POR QUE AMO A RENOIR ?

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POR QUE AMO A RENOIR ?
Hace pocos días conversando sobre los impresionistas con un intelectual y dilecto amigo,
éste me decía de la importancia de la amistad y fraternidad, que si bien a veces no se cultiva con
el verse constantemente, estas se llevan en el corazón y se trasmiten de inmediato con la
sinceridad incondicional; realmente esto es lo que sucedió con los iniciadores del
Impresionismo, hubo comunidad de ideas con estilos de sello personal, pero basadas en la
amistad y la ayuda mutua, se trasmitieron desde sus hambres y angustias, hasta el
desprendimiento de entregarse y comunicarse sus recónditos y originales logros pictóricos, se
amaron entre ellos hasta el sacrificio y defensa del uno por el otro, se conoce la ayuda
económica de Bazille a Monet, Renoir y Sisley, o los pedazos de pan extraídos por Renoir de la
casa de su madre para ayudar a Monet, el alquiler que paga Manet en Argenteuil, para que
Monet pudiera vivir con su amada y enferma Camille, después Monet organizando la
Exposición Universal de Manet y su tremenda lucha para hacer ingresar al Louvre esa
maravillosa obra “Olimpia”, y como estas muestras de amistad – miles. Creemos sin lugar a
equivocarnos, que esta fraternidad los hizo trascender para ser parte importante del arte y de la
historia.
Hay placeres más sencillos y eternos que los representados en el Almuerzo de los
Remeros ? Existe evocación más persuasiva de un paraíso en esta tierra que las blancas velas de
los lagos y estuarios de Monet, o las rosas de los jardines de Renoir?, o de esas iridiscentes
nenúfares de los estanques de Monet?, o mujer más carnosamente atractiva y real que la
Olimpia de Manet?. Estos cuadros muestran que en la obra de arte, lo que cuenta es una fe
universal integral, única, manifestada en las particulares circunstancias del artista. Los hombres
que pintaron esos cuadros eran espantosamente pobres, a tal extremo, como indican en sus
cartas, que no sabían que comerían al día siguiente. Y sin embargo su producción rebosa de
confianza en la naturaleza, en la fe en los hombres y en las cosas. Cuanto veían les producía
júbilo, alegría de la vida, incluso las brumas, las escarchas, las tormentas; tenían el corazón con
la eterna ilusión de juventud, jamás envejecieron o murieron, sólo se les apago el color......!
El impresionismo amplía nuestro campo de visión que es uno de los privilegios del humanismo
y la sustentación de la aprobación del arte como tal. El placer que sentimos al mirar al mundo lo
debemos en gran parte a los artistas que miraron, aprendieron y aprehendieron antes que
nosotros.
El Impresionismo no sólo hizo avanzar la técnica y la sutil apreciación del arte, sino que fue la
nueva expresión de la ética real y válida, demostrada en la amistad fraterna e incondicional de
sus iniciadores.
“El hombre vive y muere en aquello que ve, pero ve sólo aquello que sueña”, éste
profundo pensamiento de Paul Valéry se aplica, mejor que a ningún otro, a Renoir, en efecto, en
el transcurso de su larga carrera, el artista tomaba de la realidad solamente lo que más le gustaba
y apasionaba, se esforzó por representar todo aquello que fuera siempre alegría para los
hombres, los niños, las frutas, las mujeres felices - siempre rosadas y los personajes amenos, los
sonidos pintados y todos inundados de mucha, pero muchísima luz.
