CONTRATO SOCIAL: PROBLEMAS 1. Presentación del problema Las teorías a favor de la tesis del contrato social se han planteado en distintos contextos. En filosofía política, por ejemplo, la tesis (o hipótesis) del contrato social proporciona las bases sobre la cuales explicar la existencia de la sociedad civil y de la autoridad política. Hobbes (1588-1679), Locke (1632-1704) y Rousseau (1712-1778) son algunos de los autores que han defendido diferentes versiones del contractualismo, digamos, político. Al contractualismo también se ha recurrido para dar cuenta de la emergencia tanto del capital como del propio lenguaje ordinario. En este lugar, nos ocuparemos fundamentalmente del contractualismo político. En general, a todo contractualismo político subyace la idea de que el ser humano en algún momento de su historia transitó desde un estado natural o de naturaleza hasta un estado político, es decir, pasó de un estado de naturaleza a un estado cívico-social en el que se reconoce algún tipo de autoridad política. El contractualista considera que un contrato (o consenso) posibilitó dicha transición. La hipótesis del contrato social, en palabras de Locke, es básicamente la siguiente: “Siendo, según se ha afirmado ya, los hombres libres, iguales e independientes por naturaleza, ninguno de ellos puede ser arrebatado de ese estado y dominado por la autoridad política de otros sin que intervenga su propia autorización. Esta se otorga a través del pacto hecho con otros hombres de unirse y contribuir en una comunidad designada a proporcionarles una 1 vida grata, firme y pacífica de unos con otros, en el disfrute tranquilo de sus propias posesiones y una protección mayor contra cualquiera que no conforme esa comunidad. Esto puede llevarlo a la práctica cualquier cantidad de individuos, ya que no afecta a la libertad del resto, que continúan estando, como se encontraban hasta ese momento, en la libertad del estado de naturaleza.” Ensayo sobre el gobierno civil (Second Treatise of Government), parágrafo 95. La cursiva es nuestra. En definitiva, el poder político es legitimado gracias a un pacto o consenso entre los seres humanos pertenecientes a una comunidad. Nuestras obligaciones políticas se fundamentan sobre un consenso que los gobernados alcanzan y que legitima al gobernante. Dicho consenso o contrato constituye el momento clave en la transición del estado de naturaleza al estado cívico-social. (Obviamente, en función del autor que consideremos, deberíamos matizar estas últimas afirmaciones. En cualquier caso, trataremos que nuestra versión de la hipótesis del contrato social sea lo más general posible.) En estas páginas vamos plantear dos tipos de problemas que se han planteado con relación a la hipótesis del contrato social. Ambos tipos de problemas ponen a la hipótesis del contrato social ante una situación que roza lo paradójico. 2. Primer argumento en contra de la hipótesis del contrato social El contrato tiene como objetivo fundamental legitimar el poder político y, por ende, garantiza nuestra obediencia al mismo. Debemos ser fieles al poder político y 2 cumplir con las obligaciones que se nos impongan. Todo ello sobre la base del contrato o consenso acordado. En definitiva, es el contrato el que justifica nuestra obediencia al poder político y nuestro cumplimiento de las obligaciones impuestas por dicho poder político. Si mi comunidad quiere que haya una biblioteca para uso de la comunidad, vía contrato, otorgamos el poder de gestión de dicha biblioteca a la entidad X, para que la biblioteca sea gestionada en los términos acordados. El contrato nos compromete, pues, a cumplir con las normas de uso, y X tendrá la facultad de sancionar a un usuario en el caso, por ejemplo, de que no devuelva un libro en el plazo establecido. Hume, sin embargo, ve serios problemas en la hipótesis del contrato social. En su trabajo Del contrato original, expresa el principal problema de la hipótesis del contrato social en los siguientes términos: “Si se me pregunta por la razón de la obediencia que hemos de prestar al gobierno, me apresuraré a contestar: porque de otro modo no podría subsistir la sociedad; y esta respuesta es clara e inteligible para todos. La vuestra sería: porque debemos mantener nuestra palabra. Pero, aparte de que nadie no educado en un cierto sistema filosófico puede comprender o encontrar de su gusto esta respuesta, os veréis en un apuro si os pregunto a mi vez: ¿por qué hemos de mantener nuestra palabra?; y no podréis dar otra respuesta que la que habría bastado para explicar de modo inmediato, sin circunloquios, nuestra obligación de obedecer.” Del contrato original, 110-111. 