La última producción de Juan Zorrilla de San Martín “EL SERMÓN DE LA PAZ” Juicio que sobre sus altos méritos emite uno de nuestros espíritus jóvenes 1 La aparición de un libro de arte es siempre una fiesta, algo así como un enriquecimiento colectivo, y más trascendente se hace aún ese hecho, si el libro mueve en torno suyo el espíritu de un pueblo, por un valor que haga cifra de patria; por ese significado de colectividad que por sus obras, los buenos artistas nos representan, en ese concepto espiritual de patria que tenemos, por lo que expresa de grande en sus fuerzas morales; así Víctor Hugo fue Francia, como Tolstoi Rusia. Hoy celebramos un nuevo libro del príncipe de nuestros poetas, en su estirpe de cantor de las tradiciones del país, del doctor Juan Zorrilla de San Martín, de cuya obra diversa resplandece una potente llama al soplo de un inflamado romanticismo. En esta su última obra, “El sermón de la paz”, hay como en todas las suyas, el espíritu de su tierra, el pequeño Uruguay, el amable y risueño Uruguay, el que es como una estrella encendida sobre la frente de América; hay en este libro la emoción del paisaje natal y el amor a las cosas habituales e inolvidables de nuestro cada día en la vida, y se manifiesta aquí un prosista lleno de color y de naturalidad; y de su verbo resplandece la belleza de un alto espíritu. A esta su obra la embellece, sin duda, esa aspiración suya, perseguida hasta darle forma de doctrina, pero dentro de un prodigio de indulgencia y de armonía, la realidad de un ideal, que alumbre el camino de angustia de los desconcertados ante los problemas tan importantes presentados en estos últimos tiempos; y él, como los helenos, los resuelve en la sonrisa clara que hay en una actitud sincera para con la vida, en el paso sereno hacia una paz verdadera. Y todas las pasiones buenas y todas las pasiones malas, las purifica ante un sentido de belleza concebida en un Dios; y hay en su libro una sonrisa piadosa para los que solo creen en el éxito de la realidad tangibles, y en realidad pensamos que solo el amor puede darnos una idea aproximada de lo que pueda ser Dios. El amor está antes que la vida; él es una necesidad de la vida, la vida es una realidad del amor; el amor nos prolonga más allá de la humanidad; él nos ilumina en la esperanza de haber existido, amando es la única manera que puede no interesarnos la muerte. Con una sensibilidad menos viva, con una inteligencia menos luminosa, con algo menos de sinceridad y con un instinto artístico menos poderoso, Zorrilla de San Martín, sería una de las figuras más armoniosas de nuestro continente; pero él pertenece a la estirpe de los grandes románticos, en el gran esplendor visual de la palabra y en la embriaguez grande de la música; “Tabaré” no tiene un hermano en este sentido; pero la calidad altísima de su sensibilidad le ha impedido caer, ante eso inexorable que es el tiempo, y es por eso que a esta altura tan fundamental para el arte en América, ante el derrumbe sucesivo de antiguos grandes valores, (aunque algunos aseguren lo contrario) Juan Zorrilla de San Martín ha de quedar como valor definitivo, en la majestad de su gran espíritu; el que por arte de la belleza ha penetrado muy hondo y suavemente en el alma de su pueblo, este pueblo que ha hecho con él en vida en el homenaje, lo que no ha hecho con ninguno de sus artistas, sin encontrar reparos en sus ideas filosóficas, en el 1 Publicado el 5 de octubre de 1924 en la página 3. 