Iglesia y Comunidades Protestantes. La cuestión

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Iglesia y Comunidades Protestantes. La cuestión del «subsistit»
Pedro Rodríguez
Ex decano de la Faculotad de Teología de la Universwidad de Navarra
Humanitas 50
Con fecha 29 de junio de 2007, la Congregación para la Doctrina de la Fe hizo públicas unas
Respuestas de la CDE a cinco cuestiones eclesiológicas importantes. Cuestiones acerca del
«ser» de la Iglesia, podríamos titular el documento, que, como era de esperar, provocó fuertes
reacciones tanto en el ámbito protestante como en el mundo de la Ortodoxia, con el
correspondiente eco mediático. Todo esto es bien conocido por los lectores de Studi Cattolici.
En realidad, se trata de una única cuestión, la cuestión abierta por el ya célebre cambio
redaccional que se hizo, en el Concilio Vaticano II, durante la elaboración del n. 8 de la Const.
Lumen Gentium: El «Haec Ecclesia [...] est Ecclesia catholica» del proyecto pasó a ser en el
texto definitivo «Haec Ecclesia [...] subsistit in Ecclesia catholica».
La Iglesia Católica habría —¡finalmente!— renunciado a su exclusivismo y admitido una
identidad de la Iglesia de Cristo compartida y repartida entre las distintas confesiones
cristianas... Esta lectura del texto de Lumen Gentium se extendió abundantemente en los años
posconciliares. La Declaración Dominus Iesus (2000) y antes la Carta Communionis notio
(1992) trataban de reconducir el debate en este punto: ¡la cuestión del subsistit in!, un tema
que, como ya predijo Gérard Philips, Secretario de la Comisión redactora de la Constitución, ha
hecho correr ríos de tinta.
Las Respuestas explican cómo el cambio redaccional no significaba ni significa un cambio en
la doctrina de la Iglesia, sino un modo nuevo de expresarla a partir de una nueva teología, rica
y articulada, fruto precisamente de la fuerte conciencia ecuménica que a la Iglesia se le hizo
patente en el Concilio Vaticano II. No lo entendieron así muchos teólogos protestantes y
ortodoxos, que estimaron que las Respuestas eran un «retroceso» respecto del Concilio y
manifestaban una minusvaloración eclesiológica de sus comunidades.
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El documento de que hablamos orienta su doctrina hacia las dos últimas cuestiones (la 4ª y la
5ª), que son la aplicación práctica de las respuestas a las tres cuestiones precedentes y, por
tanto, fundamentales para el diálogo ecuménico. En esas dos cuestiones se contiene una
calificación —desde la eclesiología católica— de la eclesialidad de las Iglesias Orientales
Ortodoxas (cuestión 4) y Esa calificación es la que querría yo ahora tratar de comprender y
exponer, haciendo al final una breve alusión a la III Asamblea Ecuménica Europea.
I. Las Iglesias Orientales: estatuto eclesiológico
La cuestión 4, como digo, se plantea el estatuto eclesiológico de las Iglesias Orientales que
no están en comunión con Roma. La respuesta arranca de dos afirmaciones del Concilio
Vaticano II. Veámoslas.
1. Las Iglesias Orientales «son» Iglesias particulares
En primer lugar, para el Concilio las Iglesias Ortodoxas son Iglesias; concretamente, Iglesias
particulares. Los documentos posconciliares sobre el tema se situarán en continuidad con el
Concilio. Ya el Secretariado para la Unidad señalaba que las Iglesias orientales son «Iglesias
particulares o locales» en rigor teológico («et quidem sensu proprio»). Pues si la Iglesia
«universal» es ciertamente Una, sin embargo, son muchas las Iglesias «particulares». El n. 14
del Decreto Unitatis redintegratio habla de ellas en plural, «Iglesias de Oriente»; de su relación
«entre ellas y la Sede Romana»; y de estas Iglesias con las «Iglesias de Occidente», que
moderaba la Sede romana. Las califica de «particulares seu locales Ecclesias».
El magisterio posconciliar ha realizado en este punto un desarrollo, que ha sido recogido
concentradamente en la Nota que comentamos1. En efecto, el n. 17 de la Carta Communionis
notio (1992) dice que, debido al común patrimonio sacramental con la Iglesia Católica (cf.
