2. El Romanticismo literario del siglo XIX El contexto histórico del Romanticismo está marcado por la confrontación de dos modelos sociales, políticos y económicos en constante lucha, que definieron todo el siglo XIX. Por un lado, el Antiguo Régimen, que da sus últimos coletazos, y por otro, la sociedad liberal, que apuesta por la libertad individual, la igualdad ante la ley y la soberanía nacional, reivindicaciones de una burguesía cada vez más preponderante. En este contexto se enmarcan la Declaración de Independencia de EEUU, la Revolución Francesa y las sucesivas oleadas revolucionarias en Europa de 1820, 1830 y 1848. El Romanticismo como movimiento cultural, artístico e ideológico tuvo su origen en la escuela alemana Sturm und Drang, (“tempestad y pasión”), que defendía la ruptura con las reglas establecidas y la expresión de los sentimientos, y que se extenderá por otros países como Francia o Gran Bretaña. A España llegó de manera progresiva, y su desarrollo fue básicamente imitativo; esa ausencia de originalidad proporcionó al movimiento un carácter meramente estético y españolista, poco abierto al espíritu europeizante y burgués del resto del continente. Aun así, las características más sobresalientes serían: a) la búsqueda de la libertad plena del individuo. b) el subjetivismo y el individualismo que transforman los sentimientos en ideales de vida y proporcionan una visión íntima de la realidad. c) el idealismo: deseo permanente de los absolutos de la vida. d) la naturaleza dinámica como reflejo subjetivo del estado de ánimo. e) la evasión: la vuelta al pasado y la huida a lugares lejanos, y el desdeño de la angustiosa realidad. f) el gusto por lo sobrenatural y misterioso que se aleja de lo cotidiano. g) el dinamismo, la defensa del progreso y el avance científico. h) el nacionalismo y la exaltación de todo lo que diferencia a un país. Los temas que abordó el Romanticismo fueron el amor, la pasión, la vida, la muerte, el destino y la historia. En cuanto al estilo abundarán los adjetivos, la combinación de lo culto y lo popular, el empleo de muchos recursos literarios y el uso de la función expresiva, a veces incluso de una manera exagerada. La lírica La lírica va a ser un género que recobre un gran protagonismo después de la rígida etapa neoclásica, y va a ser el vehículo perfecto para las pulsiones románticas. La poesía va a buscar nuevas formas de expresión caracterizadas por un lenguaje simbólico que refleja el misterio, la melancolía o el amor imposible, y por el uso de la polimetría, combinando diferentes estrofas como la octava real, el cuarteto, la redondilla, el romance, etc. En la primera mitad del siglo XIX destacó José de Espronceda. Aunque escribió teatro y novela, su vertiente poética es la más representativa de su obra. Presenta una amplia variedad temática (protesta social, juventud perdida, desengaño vital…) y un estilo rico en adjetivación, preguntas retóricas y léxico sensual y evocador. Sus obras más sobresalientes son La Canción del Pirata (un canto de libertad protagonizado por un fuera de la ley, un outsider, como tanto gustaba a los románticos, y que se desarrolla en un paisaje lejano y exótico); El estudiante de Salamanca (que cuenta las maldades del crápula don Félix de Montemar y desarrolla los motivos de la muerte, el burlador y la visión del propio fin); y El diablo mundo, que cuenta la historia de un anciano que se transforma en joven inexperto y defiende la máxima de que el hombre es bueno por naturaleza, pero el mundo (la sociedad) lo corrompe. Aquí se encuentra el famoso “Canto a Teresa”. Pero frente a este Romanticismo grandilocuente, “magnífico y sonoro”, la lírica derivó en una segunda etapa, la posromántica, en una poesía más sencilla, más íntima, una poesía más “natural y breve, que brota del alma como una chispa eléctrica”, según la palabras del propio Gustavo Adolfo Bécquer. Esta nueva poesía, que va a suponer una renovación total del lenguaje poético y de la que van a beber casi todos los poetas posteriores, se compendia en un solo libro: las