Filosofía – Quinto Nicolás Olesker - 2015 Repartido 2 – David Hume la experiencia como origen y límite del conocimiento1 Datos biográficos e introductorios David Hume nació en Edimburgo, Escocia, el 26 de abril de 1711, siendo el hijo menor de una familia modesta. Su padre murió siendo él un niño, por lo que vivió con su hermano y su hermana bajo el cuidado de su madre. A pesar de que su familia quiso que estudiara derecho, desde joven Hume sentía gran atracción hacia la filosofía y el conocimiento en general y un gran interés por la figura y la obra de Isaac Newton. Estuvo parte de su vida en Francia donde estudió a Descartes y escribió sus primeras obras. Fracasó en David Hume el intento de ocupar las cátedras de ética en la Universidad de Edimburgo, y la de lógica en la Universidad de Glasgow (por ser considerado ateo y escéptico); sólo consiguió el puesto de bibliotecario en la facultad de derecho de Edimburgo. Luego ocupó un cargo en la embajada de París, donde alcanza un gran renombre, en 1769 se retira definitivamente, y muere en el año 1776. Su obra constituye una auténtica síntesis de los ideales políticos de la Ilustración y su filosofía constituye la formulación definitiva del empirismo británico. La primera obra de Hume, el Tratado de la naturaleza humana, publicada en 1739, expone ya los fundamentos definitivos de su filosofía, concebida como una ciencia del hombre, cuyas bases debían buscarse en el estudio de la naturaleza humana y de los límites de su conocimiento. En tratados posteriores, como Investigaciones acerca del entendimiento humano, Investigación sobre los principios de la moral e Investigación sobre las pasiones, Hume se limita a explicar las concepciones básicas de su sistema. Aparte de ello, escribió numerosos ensayos sobre temas políticos, históricos y económicos, entre los cuales cabe destacar la monumental Historia de Inglaterra, Discursos políticos e Historia natural de la religión. Hume vivió una época de profundas transformaciones y cambios radicales que se reflejarán en toda su obra como un intento de explicar y adecuarse a un nuevo mundo que está germinando. La ciencia moderna y la tecnología naciente pusieron en duda los cimientos del conocimiento clásico y meramente teórico (la filosofía racionalista, iniciada por Descartes). Es la experimentación y la constatación empírica la base sobre la que cimentar todo hallazgo científico que se precie de ser válido. Hume intenta aplicar el método inductivo de Newton para investigar la naturaleza humana, rechazando toda teoría o filosofía que se basara en hipótesis o presupuestos no contrastados con la experiencia y la experimentación. Para juzgar acerca de la validez de nuestras teorías científicas y las distintas ramas del conocimiento habrá que investigar, previamente, cómo conoce el hombre, y qué procesos cognoscitivos utiliza a la hora de construir teorías. El análisis del conocimiento Los elementos de la percepción: impresiones e ideas Para Hume, percepción es cualquier cosa que pueda presentarse en la mente, sea que empleemos nuestros sentidos, o que nos impulse la pasión, o que ejercitemos nuestro pensamiento y reflexión. La palabra percepción designa a todo contenido de la conciencia en general y a los actos en que estos contenidos se manifiestan. Las percepciones pueden ser de dos clases: impresiones e ideas. (…) podemos dividir todas las percepciones de la mente en dos clases o especies, que se distinguen por sus distintos grados de fuerza o vivacidad. Las menos fuertes e intensas comúnmente son llamadas pensamientos o ideas; la otra especie carece de un nombre en nuestro idioma, (…) llamémoslas impresiones, empleando este término en una acepción un poco distinta de la usual. Con el término impresión, pues, quiero denotar nuestras percepciones más intensas: cuando oímos, o vemos, o sentimos, o amamos, u odiamos, o deseamos, o queremos. 