Pierre Auguste Renoir Merlet, nació el 25 de febrero de 1841, a las seis de la mañana,
en Limoges, en el No. 4 de Boulevard Saint Catherine (hoy No. 35 Boulevard Gambetta). El
padre, Léonard Renoir, trabajaba de sastre; la madre, Marguerite Merlet, trabajaba en la
sastrería y era originaria de Saintes. Tenía tres años cuando su padre se trasladó a París
pensando en hacer fortuna. El padre no encontró la ansiada fortuna. Vivía penosamente
cargando de cinco hijos. Pierre Auguste adoptó el oficio de pintor de porcelana, a instigación de
su padre, quien la había visto practicar en Limoges y entró a trabajar en el taller orfebre de los
hermanos Levy. De los trece a los diciocho años fue obrero pintor en porcelana. Toda su
ambición se reducía a pretender entrar en la manufactura de Sévres, para ejercitar allí su oficio
de pintor en porcelana. Dibujo en una tetera la figura de Maria Antonieta (tetera que ha sido
comprada en subasta por un texano, en la suma dos un millones de dólares). Fue súbitamente
desviado de tal perspectiva. La decoración de la porcelana industrial había necesitado siempre el
trabajo manual de los obreros, hasta que un invento hizo que se ejecutara por medio de
maquinas. De golpe Renoir quedó sin trabajo y se dedicó a la pintura en cortinas – pintó así las
Vírgenes de San Vicente de Paúl – pintaba tres cortinas diarias. De la pintura de cortinas hizo un
pequeño capital, que le sirvió para subsistir su inmediato futuro.
El 1º. de abril de 1862 entra en el estudio del pintor Gleyre donde encuentra a Frederic
Bazille de Montpellier, Sisley londinense nacido en París y luego a Monet de El Havre, la
duración de estos pintores en el estudio - por obvias razones, fue muy breve, estaban en total
desacuerdo con la pintura académica. Los cuatro jóvenes amigos se hicieron inseparables y
juntos tomaron parte en aquel renacimiento de la pintura francesa que crearía un nuevo contacto
entre el hombre, la naturaleza y la luz y que se llamó Impresionismo. Se fueron a pintar a las
márgenes de la floresta de Fontainebleau, en plein air, y como diría Cézanne, sur le motif.
Hasta la guerra de 1870 Renoir pasó muchas temporadas en la referida floresta, alojándose en la
casa del pére Paillard, en la posada del Cheval Blanc, en Chailly en Biere y en la casa de mére
Anthony en Marlotte. Muchas veces aquí gozó de la generosa hospitalidad de su amigo Jules Le
Cour, quien vivía con su amante Clemence Trehot, madre de Lise Trehot, esa traviesa Lise que
lo llevó por caminos insospechados del amor. Desde el primer encuentro con esta joven, cuya
gracia lo fascinó, vivió enamorado de calor pasional que se daban, pintó veinte retratos de ella,
así pintó “Diana Cazadora”, también esa elegante y nostálgica belleza de “Mujer con Sombrilla
a la Derecha” y a la “Izquierda”, la Odalisca, entre otros, en estos cuadros Renoir extendía sus
colores pardos cálidos, verdes intensos, azules apagados – en amplias áreas, con barnices que
dejan transparentar el fondo de la preparación con tintas planas. Desde 1867, en efecto, Renoir
se mostró como un convencido adherente a la pintura clara; renunció a la preparación de betún,
para esbozar su tema directamente sobre tela blanca, se servía del ocre y del bermellón y
sustituía las tierras de sus primeros retratos con los azules que unen la poesía de la luz a la vida
de las formas.
Durante el verano Renoir vivía con sus ancianos padres en Ville d Avray, pero durante el
invierno buscaba refugio entre sus amigos. Desde 1867 a 1870, utilizó sucesivamente las casas
– ateliers de Sisley en Porte Maillot, luego el de Frederic Bazille, primero en la rue Visconti,
luego en el No.9 de la rue de la Condamine en Batignolles, fue aquí que pintó un retrato de su
amigo Bazille, con un par de pantuflas rojas en los pies y sentado pintando frente a su caballete,
codos y rodillas en pose preferida, la cabeza del artista levemente inclinada y todo su ser
pendiente de la obra que estaba pintando. La influencia de la extraordinaria pintura de Bazille en
Renoir y Monet los hizo cambiar a la observación de la luz en movimiento. Bazille
impresionista de gran visión del color, murió en la Guerra Franco Prusiana en 1871, Renoir
visitaba su tumba todos los años, hasta su muerte en 1919. Bazille y Renoir se citaban en el café
de Guerbois en el No. 11 de la Grand Rue des Batignolles que se encontraba a cinco minutos de
la Calle de la Condamine, para reunirse con Duranty, Armand Silvestre, Philippe Burty, Paul
Alexis, Emile de Zola, Zacarias Astruc, Baudelaire Proust, Stevens, Cladel, Vignaud, Babou,
Burty, Paul Cezanne, Sisley, Guillaumin, Monet, Berthe Morizot, Pissarro, lugar donde los
hombres de letras, música, pintura arte y ciencia, se juntaban para recrear y recrearse con sus
propias intelectualidades, en éste café desde 1865 hasta 1870, “...fue el centro de la vida
intelectual, donde los hombres y mujeres se alentaban mutuamente a perseverar en el digno
combate y arrostrar las duras consecuencias previsibles. Por que se trataba nada menos que de
una sublevación contra preceptos y los sistemas generalmente aceptados. Manet era la figura
descollante entre ellos, con su locuacidad, su gracia aguda, el valor de sus juicios sobre el arte,
daba el tono a las discusiones – el espiritu rebelde era el rasgo común...” Sic de mi artículo el
“Inicio de los Impresionistas y el café de Guerbois”.
