Encounters on Education Volume 8, Fall 2007 pp. 17 - 27 Concepciones rivales de la Filosofía de la Educación Paul Standish Institute of Education, University of London ABSTRACT This article makes a case for the relevance of philosophy in the study and practice of education. It is written primarily from an Anglophone, and especially from a UK, perspective. The essay has three main sections. The first one provides an analysis of the political and institutional context in the UK and of the trajectory of philosophy of education. The second part identifies current trends in philosophy of education in the UK. The last part focuses on the ways in which the philosophy of education can have a bearing on educational policy and practice. Key words: philosophy of education, educational theory and practice, teacher education, educational management. RESUMEN Este artículo defiende la importancia de la filosofía para el estudio y la práctica de la educación. Está escrito sobre todo desde una perspectiva angloparlante, y más concretamente británica. Tiene tres secciones principales. El autor comienza analizando el contexto político e institucional de la materia en el Reino Unido, proporcionando algunas indicaciones acerca de lo que se entiende por Filosofía de la Educación. A continuación, aborda las corrientes que se han desarrollado en el Reino Unido y, en la tercera seccion, concluye con una propuesta de cómo la filosofía de la educación puede incidir en la política y la práctica educativas, atendiendo a algunas cuestiones de interés apremiante. Descriptores: filosofía de la educación, teoría y práctica educativa, formación del profesorado, administración educativa. RÉSUMÉ Cet article tente de présenter des arguments en faveur de la philosophie dans l’étude et la pratique de l’éducation. Il est écrit à partir d’une perspective anglophone et plus spécialement, du Royaume-Uni (UK.) L’essai comporte trois sections principales: La première fournit une analyse du contexte politique et institutionnel au UK et de la trajectoire de la philosophie de l’éducation. La seconde partie identifie les tendances courantes en philosophie de l’éducation au UK. La dernière partie se centre sur les manières dont la philosophie de l’éducation peut avoir un rapport avec la politique et la pratique éducatives. Mots-clés: la philosophie de l’éducation, la théorie et la pratique éducatives, l’éducation pédagogique, la gestion éducative. 18 Encounters/Encuentros/Rencontres E principalmente desde una perspectiva angloparlante y, sobre todo, británica. La justificación para ello es doble. En primer lugar, si se desea identificar tendencias destacables y tradiciones dominantes, es imposible escribir simultáneamente acerca de todo. Por esto me centro en una situación que conozco bien. En segundo lugar, la hegemonía de la lengua inglesa, en circunstancias de globalización, crea un desequilibrio cultural que, por un lado, impulsa el perfil del trabajo en inglés y, por otro, lleva a modelos de actividad -a través de congresos y publicaciones en libros y revistas académicas- que alientan a otros a trabajar en este idioma y, en consecuencia, a beber de sus tradiciones. Fue en este contexto, y en especial con la relativa prosperidad del Reino Unido en los años sesenta, en el que la Filosofía de la Educación británica se hizo ampliamente influyente, manteniendo ciertos paralelismos con la actividad que se realizaba en Norteamérica, pero fraguando en muchos sentidos un cuerpo de trabajo distintivo. Las cosas han seguido moviéndose desde entonces. Mientras que esta tradición y enfoque se ha desarrollado en varios sentidos, ha habido igualmente un ensanchamiento del campo y éste se ha internacionalizado. To “fill out” an aim, El ensayo tiene tres secciones principales. Empezaré diciendo algo acerca de la política y el contexto institucional de la materia en el Reino Unido, proporcionando en el transcurso de la argumentación algunas indicaciones acerca de lo que entiendo por Filosofía de la Educación. Continuaré identificando las distintas concepciones de la misma que se han desarrollado en este país, si bien quiero subrayar que los puntos de vista que señalo de ninguna manera le pertenecen en exclusiva. Finalmente, me ocuparé de algunos modos importantes en que la Filosofía de la Educación puede incidir en la política y en la práctica educativas, atendiendo a lo que considero son algunas cuestiones de interés apremiante. ¿Qué es la Filosofía de la Educación? En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el estudio académico de educación en el Reino