2 Cuando sentimos una emoción o pasión de cualquier tipo, así como cuando tenemos datos de objetos externos transmitidos por los sentidos, la percepción de la mente es una impresión. Cuando pensamos sobre una emoción o un objeto externo que no está presente, la percepción es una idea. El criterio que diferencia una idea de una impresión es la vivacidad, la fuerza con que están presentes en la mente. La diferencia entre ambas se corresponde aproximadamente a la diferencia entre sentir y pensar: “[hay una diferencia] entre las percepciones de la mente cuando un hombre siente el dolor (…) y 1 El presente texto, con excepción de las citas textuales, está bajo una licencia libre de Creative Commons CC-BY-SA 4.0, por lo cual puede ser copiado, modificado e impreso libremente, siempre y cuando se comparta con el mismo licenciamiento. El texto completo de la licencia puede leerse en http://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0/legalcode 2 Investigación sobre el entendimiento humano, Sección 2 1 cuando posteriormente evoca en la mente esta sensación o la anticipa en la imaginación” 3. Pero impresiones e ideas se puedes subdividir a su vez en simples y complejas: Existe otra división de nuestras percepciones que será conveniente observar y que se extiende a la vez sobre impresiones e ideas. Esta división es en simples y complejas. Percepciones o impresiones e ideas simples son las que no admiten distinción ni separación complejas son lo contrario que éstas y pueden ser divididas en partes. 4 Las impresiones simples no pueden dividirse en partes, serían por ejemplo escuchar un sonido, o ver un color determinado. Las impresiones complejas son agrupaciones de impresiones simples, ver una flor amarilla con un determinado aroma sería, por ejemplo, una impresión compleja. Ahora bien, ¿cuál es el vínculo entre mis impresiones y mis ideas? En tanto que empirista, no sorprende la afirmación del autor de que las segundas surgen de las primeras, estableciendo así la primacía de la experiencia en todo objeto de conocimiento: Las ideas simples son copias de las impresiones simples y siempre se parecen y se derivan de las impresiones que hemos tenido verdaderamente. Las ideas complejas son combinaciones de ideas simples y no necesitan reflejar ninguna combinación verdadera de impresiones (si lo hacen, y muy vivamente, son recuerdos 5) Así podemos pensar en dragones y otras cosas que nunca han sido percibidas.6 Veamos esta idea más en profundidad: Relación entre impresiones e ideas (…) aunque nuestro pensamiento aparenta poseer libertad ilimitada, encontraremos en un examen más detenido que, en realidad, está reducido a límites muy estrechos, y que todo este poder creativo de la mente no viene a ser más que la facultad de mezclar, trasponer, aumentar, o disminuir los materiales suministrados por los sentidos y la experiencia. Cuando pensamos en una montaña de oro, unimos dos ideas compatibles: oro y montaña, que conocíamos previamente. 7 Vemos que esta idea compleja (“montaña de oro”) surge de la mezcla de ideas simples (“montaña” y “oro”) cuyas impresiones originales no tienen conexión. Aparece también aquí la noción de idea como copia de la impresión; mediante este principio empirista, de que todos los materiales del pensar se derivan de nuestra percepción inmediata, interna o externa, concluirá Hume que la mente no puede engendrar nunca por sí sola una idea original. A su vez, en el Tratado de la naturaleza humana, afirma Hume que muchas ideas complejas parecen no tener impresiones que les correspondan, y aunque existe una gran semejanza entre las impresiones complejas e ideas complejas, no es universalizable, por tanto, la regla de que unas son copias exactas de las otras. Este problema parece solucionarse al estudiar las impresiones e ideas simples, dado que en este caso la semejanza es universal, siempre una impresión simple tiene una idea correspondiente y a la inversa, dice Hume: “La idea de rojo que formamos en la oscuridad y la impresión de éste que hiere nuestros ojos a la luz del Sol difieren tan sólo en grado, no en naturaleza.” Sucede así con todas nuestras impresiones e ideas simples, unas se corresponden con las otras. Examinada pues la semejanza entre impresiones e ideas simples, y dado que las ideas complejas son combinaciones de ideas simples, el problema planteado en un principio queda resuelto. Establece