3 Hume considera que un mecanismo como el del contrato social es incapaz de fundamentar la transición del estado de naturaleza al estado cívico-social. La razón es la siguiente. Si nos preguntamos por qué tenemos que ser obedientes con relación a las normas y leyes que la autoridad política (contratada) establece, la respuesta desde el contractualismo es clara: el contrato social nos compromete a dicha obediencia. Eso es lo que Hume expresa cuando afirma: “la vuestra sería: porque debemos mantener nuestra palabra.” ‘La vuestra’ es la posición del contractualismo, y por ‘mantener nuestra palabra’ podemos entender ‘ser fieles al contrato social’. Sin embargo, cabe preguntarse ahora, ¿por qué tenemos que ser fieles y obedientes al contrato social? ¿Por qué debemos guardar nuestras promesas? Si no queremos caer en un círculo vicioso, tendremos que dar una razón que no recurra al contrato social. Supongamos que dicha razón es R (R es cualquier razón distinta del contrato social. Hume simpatiza con la siguiente: porque de otro modo no podría subsistir la sociedad). Si esto es así, parece claro que también podríamos haber recurrido a R para dar cuenta de nuestra obediencia al poder político, sin necesidad de pasar por la hipótesis del contrato social. Pero si eso es así, la teoría del contrato social no tiene ningún cometido. En definitiva, si aplicamos a la hipótesis del contrato social el mismo argumento que nos ha llevado a proponerla, entonces resulta que llegamos a la conclusión de que dicha hipótesis es falsa, salvo que queramos aceptar la teoría que afirma que el contrato social se fundamenta en el propio contrato social, lo cual sería un círculo vicioso manifiesto. 3. Segundo argumento en contra de la hipótesis del contrato social Supongamos, como en gran medida hace Hobbes, que el ser humano en su estado de naturaleza es profundamente egoísta. El problema que se plantea ahora es, 4 ¿cómo puede materializarse en esas circunstancias el contrato social que posibilita la transición del estado de naturaleza al estado cívico-social? Dadas las circunstancias, el contrato social tiene lo que podemos denominar un problema de coordinación. Hay que coordinar a los seres egoístas para alcanzar un objetivo común como es el contrato social. Supongamos que hay dos individuos, A y B. Cada individuo (en estado de naturaleza, egoísta, por tanto, ante el inminente contrato social que supuestamente solventará sus problemas, o algunos de ellos) contempla las siguientes posibilidades. Por ejemplo, A contempla estas posibilidades. (i) Tanto B como yo cumpliremos el contrato (ii) Nadie cumplirá el contrato (iii) Yo no cumpliré, pero B sí (iv) Yo cumpliré el contrato, pero B no. Si A es un ser egoísta, está abocado a la situación (iii). Obviamente, B, que también es egoísta, razonará de forma análoga a A. Por lo que, la situación que se seguirá es (ii). Esa situación es la negación misma del contrato social. Este es el problema de coordinación que aparece en este contexto en el que un conjunto de seres rematadamente egoístas quieren un contrato social que mejore su situación. Parece que para resolver el problema, o al menos para orientarse en otra dirección, los seres humanos tendrían que abandonar su egoísmo recalcitrante, es decir, tendrían que renunciar a su estado de naturaleza. Con lo cual, el contrato social, más que la condición necesaria para abandonar el estado de naturaleza, presupone ya dicho abandono del estado de naturaleza. Este problema es específico del contractualismo de Hobbes, donde en el estado de naturaleza, los seres humanos son extremadamente egoístas. Locke, contrariamente, 5 es más optimista con respecto a la naturaleza humana, y eso le permite contemplar otras posibilidades ante las que los seres humanos hobbesianos son ciegos. En cualquier caso, el problema de coordinación deberá tenerse en cuenta siempre que individuos pertenecientes a un grupo establezcan estrategias en aras a la obtención de un objetivo común. Los contratos son un caso. (Estas cuestiones suelen tratarse en la teoría de juegos.) El dilema del prisionero es un problema clásico que se plantea como un problema de coordinación. Hay dos presos en situación de aislamiento y acusados de un crimen. Cada uno de ellos, A y B, tiene la opción de permanecer en silencio o de confesar. Si A y B confiesan, sufrirá cada uno una pena de 4 años. Si ninguno confiesa, entonces sufrirá cada uno la pena de un año. Si sólo uno de