LOS MELLIZOS BICOLORES JOSE Mª MACARULLA Catedrático de Biología Molecular En un reportaje de TV se describía con cierto detalle y desconcierto el nacimiento y desarrollo de dos hermanos holandeses, de Utrech, uno de los cuales era rubio y de pelo liso y el otro – mulatito- muy moreno y de pelo rizado. Los padres estaban sorprendidos y preocupados desde el primer momento, porque se habían sometido a una fecundación “in vitro”, y empezaron a sospechar que se había cometido un error en la manipulación de sus células germinales. Como biólogo sé que estos fallos de laboratorio suelen ocurrir con cierta frecuencia, pero, cuando se trata de padres del mismo color de piel, resulta más difícil que los interesados los detecten. Analicemos estos hechos concretos. Un matrimonio que no consigue descendencia por la vía ordinaria puede sentirse frustrado en sus ilusiones. Los ginecólogos podrían ayudar a esa pareja, por ejemplo, aumentando con hormonas la fertilidad de la esposa, controlar el día exacto de su ovulación, facilitando así que los espermatozoides del marido alcancen fácilmente su objetivo, y añadiendo el esposo, si hiciese falta, después del acto conyugal un suero nutritivo adecuado, etc., etc… Pero otras manipulaciones que serían correctas si se tratase de animales, no pueden realizarse moralmente en los seres humanos. Me refiero a la fecundación artificial, tanto in vitro como in vivo. Es decir, manipular los espermatozoides y los óvulos fuera del cuerpo de los esposos e introducir el zigoto en el útero de la mujer, por ejemplo, cuando el embrioncito ya empieza a desarrollarse. Aunque algunos ginecólogos llaman a este proceso fecundación asistida, en rigor se trata de una fecundación suplantada. En otras palabras, el médico suplanta o sustituye a la naturaleza. En las relaciones conyugales deberían respetar aquel principio bíblico “lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. Ciertamente existe el derecho a intentar tener un hijo pero no a conseguirlo a cualquier precio, del mismo modo que tenemos derecho a volar pero no a poseer unas alas corporales propias. Si nos empeñamos en viajar por el aire deberemos respetar siempre a la naturaleza humana y fabricarnos o alquilar, por ejemplo, un avión, un parapente o un helicóptero. Desarrollo de los mellizos Los mellizos de nuestra historia fueron creciendo y el negrito cada vez era más moreno, tenía el pelo más rizado y resultaba más sanote y robusto que su hermano blanquito. La perplejidad y dudas iniciales de los padres y los médicos dieron paso a la más absoluta certeza…. En efecto, los análisis genéticos confirmaron que ambos niños eran hijos biológicos de su madre (los óvulos eran genuinamente suyos) pero sólo uno de ellos era hijo de su padre legal, naturalmente el blanco; el otro tenía genes foráneos. En la clínica investigaron qué otras fecundaciones se habían realizado en el mismo día que la de los mellizos y encontraron, como es lógico, que los pacientes anteriores eran un matrimonio de origen africano, sometido al mismo tratamiento de fecundación artificial. Analizando el DNA del marido negro comprobaron que efectivamente él era el verdadero padre del mulatito… Para justificar este fallo tan estrepitoso nos contaron en la tele que los espermatozoides diluidos de cada marido tuvieron que centrifugarlos para separar el líquido sobrante y que éste se eliminaba succionándolo con una pipeta “pasteur”. Y por lo visto la enfermera utilizó la misma pipeta en ambos procesos. Como en cada operación se manejan millones de espermatozoides y sólo se requiere uno para la fecundación, resulta obvio que un espermatozoide del marido negro –que los tendría sanos y por tanto veloces y eficaces- se escapó del control y suplantó a los del europeo. Quejas y reproches Entre diversas lamentaciones sugirieron como remedios que el padre e hijos biológicos deberían conocerse y tratarse en el futuro, que tendrían que aceptar y resignarse a la interferencia extramatrimonial, y que, por supuesto, habría que poner más atención a la fecundaciones futuras, etc., etc… Pero a nadie se le ocurrió comentar que nada de esto hubiese ocurrido si todos hubieran respetado la Ley Natural. Concretémosla: todos los seres humanos tenemos el derecho a nacer dentro de una familia única, estable y armónica, como consecuencia del amor legítimo que se manifiestan nuestros padres. A éstos, ni la ansiedad o angustia de tener un hijo les confiere el derecho a saltarse la ley de Dios y engendrarlo por medios artificiales que, por cierto, suelen costar la vida de muchísimos embriones humanos –individuos vivos, únicos e irrepetibles de nuestra especieque tienen el mismo derecho que nosotros a venir al mundo. Aquí confluyen y se superponen el Sexto y el Quinto Mandamientos del Decálogo: “No adulterarás y no matarás”. En otras palabras, en este caso y en tantos otros, hubo un cambio de esposo –aunque aséptico, esto es un adulterio- y debieron engendrarse otros muchos embrioncitos humanos que no se llegaron a implantar y se congelaron o bien se eliminaron de forma cruel y arbitraria. ¡A lo mejor incluso se implantaron a otra incauta “mamá”! O si en la mujer de nuestro caso se le implantaron más de dos (como es costumbre) se procedió a una reducción embrionaria, que así llaman, con eufemismo, algunos ginecólogos al aborto selectivo de los excedentes. ¡Monstruoso!. El hombre, suplantando sacrílegamente a Dios, ha llegado a considerarse dueño y señor de la vida de otros hombres.