TEXTO 10: A.García Suárez En este interesante texto se plantea el problema de la inducción como un problema gramatical. La validez lógica (en el sentido de “deducibilidad”) es un requisito exigible a los argumentos deductivos (relaciones de ideas) pero inaplicable a los inductivos (cuestiones de hecho). No hay un proceso general de justificación de la inducción y no puede haberlo porque no hay normas generales. En este sentido podríamos decir que Hume planteo tanto el problema como la solución. Hume fue consciente de que el supuesto de que el futuro será conformable al pasado no puede ser justificado a posteriori, ya que toda justificación a posteriori tendría que presuponerlo. En el Inquiry escribe; “La prueba de esta última suposición por argumentos demostrables o argumentos sobre existencia deber evidentemente llevar a un círculo y dar por sentado lo que es el propio punto en discusión”. Las confusiones involucradas en el uso filosófico del principio de uniformidad de la naturaleza se enraízan en la consideración de este principio como una proposición que formula una verdad general, bien que abstracta, sobre la constitución del universo. Pero este principio no es una verdad concerniente al mundo sino un rasgo de nuestra imagen del mundo que proporciona un ideal en nuestras investigaciones científicas. Trata, para decirlo con el Tractatus, sobre la red y no sobre lo que la red describe. Como Wittgenstein lo expresa: “La naturaleza de la creencia en la uniformidad de los sucesos quizá se vuelva más clara en el caso en que sentimos miedo de lo que esperamos. Nada podría inducirme a poner mi mano en la llama, -por más que sólo en el pasado me he quemado. La creencia en que el fuego me quemará es del mismo tipo que el miedo a que me queme.” La idea es que si hablamos de la creencia en la uniformidad de la naturaleza nos estamos refiriendo a un rasgo fundamental de la vida humana. La creencia se manifiesta en una multitud de reacciones y expectativas. Creer en la uniformidad de la naturaleza no es algo distinto de actuar y reaccionar de esos modos en una multitud de casos. Tener la creencia es actuar y reaccionar así. La exigencia de una justificación de la inducción en general, en cuanto opuesta a la petición de que justifiquemos una particular inferencia inductiva, es una exigencia espuria. Como Strawson ha señalado, si un hombre me preguntara qué razones hay para pensar que es razonable sostener una determinada creencia inductiva, podría contestarla dando los fundamentos en los que se apoya. Fundamentar una creencia inductivamente obtenida significa entonces apelar a ciertas normas de validez inductiva. Pero si él formulase su pregunta con respecto a la razonabilidad del procedimiento inductivo en general, entonces su pregunta carecería de sentido, porque considerar razonable una creencia significa apelar a normas o patrones inductivos. Al aplicar los títulos “justificada”, “bien fundada” etc. a creencias inductivas especificas, apelamos a normas inductivas. ¿Pero a qué normas apelamos cuando preguntamos si la aplicación de las normas inductivas es justificada o bien fundada? Si no podemos contestar, entonces no se ha dado ningún sentido a la pregunta. Compáresela con la pregunta: ¿Es la ley legal? Así pues, nuestra conclusión es que el resultado de Hume es de naturaleza gramatical y no justifica el escepticismo en cuestiones de hecho y existencia. Decir que es imposible justificar la inducción es tanto como decir que el razonamiento inductivo no es deductivo, lo cual es una tautología. La tarea de la justificación de la inducción,. Tal como la propone el escéptico, equivale a la pretensión autocontradictoria de garantizar el que dos sucesos que no se implican lógicamente se impliquen lógicamente. Decir que no hay ningún objeto que implique la existencia de otro objeto si consideramos esos objetos en sí mismos equivale a decir que la proposición que afirma la ocurrencia del segundo no es entrañada por la proposición que afirma la ocurrencia del primero. En este sentido podemos concluir con Wittgenstein, “El Escepticismo no es irrefutable, sino claramente sin sentido si pretende dudar allí donde no se puede plantear una pregunta. Pues la duda sólo puede existir cuando hay una respuesta, y ésta sólo cuando se puede decir algo” Alfonso García Suarez, Historia y justificación de la inducción, en. Max Black Inducción y probabilidad, Ediciones Cátedra, Madrid 1979, pp.29 y 30.