Hiperespecialización turística y desactivación del patrimonio. La gestión eclesiástica del Patio de los Naranjos de la Catedral de Sevilla. Javier Hernández Ramírez1 Museificación y gestión del patrimonio en ciudades monumentales Hasta hace unas pocas décadas, el turismo se asociaba sobre todo al viaje a lugares especializados en la oferta de ocio hedonista, que se encontraban separados tanto temporal como espacialmente del mundo del trabajo y la cotidianidad (Meethan, 2001). En este contexto, sólo unas pocas ciudades muy emblemáticas participaban en el mercado turístico. Hoy, sin embargo, los flujos de turistas se desplazan en cualquier fecha del año a destinos insospechados anteriormente, tales como antiguas zonas fabriles, astilleros, minas... y, como no, a ciudades, que se van transformando en ámbitos privilegiados para el consumo cultural. Tras la crisis de los centros industriales, los tradicionales destinos urbanos han encontrado en otras muchas ciudades nuevos competidores en el mercado turístico que ofertan la singularidad para el ocio, la diversión y la visita cultural. El fenómeno, que algunos autores celebran como el paso “de la ciudad activa a la ciudad festiva”, “de la ciudad del trabajo a centro de deseo” (Cazes, 1998), tiene consecuencias muy importantes en el desarrollo urbanístico de los destinos, en los usos que se hacen del espacio y en la evolución de los contenidos simbólicos del patrimonio cultural. Aunque la oferta turística es cada día más diversificada (parques temáticos, grandes eventos, nueva arquitectura y urbanismo, etc.), el destino principal de las ciudades monumentales es casi siempre su casco histórico. En estos 1 Es Doctor en Antropología Social y profesor del Departamento de Antropología Social de la Universidad de Sevilla (Andalucía, España). Sus temas de investigación se centran en los campos de la Antropología del Turismo, el Patrimonio Cultural y la Antropología Urbana. Premio de Investigación Archivo Hispalense 1997, Sección de Ciencias Sociales, en los últimos años ha participado en distintos proyectos que estudian los procesos de activación del patrimonio cultural a través del turismo y el creciente protagonismo del movimiento de defensa del patrimonio. Este trabajo fue presentado en el V Coloquio Internacional Religión y Sociedad que, con el tema específico Patrimonio Cultural, Religión y Turismo, se celebró en Sevilla del 24 al 26 de mayo de 2007. espacios se establece un circuito, normalmente llamado cultural, que recorre un territorio donde se han fijado una serie de hitos patrimoniales de obligada visita, que son presentados como lo fundamental e imprescindible: “lo que hay que ver, esos puntos de las guías marcados de poder evocador y de valores simbólicos” (Delgado, 2003:358). De este modo la práctica turística adquiere un carácter ritualizado: una especie de peregrinación que discurre por unas zonas concretas, que antaño constituyeron el centro neurálgico y simbólico, pero que en los destinos de más éxito y afluencia se transforman en un territorio turístico cada día más ajeno al pulso cotidiano de la ciudad. La ciudad histórica embarcada en el mercado turístico trata de atraer al mayor número de viajeros ofertando la singularidad de su casco antiguo, que es presentado como el centro simbólico donde se deposita y concentra la esencia del conjunto urbano. En esta labor intervienen activamente el mercado y los poderes públicos que construyen y promueven una imagen específica, mediante la selección de elementos patrimoniales y rasgos culturales que son integrados en un discurso comprensible y simplificado, que se destina a un visitante que, normalmente, dedica a la experiencia un corto periodo de tiempo (De la Calle, 2002, Cazes, 1998). Paralelamente, y en consonancia con la personalidad ofertada, las ciudades son también recreadas arquitectónicamente, a través de la restauración del patrimonio monumental y la adopción de una impronta historicista en las nuevas construcciones y en las reformas del parque de edificios existente, de acuerdo con criterios ajustados a la imagen turística de pasado y particularidad que se proyecta del lugar. El resultado es un casco histórico acicalado y remodelado para su consumo como producto de ocio y entretenimiento turístico. Este esfuerzo por subrayar lo distintivo y por museificar la ciudad se inscribe en una lógica global que –paradójicamente- termina asemejando los centros turísticos de las ciudades. Como agudamente señala Delgado: “Nada más parecido a un centro histórico museificado que otro centro histórico museificado. Por mucho que los monumentos y edificios principales sean distintos, uno siempre tiene la impresión de pasear por las mismas callejuelas llenas de los mismos establecimientos para turistas y, por supuesto, de los mismos turistas” (2003:359). Esta semejanza paradójica es consecuencia de la acción de los promotores turísticos que transforman el pasado patrimonializado en un bien de culto moderno, que ha sido desactivado en su funcionalidad e interpretación local. Esta operación favorece la identificación de los turistas con el patrimonio y lo convierte en un objeto de consumo desterritorializado y global (Hernàndez i Martí, 2007). La museificación va transformando los cascos históricos en espacios inertes al servicio del turismo que, día a día, se van alejando de la vida cotidiana de los propios ciudadanos, porque son escasos los privilegiados que los habitan y lo usan, ya que, poco a poco, pierden protagonismo los espacios públicos de la sociabilidad y declinan las actividades tradicionales ante el paulatino éxodo del vecindario y el cierre de equipamientos básicos. El resultado es una ciudad embellecida y parada en el tiempo, donde se ofrece una imagen que se apoya en monumentos que testimonian el paso de una historia que se presenta como gloriosa o admirable pero, en todo