Rimas, cuya publicación fue póstuma. Los temas de la lírica becqueriana son básicamente cuatro: la propia poesía y la inspiración; el amor; el desengaño amoroso y el dolor y la angustia, que llevan incluso al deseo de morir del propio poeta. Junto a ellas, tenemos sus Leyendas, veintiocho relatos plagados de temas románticos. Las más conocidas son Maese Pérez el organista, El monte de las ánimas, El beso… Rosalía de Castro también es una poeta que se encuadra dentro de esta corriente más intimista, con una obra dominada por un tono sensible y directo. Escribió en gallego (Cantares galegos y Follas novas) y en castellano (En las orillas del Sar). La prosa La prosa romántica del siglo XIX está unida al desarrollo del periodismo y a la contribución de este a la difusión de la narrativa. Aparece, pues, una nueva forma de literatura publicada en periódicos. Destacamos la novela histórica, que buscaba revivir épocas pasadas, muy en la línea del gusto romántico por los temas de evasión. Una de las obras más importantes es El doncel de don Enrique el doliente de Mariano José de Larra. Por otro lado, en los cuadros de costumbres se detalla el habla y las costumbres de las clases más bajas de la sociedad, generalmente con un tono humorístico y con un fin moralizante. Destacamos a Serafín Estébanez Calderón (Escenas andaluzas) y Ramón de Mesonero Romanos (Escenas Matritenses). Por último, hay que destacar los artículos. Su autor más representativo es Larra y su intención era denunciar actitudes o costumbres españolas, utilizando la ironía y la parodia. Larra pretendió modernizar la sociedad por medio de la instrucción, con un lenguaje claro y directo y un estilo cuidado. Sus artículos se clasifican en políticos (“Nadie pase sin hablar al portero”), literarios (“Literatura) y de costumbres (“El castellano viejo”). El teatro El tercer gran género romántico será el teatro. El drama romántico supo encontrar la fórmula para atraer al público a los teatros, y las claves de este éxito son la ruptura con los preceptos neoclásicos, rompiendo con las tres unidades, aumentando el número de actos, usando un lenguaje más cercano y mezclando lo trágico y cómico, la prosa y el verso y hasta distintos tipos de estrofa. La escenografía adquirirá gran relevancia y los personajes serán seres apasionados que luchan y se rebelan por un amor imposible o en contra de un destino inexorable. Los patrones básicos son el héroe romántico, el antihéroe, la dama y los personajes marginales, y los temas que se repiten son el amor, el destino, la fatalidad, la venganza y lo sobrenatural. Entre todos los dramaturgos destacan dos: El Duque de Rivas, cuya obra clave es Don Álvaro o la fuerza del sino. Don Álvaro, arquetipo del héroe romántico, decide raptar a su amada Leonor para evitar la oposición de la familia a la boda. Accidentalmente mata al padre de ella de un disparo fortuito y huye a Italia, mientras Leonor se refugia en una montaña como ermitaña. El destino provoca que el protagonista se encuentre con Carlos, hermano de Leonor, y lo mate en duelo. De regreso a España, se refugia en un convento, donde profesa como fraile. Alfonso, otro hermano de Leonor, lo descubre y lo reta. En el duelo muere Alfonso, quien antes mata a Leonor. Don Álvaro finalmente se suicida. José Zorrilla, cuya obra más famosa es Don Juan Tenorio. Revisión de El burlador de Sevilla, el protagonista es un apuesto conquistador que, motivado por una apuesta, decide conquistar a doña Inés, novicia de un convento. La familia de ella no lo acepta y don Juan mata al padre de Inés. Tras estos acontecimientos huye, y al volver descubre que su amada ha muerto de amor y su espíritu se aparece en el sepulcro de los Tenorio. Ella le pide que se arrepienta para que ambos consigan la salvación eterna, que al final consiguen gracias al amor. Una salvación in extremis que rompe con el axioma romántico por el cual el destino se impone a todo, pero que precisamente gracias a esta variación se convertirá en una obra de gran éxito y en un referente del teatro español hasta nuestros días.