Un maestro heterodoxo Antropólogo, teólogo, filósofo de la cultura y monje de Montserrat, Lluís Duch es un pensador en y de los márgenes, una de las más lúcidas mentes del país y autor de una caudalosa obra que aúna rigor y singularidad, radicalidad y ponderación, compasión y excentricidad, compromiso cívico y heterodoxia. Impugnador de las más veneradas latrías del tiempo –así las del mercado, la tecnología, el identitarismo o la misma fe que críticamente profesa–, este francotirador de las ideas ha devenido una insoslayable voz en el ágora intelectual autóctona. Una entrevista y un análisis de su obra nos acercan un poco a este maestro heterodoxo Suele afirmar que el anthropos no tiene naturaleza sino condición: es contingente y ambiguo, equívoco y limitado. Un ‘ser finito capaz de infinito’, como los escolásticos querían, así como una ‘coincidencia de opuestos’. Todos esos rasgos pueden resumirse en la palabra ambigüedad, que es la marca propia de un ser que no posee respuestas a priori, sólo preguntas que suscitan respuestas siempre provisionales. De ahí que el esquema antropológico que uso se mueva entre la pregunta y la respuesta, una vía de acceso a nuestro ser que incorpora la contingencia y la duda, la vacilación y la deci- El mundo enfrenta una crisis global que se manifiesta crudamente en la economía, aunque la trasciende con creces. ¿En qué consiste y dónde nace? Este verano publicamos un artículo de opinión escrito a dos manos (El desahucio de las humanidades, en La Vanguardia, 1/VIII/2010) en el que expusimos que la actual crisis tiene muchos frentes, uno de los cuales es el patente desahucio que las humanidades están sufriendo. Aunque están siendo implacablemente podados, los saberes humanísticos son indispensables tera- El ser humano se halla siempre en peligro, y una de las funciones de la antropología debería ser su salvamento Todo indica que ese desahucio de los saberes críticos coincide con los cultos profanos a la tecnología y al mercado que hoy imperan. Así es. En general, los docentes han opuesto una casi nula resistencia a ese desahucio, impulsado por los ministerios y consejerías del ramo. La tecnolatría que suele aquejar a unos y a otros hace las veces de equivalente funcional de la religión. Y nace, además, de la crasa ignorancia de esa necesidad que tenemos los sujetos de aprender los variados registros de la condición humana, sin cesar enfrentada al mal y la beligerancia, la escasez y la incertidumbre. Y todo ello en nombre de una supuesta modernidad genuina, concebida en clave tecnocrática. cas y estéticas, amorosas y relacionales. Ese es el poliglotismo, el polifacetismo al que me refiero a menudo. Los vigentes procederes y sistemas educativos tienden a relegar las ciencias humanas y a limar las aristas críticas de las sociales, en paralelo a la erosión de la democracia y a la general deshumanización, como arguye Martha Nussbaum y usted mismo ha escrito. Ese diagnóstico salta a la vista en todos los ámbitos: se está produciendo una galopante degradación Nuestro país no vivió una Ilustración ni un Romanticismo cabales en su > Albert Chillón es profesor universitario, ensayista y escritor. Autor, entre otros libros, de ‘La condición ambigua. Diálogos con Lluís Duch’, que el próximo mes de enero publicará la editorial Herder. También colabora con Lluís Duch en ‘Antropología de la comunicación’, obra que constará de dos volúmenes y que editorial Herder publicará en el 2011 (el primero) y 2012 (el segundo) TEMA de la convivencia y, en suma, un proceso regresivo de deshumanización al que la postergación de las humanidades contribuye sobremanera. No aludo sólo a su supresión –algo muy significativo por sí–, sino ante todo a la mentalidad de quienes la promueven. Porque esos saberes hoy relegados cultivan nuestro poliglotismo de homines loquentes, la posibilidad de convivir en relativa armonía. Su destrucción se fragua en la primera enseñanza y culmina en la universidad, y sin duda provocará una desestructuración simbólica altamente nociva. Miércoles, 22 diciembre 2010 ¿Es el problemático equilibrio de logos y mythos –siempre complicados– insoslayable