caso, concluida. En definitiva, un ámbito hiperespecializado en la oferta turística. Todo ello se traduce en una triste paradoja, pues este lugar, que es presentado en la propaganda turística como “la ciudad”, el corazón de la urbe, se encuentra cada vez más ajeno a su realidad contemporánea. Aunque sus principales monumentos puedan seguir funcionando como símbolos de identificación de los residentes, la centralidad urbana y social de los cascos antiguos va siendo reemplazada por nuevos espacios a los que se desplaza la vida local, produciéndose un progresivo distanciamiento de esta ciudad simbólica pero sin vida, que es paralelo con la transformación de la misma en escenario pintoresco para la contemplación turística. Esto se hace más evidente en las horas en las que los turistas se repliegan a sus hoteles; cuando las calles y plazas quedan vacías, y las entradas de los monumentos cerradas y sin colas de turistas. En muchas de las zonas monumentales de ciudades como Sevilla puede observarse cómo en la noche se mantienen abiertos unos pocos establecimientos y bares destinados sobre todo a la clientela local, actuando algo así como reductos donde se refugia y pervive atrincherada la vida de la ciudad; son como bastidores que se sitúan tras la escena en la que se ha transformado este espacio y que emergen sigilosamente cuando el turismo duerme2. En el presente trabajo nos planteamos analizar una serie de cuestiones entrelazadas: ¿de qué manera afectan los procesos de hiperespecialización turística a la relación de los ciudadanos con los espacios monumentales y bienes patrimoniales con mayor valor simbólico? O planteado de otro modo, ¿implica la transformación del patrimonio en mercancía para el consumo turístico su desactivación social y simbólica? Nos preguntamos si estas acciones, que segregan la ciudad en territorios claramente especializados y estancos, contribuyen a la desactivación de los significados simbólicos y los usos sociales y tradicionales del patrimonio. Pero al mismo tiempo queremos analizar de qué manera la sociedad y, más concretamente, las organizaciones sociales de defensa del patrimonio intervienen ante estos procesos. Para responder a estas cuestiones estudiaremos un caso concreto a partir del trabajo de campo antropológico y el análisis de fuentes documentales, literarias e históricas3. Se trata de las consecuencias derivadas de la gestión particular y privatizada de la Catedral de Sevilla y de su Patio de los Naranjos por parte de las autoridades eclesiásticas. En el trabajo se mostrará cómo las funcionalidades de dichos espacios a lo largo del tiempo han sido muy diversas, de ahí su carácter complejo, polisémico y dialéctico. Asimismo se comprueba cómo la actual estrategia de gestión contribuye a acentuar los procesos de especialización turística del centro histórico de la ciudad y a desactivar las funcionalidades, usos sociales, interpretaciones tradicionales y valores simbólicos de la Catedral y, más concretamente, del Patio de los Naranjos contiguo. El Cabildo Catedralicio, como institución responsable de la custodia de la Catedral, impuso en 1992 una regulación de los usos -que continúa en la actualidad- que se traduce en el control del acceso, mediante el 2 Seguimos aquí la sugerente distinción realizada por Dean MacCannell (2003) entre front stage (escenario) y back stage (bastidor) para ilustrar cómo se configura el territorio en los destinos turísticos. Esta conceptualización ha sido aplicada empíricamente en destinos turísticos por Jeremy Boissevain (2005). 3 El autor de este estudio desea expresar su agradecimiento a Juan-Carlos Mantilla de los Ríos, líder del movimiento vecinal de oposición al cierre unilateral del Patio de los Naranjos, por la documentación facilitada, la cual ha sido de especial interés para la realización del trabajo. pago de una entrada que permite una “visita cultural” al templo y que concluye en el Patio de los Naranjos como última etapa del circuito y vía de evacuación de turistas. La operación ha supuesto un cambio drástico en la relación de los ciudadanos con este patrimonio y, más concretamente, con el Patio de los Naranjos que, desde sus orígenes, había funcionado como una plaza pública abierta gran parte del día, al tiempo que un espacio interior de la ciudad con profundas connotaciones sentimentales, sociales y simbólicas. La oposición activa de organizaciones patrimonialistas a la regulación unilateral de los usos y el control del acceso a este espacio emblemático de la ciudad no ha encontrado hasta ahora respuesta positiva por parte de los responsables eclesiásticos. Esta acción de las entidades ciudadanas no es un fenómeno anecdótico ni marginal, sino que es la expresión organizada de un sentimiento social muy extendido en la sociedad sevillana de expolio o secuestro de este patrimonio, que se refleja en artículos de prensa, tertulias en los medios de comunicación locales y comentarios de los ciudadanos. Sin embargo, la demanda de restitución se enfrenta a una actitud firme y negativa de las autoridades eclesiásticas. Usos de las catedrales y discursos eclesiásticos Desde la óptica eclesiástica, una Catedral es la Casa de Dios (Domus Dei), de la Iglesia (Domus Ecclesiae), de la Diócesis (Domus Episcopi), la sede del Capítulo (Domus Capituli) y un lugar para la comunicación con la divinidad a través del Arte (Domus Artium). Esta compleja conceptualización marca las directrices y funciones de estas excelsas arquitecturas según el criterio oficial de la Iglesia. En el primer sentido (Domus Dei), se hace referencia al templo como espacio sagrado donde habita la divinidad (lo sublime, numinoso, infinito, inabarcable), que recibe la adoración, súplicas y agradecimientos de los creyentes. Este templo es, al mismo tiempo, la morada de la Iglesia entendida como congregación de cristianos y lugar para la celebración