el filósofo, entonces, que toda idea precede, en última instancia, de una impresión a la que se corresponde y a la cual representa. Las ideas complejas surgen o bien de impresiones complejas (en general, los recuerdos) o bien de la combinación de ideas simples, y estas últimas proceden siempre de las impresiones. Este es el principio de copia o lo que Hume, en su Tratado, llama “primer principio de la ciencia de la naturaleza humana”, así lo expresa en el Libro primero de su Tratado: Este es, pues, el primer principio que establezco en la ciencia de la naturaleza humana y no debe despreciársele a causa de la simplicidad de su apariencia, pues es notable que la presente cuestión referente a la precedencia de nuestras impresiones e ideas es idéntica con la que ha hecho mucho ruido en otros términos, cuando se discutía si existían ideas innatas o si todas las ideas se derivaban de la sensación y reflexión. 8 Este principio constituye, a su vez, el criterio de validez del conocimiento, ya que para que una idea sea válida es necesario poder encontrar la impresión o impresiones de la/s que es copia: “(…) si albergamos la sospecha de que un término filosófico se emplea sin significado o idea alguna (como ocurre con demasiada frecuencia), no tenemos más que preguntarnos de qué impresión se deriva la supuesta idea, y si es imposible asignarle una esto serviría para 3 Aparece aquí una diferencia entre dos tipos de ideas, a saber: las ideas de la memoria (o recuerdo) y la imaginación. Hablamos de memoria cuando la idea conserva parte de la fuerza que tenía la impresión original y se encuentra en gran medida restringida a seguir el orden que tuvieron las impresiones de las que surge, llamamos imaginación a la idea mucho más débil, que pierde por completo la vivacidad de la impresión y no se halla limitada a seguir el mismo orden de las impresiones originales. 4 Tratado de la naturaleza humana, I,1,1. 5 Nótese en la cita la diferencia que se establece nuevamente entre memoria (recuerdo) e imaginación. 6 Urmson (dir), Enciclopedia concisa de filosofía y filósofos 7 Investigación sobre el entendimiento humano, Sección 2 8 Ibid 2 confirmar nuestra sospecha” 9 El criterio de certeza de las ideas para Hume es simple: una idea será “verdadera” cuando provenga de una impresión (o varias), cuando podamos señalar la/s impresión/es de la que proviene. De no poder hacerlo, dicho término “carece absolutamente de significación”. En la Investigación sobre el entendimiento humano, Hume utiliza dos argumentos para demostrar este principio de copia: el primero de ellos establece que “cuando analizamos nuestros pensamientos o ideas por muy compuestas o sublimes que sean, encontramos siempre que se resuelven en ideas tan simples como las copiadas de un sentimiento o estado de ánimo precedente”, (que simplemente han sido combinadas con otras o se les ha aplicado alguna facultad de la mente), es este el caso de la idea de Dios, que surge al aumentar indefinidamente las operaciones de nuestra propia mente; en el segundo argumento plantea que “si se da el caso de que un hombre, a causa de algún defecto en sus órganos, no es capaz de alguna clase de sensación, encontramos siempre que es igualmente incapaz de las ideas correspondientes”, ejemplos claros de esto son los hombres ciegos, que no son capaces de formarse ideas de color, o los sordos, que no pueden formar ideas de sonidos. Cabe hacer aquí una aclaración para evitar confusiones. Se ha dicho en primer lugar que a juicio de Hume toda idea proviene, en última instancia de la experiencia (de una impresión) y se ha dicho también que el criterio de validez de una idea es poder hallar la impresión de la que proviene, y que de no poder hacerlo debemos desechar esa idea como falsa. Esto puede parecer en una lectura rápida como una contradicción, pero no es así. Se están presentando dos aspectos diferentes de la teoría: en primer lugar se habla de la formación de las ideas; aquí es donde se afirma que todas ellas provienen de la experiencia, ya que las ideas simples provienen de impresiones simples y las ideas complejas o bien de impresiones complejas