Prof. Sídney Blanco

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UNIVERSIDAD DE SAN MARTÍN DE PORRES
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FACULTAD DE DERECHO
Sídney Blanco/ Cárceles de Seguridad en El Salvador.
Breve Análisis Constitucional
EN ÉSTE NÚMERO:
Laura Zúñiga Rodríguez
(España)
Sídney Blanco
(El Salvador)
Jorge Vicente Paladines
(Ecuador)
Centro de Estudios de Derecho
Penitenciario
REVISTA ELECTRÓNICA
Carolina Dzimidas Haber
/Pedro Vieira Abramovay
(Brasil)
Luís A. Vergara Cisterna
(Chile)
José Ávila Herrera
(Perú)
Bruno Van der Matt
(Perú)
Luís Francia Sánchez
(Perú)
Percy C. Castillo Torres)
(Perú)
Wilfredo Pedraza Sierra
(Perú)
AÑO 1/ N° 1
Sídney Blanco
Cárceles de Seguridad en El Salvador. Breve Análisis
Constitucional
2011
DIRECTOR
Wilfredo Pedraza Sierra
CONSEJO
CONSULTIVO
Laura Zúñiga Rodríguez
José Ávila Herrera
José Luís Pérez G.
Miguel Huerta Barrón
Centro de Estudios de Derecho Penitenciario/USMP
0
www.derecho.usmp.edu.pe/centro_derecho_penitenciario
Sídney Blanco/ Cárceles de Seguridad en El Salvador.
Breve Análisis Constitucional
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CÁRCELES DE SEGURIDAD EN EL SALVADOR. BREVE ANÁLISIS
CONSTITUCIONAL
Sídney Blanco (*)
No cabe duda que entre la administración y el interno nace una relación
jurídica desde el momento que éste último ingresa a un establecimiento
penitenciario hasta que se produce el abandono al mismo; de esta relación
jurídica surgen derechos y deberes recíprocos fundados en la Constitución, la
correspondiente legislación penitenciaria, sus reglamentos y las normas de
carácter interno que emiten las respectivas instituciones penitenciarias; por
otro lado, eventualmente incluso participa la libre voluntad del interno de
someterse o no, a determinadas actividades y normas impuestas por uno de
los sujetos de esa relación jurídica, por ejemplo, las referidas al tratamiento
penitenciario.
Tanto la doctrina1 como la jurisprudencia del Tribunal Constitucional
español2 han calificado dicha relación jurídica como "de sujeción especial" o
(*)Magistrado de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia de El Salvador
(período 2009-2018); Profesor de Derecho Procesal Penal de la Universidad Centroamericana
José Simeón Cañas, UCA, El Salvador, Especialista en Derecho Penitenciario.
1 TELLEZ AGUILERA, Abel. Seguridad y Disciplina Penitenciaria. p. 23; RACIONERO CARMONA,
Francisco. Derecho Penitenciario y Privación de Libertad. p. 50; TAMARIT SUMALLA/GARCIA
ALBERO/RODRIGUEZ PUERTA/SAPENA GRAU. Curso de Derecho Penitenciario. p. 76.; NISTAL
BURON, Javier. El Régimen Penitenciario: diferencias por su objeto. La retención y custodia/la reeducación y
reinserción. Cuadernos de Derecho Judicial. Derecho Penitenciario. Consejo General del Poder Judicial XXXIII.
