MARÍA, MADRE Y FORMADORA

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MARÍA, MADRE Y FORMADORA
Por Gonzalo FERNÁNDEZ SANZ, CMF
Los Misioneros Claretianos nos llamamos Hijos del Inmaculado Corazón de María. En
nuestra profesión religiosa nos entregamos a ella “en orden a conseguir el objeto para el que esta
Congregación ha sido constituida en la Iglesia1. María está, pues, muy ligada a nuestro ser
misionero.
Ahora bien: ¿Quién es María para nosotros? ¿Cómo debemos vivir nuestra relación con ella a
lo largo de nuestro itinerario formativo? El Plan General de Formación nos ofrece una respuesta
sintética a estas preguntas. En el número 13 afirma que “el objetivo fundamental de la formación
consiste en seguir a Jesucristo misionero hasta configurarnos con Él”. Y añade: “En este proceso,
María, Madre de Jesús y de la Iglesia, formadora de los apóstoles, desempeña una misión
esencial. Por eso nos entregamos a Ella para ser configurados con el misterio de Cristo, imitar su
respuesta fiel como seguidora y cooperar con su oficio maternal en la misión apostólica. Sólo así
podremos ser verdaderamente misioneros que ardamos en caridad y abrasemos por donde
pasemos”.
En la referencia que se hace al número 8 de las Constituciones aparecen, pues, esbozadas las
partes en que se puede articular nuestra espiritualidad cordimariana. Después de preguntarnos
quién es María para nosotros (I), reflexionaremos sobre el significado de nuestra entrega a María
para ser configurados con Cristo y participar en su oficio maternal en la misión apostólica (II).
Contemplaremos luego a María como modelo en el seguimiento de Cristo (III) a lo largo de
nuestro itinerario vocacional (IV).
I
¿QUIÉN ES MARÍA PARA LOS MISIONEROS CLARETIANOS?
En nuestras Constituciones hay quince referencias a María, casi siempre bajo el título de
Virgen María2, aunque también se la llama “Bienaventurada Virgen María”3, “Inmaculado
Corazón de María”4, “Madre de Dios”, “madre y maestra”, “primera discípula de Cristo”,
“formadora de apóstoles”, “esclava del Señor” y “Patrona”. En conjunto, domina una imagen
bíblica de María, si bien contemplada desde una perspectiva claretiana.
Además de estos nombres constitucionales, en nuestra tradición María ha sido vista, ante
todo, como madre, fundadora, formadora y protectora. Detrás de cada uno de ellos se dibuja un
rasgo peculiar de María y de nuestra relación con ella.
Todos se concentran en su Corazón. De ahí que el nombre de Corazón de María, con el que se
cierra esta primera parte, constituya el símbolo que mejor expresa nuestra espiritualidad mariana.
1
CC 159.
Cf CC 1, 3, 4, 5, 8, 9, 20, 23, 28, 35, 36, 61, 71, 73, 159.
3
Cf CC 1, 8, 24,35, 36, 61, 73, 159.
4
Cf CC 1, 4,8,71,159.
2
1
1. María, Madre del misionero
1.1. En la experiencia del P. Fundador
Antonio María Claret vivió tan intensamente la relación con María que, en su consagración
episcopal, incorporó el nombre de la Virgen al suyo propio: “Por devoción a María Santísima,
añadí el dulcísimo nombre de María, porque María Santísima es mi Madre, mi Madrina, mi
Maestra, mi Directora y mi todo después de Jesús”5. De todos estos títulos, que constituyen como
una síntesis de la mariología claretiana, el de madre es el que mejor condensa la experiencia de
Claret. Él, en efecto, vio desde niño a María como su madre del cielo. Cultivó la relación con ella
a través del rezo del Rosario, del Ángelus y de las visitas a la ermita de Fusimaña. Esta relación
estuvo caracterizada por la intimidad, la confianza, el amor filial y la devoción: “Nunca me
cansaba de estar en la iglesia delante de María del Rosario, y hablaba y rezaba con tal confianza,
que estaba bien creído que la Santísima Virgen me oía”6. Toda su infancia está iluminada por la
sonrisa materna de la Virgen de Fusimaña.
En la juventud experimentó con fuerza su amor maternal en forma de protección contra los
peligros: “Se vio claramente que María Santísima tuvo en mí una especialísima providencia y me
tenía como hijo muy mimado; no por mis merecimientos, sino por su piedad y clemencia”7.
La respuesta al amor materno de María fue siempre un amor filial. En las oraciones que
escribió estando en el noviciado de la compañía de Jesús expresa con palabras encendidas este
amor que profesa a María como madre suya8. Más adelante, hablando de sí mismo en tercera
persona, escribe: “Como amaba a María Santísima como a su tierna y cariñosa Madre, siempre
pensaba qué podría hacer en obsequio suyo. Se le ocurrió que lo que debía hacer era leer y
estudiar la vida de San Juan Evangelista e imitarle. Al efecto, vio que este hijo de María dado por
Jesús desde la cruz, se había distinguido por sus virtudes, pero singularmente por la humildad,
pureza y caridad, y así las iba practicando este joven estudiante”9.
1.2. En nuestra vida misionera
Nosotros, misioneros claretianos, nos llamamos y somos hijos de su Corazón Inmaculado. En
nuestra espiritualidad, María actúa como madre y nosotros nos relacionamos con ella como hijos.
Esta filiación no es solamente un título, “sino una dimensión existencial de nuestra vida
misionera. Es un don del Espíritu Santo para ser vivido y experimentado, que configura nuestro
ser interior y lo dinamiza en orden a la misión apostólica”10.
5
Aut 5.
Aut 48.
7
EA, p. 432.
8
Cf Aut 154-162.
9
EA, p. 411.
10
PGF 99.
6
2
En nuestra historia se ha acentuado mucho la filiación cordimariana. Nos lo recordaba el Papa
Juan Pablo II en el mensaje dirigido al Capítulo General de 1985: “Sabéis perfectamente hasta
qué punto esta conciencia de filiación mariana está en la base, no solamente de la actividad
apostólica del Santo Fundador, sino también y de manera específica, como cimiento de la
fundación de vuestro Instituto. A lo largo de vuestra historia, este carácter de filiación mariana ha
permanecido siempre como un elemento importante de vuestra espiritualidad y acción
evangelizadora. No permitáis que se debilite”11.
Algunos hermanos nuestros han vivido intensamente esta dimensión de nuestra espiritualidad
mariana. Recordamos los nombres del P. Antonio Naval, del H. Manuel Giol, del P. Martín
Alsina, del P. Ezequiel Villaroya, del H. Francisco Vilajosana, del estudiante Pedro Mardones y
de los mártires de Barbastro.
La maternidad espiritual de María es una maternidad que nos engendra en cuanto misioneros.
