Los Gershwin · Bolton · Thompson / Alonso · Muñoz Román Lady, Be Good! y Luna de miel en El Cairo Teatro de la Zarzuela (Madrid, 1 de Febrero de 2015) Una crítica de La linda tapada El Teatro de la Zarzuela nos ha sorprendido en su tercera producción lírica de esta atractiva temporada con un doble montaje deslumbrante pero de desigual factura conformado por dos comedias musicales separadas por dos guerras y un océano: Lady, Be Good! (1924) y Luna de miel en El Cairo (1943). El planteamiento de partida del espectáculo no podría resultar más conflictivamente problemático: aunar en una misma noche dos títulos que en origen monopolizaban cada uno de ellos una velada teatral. Pero a la par dicho planteamiento no podría ser más atractivamente estimulante: integrar en una misma función sendas piezas de dos contrastantes pero también emparentadas tradiciones músico-teatrales. Lo primero ha forzado a producir un "espectáculo de espectáculos" de proporciones muy amplias que no llegan a lo fatigoso (tres horas y media de función, intermedio incluido) a costa de recortar. Lo segundo ha propiciado la asimetría en la intervención de poda: ligeros toques en el libreto de la primera de las obras y total supresión del texto original de la segunda, sustituido por unos diálogos notablemente más breves. La producción estrenada es en verdad la suma de dos montajes completamente independientes que podrían exhibirse separadamente sin que cambiara su apreciación. Aunque ambos proyectos compartan equipo artístico los criterios de abordaje de las dos puestas en escena han sido radicalmente opuestos. La excelente dirección musical del maestro Kevin Farrell ha aportado el único rasgo de homogeneidad a la velada, enfatizando el parentesco de las dos partituras pero propiciando a la vez que trascendiera siempre el acusado sello personal de cada compositor. Para abordar la puesta en escena deLady, Be Good! el director teatral Emilio Sagi ha empleado como sólido cimiento el texto original de Guy Bolton y Fred Thompson, al que ha sometido a una lectura canónica, con cortes pocos sustanciales, que permite comprobar cómo detrás del irresistible valor lúdico de la inspirada partitura firmada por Gershwin hay una gran coherencia en el trazado de la comedia musical. El deslumbrante abordaje artístico está en igual medida al servicio de la historia y del espectáculo, ya que uno y otro van de la mano. Iluminación, escenografía, coreografía, figurines y dirección de actores conforman cinco brillantes soportes de un mismo edificio, monumental a la par que grácil. El acierto con que se resuelve cada número musical es superado por el sentido aditivo que su sucesión aporta al montaje. La única mácula a esta parte del espectáculo hemos de ponerla en el hecho de no haber decidido versionarlo al castellano, algo que choca con la secular tradición de adaptación en todos los países del repertorio de teatro cómico-lírico foráneo a la lengua de sus propios públicos, que más tarde fue continuada por la del género del musical. Se podrá aducir que las comedias musicales de Gershwin nunca se tradujeron en España, pero a ello contestamos que la obra de los hermanos Ira y George apenas circuló, a excepción de Porgy and Bess, por los circuitos continentales europeos; para el caso español tan solo hemos logrado documentar la puesta en escena deTipToes en Barcelona en 1929 en francés por una compañía parisina que iba de gira. Resulta especialmente extraña esta decisión en una temporada que ha optado acertadamente por acercarse a Carmen y La Grande-duchesse de Gérolstein a partir de sus adaptaciones zarzuelísticas. En el caso de Luna de miel en El Cairo, al contrario de Lady, Be Good!, Sagi ha prescindido casi al completo del bien construido libreto de la opereta firmado por José Muñoz Román, del que tan solo han permanecido los cantables de los números musicales. No contento con ello el director operístico ovetense ha construido un remedo de texto teatral a través de un encadenamiento de “morcillas” pensadas para el lucimiento actoral de sus dos divas (léase Mariola Cantarero y Enrique Viana) tomando como excusa un supuesto ensayo de la obra de Alonso por parte de una compañía de revista. La dramaturgia así dibujada no cuenta con más valores que el desenfadado tono humorístico y el poder evocador del friso de costumbres teatrales de unos años de franquismo no demasiado bien definidos. De este modo esta segunda parte del programa doble carece de un verdadero motor que la impulse recayendo esa función en su música, tristemente desprovista del contexto dramatúrgico que la agranda y dota de sentido haciendo de este título un admirable y acabado ejemplo de comedia musical de la posguerra. Resulta extremadamente frustrante comprobar cómo una decisión tan gratuita puede alterar en tan alto grado el imprescindible balance estético del que un programa doble debe gozar. A tal extremo llega la asimetría percibida que cuando se recapitula sobre lo vivido al acabar la velada el