HOMILÍA en la celebración de acción de gracias por la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II en el día de San Juan Grande Santa Iglesia Catedral de Asidonia‐Jerez (3 de junio de 2014) En esta tarde, nos reunimos en nuestra catedral para celebrar el día de nuestro Patrón San Juan Grande y con la intención especial de dar gracias a Dios y manifestar nuestra la gratitud al Señor por la reciente canonización de los Santos Papas Juan XXIII y Juan Pablo II el pasado mes de abril. Cada vez que la iglesia canoniza a uno de sus hijos es un motivo de gozo para todos los fieles y en el caso de Juan Pablo II hay un motivo especial para nosotros por haber sido él quien canonizó a nuestro querido Patrón y erigió canónicamente nuestra Diócesis. Don del Señor para la Iglesia Los santos Juan XXIII y Juan Pablo II tuvieron una misión ciertamente singular recibida del mismo Señor, la de encabezar al Pueblo de Dios durante su peregrinación en este mundo. La de Juan XXIII, posibilitar la renovación de la Iglesia del siglo XX tomando conciencia de su propia naturaleza y tarea en este mundo. La de Juan Pablo II atravesar el umbral del mileno al frente de esta Iglesia invitándole a poner sus ojos y su confianza sólo en Cristo, abrirle sin miedo las puertas a Él en un momento especialmente complejo de la historia de la humanidad. Juan XXIII, después de toda una vida consagrada a la Iglesia en distintas tareas fue elegido como sucesor de Pedro ya en su ancianidad de modo que muchos pensaban que su pontificado sería de mera transición. Sin embargo, Dios tenía pensada otra cosa y es que los caminos del Señor no son nuestros caminos ni sus planes coinciden con los nuestros. Como verdadero hombre del Espíritu, dócil a sus inspiraciones convocó el concilio Vaticano II que como recordaba Benedicto XVI en la Carta de preparación del Año Santo, a los 50 años de su clausura ha sido la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con la fuerza de un “nuevo Pentecostés”, próximos como estamos a su celebración litúrgica, el Concilio dio un impulso decisivo para Iglesia, acercando el tesoro de la Palabra de Dios a los fieles, haciendo más comprensible y próxima la celebración litúrgica, redescubriendo el misterio de comunión que constituye el corazón más íntimo de la Iglesia, abriendo el camino al diálogo con el mundo y a la búsqueda de la unidad de los cristianos, recuperando el papel de los laicos desde su vocación bautismal, insistiendo en la llamada universal a la santidad. Y como estos, tantos otros frutos que hay que agradecer al Señor que nunca se desentiende de su Iglesia y que se valió de este instrumento San Juan XXIII continuado por el de Pablo VI, también providencial en la conducción del concilio y que, como se ha anunciado pronto será asimismo beatificado por la Iglesia. Juan Pablo II, en cambio fue el Papa elegido más joven del siglo XX había desarrollado su ministerio en un lugar y un tiempo maltratados por las dos grandes plagas del pasado siglo, el nazismo primero y el comunismo después y participaría decisivamente en los trabajos del concilio. Su llegada será providencial para que todo aquello que el Espíritu había dado a conocer en el 1 concilio se llevase a cabo. El anuncio valiente de Jesucristo que él llevó a cabo con sus innumerables viajes. El acercamiento del Evangelio a los jóvenes, tantas veces las principales víctimas de la demagogia materialista y hedonista ganándose su confianza y su corazón a través de las Jornadas Mundiales de la Juventud, recordándoles la verdad por más que fuese costosa. La defensa positiva de la familia cristiana, presentándola como un verdadero tesoro para la Iglesia y la sociedad, o de la vida a través de tantos documentos inolvidables en los que la Iglesia como verdadero custodio de los derechos de los más débiles, de los que no cuentan para