Unido, y en gran parte del mundo de habla inglesa, se desarrolló a largo de líneas disciplinarias. Es decir, el estudio de la política y de la práctica educativas se entendía que abarcaba planteamientos procedentes de las disciplinas de la historia, la filosofía, la psicología y la sociología. Esta perspectiva se basaba en la idea de que el estudio académico de la educación no puede ser en sí mismo una disciplina, al carecer de sus propios modos característicos de investigación o sus propias formas de razonamiento, el cual se sustenta necesariamente en alguna de las cuatro anteriores. Durante los últimos veinte años, sin embargo, la primacía de estas disciplinas en la investigación educativa se ha visto debilitada. Al menos, su posición en las universidades ha cambiado: ha habido pocos puestos en estas disciplinas (dentro del mundo académico de la educación) y menos cursos basados directamente en ellas. Éstas han sido desplazadas por nuevas áreas de interés, relativas, por ejemplo, a la eficacia y el mejoramiento de la escuela, a materias específicas del currículo (como la enseñanza de las matemáticas o la educación para la ciudadanía) y a la especialización en etapas particulares de la educación (por ejemplo, los primeros años). Educational theory in a global and technological era 19 Mi percepción de estos cambios y del debilitamiento del enfoque disciplinar, es que constituyen una seria amenaza para la credibilidad del conocimiento acerca de la educación como forma de estudio. Esto es así en lo que se refiere tanto a la investigación educativa como a la preparación inicial y el perfeccionamiento profesional de los profesores. Lo que en la actualidad se oferta en la investigación y en los programas de formación, es un intento por considerar las cuestiones de la política y de la práctica sin los recursos de las tradiciones de investigación. Por “tradición de investigación” no me refiero a ningún conjunto establecido de ideas u ortodoxia, sino más bien a una práctica mantenida de interrogación de un tipo determinado sobre un conjunto particular de problemas, con modos progresivamente refinados de aproximación, una serie en desarrollo de textos familiares y, como habría dicho Michael Oakeshott, un característico modo de conversación. Para tomar parte en dicha conversación, se necesita ser iniciado gradualmente en ella: no es posible sumergirse desde fuera, por más o menos la misma razón que alguien no puede adentrarse en una conversación sobre física -esto, es hacer física- sin haberla estudiado previamente. Por otra parte, es crucial para la vitalidad de una tradición así, el que no esté unificada, debido a sus rivalidades y disputas, sus cambios de paradigma, su vanguardia. En consecuencia, cualquier tradición merecedora de tal nombre debe encarnar sus propias formas de crítica. La investigación educativa que estoy cuestionando tiende a empezar desde el pasado inmediato, bajo la presunción de que las “últimas investigaciones encontradas” deben ser las mejores. Hay un empirismo dominante en este enfoque. En estas palabras, debo aclarar, no hay que ver una crítica al empirismo como tal; nadie duda de la necesidad de encontrar respuestas a algunas cuestiones empíricas en educación. El empirismo –y deseo subrayar el ismo-, sin embargo, supone la idea de que nuestra única vía para entender algo es a través de la acumulación de evidencia o datos. En realidad, lo que se considera como evidencia o datos presupone ya cierto tipo de consideraciones no empíricas. Además, hay muchas cuestiones primordiales -incluyendo las más importantes para educación- que no se pueden resolver de este modo: por ejemplo, cuestiones epistemológicas, éticas y metafísicas. Los problemas de este tipo se caracterizan porque no se puede apelar a una resolución definitiva. En la investigación de la educación son inevitables. Al enfrentarnos a ellos, es fácil encontrar que Platón y Confucio tengan cosas importantes que decirnos. Nuestra investigación debería entonces estar dispuesta a unirse a las formas de tradiciones de pensamiento que estos pensadores empezaron hace mucho tiempo. Con esto tampoco quiere decirse que todo fuese correcto en el anterior enfoque disciplinar. Muy a menudo, y especialmente en la formación inicial de los profesores, las disciplinas eran tratadas de manera árida, abstracta y excesivamente teórica, sin prestar la necesaria atención a la motivación y a las posibilidades de desarrollo académico de los estudiantes. No sin cierta razón, éstos juzgaban que algunos aspectos del trabajo que se les requería eran irrelevantes para sus intereses reales acerca de cómo manejarse en la clase. No siempre sentían que se les estaba preparando adecuadamente para sus vidas como profesores. Pero la razonable insatisfacción expresada por los estudiantes, y por otros, hacia este enfoque, fue aprovechada por aquellos que pretendían hacer la oferta educativa y el comportamiento docente más adaptables a los requerimientos estatales. 