Por esa razón, el memorial del Hijo del Inmaculado Corazón de María es esencialmente
misionero. Como Madre, el Corazón de María es el ámbito en el que Dios Padre, por medio del
Espíritu, nos configura con Cristo. Por otra parte, esta maternidad se prolonga en nuestra misión.
En expresión del Fundador, somos como “los brazos de María”12.
2. María, fundadora de la Congregación
2.1. En la experiencia del P. Fundador
En los ejercicios que el P. Fundador predicó a la Congregación en 1865 aludió expresamente
a María como Fundadora. Lo sabemos directamente por algunos apuntes suyos e indirectamente
por el testimonio del P. Clotet.
En el esquema de la plática sobre el celo, Claret escribe: “La Santísima Virgen ha fundado su
sagrada Congregación para que su Corazón sea el Arca de Noé, la torre de David, ciudad de
refugio y el sagrado propiciatorio”13. Por su parte, el P. Clotet refiere las siguientes palabras
pronunciadas por el Fundador en una de sus pláticas: “Vuestra es la Congregación, Vos la
fundasteis: ¿no os acordáis, Señora, no os acordáis? Lo dijo con tal acento y naturalidad que se
echaba de ver recordaba muy al vivo en aquel momento el precepto, las palabras y la presencia de
la Madre de Dios”.
2.2. En nuestra vida misionera
El Plan General de Formación, recogiendo nuestra herencia, alude a María como Fundadora
de la Congregación14. ¿Qué se quiere decir con esta expresión? Desde un punto de vista
teológico, es claro que quien suscita las distintas formas de vida en la Iglesia es el Espíritu Santo.
María, pues, no lo sustituye. Por otra parte, afirmar que ella es nuestra Fundadora no significa que
ella haya puesto en marcha jurídicamente nuestro Instituto. La expresión hay que entenderla en el
contexto de la experiencia espiritual de Claret. Él, en cuanto misionero, se sentía un instrumento
de María dentro de la misteriosa comunión espiritual que se establece entre la Iglesia peregrina y
la Iglesia glorificada, a la que pertenece María. No es extraño, pues, que experimentara la
11
CPR, p. 73.
EA, p. 665.
13
CCTT, p. 602.
14
Cf PGF 100.
12
3
fundación de la Congregación como una particular manifestación de la maternidad espiritual de
María, de su impulso misionero.
Podemos decir que, como en Pentecostés, María nos sigue reuniendo para que acojamos al
Espíritu que nos lanza a la misión En este sentido, ella “funda” nuestra comunidad misionera.
Como madre nuestra que es, ella nos congrega y nos dispone a la acogida del Espíritu.
3. María, formadora de apóstoles en la fragua de su misericordia y amor
3.1. En la experiencia del P. Fundador
Claret experimenta también a María como formadora de su corazón de apóstol. Es un título
estrechamente vinculado al anterior. Si “la virtud que más necesita un misionero apostólico es el
amor”15, es lógico que Claret considere que ha sido María quien lo ha formado en esta virtud
esencial porque Ella es una verdadera fragua de misericordia y amor. Nuestro Fundador se sirvió
precisamente de la alegoría de la fragua para explicar su proceso formativo como misionero
apostólico: “En un principio que estaba en Vich pasaba en mí lo que en un taller de cerrajero, que
el Director mete la barra de hierro en la fragua y cuando está bien caldeado lo saca y lo pone
sobre el yunque y empieza a descargar golpes con el martillo; el ayudante hace lo mismo, y los
dos van alternando y como a compás van descargando martillazos y van machacando hasta que
toma la forma que se ha propuesto el Director...Vos, Señor mío y Maestro mío, pusisteis mi
corazón en la fragua de los santos Ejercicios espirituales y frecuencia de Sacramentos, y así,
caldeado mi corazón en el fuego del amor a Vos y a María Santísima, empezasteis a dar golpes de
humillaciones”16 .
Esta alegoría no es una más entre las muchas usadas por Claret. De hecho, en la oración que
solía rezar al comienzo de las misiones, le recordaba a María: “Bien sabéis que soy hijo y
ministro vuestro, formado por Vos misma en la fragua de vuestra misericordia y amor”17.
Dentro de la alegoría, María es representada por el fuego del amor. Claret considera que la
experiencia del amor de María ha constituido para él la verdadera escuela en la que se forjado su
corazón de misionero. Este fuego de amor lo ha purificado, caldeado, encendido. A partir de esta
experiencia de la fragua, se entiende a sí mismo como un hijo del Inmaculado Corazón de María
“que arde en caridad y que abrasa por donde pasa”18.
3.2. En nuestra vida misionera
El Plan General de Formación se refiere en dos ocasiones a María como formadora: en los
números 13 y 100. El número 13 enuncia el hecho: “En este proceso, María, Madre de Jesús y de
la Iglesia, formadora de los apóstoles, desempeña una misión esencial. Por eso nos entregamos a
Ella para ser configurados con el misterio de Cristo, imitar su respuesta fiel como seguidora y
cooperar con su oficio maternal en la misión apostólica. Sólo así podremos ser verdaderamente
misioneros que ardamos en caridad y abrasemos por donde pasemos”.
El número 100 desarrolla las implicaciones formativas: “Con su acción maternal forma en
nosotros verdaderos y auténticos misioneros y apóstoles, tal como Ella engendró a Jesús y lo
formó como misionero del Padre y tal como formó a Claret, misionero apostólico. Más en
15
Aut 438.
Aut 342.
17
Aut 270.
18
Aut 494.
16
4
concreto, María con su acción maternal nos forma, a través de un proceso interior, como
ministros de la Palabra, como evangelizadores para extender el Reino de Jesús por todo el
mundo. Es también la madrina que nos acompaña en el crecimiento de la fe”.
Esta tarea formadora de la Virgen es interpretada también desde la alegoría de la fragua:
“Como nuestro Fundador, somos conscientes de que nuestra vocación de seguidores se forja
también en la fragua del Corazón de María. Todos nosotros podemos dirigirnos a Ella con las
mismas palabras usadas por Claret: Bien sabéis que soy hijo y ministro vuestro, formado por Vos
misma en la fragua de vuestra misericordia y amor. Soy como una saeta puesta en vuestra mano
poderosa. Así, nos sentimos fortalecidos para proclamar el Evangelio y enfrentarnos al mal que
afecta a las personas y a las estructuras en las que viven. La dimensión cordimariana es esencial
en nuestra vocación misionera. Por eso debemos subrayarla especialmente en la formación”19.
¿Cómo realiza María esta función de fragua?
 Nos configura en su corazón haciendo crecer en nosotros los rasgos del perfecto discípulo de
Jesús, a quien concibió antes en su corazón que en su seno.