o bien de la mezcla de otras ideas, formadas de ideas simples, que en definitiva provienen de impresiones. En segundo lugar, con el criterio de validez de las ideas se habla de “la existencia real” de lo que designan tales ideas, y es aquí donde unas pueden designar un objeto real y otras no. Ejemplifiquemos esta diferencia con las ideas de “Casa” y de “Dios”. En el primer sentido podemos afirmar que ambas ideas provienen de la experiencia humana, ya que la idea de casa proviene de la impresión (percepción) de una casa, mientras que la idea de dios puede ser explicada como originada partiendo de la idea de hombre y sus características pero llevando a la máxima perfección cada una de estas características. Y puesto que es una operación mental sobre una idea que proviene de la experiencia (la idea de hombre surge de la impresión de un hombre), podemos decir que, en última instancia, la idea de dios también proviene de la experiencia. Caso distinto es en el segundo sentido, al aplicar el criterio de validez. Podemos decir que la idea de casa es una idea verdadera, esto es, designando un objeto existente o con un significado real, ya que podemos mostrar la impresión de la que proviene. Pero al intentar aclarar qué está designando la idea de dios, no podemos hallar una impresión correspondiente, por lo tanto, debemos desechar esta idea, pues no designa nada real. Así, ambas se han formado en la mente humana con elementos provenientes de los sentidos, pero una designa una entidad existente y otra no. 10 Tipos de impresiones: de la sensación y de la reflexión Las impresiones pueden ser divididas en dos géneros: las de la sensación y las de la reflexión. El primer género surge en el alma, originariamente por causas desconocidas. El segundo se deriva, en gran medida, de nuestras ideas y en el siguiente orden. Una impresión nos excita a través de los sentidos y nos hace percibir calor o frío, sed o hambre, placer o dolor de uno u otro género. De esta impresión existe una copia tomada por el espíritu y que permanece después que la impresión cesa, y a esto llamamos una idea. La idea de placer produce, cuando vuelve a presentarse en el alma, las nuevas impresiones de deseo y aversión, esperanza y temor que pueden ser llamadas propiamente impresiones de reflexión porque derivan de ella. Estas son a su vez copiadas por la memoria e imaginación y se convierten en ideas que quizá a su vez dan lugar a otras impresiones e ideas; de modo que las impresiones de reflexión no son sólo antecedentes a sus ideas correspondientes sino también posteriores a las de sensación y derivadas de ella. 11 Las impresiones de la sensación son aquellas que experimentamos utilizando nuestros órganos sensoperceptuales: vista, oído, tacto, olfato. Las impresiones de la reflexión son aquellas que se derivan de otras ideas: por ejemplo si nos encontramos en una situación en la que tenemos la impresión de frió acompañada de la impresión de dolor (sentimos frío y dolor- impresión de sensación), cuando esta situación pasa queda en nuestra mente la idea de frío y dolor, al recordar dicha situación esa idea de frío puede producir y asociarse a una nueva impresión, la de aversión, rechazo. Esta nueva impresión es lo que Hume denomina una impresión de la reflexión, que puede, a su vez, ser copiada, convertida en idea de la reflexión. Las impresiones de la reflexión son así, posteriores a la idea de la sensación, pero estas últimas son copias y dependen enteramente de una impresión de la sensación precedente y origen 9 10 11 Ibid. El caso de dios es particular, pues por su propia definición no puede ser percibido por los sentidos, así que bajo ningún concepto puede ser aceptada por el empirismo como algo real y existente. Con otras ideas cuya impresión no se ha percibido, pero podría suceder en algún momento que así fuera (pongamos por caso, un unicornio) no podemos rechazar en términos absolutos su existencia, pero tampoco estamos habilitados a afirmarla. Tratado de la naturaleza humana ,I,1,1 3 de toda la cadena. Por ello, Hume afirma con rotundidad la primacía y anterioridad de las impresiones en el conocimiento. Todo