Madrid 1995, p., 158; RODRIGUEZ ALONSO, Antonio. Lecciones de Derecho Penitenciario. p. 44; GARCIA
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"compleja". En efecto, esta clase de relación jurídica tiene sus propias
peculiaridades: en primer lugar, es de carácter temporal, pues abandonado el
establecimiento de modo definitivo por parte del interno, termina la vigencia
de la relación. Conviene aclarar que durante el cumplimiento de una
detención provisional o preventiva, o durante la ejecución de la pena de
prisión, se pueden dar abandonos temporales a los centros –audiencias
judiciales, traslados de un centro a otro, ingreso en hospitales, etc.- que no
significan ruptura de aquella relación jurídica; en segundo lugar, los
destinatarios de las normas son un reducido número de ciudadanos; valen
únicamente para los privados de libertad; aquí también conviene hacer una
aclaración. Y es que las normas del régimen, vinculado a las visitas de
familiares y amigos, se contemplan reglas internas que obligan también a
terceros, por ejemplo, quienes ocasionen desordenes durante una visita,
podrían ser “sancionados” por la administración con la prohibición de
ingresar durante un tiempo a ese establecimiento penitenciario o cualquier
otro; en tercer lugar, la aplicación territorial de las normas está limitada a los
establecimientos penitenciarios (abiertos, cerrados, especiales, de seguridad)
o los lugares determinados por la administración, cuando los internos
disfrutan de permisos de salida o de salidas programadas; en cuarto lugar,
hay supremacía de la administración sobre el administrado; no se trata de
una relación entre iguales, aunque las posibles limitaciones a derechos deben
estar amparadas en la Constitución, Leyes o Reglamentos, ocupando en todo
caso un orden preferente los derechos fundamentales de los internos.
Sin embargo, la relación de sujeción especial no se contrae únicamente a
indicar las potestades específicas de la administración sobre el administrado
(interno), sino también comprenden el derecho de éste a reclamar de aquella
ciertas vulneraciones o conculcaciones de sus derechos fundamentales. La
administración tiene frente al administrado una posición de garante, que,
siguiendo a TAMARIT SUMALLA y otros3, el interno "por causa de esta
privación (de libertad) deviene incapaz para atender autónomamente lo
DE ENTERRIA/FERNANDEZ. Curso de Derecho Administrativo II. Sexta edición. Civitas 1999, p. 21;
FERNANDEZ GARCIA/PEREZ CEPEDA/SANZ MULAS/ZUÑIGA RODRIGUEZ/GOMEZ DE LA
TORRE. Manual de Derecho Penitenciario, p.141. Editorial COLEX. Universidad de Salamanca 2001;
CERVELLÓ DONDERIS, Vicenta. Derecho Penitenciario, p. 79, Tirant lo blanch, Valencia 2001; RIVERA
BEIRAS, Iñaki. La devaluación de los Derechos Fundamentales de los Reclusos, p 334. José María Bosch EditorBarcelona, 1997; VALMAÑA OCHAITA/TELLEZ AGUILERA/FIGUEROA NAVARRO/MESTRE
DELGADO/MARTINEZ GALINDO/SANZ DELGADO/ GARCIA VALDES (coordinador). Diccionario de
Ciencias Penales (Criminología, Derecho Penal, Derecho Penitenciario y Derecho Procesal Penales), p. 441.
EDISOFER. Madrid 2000.
2 SSTC 2/1987, 137/1990, 129/1990, 11/1991, 67/1991.
3 Vid. TAMARIT SUMALLA/GARCIA ALBERO/RODRIGUEZ PUERTA/SAPENA GRAU. Curso de
Derecho Penitenciario. p. 82.
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necesario para su subsistencia y que, en consecuencia, genera un deber de la
administración velar por su vida y su salud".
Sin importar la naturaleza del centro donde se cumpla una condena o una
medida cautelar restrictiva de la libertad, todo sistema penitenciario cuenta
forzosamente con un régimen, que constituye la regulación detallada y
organizada sobre la vida de las prisiones; son las normas que rigen el
desenvolvimiento de los presos y el personal. Las normas que obligan a
levantarse y acostarse a determinadas horas, distraerse en los patios soleados
durante cierto tiempo y alimentarse en los momentos establecidos, el trabajo, la
disciplina, las condiciones, tiempos, lugares y modos en que se recibirán las
comunicaciones, visitas o se concederán permisos de salida, etc. son parte del
régimen. Es el gobierno de la prisión y por tanto las que definen cómo preservar
la seguridad del establecimiento y muchas otras actividades generales.
