Í---- -- . t,: ARAONES NEGROS Aveces la realidad supera las leyendas, La civilización egipcia sigue ofreciéndonos motivos para la fascinación. En el trono de aquel imperio se sen- taron hombres del África profunda que rara vez identificam0s con ese mundo de jeroglíficos y momias. Y todo a orillas del viejo Nilo. Texto t'.ç,t,trtrti\Ít¡ l ê JACOBO BELTRAN Fotografía Ê rÈux MERTNo I zoon/¡ DE CERCA A orillas del lago nos detenemos en Abu Sim bel, un gigantesco complejo compuesto por dos templos excavados en la roca y construidos por Ramsés II en torno al 1250 a.C., para é1 mismo y para su esposa preferida, 1a reina Nefertari, y dedicados a Amón, el dios del Sol, y a Hathor, diosa de labellezay del amor. Festejan asimismo su victoria frente a los nublos, que tendrían que esperar algunos siglos para tomarse su revancha. Este complejo hubo que desplazarlo en Ia década de los sesenta debido a la cons- È tes La compartimos con los japoneses que venían en el ferry. Nos lavamos en un cubo de agua junto a la puerta del hotel. "¡Salam aleikuml" (que la paz sea con vosotros). "¡Aleikum salam!," respondemos. Un alegre grupo de nubios nos lnvlta a compartir su comida: café, de- liciosos dáTilesy fuul, una especie de guiso de habas con huevo y carne de cordero que se come en todo el mundo árabe. trucción de la gran presa y la consecuente su- El alma como posesión Los rasgos se han ido oscureciendo desde bida de las aguas del Ni1o, como ocurrió con el Templo de Debod, que en la actualidad se encuentra en e1 madrileño Parque del Oeste. Nuestra primera parada ya en tÌerras sudanesas es Wadl Halfa, ciudad fronteriza donde lle ga el único ferry que conecta dos veces por semana Sudán con Egipto y donde nos alojamos en uno de los tres albergues locales. La antjgua Wadi Halfa, capital de la Baja Nubla, se encuentra sepultada por las aguas de Asuán. En 1a habitación, unos camastros elevados para evitar picaduras de alacranes o serpien nuestra salida de El Cairo. Los nubios son árabes-negros, descendientes de faraones. Cono cemos a El-Sadig, uno de los seis millones de nubios repartldos entre Egipto y Sudán. "Somos dignos, honestos y honrados," nos dice. 'Amamos la tierra y el desierto, donde no hay ninguna posesión más preciada que el alma. Somos gente de aquí, difícllmente emigramos; consideramos que éste es el mejor lugar del mundo para vivir". Pasamos tres días deambulando por allí y disfrutando de la enorme generosidad de estas Durante miles de años el Nilo fue la única vía natural entre el África Negra y el Magreb La ciudad de Wadi Halfa se llena de gente llegada del sur del país los días que hay ferry entre Sudán y Egipto (dos veces por semana) f l- I Nilo: ó.75ó kilómetros desde el delta en Aleiandría hasta el ìago Victoria, encajado entre Uganda, Kenia y Tanzania, pasando por El Cairo y Jartum, si seguimos el Nilo Blanco. Y más. Hasta Burundi y Ruanda si continuamos por e1 Kagera, otro de los afluentes del Nilo, su rama madre. Un recorrido que atraviesa las civilizaciones más antiguas y misteriosas. Egipcios, etíQpes o nubios; tribus como los dinkas, nuer o shilluck; musulmanes, ortodoxos, vida a este rí0, columna vertebral de África sin el cual no puede entenderse el continente ni Ìa propia historia del hombre. El Sahara no da tregua; el intenso calor cercoptos, católlcos o animistas, todos deben su los cincuenta grados y la propia extensión del desierto han hecho que durante miles de años la única vía natural entre e1 África Negra y el Magreb fuera el Nilo. Y por el Nilo descendemos, recorriendo el Mar, como llacano a man los moradores del desierto al propio rí0, tal