20 Encounters/Encuentros/Rencontres Margaret Thatcher fue, en el Reino Unido, el personaje de mayor influencia tras este cambio, y como una consecuencia de lo que puede considerarse su sistemático ataque hacia ciertas profesiones, la autonomía y el alcance intelectual del trabajo de los profesores se vieron reducidos. Esto ha significado, sobre todo, una limitación en el peso del juicio del profesor: ahora lo más habitual es que los profesores sigan con mayor o menor precisión un guión prefijado, o un guión construido en base a un potente sistema de evaluación. Es menos habitual que los profesores sean alentados a reflexionar sobre los aspectos más profundos que afectan a la naturaleza de su función y el objeto de la educación que están proporcionando. Esta situación, muy evidente en el Reino Unido, ha sido también la tendencia más general en el mundo occidental. Se trata de una tendencia que, como creo dejar claro, deberíamos resistir. A mi juicio, por tanto, seria conveniente restaurar y fortalecer el enfoque disciplinar, reconociéndose la especial importancia de la filosofía, dadas las implícitas e ineludibles cuestiones epistemológicas, éticas y metafísicas. Por su parte, la filosofía de la educación necesitaría encontrar nuevas formas de atraer a los profesores noveles, y ayudarles en su perfeccionamiento profesional permanente a pensar mejor y más filosóficamente sobre los problemas prácticos que afrontan en la realidad. Esto requeriría, entre otras cosas, una gran sensibilidad hacia el contexto y el uso más amplio de ejemplos en la presentación de ideas complejas. Considerada así, la filosofía de la educación tiene la capacidad de ampliar el desarrollo de los profesores como personas, y de este modo mejorar, quizás, lo que hacen en sus vidas profesionales. Hay señales claras acerca de la vitalidad de la actual filosofía de la educación, que se ha apartado de las formas abstractas y áridas que asumió alguna vez, haciéndose más apta para asumir esta tarea. Sería también necesario, en cualquier caso, atraer la atención de quienes adoptan decisiones políticas hacia la importancia de estos temas. Pero surge otra pregunta: ¿es la filosofía de la educación una disciplina en sí misma? En términos institucionales, los filósofos de la educación tienden a estar en departamentos de educación más que en departamentos de filosofía, y la actitud hacia la materia de quienes se sitúan “a la cabeza” de la filosofía está con frecuencia teñida de sospecha: a menudo piensan en la filosofía de la educación como algo propio de aficionados, poco rigurosos y carentes de un cuerpo adecuado de trabajo original y auto-diferenciador. La presunción entonces es, quizás, que la filosofía de la educación es una rama menor de la filosofía o, tal vez, una forma de filosofía “aplicada”. Sin embargo, estas dos suposiciones no parecen tener suficiente consistencia. La filosofía de la educación no es en sí misma una rama de la filosofía -esto es, un área confinada dentro de la materia- ya que no hay rama de la filosofía que no sea relevante para ella. Además de la obvia importancia que tienen para la educación la indagación en ética, metafísica y epistemología, que son centrales en la filosofía, otras ramas, como la filosofía de la ciencia, son igualmente relevantes –aunque sólo sea, por ejemplo, para cuestiones concernientes a ciencia de la educación. La creencia de que la filosofía de la educación es una forma de filosofía aplicada, es también problemática. Además de reforzar una injustificada distinción entre la teoría y la práctica, esta creencia olvida el hecho de que estas formas de indagación (en ética, metafísica y epistemología) centrales en la filosofía, incorporan necesariamente ellas mismas cuestiones sobre el aprendizaje y Educational theory in a global and technological era 21 la enseñanza: se interrogan no sólo por cuestiones acerca de la naturaleza del bien (para el individuo y para la sociedad) sino también sobre cómo nos convertimos en personas virtuosas, y no sólo acerca de la naturaleza del conocimiento, sino también sobre cómo se adquiere éste. En otras palabras, estas cuestiones esencialmente educativas relativas al