CARTAS DE MARTÍ New York en manos de rufianes.—Los bastidores de una gran ciudad de inmigrantes. —Estudio de la máquina electoral.—Tráfico de votos.—Capataces y rebaños.— Cómo se proveen en Nueva York puestos públicos.—Urdimbre curiosísima.—La gente culta se aleja de las urnas.—Miedos de la prensa.—Impotencia del mayor de la ciudad.—Votos y cervecerías.—Un viaje por las oficinas públicas, y una nota de sus comercios.—Prácticas en las cárceles.—Trabas al municipio y franquicias al mayor. —Diputados.—Las reformas que se intentan y la que se necesita. Nueva York, marzo 28 de 1884. Señor Director de La Nación: En Washington, y por todo el país, se agitan ahora esos argumentos y rencores; y en la capital del estado de Nueva York un senador joven y de casa rica, ayudado por cincuenta y tres ciudadanos decorosos, jura guerra a los rufianes de esgrima y traficantes de votos que con deshonor de la ciudad ocupan en Nueva York los más elevados puestos públicos. Quien estos párrafos vaya leyendo verá en lo interior de su poderosa vida, y con las manos a la obra, a este pueblo que parece, a pesar de todos los riesgos de la grandeza y de la acumulación de masas incultas, destinado a salvarse.—¡En la médula, en la médula está el vicio, en que la vida no va teniendo en esta tierra más objeto que el amontonamiento de la fortuna, en que el poder de votar reside en los que no tienen la capacidad de votar!—Pero es justo decir que al pie de cada llaga, se ve erguido un sacerdote. Y cuando parece que todo se va a venir a tierra con catástrofe y derrumbamiento, surge un hombre sencillo, vestido de paño del país y calzado de gruesos zapatos, que con palabra maceadora y tundente acusa el mal, y obtiene el remedio. Así ahora con los desvergonzados manejos de las oficinas públicas. Poco es cohecho; estafa es poco. Domina en Nueva York el voto irlandés que se da por lo común a quien lo compra, ya con halagos a sus preocupaciones, ya con permisos para cosas ilícitas, ya con dineros;—y hay un John Kelly entre los demócratas y un Johnny Brien entre los republicanos que tienen amaestrados a los votantes de sus distritos como a sus perros sabios un titiritero; los cuales John y Johnny reconocidos capataces de los partidos en la población, en nada más se ocupan que en asegurar para sí y sus favorecidos, a quienes sujetan a tributo, los puestos públicos de la ciudad, que se eligen aquí por mayoría de votos; y sucede cada año que el Brien presta al Kelly unos cuantos millares de votantes republicanos para que le saquen triunfante al registrador que con Kelly tiene sus paniaguados, y el Kelly presta luego al otros miles de votantes demócratas para que quede colocado en la Dirección de Prisiones el que se obliga a partir con Brien, por cuanto le ayuda a ser electo, los gajes del oficio. Tienen ambos partidos en cada distrito sus asociaciones, obedientes a los representantes respectivos de Kelly y de Brien, cuyos representantes en las cervecerías viven buena parte del año, ya haciéndose de la voluntad del cervecero, que es mercadería que está siempre a la venta; ya encendiendo con pláticas insidiosas las pasiones e intereses de la gente baja. Quien por darse aires públicos, o seguir el hábito, o tener cosa que poner a precio y de qué sacar ventaja, quiere unirse a la asociación de algún partido, ya sabe que ha de obedecer a lo que el cacique del distrito mande; y el que por sí piense y obre, de la asociación es expulsado. No se discute en esos comicios de distrito a los candidatos; sino que se vota a ciegas (por tenerse lo contrario a traición al partido) en favor de los que proclaman los caciques. Y así, por el interés, por la costumbre, por el compadrazgo o por la virtud misma de la lealtad, las asociaciones de los votantes de los distritos pertenecen a los tenientes de Brien y de Kelly; quienes entre los capataces mismos que les ayudan reparten los empleos de la ciudad que por votación se ocupan, y de antemano conciertan con los que han de ocuparlos la distribución de las pingües ganancias, en pago del apoyo de todos los distritos electorales al cacique de distrito que, abandonado a su esfuerzo, contaría solo con los votos de uno. Como por sufragio se elige a los miembros del municipio que son los que señalan los árbitros de las oficinas