Del libro impreso al libro digital:

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La mayor complejidad del estudio de los procesos
culturales globales reside en la observación de los
cambios emergentes. Nunca antes en la historia
hubo tantas personas leyendo, escribiendo e
interactuando a través de textos e imágenes,
gracias a los distintos medios aportados por las
tecnologías de la información y comunicación.
Paradójicamente, nunca antes se había escuchado
un discurso más desalentador respecto del futuro
del libro y los hábitos de lectura. Este ensayo
busca reflexionar acerca del nuevo contexto
de integración de medios, así como sobre la
transformación en los hábitos de esta forma de
consumo cultural.
The greatest complexity of the studies of cultural
processes resides in the observation of the
emergent changes. Never before in history there
have been so many people reading, writing, and
interacting through texts as well as through
images; because of the different media provided by
the information and communication technology.
Paradoxically, the discourse regarding the future
of the book and the reading habits has never been
so discouraging as it is nowadays. This essay seeks
to reflect on the new context of integration of the
media, as well as on the transformation of the
habits of this form of cultural consumerism.
Historia de la lectura _ ebooks _ internet _ cultura
digital _ cibernética.
History of Reading _ ebooks _ internet _ digital culture _
cybernetics.
Pablo Chiuminatto
Doctor en Filosofía y Magíster en Artes Visuales
de la Universidad de Chile _ Académico de la Facultad
de Letras de la Pontificia Universidad Católica de Chile
Doctor of Philosophy and Master of Visual Arts _
University of Chile - Academic, Faculty of Humanities,
Pontificia Universidad Católica de Chile.
Renato Verdugo
Ingeniero _ Magíster en Ciencias de la Computación
de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Engineer _ Master of Computer Science, Pontificia
Universidad Católica de Chile.
Del libro impreso
al libro digital:
discontinuidad tecnológica,
nuevos formatos, nuevos hábitos
FROM THE PRINTED TO THE DIGITAL BOOK.
DISCONTINUED TECHNOLOGY, NEW FORMATS, NEW HABITS
Uno de los mayores desafíos para el estudio de los procesos culturales reside en lograr la apertura
y disposición para apreciar transformaciones e, idealmente, advertir aquello que aún no es evidente,
de manera de observar la emergencia de los cambios culturales.
En el caso de los libros y los hábitos de lectura, podemos estar ciertos de que nunca en la historia
de la humanidad ha habido más personas leyendo, escribiendo y consumiendo producciones culturales a través de los distintos medios de comunicación que aportó la segunda mitad del siglo XX.
Paradójicamente, desde la academia, nunca antes se ha escuchado un discurso más desalentador
respecto del futuro del libro y los hábitos de lectura. Esto, quizás, porque en general a los medios y
los contextos académicos, más que destacar los aspectos positivos de la ampliación en los modos
de comunicación y de transmisión del conocimiento, les cuesta aceptar que su reacción se basa, en
el fondo, en una resistencia al cambio en las formas de lectura y las prácticas con que, por siglos,
crecimos y acostumbramos a acceder al conocimiento y la información.
Las imágenes de este artículo
corresponden a la aplicación de
un texto preexistente de carácter
científico (The Emergence of Life, de
Pier Luigi Luisi), que trata temas de
biología y el origen de la vida, para
explorar su versión en el mundo
digital, haciendo uso tanto de los
nuevos dispositivos como de las
nuevas tecnologías de desarrollo web.
Imágenes libro digital: Vicente Espinoza, diseñador de la Escuela de Diseño
de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
136 DISEÑA DOSSIER
137
La tendencia global hacia la incorporación de tecnologías de la información y comunicación (TICs) en todos los niveles de
la educación formal e informal, así como
en los contextos de esparcimiento y ocio,
en paralelo a la penetración de éstas en la
cotidianidad, tanto laboral como de la vida
doméstica, es patente: telefonía celular,
sistemas de audio (mp3 o iPod), tablets, así
como e-readers, además del acceso a computadores personales y la televisión con
internet, entre otros dispositivos y cambios, requieren una reflexión amplia y, por
sobre todo, dispuesta a empatizar con los
procesos de cambio en que viven las nuevas generaciones y seguirán viviendo de
forma cada vez más recurrente.
La convivencia de generaciones que
vienen de un universo análogo (de impresos, manuscritos y papel) versus aquellas
que han crecido como “nativos digitales”
implica, más que simple comprensión,
profunda empatía. Así como en el siglo XV
la invención de la imprenta y los tipos móviles generó una crisis en la producción
de manuscritos y en la vida de los amanuenses y copistas, que vieron ampliarse
el universo del libro a límites insospechados, hoy vivimos otra crisis, derivada de
la invención de la impresión digital y los
soportes electrónicos.