 Nos forma para acoger en nuestros corazones, como Ella lo hizo, la Palabra de Dios, de la
cual somos ministros. Nos enseña a escucharla, a meditarla, a hacerla vida y a anunciarla por
todo el mundo.
 Nos forma aquella caridad apostólica que nos impulsa a trabajar sin descanso hasta
desgastarnos por el Reino; que anuncia a un Dios que es amor y misericordia y que ha dado
su vida por nosotros; que nos hace anunciar el Evangelio con un sello de humildad,
mansedumbre y cordialidad o amor materno y que nos mueve a amar a los predilectos del
Señor, a los más pobres y necesitados, a los que más necesitan de salvación y liberación.
 Nos asocia en la misión apostólica a su oficio maternal en la Iglesia. El Fundador se sintió
colaborador de María, la madre victoriosa, en la lucha contra el maligno y su descendencia.
Se sintió instrumento de María, como una saeta en sus manos para ser arrojada contra Satanás
y sus secuaces. Desde esta vivencia, transmitida a sus misioneros, a quienes veía como los
brazos de María, pudo decirnos, glosando el Evangelio: “No sois vosotros quienes habláis
entonces sino el Espíritu de vuestro Padre y de vuestra Madre, el cual habla por vosotros”20.
4. María, protectora en la misión
4.1. En la experiencia del P. Fundador
La imagen de María como protectora es la que domina en la etapa de juventud de Antonio
María Claret, una etapa en la que experimenta de cerca los peligros que presenta la vida: “Y a
Vos, Madre mía, ¿qué gracias os podré dar por haberme preservado de la muerte sacándome del
mar? Si en aquel lance me hubiese ahogado, como naturalmente había de suceder, ¿en dónde me
hallaría ahora? Vos lo sabéis, Madre mía”21.
19
PGF 23.
PGF 101.
21
Aut 76.
20
5
Esta protección se extiende a diversos aspectos de su vida: la salud física, la fama, la
integridad moral, etc. Haciendo balance de sus años de juventud, escribe: “María Santísima me
protegió tanto que siempre me dio buenos compañeros y siempre estuve en casas muy buenas,
que además de atenderme en lo que había menester para el cuerpo, atendían a mi alma con sus
buenos ejemplos. Tenía buen director espiritual, buenos y muy sabios catedráticos, todos los
libros que había menester y tiempo para estudiar”22.
La protección de María se manifiesta especialmente en la tarea misionera, que Claret entiende
como una lucha del bien contra el mal, o de la Mujer y su descendencia contra el dragón.
Esta experiencia se acentuó con la visión que tuvo siendo seminarista, cuando estudiaba el
segundo año de filosofía. Sucedió en el año 1831. Claret entonces tenía veintitrés años. Estando
en la cama a causa de un resfriado, experimentó una fuerte tentación contra la castidad. Todos sus
esfuerzos por vencerla resultaban vanos. El auxilio le vino del Señor por mediación de María:
“He aquí que se me presenta María, hermosísima y graciosísima; su vestido era carmesí; el
manto, azul, y entre sus brazos vi una guirnalda muy grande de rosas hermosísimas ... Me veía yo
mismo como un niño hermosísimo, arrodillado y con las manos juntas; yo no perdía de vista a la
Virgen Santísima, en quien tenía los ojos fijos ... La Santísima Virgen me dirigió la palabra y me
dijo: Antonio, esta corona será tuya si vences. Yo estaba tan preocupado, que no acertaba a
decirle ni una palabra. Y vi que la Santísima Virgen me ponía en la cabeza la corona de rosas que
tenía en la mano derecha ... Yo mismo me veía coronado en aquel niño. Ví, además, un grupo de
santos que estaba a su mano derecha en ademán de orar; no les conocí; sólo uno me pareció San
Esteban ... Después, a mi mano izquierda, ví una gran multitud de demonios que se pusieron
formados como los soldados que se repliegan y forman después que han dado una batalla ...
Durante todo esto yo estaba como sobrecogido, ni sabía lo que me pasaba, y tan pronto como esto
pasó, me hallé libre de la tentación y con una alegría tan grande, que no sabía lo que por mí había
pasado”23.
Merece la pena detenerse en esta visión porque Claret se remite varias veces a ella a lo largo
de toda su vida. La evoca en algunas obras escritas: “Un estudiante devoto de María Santísima
del Rosario” (1865), “Método del misionar en las aldeas” (1857), “Origen del Trisagio” (1861).
Según el testimonio de don Antonio Barjau, “este hecho lo había predicado el siervo de Dios
muchísimas veces y yo mismo se lo había oído, y, a pesar de que lo predicaba siempre en tercera
persona, sin embargo, comúnmente los oyentes lo atribuían a él”24.
¿Cuál es el significado de esta visión tan determinante? En sus primeros años en el seminario
de Vic Claret sentía con fuerza la vocación apostólica. Se encontraba reflejado en textos
proféticos (por ejemplo Is 41,9-8), en los que el profeta se siente elegido gratuitamente. Particular
luz encontraba en el conocido texto de Is 61,1: “El Espíritu del Señor está sobre mí, pues me ha
enviado el Señor a evangelizar a los pobres y a sanar a los contritos de corazón”. A la luz de esta
experiencia hay que interpretar la tentación y la visión como un verdadero signo vocacional.
Claret experimenta una mario-fanía, en la que él mismo, desde su situación de enfermo tentado,
simboliza imaginativamente la protección de María.
En primer lugar, experimenta la fuerza del mal, representado por los demonios. Se trata de
una fuerza formidable a la que no puede vencer con sus propios recursos. En segundo lugar, se le
aparece María, la mujer hermosa, la fuerza del bien, la nueva Eva. Claret se dejó llevar por el
influjo irresistible de su encanto. Ahora bien, María no aparece aislada sino en compañía de “un
22
EA, p. 432.
Aut 95-98.
24
PIV, sesión 33.
23
6
grupo de santos”. Finalmente, Claret se ve a sí mismo como un niño que se asemeja al niño que él
mismo había sido25.
A partir de esta visión, Claret se considera descendiente de la Mujer. En consecuencia,
entenderá su misión apostólica como una lucha contra todo lo que se opone al reino de Dios.
María, que desde niño había sido vista como Madre, aparece ahora como luchadora y protectora
frente al mal.
4.2. En nuestra vida misionera
Esta visión de María como protectora se subraya en la etapa del postulantado26, pero ha sido
una constante en nuestra historia, sobre todo, en la experiencia de nuestros mártires. Está
estrechamente ligada a la tarea misionera y a los riesgos que ésta comporta. La misión, cuando
arranca de Jesús, es siempre un riesgo que exige audacia y preparación: “Dadas las condiciones
conflictivas en las que vivimos esta vocación profética, debemos prepararnos para vivirla con el
atrevimiento y la confianza de los mártires. Somos conscientes de que transmitir un mensaje de
anuncio y de denuncia en situaciones conflictivas de increencia, de injusticia, de alienación o de
muerte, es siempre peligroso y arriesgado”27.
