Amor: Un más allá del objeto. Una visión clínica del amor. Por Teresa Ruiz Flores. “El paciente se ve compelido a renunciar a sus resistencias por amor a nosotros. Nuestros tratamientos son tratamientos por el amor”. Declaración de Freud en la “Reunión de los miércoles” del 30 de enero de 1907. “El amor es una compensación de la muerte; su correlativo esencial”. Arthur Schopenhauer. La vida amorosa. Es desde el psicoanálisis, que pretendemos dar cuenta de la vida amorosa y las condiciones que la rodea. La posición de cada sujeto ante su vida amorosa no está regida por el azar; es decir, que, si bien él se propone hacer una elección, los determinantes que lo conducen a tomar una decisión no son claros. Esto se complica aún más si se analizan las condiciones en las que el sujeto elige el objeto de amor y las consecuencias que tiene ésta elección en su vida amorosa. En la elección hay determinantes inconscientes que están ligados a los intercambios que se producen entre el deseo y la ley, sin embargo, esto no significa que el sujeto quede exento de responsabilidad en el momento de realizar una elección. La cuestión amorosa siempre está envuelta en dificultades, ya Freud señalaba que los problemas del amor se deben más a sus raíces que a sus agentes en el vínculo amoroso. Es la pulsión lo que hace tropezar el amor en las formas idealizantes en que éste se manifiesta, ya que la pulsión apunta tan sólo a un fragmento del objeto. Ésta es una de las causas por las que el sujeto sufre, cada vez que cree acercarse más al objeto de amor, más se aleja. Existe una contradicción inherente entre el amor-pulsión sexual y el amoridealización; mientras que el primero se refiere al objeto en su parcialidad, el segundo apunta a su totalidad. Freud habla del pecho como el primer objeto parcial y es ese objeto el que se juega en la primera demanda de amor. Posteriormente, se construirá la imagen de la madre como totalidad en la fantasía. Cuando el objeto de amor alcanza las condiciones de completamiento resulta insoportable para el sujeto, porque el objeto como completud absoluta es trasgresor en la medida en la que, ante la prohibición del incesto, el objeto como totalidad obtendrá ésta connotación. El engrandecimiento del objeto amoroso es una forma de transgredir la prohibición del incesto haciendo del objeto de amor una completud en términos de idealización, lo que implica la posibilidad párale sujeto de poseerlo. El primer objeto. El objeto de amor elegido va tener una referencia con la imagen especular del primer objeto antecesor (materno) y es por la vía de la castración por la que existe la posibilidad de sustitución. Esto quiere decir que esa primera imagen viene a darle un tinte, una marca o un sello a todas sus posteriores sustituciones, por lo tanto parcial, puesto que sólo son rasgos y no la prolongación total del primer objeto. En la relación con este primer objeto se van a establecer las condiciones en las que el sujeto se va a permitir establecer una relación amorosa. Es por eso que una persona, teniendo diversas opciones para escoger una pareja, se enamora de aquel que cree que tiene las cualidades del objeto fantaseado, aún cuando éste no las posea. La ilusión de ser uno. En donde más cerca se siente el hombre en relación con el otro es, precisamente, ahí donde está más lejos; soportar la diferencia alude a la renuncia y a tolerar la insoportable existencia del Otro. En nuestra vida amorosa se quiere creer que dos son uno y, cuando el sujeto se da cuenta de las diferencias, parece que el otro no corresponde al objeto de amor anhelado. Cuando más entregado al amor se encuentra el sujeto, es cuando más intenta borrar los límites entre él y el objeto. Aún contra los sentidos, el enamorado apostará porque Yo y Tú son Uno y recreará todos los espacios para que así sea. No hay condición más desvalida que cuando el sujeto se entrega al amor y no hay desdicha más grande que cuando se siente perdido el objeto amado. En toda historia de vida cotidiana existen siempre desencuentros amorosos, el amor se define más en función de sus desencuentros que de su realización lograda. Dentro de sus síntomas, el sujeto va a tener pequeñas dosis de satisfacción sustitutiva que, a pesar de, lo hacen padecer por sí mismas. La separación del amor y del deseo. En un principio, el objeto de amor es completo. Por las condiciones que impone el complejo de castración, el sujeto tiene que renunciar a la pulsión sexual para establecer una relación sublimatoria con el objeto a través del amor. Entre los tropiezos que se producen entre la renuncia y la función sublimatoria es donde encontramos que la vida sexual del hombre crea desavenencias en lugar de unión. La relación de amor tiende hacia la unidad, hacia Uno que borra diferencias. Mientras que la sexualidad tiende a una satisfacción individual, el amor renuncia