de la Eucaristía (lugar de la Palabra y el Sacrificio). Asimismo, es la sede de la diócesis donde el obispo tiene su cátedra (Domus Episcopi), es decir, donde predica, preside las principales celebraciones litúrgicas, administra los sacramentos y lleva a cabo su acción pastoral. También es la casa del cabildo catedralicio o presbiterio (Domus Capituli) que forman los canónigos a los que corresponde celebrar las funciones litúrgicas más solemnes y administrar –por delegación del obispo- la conservación, uso y gestión de edificio y su patrimonio mueble. Por último, la Catedral es una arquitectura artística que atesora y acumula bienes de un gran valor patrimonial que, por su belleza, son –según la versión religiosa- instrumentos de evangelización y comunicación con la divinidad, especialmente en la celebración de los oficios religiosos cuando alcanzan su perfección estética y su significado más auténtico (Carrasco, M. J. 2004)4. Esta visión teológica, que funciona como una verdadera guía para el diseño de nuevas catedrales y que explica la estructura y la iconografía interna de los templos para la oración, celebración de rituales y otras actividades religiosas, no contempla, sin embargo, la dimensión urbana, social y simbólica que desempeñan estos templos. Como desarrollaremos más adelante, a pesar de que existen acuerdos con las administraciones, tal concepción sirve para justificar una gestión aislada del edificio por parte del Cabildo Catedralicio, lo que favorece los procesos de hiperespecialización turística y de desactivación del patrimonio. No hay que olvidar el papel ejercido por las catedrales en las ciudades históricas en tanto que monumentos configuradores de la trama urbana. Dada su relevancia, el emplazamiento de estos templos ha dibujado en muchos casos el trazado urbano y desempeñando un papel muy importante en la organización de la ciudad histórica al influir en la localización de las plazas, mercados, sedes de las instituciones de poder civil, etc. (Salmerón, P. 2004). En Sevilla, al situarse sobre la antigua mezquita almohade, la Catedral contribuyó a dar continuidad histórica y a reactivar los usos del espacio. Su emplazamiento cerca del puerto fluvial del Guadalquivir favoreció el desarrollo de un eje urbano muy dinámico donde se situaban y se fueron estableciendo 4 “… el edificio sagrado alcanza su perfección “estética” precisamente durante la celebración de los misterios divinos, dado que precisamente en ese momento resplandece en su significado más auténtico. Los elementos de la arquitectura, la pintura, la escultura, la música, el canto y las luces forman parte del único complejo que acoge para sus celebraciones litúrgicas a la comunidad de los fieles, constituida por “piedras vivas” que forman un “edificio espiritual” (cf. 1 P 2, 5). Discurso de Juan Pablo II a la Comisión Pontificia para los bienes culturales de la Iglesia (19-X-02). posteriormente los principales centros de actividad política, eclesiástica y económica de la ciudad (Lonja de Mercaderes, Casa de la Moneda, Fábrica de Tabacos, Cabildo, Aduana, Atarazanas, Audiencia, Torre del Oro, Palacio Arzobispal, Alcázar, etc.). De este modo, la Catedral se ubicó en el centro de un eje cardinal sobre el que se superponían los principales edificios de la ciudad en un orden jerárquico en función de su cercanía al templo. En tanto que edificios centrales que inciden en la configuración urbana, las catedrales fueron diseñadas como monumentos con los que se quería simbolizar la grandeza de la ciudad. En el caso de la Catedral de Sevilla es evidente que, en gran medida, fue ideada con este propósito de reforzar el prestigio de la ciudad en el mundo. Prueba de ello es la siguiente frase que la tradición popular ha atribuido a los canónigos que, en 1401, ordenaron su construcción sobre la mezquita: “Hagamos una iglesia tan grande, que los que la vieren acabada nos hagan por locos”. El empeño se tradujo en una obra de colosales dimensiones que alcanza la espectacular superficie de 27.457 metros cuadrados. De ahí que sea conocida como la Magna Hispalensis o la Montaña Hueca –denominación esta última que hizo célebre Theófile Gautier-, así como su inscripción en 1986 en el Libro Guinness de los Récords como la Catedral de mayor extensión del mundo. Parece obvio que con la obra gótica, finalizada en una fecha tan significativa como 1503, se quería testimoniar la capitalidad de Sevilla y su nueva funcionalidad como centro neurálgico de las comunicaciones y transacciones con la América colonial y, en la lógica eclesiástica, como la sede del arzobispo (Domus Episcopi) de la influyente Archidiócesis hispalense5. Desde su ejecución, el significado simbólico derivado de este colosalismo fue interiorizado por los sevillanos que han mirado el templo con orgullo y como referente colectivo. La importancia simbólica de la Catedral queda aún más remarcada por su función como espacio central de las más importantes celebraciones rituales. En el caso de Sevilla, el templo actúa como un elemento fundamental de algunas de las fiestas más importantes: es el Sancta Santorum del ritual. 