Este riesgo sólo se puede asumir en unión con Cristo y con María: “Por eso, los que seguimos
a Jesús, mártir de una Palabra que nadie ha logrado callar, debemos amar apasionadamente a
Dios, a María y a los hermanos, como lo hicieron el Fundador y nuestros mártires. De este modo
venceremos los miedos y las tentaciones que pueden paralizarnos”.
5. El Corazón de María, título constitucional
Este último nombre de María es el que figura en el título de nuestra Congregación y el que
resume todos los demás. Es el título constitucional. Exige, por tanto, un tratamiento más amplio.
5.1. En la experiencia del P. Fundador
Cuando Antonio María Claret viaja a Italia por vez primera en1839, entra en contacto con una
advocación mariana muy difundida en aquel tiempo: María como Madre del Amor Hermoso o
Madre del Divino Amor. María era representada con un corazón. La teología del tiempo afirmaba
que el objeto de la devoción al Corazón de María era su amor a Dios y a los hombres. Eso explica
que en las oraciones marianas que compone durante su estancia en el noviciado de la Compañía
de Jesús acentúe el tema del “amor apostólico”, don que suplica a María.
Ya en España, en 1847 Claret fundó en Vic la Archicofradía del Corazón de María con una
fuerte impronta apostólica. Claret había oído hablar de las conversiones que se producían en París
motivadas por la oración de la Archicofradía de Nuestra Señora de las Victorias.
Siguiendo esa línea, no es extraño que denomine a nuestra Congregación, fundada dos años
más tarde (1849), Congregación de Hijos del Inmaculado Corazón de María.
¿Cómo vive y entiende Claret su experiencia cordimariana? En su tiempo se veneraba el
corazón físico de María porque se consideraba que el corazón era la sede del amor, la fuente de la
sangre y de la vida. Según esta concepción, el cuerpo de Jesús se habría formado de la sangre
purísima del Corazón de María.
25
Cf Aut 43, 38.
Cf PGF 337.
27
PGF 39.
26
7
Claret participa de esta mentalidad. Él mismo escribe: “El corazón material es el órgano,
sentido o instrumento del amor y voluntad; así como por los ojos vemos, por los oídos oímos, por
la nariz olemos y por la boca hablamos, así por el corazón amamos y queremos .... 11 El corazón
de María no sólo fue miembro vivo de Jesucristo por la fe y la caridad sino también origen,
manantial de donde se tomó la humanidad; 21 El corazón de María fue templo del Espíritu Santo
y más que templo, pues que de la preciosísima sangre salida de este inmaculado corazón formó el
Espíritu Santo la humanidad santísima en las purísimas y virginales entrañas de María en el
grande misterio de la encarnación; 31 El corazón de María ha sido el órgano de todas las virtudes
en grado heroico y singularmente en la caridad para con Dios y para con los hombres; 41 El
corazón de María es, en el día, un corazón vivo, animado y sublimado en lo más alto de la gloria;
51 El corazón de María es el trono en donde se dispensan todas las gracias y misericordias”28.
Esto no significa que Claret no tenga en cuenta la realidad espiritual del corazón, como
símbolo de interioridad y de amor caridad: “María es toda caridad. Donde está María, allí está la
caridad ... El mundo es como una gran familia. En toda familia ha de haber un centro de dirección
o cabeza y un centro de amor o corazón...En el mundo cristiano la cabeza es Jesucristo y el
corazón es la Virgen María. María es, pues, el corazón de la Iglesia. He aquí por qué de él brotan
todas las obras de la caridad”29.
La primera vez que Claret menciona el Corazón de María en su Autobiografía es en el
capítulo XXX, al hablar “De la virtud del amor de Dios y del prójimo”. En él incluye una
hermosa oración que revela quién es María para él: “¡Oh Madre mía María! ¡Madre del divino
amor, no puedo pedir otra cosa que os sea más grata ni más fácil de conceder que el divino amor,
concedédmelo, madre mía! ¡Madre mía, amor! ¡Madre mía, tengo hambre y sed de amor,
socorredme, saciadme! ¡Oh corazón de María, fragua e instrumento del amor, enciéndeme en el
amor de Dios y del prójimo!”30.
5.2. En nuestra vida misionera
En nuestra historia se ha acentuado fuertemente el título de Corazón de María aplicado a la
Virgen y, en consecuencia, nuestra filiación cordimariana. En algunos momentos se ha llegado
incluso a decir que éste era el aspecto que definía específicamente nuestra vocación en la Iglesia.
Esto explica que haya habido muchos claretianos dedicados a difundir su devoción y a
profundizar en su contenido. La construcción en Roma del templo votivo al Inmaculado Corazón
de María es un símbolo que visibiliza una forma de entender nuestra filiación cordimariana, muy
ligada a la propagación de la devoción al Corazón de María mediante publicaciones, novenas y
otras muchas obras de apostolado.
Antes de que fuéramos un instituto religioso canónicamente reconocido, el vínculo que ligaba
a los primeros misioneros era un acto de entrega a Dios y al Corazón de María: “Me entrego y
consagro al servicio especial de Dios, de Jesucristo y de María Santísima”31.
Tras el Vaticano II y los primeros Capítulos Generales del período de renovación (1967,
1973), se enriqueció la comprensión de nuestra filiación cordimariana mediante una mejor
fundamentación bíblica y carismática. La circular del P. Antonio Leghisa sobre “El Corazón de
María y la Congregación en el momento actual” (1978) representó un punto de llegada de esta
nueva comprensión y un punto de partida para posteriores desarrollos.
28
EE 500-501.
EE 493-495.
30
Aut 447.
31
CCTT, p. 310.
29
8
Nuestras Constituciones no hablan ya del Corazón de María en términos fisiológicos.
Adoptan una perspectiva espiritual y simbólica. Además de los seis números en los que se alude
expresamente al (Inmaculado) Corazón de María32, las Constituciones se sirven de otros giros
lingüísticos para expresar diversos aspectos contenidos en el título de Corazón de María. Así, por
ejemplo, se nos propone que abracemos la castidad “como un don para consagrarnos de todo
corazón a las cosas del Padre” (n. 20); se habla de la Santísima Virgen como de la “que se
consagró totalmente como esclava del Señor, a la persona y a la obra del Hijo” (n. 28); se nos
pide que la veneremos como “Madre de Dios, asociada de todo corazón a la obra salvífica de su
Hijo” (n. 36). Es una manera nueva de hablar del Corazón de María, poniendo de relieve los
aspectos contenidos en el símbolo corazón: interioridad, entrega total, profundidad, cordialidad,
ternura, etc.
