Agresividad ambiental

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CRISTIANO PARA EL MUNDO DE HOY
Agresividad ambiental
En diferentes ocasiones —también en este
número— nos hemos referido al tema de la
violencia, pero principalmente desde un punto de vista socio-político. Nos parece conveniente ampliar nuestra reflexión situándonos
en una perspectiva psicológica: ¿Qué motivos
y qué alcances tiene la violencia en cuanto
agresividad, en cuanto afán destructor?
La actualidad del tema es indiscutible, no
sólo en el mundo y en América Latina sino
también en nuestro país.
El periodista Osses es torpemente vejado.
Se lanzan tómales y huevos podridos en la representación del Evangelio según San Jaime.
Se boicotea la película del "Che" con bombas
lacrimógenas y a mano armada se entra en la
cabina y se quema un rollo. Treinta hacendados golpean brutalmente a los periodistas Pizarro y Basualto, de la empresa El Mercurio,
por el delito de hacer una entrevista. Miristas
y pseudo-mirislas asaltan el Banco de Londres,
¡a botillería Málaga, la sucursal Las Condes del
Banco del Estado, el furgón blindado del Banco Continental. Los estudiantes secundarios
hacen manifestaciones, lanzan proyectiles, rompen vidrieras, hieren y son heridos. Muere baleado en Copiapó el estudiante comercial Carlos Adonis Montagne etc., etc.
¿Para qué seguir dando ejemplos?
Es un hecho que vivimos un ambiente di'
agresividad, y esto es grave ya que la agresividad es furia ciega, mano empuñada, con armas o sin ellas, destinada a destruir. Chile necesita, como todos los países de América Latina, una auténtica revolución. Pero itna revolución es fruto de la inteligencia, de la voluntad
y del coraje. No es acometividad rabiosa y enceguecida. Una revolución sólo se justifica
cuando destruye un pseudo-orden para construir uno verdadero y justo. Pero destruir por
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afán de desunir no es hacer revolución sino
insania, es primitivismo negativo y humanamente injustificable.
Frustración y agresividad
El primer punto en que queremos detener
nuestra reflexión ha sido profusamente estudiado por la escuela de Y ala (USA) —Dollard,
Doob, Miüer, Mowrer, Sears— y se reduce a
la siguiente tesis: "Toda frustración —insatisfacción de instititos o tendencias— provoca
agresividad. Toda agresividad proviene de una
¡rustracción".
Prescindiendo de las críticas que se han
formulado contra esta tesis, hay un hecho indiscutible: la frustración provoca o, por lo menos, tiende a provocar una respuesta agresiva.
Ahora bien, vivimos una civilización que
aparentemente amplia el horizonte de satisfacciones pero a un elevado precio de frustraciones. Ya Freud insiste en esto en El malestar
de la cultura y Marcuse lo explícita más nítidamente en Amor y Civilización.
Si a este montante de frustración agregamos las frustraciones propias de países subdcsarrollados —pobreza que al compararse
con países opulentos se transforma en miseria
consciente y rencorosa; inconsistencia de los
lazos familiares; ?narginalidad social y política— tenemos una fuente permanente de agresividad concentrada que sólo espera la ocasión
propicia para descargarse como río desbordado. Y el desborde generalmente no conduce a
nada. Es afán de venganza, destrucción delirante y estéril. Como en la famosa novela de
Azuela, Los de abajo, es la piedra que se echa
a rodar y que sigue rodando, aunque sea en
un mar de sangre, sin dirección, sin sentido,
quebrada abajo, sin que nadie la logre detener
o encauzar.
De aquí fluye para el hombre maduro una
doble responsabilidad.
La primera: luchar con todas sus fuerzas
para disminuir las tensiones sociales, las injusticias y los desniveles. Promover con urgencia cambios globales y radicales en nuestras
estructuras sociales caducas e injustas; en
otras palabras, y como lo hemos dicho tantas
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veces, promover una revolución auténtica pero
de modo que ésta sea no sólo para vi pueblo
sino también hecha por el pueblo incorporado
a la vida nacional y política.
Segunda responsabilidad: actuar serena y
racionalmente evitando demagogias fáciles y
no levantar, con medidas precipitadas y espectaculares, los diques de una agresividad potencial que puede desbordarse como un torrente inmanejable y sin cauces y que sólo dejará
un barro de ruinas.
¿Significa esto que estamos defendiendo
una actitud pasiva y resignada y negando a la
violencia toda legitimidad? De ninguna manera.
Agresividad sublimada
Quizás ningún pensador contemporáneo ha
tenido intuiciones más profundas sobre !n
agresividad que Segismundo Freud.