5 A principios del XVI fueron incorporadas a la Archidiócesis hispalense como sufragáneas las diócesis del Nuevo Mundo, cuyos obispos dependieron de Sevilla hasta 1542 (Morales Padrón, F. 1992). Concretamente en la Semana Santa, los pasos y la amplia comitiva de penitentes y hermanos de las cofradías parten de sus parroquias para procesionar por distintas calles hasta llegar a la Catedral y luego regresar a sus iglesias titulares. Las hermandades representan a colectivos ciudadanos y a barrios que, al participar en la fiesta recorriendo la carrera oficial y “haciendo estación en la Catedral” comunican y reafirman simbólicamente su pertenencia a la ciudad. Esto explica el surgimiento en barrios periféricos de hermandades, cuya principal aspiración es integrarse en el ritual e ingresar cada año en la catedral, porque esto implica ser reconocidos como una parte más de la ciudad. En este sentido, la Catedral es el ámbito sagrado donde se representa la comunidad simbólica (vecinos, barrios, entidades, etc.) y el corazón histórico y simbólico de la ciudad. Junto a todo lo anterior habría que destacar también que la centralidad de la Catedral viene remarcada porque es un ámbito de celebraciones culturales diversas (exposiciones, conciertos, conferencias, baile de seises, repique de veinticuatro campanas), que cuentan con gran aceptación por su larga tradición. Asimismo, prácticamente desde su construcción la catedral ha atraído a forasteros que la han visitado por su monumentalidad y sus valores artísticos y arquitectónicos, especialmente a partir del romanticismo y el surgimiento de fórmulas de organización social del viaje que favorecieron el desarrollo del turismo. Prueba de ello es la edición desde principios del siglo XIX de publicaciones específicas dirigidas a los visitantes en los que se realzaban las cualidades y “tesoros” custodiados en el templo, así como de relatos de viajeros románticos (George Borrow, Richard Ford, Theófile Gautier, entre otros) que expresaban su admiración por las dimensiones y la belleza de la arquitectura y bienes contenidos en la Montaña Hueca. Este conjunto de funciones, usos y significados históricos y tradicionales, es decir, pasados, pero también vigentes y muy vivos, convierten a la Catedral en un lugar polisémico y polifuncional complejo que supera la interpretación restringida que la jerarquía eclesiástica hace de la misma. Esta última concepción, que solo contempla las funcionalidades religiosas del templo de acuerdo con la doctrina católica, no tendría nada de particular sino fuera porque da contenido y justificación a una gestión patrimonial tendente a prohibir, limitar, frenar y controlar las actividades tradicionales desarrolladas en el templo, vaciando de este modo gran parte de su contenido simbólico. El Patio de los Naranjos ¿Claustro, plaza o vía de evacuación de turistas? En la respuesta a la demanda de restitución de uso público del Patio de los Naranjos formulada por la Asociación de Vecinos “Amigos del Barrio de Santa Cruz”, el Cabildo de la Catedral de Sevilla sostiene que esta institución es la única que, “bajo la superior autoridad del arzobispo”, cuenta con atribuciones legítimas para definir los usos y restringir el acceso al Patio de los Naranjos. En esta línea argumental defiende que éste “no es un lugar con naturaleza de uso público” y su condición de espacio interior de la Catedral: “El Patio de los Naranjos cumple la funcionalidad de los claustros anexos a las catedrales, colegiatas, iglesias y monasterios”6. Nada hay que objetar a la funcionalidad del Patio de los Naranjos como claustro catedralicio, sólo señalar que los usos religiosos, aunque son socialmente muy significativos, representan uno de los muchos que históricamente se han desarrollado en este espacio. El Patio de los Naranjos ha servido como deambulatorio para el rezo y la comunicación personal con la divinidad, como espacio de culto y, sobre todo, como ámbito funcional a la Catedral para las ceremonias litúrgicas. La localización de un púlpito del siglo XVI, adosado a unas de las columnas del único tramo porticado del patio, muestra que éste ha sido un emplazamiento utilizado como capilla abierta para la celebración de misas y otros oficios religiosos al aire libre7. Más recientemente, las hermandades de Gloria sevillanas han celebrado allí su Pregón8, que luego ha pasado a realizarse en el interior del templo 6 Acuerdo Capitular de 6 de septiembre de 2003 del Cabildo Catedral Metropolitano remitido al Defensor del Pueblo Andaluz como respuesta a la demanda de restitución del uso público del Patio de los Naranjos formulada por la Asociación de Vecinos “Amigos del Barrio de Santa Cruz”. 7 De ello dan fe tanto el óleo de 1879 atribuido al pintor costumbrista sevillano Jiménez de Aranda, en el que se pueda apreciar a un fraile sermoneando a los fieles prestos para realizar un acto ritual, como la lápida esculpida en la base de la plataforma en la que está inscrito el siguiente texto: “D.O.M. En este sitio predicaron San Vicente Ferrer, San Francisco de Borja, el V.P. Fernando de Contreras, el Beato Juan de Ávila, el V.P. Fernando de Mata, el Beato Diego José de Cádiz … y otros grandes varones …” 8 Concretamente en el mes de mayo de los años comprendidos en el periodo 1993-1996. metropolitano. Pero su principal funcionalidad religiosa es como espacio auxiliar para la liturgia del Corpus Christi. Gracias a su condición de amplio recinto al aire libre contiguo e integrado en el edificio de la Catedral, el patio es utilizado para la organización del desfile de las distintas tropas de las cofradías sevillanas antes de la procesión del Corpus9. Como se ve, no hay duda de la relevancia del Patio de los Naranjos como claustro, sin embargo, afirmar que esta función de “recinto interior de la Catedral” (ibidem) es la única y negar la naturaleza pública del mismo supone, como mínimo, un desconocimiento de los múltiples usos sociales y significados culturales que dicho espacio ha albergado a lo largo de la historia. Además de claustro religioso, el Patio de los Naranjos ha sido por encima de todo un importante centro social de la vida sevillana. Durante cerca de 800 años (desde su construcción en 1196 hasta 1992) este espacio interior de la ciudad ha cumplido la función de plaza pública, es decir, de lugar de encuentro, sociabilidad, intercambio, y también de oración y celebración. Construido entre 1172-1196 por los almohades, fue utilizado como Sahn o patio de abluciones desde el que los creyentes musulmanes entraban purificados (salat) en la mezquita; pero, al mismo tiempo, constituía un centro de la vida