para la salud personal y colectiva? Evidentemente, porque esa apología de lo humano a la que aludo debería traducirse en una búsqueda de la salud personal y común, una cuestión de enorme alcance político. Pero la coimplicación entre logos y mythos –entre imagen y concepto– resulta capital porque somos un conjunto de facetas inconciliables entre sí, en principio. La vida humana es esa extraña, a menudo paradójica conjugación entre lo lógico, conceptual, analítico y experimental, por un lado, y lo mítico, intuitivo, sensorial e imaginal, por otro. La salud consiste en equilibrar ambas dimensiones. pias para sujetos y colectivos, hoy en día aquejados por un enfermamiento perceptible, por ejemplo, en el aumento de la violencia y en el silenciamiento del auténtico diálogo, que requiere crítica, pluralidad, duda y preguntas. Suelo citar la anécdota que cuenta Lao Tsé: cuando el señor de su territorio le encargó el gobierno, le preguntó cuál era la primera medida que quería tomar; “La renovación, la curación de la palabra”, le replicó el sabio. Todo empieza y acaba con la palabra, y por tal entiendo cualesquiera expresividades humanas, incluidas nuestras facetas éti- Cultura|s La Vanguardia Desde los años sesenta ha cultivado un pensamiento relativamente excéntrico y heterodoxo, situado en los márgenes de la filosofía, la antropología y la teología: una suerte de filosofía de la cultura, en propia confesión. Mi intención ha sido formular una antropología de cariz filosófico y simbólico entendida como apología de lo humano, y netamente distinta de las antropologías sociales y culturales de cuño francés y británico. Porque creo que el ser humano se halla siempre en peligro, y que una de las funciones de la antropología debería ser su salvamento. Se trata de entrar en diálogo con el mundo contemporáneo, ya que ese es el laboratorio con el que contamos los antropólogos: el cúmulo de relaciones que entablamos los sujetos. sión. Nuestra condición adverbial, en suma. 3 ALBERT CHILLÓN Todas las imágenes de estas páginas dedicadas al pensador catalán se tomaron durante un reciente paseo de Lluís Duch por la ciudad de Barcelona FOTOS LISBETH SALAS TEMA Miércoles, 22 diciembre 2010 Cultura|s La Vanguardia 4 > momento. ¿Qué efectos resultan de tal carencia? Esa carencia ha sido fatal y sigue siéndolo en múltiples planos: en el político y cívico, en el ético y religioso, en el cultural y universitario. Hoy en día vivimos una enorme confusión. En antropología, por ejemplo, resulta palmario: carecemos casi por completo de precedentes, ya que cuando se desarrollaron las grandes antropologías europeas –en la segunda mitad del siglo XIX– aquí sólo había un puñado de folkloristas que manejaban metodologías obsoletas. De modo que no disponemos de ese género de reflexión que en Europa generó la Modernidad. Lo que sí tuvimos fueron guerras civiles, una barbarie que prácticamente duró hasta bien mediado el siglo XX. El mesianismo, el populismo, la demagogia y el cinismo conforman una insidiosa patología que corroe los pilares de la democracia occidental, y muy en particular la que aquí renquea. Observo con aprensión la vida pública catalana y española, y me parece evidente que el cinismo contemporáneo –que nada tiene que Basta ver la televisión o leer periódicos para advertir que aquí se da una notable perversión de la palabra ver con el clásico– es uno de sus principales ingredientes. La derecha actúa con fraseologías de izquierda y esta hace otro tanto, ambas implicadas en una sobrecogedora subversión del lenguaje. Aquí se da una muy notable perversión de la palabra, empezando por las declaraciones de los líderes. Basta encender la televisión o leer los periódicos para advertirlo. Pero la verdadera democracia no se deja expresar con sustantivos, sino mediante verbos, y se pervierte –co- mo el símbolo, por cierto– cuando se da por lograda: es un experimento que se valida o invalida en el ejercicio de la libertad y la solidaridad, el humor y la justicia, la paz y la reconciliación. Y debe serlo ahora y aquí, no en un más allá nebuloso. El cinismo, la demagogia y los mesianismos son los mayores