espectador ve minimizado el mérito artístico de los autores de la segunda de las piezas, algo verdaderamente injusto por no responder a la realidad. Emilio Sagi, tan acertado en el enfoque dado al título de Gershwin, muestra una verdadera falta de honestidad artística al vetarnos el acceso a la pieza de Alonso en su configuración original y convertirla en un sucedáneo tan poco sólido que no hace justicia a sus valores. No nos arredramos al afirmar que si Sagi no confiaba en las posibilidades de la obra o no sabía cómo enfrentarse a la misma debería de haber renunciado a montarla, bien abandonado el proyecto o bien convenciendo a la dirección del teatro de que alterara el programa y eligiera otro título en cuyas posibilidades creyera. Pero quizá metamos el dedo en la llaga si afirmamos que en esta actitud artística de Sagi apreciamos los signos de un verdadero trauma generacional y personal con el teatro musical español, del que él ya ha venido dando indicios en montajes como Katiuska (2008), Pan y toros (2009) o El dúo de La africana (2011) ante los que nuestro equipo editorial iba dando a tiempo real la voz de alarma. El extremo de ese acomplejamiento queda patente en la confusión de códigos interpretativos de la que se hace gala en Luna de miel en El Cairo, propiciada por la propia naturaleza del nuevo texto, lo que lleva a obviar los recursos propios de la comedia musical (tan magistralmente puestos de manifiesto en la primera parte de la velada) y a tratar de evocar la revista que esta obra nunca fue. Centrándonos en los intérpretes de Lady, Be Good! nuestro aplauso unánime a todos los miembros del equilibrado reparto –en el que han confluido con perfecta química escénica artistas anglo e hispanoparlantes con carreras artísticas del mundo del musical y del teatro lírico– tiene que enfatizarse forzosamente en el caso del barítono Troy Cook, piedra angular de la trama y verdadera estrella discreta del espectáculo, y en el actor, cantante, pianista y bailarín Carl Danielsen, catalizador de las dos fiestas que vertebran cada acto y estrella indiscutida de esos dos tour de force músico-teatrales. Nos ha encandilado además la fuerza de Jeni Bern y Nicholas Garrett en los roles protagonistas, la delicadeza de Talía del Val y Paris Martín en los de los oponentes amorosos de aquellos y el desgarro de Gurutze Beitia como Jo. El trabajo admirable de Nuria Castejón con las dinámicas y elegantes coreografías no tiene parangón en la historia de este teatro y la suma de aportaciones del equipo artístico Bianco-Ruiz-Bravo ha quedado a la altura de esa excelencia. El Coro del Teatro aquejó algo de tirantez con la dicción inglesa de los cantables pero por contrapartida se amoldó con absoluta disciplina a las exigencias de movimiento escénico marcadas por la coreógrafa. La ORCAM aunque mostró puntuales desfases con la escena tocó con un inusitado vigor. Las aportaciones de todos sumaron a favor de un montaje que ni Broadway podría soñar. En la desventurada Luna de miel en El Cairo la gran profesionalidad de todos los comandados por Sagi quedó probada viendo el notable esplendor escénico e interpretativo logrado a pesar de su flaqueza dramatúrgica. Destacamos el enorme talento actoral y canoro deDavid Menéndez para acometer el rol de Eduardo, que es el personaje que probablemente mejor conserva la fisonomía que le diera Muñoz Román. Justo lo contrario ocurre con la protagonista femenina, Martha; a pesar de ello el enorme talento artístico deRuth Iniesta logra sacar oro del rol más castigado en el remake de Sagi al que dota de gran entidad vocal. La pareja cómica Mariola Cantarero-Enrique Viana adquiere, en cambio, un enorme realce con esta dramaturgia, que más allá de sus interesantes intervenciones cantadas toma carnación a través de los monólogos revisteriles ya aludidos a los que los dos cantantes saben servir con talento. Del resto de intérpretes no podemos dejar de resaltar la tarea deManel Estève, que canta con perfecta versatilidad números concebidos en origen para distintos personajes. La escenografía y los figurines ilustran con eficacia el doble ámbito en el que Sagi sitúa la “acción”: el mismo escenario desnudo y el vestido durante dos fases de los ensayos. Al margen de lo ya mencionado para la dirección musical las vigorosísimas coreografías son el elemento estético que más unidad de estilo mantiene entre los montajes de los dos títulos. La orquesta y el coro femenino del teatro hacen lucir con primor la bellísima partitura alonsiana, de la que se ha suprimido un número (los cuplés de “Otto, Fritz y sus tirolesas”) y se han añadido dos de acuerdo a una revisión que hiciera el propio maestro granadino (el corrido mexicano "Cuando en tierra tapatía" escrito para la obra en un momento posterior al estreno y el pasodoble “Un mosito de Triana” procedente de Las de armas tomar) y el fox-trot lento “Tus ojos brujos” procedente de Doña Mariquita de mi corazón y cosecha de este montaje. © La linda tapada, zarzuela.net 2015