los dos confiesa, él quedara libre y el otro será penalizado con 7 años, ¿Qué hacer? B piensa de la siguiente manera: A puede confesar o no confesar. Si A confiesa, lo mejor que puedo hacer yo es confesar. Si A no confiesa, lo mejor que puedo hacer yo es confesar. Por lo tanto, haga lo que haga A, yo confesaré. Es lo mejor que puedo hacer. Así pues, B ha encontrado su punto o estado de equilibrio. Hay punto de equilibrio cuando sabemos qué hacer haga lo que haga el otro. A sigue el mismo razonamiento, y también confiesa. Luego ambos han confesado, por lo que pasarán 4 años en prisión. Esta solución sorprende. En primer lugar A no mejoraría su situación si unilateralmente abandonara su decisión (es decir, si no confesara). En ese caso, se iría a la cárcel para 7 años. Ambos han llegado a un estado de equilibrio que no es mejorable por ninguno de ellos si abandona ese estado unilateralmente: se trata, por ello, de un Nash-equilibrio. 6 El problema es que, en cuanto que grupo, podrían haber llegado a una solución mejor e igualitaria: si ambos hubiesen guardado silencio, habrían ido 1 año a la cárcel. Sin embargo, dicha mejor solución no es un Nash-equilibrio, ya que si, por ejemplo, A abandonara unilateralmente dicho equilibrio (es decir, si A confesara mientras B guarda silencio), saldría ganando y quedaría libre. Esto es sólo una muestra de las dificultades que pueden plantearse cuando nos ocupamos de tareas que reúnen las características básicas de los contratos sociales. 4. Observaciones finales Uno de los aspectos básicos del concepto de contrato es que un contrato puede presentar como posibilidad más deseable el hecho de que uno mismo no cumpla el contrato mientras que el resto de los individuos sí lo hagan. En el ejemplo de la biblioteca, uno puede pensar que la mejor situación es aquella en la que uno mismo no devuelve los libros o intenta trampear, mientras que el resto de los usuarios cumple rigurosamente las normas. Es decir, cabe trampear con el contrato. El problema es que si todos los individuos piensan de la misma forma, comienza a tambalearse toda la institución cimentada en el contrato. Ahí comienza el problema de la coordinación. En el texto de Hume arriba citado, dicho autor considera que el fenómeno de la obediencia a la autoridad política se explica mejor recurriendo al ‘de otro modo no podría subsistir la sociedad’ en lugar de al contrato social. Hume parece apuntar a que son las circunstancias y las necesidades que surgen en el grupo las que hacen que el grupo tienda a constituirse en grupo socio-político; sin embargo, Hume rechaza que el contrato pueda hacerlo. La alternativa debería ser algún mecanismo de carácter naturalista, en el sentido de que surge empujado por las circunstancias y necesidades en las que está inmerso el grupo, sin necesidad de promesa y compromiso explícito alguno. 7 No es mi objetivo aquí concretar en qué puede consistir esa alternativa. Pero lo que Hume bien podría tener en la cabeza es lo que David Lewis ha calificado, definido y desarrollado como una convención. Si esto es así, habría que distinguir claramente entre contratos y convenciones (en el sentido técnico establecido por Lewis). Entiendo por convención una regularidad en la acción surgida de forma natural, que se perpetúa porque hay un interés común. En realidad, una convención goza de un sistema de autoperpetuación, del que carecen los contratos sociales. Hume efectúa, además de la crítica expuesta en el segundo apartado, otras críticas al concepto de contrato social. Estas críticas están relacionadas con el hecho de que no hay indicios de que los hechos históricos confirmen la teoría del contrato social. Es más Hume subraya que los contractualistas tienen que explicar cómo se actualiza el contrato en el caso de las generaciones que, por decirlo así, no participaron en el contrato original. Algunos autores han propuesto el concepto de contrato tácito o potencial para salvar este problema (en el fondo se trata del problema de la perpetuación de los contratos que arriba hemos señalado). Sin embargo, Hume considera que la existencia de un contrato o consenso tácito no encaja con hechos políticos básicos. 5. Bibliografía básica Textos fundamentales: Hobbes, T. (1651), Leviathan. Hume (1741-1742), Del contrato original. En Hume, D. (1987), Ensayos políticos. Madrid: Tecnos. 8 Locke, J. (1689), Ensayo sobre el gobierno civil. Madrid: Alba. Rousseau, J. (1762), Contrato social. Barcelona: Planeta. Otras referencias: Lewis, D. (1969), Convention. Harvard: Harvard University Press. 9