enemigos de la democracia, por más que se valgan de su retórica. Son muchos los ejemplos de que disponemos, aunque en general no saquemos las consecuencias debidas. El identitarismo ha devenido una de las mayores latrías del tiempo, acaso como reacción al pandemonio posmoderno y globalizador. ¿Qué reflexión le sugiere semejante deriva? El ser humano es en esencia relación, y debe ensayar incesantes equilibrios entre centro y periferia. Esta premisa resulta capital para entender la actual crisis de relación entre Catalunya y España. A partir de una comprensión esencialista y por completo ahistórica de la identidad y la tradición –de las raíces, en términos más religiosos–, desde el centro se pretende que todo sea centro, y desde la periferia, que todo sea periferia. El centro ha buscado consumar invasiones identitarias de la periferia, y esta ha respondido con proyectos dirigidos a la reconversión metafísica de la propia historia. El fruto de ello es la imposibilidad de que ambos polos entablen auténticas relaciones, que deberían caracterizarse por dar no sólo como inevitable, sino como creadora y provechosa, la existencia de sensibilidades distintas. De ello deriva también el aumento de la crispación, cuyo casi inevitable correlato –en ambos lados– es la aplicación de inmisericordes lógicas totalitarias, sobre todo por parte del más fuerte. Maximalismos –travestidos de falsa radicalidad– que en nuestro país fomentan mandarinatos y camarillas dotados de amplio eco. Se trata, en efecto, de capelletes re- Un pensamiento sugerente Una antropología de la ambigüedad Joan-Carles Mèlich es profesor titular de Filosofía de la Educación de la Universitat Autònoma de Barcelona. Autor de ‘Ética de la compasión’ (Herder, 2010) JOAN-CARLES MÈLICH No resulta nada fácil presentar en pocas palabras el itinerario intelectual de uno de los antropólogos más sugerentes y con una obra más personal de nuestro tiempo. En cualquier caso habría que señalar que es a partir del año 1995 cuando Lluís Duch responde de forma clara y concisa a la pregunta antropológica fundamental: “¿Qué es el ser humano?”. Para él, el hombre es un “empalabrador” de mundos. El sentido –así como el sinsentido– de la vida, la humanidad y la inhumanidad de las relaciones que establecemos con los demás, depende de ese “trabajo con la palabra” que siempre debería ser una palabra múltiple. Este es el punto El ser humano siempre será mítico y lógico, porque necesita de estas dos formas para orientarse en el mundo crucial alrededor del que gira la obra de nuestro autor. Frente a aquellas antropologías que abogan por un paso del mito al logos, del símbolo al signo, así como también en contra de aquellas que estiman necesario un retorno de lo mítico y que consideran que toda forma de racionalidad es perversa, Duch reitera que es necesaria una antropología de la complementariedad entre mito y logos, porque la salud de la vida depende de una (adecuada) tensión entra la pala- bra narrada y el concepto lógico. Lo inhumano, desde esta perspectiva, irrumpe en el momento en el que alguna de las dos formas expresivas excluye a la otra, cuando el mito o el logos se imponen unilateralmente. Según Duch, el ser humano siempre será mítico y lógico porque necesita de estas dos formas para orientarse (provisionalmente) en su mundo y, al mismo tiempo, eludir el caos. No se puede dar humanamente respuesta a la pregunta por el sentido de la existencia acudiendo sólo al mito o sólo al logos, porque es la tensión entre ambas la que deja siempre abiertas las preguntas fundacionales. Duch advierte del peligro que poseen los finales de trayecto canónicos, aquellas teorías, sistemas o instituciones que pretenden dar de una vez por todas una respuesta concluyente a la pregunta por el sentido. Hay que desconfiar de los que creen que han cruzado las puertas del paraíso y que, además, pretenden regresar para mostrarnos al resto de los mortales cuál es el camino. La logomítica es el término que aparece por primera vez al final de una de las obras mayores de Duch: Mito, interpretación y cultura. Aproximación a la logomítica (Herder, 1998) y, desde este momento, se