social de Isbiliya10. Tras la conquista cristiana en 1248 la mezquita fue demolida, salvo el minarete de la actual Giralda y el propio patio, el cual mantuvo su función como espacio céntrico al ser la sede de una de las ferias anuales de Sevilla que se celebró en este lugar hasta 1432, además de cementerio (www.catedralsevilla.org). El monopolio de Indias que gozó Sevilla a partir de 1503 dinamizó la vida mercantil y social de la ciudad. Especialmente en el período que va del siglo XVI a mediados del XVII se asentaron en la ciudad mercaderes y banqueros de toda Europa, formando colonias de genoveses, francos, florentinos, portugueses, alemanes…, que convirtieron a Sevilla en una de las principales 9 Por las puertas del Patio de Los Naranjos entran ordenadamente las tropas de participantes vestidas con traje oscuro para, ulteriormente, iniciar la procesión desfilando primero por la Catedral y luego por las calles centrales del casco histórico. 10 La fuente que en la actualidad se sitúa en el centro del patio es, según los especialistas en la materia, de origen visigodo y fue utilizada por los musulmanes de los siglos XII y XIII para sus ritos de purificación. metrópolis del mundo. Este dinamismo, como no, tuvo su repercusión en la zona más céntrica de la ciudad y, consecuentemente, en las dependencias del templo metropolitano. Por lo general, los tratos comerciales se realizaban en las gradas que circundan la Catedral, pero también en el interior del Patio de los Naranjos e incluso en el mismo templo cuando las condiciones meteorológicas eran desagradables para negociar al aire libre11. De este modo, las gradas de la Catedral y todo su entorno se transformaron en el epicentro de la vida social y económica del imperio español, atrayendo a personas de diversa condición social (patrones de la mar, oficiales, tropa aspirante a enrolarse como tripulación y toda clase de viajeros) que se desplazaban allí desde todos los rincones de la península, América y Europa, y que dieron lugar a actitudes y formas de vida como la picaresca, que tan bien queda reflejada en la obra literaria de autores como Cervantes, Quevedo o Mateo Alemán. Ya por estas fechas asistimos a un conflicto de competencias e intereses en cuanto a los usos del espacio entre las autoridades eclesiásticas y los mercaderes. El bullicio que propiciaba tan intenso tráfico de mercancías disgustaba al Cabildo Catedralicio que ordenó en 1565 vallar con cadenas y columnas todo el perímetro de la Catedral para delimitar el espacio e impedir el acceso de carros y caballos a la zona de gradas, el patio y el interior del templo. Sin embargo, las cadenas, que siguen presentes en la actualidad, no fueron suficientes para frenar la actividad de los mercaderes, lo que motivó al arzobispo Cristóbal de Rojas a solicitar a Felipe II que se construyese una Casa Lonja, a lo que accedió el emperador exigiendo a los responsables del llamado Consulado de Mercaderes, fundado en 1543, la construcción de la Casa de la Contratación, actual Archivo de Indias (Caballero Bonald, 1991)12. No obstante, la costumbre de mercadear en el entorno de la Catedral no fue extinguida con la edificación de la Lonja en 1598, persistiendo la costumbre de los mercaderes y banqueros de colocar sus mesas de trabajo en las gradas donde de negociaban y llevaban a cabo toda clase de transacciones 11 Las calles que flanqueaban a la Catedral eran llamadas Gradas, porque contaban con escalones para permitir el acceso a la Catedral dado el desnivel del terreno (Caballero Bonald, 1991) 12 El trazado del edificio fue obra de Juan de Herrera, autor de El Escorial. En 1987 el conjunto formado por la Catedral, Archivo de Indias y el Alcázar fue declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad. comerciales, “aparte de los enredos y trapisondas de la golfería de turno” (Caballero Bonald, 1991:81). A pesar de la decadencia posterior, el patio mantuvo su carácter de espacio central en tanto que plaza pública, eje articulador de la trama urbana y uno de los más significativos centros simbólicos de la ciudad13. Esta centralidad ha tenido continuidad en los siglos posteriores, siendo hasta 1992 una plaza pública de libre acceso -tal como muestran las fotos históricas con la cancela y la puerta del Puerta del Perdón siempre abiertas-. No obstante, hablamos de un tipo sui generis de plaza pública, pues ha funcionado como una especie de claustro profano, es decir, un espacio céntrico y recogido al mismo tiempo; un lugar interior de la ciudad, podríamos decir. En un sentido amplio, un claustro es un espacio integrado en un conjunto, pero que a su vez se encuentra aislado de su entorno, lo que permite al que lo visita alcanzar sosiego y distanciamiento del mundo. En cierto modo, el Patio de los Naranjos cumplía dicha función para muchos de los sevillanos que lo frecuentaban antes de su cierre en 1992, pero en un sentido laico y profano, pues éste no era percibido propiamente como un espacio perteneciente al templo sagrado, sino como un rincón íntimo, una especie de retiro dentro de la ciudad. De hecho, muchos de los que lo frecuentaban no accedían a la Catedral y ni siquiera vinculaban directamente un espacio con el otro, sino que encontraban en él un remanso de paz, un lugar tranquilo para leer, meditar o descansar; un espacio de espiritualidad y ensimismamiento, donde contemplar la huella almohade conjugada con el gótico de la catedral, presidido todo ello por el remate renacentista de la Giralda; e incluso un espacio recogido y discreto para las citas de las parejas. A este conjunto de sensaciones contribuía el frescor del agua de la fuente y la sombra de los naranjos, especialmente en la seca y calurosa estación veraniega. 