Recuerdo tantas tardes paseando por le parque del Retiro... Creo que todos tenemos uno o varios rincones en este mundo donde perdernos solos, donde soñar e imaginar resulta más fácil. Es una zona tranquila, llena de paz y belleza en pleno centro urbano. Es un sitio lleno de personalidad, de historia, de cultura, de espectáculos, de naturaleza... Cuando eres capaz de observar y comprender todo lo que te rodea es cuando lo valoras de verdad. Recuerdo el Palacio de Cristal, donde imaginaba que vivía una princesa. Quién sino iba a vivir ahí. Debía de ser hermoso despertarse en un palacio donde no había paredes, sino que todo estaba hecho de cristal, veías a través de cualquier estructura. Todo era tan frágil y a la vez tan bello... La edificación tenía unas escaleras a modo de pasadizo secreto que llevaban hasta el lago del Palacio. También era de cristal y la princesa podía observar toda clase de peces raros y únicos que sólo se encontraban en el lago del Palacio de Cristal. Mientras caminaba imaginaba seres fantásticos escondidos en los jardines, en los árboles, en las fuentes, pues la belleza que expresaban me resultaba mágica. Estos seres acompañaban a la princesa. Sólo acudían a ella ya que se preocupaba por mantener el parque limpio y cuidaba de las plantas, de los árboles, de las rosas, de los patos, de las palomas. Nadie más los había visto. Me parecía que montar en las barquitas del estanque era toda una aventura marítima, y que tardaría días en ir de un extremo a otro. Sin embargo los barqueros, que eran gente humilde, se pasaban todo el día allí. Nadie sabe a dónde iban por las noches, nadie los veía llegar, ni marchar. Yo me los imaginaba entrando por unas pequeñas puertas en los grandes troncos de los árboles que pasaban desapercibidas, donde vivían las horas que no pasaban en sus queridas barcas. La princesa cuidaba de éstas, pintándolas, decorándolas, reparándolas. A cambio, los barqueros le regalaban coronas hechas con las flores más bellas y extravagantes que jamás había visto. Las estatuas imponían con su gran talante y pensaba que en cualquier momento se despegarían de los cimientos para venir a pasear conmigo. La princesa tenía largas charlas con ellas, pues eran seres de piedra muy antiguos con un gran conocimiento sobre la vida, la historia y la cultura del mundo. Cada día aprendía algo nuevo y tenía la necesidad de conservar y cuidar su parque. No sé si el libro El tesoro de las mariposas llegó a mis manos antes o después de que yo visitara el parque por primera vez. No sé si realmente veo ese sitio mágico porque lo leí antes, o, sin embargo, siento una conexión con ese lugar porque todo lo que pensaba de pequeña lo vi reflejado posteriormente en esas páginas. Sólo sé que recuerdo con especial cariño este libro donde tres hermanos viven una fantástica aventura en este parque rodeados de seres mágicos de todo tipo. Trata la importancia de la naturaleza y su diversidad, la cooperación, la generosidad, la imaginación y es un libro que siempre recordaré. Susana Gestal Jiménez El tesoro de las mariposas. Mª Antonia García Quesada. Anaya.