Es notable lo que sucedió con Renoir, en 1864 envió un cuadro por primera vez al
Salón, el mismo que fue aceptado. Concebido dentro de las normas académicas y románticas,
representaba a “Esmeralda”, la heroína de Victor Hugo, danzando de noche en la plaza de
Greve, con las torres de Notre Dame al fondo – Renoir cuando se aproximó a la naturaleza,
destruyó rabiosamente éste cuadro delante de Monet y Bazille, esta feliz transformación se
produjo a partir de 1865.
En enero de 1872, cuando en París, capital de luto, no había vida artística o intelectual,
terminaba la Guerra Franco-Prusiana, Renoir tuvo la fortuna de encontrar a Paul Durand Ruel,
presentado por sus amigos Pisssarro y Monet (siempre la amistad fraterna entre ellos es
manifiesta y llega con el tiempo - hasta sus propias muertes), éste marchand y paladín de los
impresionistas le compra el 16 de marzo de 1872 “Le Pont de Arts et l Institute” pagándole la
suma de 1000 Francos – enorme cantidad para la época; con éste acto de fe, Paul Durand Ruel
unió, desde entonces, su carrera a la de Renoir y a la de sus amigos, por quienes sostuvo la
lucha hasta la gran victoria final, que algunos de ellos alcanzaron en vida. En el mismo
momento en que entraba en relación con el amigo marchand, Renoir pintaba las “Parisienses
vestidas de argelinas”. En esta tela de gran tamaño, encontramos por última vez la bella y seria
cara de Lise Tréhot, en efecto la ingrata compañera de Renoir, se casó el 24 de abril de 1872
con el joven arquitecto Georges Briere de l Isle, dejándolo en la total desolación sentimental y
también herido por la falta del color de su acomodada modelo, modelo que en seis años que
estuvo con ella, la concebía hecha para sus pinturas; en realidad no era muy agraciada, pero le
hacía cálidas “sólo algunas noches invernales” y claro, también era perfecta para sus telas.
La enorme dificultad de hacerse aceptar en los “Salones”, con las particularidades de su
manera ahora desarrolladas, llevó a Renoir a unirse a sus amigos Monet y Sisley, para exhibir
sus obras fuera de los “Salones”, en exposiciones particulares. Tomo parte con ellos en la
exposición realizada por su amigo Nadar – ese fotógrafo que tanto influyo en los impresionistas.
Expuso ahí cinco cuadros al óleo y uno al pastel, entre los cuales se encontraban nada menos
que dos de sus mejores obras : “La Danzarina” y “El Palco”. “La Danzarina” es una muchacha
que está de pie, de tamaño natural, con una falda corta de tul afollado, en “El Palco” figura una
mujer sentada en el teatro y a su lado un joven de frac y corbata blanca. Todo el mundo admira
y se deleita actualmente con la magia de estos maravillosos cuadros, que en esa época fueron la
burla y desprecio de los académicos.
En 1876 colocó veinte cuadros en la segunda exposición de los Refuses (nombre que se
pusieron por ser “rechazados” del Salón oficial), llevados por una mutua influencia y emulación
fraterna, los impresionistas alcanzaron la plenitud de su originalidad. En la exposición de 1877
efectuada en la calle Le Peletier, sus envíos lo muestran bajo un aspecto enteramente particular
y original, es la belleza plena del color, es su parte inmensa de la que nunca se podrá salir, más
aún crecerá en ella.