II
NUESTRA ENTREGA AL CORAZÓN DE MARÍA
PARA SER CONFIGURADOS CON CRISTO
Y PARTICIPAR EN SU OFICIO MATERNAL EN LA MISIÓN APOSTÓLICA
Ser discípulo de Cristo es más que sentir simpatía por su persona o inspirarse en su doctrina.
Supone “nacer de nuevo” (cf Jn 3,7). Este nacimiento no es el resultado del esfuerzo personal
sino fruto del agua y del Espíritu (cf Jn 3,5). Por eso, nuestra formación para el seguimiento de
Cristo considera al Espíritu Santo como el primer y principal agente33.
Asociada a su obra, está la Virgen María. Reconocemos que “su presencia en la formación de
los llamados al seguimiento de Cristo es determinante”34 y -como se dice en la fórmula de nuestra
profesión- nos entregamos “en especial servicio al Inmaculado Corazón de la Bienaventurada
Virgen María en orden a conseguir el objeto para el que esta Congregación ha sido constituida en
la Iglesia”.
6. ¿Qué significa nuestra entrega filial y apostólica al Corazón de María?
Desde los comienzos de nuestra Congregación se ha hablado de nuestra relación con María en
términos de “consagración al Inmaculado Corazón de María”35. Numerosas prácticas
devocionales y otras obras se han inspirado en ella: la novena anual al Corazón de María; las
diversas consagraciones de imágenes, templos, pueblos; algunos himnos y cánticos (como el
famoso “Himno al Corazón de María” del P. Luis Iruarrízaga); etc.
Hoy solemos referirnos a la misma realidad utilizando otros términos. Hablamos de
consagración a Dios Padre por el Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo y de entrega al Inmaculado
Corazón de María.
El término consagración, en cuanto referido a la comunión con Dios, sólo puede referirse a
Dios mismo. Desde un punto de vista teológico, la consagración es un acontecimiento gratuito
que debe ser acogido. Se habla de consagración descendente o pasiva. Es Dios quien nos
32
Cf CC 1,4,8,9,71,159.
Cf PGF 93-97.
34
PGF 98.
35
Cf Dir 32.
33
9
consagra al hacernos partícipes de su vida y santidad. Esta participación se realiza mediante el
bautismo, entendido como un proceso permanente a través del cual va fructificando la gracia
recibida. En la medida en que nosotros acogemos libremente esta gracia y cooperamos con ella se
puede hablar también de una consagración ascendente o activa. Desde esta perspectiva hay que
entender los textos bíblicos en los que se dice que nosotros nos consagramos a Dios. Con esta
expresión se alude al hecho de que nos ofrecemos a Él, bajo la acción del Espíritu (cf Rm 6,13;
Flp 2,17; 1Pe 2,5).
Hechas estas aclaraciones, se comprende por qué en nuestras Constituciones, al hablar de
nuestra vinculación a María, se evita el término clásico de consagración. Se prefiere la palabra
entrega. Con ella expresamos nuestro ofrecimiento a María para que ella, junto con el Espíritu,
engendre en nosotros al Cristo que estamos llamados a ser, hasta que podamos hacer nuestras las
palabras de Pablo que tanto significaron para nuestro Fundador: “No vivo yo sino que es Cristo
quien vive en mí” (Gal 2,20).
7. ¿Cuál es el contenido de esta entrega?
Ahora bien, más allá de las palabras, ¿cuál es el contenido de esta entrega? Nuestra entrega
implica, ante todo, reconocer y aceptar la maternidad espiritual de María como un don del Señor a
su Iglesia. A cada uno de nosotros el Señor nos dice: “He ahí a tu madre” (Jn 19,27). Este
ofrecimiento exige de nosotros una acogida filial, hasta que verdaderamente experimentemos a
María como Madre nuestra. Nuestra espiritualidad adquiere un carácter filial ya que por María el
Espíritu nos configura con el Hijo Jesucristo. La filiación cordimariana pertenece, pues, al
carisma de la Congregación36.
En cuanto hijos de María, podemos consagrar nuestra vida entera a la gloria de Dios,
siguiendo a Jesucristo en la obra de salvación de los hombres y cooperando con la acción
santificadora del Espíritu. Por eso, en nuestra vocación misionera no hay dos objetivos sino uno
sólo. Nos entregamos a María en la medida en que hacemos de nuestra vida lo que hizo ella: una
dedicación a la gloria de Dios y a la salvación de todos los hombres.
Entregados a María, colaboramos con su misión materna en el ejercicio del apostolado. En la
medida en que el ministerio de la Palabra engendra hombres nuevos mediante la fe, en esa
medida prolongamos la maternidad espiritual de María. Nuestra vocación es mariana no por
centrarse en la devoción a María sino porque prolonga en la Iglesia su misión engendradora de la
Palabra.
El Plan General de Formación nos ofrece algunas orientaciones pedagógicas para vivir esta
entrega: “La entrega filial y apostólica al Inmaculado Corazón de María, que realizamos en
nuestra profesión, se plasma y se desarrolla mediante algunas actitudes que van configurando
nuestra vida:
 Encontrar en Ella a la persona que inspira la síntesis vital que ha de elaborar cada formando a
lo largo del proceso formativo hasta llegar a la plena unidad interior.
 Acogerla como madre, maestra y formadora y amarla como hijos, discípulos y apóstoles.
 Imitarla en aquellas actitudes evangélicas en las que se muestra como la primera evangelizada
y evangelizadora: su fe, su sentido de alabanza y de acción de gracias, su actitud de escucha y
de disponibilidad, su interioridad, su sensibilidad ante las necesidades del pueblo,
especialmente de los más pobres, su solidaridad en el dolor y la esperanza.
36
Cf Dir 33-34.
10




Imitarla en los comportamientos más típicamente misioneros: el modo de vivir como Jesús,
abrazando en fe los consejos evangélicos, la acogida, la meditación, el anuncio de la Palabra
de Dios, el sentido de la cruz y la formación de la comunidad cristiana como familia del
Reino.
Descubrirla como mujer consagrada que se transparenta en las mujeres comprometidas de
nuestro pueblo y en la vida y fe de la gente.
Venerarla a través del culto litúrgico, de las devociones marianas, especialmente las de
tradición congregacional y de las manifestaciones de la religiosidad popular.
Proclamarla bienaventurada, anunciando en nuestro apostolado la misión de María dentro del
misterio de Cristo y de la Iglesia”37.
Todos estos aspectos quedan resumidos en la “Oración filial y apostólica al Corazón de
María”, de tanto arraigo en nuestra tradición congregacional.