nuestro conocimiento tiene su base y origen en los datos inmediatos de la experiencia. Asociación de ideas Como todas las ideas simples pueden ser separadas por la imaginación, y pueden ser unidas otra vez en la forma que le plazca, nada sería más inexplicable que las operaciones de esa facultad, si no estuviera guiada por algunos principios universales, que la hicieran, en alguna medida, uniforme consigo misma en todos los tiempos y lugares.12 Las ideas no se encuentran desconectadas en la mente, por un lado, la imaginación tiene un gran poder y libertad para mezclar y combinar a su gusto dichas ideas, pero existe también, en las ideas en sí mismas, una especie de “atracción natural”. Así, los principios o leyes universales de asociación de ideas de las que habla serían: semejanza, contigüidad (en el tiempo o en el espacio) y causalidad (causa-efecto). En la Investigación…, ejemplifica estos principios de la siguiente forma: Semejanza: una pintura conduce naturalmente nuestros pensamientos al original. Contigüidad: la mención de la habitación de un edificio lleva a preguntar naturalmente acerca de las demás. Causaefecto: si pensamos en una herida resulta difícil no pensar naturalmente en el dolor consiguiente. Según Hume, pues, son estas tres leyes las únicas que permiten explicar la asociación de ideas, de tal modo que todas las creaciones de la imaginación, por delirantes que puedan parecernos, y las sencillas o profundas elaboraciones intelectuales, por razonables que sean, les están inevitablemente sometidas. Los objetos del entendimiento Ya ha explicado el autor cuáles son los elementos con los que “trabaja” el entendimiento humano; ha presentado también como se vinculan parte de esos elementos, las ideas. Pero la mente humana no es una mera colección de ideas sueltas, yo no conozco el mundo a través de ideas (como caballo, mesa, hombre, etc.) sino que lo que se puede llamar propiamente conocimiento son ciertas afirmaciones sobre el mundo, esto es, juicios que vinculen ideas (este hombre es alto, la mesa está rota, etc.). La cuestión será, entonces, determinar cuáles son las formas posibles de conocimiento: Todos los objetos de la razón e investigación humana pueden dividirse en dos grupos: relaciones de ideas y cuestiones de hecho; a la primera clase pertenecen las ciencias de la Geometría, Álgebra y Aritmética y, brevemente, toda afirmación que sea intuitiva o demostrativamente cierta. Que el cuadrado de la hipotenusa es igual al cuadrado de los dos lados es una proposición que expresa la relación entre estas partes del triángulo. Que tres veces cinco es igual a la mitad de treinta expresa una relación entre estos números. 13 Todo el conocimiento puede agruparse en: relaciones de ideas y cuestiones de hecho. La característica de los objetos del primer grupo, las relaciones de ideas, es que pueden ser conocidos independientemente de lo que exista "en cualquier parte del universo". Dependen exclusivamente de la actividad de la razón, ya que una proposición como "el cuadrado de la hipotenusa es igual al cuadrado de los dos lados de un triángulo rectángulo" expresa simplemente una determinada relación que existe entre los lados del triángulo, independientemente de que exista o no exista un triángulo en el mundo. Esto es, está vinculando propiedades de ideas y no de objetos reales. De ahí que Hume afirme que las verdades demostradas por Euclides conservarán siempre su certeza. Las proposiciones de este tipo expresan simplemente relaciones entre ideas, de tal modo que el principio de contradicción sería la guía para determinar su verdad o falsedad. La matemática pura expresa verdades de razón, relaciones formales entre ideas, sin atender para nada a cuestiones de existencia, es decir, con independencia de lo que pueda existir en el universo. Son verdaderas simplemente porque el negarlas sería contradictorio. En esta clase de conocimientos (y sólo en esta) es posible la necesidad y la universalidad. Pero si bien es cierto que podemos tener plena certeza de su verdad, también es cierto que las relaciones de ideas no nos aportan ninguna información sobre el mundo