En el mes de abril de 1875, Renoir recibió la suma de 1200 francos por una gran
composición, pintada el año anterior, titulada “El Paseo”, gracias a esta venta pudo alquilar dos
habitaciones en la mansarda y una vieja caballeriza en la planta baja, de una casa del siglo XVII,
en el No. 12 de la rue Cortot, en Montmartre – Renoir tuvo éste taller y el pequeño
departamento hasta octubre de 1876. Detrás de la casa había un jardín, no muy cuidado, ni tan
bello como el jardín de Monet en Guiverny donde el pintor pasaba sus días en el éxtasis de la
naturaleza, pero si lo que podría llamarse, un jardín delicioso, donde Renoir pintó muchos
retratos de la actriz Henriette Henriot, de la joven y atrayente modelo Nini Lopez, al parecer se
sacudió definitivamente de Lise Trehot. Es precisamente en este tranquilo prado de la rue Cortot
y luego en el recinto del Moulin de la Galette, que en la primavera de 1876 Renoir inicio
muchas telas de gran tamaño, que están entre sus obras mejor logradas: “El parral”, Desnudo al
sol”, “El columpio” y el entrañable “Le Moulin de la Galettte”.
Este lugar el Moulin de la Galette (ver pintura en la pagina final), era una sala de baile dirigida
por los señores Debray, padre e hijo, se encontraba en la cima de la pequeña colina de
Montmartre (en sus inicios sirvió de inspiración a Toulouse Lautrec), a lo largo de la rue Lepic
y estaba compuesta por un triángulo cuadrado, con el cielo raso bajo, con una tarima para la
orquesta y un jardín sombreado donde la multitud de artistas, intelectuales, estudiantes y
obviamente las más graciosas muchachas, se encontraban el domingo por la tarde o en los días
de fiesta, para bailar. Renoir concibió esta sala de baile para uno de sus más atrayentes cuadros
llenos de romántica música, es imposible ver el cuadro y no escuchar los sonidos de la orquesta
y las risas de los danzantes, el rozar de las sedas, el aroma de los cigarrillos y pipas y sobre todo
saborear las coquetas miradas de sus mujeres y los furtivos besos de sus compañeros, es en
realidad el cuadro hecho vida, la realidad virtual de la computación en esa época, pero esta
realidad informática, con un color de impresión y alegría de sentimiento por la vida y pintura
del amor. En ésta tela, en la cual el pintor reunió a sus amigos y a sus modelos, se reconoce en
primer plano a Estelle, sentada en una banqueta con el brazo apoyado sobre el respaldar, con
una picara y dulce cara y boca de capullo de rosa, con vestido a rayas y en la mano derecha un
ramillete de flores, (esta era la hermana de Jeanne que posó para “El columpio”- tela de la
misma época), cerca de ella están Franc Lamy, Norbert Goeneutte y Georges Riviere, sentados
alrededor de una mesa sobre la que hay copas con granadina; más lejos, entre los que bailan
están Henri Gerveex, Lestringuez y Paul Lhote; por último en el centro del cuadro, hacía la
izquierda Marguerite Legrand, llamada Margot, baila con don Pedro Vidal de Solares y
Cárdenas, un pintor español, de alta estatura y con un sombrero de fieltro. En ésta radiante tela
de 1.31 cms. por 1.75 cms., Renoir no sólo representó una escena de la vida familiar, sino que
supo sacar del espectáculo más común, un estremecimiento nuevo; presentó lo trivial de manera
sorprendente y descubrió, como auspiciaba Baudelaire, la poesía siempre nueva de la
modernidad. Usó la mezcla óptica, que consiste en yuxtaponer sobre la tela pequeños toques
luminosos en diferentes partes de la tela para resaltar el movimiento, que te hace ver el cuadro
como un todo en movimiento, si se observa el piso que rodea al pintor español y la figura vecina
en la que un acaramelado danzante habla al oído a su pareja o....?, se puede apreciar que el color
da movimiento al baile, está magistral acción de color y movimiento, sacó de sus cabales a
Manet y a su amigo pintor Caillebote quienes decidieron comprársela – cuentan que Caillebote
se la llevó sin su consentimiento, pero como era su entrañable amigo se la tuvo que obsequiar –
también sin su consentimiento. Los efectos de luz, crean de forma casual sobre las caras y los
vestidos, manchas doradas o blancas que se combinan en el ojo del espectador, que te atraen
hasta no poder quitar la vista de la pintura, es un embrujo inconsciente, ¡...oh Renoir como
pintas....!.Este cuadro por la admiración que causó en Manet y Berthe Morizot hizo que ellos lo
enseñasen con el permiso obviamente de Caillebote, a grandes políticos influyentes de la época,
como Gambetta y Jules Ferry, a los pintores académicos oficiales como Carolus Durand, De
Nittis y Henner, quienes se rindieron ante la evidencia y sobre todo a los escritores Theodore
Banville y Edmond Gouncourt (ya era amigo y compañero de Emile de Zola), que lo citaron 76
veces en sus libros. Gracias a la influencia de ellos la tela de Renoir fue expuesta en el Salón de
1879 y colgada en el lugar preferencial – vale decir abría las puertas de todos los impresionistas;
como podemos apreciar la fraternidad entre ellos fue el éxito de todos. Continuó a partir de
1879 exponiendo todos los años en el Salón.