aprendizaje y a la enseñanza no son asuntos externos a los cuales se aplica la filosofía, sino internos a ella. Lo característico de la filosofía de la educación es que se refiere, distintivamente, a las particularidades de la práctica educativa del modo en que requiere ser abordada una mezcla compleja de problemas filosóficos. Frente al escenario del trabajo hoy a menudo súper-especializado de quienes lideran la filosofía, no es sorprendente que el trabajo de los que se dedican a la filosofía de la educación pueda parecer insuficientemente ajustado y propio de principiantes. Pero éste es el precio de un verdadero compromiso con los problemas y del esfuerzo por llegar a una audiencia más amplia. La envergadura de tal compromiso es su virtud. Una vez que he proporcionado una caracterización inicial de lo que considero es la filosofía de la Educación, y mostrado, espero, por qué pienso que la misma es importante, retorno a considerar ciertos aspectos del desarrollo de esta materia en los años recientes. La Filosofía de la Educación Hoy Desde un punto de vista angloparlante, y especialmente desde uno británico, es posible contrastar dos relatos acerca de la filosofía de la educación. Según el primero de estos relatos, la filosofía de la educación se desarrolló como forma sistemática de estudio durante la segunda mitad del siglo XX. Un elemento clave en la etapa inicial de este desarrollo fue el nombramiento R.S. Peters para ocupar una cátedra en filosofía de la educación en el Instituto de Educación de Londres. Peters había trabajado antes en un departamento de filosofía, pero rápidamente asentó su reputación en este nuevo campo. En el Reino Unido, éste fue un periodo de crecimiento económico y de expansión de la formación de los profesores. Peters y sus colegas –sobre todo, Paul Hirst y Robert Dearden- trabajaron juntos para desarrollar un enfoque del estudio de la educación que fue distintivo, y que alcanzó una gran influencia, tanto en el país como en el extranjero. Esta propuesta se destacó sobre todo porque aplicaba los supuestos, métodos y enfoques de la filosofía analítica al estudio de la educación. La filosofía analítica, que era por aquel tiempo la orientación dominante en los departamentos de filosofía, entiende que ésta implica un proceso de análisis conceptual que permita llegar a ideas claras y distintas, y concibe el propósito de la indagación filosófica como el descubrimiento de la lógica implícita en el asunto en cuestión. Por tanto, en lo que se refiere a la educación se parte del supuesto de que los conceptos de enseñanza, aprendizaje, autoridad, conocimiento, entendimiento, creatividad, imaginación, y otros, que la caracterizan, requieren ser considerados. Mediante el análisis de éstos y conceptos similares, quedaría revelada la lógica de la educación, estableciéndose una base sólida para la política y la práctica. Hasta cierto punto, el papel de la filosofía de la educación implicaría atender a los conceptos que son operativos en otros modos de estudiar la 22 Encounters/Encuentros/Rencontres educación, como, por ejemplo, el concepto de inteligencia en psicología, cuya clarificación permitiría asentar el trabajo empírico de esta disciplina en fundamentos conceptuales sólidos. Pero no hay duda de que el trabajo de los filósofos analíticos de la educación no se restringió a esto. Tal vez la parte del trabajo más rica de Peters y sus colegas fue la propuesta que hicieron de una concepción sustantiva de la buena educación, reafirmando la idea de una educación liberal; una reafirmación que obtuvo su mayor fuerza de la inspiración del filósofo político británico Michael Oakeshott. Éste es, en suma, el primer relato sobre el desarrollo de la filosofía de la educación como disciplina. Si bien este relato particular parece tener sus orígenes en el Reino Unido, es importante reconocer el desarrollo de ideas y enfoques que se produjo de forma paralela en Estados Unidos, especialmente con Israel Scheffer, la figura allí más representativa, cuya influencia se extendió por toda Norteamérica de una manera similar. De acuerdo con el segundo relato, la situación antes esbozada resulta demasiado estrecha y limitada. Es verdad que R.S. Peters y la Escuela de Londres tuvieron mucho peso e importancia, y que el cuerpo de trabajo que ha surgido de esta tradición de investigación es impresionante y de gran valor e influencia. Pero es incorrecto ver el desarrollo de la filosofía de la educación sólo en estos términos. En cierto sentido, la filosofía de la educación es por lo menos tan antigua como Platón o Confucio, por