Unitatis redintegratio, 15), las Iglesias ortodoxas «merecen por eso el título de Iglesias
particulares». La Carta quiere así subrayar el uso que el Decreto hace de ese título aplicado a
las Iglesias Orientales. Por su parte, la Decl. Dominus Iesus (2000) pasa del término
«merecen» a la neta afirmación: lo «son verdaderamente» (n. 17). He aquí el texto: «Las
Iglesias que no están en perfecta comunión con la Iglesia católica pero se mantienen unidas a
ella por medio de vínculos estrechísimos, como la sucesión apostólica y la Eucaristía
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válidamente consagrada, son verdaderamente (vere sunt) Iglesias particulares»2.
Como se ve, este reconocimiento está en directa relación con la celebración de la Eucaristía,
con sus condiciones y presupuestos y tiene tras de sí toda la enseñanza católica acerca de las
Iglesias particulares, que tanto subrayó el Vaticano II en estas ya célebres expresiones:
• las Iglesias particulares, «in quibus et ex quibus una et unica Ecclesia catholica exsistit»
(Lumen Gentium, 23); • en las Iglesias particulares «vere inest et operatur Una Sancta
Catholica et Apostolica Christi Ecclesia» (Christus Dominus, 11).
La teología tendrá que precisar conceptualmente y con términos adecuados las
consecuencias de la separación, pero la Decl. Dominus Iesus supera en ese punto la mera
analogía: la separación no hace de estas Iglesias particulares ortodoxas unas Iglesias análogas
a las Iglesias particulares católicas3, sino que, a pesar de la separación, siguen siendo Iglesias
particulares en sentido propio, es decir, verdaderas portiones Populi Dei.
Esto nos lleva a una última consideración acerca de este primer punto. La cuestión es ésta: la
falta de comunión con el Sucesor de Pedro parecería una dificultad insuperable para reconocer
a estas Iglesias el carácter de «verdaderas Iglesias particulares», puesto que la comunión
orgánica de que allí se habla es un elemento teológico-dogmático interior al ser mismo de las
Iglesias particulares, y no un simple requisito canónico (cf. Communionis notio, 13). La
dificultad puede superarse si se considera que el Episcopado es por naturaleza ‘uno e indiviso’
(Vaticano I, Const. Pastor aeternus, proemio; Lumen Gentium, 18) y, por tanto, «allí donde por
la Sucesión apostólica existe válido Episcopado, está objetiva y necesariamente presente
–también cuando no es reconocido subjetivamente– el entero Colegio Episcopal con el
Romano Pontífice como su Cabeza»4. Y es que por ser la Eucaristía lo que es, en toda válida
celebración eucarística hay una inmanente referencia a la comunión universal, que es en el
diseño de Dios, comunión con el Sucesor de Pedro (cfr. Communionis notio, 14). Esa
objetividad que trasciende las situaciones subjetivas, es precisamente la dinámica del
sacramentum ecclesiae que permanece en ellas, y que está reclamando –e impulsando– la
plena comunión visible.
2. Las Iglesias de Oriente y de Occidente, Iglesias hermanas
Pasamos al segundo punto. El Decr. Unitatis redintegratio puso de relieve la tradición oriental
de las Iglesias «hermanas»: las relaciones entre las Iglesias deben ser aquellas que «inter
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Ecclesias locales, ut inter sorores, vigere debent» (n. 14). Juan Pablo II dice a este propósito en
la Enc. Ut unum sint, n. 56: «Después del Concilio Vaticano II y con referencia a aquella
tradición, se ha restablecido el uso de llamar ‘Iglesias hermanas’ a las Iglesias particulares o
locales congregadas en torno a su Obispo. La supresión además de las excomuniones
recíprocas, quitando un doloroso obstáculo de orden canónico y psicológico, ha sido un paso
muy significativo en el camino hacia la plena comunión (…). El término tradicional de ‘Iglesias
hermanas’ debería acompañarnos incesantemente en este camino (hacia la unidad)». Las
Iglesias de Oriente, que son Iglesias particulares, son por tanto hermanas de las Iglesias
particulares de Occidente, presididas todas por la Sede Romana que, en cuanto Iglesia local,
es la hermana que posee la función primacial, y de la que aquellas se han separado. Pero para
comprender bien el alcance de lo que decimos, y llegar a una justa comprensión del estatuto
eclesiológico de estas Iglesias, es importante considerar que la Iglesia Católica —la Iglesia
Católica Romana—, en cuanto Comunión de las Iglesias particulares (o Iglesia universal), o por
decirlo en las claves de las Respuestas, en cuanto que en ella subsiste la «Una, Santa,
Católica y Apostólica», no es hermana de las Iglesias ortodoxas. Pero, ¡atención!, tampoco lo
es de las Iglesias
particulares católicas: la Iglesia Católica es precisamente la comunión universal de esas
Iglesias, es la Iglesia, simpliciter, la Iglesia en la que subsiste en la historia la Iglesia de Cristo5.