A través del tratamiento se intenta cumplir los fines preventivo-especiales de la
pena, proporcionando al condenado una serie de opciones de vida alternativas
al delito; es un apoyo constante dentro y fuera de la prisión para procurar
ofrecerle diversas formas de conducirse sin reincidir en el ilícito penal. El
tratamiento viene a ser entonces, el camino inevitable para llegar a ese estado
magnífico que los legisladores llaman «resocialización».
Partiendo de estas líneas generales, diremos que el régimen garantiza el normal
funcionamiento del establecimiento penitenciario, mientras que el tratamiento
ofrece al recluso en beneficio propio y de la sociedad, formas de vida diferentes
al delito.
Conceptualmente las áreas de régimen y tratamiento son perfectamente
diferenciables, pero en casos muy concretos reaparece la vieja discusión de
valoraciones entre la seguridad y resocialización, rigidez y permisividad, etc.; y
en otros, que pueden coincidir en una sola actividad, por ejemplo, el trabajo
penitenciario.
Determinado por un lado, que entre la administración y los internos surge
una relación jurídica de sujeción especial, que los vincula recíprocamente; y
por el otro, que el régimen y el tratamiento penitenciarios constituyen los dos
pilares sobre los que se sustenta un sistema penitenciario, nos centraremos a
analizar la situación jurídica de los internos privados de libertad en los
centros de seguridad.
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Por otra parte, no hay que olvidar que el Estado no puede renunciar al deber
de resocializar todos los reclusos condenados, o al menos, a proveerles de
todo lo necesario para alcanzar esa finalidad constitucional, aun cuando se
encuentren en los centros de máxima seguridad.
La Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia de El Salvador,
dictó recientemente la sentencia Inc. 5-2001A, en cuyo proceso constitucional
se impugnó, entre otros aspectos, el régimen penitenciario vigente en los
centros de seguridad, regulado en el artículo 103 de la Ley Penitenciaria;
especialmente fueron impugnadas las siguientes condiciones de vida de los
internos: a) el cumplimiento aislado de la pena o de la detención en una celda o
pabellón especial; b) prohibición de obtener información televisada y el
material escrito que reciban deberá ser supervisado; c) la visitas familiares solo
podrán ser realizadas ante la presencia de custodio con separación que evite el
contacto físico y d) en ningún caso será permita la visita íntima.
Antes de referirnos a la sentencia en mención, conviene ubicar el contexto
general del sistema penitenciario salvadoreño.
Como sucede en casi toda la región latinoamericana, los establecimientos
penitenciarios son las instituciones más abandonadas por los diferentes
Estados. Las políticas criminales usualmente se agotan con programas para
perseguir el delito, revisar las leyes punitivas y fortalecer los tribunales de
justicia penal; en algunos países más que en otros, la delincuencia es utilizada
como argumentos electorales de captación de votos, pues ante sociedades
aterrorizadas por el crimen, como la salvadoreña, no faltan candidatos o
gobernantes que dentro de las propuestas de gobierno incluyen como eje
central, el combate a la criminalidad y la dureza contra el delincuente. Este
último discurso pronunciado por políticos y gobernantes, vigilado
constantemente por el pueblo, ha frenado en El Salvador, los avances en
materia penitenciaria.
Durante la década de los 80´s el país estuvo sumergido en una guerra civil
interna, cuya época oscura del penitenciarismo no corresponde detallar en
este artículo. En 1992 se suscribieron los Acuerdos de Paz, entre el gobierno y
la entonces guerrilla. También comenzó la transformación del sistema penal
que culminó con un nuevo ordenamiento jurídico penal integral, tales como la
aprobación de nuevos códigos penal y procesal penal, y la creación por
primera vez de una Ley Penitenciaria, vigentes desde 1998.