1 supremo amor que es la comprensión para sus altas bellezas; y este artista, que por sus modalidades parecería disonar en este ambiente algo escéptico, recoge de todos una intimidad afectiva en el homenaje de ser admirado y respetado. Su inteligencia es viril, y nos subyuga en su violento imperio de belleza. Demasiado personal, fermenta siempre la fe al través de su “yo” en la filosofía del entusiasmo, que es la única constructiva. A la escogida facultad de la fascinación para influir sobre las almas en el beneficio de la belleza, Zorrilla de San Martín, en la llama tríplice del orgullo, del talento y de la fe, une la generosidad del que sabe guiar estimulando energías. Beneficio grande da a una sociedad aquel artista que sepa poner en los pechos un entusiasmo inextinguible; grande generosidad es la de aquel que sabe encender la fe y dar por su arte a la vida un sabor agradable como un fruto maduro; generosidad gra nde es la de aquel que enseña a amar la vida con el ardor infatigable de los optimistas, la del que sabe desenvolver en cada pecho una fuerza ignorada para transformarla en luminario que revele un destino, la del que sobre la tristeza de las tinieblas de vulgaridad muestra las alas rojas de un sentido superior. Y en este aspecto, nunca el elogio sería bastante para el doctor Zorrilla de San Martín. Así en pleno sueño, desde el fondo de una atmósfera llena de altas ideas, nos ha ido reconstruyendo la historia de nuestro pueblo, el pequeño pueblo de la margen oriental del Uruguay; con el esplendor y la pasión de su verbo ha animado en las multitudes el culto de la patria. El artista tiene la misión de realizarnos la vida por la belleza; y así el poeta de la “Epopeya de Artigas”, en un prodigioso don evocador, nos ha encarnado en el bronce de la realidad un sueño magnífico de virtud fuerte. La historia es más obra de los artistas que de los hechos; la conciencia nacional no debe responder a una señalada exactitud, sino a la moral de un concepto de grandeza colectiva, que tenga para el espíritu de las masas una función vital. Hay hombres que por sí solos responden a esa necesidad colectiva de ensanchamiento espiritual, y sus ideas abren caminos en el tiempo e inducen a las muchedumbres en esos cauces abiertos por ellos hacia el provenir; y estos hombres generalmente son los artistas, que encienden el fuego de esa alma inmensa que es la multitud, y anudan la llama de las muchas almas en un solo espíritu; mientras el cuerpo del pueblo duerme profundamente su existencia material, el artista sostiene entre sus manos su alma en la efigie de un gran pensamiento, y modela con los tejidos espirituales el esplendor de los destinos de la raza, en el pensamiento purpúreo de la afirmación, porque ninguna fe es tan grande como aquella que nos impone el poeta, al ponernos en contacto con cosas inaccesibles a nuestra inteligencia: el artista nos obliga a tener los ojos abiertos y fijos hacia lo alto. Pero frente a ese ideal suyo de patria bajo la tiranía insoportable de las rutinas y de los hechos consagrados, debemos poner nosotros los jóvenes el amplio ideal de humanidad, creyendo que en América los problemas deben resolverse de una distinta manera que en Europa, esa Europa cuya civilización hemos copiado, la de los viejos principios doctrinarios; estos países de América no son un museo de dogmas; por el contrario, su riqueza está en el mañana, son una gran fuerza hacia el porvenir. Frente a esa alma europea tan antigua, a esa sensibilidad tan gastada, está el espíritu americano, que es la significación de un ideal que trabaja a favor de la vida, el de una entidad colectiva entregada por entero a su propia felicidad, en la consciencia práctica de vivir. Cada pueblo tiene su artista, que lo representa, que lo simboliza, y que vistiendo el traje de un ideal de patria, habla al mundo con el lenguaje de la humanidad. Este es el único nacionalismo posible, el nacionalismo de la forma, de la apariencia; pero la única voz que escuchan los siglos es la lengua de la vida, es la reconcentración del eco de todos los hombres en la voz del artista; es el pueblo de todos los pu e- 2 blos que de por sí no podría comunicarse con los dioses y eligen la garganta del artista para que su eco llegue hasta el cielo. En este aspecto amamos y elogiamos el “Sermón de la paz” del doctor Juan Zorrilla de San Martín. Juan M. Filartigas 3