es su grandiosidad e importancia en las vidas de los ribereños. La mezcla pefpetua Sak-Eelnam es el nombre del ferry. A bordo de él atravesamos el Lago Nasser desde 1a presa de Asuán (considerada la primera catarata del Nilo) hasta Wadi Halfa, ya al otro lado de la frontera de Egipto, en el actual Sudán. Bajo nosotros, bajo el agua, se encuentra parte de Nubia, tierra que se extiende desde la pri- mera hasta la sexta catarata del Nilo: la tierra de los Faraones Negros, los míticos reinos de Kush, como 1os conocían los antiguos egipcios. La civitización de los nubios, considerada hasta hace poco subsidiaria de la antigua civilización egipcia, ha adquirido rango propio, plan- teándose la relación entre ambas culturas en términos de reciprocidad e influencia mutuas. ft En el único hotel de Abri el alojamiento es de una austeridad extrema ft A orillas del Nilo, que recorre más de 1,000 km, por el desierto de Nubia gentes, mÌentras esperamos a que salga un autobús hacía el siguiente destino. ¿Cuándo? La l-\.J ¡'à¡ ft :¡.u*.- --,- -i::"'-r Las casas nubias suelen estar coronadas por cabezas de cocodrilo, en la creencia de que son portadoras de suerte 5. respuesta es obvia: saldrá cuando esté lÌeno. El tiempo no tiene importancia aquí; no como 1o concebimos en Occidente. En África no hay pasado ni futuro; sólo existe el presente. El autobús: todo chapa y latón, sin ventanas. Tardamos siete horas en recomer 185 kilómetros y traspasamos la segunda catarata del Nilo. Abri es un precloso pueblo de seiscientos habitantes en medio del desierto. Nos descubren el riquísimo y aromático café etíope recién molido que toman al despertar; se llama gabana. En estos pueblos, eÌ calor sóìo permite trabajar seis meses al año y no más de cuatro horas al día. Partimos al amanecer y nos ìnternamos por ca minos de arena siguiendo el curso del río que aparece y desaparece de nuestra vista, jugando con nosotros. Viajamos en un öoksi, una ran chera del desierto, hasta Dongola, justo al sur de la tercera catarata, capital administrativa del Estado Norte de Sudán. Más bulliciosa que el resto, la actividad se observa en la calle prìn- cìpal, donde no dejan de invitarnos. a cambio de infbrmación; de una charla tranquila y pau sada con los extranjeros. Náufragos en la arena Seguimos adentrándonos en Ìos mares de du nas El sol implacable, el desierto infinito y los cielos tan claros y límpidos ejercen en nosotros un fuerte efecto sedante. Llegamos a Karima, un pequeño pueblo con mercado a 250 kiÌómetros al sureste de Dongola. El trayecto ha sido durísimo. Sin la visión cercana del Ni 1o nos sentimos desamparados, náufragos en mitad del mar de arena. Nadie habla, nadie se queja Amón, el dios Sol, nos arrebata la energía y no hay que malgastarla Al sur de Karima se encuentra Jebel Barkaì, una impresionante montaña visible desde decenas de kilómet¡os. A sus pies están las ruinas de Napata, la capital de uno de los reinos Kush que conformaban la civilización nubia. Es un lugar lleno de energía y donde el tiempo parece detenerse. Sobrecogidos, en medio del conjunto de plrámides, observamos i*,Jì¡t-,_ È En desìerto de Nubia todas las montañas adquieren la consideración de sagradas Ruinas de Napata, capital de uno de los reinos Kush, junto a la pequeña montaña Jebel Barkal. la montaña, centro espiritual de los nubios y en la que se creía que nació Amón, dios de dioses, el dios Solar y creador de todo lo que existe. Éste es el límite sur donde llegaron a gobernar los faraones egipcios en el auge de su imperio, allá por el 1500 a.C. Cuatro siglos más tarde los nubios se independizarían de la tutela