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La posguerra, el reacomodo de las instituciones, la desintegración familiar por
las emigraciones, el desempleo, la pobreza, la falta de educación, salud y las
polarizaciones políticas, permitieron el crecimiento desmedido de los índices
delincuenciales, especialmente los delitos violentos. A finales de la década de
los 90´s e inicios del nuevo siglo, se comienzan a percibir políticas de mano
dura contra la delincuencia, con medidas centralizadas en incremento de
penas, negación de beneficios penitenciarios, prohibición de sustituir la
detención por otras medidas cautelares durante el procesamiento, creación
de nuevos tipos penales, etc. Es aquí donde comienzan los discursos políticos
de dureza por parte de los agentes del sistema penal.
Con esta visión de la política criminal, los centros penitenciarios de seguridad
reciben el mayor impacto, puesto que están destinados para acoger a los
privados de libertad –procesados o condenados- por delitos muy graves o,
quienes han demostrado peligrosidad o inadaptación extrema en los centros
ordinarios. En otras palabras, quienes sufren las privaciones en esos
establecimientos se convierten en acreedores de las más profundas
limitaciones del sistema penitenciarios.
En el proceso de inconstitucionalidad, los demandantes cuestionaron que esa
condición de “aislados” en celdas o pabellones especiales que sufren los
internos en los centros de seguridad, es inconstitucional, pues se impide el
cumplimiento de la finalidad constitucional de readaptación del interno
contenida en el inciso 3º del art. 27 de nuestra Constitución. Por otra parte,
adujeron que las condiciones de ese aislamiento se asemeja a la más grave
medida disciplinaria, que se impone a aquellos internos que han cometido
graves infracciones.
También sostuvieron que esas limitaciones derivadas de la restricción
ambulatoria se traduce en afectaciones al derecho que tienen los privados de
libertad, en general, de realizar actividades laborales y educativas, las que se
constituyen como medios indispensables para alcanzar la resocialización.
Otro argumento de los demandantes consistió en que la prohibición de la
visita íntima en los establecimientos penitenciarios de máxima seguridad,
contradice la obligación del Estado de proteger la familia, partiendo del
supuesto que dichas relaciones son necesarias para la integración de la
misma.
Afirmaron además, que no sólo se afectan los derechos constitucionales del
interno, sino que también los derechos de los cónyuges o compañeros de vida
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en libertad, quienes resultan castigados por una conducta ajena a la que es
objeto de represión penal.
En esa misma línea de protección de la familia, se destacó por los
demandantes, que al no permitir la ley impugnada que los hijos menores de
edad tengan contacto físico con sus padres privados de libertad en los centros
de máxima seguridad, se les impide su desarrollo integral, ya que les puesto
que les niega el derecho a recibir afecto de sus progenitores. Esto conlleva –
sostuvieron- a la vulneración de la Convención sobre los Derechos del Niño,
en sus artículos 3 y 9.
En definitiva, sostuvieron que la pena tiene carácter personalísimo; por lo
que, el legislador no puede extender las consecuencias de la pena a los
familiares del imputado, cuando nada han tenido que ver en la infracción de la
norma penal.
Dentro de la fundamentación jurídica la Sala se extiende al explicar la
organización legal de los establecimientos penitenciarios, el carácter de
subordinación que existe por parte de las normas del régimen a favor del
tratamiento penitenciario, y desde luego, el compromiso estatal de
resocializar al delincuente.
Específicamente se destacan las características que identifican y distinguen
los establecimientos de máxima seguridad del resto son:
i) su excepcionalidad. La administración penitenciaria debe acudir a la
medida de internamiento en esta clase de centros como última opción. Es
necesario conocer, no sólo la naturaleza del delito cometido, sino sobre todo,
la conducta penitenciaria demostrada por el interno.
Es cierto que la Ley Penitenciaria coloca como destinatarios de estos centros a
los privados de libertad que han demostrado peligrosidad, agresividad o
inadaptación extrema en los establecimientos ordinarios; es decir, aquellos
internos que representan un grave riesgos a las personas, tanto internos
como personal penitenciario, y también constituyen una amenaza a la
seguridad y el orden. Pero además, el legislador manda que cierto sector de
internos deba permanecer en los establecimientos de máxima seguridad en
atención a la clase de delito cometido (homicidios, secuestros, extorsiones,
etc.). Aquí no interesa la conducta penitenciaria, el único presupuesto es
haber sido condenado por uno de estos delitos.