La agresividad es algo que nace con el
niño —para Freud es la expresión de Thanatos,
el instinto de la muerte— y de la que el niño
se defiende con mecanismos primitivos, de tipo
mágico, ligándola a la búsqueda del placer autoerótico y proyectándola hacia afuera en forma de instintos parciales sádicos. Pero siempre
queda una cantidad de agresividad desligada
de todo otro fin y que es la fuente ultima de
angustia que asalta al hombre a lo largo de su
vida.
Junto al instinto de muerte está el instinto
de vida, de integración creadora, el Eros. Al
principio se expresa en el niño en forma dispersa, pero recorriendo diversas etapas, cada
una cargada de significación especial, va poco
a poco integrándose y, superado el complejo de
Edipo, logra sublimarse y se transforma en
auténtico amor: amor del hombre a la mujer,
amor a valores que se presentan no ya como
meras utilidades o conveniencias sino como
valores en sí, valores objetivos y trascendentes,
Súlu cuando el hombre ha logrado sublimar su
sexualidad primitiva haciéndose capaz, de un
verdadero diálogo con un "tú" diferente, sea
éste persona o valor, podemos hablar de auténtica madurez psicológica y humana.
t*. esta .-inhumación de la sexualidad pri- amor v por eso más que agresividad debe llamitiva <: infantil en auténtico "eros" la que marse esperanza, acometividad. No deja de ser
permite también la sublimación de la agresi- significativo que para Santo Tomás la virtud
vidad. La agresividad no se sublima sino por de la esperanza se situaba dentro de las virtudes "irascibles", es decir de las que dan coraje
el camino del verdadero amor.
Pero no siempre se logra esta meta. Y y fuerza para arremeter contra obstáculos por
cuando no se logra; citando el hombre es in- difíciles que éstos sean.
capaz de sublimar su sexualidad infantil, cuando se refugia en la realidad o en la fantasía en
etapas y mundos infantiles narcisistas o auto- Agresividad y violencia
oráticos, tampoco es capaz de sublimar su agreNo negamos, por consiguiente, la legitimisividad. También se produce en ésta una regresión hacia lo infantil y arcaico, y ¡rente a dad de la violencia aun física cuando es el
c<i<i regresión el hombre a igual que el niño único camino que queda para oponerse a otra
se defiende con mecanismos primitivos, ya sea violencia instalada y opresora. Pero no debereprimiendo la agresividad y destruyéndose a mos ser ingenuos. La primitivez subyace en el
si mismo en una autocrítica cruel, angustiosa fondo de todo ser humano y sólo espera el moy paralizante, ya sea proyectando la agresivi- mento de ser despertada. Ahora bien, la viodad, transformándola en odio ciego a los de- lencia física, aunque pretenda justificarse con
más que dejan de ser personas y se transfor- el nombre de "revolución" despierta fácilmenman en concreciones de fantasías persecuto- te primitivismos dormidos y abre cauce a agrerias, en objetos que amenazan y que, por tanto, sividades brutales, que de ningún modo pueden justificarse.
deben ser aniquilados.
Si se elige, por consiguiente, el camino de
A primera vista todo esto puede parecer
la violencia armada ha de tenerse muy en
absiruso pero es tremendamente real.
atenta este aspecto. Ya José Miguel Carrera
;_Qué es un delincuente —pensemos en un lloraba, según tas memorias de Pueyredón,
asesino— que mata fríamente sino un hombre cuando veía que detrás de su guerrilla que él
que en el fondo odia al mundo al que pertene- ansiaba fuese liberadora sólo se ocultaban vulce porque se siente sorda y oscuramente ame- gares bandoleros. Un revolucionario autentico
nazado por ese mundo al que no llegó a com- no es delincuente pero es fácil que un delinprender ni amar? No llegó a la etapa humana cuente se llame revolucionario, milite en un
del "eros" —con o sin culpa suya— y, por lo bando o en otro.
mismo, su agresividad no sublimada se proyecLo verdaderamente importante es purifita destructivamente hacia afuera.
car la violencia, toda violencia, de agresividad
Pero un delincuente no es sin más un re- regresiva y atávica, y esto sólo se puede hacer
volucionario aunque se apode como tal.
por un camino: el camino que Freud denomina
F.l verdadero revolucionario busca cons- "eros", el camino que los cristianos llamamos
Huir algo, está movido por un ideal, ama a los "ágape", amor. Sólo el violento que ame realhombres y busca construir una sociedad más mente puede ser justificado; el que ame a los
justa v más humana. No puede acudir precipi- hombres concretos y a los valores de siempre:
tadamente a la violencia física ni mucho me- verdad, justicia, hermandad, belleza, Dios.
nos gozarse en ella. Puede ser agresivo pero su
agresividad está sublimada por un auténtico
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