egipcia y, hacia e1 800 a.C., un rey nubio llamado Piankhi llegó a reunificar un Egipto desgarrado por las luchas internas formando un imperio que se extendía desde el actual Jartum hasta el Mediterráneo. Durante cerca de un siglo, varios faraones negros llegaron a ponerse la Corona Doble con dos cobras entrelazadas, símbolo de los imperios unidos de Egipto y Nubia. El hijo de Piankhi, Taharqa, fue coronado en Menfis, Egipto, y dejó una imborrable huella en forma de estatuas, bustos, columnas, caplllas y templos, y ft La hospìtalidad es un rasgo característico de los nubios Es habìtual que un encuentro fortuito acabe con una invitación a la casa de un particular a comer, æ Bajo un calor aterrador, con temperaturas superiores a los 50'C cualquier sombra es un tesoro engrandeció las dos capitales: Tebas en Egipto y Napata en Nubia, junto a la montaña sagrada, llegando incÌuso a inscribir su nombre en lo alto de Jebel Barkal, para impresionar a ìos creyentes y dejar constancia de la grandiosidad de su imperio. En Napata volvimos a separarnos del curso del Nilo, que forma una amplia curva hacia e1 norte para luego bajar de nuevo hacia el sur y, saltándonos la quinta catarata, llegamos a Meroe, la mítica capital del reino Kush más al sur de los reinos nublos. Meroe se nos apareció entre las dunas bajo una luna llena que bañaba el desierto con una extraña fosforescencia. Las pirámides, de más de dos mil años de antigüedad, se recortan serenas y majestuosas contra un cielo cuajado de estrellas. Hassan, un joven de Karima, nos va a llevar hasta Jartum en su coche. Es un paisaje tan irreal que produce vértigo. Varios farones negros lucieron la Corona Doble, que simbolizaba la unión entre Egipto y Nubia È Ruinas de pirámides en Meroe, al norte de Jartum, donde ahora se está construyendo una presa. Las cuarenta prrámides que perviven en Meroe, más pequeñas que la de Giza, son legado de los faraones negros Las pirámides tienen los picos cortados. Fue Giuseppe Ferlini, explorador itaÌiano, quien hace sólo un siglo removió la punta superior de al menos una pirámide en su búsqueda de tesoros o joyas. Otros imitarían aquella destruc- ción. Son más de cuarenta pirámides, legado de 1os faraones negros, menores que las de Giza,pero más estrechas y estilizadas. [a huella de un imperio Los nubios fueron expulsados de Egipto por los asirios. El rey Taharqa se replegó a Napata para no volver nunca más a Egipto. Más tarde, 1os egipcios atacarían y saquearían Napata, en el 590 a.C., y la capital del reino Kush se trasladaría al sur, a Meroe, donde nos encontramos. E1 imperio Meroítico perduraría hasta el siglo tercero de nuestra era, más de setecientos años, sobreviviendo incluso a Roma, con qulen estuvo en guerra en el24 a.C. y a quien nunca rindió tributo. Finalmente, parece que cayó en el año 350 luchando contra el reino de Axum, en la actual Etiopía. A1 día siguiente, tras dormir a la intemperie junto al coche, de camino a Jartum, paramos en la sexta (y última) catarata del Nilo. Las cataratas del Nilo no son más que zonas de rápidos y desniveles rocosos pero, dada la majestuosidad y parsimonia de este rí0, hacen que esto sea suficiente para alcanzar el estatuto de cataratas. Tras tantas horas de paisajes áridos, los palmerales y la frescura del agua nos sacan de nuestro sopor. Desde Ia barcaza que hemos contratado nos zambullimos en el río de ríos y, sigulendo la costumbre, bebemos de é1. Pues quien bebe del Nilo bebe de la fuente de 1a vida y su espírltu queda para siempre unido al de todos los que de é1 han bebido. Para más información, visite www,larevistamercedes.es