las razones indicadas previamente, y los filósofos de todos los tiempos han dedicado, a veces de manera indirecta y otras directa, amplias consideraciones a temas educativos. Podemos recordar, significativamente, a Locke y Rousseau, por supuesto, pero de hecho la situación es más amplia. Tanto Kant como Hegel tuvieron que impartir cursos sobre educación, y en el mundo de habla germana ha habido desde siempre una robusta tradición de indagación acerca de la educación, que merecería haber sido más plenamente reconocida en el mundo de habla inglesa. El trabajo de la Escuela de Frankfurt y su posterior influencia, es un factor más que justifica la cuidada atención. Por otra parte, si nos fijamos en el desarrollo de la filosofía americana, es evidente que no encontraremos sólo un método de investigación -el pragmatismo- para el que la educación tiene una importancia singular, sino también una figura prominente, el filósofo más importante, que desplegó una influencia extraordinaria en la educación durante el pasado siglo, y cuyos trabajos han experimentado cierta revitalización, sobre todo a través de la obra de Richard Rorty: se trata, no hay que decirlo, de John Dewey. Más recientemente, se ha encontrado un inmenso caudal en el significado que tienen para la educación los escritos de una serie de filósofos de la llamada tradición continental, desde el marxismo al post-estructuralismo. Igualmente, en este relato más amplio, un pensador como Alasdair MacIntyre, que en su día fue rechazado por la Escuela de Londres al no considerarlo filósofo, ha llegado a alcanzar una enorme repercusión, situado como está en el centro de la corriente neo-aristotélica, la cual se ha convertido en elemento fundamental del pensamiento contemporáneo en ética y otras materias. Este último ejemplo muestra que los filósofos considerados en este segundo relato tienden a ser marginados o condenados por quienes adoptan un enfoque más exclusivamente analítico, justificándose en la supuesta falta de claridad y precisión de sus planteamientos. A veces –como, por ejemplo, en el caso de Heidegger- han sido considerados simplemente incoherentes y no merecedores de estudio. Educational theory in a global and technological era 23 En resumen, el primer relato favorece una especie de exclusividad. El mismo se basa en cierta fe en un enfoque particular. El segundo reconoce la variedad de formas que ha adoptado la investigación filosófica acerca de la educación y su larga historia. Además, debido a su concepción menos exigente o menos estrecha de lo que cabe considerar como filosófico, se inclina a entender las fronteras entre disciplinas -por ejemplo entre la filosofía y la política, la sociología, la teología o la literatura- de manera menos rígida. Su concepción inclusiva y pluralista de la filosofía, le permite reconocer el papel y los méritos de la tradición analítica en la filosofía de la educación. Supongo que ha quedado claro que este segundo relato es el que mejor concuerda con mi propio punto de vista. Es importante subrayar que decir esto no significa suscribir ninguna facción o escuela de pensamiento determinada. El aspecto más significativo de este relato es el reconocimiento de la variedad de formas que puede asumir la filosofía de la educación y la posibilidad de dar valor a distintos enfoques, incluido el analítico.1 A continuación, llevaré esta discusión algo más lejos para ocuparme de lo que considero son las razones por las cuales resulta beneficioso trabajar desde esta perspectiva amplia. Para ello, trataré de manera más explícita la relevancia de la filosofía de la educación para la política y la práctica, mostrando cómo puede implicarse el trabajo filosófico en ciertos temas cruciales. La Relevancia de la Filosofía Para la Práctica Sin dejar de valorar los enfoques analíticos de la filosofía, me ha interesado cómo pueden reforzar éstos un conjunto de suposiciones metafísicas que han tenido una influencia dominante en el mundo moderno. De estas suposiciones, la que principalmente hay poner en tela de juicio es -por decirlo de forma sucinta y algo extrema- la idea de los seres humanos como individuos y, quizás, sujetos aislados, que se disponen en una relación de observación y cognición con los objetos de la experiencia, y mantienen una relación de tipo cuasi-contractual con los otros seres humanos. A mi juicio, estas suposiciones falsean la experiencia y son éticamente reprobables. Frente a ellas, en mi propio trabajo he ensayado rutas por las que una filosofía de la educación basada en la obra de Heidegger y en el último