13 De hecho, el entorno de las gradas ha seguido siendo un lugar de comercio orientado en gran medida a los turistas, tal como recoge Hernández Mir en su novela costumbrista El Patio de los Naranjos (1920), llevada al cine con el mismo título en 1926. La estructura cerrada del recinto, con dos únicos accesos desde el exterior, favorecía esta sensación de intimidad, que lo convertía en zona segura para el recreo de los niños, lo cual ha sido recogido en distintos textos como el que sigue: “Jugábamos allí, los niños del barrio. Nos citábamos antes de nuestras clases en la Escuela Francesa del caserón de Abades, para coger las babosas de los canalillos, darnos naranjazos. Mirar con un escalofrío –como si la negra humedad de las criptas se nos metiera en el cuerpo- a través de las rejas, fijando mucho tiempo la mirada para que la pupila se nos acomodara a la densa oscuridad. Íbamos muchas tardes a perder el tiempo –lujo de niños de ciudad antigua- entre la pileta visigoda, los sobrios muros renacentistas, la montaña gótica y la torre almohade” (Colón, C. Diario de Sevilla, 2-VI-99). Los juegos infantiles eran a veces tan poco píos como los que recoge Hernández Mir en su novela El Patio de los Naranjos: “Este respetable sacerdote es sevillano (…) empezó su carrera eclesiástica siendo monaguillo en la parroquia del Sagrario, en cuyo Patio de los Naranjos se despertó su taurofilia con las corridas organizadas por sus colegas cuando, arremangada la encarnada sotana hasta la cintura, lo mismo quebraba un par de banderillas a la manera del Gordo, que ejecutaba una estupenda faena de muleta, aplaudida hasta por el mismo chaval que hacía de toro” (Hernández Mir, G., 1920). Estos juegos de niños recogidos en la novela citada, y otros muchos evocados por el vecindario, ilustran cómo los discursos de la propia iglesia sobre su patrimonio y, más concretamente, la actitud del cabildo metropolitano ante el Patio de los Naranjos han variado de etapas más aperturistas, en las que el espacio es concebido como público y de libre acceso, a otras más restrictivas, como la actual, en la que se trata de regular el acceso para favorecer el uso turístico bajo el pretexto del circuito cultural. El Patio de los Naranjos ha constituido también un entorno muy apreciado porque en él se reúnen bienes patrimoniales que tienen un fuerte significado cultural e identitario para lo población local. Hasta su cierre, era una plaza de entrada casi obligada para aquellos que venían al centro histórico a vivir su patrimonio, gozar del entorno y sentirlo como propio. Los días festivos y en fechas señaladas, como comuniones o cumpleaños, era un lugar elegido y privilegiado para hacer una parada del paseo familiar, de lo que existe constancia en los álbumes de fotos de muchos sevillanos. Junto con la admiración a la esbelta Giralda, los restos de la mezquita o la portada neogótica, la población se acercaba a contemplar el lagarto, la varilla, el bocado y el colmillo que penden del techo en la Puerta conocida como del Lagarto, y que representan, respectivamente, las cuatro virtudes teologales: Prudencia, Justicia, Templanza y Fortaleza. Sin embargo, sobre estos elementos circulaban distintas leyendas populares que dotaban al lugar de un cierto aire de misterio. Lo mismo ocurría con las criptas que eran contempladas como “escalofriantes bocas de oscuro y frío aliento que comunican con no sé qué terroríficas mazmorras subterráneas” (Colón, C. Diario de Sevilla 29-X2003). Las imágenes sobre todo del Lagarto o el recuerdo de los juegos infantiles con las naranjas y los canales de riego asoman casi automáticamente a la memoria de muchos sevillanos de más de treinta años cuando se les pregunta sobre el patio. En este sentido, nos referimos a un patrimonio histórico de gran valor simbólico por ser un elemento representativo de la sociedad, pero también con una fuerte carga emotiva por haber sido incorporado en la experiencia vital de individuos concretos. Junto con esta función de recogimiento y de relativo aislamiento, que le ha dado siempre un aire particular y de excepción al lugar en el entorno urbano, el Patio de los Naranjos ha desempeñado también un papel importante en la configuración del espacio al funcionar como eje articulador de la trama urbana. En este sentido, hasta su cierre, actuaba como céntrica plaza por donde transitaban muchos ciudadanos, que acortaban camino entre la Plaza Virgen de los Reyes y la calle Alemanes, y lugar de encuentro y sociabilidad de los vecinos que hallaban algo de sombra y frescor en los días soleados. Al igual que la Catedral, el Patio de los Naranjos se ha caracterizado históricamente por ser un espacio que ha reunido una amplia pluralidad de significados y usos, que lo han convertido en un “lugar” en el sentido propuesto por Augé (1993), es decir, un espacio público e histórico donde se expresa la vida social y la identidad. Como se ha visto, la coexistencia de esta diversidad de sentidos y actividades generó en ocasiones conflictos entre los responsables eclesiásticos titulares del bien y determinados sectores de usuarios. No obstante, a pesar de las tensiones, lo cierto es que durante siglos el patio funcionó como un recinto de libre acceso que, con su multifuncionalidad y polisemia, contribuía a dinamizar socialmente al casco histórico. Esta situación se modificó drásticamente a partir de 1992 cuando fue cerrado con motivo de la exposición Magna Hispalensis, que transformó al templo en un monumental museo14. Sin embargo, cuando finalizó el evento, fueron colocadas taquillas y cancelas en las entradas e instalada una tienda de recuerdos en la arcada del recinto, generando la perplejidad y el rechazo de muchos ciudadanos. A partir de esta decisión unilateral del Cabildo Catedralicio, la situación cambió radicalmente con respecto al contexto anterior. Como consecuencia del control de acceso y la centralidad del turismo, muchos de los usos tradicionales desaparecieron totalmente, pero también los religiosos, tal como reconocen los propios