R8 b PODER LATERCERA Domingo 25 de mayo de 2014 COLUMNA DE HARALD BEYER DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS PUBLICOS Aciertos, errores y riesgos en educación FOTO: PABLO OVALLE/AGENCIAUNO A ún no se conoce el proyecto de ley que se anunció el pasado lunes y que quiere terminar con la selección en el sistema escolar, el financiamiento compartido y la opción que tienen los sostenedores privados de obtener ganancias en la provisión de educación. Son opiniones tentativas. Pocos esperan que este proyecto cambie la calidad y la equidad de la educación chilena, pero es bueno zanjar asuntos que han tensionado durante tanto tiempo el sistema escolar. Que los sostenedores reciban utilidades es infrecuente en la experiencia comparada, pero no es única y en las últimas dos décadas varios países la han incorporado. Aun menos habitual es la presencia de colegios que pueden exigir un pago adicional a los padres para suplementar los recursos que aporta el Estado. En cambio, la admisión por rendimientos académicos pasados es menos relevante aquí que en otros lugares. Por ello, la solución de compromiso alcanzada para los liceos emblemáticos es muy insatisfactoria. Se le niega la posibilidad de usar su experiencia en la admisión de estudiantes, diluyendo una tradición republicana sobre la base de un mito: esto es que estas experiencias no agregan valor a los estudiantes que se incorporan a ellas. La evidencia disponible en Chile, aunque muy escasa, apunta en la dirección contraria. Se afecta, por tanto, una fuente de movilidad social. Un problema adicional del mecanismo elegido para guiar en el futuro el proceso de admisiones es que pone en riesgo la libertad de enseñanza. En la práctica, les niega a los colegios la posibilidad de verificar el compromiso efectivo de las familias con la comunidad de valores que ellos aspiran a promover. Es legítimo debatir si la libertad de enseñanza (que no es lo mismo que libertad de elección), que ha sido permitida con fondos públicos por más de un siglo, merece la consideración que ha recibido en Chile (todos los países la posibilitan, pero muchos no comprometen fondos públicos para ese propósito), pero acabar con ella de contrabando, a través de la regulación del proceso de admisión, no corresponde. Los sostenedores educacionales han podido obtener ganancias en Chile desde hace mucho tiempo. Esta autorización está expresada, por ejemplo, en la Ley de Instrucción Primaria de 1920. En el Simce de cuarto básico de 2012, el promedio de matemáticas y lenguaje tuvo una mediana de 256,5 puntos. Un 53 por ciento de los colegios con fines de lucro tuvo un desempeño superior a ella. Sólo un 38 por ciento de las escuelas municipales superó esa valla. Es cierto que éstas tienen alumnos que en promedio son (A liceos emblemáticos) se les niega la posibilidad de usar su experiencia en admisión. Se afecta una fuente de movilidad social. ¿Puede ser el costo a pagar por una mayor integración? Si algunos colegios se transforman en pagados el efecto inicial es segregación. más vulnerables, pero las diferencias de desempeño no alcanzan a ser neutralizadas por esta situación. Por sobre ambos tipos de colegios, aunque a una distancia modesta, están los particulares subvencionados sin fines de lucro. Convertir a aquellos con lucro en fundaciones, como propone el proyecto anunciado, parecería a partir de este último antecedente una obviedad. Al menos dos observaciones son indispensables. Por una parte, el gasto por estudiante de los primeros, a pesar de que tienen en promedio más alumnos vulnerables, sería un 11 por ciento inferior al de los colegios sin fines de lucro (es- tos tienen un financiamiento compartido más alto y también reciben donaciones). Respecto de las escuelas municipales, el gasto sería un 16 por ciento inferior. Por otra, más importante aún es que los logros promedios esconden una gran heterogeneidad (algo que se repite en los tres grupos de colegios). ¿Y si el proyecto desincentiva precisamente a los mejores? Es plausible, toda vez que los establecimientos con fines de lucro más destacados son, en promedio, más grandes que el resto y, por tanto, su probabilidad de ganancias mayor. Es muy válido acudir a lineamientos normativos para definir la legislación, pero no hay que descuidar la evidencia empírica. En esta dimensión habría sido quizás más razonable equilibrar el objetivo establecido en el Programa de Gobierno con una prohibición de lucro para los nuevos establecimientos y con la definición de estándares de desempeño más exigentes con los existentes. Es cierto que el objetivo se consigue en plazos más largos, pero en el presente se minimizan los riesgos de impacto negativo sobre calidad. Para terminar con el financiamiento compartido el proyecto combina dos instrumentos. Por una parte, extiende la subvención escolar preferencial (actualmente destinada al 40 por ciento más vulnerable) al siguiente 40 por ciento y crea una subvención especial por estudiante que recibirían todos los colegios que decidan desde ya no cobrar financiamiento compartido. Por otra, congela nominalmente el monto máximo en su valor actual haciéndolo desaparecer definitivamente en 10 años. Las autoridades han planteado que ningún estudiante se vería perjudicado con esta propuesta. Pero al comparar el actual financiamiento de los colegios con el que definiría este proyecto (de acuerdo a los montos que ha trascendido tendrían la subvención escolar preferencial de clase media y la subvención por gratuidad) esa afirmación no se sostiene: del orden de 230 mil estudiantes estarían negativamente afectados. ¿Puede ser el costo a pagar por una mayor oportunidad de integración? Si algunos colegios se transforman en pagados el efecto inicial es un aumento en la segregación. Ello podría compensarse con una mayor integración en los nuevos establecimientos gratuitos, siempre que el financiamiento compartido esté siendo una fuente importante de segregación. Se ha intentado “demostrar” esta posibilidad con mucho ahínco, pero la evidencia sigue siendo débil. Por eso, tal vez habría sido mejor comprometer un mayor aumento de la subvención por gratuidad en los años previos al término definitivo del financiamiento compartido, incluso ampliando, de ser necesario, en dos o tres años el plazo en que éste se acaba. Después de todo no deja de ser interesante que el aporte por estudiante en los colegios de financiamiento compartido más elevado, que corresponde a la suma de este más la subvención neta pagada por el Estado, no es tan distinto, después de corregir por ingreso per cápita, del gasto por estudiante de los países de la Ocde. Así, el financiamiento compartido puede entenderse como evidencia de un déficit en nuestro gasto en educación escolar. Haría bien el gobierno en acelerar la reducción de este déficit, toda vez que los montos actualmente comprometidos no cumplen ese objetivo.R