LA VIOLENCIA HEREDADA Domingo Caratozzolo* Tanto la agresión física como la psicológica pueden presentarse en una relación. Golpes, gritos, insultos, amenazas, burlas, denigración, humillación, desvalorización del otro, el continuo reproche, la discusión interminable, pueden constituir ingredientes infaltables y a veces cotidianos de una pareja. Toda relación humana se establece básicamente con una mezcla de amor-odio; ambos son acompañantes inseparables de todo vínculo, pudiendo tener primacía cualquiera de ellos, pero su presencia nos está señalando una relación; el indicador de una no-relación es la indiferencia. Cuando la relación de amor-odio se inclina hacia este último y esto no constituye un momento aislado de la misma, sino que caracteriza su funcionamiento, decimos que el vínculo es violento. Si lo específico de un vínculo de pareja es la violencia, ésta se convierte en gran número de casos en un legado letal para sus hijos. Trataremos de comprender las vías de trasmisión de esta indeseada herencia. Sabemos que las personas se estructuran de manera temprana según los modelos que encuentran a su alcance, y por tanto, en este proceso de construcción van a ser los padres quienes tendrán una influencia fundamental y decisiva, puesto que con su intervención y cuidados son los que hacen posible la supervivencia del niño. Si los padres constituyen las primeras relaciones del niño, es natural entonces que la edificación estructurante de todo sujeto psíquico tenga como objetos privilegiados a los padres, como arquetipos que de esta manera contribuyen al trazado de su configuración humana. El concepto de identificación aquí empleado es aquél que en psicoanálisis desarrollamos como "identificaciones introyectivas" que son el resultado de las internalizaciones que se dirigen al núcleo del self y son asimiladas por éste. Son identificaciones que entran a formar parte de la constitución del yo, de la personalidad, y se encuentran en la base de la identidad del individuo. A las primeras identificaciones con los padres les seguirán indudablemente otras; en el ambiente hogareño se destacarán aquellas relacionadas con las personas que cuidan del niño así como sus familiares cercanos. La cultura en la que está inmerso le proporcionará nuevas figuras de identificación entre las que van a sobresalir sus maestros y todos aquellos que de una u otra manera ejerzan un liderazgo en la comunidad. Pero las primeras identificaciones con las figuras parentales van a ser decisivas en la estructuración de la personalidad del sujeto. Por tanto, si el niño se configura en la relación con sus padres, y éstos están vinculados entre sí por la violencia, es de esperar que esta forma de relación influya, decida, sobre su futura estructura. En primer lugar, el hijo tiene como objetos identificatorios a una mamá y a un papá violentos. En segundo lugar, la manera de relacionarse de los padres entre sí, la relación violenta entre ellos constituirá un modelo vincular para el hijo. En tercer lugar debemos tener en cuenta la relación que esta pareja violenta puede tener con su hijo. Si la forma de relacionarse es el maltrato, este se expresará hacia el niño en múltiples manifestaciones: desinterés, indiferencia, denigración, desvalorización, violencia física, etc. Se establece entonces una relación de violencia de la que es objeto el niño por parte de sus padres (únicos responsables de la misma) y, al ser éstos depositarios de la sexualidad del niño, esta violencia es erotizada. Sadismo y masoquismo aparecen conjuntamente: "Un sádico es siempre, al mismo tiempo, un masoquista, y viceversa. Lo que sucede es que una de las dos formas de la perversión, la activa o la pasiva, puede hallarse más desarrollada en el individuo y constituir el carácter dominante de su actividad sexual." (Freud, 1905). El masoquista se identifica con quien le ocasiona sufrimientos, situándose imaginariamente en el lugar del sádico. Igualmente el sádico, al infligir dolor a otro, goza mediante la identificación con el sujeto que sufre. El vínculo violento propio de la relación pasional sería inconcebible sin el componente sadomasoquista. La violencia en cualquiera de sus formas constituye un ligamen de características únicas en cuanto a las emociones que moviliza y la intensidad de las mismas. ¿Qué vínculo puede ser más fuerte, más excitante que el violento? Reflexionar sobre el amor y el odio en las configuraciones vinculares, nos dispone a ingresar en territorios inquietantes. La amalgama equilibrada de amor y odio que forma parte y sostiene todos los vínculos interpersonales se quiebra para dejar lugar al despliegue desmesurado de uno solo de esos componente: el odio. Es preocupante, que lo que posee un valor estructurante en una organización familiar sea el despliegue tanático que puede transformarse en legado y patrimonio de algunos (o de la totalidad) de sus integrantes. Este legado mortífero puede así trasmitirse de padres a hijos sucesivamente en una cadena interminable. *Psicoanalista