En esta época de 1880, 1882, no se conocía la bicicleta concebida como actualmente, entonces
el pasatiempo preferido de la juventud parisiense era remar a las orillas del Sena, cerca de París.
La principal de las telas sugeridas de ese deporte “El almuerzo de los remeros”, está considerada
dentro de la obra de Renoir, como una de las más importantes que él haya pintado, tanto por sus
dimensiones, como por los rasgos sobresalientes de la pintura al aire libre. Los remeros y sus
compañeros aparecen reunidos después de almuerzo, en torno de una mesa, bajo una tienda de
campaña. El Sena y los arboles de sus orillas, iluminados por el sol, forman el fondo claro del
cuadro y aumentan el esplendor general; Guy de Maupassant, ese romántico escritor
impresionista, se inspiró en esta tela para escribir “Una vida” y Bel Ami”.
En 1880 Renoir comía en una lechería frente a su departamento de la rue Saint George, aquí fue
donde encontró en febrero a Aline Charigot, una joven bella de veinte años, nacida en Essoyes –
Aube, esta joven posaba con frecuencia para Renoir y la amistad del artista con su modelo se
transformó en amor. El domingo la pareja iba a los alrededores de París a Chatou o a la
Grenouillere, en la isla de Croissy. Renoir admiraba el andar de su compañera – pisaba el pasto”
decía, sin dañarlo. A veces, Aline se sentaba en un prado, con su perro y Renoir la pintaba así,
en los primeros días de la primavera, con un sombrero de paja y un ramillete de flores en la
mano, en buen romance pintaba el amor natural y la belleza pasiva; es así que la pintura en
Renoir, es la pintura, también, de la extrema dulzura.
Cansado de París y deseoso de renovar su imagen, en marzo de 1881 viaja a Argelia con su
amigo Caillebote y escribe a Pissarro “Quise ver como era el país del sol”; aquí pinta muchas
mujeres árabes y paisajes, entre los que figuran “Campos de bananos” y “El barranco de la –
femme sauvage”. Luego regresa a parís y viaja a Venecia ya que según él, padecía de una crisis
moral artistica. Pintó la “Basílica de San Marcos” y los “Gondoleros sobre el canal”. Pinté el
Palacio de los Dogos” visto desde San Jorge” escribió a Monet, cosa que creo nunca hemos
hecho – por lo menos seis estabamos en fila india, recorre Italia y obviamente pinta en
Florencia, donde se quedó prendado por la “Virgen de la silla” de Rafael – no pude separarme
de la tela por dos horas, escribe a Zola y le agrega, “...después de ver a Rafael estoy como los
niños en la escuela, la pagina en blanco y paf una mancha de tinta, estoy todavía con las
manchas de tinta y tengo cuarenta años...”. Pasó posteriormente a Nápoles y después a cumplir
con un objetivo que lo perseguía y este era el de pintar a su músico preferido – Richard Wagner.