III
MARÍA ES NUESTRO MODELO EN EL SEGUIMIENTO DE CRISTO
Después de haber descubierto a María como la que, de diversas maneras, nos engendra en
cuanto misioneros, ahora nos fijamos en ella como modelo del seguimiento de Cristo: “La
formación claretiana ha de buscar en María los rasgos identificadores del verdadero misionero:
capacidad contemplativa, adhesión profunda a Jesús, caridad pastoral y misericordia frente al
hombre en miseria, disponibilidad, identificación con los pobres de este mundo, fortaleza ante la
cruz y la muerte, inquebrantable esperanza, transparente comunicación de la Palabra”38.
María es para nosotros modelo de creyente, modelo de mujer consagrada y modelo en la
práctica de algunas virtudes típicamente misioneras.
8. María, modelo de creyente
8.1. En la escucha y cumplimiento de la Palabra
Nuestra vocación especial en el pueblo de Dios es el ministerio de la palabra. ¿Cómo no
aprender de aquella que ha engendrado la Palabra en su corazón y en su cuerpo y que ha sido
ensalzada por escuchar la Palabra y cumplirla? “María ha vivido en plenitud este misterio. Bajo
su acción materna aprendemos a acoger la Palabra, a darle cuerpo de compromiso en la vida y a
comunicarla con la misma presteza y generosidad con que ella lo hiciera”39.
Este cultivo de la Palabra, a ejemplo de María, se traduce, en primer lugar, en la meditación
de la Biblia: “Las Constituciones definen nuestra vocación específica en el pueblo de Dios como
servicio de la Palabra y nos piden que, a ejemplo de María, la escuchemos asiduamente y que la
compartamos con los hermanos. La Biblia ha de ser nuestro principal libro de lectura espiritual”40.
37
PGF 101.
PGF 58.
39
PGF 26.
40
PGF 200.
38
11
Esta lectura de la Palabra debe hacerse compromiso de vida y de anuncio: “Aspiramos a que
el claretiano llegue a ser un habitual oyente de la Palabra (en la oración, en la historia, en la
cultura de los pueblos, en sus silencios y clamores), un estudioso apasionado, que se deja interpelar por ella, la acoge desde una óptica vocacional y la comparte con los hermanos y los seglares.
Bajo la acción materna de María aprendemos a hacer de la Palabra compromiso de vida y anuncio
misionero”41.
8.2. En la oración
María es modelo de oración porque sabía acoger el misterio de Dios en su corazón: “Nuestra
oración se inspira en la actitud y recomendación de Cristo que oraba asiduamente y en la actitud
de María que guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón”42.
Se trata, pues, de un tipo de oración que nace de una fe profunda Dios, afecta a la persona en
su centro y se traduce en una vida de alabanza y de servicio (cf Lc 1,47; 1,39).
9. María, modelo de vida consagrada
9.1. En la castidad
Entre las motivaciones de nuestra castidad consagrada está el ejemplo de María: “La
consagración total y exclusiva con Cristo a las cosas del Padre, la causa del Reino, el don del
Espíritu y el ejemplo de María en la vivencia del don son el fundamento de la castidad claretiana.
Manifiestan la gloria en la debilidad y se convierten en fuente de comunión fraterna y de
fecundidad apostólica”43. María es, pues, para nosotros ejemplo de castidad consagrada44. El
texto bíblico que las Constituciones presentan es el referido a la vocación de María (Lc 1,34-37).
Ella es ejemplo de amor casto siendo madre y esposa. El ejemplo de María se manifiesta, sobre
todo, en hacer de nuestra vida, como hizo ella, una existencia de amor. Nuestra castidad es
testimoniante en cuanto “expresa un modo intensamente evangélico de amar, como Cristo y como
María, al Padre y a los hermanos”45.
Dado que la observancia de la castidad es una tarea ardua, se hace necesario cultivar la
madurez espiritual “que se apoya en una fe profunda y en un amor ardiente y apasionado, como
Claret, a Cristo, a la Virgen y a la Iglesia, y es garantía de victoria en las tentaciones”46.
9.2. En la pobreza
El motivo de nuestra pobreza evangélica está en Cristo, pero “lo encontramos también en
María, la primera entre los pobres del Señor”47. Así lo vivió nuestro Fundador: “También me
acordaba de María Santísima, que siempre quiso ser pobre”48.
Las Constituciones nos proponen el ejemplo de María como la primera entre los pobres del
Señor49. Fundamentan esta actitud en el texto del Magnificat (cf Lc 1,48-55). Según Lucas, María
41
PGF 201.
PGF 213.
43
PGF 62.
44
Cf CC 20.
45
PGF 63.
46
PGF 64.
47
PGF 67.
48
Aut 363.
42
12
perteneció al grupo de los humildes a quienes Dios ensalza: “Ha puesto sus ojos en la humildad
de su esclava” (Lc 1,48). María vive pobre ante Dios y en solidaridad con todos los pobres de la
tierra.
9.3. En la obediencia
También nuestra obediencia consagrada encuentra en María un modelo. Ella “se consagró
totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra del Hijo”50. Lucas acentúa su total
disponibilidad a la Palabra de Dios (cf Lc 1,38) Por eso María es dichosa. Pertenece al grupo de
los que Jesús dijo: “Bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc
11,28).
Al aceptar la Palabra en total obediencia, María se hace servidora de la Palabra. En este
sentido, nuestra obediencia, entendida como la de María, es condición para que podamos servir la
Palabra con autenticidad.
10. María, modelo de virtudes típicamente misioneras
10.1. En el celo apostólico
Nuestras Constituciones reconocen explícitamente que el celo que brota del amor es la virtud
más necesaria al misionero51. De este celo, que busca que Dios sea conocido, amado, servido y
alabado por todos, “Jesucristo, la Virgen y los apóstoles son modelos”52.
La Virgen, además de modelo, es mediación de ese fuego de caridad, tal como lo expresa
nuestro Fundador: “Esta sumisión y el hacer servir a nuestra imaginación para soplar el fuego de
la caridad lo conseguiremos por medio de la Santísima Virgen, nuestra especial abogada.
Veamos, si no, quién preside a la Iglesia naciente en el cenáculo, quién con sus fervientes
súplicas atrae sobre aquella reunión las bendiciones del cielo y merece para ella la venida del
Espíritu santo, que se presenta sobre los congregados en forma de fuego para acreditar la pureza y
el fervor de caridad que les prodigaba, y que en adelante había de rebosar en sus corazones para
cumplimiento del alto ministerio a que se los destinaba... Pero allá en el cenáculo, ¿cuál es el
corazón en que arde este fuego más puro y más intenso? Es María, es el corazón de
María”53.Entre los medios que nos ayudan a mantener vivo el fuego del amor se destaca “la
vivencia de ser hijos del Corazón de María y el recurso a su eficaz intercesión como madre de la
caridad”54.
10.2. En la humildad
Aunque las Constituciones no hacen una referencia explícita a María al hablar de la virtud de
la humildad, puesto que ya se habían referido a ella en el capítulo de la pobreza, Claret, entre las
peticiones que hace por el pueblo, señala: “Parce Domine, parce populo tuo, per humilitatem et
patientiam J.C.D.N. et Beatae V.M. (Perdona, Señor, perdona a tu pueblo por la humildad y la
49
Cf CC 23.
