actividades cuyo principal matiz era el riesgo y la adrenalina; en llevar a espaldas el mismo peso tanto el Comandante como el último marinero, en substraerse de bajas pasiones como la insana competencia, la envidia, el chisme, la deslealtad y peor el deshonor; en fomentar el espíritu de cuerpo, en liderar y ser liderado. Fue un dar generoso, hasta el último aliento, siendo valiente, paciente, agresivo según el caso y demostrando transparencia en todos los actos castrenses: con ejemplo que busca el bienestar de los menos antiguos, sean éstos oficiales o tripulantes. No fue sencillo alcanzar las metas planteadas, el sistema del batallón nos absorbió y recibimos ejemplo. El batallón fue mejor, todos colaboramos con su engrandecimiento. Todos éramos comandos pertenecientes al Batallón de Operaciones Especiales “Jaramijó”. 182