físico real. El segundo tipo de objetos de la razón, las cuestiones de hecho, son aquellas que hablan sobre estados de situaciones concretos del mundo, por ejemplo, “el día está lluvioso”, “los metales se dilatan al calor” o “mañana saldrá el sol”. Este tipo de conocimientos no pueden ser investigados de la misma manera, ya que lo contrario de un hecho es, en principio, siempre posible. No hay ninguna contradicción lógica, dice Hume, en la proposición "el sol no saldrá mañana", ni es menos inteligible que la proposición "el sol saldrá mañana" (esto es, no es una situación imposible de ocurrir como sí lo es que un triángulo tenga cinco lados). No podríamos demostrar su falsedad recurriendo al principio de contradicción. ¿A qué debemos recurrir, pues, para determinar si una cuestión de hecho es verdadera o falsa? Pues, a la experiencia. La forma de saber si la frase “el día está soleado” es verdadera es observar si efectivamente el día está soleado o no. Sin embargo, cuando hablamos de cuestiones de hechos más generales (y más importantes por eso 12 13 Ibid., I,1,4 Investigación sobre el entendimiento humano, sección 4 4 mismo) aparece un nuevo elemento: la idea de causalidad, uno de los principios fundamentales de la asociación de ideas. Puesto qué otra cosa significa “todos los cuerpos son atraídos al centro de la tierra por la Gravedad” si no que la Gravedad es la causa de la caída de los cuerpos que son su efecto. Lo mismo podríamos decir al respecto de “los metales se dilatan al calor”, “la luna influye sobre las mareas”, “la medicación x cura la enfermedad y”, y en general toda proposición que hable sobre el mundo (y en particular todo enunciado científico). Todos los razonamientos sobre cuestiones de hechos parecen estar fundados, nos dice el filósofo, en la relación de causa y efecto. Pues si existe alguna relación entre los objetos que nos importe conocer a la perfección es, indudablemente, la de causa y efecto. Sobre ella se fundamentan todos nuestros razonamientos relativos a las cuestiones de hecho o de existencia. 14 Si estamos convencidos de que un hecho ha de producirse de una determinada manera, es porque la experiencia nos lo ha presentado siempre asociado a otro hecho que le precede o que le sigue, como su causa o efecto. Si oímos una voz en la oscuridad, estamos seguros de la presencia de una persona: no porque hayamos alcanzado tal seguridad mediante un razonamiento lógico, sino que surge enteramente de la experiencia, cuando encontramos que objetos particulares cualesquiera están constantemente unidos entre sí. Las causas y efectos, por lo tanto, no puede ser descubiertas por la razón, sino sólo por experiencia. Pero si bien las cuestiones de hecho sí nos informan sobre el mundo, no podemos tener sobre ellas certeza absoluta, pues, dirá Hume, el principio de causalidad no puede establecerse con necesidad: La crítica al principio de causalidad Según Hume, la relación causal se ha concebido tradicionalmente como una "conexión necesaria" entre la causa y el efecto, de tal modo que, conocida la causa, la razón puede deducir el efecto que se seguirá, y viceversa, conocido el efecto, la razón está en condiciones de remontarse a la causa que lo produce. Si observamos cualquier cuestión de hecho, por ejemplo el choque de dos bolas de billar, nos dice Hume, observamos el movimiento de la primera bola y su impacto sobre la segunda, que se pone en movimiento; y suponemos que el movimiento e impacto de la primera bola es una causa cuyo efecto es el movimiento de la segunda. En esto caso, tanto a lo que llamamos causa (movimiento e impacto de la bola) como a lo que llamamos efecto (movimiento de la otra bola) les corresponde una impresión, siendo, por tanto, verdaderas dichas ideas. Pero al hablar de causalidad estamos convencidos de que si la primera bola impacta con la segunda, ésta se desplazará puesto que suponemos una "conexión necesaria" (algo que no puede no suceder en esas condiciones) entre la causa y el efecto: ¿Pero hay alguna impresión que le corresponda a esta idea de "conexión necesaria"? No, dice Hume. Lo único que observamos es la sucesión entre el