Esta coyuntura, como toda encrucijada en la vida cultural, puede enfrentarse desde distintos puntos de vista.
Ya sea como una amenaza con disputas
y discordias o como una oportunidad de
encuentro, diálogo y colaboración bajo
nuevos parámetros de comunicación.
La clave estaría en asumir que se trata
de otra más de las manifestaciones de la
discontinuidad en que se funda la cultura, versus la posibilidad de forzar aquella
ilusión que idealiza y ambiciona estructuras inalterables para lo humano.
Por una parte, jóvenes y niños son cada
vez más expertos en lo que teóricamente
no conocen hasta cinco minutos antes,
como si viniesen genéticamente “programados”, lo que les permite acceder,
conocer y reconocer el funcionamiento
de las distintas interfaces, hasta las más
recientes. Mientras, los padres, también
jóvenes, reconocen que la tecnología los
supera y que, en una proporción inversa,
sus hijos son atraídos por un magnetismo, para algunos, siniestro. La queja de
la supuesta enajenación que traería consigo la tecnología, usada sin conciencia ni
control, y la falta de protocolos del idioma, entre otros aspectos, escandalizan a
algunos, como si estuviesen frente a un
torrente de cambios culturales del que
nadie asume el control.
Las lamentaciones por las mutaciones
del idioma, infiltradas por la globalización del inglés como lengua franca, sumadas a la migración de formas orales
a la escritura, como chat y SMS, hacen
temer una pérdida. No se sabe bien de
qué, pero una pérdida. Nuevamente, en
este caso, no se trata sino de una premisa
esencialista que fantasea, como si esto
fuera posible, con la existencia de un solo
idioma en el planeta, que no debiese su
formación y perdurase, precisamente,
gracias a la influencia cultural fruto del
contacto con otras lenguas y culturas.
A esta situación, retratada aquí superficialmente, se suma el establecimiento
—este sí reciente— de la world wide web,
con el consecuente incremento exponencial de información disponible y la consiguiente dificultad de los usuarios para
abordarla, práctica, y si se quiere, metodológicamente. Uno de los desafíos que
impone la red se halla en la generación de
categorías para organizar la información
y asegurar el camino a los contenidos en
el ciberespacio. La realidad tecnológica
configura una hiperconectividad que se
ha vuelto parte de nuestro quehacer cotidiano y que, en general, se considera un
aporte ingente de soluciones y mejoras,
pero también problemas, para la vida en
comunidad. La internet y la resultante aldea global cambiaron los modos de
comunicación, consumo de medios e interacción entre individuos, e implican
la articulación de lenguajes mediales de
creciente complejidad. Tanto en el acceso
como en la transformación y distribución
del conocimiento, se ha ido modelando
una revolución o —más aún— varios y
constantes ciclos cada vez más cortos de
estabilidad; su impacto equivale al de la
invención de la escritura o de la imprenta
(Cox, 2000; Hobart & Shiffman, 2000).
Hasta hace sólo unas décadas, la invención de la imprenta era el referente
principal al momento de ejemplificar la
gran revolución del conocimiento y los
quiebres de paradigmas en el siglo XV.
Sin embargo, esta nueva emergencia de
discontinuidad cultural no está exenta de
polémicas, centrada en uno de los medios
a los que atribuimos el desarrollo actual:
la computación. En cierto modo, la queja por los efectos negativos producto de
la masificación de las TICs y los cambios
que implican e implicarán es una falta de
sinceramiento causal de todo un modelo
de desarrollo derivado precisamente de
la combinación interdisciplinaria de formas de conocimiento humanista, técnico
y científico. Sueño de la razón y del desarrollo del que despertamos con la pregunta ¿cómo llegamos hasta aquí?
En este sentido, el paso del libro impreso al libro digital y sus consecuencias
deben medirse cuidadosamente. No se
trata de la emergencia sin precedentes
que describen algunos, sino simplemente
del hecho que, esta vez, los lectores reciben un producto de mediación que en el
mundo de la producción de libros existía hace décadas (Katz, 2012). Técnicos y
profesionales del mundo del diseño y la
imprenta disfrutan de estos avances sin
que nadie, o tal vez pocos, se lamenten
por la integración de sistemas de producción derivados de la computarización
de los procesos de producción. Mientras
por años la fabricación de libros era optimizada y mejorada gracias a los sistemas
computacionales y digitales, el producto
seguía siendo el mismo: un libro impreso. Hoy la tecnología ha permitido abrir
ese espacio a los lectores, de modo que
las interfaces con que diseñadores e impresores trabajan lleguen directamente
al lector. En el fondo, reciben aquello que
para la imprenta tradicional habría sido
parte del proceso como producto final. El
pre-libro con el que se trabajaba para que
los escritores pudieran modificar, diseñadores paginar y correctores corregir, es lo
que —reelaborado, rediseñado y perfeccionado— llega al lector.