canónigos en la Web gestionada por el Cabildo Metropolitano: “…en un proceso que se inició en el siglo XV, han ido apareciendo usos culturales, hasta llegar a la situación actual, cuando prácticamente carece el patio de utilidad religiosa concreta” (www.catedralsevilla.org). Los usos culturales a los que se refiere el Cabildo no son otros que los turísticos, los cuales desde 1992 tienen un carácter casi excluyente, porque monopolizan el espacio gran parte del año. Junto con el turismo siguen vigentes en el patio y el templo los rituales tradicionales sobre los que la Iglesia ejerce una clara influencia, pero han quedado suprimidas todas las actividades independientes de la liturgia eclesiástica que convertían al recinto en una plaza pública articuladora del espacio, centro de sociabilidad y lugar de la identidad. Por consiguiente, no sólo asistimos a una radical supresión de la función del patio como plaza, sino a un control absoluto de toda la Catedral por parte del Cabildo, principal administrador de los recursos económicos derivados del “circuito cultural”. 14 Este acontecimiento cultural celebrado de 5 de mayo al 30 de octubre de 1992 supuso una importante contribución de la Iglesia sevillana a los fastos de la Exposición Universal que se celebró en Sevilla ese mismo año. Este espacio mercantilizado casi nada se parece ya a un claustro religioso ni a una plaza pública de la ciudad. En la actualidad, tal y como reconoce el propio Cabildo, sigue siendo un espacio auxiliar y vinculado a la catedral pero no tanto por razones religiosas como turísticas, ya que constituye la vía de salida de los turistas que han recorrido la catedral en el llamado circuito cultural: “En las actuales circunstancias, la funcionalidad del patio de los Naranjos viene especialmente urgida por la necesidad de dar evacuación adecuada a los grupos que acuden a la Catedral en visita cultural…”15. En él pueden observarse a los grupos organizados de turistas que, antes de concluir la visita, tratan de encuadrar la Giralda y parte del patio en sus fotografías, y admirar los restos de la Mezquita almohade mientras escuchan la última intervención del guía. Aunque el discurso eclesiástico argumente que el turismo es una vía moderna para la evangelización16 y que el patrimonio de la iglesia es un instrumento para la comunicación con la divinidad y la salvación de las almas (salas animarum)17, las actitudes de los turistas en la Catedral y en el mismo Patio de los Naranjos son semejantes a las que adoptan en otros espacios del patrimonio: una mezcla de respeto y veneración ante los testimonios del pasado tanto si son civiles como eclesiásticos, y un interés por ver y fotografiar el patrimonio que justifique y autentifique la visita. La tienda de recuerdos situada en el recinto, administrada por la Iglesia, donde pueden adquirirse los mismos souvenirs que en cualquier establecimiento del ramo, evidencia que el espacio se ha transformado no sólo en un escenario para la contemplación turística, sino en un lugar de consumo de bienes tangibles; algo muy alejado de 15 Acuerdo Capitular de 6 de septiembre de 2003 del Cabildo Catedral Metropolitano remitido al Defensor del Pueblo Andaluz. 16 En la Constitución Apostólica Pastor Bonus de 1988, el Papa Juan Pablo II subraya que los grandes desplazamientos motivados por el turismo suponen una oportunidad para la evangelización, razón por la que se crea el Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes. 17 El discurso oficial de la jerarquía católica sostiene que el Patrimonio cultural de la Iglesia lo comprenden “creaciones artísticas para el servicio divino, que expresan la fe y que son un extraordinario instrumento para evangelizar a cuantos las contemplan” (Comisión Episcopal para el Patrimonio Cultural. Conferencia Episcopal Española. Madrid. (25-IV-02). Asimismo, el canon 1752 del Derecho Canónico sostiene que cualquier acto de la Iglesia debe estar regido por el principio de la salus animarum (la salvación de las almas). la finalidad pastoral que debe tener la visita según el espíritu y la doctrina eclesiástica18. El patio ha dejado de ser el lugar de encuentro, deseo, comunicación, juego, ensimismamiento, celebración familiar y desequilibrio; ya no es el espacio social de lo lúdico e imprevisible que siempre fue (Lefevbre, H 1960); en definitiva, ya no es un sitio urbano, sino un escenario para la admiración pasiva donde todo está previamente considerado y no hay opción para lo espontáneo, lo creativo y la participación. El cierre ha supuesto la separación y el distanciamiento de la población que ya no lo usa y ha dejado de sentirlo como un espacio propio en un proceso de desimbolización. De este modo, el papel simbólico de la plaza se va perdiendo, porque las nuevas generaciones no viven dicho patrimonio y no lo valoran estéticamente, ya que les es ajeno. En este sentido, el Patio de los Naranjos es el paradigma y la máxima expresión de un espacio turístico desactivado en su funciones e interpretación local. Vaciado de sus contenidos simbólicos y de sus usos, se ha transformado en patrimonio sólo pétreo, inmóvil, fósil, separado de la ciudad: un patrimonio sin sociedad, transformado en objeto de consumo desterritorializado y adaptado a los gustos de los turistas globales. Pensar la ciudad. La restitución del patrimonio y la gestión integral en las ciudades monumentales En la puerta llamada del Perdón, que es la principal entrada al Patio de los Naranjos, existe un relieve del siglo XVI que representa a Jesucristo expulsando a los mercaderes del templo. Probablemente, la terracota fue mandada colocar por las autoridades eclesiásticas en su pulso con los comerciantes y banqueros que localizaban sus despachos en las gradas e incluso en el interior del patio y del templo. Curiosamente, hoy asistimos a una reedición de este debate, pero en un sentido inverso. En