Wagner decía que lloraba cuando veía las pinturas de Renoir y agregaba - estoy seguro que yo
tocaba en la orquesta de tu cuadro “El Moulin de la Galette”, como lo expresó en un almuerzo
que le organizó especialmente. Cuando Renoir lo pintaba Wagner estaba escribiendo su
inmortal Persifal, obra en la que está el color y la luz de Renoir, Al final y cuando estaba listo su
retrato se lo enseñó a Wagner y éste exclamó “ parezco un sacerdote protestante por que
siempre estoy en protesta”.
En 1883 Renoir completó además una serie de desnudos y tres grandes paneles de parejas
bailando, en las que se reconoce a menudo a una bellísima joven modelo y acróbata, nada
menos que a la excelsa pintora Suzanne Valadon - consagrada en el Louvre, (cuadro de Renoir
que figura en mi artículo anterior titulado “Edouard Manet y Olimpia), la que también fue
modelo de Degas y Puvis de Chavannes, y para regalo de la humanidad, madre de Maurice
Utrillo, quizá el artista más original y sensible del post impresionismo, pintor de leprosos y
arrabales y paisajes citadinos con nieve e inmensa serie de catedrales.
En 1882 ya de regreso en Francia en L Estaque - Marsella, escribe a ese entrañable amigo Paul
Durand Ruel – hace una primavera con un sol dulce y sin viento, tan raro en Marsella. Además
y lo más importante, con Cezanne vamos a trabajar juntos – esto es increíble encontrarme con
su fuerte pintura que me hace sentir un principiante. Desgraciadamente, pintando en plein air sur
le motif como decía Cezanne, Renoir tuvo una gripe muy fuerte que degeneró en pulmonía con
graves consecuencias futuras. Regresó a París y se encontró con su adorada Aline, con quien se
casó en mayo de 1882. Cuando su joven mujer esperaba el primer hijo, Renoir buscó una
vivienda más confortable y en el otoño de 1883, alquiló un atelier y un departamento separados:
el primero en el No. 37 de la rue Laval, el segundo en el No. 18 de la rue Houdon, donde el 21
de marzo de 1885 nació Pierre. Quien escribe de su padre – “para mi, el paso de Renoir del
estado célibe al del hombre casado fue más importante que las teorías....recién conoce la palabra
casa”. He aquí que improvistamente se encontraba con casa y mujer, comidas a horas fijas, una
cama hecha con cuidado, calefacción y medias remendadas – adiós Lise, Estelle, Henriette
Henriot, Jeanne, Nini Lopez y tantas otras. Empiezan sus obras “La maternidad” que datan de
1885 y 1886, en estas obras el artista representó, con un encanto y naturalidad inimitables, a su
joven mujer, vestida con una amplia pollera azul y con un sombrero de paja en la cabeza,
mientras amamanta a su hijo Pierre, sentada en una silla mecedora. Todo aquí es redondez: la
madre y el hijo semejan espigas o pesados frutos maduros bajo el sol del verano, es bellísimo
ver los hoyuelos en las piernas de Pierre. Treinta años más tarde le pedirá al gran escultor
Richard Guino que haga una escultura de éste cuadro. En un cuadro de 1888, por ejemplo, supo
representar con particular ternura al pequeño Pierre, tratando de dibujar con sus manitas rollizas
sobre una hoja blanca. Después de 1889 en razón al reumatismo que empezaba a llagarle al
alma, se dedicó a pintar desnudos y retratos, ya que pintar a plein air sur le motif, era perjudicial
para su salud, ; sin embargo no lo podía dejar de hacer, Berthe Morizot esa invalorable
impresionista y bella mujer casada con el hermano de Manet, lo invitaba a Mezy, donde junto
con ella pintaban sin desmayo hasta las hojas que volaban. En 1890 pinta “Las dos hermanas”,
en 1892 “La bañista sentada sobre la roca”, en 1894 “Las muchachas a orillas del mar” y sobre
todo, las distintas versiones de “En el piano” en la que nos encantan sus formas dulces y
redondas sobre las cuales brillan las luces de las piedras preciosas que están envueltas por las
sombras trasparentes y doradas.