Entender este alcance y efecto en la sociedad de las TICs es una necesidad que
ha ganado relevancia y, desde la última
década del siglo XX, ha implicado la formación de nuevas disciplinas que buscan
dar sentido al quehacer tradicionalmente
asociado a la escritura y la lectura, ahora enfrentado a la eclosión tecnológica.
En la medida que la ciencia computacional avanza a velocidades exponenciales
―acelerando los ciclos de innovación y
obsolescencia― el entendimiento crítico
y teórico de su impacto en el ámbito tradicional de la cultura, con sus regímenes
simbólicos y formatos asociados, intenta mantenerse al día y salvar el desfase
obligatorio entre un evento y el análisis
o comprensión de éste. Se vive, entonces,
una transformación simbólica radical,
donde las manifestaciones tradicionales
asociadas a la representación del conocimiento se han vuelto difusas. Así es como
se dan nuevas formas de allure cultural:
miles de libros en un Kindle, bibliotecas
digitales de acceso libre, audiolibros y
podcasts (archivos de audio por descarga),
lo mismo que videocasts, todo desde tablets
y teléfonos inteligentes multifuncionales.
Al mismo tiempo, como señala Craig
Mod, nuevas características de diagramación, a partir del concepto de un plano infinito, rompen con la determinante
histórica de la medida del pliego de papel
y sus dimensiones fraccionales (2011). En
el caso de la tipografía, la visualización de
páginas y tamaños de letras, el control de
variables de tamaño y detalle por parte
del usuario, ya no están determinados por
el diseño fijo y vuelven más accesible y de
mejor calidad la experiencia de lectura. El
producto permanece abierto a las transformaciones y exigencias del lector. A ello
además debemos sumar la interactividad,
pero no sólo aquella pre-programada,
sino también una interconectada en tiempo real en un browser (Mod, 2011).
En 1945, Vannevar Bush ―el entonces director de la Oficina de Desarrollo e
Investigación Científica de EE.UU.―, al
vislumbrar el fin de la Segunda Guerra
Mundial, publicó el ensayo As We May
!ink, en el que esbozaba las tareas a las
que podrían dedicarse los científicos una
vez que los desafíos militares terminaran
y pudieran volver a labores no bélicas. En
dicho texto, describe la complejidad a la
que se enfrenta ante el creciente corpus de
información técnica, académica y disciplinar, junto con plantear que los métodos
de transmisión y revisión de contenidos
resultan extemporáneos e inadecuados.
Bush explica la imposibilidad de consumir conocimiento tan rápido como éste se
produce y plantea que nuestra «ineptitud
para acceder al registro [de información]
es en gran parte causada por la artificialidad de nuestros sistemas de indexación».
Cuando datos de cualquier tipo son almacenados, son archivados ya sea alfabética
o numéricamente, y la información es encontrada (cuando lo es) mediante cadenas
que van de subclase a subclase. Esta información puede estar en un solo lugar, a no
ser que se utilicen duplicados, tal como
ocurre en el caso del libro impreso y la
necesidad de acceder a copias físicas, con
la consiguiente demanda de las personas
de tener acceso a las reglas que permitan establecer la cadena que los localice:
«Habiendo encontrado un ítem, uno debe
emerger del sistema y reentrar siguiendo
una nueva cadena» (Bush, 1991 [1945]).
Enfrentado a este problema, Bush explica que la mente humana funciona de un
modo diferente al operar por asociación,
saltando de un elemento al siguiente, al
relacionar libremente, sin las limitaciones
de un sistema de indexación. Él plantea
un futuro dispositivo tecnológico ―que
denomina Memex― que permitiría a las
personas construir “caminos” que interconectan elementos separados: «formas
enteramente nuevas de enciclopedias
aparecerán ―explica Bush en 1945―,
precargadas con un enjambre de caminos
asociativos que las atraviesan».
El ensayo de Bush es considerado por
muchos autores como la primera aproximación a lo que ahora llamamos hipertexto e hipermedia (Irish & Trigg,
1989; Landow, 2006; Whitehead, 2000).
Ted Nelson acuñó ambos términos en
1965 y desde entonces las capacidades
de hipervincular contenidos, junto con
la posibilidad técnica del acceso aleatorio e instantáneo a la información, han
reestructurado la manera en que nos
relacionamos con la red interconectada
de conocimiento humano. El uso de sustratos físicos de documentación y registro ―material impreso y recursos no
digitales―, al igual que cualquier otra
tecnología, implica la aceptación de un
“programa”; debido a que previo a la
emergencia de internet la información
se documentaba en contenidos escritos
y luego impresos, a partir de este modelo de transmisión del conocimiento se
estableció la hegemonía del libro como
modelo jerárquico y lineal de consumo
de textos.
