LA RELIGIÓN DE LOS ROMANOS (Latín I, Anaya / OGILVIE, R.M., Los romanos y sus dioses / CAEROLS PÉREZ, J.J., La religión romana.) El pueblo romano concibió la religión como una relación hombre-dios basada ante todo en el temor. Consciente de que existían ciertos poderes ocultos, espíritus indescifrables –numina– que le acechaban, el romano buscaba protección en una religión basada en el culto y el ritual, a cambio de los cuales los dioses lo protegían. Además, Roma, al ampliar sus fronteras y extender su poderío, entró en contacto con pueblos que tenían ideas religiosas y divinidades distintas; Roma las asimiló, las transformó o las adaptó según los casos. En este sentido, destaca el estallido del cristianismo en época imperial y su progresivo e imparable auge. El resultado de todo ello fue un mosaico de creencias, cultos y rituales, cuyas características generales se puede decir que son: politeísmo, carácter comunitario y ritualismo. Cultos y rituales En la religión romana había dos tipos de culto bien diferenciados: el culto familiar y el culto público. 1. El culto familiar Cada familia romana adoraba divinidades que controlaban su destino: los lares, divinidades protectoras del hogar; los penates, poderes que velaban por la despensa y las provisiones; también a Vesta. Y había determinados momentos de la vida, considerados especialmente delicados, en los que los miembros de una familia se encomendaban a las divinidades: el nacimiento, la toma de la toga virilis, el matrimonio, los funerales. A los muertos se les consideraba nuevas divinidades y como tales se les veneraba, con mucho temor: son los manes. 2. El culto público Eran los magistrados y sacerdotes quienes velaban por que se ejecutaran los rituales. El ciudadano, en cambio, no tenía ninguna obligación, tan sólo evitar el trabajo los días festivos. Los pontífices (máxima autoridad religiosa en Roma) eran los encargados de recopilar los contenidos de la práctica religiosa y transmitirlos celosamente de generación en generación. Los ritos para tratar de suscitar el favor de los dioses eran: la oración, el sacrificio y la adivinación. El sacrificio era el medio más efectivo de influir en las divinidades. No eran necesariamente animales lo que se sacrificaba, también cereales, quesos, flores, miel, etc. El procedimiento debía seguirse rigurosamente y era el siguiente: a) Elección del animal (según los manuales de los pontífices): tipo, color, sexo, tamaño... b) Preparativos previos: fijación en el templo de la fecha, establecimiento de los oficiantes, contratación de flautista. Compra del animal, adorno de sus cuernos y rabo, conducción (sin oposición) del animal al templo, entrega a los sacerdotes. c) En un altar frente al templo se hacía fuego, se evitaban los intrusos (mujeres, perros, esclavos, extranjeros, etc., según la ocasión); los oficiantes se lavaban y secaban las manos, ordenaban silencio (salvo las flautas), se cubrían la cabeza, inmolaban (mola salsa: harina ritual y sal), despojaban de adornos al animal. Se pronunciaba una oración. d) El popa mataba el animal (normalmente de un martillazo en la cabeza), el victimario le cortaba el cuello. Se descuartizaba y se examinaban las vísceras (exta). La carne se comía o se entregaba a los carniceros para ser vendida. Las divinidades Los primitivos romanos rendían culto a una serie de divinidades genuinas, arraigadas en la mentalidad popular. Algunas de ellas eran: Ceres, diosa de los frutos de la tierra; Faunus, dios del ganado; Ianus, dios bicéfalo de la luz; Pomona, diosa de los frutos y los árboles; Saturnus, dios de las semillas; Vertumnus, dios de las estaciones y del comercio; Vesta, diosa del hogar. En la época republicana se asimilaron algunas divinidades romanas con otras tantas griegas; se alteraron los nombres, pero, en muchos casos, las formas y los atributos de los dioses olímpicos griegos permanecieron inalterables. Los romanos parece, pues, que establecieron su propio panteón, compuesto por los siguientes doce dioses: Júpiter Juno Minerva Marte Neptuno Venus Diana Mercurio Vulcano Ceres Apolo Vesta Dios del cielo y el universo. Soberano de los dioses. Protectora del matrimonio. Diosa de la sabiduría y la inteligencia. Dios de la guerra. Dios del mar. Diosa de la sensualidad y el amor. Divinidad de la caza, vinculada a la luna. Dios del comercio y mensajero de los dioses. Dios del fuego. Protectora de la fecundidad de la tierra. Dios de las artes, vinculado al sol. Diosa protectora del hogar. Además, estaban: Baco, dios del vino, y Plutón, el temido dios de los infiernos. Otros cultos En época imperial el panorama religioso se amplió de forma notable. Los romanos se vieron atraídos por cultos orientales, varios de ellos de carácter mistérico, dedicados a divinidades que prometían al individuo felicidad en el más allá y fomentaban su creencia en la vida de ultratumba. Así, Cibeles, Mitra, Isis y Osiris, entre otros, gozaron de gran predicamento entre los romanos. El cristianismo arraigó en las capas más modestas de la sociedad. Los cristianos fueron acusados de impiedad porque se negaban a adorar a las divinidades oficiales; pero las persecuciones que sufrieron por ello no lograron detener el avance de la nueva religión. A partir del Edicto de Milán (año 313), el cristianismo gozó de los mismos derechos que las demás religiones y acabó siendo la religión oficial. El espacio sagrado: el templo Los dioses, como conciudadanos, reciben de manos de los magistrados un terreno y una casa para que habiten en la ciudad; son propietarios. Por el mismo motivo, los difuntos, convertidos en dioses menores, pero temibles, tienen sus tumbas, auténticos loci religiosi, fuera del área urbana. El templum urbano suele elevarse sobre un podio alto y contar con una plataforma situada delante de la sala de culto; está concebido para ser contemplado de frente; de hecho, delante del templo hay una zona donde se sitúa el altar de sacrificio.