¡HAY CARIÑOS QUE MATAN! Cuando buscamos ayudar a otras personas, convenimos algunas veces que es preciso darles cariño: hay que dar ánimo, estimular, tender la mano, empujar y dar una palmada. Esto ocurre en muchas entrevistas entre padres y profesores, así como en reuniones de equipos educativos. Hay ocasiones en que nos viene muy bien que alguien se porte así con nosotros. Pero, dar cariño puede significar actuaciones tan variadas como personas deben ponerlo en práctica. Así que vamos caricaturizar algunas exagerando lo que hay de peligro educativo en ellas. Es probable que la persona necesitada de cariño esté en algún apuro. Puede ser una enfermedad o un desastre económico. Si nos situamos en el colegio, es posible que el niño “tenga una enfermedad grave, sea un poco corto intelectualmente o esté pasando una mala racha tras la separación de sus padres...”. Es fácil que poco antes de que alguien comentara que precisaba cariño otro haya dicho: “¡Pobrecillo!, me da pena”. En todos estos casos, ofrecemos cariño precisamente cuando las expectativas son muy negras y apenas se ven metas positivas de realización. El cariño parece una alternativa a la desesperanza y el callejón sin salida. Implica algo de renuncia y resignación. Puede ocurrir igualmente que actuemos cariñosamente después de que aquellos a quienes deseamos ayudar muestren conductas regresivas, poco adaptativas, inadecuadas para crecer y avanzar. Quizás, después de que lloren, se quejen, tengan reacciones de desaliento, se muestren desvalidos o miedosos. Después de rechazar la comida, rehuir un esfuerzo o patalear porque le han hecho una faena. Además, estamos acostumbrados a identificar como cariño sólo comportamientos dulzones (besos, caricias, frases con diminutivos...) que exigen una relación muy estrecha entre personas y sólo en contadas ocasiones pueden dispensarse sin forzar la realidad convirtiéndola en “nubes de algodón y mundos de color de rosa”. Imaginamos madres besando, abuelos acariciando y profesores, brazo sobre el hombro del alumno, levantando un suspenso para animar. Este cariño absorbe mucha atención de pocos adultos muy disponibles en una relación privada, pero difícilmente generalizable a situaciones normales de la vida. ¡Claro que estos cariños matan! Hacen a las personas dependientes, desvalidas y eternamente infantiles. Sin embargo, ninguna persona desea perjudicar cuando entrega cariño. Más bien, piensan “que los niños nunca son lo bastante mayores para hacer ciertas cosas”: vestirse solos, realizar encargos, cortarse la carne o hacer una acampada con los amigos del colegio. ¿Dejarle solo con la lección? “No hace nada sin mi”. ¿Esperar que él mismo comprenda, plantee dudas e interrogantes? “Si es que las evaluaciones llegan pronto”. En todos estos casos, las buenas intenciones, y la sana voluntad de quien dispensa cariño no impiden que, paradójicamente, refuerce conductas indeseables. Las conductas de cariño, próximas a la compasión, hacen sentirse importantes a muchas personas delante del necesitado. Pero corren el riesgo de de sustituir esfuerzos y progresos importantes para todos y muy especialmente para los inmaduros, enfermos y minusválidos. Padres y profesores pueden sentirse gratificados porque los chicos “les quieren tanto y tanto les necesitan”, pero esta relación puede ser poco saludable para los sujetos de ayuda. Desde un punto de vista técnico, las de cariño son una clase particular de conductas de atención social. El comportamiento humano no está determinado exclusivamente por factores hereditarios y biológicos. Lo que sucede en el medio después de una determinada conducta es importante para que ésta se haga más frecuente -se concierta en hábito- o desaparezca extinguiéndose. Son especialmente importantes las reacciones de quienes viven con el niño. Sea porque nacemos en grupos sociales, porque todos los refuerzos (comida, limpieza, caricias) de nuestra larga infancia van asociados a ella, sea por otras razones, la atención social actúa como reforzador generalizado de todo tipo de conductas para casi todas las personas. Padres y profesores constatamos que muchos chicos hacen cosas para “llamar nuestra atención”. Si analizamos detenidamente qué contingencias ambientales mantienen y refuerzan muchos comportamientos de los niños, comprobaremos que tras ellos aparece habitualmente la atención social de los adultos significativos o de los compañeros de grupo. Es lo que ocurre tras esa conducta “que nos saca de quicio” o “hemos dejado ya por imposible”, por más que “todos los días volvemos a decírselo”. Es lo que explica la persistencia de bufonadas, ruidos y gracias perturbadoras en el aula. Todas las personas solemos sentirnos bien si recibimos atención social de los que nos rodean. Es posible que repitamos los gestos, palabras y acciones que en un momento dado nos la han proporcionado. Por tanto, lo práctico es definir qué tipo de atención es saludable, cuáles son los cariños que dan vida, hacen crecer y mantienen nuestros comportamientos adaptativos. Si es inevitable atender a quienes viven en la misma casa y comparten la misma clase, es bueno hacerlo adecuadamente. Vamos a describir cómo funcionan las cosas en los estudiantes eficientes, los hijos autónomos y las personas adaptadas. Por más que son los niños menos adaptados quienes acaparan el mayor volumen de atención social de padres y profesores, generalmente después de que hacen algo mal o no lo hacen, no debemos pensar que los buenos hijos y los escolares eficientes no la reciben. Eso sí. Tiene rasgos peculiares: es más realista, pertinente, variada y discriminativa. Las familias comunes, los colegios, el parque, un partido de fútbol y la fiesta de cumpleaños ofrecen dosis de atención social «pequeñas, compartidas e intermitentes». Lo que pueda atender a cada niño el adulto encargado o un compañero es muy poco. Un niño autónomo debe actuar sin que alguien esté siempre encima. Debe aprender a compartir la atención de los adultos y conformarse con dosis pequeñas y distanciadas. Aprende también que otros adultos distintos de sus padres -el profesor, la catequista, el entrenador de futbito- pueden gratificarles. No necesita exclusivamente a una persona y aprovecha los recursos disponibles en los distintos medios en que vive. Los niños que crecen saludablemente reciben atención social sobre todo después de hacer las cosas bien. Cuando se visten solos, se enfrenten a las dificultades escolares o se proponen a sí mismos metas. Cuando afrontan riesgos y resuelven los conflictos con sus hermanos y compañeros. Aunque reciban poca atención, es muy pertinente -sigue a conductas adaptativas- y discriminativa, es decir, reciben atención después de actuar correctamente y no la reciben o es mucho menor cuando hacen algo mal. Además, las formas en que reciben este refuerzo son variadas. Aprecian la palabra, el prestigio, la felicitación, una buena calificación, el reconocimiento de los adultos y la ascendencia entre sus amigos. Valoran que sus padres y profesores compartan sus intereses, proyectos, dificultades. Estiman que se informen y estén al tanto de su evolución escolar y personal. Así es la atención que conviene utilizar. Especialmente para los niños que hasta ahora la han acaparado precisamente por lo que hicieron mal o dejaron de hacer. Estos que son los chicos a quienes pretendemos ayudar. Tenemos en nuestras manos un recurso de buena calidad educativa, fácilmente disponible, que no podemos aplicar al mismo tiempo a los comportamientos acertados y a los indeseados. La mayoría de las personas utilizamos nuestros recursos cariñosos correctamente en múltiples ocasiones. Otras lo hacemos peor. No viene mal reflexionar cuando vemos que matan el crecimiento, la frescura, la alegría, la curiosidad, el afán de crecer y la apertura a los demás. Vicente Elustondo. ENTREMANOS, Nº 2. Febrero, 1987.