Wittgenstein podría llevarnos más allá del yo en términos de nuestras relaciones con las cosas en el mundo y con los otros. Conviene llamar la atención sobre los modos en que la predominante filosofía de la educación analítica ha abordado a veces los problemas prácticos de la educación, modos que, a mi juicio, no han sabido responder suficientemente a la urgencia e implicaciones que tienen estos problemas. Propondré tres ejemplos. En gran parte de la política educativa de las últimas décadas –valga como primer ejemplo- ha habido una fuerte inclinación hacia las “habilidades” y las “competencias”, y un declive en lo que se refiere a la adquisición de conocimiento y comprensión. He entrecomillado las palabras anteriores porque es importante percatarse del poder especial que en si mismas parecen haber adquirido, debido a lo cual en la práctica educativa se ha hecho más difícil considerarlas críticamente. Los filósofos analíticos, como Robin Barrow y Terry Hyland, han hecho un buen trabajado mostrando la falta de claridad y la confusión en el uso de estos términos, especialmente cuando, de 24 Encounters/Encuentros/Rencontres repente, todo parecía considerarse como habilidad o competencia. Pero, a mi entender, había algo más profundo en escena, como si todo este nuevo lenguaje de las habilidades fuese de hecho un síntoma de una nueva forma de behaviorismo, y como tal profundamente reñido con los aspectos más significativos del empeño educativo. Lo importante aquí es poner al descubierto la naturaleza de esta conexión con el behaviorismo y el tipo de metafísica que la misma supone. Conseguirlo, requiere algo más que la claridad sobre los conceptos, y los recursos de las tradiciones más amplias a las que he aludido han sido de un inmenso valor para ello. Mi segundo y tercer ejemplos están interrelacionados (me refiero a la educación post-obligatoria de nivel pre-universitario, en lo que afecta especialmente, aunque no sólo, a la preparación profesional). Durante los años ochenta, en diversas formas de educación y formación post-obligatoria, hubo un repentino crecimiento de una especie de nuevo enfoque de gestión. Mientras que en el pasado los directores de los departamentos académicos se ocupaban de un grupo de profesores y de estudiantes vinculados a un determinado campo de asignaturas, y con el que mantenían cierta sensación de pertenencia, sus sucesores fueron generalmente personas nombradas para formar parte de un “equipo avanzado de gestión” con responsabilidades rotatorias: alguien podía encargarse un año de los edificios y el servicio de catering, al siguiente del currículo y al siguiente de la atención a los estudiantes, todas estas responsabilidades en lo que concierne a la institución en su conjunto. De este modo, se fue perdiendo gradualmente la sensación de pertenecer a un grupo determinado de personas que era apreciado por el director del departamento, así como el sentido de colegialidad y la confianza correspondientes. Su lugar lo ocupó la lealtad al “equipo” gestor y un distanciamiento con respecto al profesorado y los estudiantes de la institución. Las responsabilidades rotatorias vinieron a significar asimismo una falta de compromiso real con cualquier aspecto particular de la institución, sobre todo con cualquier aspecto educativo particular, convirtiéndose por ello en un enfoque auto-centrado en la propia carrera profesional del gestor. En consecuencia, dentro del enfoque llegó a ser comúnmente aceptado que los gestores aspirantes se tendrían que mover de institución en institución a fin de progresar rápidamente. Este desarrollo ha colaborado a destruir aspectos importantes de la comunidad educativa. Ha hecho que sea más fácil desplazar por extrañas razones las prioridades académicas en el ethos de la institución y, en general, en la conducción de los sistemas educativos. El crecimiento de este tipo de gerencialismo coincidió también con los cambios en la vida diaria de las instituciones educativas derivados de las TIC (tecnologías de la información y la comunicación). Por supuesto, durante ese tiempo todo el mundo se dedicó a pensar sobre cómo podían contribuir las TIC al desarrollo de la enseñanza y el aprendizaje, pero los cambios que realmente se dieron en esa época tuvieron más que ver con los sistemas de registro de datos y rendición de cuentas, lo que puso las bases de la llamada “cultura de rendición de cuentas” o “sociedad auditora”, en la que las relaciones de confianza quedan subrepticiamente erosionadas, y los aspectos del aprendizaje que no se puedan someter a una fácil delimitación