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La sentencia que se comenta no aborda la constitucionalidad de la ley que
dispone, sin tomar en cuenta su comportamiento penitenciario, sino por la
sola naturaleza del delito, que el interno debe cumplir la pena en un centro de
estas características.
ii) su necesidad. Esta característica está relacionada con la anterior; se puede
recurrir a estas medidas cuando sea absolutamente necesario y solo tras
haber agotado la posibilidad de una convivencia, aun restrictiva, dentro de los
centros ordinarios de cumplimientos de pena.
La orden de ingreso a un establecimiento de máxima seguridad contará con
un respaldo técnico emanado tanto del Equipo Técnico Criminológico como
del respectivo Consejo Criminológico Regional y luego de constatar el fracaso
de su convivencia pacífica en los centros ordinarios. No todos aquellos
internos que sufran de problemas de inadaptación pueden ser trasladados de
manera automática a esta clase de centros. Recordemos que las cárceles
pueden generar inconformidad, ansiedades y ciertos niveles de agresividad.
De ahí que no es de recibo efectuar los traslados ante la mínima muestra de
peligrosidad, perversidad o inadaptación, sino cuando la permanencia del
interno en los establecimientos comunes represente un verdadero peligro o
riesgo para las personas o bienes del centro; así como también, cuando
existan reales motivos para considerar que hay amenazas a la seguridad y el
orden del establecimiento, tales como amotinamientos, agresiones físicas
frecuentes, incendios o destrucción de instalaciones, o cuando, miembros
pertenecientes a bandas criminales continúa formando parte de las
actividades delincuenciales desde el interior.
Los conceptos de peligrosidad extrema e inadaptación han sido objeto de
estudio doctrinario para la determinación de quiénes deben ser clasificados
como internos que merecen especiales restricciones y vigilancias.
Santiago Leganés Gómez, en su obra Clasificación Penitenciaria, permisos de
salida y extranjeros en prisión: nuevo régimen jurídico, reconoce que “la
peligrosidad extrema es un concepto jurídico muy difícil de determinar porque
conlleva un pronóstico de futuro que se hace a partir de datos ocurridos en el
pasado como puede ser la gravedad del delito cometido y las circunstancias
personales del autor (peligrosidad criminal) o la gravedad de las conductas
convivenciales dentro de la cárcel”.
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Por otro lado, para Vicenta Cervelló Donderis, la inadaptación, además de ser
grave y permanente, debe estar sustentada en hechos objetivos y verificables.
Con ello se destaca que no son simples inconformidades o incomodidades
surgidas por las condiciones de vida de determinados establecimientos los
que animan a la administración a mostrar su rostro más rudo trasladando a
un interno al centro de máxima seguridad.
La Sala sigue esta postura doctrinal, al sostener en la sentencia que la
peligrosidad e inadaptación deben ser entendidos en su sentido restringido;
no se justifica incluso por el sólo hecho de existir una o varias infracciones
disciplinarias, sino una reiteración de actitudes manifiestamente agresivas.
Por otro lado, en la sentencia se acude al Reglamento General de la Ley
Penitenciaria, que establece la comprobación de alguno de estos factores:
historial delictivo, personalidad agresiva, violenta y antisocial, haber
cometido delitos contra la vida, libertad sexual o la propiedad, de manera
violenta, pertenencia a bandas armadas, participación activa en motines,
riñas, amenazas, coacciones, evasiones violentas o haber cometido de modo
reiterado y permanente, infracciones disciplinarias muy graves.
iii) de duración limitada. Esta característica está relacionada con la
temporalidad de la medida. Las personas agresivas e inadaptadas deberán
permanecer en los centros de máxima seguridad durante el tiempo necesario
y por lo tanto, al desaparecer las causas que motivaron su ingreso,
corresponde ordenar el traslado a otro establecimiento en condiciones
diferentes. Además de ser violatorio de la Constitución el cumplimiento total
de la medida cautelar de la detención y la pena de prisión en centros de
máxima seguridad, no es recomendable mantener a los delincuentes en éstos
por tiempos prolongados. De allí que la administración penitenciaria está
obligada a realizar especiales y cotidianas observaciones al desarrollo
progresivo de la personalidad del interno.