movimiento de la primera bola y el movimiento de la segunda; de lo único que tenemos impresión es de la idea de sucesión, pero por ninguna parte aparece una impresión que corresponda a la idea de "conexión necesaria", por lo que hemos de concluir que la idea de que existe una "conexión necesaria" entre la causa y el efecto es una idea falsa (por el criterio de validez antes planteado). No percibimos que la causa del movimiento de la segunda bola sea el impacto de la primera, sólo percibimos sus movimientos e impactos, pero nunca la causalidad. ¿De dónde procede, pues, nuestro convencimiento de la necesidad de que la segunda bola se ponga en movimiento al recibir el impacto de la primera? Del hábito, o la costumbre: al haber observado siempre que los dos fenómenos se producen uno a continuación del otro, produce en nosotros el convencimiento de que esa sucesión es necesaria. Pero sólo hemos percibido contigüidad espacial y temporal, pero no causalidad: Cuando se nos presenta cualquier evento u objeto natural, nos es imposible, a pesar de nuestra sagacidad (…), descubrir, o siquiera conjeturar, sin la experiencia, qué evento resultará de ello (…). Incluso después de un caso o experimento donde hemos observado que determinado evento sigue a otro, no podemos formular una regla general, ni predecir lo que ocurrirá en casos similares; siendo justo considerar una temeridad imperdonable juzgar el conjunto del devenir de la naturaleza a partir de un solo experimento, por preciso o infalible que éste sea. Pero cuando una especie determinada de evento ha estado siempre, en todos los casos, unida a otra, dejamos de tener escrúpulos a la hora de predecir uno por la aparición del otro, y de utilizar ese razonamiento, el único que puede confirmarnos cualquier estado de los hechos o de la existencia. Entonces llamamos a un objeto causa y al otro, efecto. Suponemos que existe alguna conexión entre ellos, algún poder en la una para producir de manera infalible el otro, y que opera con la mayor de las certezas y la más poderosa de las necesidades. Así, aparentemente, esta idea de conexión necesaria entre eventos surge de una serie de casos similares que se dan por la conjunción constante de dichos eventos; no porque esa idea pueda ser sugerida nunca por ninguno de estos casos, aunque se examinen bajo todas las luces y posiciones posibles. Sin embargo, en un número determinado de casos no hay nada distinto de cada caso particular que se suponga que sea exactamente similar; salvo, únicamente, que tras una repetición de casos similares la mente se deja llevar por el hábito: ante la aparición de un evento, espera su habitual seguimiento, y cree que existirá. Esta conexión, por tanto, que sentimos en la mente, esta transición rutinaria de la imaginación desde un objeto a su normal seguimiento, es el sentimiento o la impresión de la que formamos la idea de poder o conexión necesaria. No hay nada más en el caso. Contemplemos el tema desde todos los lados; no encontraremos nunca ningún otro origen a esa idea. Ésta 14 Investigación sobre el entendimiento humano, Sección 7 5 es la única diferencia que existe entre un caso, del que nunca podemos recibir la idea de conexión, y una serie de casos similares, que la sugieren. La primera vez que el hombre vio la comunicación del movimiento a través del impulso, como cuando chocan dos bolas de billar, no pudo decir que un evento estaba conectado al otro; sino tan solo que uno estaba unido al otro [espacial y temporalmente]. Tras haber observado varios casos de la misma naturaleza, entonces es cuando dice que están conectados. ¿Qué ha cambiado para que surja esta nueva idea de conexión? Nada, salvo que él ahora siente que estos eventos están conectados en su imaginación, y que puede predecir al punto la existencia de uno de la aparición del otro. Así pues, cuando decimos que un objeto está conectado a otro, sólo significamos que han adquirido una conexión en nuestro pensamiento, y que da lugar a esta inferencia por la que cada uno se convierte en la prueba de la existencia del otro. (…) Toda idea está copiada de alguna impresión o sentimiento que la