van siendo paulatinamente rechazados. No es preciso entonces advertir que las TIC fueron un factor importante en el desarrollo del gerencialismo. Asimismo, éstas promovieron una Educational theory in a global and technological era 25 concepción de la enseñanza y del aprendizaje que tendió a trazar una clara distinción entre las habilidades de aprendizaje (o de acceso a la información) y el contenido a aprender (que podía ser almacenado como la información en una computadora). Esta distinción tiene una admisibilidad superficial, suficiente para satisfacer a muchos de los gestores que he descrito (sobre todo, a quienes estaban excepcionalmente interesados en conseguir sus aspiraciones a través de las innovaciones que introducían); y muchos profesores que no habían reflexionado lo suficiente sobre las cuestiones filosóficas relativas a la educación, la aceptaron también. Para entender por qué sucedió esto, es necesario explorar las profundas conexiones entre la atomización del pensamiento que promueven las TIC y la sistemática (e igualmente atomizada) imagen del mundo sobre la que florece el gerencialismo. De nuevo, el análisis ofrecido por la filosofía analítica fracasó a la hora de vérselas con estas cuestiones. Mucho más valiosos resultaron aquí, a mi juicio, los escritos de Heidegger sobre tecnología y las diversas reflexiones de Lyotard acerca de la condición postmoderna; mucho más importante, con carácter general, fue la sensibilización hacia el significado del lenguaje ofrecido por el último Wittgenstein y sus sucesores, así como por varios aspectos del postestructuralismo. Fueron estas últimas fuentes las que estimo ofrecieron la posibilidad de entender y encarar unas circunstancias que se habían convertido en parte de la experiencia diaria de los profesores y los administradores. Con esto no pretendo condenar las TIC por sí mismas. De hecho, estoy convencido de que tienen un potencial incuestionable, y mucho depende de cómo se lleve a cabo su desarrollo.2 Lo que precisa ser mejor comprendido es cómo el pensamiento tecnológico en general, y las TIC en particular, pueden colonizar otros aspectos de nuestra vida y nuestro trabajo. Una vez más, la filosofía analítica no parece haber prestado mucha atención a estos problemas, y menos ofrecer caminos para ver más allá de ellos. Estas mismas fuentes (Heidegger, Lyotard, etc.) fueron igualmente valiosas para esclarecer lo que en la actualidad es, quizás, la amenaza más acuciante para la educación: el predominio de la performatividad. “Performatividad” es una palabra acuñada por Lyotard para denotar cómo gran parte de nuestras vidas están ordenadas conforme a principios de eficiencia y eficacia, que hacen del ahorro del tiempo el criterio decisivo.3 Es pertinente tener en cuenta aquí de qué modos las prácticas educativas han llegado a estar obsesionadas por el proceso mediante el cual unas finalidades y objetivos claramente especificados pueden lograrse con un método eficiente, como si se tratase de una máquina que funciona sin sobresaltos. Las preguntas acerca de cuál es el fin que se obtiene (el producto) y si la experiencia es rica o valiosa para el aprendiz, quedan subordinadas a la preocupación con respecto al buen funcionamiento del sistema: no importa lo que se enseñe a los estudiantes, siempre que sea posible demostrar que ha sido claramente especificado y se pueda comprobar el hecho de que se ha aprendido; en otras palabras, lo que sucede en la escuela o en la universidad debe hacerse corresponder con los estándares de control de calidad que son aplicados en la fábrica. Y esto tiene dos serias consecuencias para la educación. En primer lugar, hay aspectos del aprendizaje que no pueden ser fácilmente evaluados o registrados por los tipos de pruebas que requiere el sistema. Esto no quiere decir que no puedan ser evaluados en absoluto, sino que no pueden serlo por un procedimiento meramente rutinario o sistemático: se 26 Encounters/Encuentros/Rencontres requiere un profesor sensible y experimentado, situado en el interior de la práctica que es la materia de estudio; un buen profesor, que responde a las respuestas de los estudiantes, está continuamente evaluando lo que sucede en la enseñanza. Así, uno de los peores efectos de la performatividad es su rechazo a admitir que algo haya sido aprendido a menos que pueda ser demostrado con resultados de aprendizaje claramente mensurables. En segundo lugar, esto restringe el significado de la lección a lo que ha sido especificado con nitidez de antemano como medio para la obtención de los objetivos de