El carácter analógico de la metafísica Juan Fernando Ortega Muñoz Uno de los errores fundamentales de las diferentes críticas que se han hecho en la edad moderna a la metafísica ha sido el no advertir la pluralidad de sentidos que el término ha ido adquiriendo a través de la historia de la Filosofía. Como diría la filósofa malagueña María Zambrano, el término no es unívoco, sino analógico. Lo primero que nos cabe preguntar a los que nos hablan reiteradamente de la muerte de la metafísica es qué es lo que entienden por tal término. En la historia de la filosofía advertimos, al menos, cinco maneras diferentes de hacer metafísica: La primera, que parte de Tales y tiene su máximo representante en Platón, concibe la metafísica como transfísica. Intenta alcanzar con esta disciplina el conocimiento de aquella realidad que se da más allá de la physis, y que, pese a ello, es concebida como el sentido y fundamento de cuanto nos es dado de forma directa y espontánea a nuestra experiencia, a la que los griegos llamaban la doxa. El conocimiento de esta realidad transfísica sería, por ello una para-doxa, un conocimiento “paradógico”, que exige un método adecuado y una disciplina que, ahondando en la realidad tal como es dada, descubra esa otra realidad fundamental y fundamentadora. Es cierto que Platón nunca la llamó metafísica, sino dialéctica, pero el término que Andrónico de Rodas asignó a los tratado de metafísica de Aristóteles, parecía expresar mejor que el planteamiento de Aristóteles, el sentido que Platón daba a esta disciplina. La segunda manera de hacer metafísica, que podemos llamar infísica, la encontramos en el mismo Aristóteles, el cual, como decía Cicerón, bajó la filosofía del cielo a la tierra. Para Aristóteles el objeto de estudio de esta disciplina son las estructuras y principios estables que se dan en la physis, no tras ella, ni, como diríamos de forma intuitiva, “a sus espaldas”. Es en el análisis de la realidad, tal como nos es dada, y usando un método adecuado para ello, como descubrimos esa entraña de lo real, que da consistencia y fundamento al resto de la realidad. La tercera forma de hacer metafísica la podemos denominar ontofísica o logofísica, porque, concibiendo como Aristóteles, que el sentido de la realidad lo encontramos en esa misma realidad como entrañado en ella, concibe, sin embargo, esa entraña o fundamento como una realidad de carácter noético o conceptual. La idea es la médula sustantiva de cuanto nos es dado en la experiencia. En esta línea podemos situar, entre otros, a Escoto Eriúgena y a Hegel. No hay en esta concepción la dualidad de la realidad en dos mundos diferentes de los que el segundo es sólo una participación o reflejo del primero, sino una sola realidad, diríamos, con dos caras, de las que el concepto o idea es lo fundamental. La cuarta manera de hacer metafísica, que podemos llamar prefísica, considera como objeto del análisis metafísico las estructuras subjetivas que a priori nos posibilitan conocer la realidad. Se trata del giro copernicano que propone Kant. No será nuestro conocimiento el que se rija por la realidad, sino la realidad que es condicionada por mi conocimiento. El estudio de las estructuras subjetivas que posibilitan y determinan mi conocimiento será el objeto de la metafísica. El planteamiento de Kant permite a éste una explicación fácil de los conocimientos a priori de la metafísica. “Según dicha transformación del pensamiento – nos dice – se puede explicar muy bien la posibilidad de un conocimiento a priori, y más todavía se pueden proporcionar pruebas satisfactorias a las leyes que sirven de base a priori de la naturaleza, entendida ésta como compendio de los objetos de la experiencia”, pero en contrapartida –aclara Kant – “con dicha capacidad jamás podemos traspasar la frontera de la experiencia posible..”y con ello resulta “la cosa en sí como no conocida por nosotros, a pesar de ser real por sí misma”. Y Kant concluye de forma categórica: “Nada puede añadirse a los objetos, en el conoimiento a priori, fuera de lo que el sujeto pensante toma de sí mismo" Por último, podemos hablar de una metafísica fenomenológica, que a partir del análisis de la realidad misma , tal como se nos muestra, intenta una interpretación eidética o hermenéutica (Husserl y Heidegger) de lo que nos es dado en la experiencia. Se trata de alcanzar un sentido de aquello que nos es dado en la desnudez significativa de la experiencia. Con la filosofía analítica los temas metafísicos se tornan problemas sin sentido y la tarea de la filosofía será desde ahora impedir caer en la ensoñación de un saber metafísico. “El verdadero método de la filosofía – dice Wittgenstein – sería propiamente éste: no decir nada, sino aquello que se puede decir; es decir, las proposiciones de la ciencia natural...; y siempre que alguien quisiera decir algo de carácter metafísico, demostrarle que no ha dado significado a ciertos signos de las proposiciones”. Por su parte el marxismo disuelve en el estudio de las relaciones socio-económicas la anterior “ideología” metafísica, ya que, en palabras de Marx, “la filosofía, la teología, la sustancias y todas las demás porquerías” serán disueltas y con ello “el absurdo religioso y teológico”, ya que “la filosofía independiente pierde, con la exposición de la realidad, el medio en que puede existir” Parecería que a la metafísica no le queda otra solución que aproximarse a las tablas del burladero, como los toros heridos de muerte en nuestra fiesta nacional. Pero, como dirá