CC 28; cf PGF 73.
51
Cf CC 10, 40.
52
PGF 79.
53
EE, pp. 487-488.
54
PGF 80.
50
13
paciencia de Jesucristo nuestro Señor y de la Bienventurada Virgen María”55. Porque sabe que
María ha vivido perfectamente la humildad, le ruega que le conceda ese mismo don: “Pediré a
María Santísima una caridad abrasada y una unión perfecta con Dios, humildad profundísima y
deseo de desprecios”56.
10.3. En la mansedumbre
Para Claret, la mansedumbre “es una señal de vocación al ministerio apostólico”57. Tan
importante es para el misionero que llega a afirmar que “no hay virtud que los atraiga tanto (a los
corazones de los hombres) como la mansedumbre”58. El gran modelo de mansedumbre es Jesús
mismo. Pero también María: “Me acordaré de la mansedumbre de María Santísima, que ni por
suceso alguno se le movió la ira, ni perdió la perfectísima mansedumbre, con inmutable e
inimitable igualdad interior y exterior; sin que jamás se le conociese diferencia en el semblante,
ni en la voz, ni en movimientos que indicasen algún movimiento interior”59.
10.4. En la mortificación
Al hablar de la mortificación, Claret reconoce que “me han animado sobremanera los
ejemplos de Jesús y de María y de los Santos”60. Aunque no desarrolla en qué sentido María es
modelo de esta virtud, sí nos refiere cómo María le dijo que a través de ella es como los
misioneros darían fruto: “En el día 4 de septiembre (de 1859), a las cuatro y veinticinco minutos
de la madrugada, me dijo Jesucristo: La mortificación has de enseñar a los Misioneros, Antonio.
A los pocos minutos, me dijo la Santísima Virgen: Así harás fruto, Antonio”61.
IV
MARÍA EN EL ITINERARIO VOCACIONAL
En la segunda parte se ha explicado ya en qué consiste nuestra entrega al Corazón de María
para participar en su maternidad espiritual. Ahora queremos ver de qué modo esta cooperación se
hace itinerario a lo largo de nuestra vida misionera, y de manera particular, en las etapas de la
formación inicial.
11. Etapa de acogida vocacional
María participa en el nacimiento de la vocación misionera: “En el origen de cada vocación
misionera se da una acción eficaz de la maternidad espiritual de María, a través de la cual el
Espíritu nos configura a imagen del Hijo Misionero del Padre”62. No abrazamos la vocación por
simple reclutamiento sino como respuesta a la gracia recibida.
55
Aut 659.
Aut 749.
57
Aut 374.
58
Aut 373.
59
Aut 783.
60
Aut 393.
61
Aut 684.
62
DVC 84.
56
14
Entre los rasgos que debe acentuar nuestra pastoral vocacional no puede faltar la dimensión
mariana, puesto que “los jóvenes encuentran en María una fuente interior de generosidad y de
fuerza para responder a la llamada de Dios”63. En efecto, “bajo la acción materna de María
aprendemos a acoger la Palabra, a darle un cuerpo de compromiso en la vida y a comunicarla con
la misma presteza y generosidad con que Ella lo hiciera. Bajo su amparo crecemos en fraternidad,
aprendemos la fortaleza de ánimo para los momentos difíciles”64. Uno de los objetivos de esta
etapa de pastoral y acogida vocacional es “presentar a María como madre y modelo de respuesta
fiel a la llamada gratuita de Dios”65.
11.1. María, fuente interior de generosidad
La etapa de descubrimiento de la llamada de Dios se suele vivir como una encrucijada. Por
una parte, la voz de Dios se hace patente a través de múltiples signos: textos significativos de la
Escritura, acontecimientos interpelantes, encuentros con personas que son testigos del evangelio,
deseos de contribuir a hacer un mundo mejor, etc. Por otra, suelen aparecer dificultades que
retrasan una respuesta decidida: temor ante el futuro, resistencias familiares, aparición de
proyectos alternativos, etc. En estos momentos de búsqueda y, en ocasiones, de zozobra, María
aparece no tanto como un modelo exterior de respuesta sino, más bien, como una fuente interior
de generosidad. Su maternidad espiritual se manifiesta generando en nosotros las actitudes que
nos ayudan a entregarnos a la voluntad de Dios. Se podría hablar, pues, de una génesis mariana de
la vocación.
11.2. María, madre y modelo de respuesta a la llamada de Dios
El segundo aspecto que destaca en esta etapa se refiere a la respuesta vocacional. La vocación
de María, tal como se relata en Lc 1,26-38, constituye un modelo en el que el aspirante encuentra
luz y estímulo para su propia respuesta.
La vocación de María comienza con una fuerte experiencia de la gracia de Dios: “Alégrate,
María, llena de gracia, el Señor está contigo”. La reacción de María es de turbación y de
desconcierto. No sabe interpretar lo que le sucede. El segundo momento combina un mensaje de
confianza y de fecundidad por parte del ángel de Dios (“No temas ... Vas a dar a luz un hijo”) con
una pregunta de incredulidad por parte de María (“¿Cómo será esto?”). El momento definitivo
aúna la promesa divina (“El Espíritu Santo vendrá sobre ti”) y la entrega de María sin condiciones
(“Hágase en mí según tu palabra”).
En esta experiencia mariana encuentra el aspirante todos los elementos que necesita para
interpretar su propia experiencia. También él se siente alcanzado por la gracia de Dios y no
acierta a comprender su significado. Recibe estímulos que lo invitan a no temer y a descubrir la
fecundidad de su vocación misionera. Pero, al mismo tiempo, se le hacen patentes muchas
objeciones: la propia incapacidad, las dificultades sociales, el temor al futuro, etc. Es necesario
abrirse a la promesa de Dios. Una vocación no se sostiene con la fuerza del entusiasmo. Sólo hay
verdadera vocación cuando aceptamos al Espíritu Santo. Todos los obstáculos pueden ser
vencidos “porque para Dios no hay nada imposible”. Cuando el aspirante descubre esto, está en
condiciones de pronunciar su propio “Hinnení”, como María. Ya no será el resultado de una
iniciativa propia, sino la respuesta agradecida a la gracia de Dios.
63
PGF 287; cf DVC 84-85.
MCH 151.
65
PGF 314.
64
15
12. Etapa de postulantado
El postulantado es una etapa de preparación para iniciarse en la vida claretiana. Sin ella, se
correría el riesgo de sembrar la semilla en un terreno inadecuado. Dentro de esta preparación, uno
de los objetivos específicos es “descubrir y aceptar a María como madre que acompaña en el
camino vocacional y protege en las dificultades”66.