aprendizaje. Es una pretensión que hay que rechazar, porque forma parte de una buena enseñanza permitir que el aprendizaje transcurra por nuevas e inesperadas direcciones, en función de las respuestas y el desarrollo de la comprensión de los estudiantes, su interacción con el profesor y el dinamismo de cada circunstancia particular. Un buen currículo requiere precisamente esto. En resumen, la performatividad encierra un reduccionismo abrumador, vinculada como está con el gerencialismo y una empobrecida comprensión de las TIC, todo lo cual genera actualmente una situación desde fuera de cuyos términos se ha hecho para muchos difícil pensar. Sin duda, esto implica una pérdida de la confianza y un debilitamiento de las comunidades de práctica, que tan inherentes son a la educación. Se trata, tal vez, de una respuesta a la erosión general de las comunidades que ha llegado con la globalización, pero quizás también, paradójicamente, de un acelerador de los cambios que la propia globalización promueve. Estos son, por tanto, tres ejemplos de cómo la filosofía de la educación, si bien aún importante, puede ver reducida su relevancia para la práctica si ella misma se limita al concepto más restringido que he esbozado antes. Dije al empezar que me referiría a lo que creo son cuestiones de interés apremiante. De este modo, los tres ejemplos que he propuesto pretenden ser muestras significativas de lo que está en juego en la práctica educativa cotidiana. Se desprende también de lo que he dicho que, si estos problemas tienen que ser entendidos y afrontados por quienes tienen responsabilidad en la política y en la práctica educativas, ya sean profesores o administradores, es precisa una mejora en la oferta de la formación inicial y el perfeccionamiento profesional. Se desprende, igualmente, que estos problemas no serán resueltos sólo por medios técnicos, esto es, añadiendo nuevas habilidades o nuevas técnicas. Por encima de todo, estos problemas requieren la más clara comprensión, la reflexión más abarcadora y el desarrollo del razonamiento práctico (phrónesis) que la filosofía puede favorecer. De aquí el gran peso que adquiere la justificación para reafirmar el papel de la filosofía en la formación y en el perfeccionamiento profesional. Esto se podría llevar a cabo de diferentes modos, evitando la árida abstracción que en el pasado demostró a veces provocar la enajenación de los estudiantes. Hay muchos ejemplos contemporáneos de cómo hacerlo con suma imaginación y realismo. He hecho una defensa matizada del enfoque de las “disciplinas” descrito anteriormente, pero mi preocupación real no es en absoluto sectaria o exclusiva. La esencia de la argumentación radica en la importancia de la filosofía para el estudio y la práctica de la educación en su totalidad. Educational theory in a global and technological era 27 Notas 1 Como ejemplo representativo del estado de la cuestión de lo que puede ser una recopilación de trabajos realizada desde una concepción inclusiva de la Filosofía de la Educación, cabe citar Blake et al., 2003. Para algunos aspectos de las diferencias entre estos dos enfoques, véase la aportación al trabajo de John White con respuestas de Wilfred Carr, Richard Smith, Terence H. McLaughlin y el autor (White et al., 2003, pp. 169-173). 2 Véase, por ejemplo, Standish, 1997, 2001, 2002; Standish y Blake, 2000. 3 Entre las tentativas de examinar el amplio significado del trabajo de Lyotard para la educación, puede verse: Dhillon y Standish, 2000. Referencias Blake, N., Smeyers, P., Smith, R. & Standish, P. (Eds.) (2003). The Blackwell Guide to Philosophy of Education. Oxford: Blackwell. Dhillon, P. & Standish, P. (Eds.) (2000). Lyotard: Just Education. London: Routledge. Standish, P. & Blake, N. (Eds.) (2000). Education at the Interface: philosophical questions concerning on-line education. Journal of Philosophy of Education, special issue. Publicado también como libro en (2000). Oxford: Blackwell. Standish, P. (1997) Heidegger and the Technology of Further Education. Journal of Philosophy of Education, 31:3, 439-460. Standish, P. (2001). Data Return: the sense of the given in educational research. Journal of Philosophy of Education, 35:3, 497-518. Standish, P. (2002) Euphoria, Dystopia, and Practice Today, Educational Philosophy and Theory, 34.4, 407-412. [Simposio sobre H. Dreyfus (2001). On the Internet. London and New York: Routledge] White, J. et al. (2003) Five Critical Stances Towards Liberal Philosophy of Education in Britain. Journal of Philosophy of Education, 37:1, 147-184. 28 Encounters/Encuentros/Rencontres