el mundo pero sí para Dios. Igualmente podemos decir que toda su vida estuvo configurada a Cristo y este crucificado, que tuvo el colofón de una entrega hasta el final de las propias fuerzas. A él debemos la creación de nuestra diócesis en el año 1980 y por eso ha quedado entre nosotros, en nuestra catedral, nuestro testimonio de profunda gratitud y veneración con la erección del altar consagrado a su culto en la proximidad de Sagrario. Y es también por ello por lo que tras esta solemne celebración realizaremos una ofrenda floral en la que fue la primera estatua de él en España y que gracias al trabajo de mi predecesor, de la Unión de Hermandades y de la aportación popular del pueblo de Jerez, se erigió en la plaza a las puertas de la catedral. Dos hombres del Espíritu Por otra parte, teniendo de fondo las lecturas que se han proclamado, tanto Juan XXIII y Juan Pablo II, no sólo nos ofrecen la ocasión de agradecer al Señor el don que para la Iglesia han sido ellos, sino la de reflexionar y sacar algunas enseñanzas para nuestro caminar como Iglesia. Dos podemos destacar. La primera ser hombres del espíritu como nos decía Pablo en la primera lectura “Sabéis que no he ahorrado medio alguno, que os he predicado y enseñado en público y en privado, insistiendo a judíos y griegos a que se conviertan a Dios y crean en nuestro Señor Jesús. Y ahora me dirijo a Jerusalén, forzado por el Espíritu (Hch. 20, 21‐22). De hecho, más allá de las cualidades humanas, de orden natural, ambos Papas vivieron esta experiencia de Pablo y ambos fueron hombres que tuvieron su corazón abierto a la gracia santificadora del Espíritu. Y nada mejor a las puertas de pentecostés, que poner nuestra mirada en ellos y abrir nuestra vida y nuestro corazón a la Gracia Santificadora del Espíritu Santo para que podamos ser, como nuestros santos pontífices, auténticos testigos del amor de Dios en nuestro mundo. La segunda brota de la oración de la oración de intercesión en el discurso de despedida de Jesús antes de “ir al Getsemaní y comenzar la Pasión”. El Señor consuela a los discípulos, habla con el Padre y afirma: “Yo rezo por ellos”. Jesús reza por nosotros. Jesús no reza por el mundo, “reza por nosotros”, “reza por su Iglesia” (Jn 17, 1‐11). Pues bien si nos fijamos en el actuar de nuestros santos ante los acontecimientos difíciles que les tocó vivir, podemos descubrir que los dos tenían presentes esta oración de Jesús que hemos escuchado. Es decir, sus vidas descansaban en la certeza de que Jesús estaba con ellos. Pues bien, también nosotros ante las dificultades de los tiempos que vivimos, debemos tener presente que la historia la lleva el Señor y que contamos con la oración y la intercesión de Cristo al que se le ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra y camina con nosotros hasta el fin del mundo. Por tanto hermanos, emprendamos el camino de la nueva evangelización, manifestemos, como dice el Papa Francisco la alegría del Evangelio, y no tengamos miedo a nada pues la victoria final es de nuestro Dios. Y para concluir, seguimos el ejemplo de nuestros santos, manifestando nuestro amor a la Santísima Virgen, Madre de Dios y de la Iglesia y encomendamos nuestra Diócesis a nuestra Patrona la Inmaculada, trayendo ante Ella todos nuestros afanes y necesidades. Que Ella acoja la intercesión de nuestro Santo Patrono San Juan Grande en favor de todos los enfermos, así como la oración y la intercesión de nuestros Santos Juan XXIII y Juan Pablo II para que surjan vocaciones a la vida sacerdotal y consagrada entre nosotros. También le pedimos por nuestro presbiterio y por 2 nuestros hermanos sacerdotes fallecidos y especialmente por José y Fernando Rueda Cantarero y Manuel Abad Fajardo, que tras concluir la ceremonia serán inhumados en esta Catedral. Que así sea. + José Mazuelos Pérez Obispo de Asidonia‐Jerez 3