convierte en el núcleo alrededor del cual gira todo su pensamiento, en especial su Antropología de la vida cotidiana, en seis gruesos volúmenes. El lector se encuentra aquí con una reflexión sobre la condición simbólica de la vida humana, mo suele afirmarse, sino todo lo contrario. Si somos humanos es porque nunca somos plenamente humanos, por eso hay que estar alerta frente a los que nos prometen estados paradisiacos, en los que la provisionalidad y la ambigüedad quedan definitivamente superadas. En su Antropología de la vida cotidiana Duch reflexiona sobre las que él llama “estructuras de acogida”. Precisamente porque los seres humanos somos animales simbólicos, esto es, finitos, vulnerables, frágiles, sometidos a incesantes e inacabables procesos de contextualización, porque no podemos eludir la historia y las historias, porque so- Religión y mundo moderno. Introducción al estudio de los fenómenos religiosos PPC, 1995 La educación y la crisis de la modernidad PAIDÓS, 1997. (1ª ed. 1984) Mito, interpretación y cultura. Aproximación a la logomítica HERDER, 1998. (1ª ed. 1995) Antropología de la religión HERDER, 2001. (1ª ed. 1997) Antropologia de la vida quotidiana (6 vol.) PUBLICACIONS DE L'ABADIA DE MONTSERRAT, 1999-2004 Estaciones del laberinto. Ensayos de antropología HERDER, 2004 Un extraño en nuestra casa HERDER, 2007 La paraula trencada. Assaigs d'antropologia PUBLICACIONS DE L'ABADIA DE MONTSERRAT, 2007 Religió i comunicació FRAGMENTA, 2010 ¿No es cierto que la principal vía de solución de la presente crisis pasa por la renovación del proyecto ilustrado y del Humanismo en su conjunto, ya no concebidos en clave logocéntrica sino logomítica, como usted propone? La noción de logomítica designa la coincidencia de opuestos que somos. La obsesión por ser sólo lógicos o bien sólo míticos es una falacia, porque logos y mythos son realidades complicadas. Al Romanticismo le faltó Ilustración, y a esta, Romanticismo. Además de ser épocas históricas, tal como suele entenderse, ambos conceptos designan vertientes cruciales de nuestra condición. Es menester agregar, por otra parte, que uno de los ideales mayores de la democracia occidental fue la formación del ciudadano, su presencia en la vida privada y pública como alguien responsable, justo y libre. La crisis global actual lo es de la democracia y del ciudadano mismo, que ha sido reemplazado por el consumidor, de acuerdo con Zygmunt Bauman. El sustrato de todo ello es más hondo, no obstante: una vasta y honda crisis gramatical que afecta a todas nuestras instituciones: la política, la religión, la educación, la economía, la familia, la comunicación mediática, el ocio… El conjunto de los cauces de socialización que llamo estructuras de acogida. ¿Cómo salir de este brete histórico, potencialmente explosivo dado que el Estado de bienestar y la misma democracia resultan cada vez más insostenibles? ¿Qué puede proponer la antropología filosófica que cultiva? La reforma del lenguaje a que Lao Tsé aludía puede parecerles a muchos una solución retórica e ingenua, y sin embargo estoy convencido de que sería harto eficaz si hubiese personas dispuestas a aplicarla más allá de los oropeles del poder y la gloria, hoy disfrazados de tecnocrática eficacia. Reformar el lenguaje implica muchas cosas. En primer lugar, la pacificación y armonía de los hablantes que tienen a su cargo las distintas estructuras de acogida: las relaciones afectivas y de parentesco (codescendencia); las cívicas, éticas y políticas (corresidencia); las culturales y religiosas (cotrascendencia); y las transmisiones que la comunicación mediática incluye (comediación). En segundo lugar, hacerse cargo de lo que el ser humano va siendo en el curso de su trayecto vital: ambigüedad y contradicción, incertidumbre y finitud, interioridad y exterioridad: de ahí que precise lenguajes y traducciones, y que sea un ser mediado y ritual, simbólico y empalabrador, narrativo y ético. Finalmente, esa reforma del lenguaje implica desvelar la capacidad crítica, ponderativa y discernidora de los sujetos, su aptitud para plantear preguntas y respuestas siempre provisionales y responder