precede, y allí donde no podamos hallar ninguna impresión, podemos tener la certeza de que no existirá ninguna idea. En todos los casos particulares de la operación de cuerpos o mentes, no existe nada que produzca ninguna impresión, por lo que consecuentemente no puede sugerir ninguna idea de poder o conexión necesaria. Sin embargo, cuando aparecen muchos casos uniformes y el mismo objeto es siempre seguido por el mismo evento, entonces empezamos a tener la noción de causa y conexión. Entonces sentimos una nueva emoción o impresión, a saber, una conexión, por costumbre, en el pensamiento o la imaginación, entre un objeto y su habitual seguimiento; y esta emoción es el original de aquella idea que estamos buscando.15 Lo único que observamos son dos hechos, “A y B”. Pero al observarlo reiteradas veces (A y B, A y B, A y B, A y B…) pasamos de la afirmación de que “A y B” a la afirmación de que “A entonces B”. Pero ¿es esto algo lícito? ¿Hay alguna diferencia entre un caso y cientos? ¿Es, en definitiva, esta conexión necesaria que suponemos entre los objetos real? Pues no, ya que no hay ninguna impresión que nos “muestre” tal conexión necesaria. ¿Y cómo surge en nuestra mente entonces tal idea? Surge de nuestra propia mente, es el hábito en nuestra imaginación la impresión que da lugar a la idea, pero que esa impresión exista en nuestra mente no significa que existe en la realidad. En realidad nunca podemos decir con certeza que un acontecimiento causó al otro. Todo lo que sabemos es con seguridad que un acontecimiento está correlacionado con el otro. Para describir esto, Hume acuñó el término conjunción constante. Que consiste en que cuando vemos cómo un acontecimiento siempre causa otro lo que en realidad estamos viendo es que un acontecimiento ha estado siempre en conjunción constante con el otro. En consecuencia, no tenemos ninguna razón para creer que el primero causó al segundo, o que continuarán apareciendo siempre en conjunción constante en el futuro. La razón por la que presentamos este comportamiento no es que la causa-efecto sea el comportamiento de la naturaleza, sino los hábitos de la psicología humana. ¿Cuál es, pues, el valor del principio de causalidad, estrictamente? El principio de causalidad sólo tiene valor aplicado a la experiencia, aplicado a objetos de los que tenemos impresiones y, por lo tanto, sólo tiene valor aplicado al pasado, dado que de los fenómenos que puedan ocurrir en el futuro no tenemos impresión ninguna. Contamos con la producción de hechos futuros porque aplicamos la inferencia causal; pero esa aplicación es ilegítima, por lo que nuestra predicción de los hechos futuros no pasa de ser una mera creencia, por muy razonable que pueda considerarse. Dado que la idea de que "conexión necesaria" ha resultado ser una idea falsa, sólo podemos aplicar el principio de causalidad a aquellos objetos cuya sucesión hayamos observado: ¿Cuál es el valor, pues, de la aplicación tradicional del principio de causalidad al conocimiento de objetos de los que no tenemos en absoluto ninguna experiencia? Ninguno, dirá Hume. La conexión entre los hechos se halla en el pensamiento, mas no en el mundo físico. En ningún caso la razón podrá ir más allá de la experiencia. 16 Este planteo, evidentemente, quita toda fuerza a la idea de causalidad. No obstante, reconoce Hume, tanto nosotros como otros animales tenemos una tendencia instintiva a creer en la causación debido al desarrollo de hábitos de nuestro sistema nervioso, una creencia que no podemos eliminar y que en la cotidianeidad hasta puede resultar útil, pero, en definitiva, una creencia que no podemos probar mediante ningún argumento y por tanto, que nunca podemos tomar como certeza17. 15 16 17 Ibid Esta idea lo que conduce a una nueva crítica de los conceptos metafísicos (dios, alma, espíritu) cuyo conocimiento está basado en esa aplicación ilegítima del principio de causalidad (como cuando afirmamos que debe existir un dios, puesto que el mundo debe tener una causa de su creación). Si un día el mundo dejara de funcionar con las leyes con las cuales ha venido funcionando no habría contradicción lógica alguna. 6