públicas, sucede siempre que los munícipes, que no lo serían sin la benevolencia de Brien o de Kelly, ajustan las cosas de la manera que a estos place, y es aquella que permite sacar tantos provechos de las oficinas, que pueda ir una porción de ellos a hacer fondo para los gastos que requiere esta tenebrosa máquina, y otra al mantenimiento de los mercaderes de votos que viven de ella. O bien acontece que cierta persona contribuyó en trances de apuro con una cincuentena de miles de pesos para sacar triunfante una elección dudosa; y el Brien o el Kelly le dan luego en pago un oficio público—que rinde al año un centenar de miles. Policía, salud pública, hermoseo de la ciudad, cobro de contribuciones: todo está en el puño de Brien y de Kelly. Por elección popular son nombrados los cabezas de estos departamentos; y un cazador no es más dueño de su traílla que Brien y Kelly de la elección popular.—Dada la gente más culta a la busca ansiosa y goce precipitado del dinero, recuerdan solo su deber de elegir cuando ven ya de cerca en el triunfo de algún candidato un peligro para su tráfico o fortuna; y bien por el natural desplacer de andar de codos con aquellas hombradas de cervecería, bien porque les domina de tal modo el amor del provecho propio que creen que en nada influye en este el público, es lo cierto que, salvo en alguna elección presidencial reñida, en que ya se ponen en conflictos mayores intereses, las elecciones están por lo común en manos de la gente de taberna:—¡senador hay, embajador ahora en tierras de oro y raso, y muy bien visto en cortes europeas, el cual en las manos del curioso que escribe estas líneas ha puesto en vías de elecciones un vaso de sidra que, arremangada la camisa y abierto el chaleco, por sí mismo sacaba el caballero sonriente y afanoso de la ancha barrica en una taberna de suburbio! ¡Y sonreía el rubicundo candidato, como un hombre dichoso! Iba de bebedería en bebedería, pagando de beber a todos los sedentales, y dejando sobre los mostradores nauseabundos, en vez de décimos de plata, que aun son mucho para costear estas cervezas infectas, mazos de billetes y monedas de oro:—¡Ya no es honor aquel que necesita ser buscado!—ni se saca el honor de entre las turbas! Fortalezas sin agujeros para asalto ha venido siendo esa organización formidable. La prensa misma temerosa de perder su influencia y provecho en las masas, no decía estas cosas sino con miedo, para que no se le pusiesen en contra los que capitanean en los distritos las voluntades. Pena da a veces ver cómo cortejan estos periódicos a la muchedumbre:—le halagan sus gustos; le sacrifican la propia cultura; se fingen por complacerla vulgares y brutales; se echan encima por la esperanza de la propina, el arreo servil y la sonrisa dolorosa de los lacayos! Por voto público se elige el mayor de la ciudad que es casi siempre un comerciante de pro, el cual acepta en remuneración del nombramiento obligaciones que traban su independencia, cuando no le deslustran el decoro, pero el mayor, que está dos años en oficio, halla en los empleos gente desconocida, a quien no puede mudar, aunque le parezca mal, y la cual tiene su puesto por plazo más largo que el mayor el suyo: ni nombrar podía el mayor a empleado alguno sin el beneplácito del municipio, que imponía siempre los candidatos que por los cabecillas de las elecciones les eran a su vez impuestos. Buey era, pues, el mayor; y poco más que el derecho de firmar las voluntades de los munícipes tenía, a la sombra de su yugo. En las oficinas de la ciudad, seguras de la sanción del municipio de quien podía únicamente venirles persecución y daño, se habían erigido ya en práctica abominables abusos. El secretario del condado, que es una especie de visador de documentos, con 3 000 pesos de sueldo, no ha podido negar a una comisión de diputados investigadores, que cobra indebidamente por derechos caprichosos, ochenta mil, ochenta mil pesos al año. En la Oficina de Registros, obligada a dar gratis sus informes, pulula muchedumbre de gente voluntaria, a quien se permite tener en el lugar su mesa y plumas para que, con estos asomos de oficinista, exijan a los que buscan algo en el registro una gabela por hallárselo, que los solicitantes pagan como si lo debieran, y los empleados ambulantes parten con