Síntesis del Libro Moral Tradicional y Religiosidad Popular en Costa Rica (1880 − 1920) Elizabeth Poveda Porras En este libro, la autora Elizabeth Poveda, mediante los documentos de estudio de la época, como las Encíclicas Pontificias, los del Sínodo Diocesano de 1881, las cartas pastorales de Monseñor Thiel y Monseñor Stork, entre otros, trata de probar que la sociedad costarricense, rige su vida en torno a una doble moral, la cual sigue la idea de la Iglesia Católica, que ha sido por tradición y legislación, la religión del Estado. Ambos, el pueblo y la curia, han construido infiltraciones en sus ejes funcionales y de trabajo, una hipocresía tal, que logran devastar el fin primordial, el cual en principio es bueno, transformándolo así en uno que pretende una sociedad armónica, pero religiosa en extremo, pues impulsa a que cada persona se rija solo por las leyes de Dios que son en realidad las que la propia Iglesia determina. Como primer argumento desarrollado, se evidencia la existencia de discordia entre la posición oficial de la Iglesia y la religiosidad popular. La posición oficial de la Iglesia, consistía en emitir disposiciones que regularan aspectos comunes y variados de la vida, tanto en el ámbito de la razón, la moral y la sociedad, como dentro de la vida secular o la seglar. Normas respecto al matrimonio, el comportamiento de los sacerdotes, las festividades religiosas, las obligaciones de los feligreses, la formación de cofradías o asociaciones, entre otras, todo esto trabajando duro, hasta lograr su fin básico. Esta labor era la manera que la Iglesia encontraba para atacar todos los males de la sociedad y encontrar al tiempo, la moral de la humanidad: ... una sociedad... opacada por los desenfrenos y frivolidades de la vida diaria... los vicios dominantes como la embriaguez, el juego, la vagancia, y la pereza espiritual (Poveda, Elizabeth, pp.2) La religiosidad popular por su parte era muy distante de lo que la Iglesia quería, pues esta proponía que los hombres procedieran según los lineamientos instituidos, y no a su antojo personal, como se venía haciendo. Toda persona que no siguiera la doctrina católica debía dar cuentas a Dios de sus faltas, pero esto no impidió que el libre albedrío de la gente, los hiciera optar por comportamientos como la separación del matrimonio, concubinatos, adulterios, fornicaciones, incestos, violaciones, infanticidios, la vida escandalosa, el mal ejemplo y el alcoholismo. Todo esto por rebeldía, oposición a leyes poco flexibles, o simplemente por no querer, importándoles poco las maldiciones y los castigos divinos, como lo eran las penas, y el fuego del infierno. Se evidencia así la doble moralidad de los feligreses, lo que estipulaba la Iglesia como su verdad, no era lo mismo para algunos de ellos, que no lo pensaban dos veces, cuando de quebrantar las normas se trataba. Demostrando por lo tanto, que el verdadero poder de la Iglesia no se encontraba en controlar las prácticas religiosas de la sociedad. Se desarrolla también el tema de la moral sacerdotal en relación con las prácticas religiosas de la época. Todo sacerdote debía ser humilde, casto y religioso, debía enseñar la doctrina cristiana, administrar correctamente los sacramentos a los fieles, y reprenderlos y castigarlos cuando hiciera falta, siempre y cuando 1 sus palabras se midieran bajo las que son dignas de un representante de Dios en al Tierra. Pero según la documentación recopilada de la época, se evidencia que no todos los sacerdotes cumplían con estas normas de conducta. Los problemas morales, los votos quebrantados, especialmente el de castidad, curas acusados por convivir con mujeres tanto dentro como fuera de la Casa Cural, de adulterio, de violaciones y del delito de solicitación, etcétera, eran algunas de las conductas más frecuentes en este grupo. Este último delito, el de solicitación traía gran preocupación a la Iglesia, pues viola el carácter sacramental de la confesión, y esta violación es sancionada dentro y fuera de la Iglesia misma. Consistía en que un sacerdote, hiciera o no las confesiones regulares, incitaba a alguno de los confesantes a cometer actos torpes y deshonestos con él o con terceros. La Iglesia, a pesar de haber tratado de parar esta prácticas con castigos como suspensión o inhabilitación del sacerdote de la celebración del sacramento de la eucaristía y de oír confesiones sacramentales, privarlo de beneficios y dignidades, de voz activa y pasiva, y hasta con marginaciones y degradaciones, no logró cambiar mucho el panorama, pues era cosa común en las comunidades. Los fieles no aceptaban la conducta de sus párrocos, pues ellos debían ser el ejemplo y no dejarse llevar para caer en las redes del pecado. Además al denunciar este tipo de incidentes, la única medida para dar fin al problema que tomaban las autoridades eclesiásticas, era pasar al sacerdote de iglesia, por lo que el disgusto era evidente, al ver que nada solucionaban. Por esta razón la comunidad parroquial, al no sentir el apoyo de la iglesia, llega en determinado momento a recurrir a autoridades civiles, en busca de una solución más efectiva, provocando así un roce entre las dos partes. La doble moral del sacerdote se da entonces cuando se ve, que por un lado, rezan, hacen que cumplen los mandamientos de la Iglesia, prometen votos de obediencia y castidad, pero en contraposición, siguen siendo hombres al alegarse de sus hábitos, todo esto reunido en una misma figura de autoridad. Como la autora lo explica en una sola frase: El habito no hace al monje (Poveda, Elizabeth, pp.59) Por último se analiza la condición de la mujer dentro de toda esta disyuntiva socio−religiosa. Respecto al marco de la religiosidad oficial, la mujer debía ser la imagen consagrada de María Inmaculada: Madre de Dios, pues ese era el modelo que toda mujer debía imitar, cuidar de su esposo y de sus hijos, incluso la mujer era específicamente educada para esa tarea en congregaciones femeninas instauradas por la iglesia. Pero por el lado de la religiosidad popular, aparte de su deber de esposa y madre, debía ser además como una esclava, al mando de su padre o de su marido, según la época de su vida. Para la iglesia la mujer debía ser amor y abnegación en todo aspecto hacia su marido siempre, aguantando y soportando cualquier trato que viniera de él, ya que simplemente era un objeto cuya función más importante era traer hijos al mundo, el adulterio era castigado distinto para hombres y mujeres, ya que para la Iglesia, el adulterio femenino, humilla y degrada el honor del hombre: ... debido a que ataca directamente su imagen viril (Poveda, Elizabeth, pp.115) 2 Algunas mujeres se revelan y optan por abandonar hijos y esposo, opresiones y demás, para liberar el adulterio, el infanticidio, el aborto, el alcoholismo, etcétera, conductas que se encontraban muy lejos de los mandatos del gobierno eclesiástico. 3