Ella –la Iglesia Católica–es
la que está presente («vere inest et operatur») en las Iglesias particulares: de manera plena y
perfecta (estructuralmente) en las Iglesias particulares católicas; de manera no completa,
imperfecta, en las
Iglesias que no están plenamente en su Comunión.
De estas Iglesias no católicas podría decirse que son verdaderas Iglesias precisamente por lo
que tienen de católicas: su eclesialidad se fundamenta en el hecho de que ‘la única Iglesia de
Cristo tiene en ellas una presencia operativa’ (Ut unum sint, 11); y no son
plenamente Iglesias –su eclesialidad está herida– por lo que tienen de no católicas. Pero
nótese que esta deficiencia y esta herida de que hablamos, precisamente por tratarse de
Iglesias hermanas, afecta también a la Iglesia Católica, en la que subsiste la Iglesia de Cristo.
Res nostra agitur! Como dice la cuarta respuesta, el hecho de la división es un obstáculo para
la plena realización, en la historia, de la universalidad que es propia de la Iglesia gobernada por
el Sucesor de Pedro y los Obispos en comunión con él.
II. Estatuto eclesiológico de las Comunidades cristianas nacidas de la Reforma
1. Comunidades eclesiales
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La quinta respuesta es también recepción y profundización en los textos del Concilio Vaticano
II. Éste, como acabamos de ver, se sentía avalado por el uso tradicional para calificar de
Iglesias a las Comunidades orientales. Los documentos oficiales, en cambio, evitaban el
término Iglesia para designar a las Comunidades protestantes. Así se procede en el Decr.
Unitatis redintegratio. La Relatio de 1964 del Secretariado para la Unidad de los Cristianos
prefirió referirse a ellas como Comunidades eclesiales, en lugar de denominarlas Iglesias,
incluso tomado el término en sentido análogo. El Concilio, por otra parte, no quiso dirimir los
criterios para calificar a una comunidad cristiana occidental como Iglesia o Comunidad
eclesial6. Pero, a la vez, para el Secretariado y los Padres Conciliares era cosa clara que la
denominación Iglesia estaba determinada en la gran Tradición por la posesión de una
determinada estructura sacramental originada en la Sucesión Apostólica, concretamente por el
Episcopado y la Eucaristía auténticos. De ahí que el Relator considerara Iglesia a una
comunidad occidental, los viejo-católicos, «secundum solidam doctrinam theologicam ab
omnibus Catholicis acceptam»7.
Unitatis redintegratio, 22,3, en consecuencia, para referirse a los protestantes hablará no de
Iglesias, sino de Comunidades eclesiales. Y la Dominus Iesus, n. 17, recogiendo la doctrina de
este texto conciliar, dirá explícitamente que «sensu proprio Ecclesiae non sunt»: «Las
Comunidades eclesiales que no han conservado el Episcopado válido y la genuina e íntegra
sustancia del misterio eucarístico, no son Iglesias en sentido propio».
Esta neta afirmación produjo un gran revuelo en su día y algunos vieron en ella, como dije al
principio, una forma de marcha atrás respecto del Concilio. Es, sin embargo, una posición –dijo
ya entonces Avery Dulles– que «está en consonancia con el uso del Vaticano II»8. Concuerda
con el tradicional principio eucarístico-eclesiológico: la Iglesia se construye por la Eucaristía; la
Eucaristía hace la Iglesia. Lo cual supone, tanto en la tradición católica como en la ortodoxa, el
ministerio de sucesión apostólica.
2. La diversa concepción de la unidad de la Iglesia
Ésta, en resumidas cuentas, es la Respuesta a la quinta cuestión. Sin embargo, la polémica
surgida con ocasión de Dominus Iesus puso de manifiesto el problema teológico de fondo del
ecumenismo, que es el cómo caminar juntos hacia la unidad, sabiendo que tenemos
eclesiologías diferentes, como ya señaló desde los orígenes del Consejo Ecuménico de las
Iglesias la célebre Declaración de Toronto (1950).
Esta es la verdadera cuestión, más compleja de lo que a primera vista parece. Ciertamente
hay Comunidades surgidas de la Reforma que piden que la Iglesia Católica las reconozca
como Iglesias, lo que de alguna manera supone en esas comunidades aceptar los criterios
católicos de eclesialidad, renunciando a los propios. Pero, por otra parte, no se puede olvidar
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que son las propias Comunidades protestantes las que con frecuencia rechazan para sí
mismas el ser Iglesias, bien por su concepción de la naturaleza de las separaciones, bien por
su comprensión de la unidad (perdida) de la Iglesia, bien por considerar a ésta (la unidad), en
consecuencia, como una realidad futura.