los que les consienten y autorizan el comercio. Y sobre el Departamento de Prisiones, callar es mejor, por no decir lo que se sabe: presidios de España hemos visto muy de cerca, y su pan lleno de gusanos negros, y su carne hedionda, pero en las cárceles de New York, cuyas atenciones paga la ciudad con largueza, no se sufre menos, por el rapaceo de los empleados, que en los presidios de España. Si un peso cobran al día por la comida de cada cabeza, con un real le dan de comer, y lo demás se guardan. Si tal preso quiere irse de paseo, o traer feas visitas a su celda, páguelo bien, y se irá y las traerá. Si hay regla que infringir de día o de noche, las infracciones tienen su tarifa, como los pecados, y el que la cubre, deja atrás la regla. Quien no tiene qué dar, vive mísero. En los días de votación, los carceleros, que son agentes de elecciones, salen a votar con los presos, y dejan la cárcel sola. Traducir debiéramos aquí el indignado informe en que a latigazos más que a frases cuenta increíbles villanías y corruptos sistemas la Comisión de diputados republicanos y demócratas que, tomados de entre los hombres más puros de ambas parcialidades, envió la Asamblea del estado a New York a cerciorarse de estas violaciones. Se ve el rubor, y la noble cólera, en el ardiente informe. Río Alfpheo se necesita que de raíz arranque la inmundicia de estos establos! La mesa del Presidente de la Asamblea está cubierta de proposiciones de reforma. Se quiere privar al municipio, y dotar al mayor de la facultad de nombrar y remover los empleados. En tanto, ya se ha separado de manos del municipio la facultad de nombrar empleados para oficios de ganancias sabidas. Ahora el mayor los nombra, que es siempre persona de más fianza que los munícipes. Pero esta mejora, anuncio solo de otras complementarias que han de dejar establecido un sistema nuevo de provisión de los empleos, y de los fondos necesarios para su pago, ha tenido que arrancarse de los dientes de Kelly y de Brien. Vaciaron en Albany, que es el sitio de la Asamblea, a todos sus agentes. Sentían el golpe mortífero, y acudían a pararlo. Como los representantes han menester para ser electos de la autorización y apoyo de Kelly y Brien y de sus distritos, a recordar y a amenazar fueron, y a exigir de los representantes, so pena de no ser reelectos, que no dieran oídos al informe, preñado de hechos, de la Comisión. Pero prendió en la Asamblea el decoro, y los agentes se han vuelto corridos. La befa pública hubiera seguido a los que emprendiesen la defensa de los empleados corruptos y sus cómplices;—y en el hecho mismo de aspirar a la representación popular hay cierta nobleza, que el ejercicio de la representación acrece, y no permite afrontar, aun a riesgo del provecho propio, la befa pública. Es túnica sacerdotal, una investidura de diputado. Como que unge. Como que eleva. No se es ya un hombre, sino una atalaya. Se es la patria, y se mira la mente como un vaso sagrado. Verdad es que los diputados se venden y se compran; pero hay ocasiones en que no se atreven a venderse. La prensa, aun en medio de sus cobardías, está de centinela. Cave canem, estaba escrito para guarda de los visitantes en las casas de Pompeya. La prensa es el can guardador de la casa patria; y en todos los oídos debe resonar siempre el grito saludable: ¡Cave canem! Pero no está solo en quitar de los munícipes y en poner en el mayor la facultad de nombrar empleados el remedio de los males que vienen del descarado tráfico de votos. Ni en crear organizaciones nuevas de distritos está el remedio; sino en mejorar la masa votante. En nada menos está que en mudar en patriótico e inteligente el espíritu de una muchedumbre que de apetitos sabe más que de ideas, y no siente amor alguno por un pueblo que no es su patria, y el que, sin embargo, gobierna. Y el alivio más inmediato, está en que los ciudadanos cultos, que hoy hacen gala de mantenerse lejos de las urnas, voten. Si desdeñan hoy el ejercicio de su derecho de dueños, tendrán mañana aterrados que postrarse ante un tirano que los salve. Deber es el sufragio, como todo derecho; y el que falta al deber de votar, debiera ser castigado con no menor pena que el que abandona su arma al enemigo! JOSÉ MARTÍ La Nación, Buenos Aires, 9 de mayo de 1884. [Mf. en CEM]