Domingo 4º de Adviento, ciclo B EL «FIAT» DE MARÍA por ALOÏS MÜLLER La respuesta de María [al ángel] es un acto de fe perfecto y total, un acto que refleja exactamente la naturaleza del dialogo humano, al igual que el designio inmutable de la revelación y de la gracia refleja la naturaleza del «Tú» divino. Ecce ancilla domini, he aquí la sierva de Yahvé (la esclava, la posesión), expresa una actitud básica de entrega total a Dios, que es lo que constituye el «creer». María no dice primeramente «creo», en el sentido de quien en su entendimiento tiene algo por verdadero. Esta fe se da ya por supuesta y está incluida en el acto mucho más amplio de una entrega absoluta a Dios, un Dios a quien ya desde hace tiempo se conoce y que constituye una realidad existencial, pero que actúa de una manera totalmente nueva y más profunda por medio de esa entrega, que influye a su vez en el conocimiento. Sobre la base del ecce ancilla se levanta el fiat mihi, hágase. Esta forma verbal no es una afirmación puramente objetiva, sino que incluye la voluntad de la persona que habla. María no constata, sino que desea, asiente gozosamente, se coloca personalmente del lado del suceso. Se trata del núcleo subjetivo indivisible en el diálogo que el hombre mantiene con Dios en la fe, del elemento más íntimo de la respuesta humana. Dios, mediante la fe, opera esta respuesta, que, por otro lado, pertenece al hombre con toda la intensidad con la que algo puede pertenecer a una persona libre y creada. Este estado de cosas queda recogido en la forma «mihi», en mí. María no coloca su persona en el puesto del sujeto que actúa, sino en el de aquel a quien le ocurre algo. Así queda testimoniada la incontestable soberanía de la acción divina. El deseo expresado en el fiat no se refiere a una acción suya propia, sino a la acción de Dios a dejar que Dios realice algo. En la respuesta de María a la revelación de Dios se refleja la actitud de la fe perfecta; y esta queda referida a la comunicación más perfecta y mas básica del Dios redentor. Es la razón de que en su respuesta se realizara también el acto básico de la redención de la humanidad, ya que se trata de un «acto» de la humanidad, es decir, de la respuesta que acepta con fe. [...] La anunciación constituye, por su parte, la mayor gracia en favor de María que puede imaginarse. No existe ninguna otra forma de gracia que el participar como miembro en la humanidad de Cristo, ni existe ninguna forma superior de esta participación que el ser madre de esa humanidad, una maternidad aceptada por fe. Esto fue lo que hizo María con su “sí”. De ahí que por su maternidad se haya realizado en su gracia la «plenitud de los tiempos». El concepto de plenitud de gracia ha alcanzado, ahora también en el tiempo, todo su sentido. Pero la plenitud de gracia de la maternidad divina como obra de la fe tiene a su vez una ley de desarrollo. En la anunciación le fue dicho a María que su Hijo sería grande y que éste recibiría de Dios el trono de David. Aceptarle significa necesariamente aceptar un determinado destino. El Mesías no es un cualquiera. Estar vinculada a él como madre significa estar vinculada a una vida muy decisiva, muy inquieta, por más que los por-menores no le fueran aún revelados a María. En las distintas fases de la vida de su hijo, a María le serán asignados papeles nuevos. Pero, en todo caso, ninguno de esos papeles supera ni alcanza el papel de su maternidad fiel y virginal, sino que es siempre una simple forma o consecuencia de ésta. La actitud que mantendrá María junto a la cruz no será tampoco más que la disponibilidad para ser madre del Mesías. Por eso la anunciación es realmente el acontecimiento central en la vida de María, a partir del cual, hacia adelante y hacia atrás, puede explicarse y desarrollarse todo. Mysterium salutis, vol. 3, tomo 2, Cristiandad, 1969, p. 465-466, 470 MONESTIR DE SANT PERE DE LES PUEL·LES