En 1900, precisamente cuando había llegado al apogeo de su carrera y a la plenitud de su arte,
Renoir comenzó a sufrir de un cruel mal, del que no sanaría más; una grave forma reumática
que hizo de él un enfermo, por lo que se trasladó con su familia al sur de Francia a Cagnes,
donde vivió durante seis años, primero en un espacioso departamento de la maison de la poste,
convertido actualmente en el Municipio con el nombre de Renoir. Desde sus ventanas, Renoir
podía disfrutar de una magnifica vista de toda la ciudad y sus alrededores. Desde su llegada a
Cagnes, sin embargo, Renoir no se limitó a pintar los paisajes y las flores, sino que pintaba a su
familia, que era donde podía expresar mejor su pasión por la pintura. Su mujer y sus tres hijos,
Pierre, Jean y Claude, fueron para él preciosos modelos que encontramos en muchos de sus
cuadros y esculturas. La manera como el artista se inspiró en el delicado colorido, en los largos
cabellos y en las carnes rollizas de su pequeño hijo, permite precisar las condiciones en las que
Renoir estudiaba a su modelo. Además de muchos retratos de sus hijos, pintaba a sus amigos,
discípulos, críticos, comerciantes o a los coleccionistas americanos que empezaban a intuir el
valor de esos cuadros (actualmente sus cuadros están evaluados en mas de US$2,000 millones).
Pero, a aquellos modelos ocasionales, Renoir prefería probablemente las jóvenes mujeres de
Niza, Cannes, Antibes, Mentone, cuya piel tostada por el sol del Mediterraneo, absorvían mejor
el color y la luz, se llamaban: Gabrielle Renard, Madeleine Bruno, Helene Bellon, Josephine
Gastaud, Andree Hesling, llamada Dede, que se casó con su hijo Jean. Con sus colores intensos,
sus armonías de rojos y azules, estas obras representan quizá el resultado de las búsquedas de
Renoir...!
A veces Renoir dejaba su atelier y se hacía llevar en una victoria, guiada por sus hijos, hasta Les
Collettes, un lugar no lejos de Cagnes. Los Viejos árboles de éste campo y la espléndida vista
sobre Cap d Antibes o sobre la cadena del Esterel lo encantaban, y Renoir clavaba su caballete
sobre el parque abandonado. En sus recuerdos el hijo de Renoir, Claude (uno de los más
grandes cineastas de Francia), ha contado muy eficazmente, cómo su madre se aprovechó de
una amenaza que pesaba sobre el campo de Les Collettes para arrancar a Renoir la autorización
a comprarla. Esta bella propiedad de muchas hectáreas pertenecía a los habitantes de Cagnes, de
vieja estirpe. Un día del año de 1907, dice Claude, “...un amigo de Renoir, advirtió a mis padres
que había sabido por el notario que un comerciante de maderas era el comprador de los olivos,
para talarlos. Afortunadamente, regateaba, esto permitió a mi madre – soplarle el negocio”. Es
así que el 28 de julio Renoir compró Les Collettes, donde hizo construir una inmensa casa de
piedra, ésta fue la definitiva instalación de Renoir en el mediodía de Francia. Aquí descubrió
sobre la Costa Azul una naturaleza ordenada y lujuriosa de la que jamás se cansó y en su jardín
de Les Collettes, como Monet en Guiverny, encontró hasta el final de su vida, una inagotable y
fresca fuente de inspiración – le escribía a Monet de su paraíso, a lo que respondía Monet de
nuestro paraíso....!
En el mes de agosto de 1919 después de una estada en Essoyes con Monet, se estableció en
París por dos semanas donde tuvo la alegría de ver el retrato que le hizo a Mme. Georges
Charpentier, expuesto en el Louvre, donde en silencio y viendo el cuadro permanecieron
agarrados de la mano con Monet, durante una hora, habían pasado más de cincuenta años desde
su primer encuentro en el estudio de Gleyre.
Había comenzado una pequeña naturaleza muerta, dos manzanas, después entró en agonía.
“Dame mi paleta... Esas dos chochas... Torna a la izquierda la cabeza de aquella chocha... Dame
de nuevo mi paleta... No puedo pintar este pico... Pronto colores... Desplaza esas chochas...”.
Murió a las dos de la mañana, el miércoles 3 de diciembre de 1919 en Les Collettes, en el
mediodía de Francia, murió de falta de color en la tierra, pero con la seguridad de que muchos
de nosotros, estabamos ese día en el Moulin de la Galette, bailando con Wagner en la orquesta y
al compás de la alegría de la vida.....! – hasta siempre Renoir.
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