El drama de la Reforma está en la doble dirección que recorrieron sus comunidades, unas
más inclinadas al principio de la tradición episcopal, como la Iglesia Anglicana y algunas
Confesiones Luteranas, y otras, sobre todo en la tradición reformada, más proclives a
entenderse de manera comunitaria-sinodal según el principio presbiteral. Todo parece apuntar
a que estamos no ante otras «Iglesias particulares», en el sentido «católico» antes nombrado
en relación con las Iglesias orientales, sino, como señala Walter Kasper, «ante un nuevo tipo
de Iglesias»9. En todo caso, «los protestantes no desean ser considerados Iglesia en el mismo
sentido en el que la Iglesia Católica se entiende a sí misma»10. Si comprendemos bien, la
actual separación confesional protestante y católica se presenta con diferencias tales entre sí
que las comunidades no pueden reconocerse recíprocamente como tipos particulares
(«Iglesias particulares») de la única Iglesia, sino como Iglesias de distinto tipo11.
3. La Eucaristía en estas Comunidades
Una última palabra sobre la Eucaristía en estas Comunidades. «El Bautismo tiende de por sí
al completo desarrollo de la vida en Cristo mediante la íntegra profesión de fe, la Eucaristía y la
plena comunión en la Iglesia» (Dominus Iesus, n. 16). Estas Comunidades eclesiales carecen,
según esta quinta respuesta, «de la genuina e íntegra sustancia del Misterio eucarístico». Lo
cual hay que entenderlo positivamente: porque la Cena del Señor que se celebra en esas
Comunidades, si bien no tiene «íntegra sustancia», no es, sin embargo, inane, porque tiene
sustancia y sentido. Concretamente, la eclesiología católica –escribe J. Ratzinger– «no puede
negar de ninguna manera la actualidad salvífica del Señor en la eucaristía de la Iglesia
Evangélica»12. Entre otras cosas, porque el bautismo es de por sí un «votum Eucharistiae», es
decir, tiende intrínsecamente a la plenitud de la fe y a la comunión eucarística13. En ese
sentido, se comprende la tendencia protestante a pensar la Iglesia desde el Bautismo más que
desde la Eucaristía y, por ello, podría decirse que estas comunidades son Iglesias «in voto»,
Kirchen im Werden14, Iglesias particulares «in fieri»15.
III. El debate en la III Asamblea Ecuménica Europea
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Por eso no es de extrañar que el subsistit in y las Respuestas de la CDF estuvieran
presentes en la reciente III Asamblea Ecuménica Europea (Sibiu, Rumania, 4 a 9 de
septiembre). Era el primer gran encuentro ecuménico después del documento que
comentamos. El tema apareció en las intervenciones de máximo rango que se dieron en la
Plenaria inaugural del día 5. Hubo un cierto tête-à-tête entre el Cardenal Walter Kasper,
Presidente del Consejo para la Unidad de los Cristianos, y el Obispo Dr. Wolfgang Huber,
Presidente de la Iglesia Evangélica Alemana, al presentar en sus intervenciones inaugurales la
situación actual del ecumenismo en Europa16.
No voy a ocuparme del interesante debate que en ambos textos se refleja. Solo me interesa
ahora, a efectos de nuestro tema, la glosa existencial que Kasper hizo a las Respuestas y a su
impacto entre los protestantes, como se manifiesta en la conferencia del Dr. Huber17. Después
de exponer la situación actual, el Cardenal se hace esta pregunta: «Cosa possiamo fare?
Prima di qualsiasi terapia deve esserci l’analisi». Copio sin más el párrafo inicial del análisis y
con él acabo:
«Mi iglesia, la Iglesia Católica, ha señalado recientemente en un documento de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, todas las diferencias que con todo subsisten, y de este
modo nos ha recordado nuevamente la tarea que todavía se nos presenta. Sé que muchos,
especialmente gran cantidad de hermanas y hermanos evangélicos, se han sentido heridos con
eso. Ante esta circunstancia, ni siquiera yo permanezco indiferente, y también constituye un
peso para mí, ya que el sufrimiento y el dolor de mis amigos es también mi propio dolor. No era
nuestra intención herir ni mirar en menos a nadie. Queríamos dar testimonio de la Verdad, lo
cual esperamos también de parte de las otras iglesias, tal como ciertamente lo hacen.