12.1. Descubrir a María
El verbo “descubrir” tiene aquí una fuerza especial. No se refiere a que antes del postulantado
el candidato desconozca absolutamente a María y al comienzo de éste la conozca por vez primera.
Descubrir equivale a caer en la cuenta, a valorar de un modo más consciente y agradecido la
presencia de María y su significado en la vida cristiana. En cierto sentido, el postulante es
invitado a realizar un camino semejante al realizado por la iglesia primitiva: pasar del silencio
casi completo sobre María que se refleja, por ejemplo, en los escritos paulinos hasta las
reflexiones maduras de Mateo, Lucas y Juan. A medida que el postulante va viviendo su fe y su
vocación como una experiencia de encuentro con la persona de Jesús, va “descubriendo” también
el significado de su Madre. Cuando la fe tiene mucho de ideología o de código moral, María no
tiene lugar. Las ideologías y los códigos morales no necesitan una madre. Cuando la fe es la
relación con la persona de Jesús, entonces la presencia de María se hace connatural: Jesús tiene
una madre que es, al mismo tiempo, nuestra madre. En esto consiste el descubrimiento que se le
propone al candidato en esta etapa de su formación.
12.2. Aceptar a María como Madre que acompaña y protege
La aceptación es la consecuencia del descubrimiento. De los diversos rasgos de María
acentuados por nuestra tradición congregacional y examinados en la primera parte, aquí se
menciona uno: su condición de madre acompañante y protectora.
Quien está dando los primeros pasos del itinerario formativo necesita que alguien le vaya
mostrando el camino y que le ayude a remover los obstáculos que vayan apareciendo. María es
para el postulante la persona, la madre, que lo acompaña desde dentro. Es la presencia materna
que no se impone, que no evita los riesgos de las propias decisiones, sino que alienta y estimula.
Como en el caso de Claret joven, también María ejerce sobre el postulante una tarea de
protección (nunca de sobreprotección) frente a los peligros que pueden amenazar su respuesta
vocacional y frente a las tentaciones de todo tipo que puede experimentar.
13. Etapa de noviciado
66
PGF 337.
16
El noviciado es la etapa de iniciación en la vida claretiana. Uno de los objetivos de la
formación de esta etapa en su dimensión cristiana es Apersonalizar e interiorizar el espíritu de las
bienaventuranzas, a ejemplo de María, modelo de escucha y de respuesta a la Palabra de Dios”67.
Al abordar la dimensión claretiana se señala otro objetivo específicamente mariano: “Descubrir el
sentido de la filiación cordimariana y fomentar su vivencia”68 .
13.1. Acoger a María como modelo de escucha y cumplimiento de la Palabra
La iniciación en el seguimiento de Cristo comienza por la escucha de su palabra. No hay fe
sin proclamación del mensaje. El núcleo del mensaje de Jesús se condensa en las bienaventuranzas. De ahí que se vincule la escucha y cumplimiento de la Palabra con la personalización del
espíritu de las bienaventuranzas. Esta es la gracia y la tarea que se le ofrece al novicio en su
tiempo de iniciación. Se trata, por lo tanto, de experimentar lo sustancial del evangelio. En este
camino, María aparece como modelo. Ella es, en efecto, la que ha sabido escuchar y cumplir la
Palabra hasta el punto de que en ella, por la fuerza del Espíritu, la Palabra ha llegado a hacerse
carne. Para encarnar esta Palabra, para no reducirla a mero conocimiento, el novicio es invitado a
acoger al Espíritu y a María.
13.2. Descubrir y vivir la filiación cordimariana
De nuevo aparece en esta etapa el verbo “descubrir” con el sentido de caer en la cuenta, tomar
conciencia, valorar. El aspecto que se subraya es la filiación cordimariana. Tratándose de una
etapa cuyo objetivo es la iniciación en la vida claretiana, resulta lógico que esta iniciación incluya
la experiencia que figura en nuestro mismo nombre congregacional. El novicio es invitado a
descubrir que nosotros, los misioneros claretianos, somos y nos llamados hijos del Inmaculado
Corazón de María. En la primera parte se ha explicado ya el contenido de este título.
14. Etapa de misioneros en formación
En esta etapa última de la formación inicial, que es una etapa de desarrollo y consolidación,
el misionero es invitado a profundizar en su experiencia mariana. Uno de los objetivos
específicos de la etapa es: “Amar filialmente a María, Madre de la Iglesia, formadora de
apóstoles, haciendo de Ella y como Ella el camino de peregrinación de la fe”69.
14.1. Amar filialmente a María, Madre de la Iglesia, formadora de apóstoles
En la experiencia dinámica que el formando va haciendo de María, se acentúa ahora su
dimensión eclesial y apostólica, en consonancia con los objetivos propios de esta etapa, que
prepara inmediatamente para la realización de nuestra misión en la Iglesia. No es extraño que,
junto al objetivo de amar a María como Madre de la Iglesia, figure este otro: “Aprender a sentir
con la Iglesia, entendida como pueblo de Dios en marcha y como misterio de comunión”70.
María aparece como la Madre de toda la comunidad de los creyentes en Jesús. Su maternidad
no es contemplada sólo en una perspectiva personal sino eclesial. Pensando maternalmente en la
67
PGF 358.
PGF 361.
69
PGF 387.
70
Ibid.
68
17
Iglesia, María colabora con el Espíritu Santo en la formación de aquellos que han recibido el
encargo de edificar la Iglesia mediante el ministerio de la Palabra. En este sentido, ella es
formadora de apóstoles. En medio de los múltiples agentes que intervienen en esta etapa
formativa, al misionero joven se le propone amar a María como la que forma la raíz de su misión:
un corazón creyente dispuesto para amar. Sin formar este corazón, todas las demás capacidades
no servirán de nada. Así lo veía también nuestro Fundador: “Si no tiene este amor (un misionero
apostólico), todas sus bellas dotes serán inútiles; pero, si tiene grande amor, con las dotes
naturales, lo tiene todo”71.
14.2. Hacer con María la peregrinación de la fe
Esta etapa, la más larga de la formación inicial, “supone una experiencia de contraste y de
realismo, no exenta normalmente de crisis y dificultades”72. También la fe puede experimentar
pruebas, provenientes de los estudios, de la confrontación con otras visiones de la realidad, del
cansancio, etc. Resulta estimulante contemplar a María como la mujer peregrina de la fe, como la
que no creyó de una vez por todas sino que vivió un verdadero itinerario en el que también
experimentó la duda, la oscuridad, la tentación. Acompañado por esta Madre peregrina, el
misionero es invitado a no desfallecer, a seguir caminando, a confiar de una manera más lúcida y
más profunda en la promesa de Dios, que nunca retira sus dones.
71
72
Aut 438.
PGF 379.
18
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