La sentencia no niega que los internos en los centros de esta naturaleza
puedan disponer de actividades de tratamiento, tales como eventos
culturales, religiosos, deportivas y recreativas; actividades que podrán
llevarse a cabo únicamente con aquellos que en realidad no representen
mayores riesgos a la vida e integridad de los demás. En cada caso concreto, la
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administración a través de su Equipo Técnico realizará las evaluaciones que
corresponden.
Conforme lo anterior, la Sala de lo Constitucional sostuvo que “los centros de
seguridad resultan constitucionalmente admisibles, en la medida que tengan
como función la recepción de los penados debida y objetivamente clasificados
por los equipos criminológicos regionales, corroborada también su peligrosidad
extrema para los otros internos, el personal penitenciario u otras personas, así
como su manifiesta inadaptación al tratamiento realizado en los centros
ordinarios de ejecución de la pena”
Respecto a la adopción de medidas extremas de control sobre toda clase de
contactos o informaciones provenientes del exterior, son actividades
consideradas como constitucionalmente válidas, toda vez que estén
destinadas a preservar la seguridad y el orden del establecimiento. Uno de los
grandes deberes de la administración penitenciaria es garantizar la vida e
integridad física de los internos y del personal penitenciario; por ello, debe
adoptar fuertes medidas de seguridad para evitar su alteración. Dentro de
tales medidas e encuentran precisamente la supervisión de las
comunicaciones y la revisión del material que reciben.
Dichas aseveraciones se muestran concordantes con lo establecido en los arts.
31 y 32.1 de las Reglas Mínimas para el Tratamiento de Reclusos de 1955 y
con los Principios y Buenas Prácticas sobre la Protección de las Personas
Privadas de Libertad en las Américas.
Pero también la normativa interna –Reglamento General de la Ley
Penitenciaria- respalda de manera categórica este régimen de encierro
especial en el centro de seguridad, que será por el tiempo necesario, hasta que
desaparezcan o disminuyan significativamente las razones o circunstancias que
fundamentaron su aplicación.
iv) revisión periódica de la medida. El mencionado Reglamento impone al
Consejo Criminológico el deber de realizar revisiones periódicas y evaluar
dentro de un plazo que no exceda de dos meses el dictamen o resolución
emitidos por el Equipo Técnico Criminológico del Centro, a efecto de
confirmar la medida o revocarla y ubicar al interno en un centro ordinario si
la revisión es favorable.
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Al igual que cuando se impone una sanción disciplinaria de aislamiento en
celda a un interno, aquí todos los que permanecen en los establecimientos
que estudiamos, deberán ser evaluados periódicamente por los técnicos –
médicos, psicólogos y trabajadores sociales- para dictaminar lo que
corresponde en cada caso.
Bajo las anteriores premisas, la Sala estimó que las condiciones de vida de los
privados de libertad en los centros de máxima seguridad “resultan
constitucionales siempre y cuando se interpreten en los términos de
excepcionalidad, temporalidad, proporcionalidad y necesidad aludidos
anteriormente; asimismo, deben tener como función la recepción de los
penados debida y objetivamente clasificados por los equipos criminológicos
regionales, corroborada también su peligrosidad extrema para los otros
internos, el personal penitenciario u otras personas, así como su manifiesta
inadaptación a las fases de ejecución de la pena; y todo ello siempre con miras
al fin resocializador de la pena prescrito constitucionalmente”.
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