sí o no, crítica y sabiamente al tiempo. La supuesta eficacia tecnocrática nos está conduciendo al reino de la credulidad y la mansedumbre más primitivas y groseras. ¿Cómo, por qué, para qué ser religioso hoy, cuando el vaticanismo renquea y Dios ha dejado de ser una premisa? No sé si el vaticanismo ha llegado a su final, pero sí creo que el cristianismo continúa vivo porque sigue siendo marginal. Bloch decía que lo mejor de la religión es que provoca herejes. Las religiones, que han dado lugar a lo mejor y a lo peor, sólo lo son de veras cuando argumentan contra el sistema. Soy optimista acerca del futuro de un cristianismo profético y relativamente marginal, no sacerdotal como lo es ahora. | TEMA gidas por ortodoxias de lo más sacristanesco y clerical –no importa que se expresen anticlericalmente a veces– que cuentan con ubicua presencia. Estas camarillas y cofradías actúan como poderes fácticos decisivos que imponen sus puntos de vista en todos los ámbitos, si hace falta al precio de marginar y hasta de silenciar a quienes no acatan sus dictados. Miércoles, 22 diciembre 2010 BIBLIOGRAFÍA Selección de los títulos más significativos de la cincuentena que incluye la obra de Duch: Cultura|s La Vanguardia Ni optimista como Rousseau, ni pesimista como Hobbes; Duch insiste en que cada ser humano es ambiguo mos herederos de un mundo que no hemos escogido y porque deseamos lo infinito, porque vivimos expuestos al azar y a la contingencia… necesitamos ser acogidos y reconocidos. Esta es la función que realizan las tres estructuras de acogida: la familia, la ciudad y la religión. (A estas Lluís Duch, en colaboración con Albert Chillón, le ha añadido recientemente una cuarta, la comunicación mediática, que será motivo de una obra que en estos momentos está en proceso de escritura). La gran crisis que acecha al mundo contemporáneo puede explicarse por la fractura de las transmisiones que siempre y en todo momento han llevado a cabo las estructuras de acogida. La antropología de Duch es una antropología de la ambigüedad. Para comprender su planteamiento es necesario pensar que él se separa tanto de las antropologías optimistas (somos buenos por naturaleza, al modo de Rousseau o Marx) como de las pesimistas (somos intrínsecamente seres perversos, al modo de Hobbes o Freud). Duch insiste, una y otra vez, en que cada ser humano es ambiguo, y es en cada situación en la que se la juega. Precisamente porque somos seres finitos con deseos infinitos no tenemos más remedio que resolver los dilemas que nos plantea el mundo “en situación”, de forma aposteriorística, y, por lo mismo, toda respuesta no puede sino ser provisional. Duch pone nerviosos a muchos, sobre todo a aquellos que necesitan verdades tan firmes y seguras que ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos son capaces de conmover. En una palabra, este no es un pensamiento para dogmáticos ni para fundamentalistas, es una filosofía antropológica que requiere coraje y riesgo. Pero es el precio a pagar por nuestra condición humana, una condición que, hay que recordarlo una vez más, nunca podrá evitar la presencia de la contingencia: el mal, la beligerancia, la muerte… | 5 en la que resuenan los ecos de Ernst Cassirer, de Helmuth Plessner y de Hans Jonas. Somos seres excéntricos, seres que andamos permanentemente a la búsqueda de puntos de referencia que nos sirvan de orientación pero que, al mismo tiempo, jamás podemos encontrar. En otras palabras, por ser animales simbólicos, por no poder eludir el trabajo con símbolos, con infinitas mediaciones, la provisionalidad es el estado natural de los seres humanos y la ambigüedad su modo de ser en el mundo. Si en Mito, interpretación y cultura la cuestión giraba alrededor de la logomítica y de la complementariedad de los diferentes registros expresivos, en la Antropología de la vida cotidiana la temática se centrará en la capacidad simbólica. Siempre que hay humanidad hay símbolo, pero, precisamente por esta razón, siempre que hay humanidad existe la amenaza de lo inhumano. Esta idea es central en Lluís Duch. Lo humano no surge con el triunfo y la desaparición de lo inhumano, co-