Gilson, hay una primera ley que se deduce del estudio de la historia de la filosofía: “la filosofía entierra siempre a sus enterradores”, porque “el hombre es un animal metafísico por naturaleza”. Estoy convencido de que en el momento actual nos encontramos en un nuevo período auroral de la historia de la filosofía y con ello de la metafísica, y de que ya puede percibirse con claridad el canto de los gallos que anuncian el nacimiento de un nuevo día. Creo que ha llegado el momento de tomar una decisión aclaratoria con relación a los conceptos diferentes de metafísica que hemos analizado con anterioridad. La “metafísica”, expresión analógica, hace referencia a un saber fundamental, una ciencia primera de las que todas las demás ciencias parten y a las que sirve de fundamento. Pero la palabra metafísica se abre en un abanico de saberes fundamentales a todos los cuales cabe aplicarles en un sentido general el nombre de “metafísica”. Pero quizá ha llegado el momento de asignarles denominaciones diferentes según el objeto formal de su investigación, sin negarles por ello el carácter metafísico que tienen todos estos saberes. La metafísica es en primer lugar teoría del conocimiento, y en este sentido es el estudio de la posibilidad de un conocimiento cierto de lo real y del camino o método que podemos y debemos emplear para alcanzar tal conocimiento. Pero también es ontología o “estudio del ser en cuanto ser”, pero este ser de que hablamos no es una realidad ideal o abstracta, sino el ser entendido como lo expresa Aristóteles , como el “to on”, lo siendo, en participio, no en infinitivo. Y de “lo siendo”, como dirá de nuevo Aristóteles, nos interesa primariamente aquella realidad en que en primer lugar y por antonomasia se da el ser, esto es, la sustancia. Ahora bien, de los cuatro sentidos posibles de sustancia a los que alude Aristóteles, como esencia, el universal, el género y el sujeto, Aristóteles insistirá en que la sustancia se identifica con la esencia. “Así, pues, – nos dirá – cada cosa en sí se identifica con su esencia, y no accidentalmente... Saber cada cosa equivale a saber su esencia”. Como advierte atinadamente Zubiri, para Aristóteles la esencia es un momento “físico” de la realidad. Aristóteles insiste: “La esencia de cada cosa y cada cosa se identifican totalmente”, o, lo que es lo mismo, “la esencia de una cosa y esa cosa, son una misma cosa”. Hartmann en su obra Aristóteles y el problema del concepto nos dirá que para el filósofo ateniense el eidôs o “esencia es a la vez sustancia formal, causa motora y fin”. Y Aristóteles afirmará que “la ciencia trata propiamente de lo primero y de aquello de lo que dependen las demás cosas y por lo cual se dicen. Por consiguiente, si esto es la sustancia, de la sustancia tendrá que conocer el filósofo los principios y las causas” Es, por tanto, en este sentido la metafísica el estudio de las estructuras fundamentales de “lo siendo” o el ser real, y de los principios que lo posibilitan y fundamentan – sentido este del que hablamos en el apartado siguiente – además de los principios a priori que regulan el ser y nuestro conocimiento del mismo. Es necesario aquí recordar que la realidad nos es dada sin manifestar por sí misma y en una primera instancia su sentido, que debe inventar y posteriormente contrastar el científico o el filósofo, gracias al uso de unos principios que nos son dados a priori en virtud de una facultad o saber al que Aristóteles llamó noûs. El estudio de estos principios que nos posibilitan el conocimiento racional de la realidad nos acerca a lo que denominábamos antes como prefísica, a tenor del pensamiento de Kant. En la Edad Media el filósofo árabe andaluz Ibn Hamz en su obra Fisal intenta descubrir esos principios en el análisis del comportamiento de los niños antes de ser “contaminados” por la cultura. Cabe un tercer sentido, de larga tradición en la historia de la filosofía occidental, la metafísica entendida como transfísica o acceso a aquella realidad que no nos es dada en nuestra experiencia, ni pertenece en realidad al orbe de la física, pero que supone su fundamento trascendental, esto es, que, partiendo de lo que nos es dado en la experiencia, la trasciende intentando acceder a las últimas causas o principios que responden a la pregunta fundamental, según Heidegger, de toda la filosofía: ¿por qué el ser y no más bien la nada? En este sentido la metafísica se torna teología. La metafísica es , pues, un saber central que se nos impone como necesario en el mundo de la racionalidad y como fundamento de todo saber cierto, pero es un saber plural, polifacético y con diferente grado de evidencia en sus diversas manifestaciones y partes, mas no por ello menos necesario y útil hoy que en las estructuras racionales de los tiempos pasados. La metafísica que se abre a este tercer milenio ha de ser, sin duda, superadora de las visiones parciales y reductoras que han dominado en la historia de la filosofía, intentando abarcar e integrar todos los posibles sentidos en que puede abrirse este saber fundamental, que es por necesidad, en palabras de Aristóteles, la “ciencia primera” y el punto de partida de toda auténtica filosofía, porque una verdad se deduce con claridad del estudio de la historia de la filosofía y es que no le es posible, aunque lo pretenda, renunciar a este saber fundamental, porque, como el mismo Aristóteles afirmó, hasta para negar la filosofía hay que hacerlo filosofando. Juan Fernando Ortega Muñoz Catedrático de Filosofía de la Universidad de Málaga