Tampoco a nosotros nos gustan todas las declaraciones hechas por las otras iglesias, y sobre
todo no nos gusta de hecho lo que cada cierto tiempo afirman de nosotros, pero dejemos esto
de lado. Un ecumenismo superficial o de fachada, en el cual sólo se desea ser gentiles unos
con otros, no contribuye a lograr avances. Únicamente el diálogo en la verdad y la claridad
puede sostenernos al ir hacia adelante»18.
NOTAS:
1 Vid. Fernando Ocáriz, ‘Chiesa di Cristo, Chiesa cattolica e Chiese non in piena comunione
con la Chiesa cattolica’, en L’Osservatore Romano, 8-XII-2005, p. 9.
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2 Afirmación reiterada por el Papa Juan Pablo II: «Como señala el Documento, la Iglesia
Católica sufre por el hecho de encontrarse separadas de ella verdaderas iglesias individuales y
comunidades eclesiales con elementos preciosos de salvación, L’Osservatore Romano, 2 de
diciembre de 2000, p. 9.
3 Así, Francis A. Sullivan, La Iglesia en la que creemos, Bilbao 1995, pp. 43-44.
4 Fernando Ocáriz, ‘Presentación’ a Francisco Gil Hellín, Unitatis Redintegratio. Decretum de
Oecumenismo Concilii Vaticani II. Sinopsis, Ciudad del Vaticano 2006, p. VIII.
5 Vid. sobre el tema la Nota sobre la expresión ‘Iglesias hermanas’, de la Cong. para la
Doctrina de la Fe (junio, 2000).
6 Vid. Jerôme Hamer, ‘La terminología eclesiológica del Vaticano II y los ministerios
protestantes. ¿Pueden las confesiones protestantes llamarse Iglesias?’, en Ecclesia (1971)
1001.
7 Vid sobre el tema Pedro Rodríguez y José R. Villar, ‘Las «Iglesias y Comunidades
eclesiales» separadas de la Sede Apostólica Romana’, en Diálogo Ecuménico 39 (2004)
537-624.
8 Avery Dulles, ‘Dominus Iesus, A Catholic Response’, en Pro Ecclesia 10 (2001) 69.
9 Walter Kasper, Wege der Einheit, Freiburg 2005, pp. 40-41 (edición española en prensa en
ed. Cristiandad: Caminos de la unidad, cap. II, 4: Ecumenismo con las Iglesias de tradición
protestante)
10 ibidem, p. 12 (prólogo). Cf. Joseph Ratzinger, ‘Die ökumenische Situation - Orthodoxie,
Katholizismus und Reformation’, en Theologische Prinzipienlehre, München 1982, pp. 203-208.
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11 Walter Kasper, ‘Der ekklesiologische Charakter der Nichtkatholischen Kirchen’, en
Theologische Quartalschrift 145 (1965) 42-62, 49; Idem, ‘L‘unica Chiesa di Cristo. Situazione e
futuro dell’ ecumenismo’, Il Regno Attualità 46 (2001) 127-133.
12 Joseph Ratzinger, Convocados en el camino de la Fe. La Iglesia como comunión, Madrid
2004, p. 255.
13 Cf. Jean-Marie R. Tillard, ‘Le «votum eucharistiae»: l’eucharistie dans la rencontre des
chrétiens’, en Miscellanea liturgica in onore del card. G. Lercaro, t. II, Roma 1967, pp.
143-1947; J. Ratzinger, ‘Kirche’, LThK VI (1961) 179.
14 Walter Kasper, ‘Der ekklesiologische Charakter…’, pp. 59-60.
15 Cf. Bruno Forte, La Iglesia de la Trinidad, Salamanca 1996, p. 242.
16 Walter Kasper, La luce di Cristo e la Chiesa, n. 3 (nuestro tema en el n. 3 del texto);
Wolfgang Huber, Das Licht Christi und die Kirche. Einheit, Spiritualität und Zeugnis (nuestro
tema en el n. 4). Las dos ponencias pueden «bajarse» en www.eea3.org
17 Huber, frente a lo que dice la quinta respuesta, afirma que la Iglesia «en sentido propio»
se da en la confesión ante Dios de la propia culpa y en la esperanza de su gracia («Die Kirche
im eigentlichen Sinn ist im Bekenntnis der Schuld vor Gott vereint und hofft auf seine Gnade»)
18 Walter Kasper, La luce di Cristo e la Chiesa, n. 3; conferencia en la Plenaria de EEA3,
5-IX-2007.
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