a la individualidad y, por metas más sublimes, obtiene la unidad. En estos términos, la pulsión sexual no remite a una genitalidad. Es más amplia en cuanto a que no va acompañada de la complacencia del otro. Es en este sentido que la relación sexual siempre conserva algo de autoerótica y que toda búsqueda amorosa está soportada por la constitución narcisista del yo, es decir que, en la relación de amor, en mayor o menor medida, el sujeto se ama a sí mismo a través del otro. En la vida cotidiana, cuando se le pregunta a una persona por qué se enamoro de su pareja, seguramente lo que nos conteste estará muy alejado de las fuentes inconscientes que determinan esa elección. Para protegerse de la perturbación el hombre escinde amor y deseo utilizando la idealización y la degradación del objeto, en ambos casos, se proponen hacer del otro, otro. Por lo tanto, no se puede amar donde se desea y no se puede desear, donde se ama. Todo esto es del lado del sujeto, no quiere decir que el mundo esté organizado así, sino que para el sujeto es insoportable integrarlo. Amor de transferencia. “A Sigmund Freud, un posromántico, el primero de los modernos, se le ocurrió hacer del amor una terapia […]”. Julia Kristeva, Historias de Amor. En el Fragmento de análisis de un caso de histeria, escrito en 1901 y publicado en 1905, Freud se refiere así a las “transferencias”: “Son reediciones, recreaciones de las mociones y fantasías que, a medida que el análisis avanza, no pueden menos que despertarse y hacerse conscientes; pero lo característico de todo el género es la sustitución de una persona anterior por la persona del médico”. En la transferencia se va a poner en juego la infancia y la elección del objeto, es decir, cada vez que se establece una relación de amor, se escenifican las condiciones en las que una vez se vivió y se trata de colocar al otro en una imposible posición de ese primer objeto de amor buscado, bajo las condiciones de la repetición. Desde el lado neurótico, podemos decir que la transferencia viene a ser una repetición de las condiciones amorosas y de las condiciones indeseadas. Se reavivan situaciones afectivas, tanto placenteras como dolorosas, que ubican a la figura del médico y a la figura de la pareja amorosa en esos lugares, y el sujeto trata de forzarlos a responder desde el lugar de su objeto de amor. De aquí, que podríamos decir que hablar de transferencia nos remite a lo que Lacan propone con el término “odio-enamoramiento”, cuando sostiene que no hay enamoramiento sin odio. La relación transferencial es soporte del análisis, por ello es un contrasentido interpretarla, porque interpretarla es ponerla al nivel del síntoma. La transferencia, como afirmó Freud, es el máximo apoyo y el mayor obstáculo en el psicoanálisis; hay que propiciarla, trabajar sobre ella, pero no interpretarla. La transferencia es el motor del análisis, donde se consigue la victoria porque ayuda a su desarrollo, provocando el surgimiento de material para interpretar. A través de la transferencia, el analista, soportando el llamado de amor mediante la no respuesta de éste, provocará que ese llamado traspase el terreno del amor, hacia un más allá del objeto, para interpretar al sujeto en su deseo. Es a través del amor que, en la experiencia de análisis, se llega al deseo. “El analista atrae hacía sí sin quererlo, por el simple envío de la palabra a sus oídos más que a sus ojos, los rayos del amor llamado amor de transferencia”. Julia Kristeva, Historias de Amor. Conclusiones. En el psicoanálisis es parte fundamental establecer una buena relación transferencial que, en un principio, provoca una mejoría inmediata en el paciente. Es propiamente en este punto en donde se da la separación entre psicoterapia y psicoanálisis, ya que donde la primera concluye, el análisis comienza. Desde el psicoanálisis es posible diferenciar la transferencia que está presente en las diferentes formas de psicoterapia y que se encuentra fundamentada en la sugestión y la transferencia analítica, cuyo principio es el deseo y el saber como puro supuesto. Es también necesario considerar la temporalidad de la transferencia. Ya Freud establecía en el caso de “Dora”, en 1905, que para una cura no es suficiente que los síntomas hayan cesado, es necesario una liquidación de la transferencia. Es la transferencia el criterio determinante, marca el inicio, el tiempo de análisis y, posteriormente, el fin del mismo. Podemos decir que la transferencia nos va marcando los pasos de un análisis, de ahí que podemos que la transferencia es el tiempo del análisis. El analista convoca el amor y sostenerlo es la condición de su tarea. […] huir el rostro al claro desengaño, beber veneno por licor suave, olvidar el provecho, amar el daño. Creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño, esto es amor; quien lo probó lo sabe. Lope de Vega.