el fragor de la polémica motivada por el cierre del patio, la implantación de taquillas y la tienda de recuerdos, algunos periodistas locales han informado de la desaparición del látigo que pendía de la mano de Jesucristo, haciéndose eco -irónica y 18 La tienda ocupa y bloquea la única galería porticada del patio en una lamentable intervención que desnaturaliza al bien. socarronamente- de los comentarios que circulan en la ciudad sobre este hecho: “La gente hace chistes sobre la falta del flagelo y la abusiva mercantilización de la Catedral por el Cabildo, que de templo de Dios ha pasado a ser un negocio turístico” (Salas, N. Diario de Sevilla, 28-XII-2003) La decisión unilateral de impedir el libre acceso al Patio de los Naranjos suscitó una importante polémica en Sevilla cuando se comprobó que lo que en un principio se había anunciado como un cierre provisional para la celebración de la exposición Magna Hispalensis se había convertido en un hecho definitivo. Durante la década de los noventa se sucedieron las peticiones para la restitución del recinto a la ciudad. Destacaron las denuncias formalizadas por la Plataforma en Defensa del Centro Histórico, que tuvieron una importante resonancia mediática y motivaron el reconocimiento del carácter público del recinto por parte del Cabildo, así como el anuncio de su apertura a finales de 1999, una vez concluyeran las obras de restauración y se contratara un servicio de vigilancia privada. Pero la promesa fue incumplida, lo que generó a mediados de 2002 un nuevo frente ciudadano, liderado primero por la Asociación de Amigos del Barrio de Santa Cruz y más tarde por la Plataforma Ciudadana para la Recuperación del Patio de los Naranjos19, que demandaron a las autoridades eclesiásticas locales (Arzobispo y Cabildo) la devolución del patio a la ciudad, instando incluso al Defensor del Pueblo Andaluz para que mediara en el litigio e hiciera desistir a la iglesia del control absoluto ejercido sobre este espacio. Tras las reuniones mantenidas -en las que el Cabildo llegó a manifestar su intención de restituir los usos tradicionales- la respuesta final fue rotundamente negativa a esta demanda, manifestando el carácter exclusivamente eclesiástico del bien, y que su integración en el Circuito cultural, las obras de restauración, así como la seguridad, justificaban sobradamente la prohibición del libre acceso. 19 Integraba a más de treinta entidades entre la que destacaron las organizaciones patrimonialistas Asociación de Defensa del Patrimonio de Andalucía (ADEPA) y la Asociación de Profesores por la Difusión del Patrimonio Histórico Ben Baso. Esta última ha sido especialmente activa por sus movilizaciones y la edición de una tarjeta postal de denuncia, distribuida ampliamente por toda la ciudad, en cuyo anverso aparece una foto antigua del patio con vecinos con la leyenda “Como antes. El patio siempre fue un espacio público, allí nos retratábamos los días señalados” y en el reverso una carta dirigida al Deán de la Catedral reclamando la apertura del patio. A pesar del rechazo social y la oposición abierta de las organizaciones patrimonialistas, las autoridades eclesiásticas no han cejado en su voluntad de llevar a cabo una gestión particularizada del patio20. Esta determinación entra en contradicción con los acuerdos suscritos con el Estado en materia de patrimonio en los que la Iglesia “reconoce la importancia de este patrimonio no sólo para la vida religiosa, sino para la historia y la cultura españolas, y la necesidad de lograr una actuación conjunta con el Estado para su mejor conocimiento, conservación y protección”21. Como se ha señalado, este tipo de intervención tiene como consecuencia más inmediata el distanciamiento de la población del patrimonio y su transformación en objeto de culto global para el consumo turístico, desvinculado de sus raíces culturales. Pero en un sentido más amplio contribuye a afianzar los procesos de museificación e hiperespecialización turística que se viven en los cascos históricos. Vistos los resultados de estas políticas patrimoniales con el caso concreto expuesto en este trabajo, se hace necesario repensar la actividad turística en las ciudades monumentales y apostar por una planificación integral, en la que estén involucradas todas las administraciones, “que dé respuesta a las nuevas funcionalidades y propicie estrategias cualitativas de multifuncionalidad” (Troitiño 2003:281). 20 Salvo el privilegio concedido en enero de 2007 a los ciudadanos residentes en la diócesis sevillana a pasar por taquilla sin tener que desembolsar el importe de la entrada, presentando tan solo su documento nacional de identidad. Esta acción refuerza el argumento eclesiástico de que es el Cabildo Catedralicio, bajo la tutela del Arzobispado, la única institución con atribuciones legítimas para ordenar los usos. Al mantenerse el control de los accesos, la medida no supone la restitución del patrimonio a sus usuarios. 21 Acuerdo 30 de octubre de 1980 “Documento relativo al marco jurídico de actuación mixta IglesiaEstado sobre Patrimonio Histórico-Artístico” Boletín Oficial de la Conferencia Episcopal Española, año IV, núm. 14, 1987. Bibliografía Augé, Marc. Los no-lugares. Espacios del anonimato. Gedisa. Barcelona. 1993. Boissevain, J. “Rituales ocultos. Protegiendo la cultura de la mirada turística”, en Pasos, Revista de Turismo y Patrimonio Cultural. Vol 3. nº 2:217-229. 2005. Caballero Bonald, José Manuel. Sevilla en tiempos de Cervantes. Planeta. Barcelona, 1991. Calle Vaquero Manuel de la. La ciudad histórica como destino turístico. Ariel Turismo. Barcelona, 2002. Carrasco Terriza, Manuel. “Catedrales para el siglo XXI”. PH. Boletín del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico. Nº 47, pp. 43-50. 2004. Cazes, Georges. “La renovación del turismo urbano. 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