El prohibitivo costo del impreso fomentó la formación de circuitos de validación
donde las nociones de centro y margen
seguían principios económicos. Hoy, las
redes virtuales y la prácticamente infinita capacidad de almacenamiento reemplazan la necesidad de recursos físicos y
posibilitan una apertura democrática del
registro. Debido a lo anterior, se requie-
La convivencia de generaciones que vienen de un universo análogo versus aquellas que han crecido como “nativos digitales” implica, más que simple
comprensión, profunda empatía.
138 DISEÑA DOSSIER
139
PUBMED
PROCESO DE DISEÑO DEL LIBRO DIGITAL “THE EMERGENCE OF LIFE. FROM CHEMICAL ORIGINS TO SYNTHETIC LIFE”
GOOGLE
SCHOLAR
AMAZON
GOOGLE
BOOKS
La función de comentar el texto se le presenta al lector como un sistema de
anotaciones al margen, donde el lector puede hacer anotaciones a cualquier altura
del texto (manteniendo una relación visual con lo que se comenta) y responder las
anotaciones de los demás lectores, manteniendo así diferentes líneas de discusión
simultáneas y no una sola al final del texto.
ENCONTRAR TEXTO
ÍNDICE
IMPRIMIR
Todas las citas dentro del libro funcionan como hipervínculos que muestran la
referencia bibliográfica en un recuadro emergente. Desde ahí el usuario puede acceder
directamente a textos digitales alojados en plataformas virtuales como Google books,
PubMed o incluso Amazon. También puede acceder a un índice bibliográfico de todas
las referencias.
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WIKIPEDIA
Para comunicar las funciones
del libro se utilizaron íconos
reconocibles en el ámbito web.
Una de las características
importantes de la interfaz es
su capacidad de recuperar
resultados de búsqueda
directamente desde la
enciclopedia virtual Wikipedia,
el símbolo por excelencia de
las plataformas abiertas de
construcción de contenido.
La forma de desplegar el
contenido no responde a la
lógica de la página impresa
sino a la naturalidad con la
que utilizamos contenido en
la red, desplazándose siempre
hacia abajo con el toque de
los dedos y manteniendo el
contenido parcelado en las
subsecciones del capítulo
para no agotar al lector.
NOTAS AL
MARGEN
Uno de los desafíos que impone la red se halla en la generación de categorías para organizar
140 DISEÑA DOSSIER
la información y asegurar el camino a los contenidos en el ciberespacio.
141
Distintos lenguajes
representativos amplían,
de este modo, la relación
de palabras y cosas,
al agregar imágenes y
sonidos como materiales
Ejemplo de una de las imágenes interactivas
del libro que incorpora las características
propias del dispositivo. En este caso el
modelo 3D es rotable en 360º y puede ser
visionado por capas. Estas características
pueden influir en el aprendizaje.
equivalentes y, sobre
todo, complementarios.
ren nuevas lógicas de consumo medial
que asuman dinámicas no lineales de organización, recuperación y lectura. Como
plantea Landow:
«en la medida que los lectores se
mueven por una red de textos,
continuamente cambian el centro
―y, por tanto, el foco o principio
organizador― de su investigación y
de su experiencia. El hipertexto, en
otras palabras, provee un sistema
infinitamente re-centrable, cuyo
punto provisional de enfoque
depende del lector, que se convierte
en un lector verdaderamente
activo» (Landow, 2006).
Asimismo, existe otra variable de costo,
pero esta vez no en un sentido económico,
sino estético y, por ende, cognitivo. La bre-
142 DISEÑA DOSSIER
cha en la representación del conocimiento plasmada en contextos transmediales
enfrenta patrones de comportamiento
estructurales, propios del modelo perceptivo derivado de la sensibilidad humana.
La brecha entre visualidad y oralidad se
manifiesta al enfrentarlo a un modelo cognitivo y de aprendizaje centrado en la escritura y la lectura. Oralidad y visualidad
quedan en una categoría inferior como
sistemas aparentemente menos elaborados que aquellos basados en abstracciones
simbólicas, signos. Si entendemos que
la aparición del lenguaje en el horizonte
temporal de la constitución de la especie
humana ocurrió unos 50.000 años atrás,
deberemos considerar que la escritura o
traducción a símbolos es un fenómeno aún
más reciente, especialmente en algunos
contextos geográficos. La nueva cartografía de medios impone la ampliación defini-
tiva del conocimiento a una experiencia de
interacción y, por lo tanto, de aprendizaje,
donde no sólo el texto y su decodificación
cargan con el mensaje, sino que se ha instalado un nuevo escenario donde, más que
haber perdido uno de los más grandes
valores culturales, el libro, asistimos a un
proceso de innovación que integra una variable de tipo múltiple, un cruce, una confluencia medial en varios niveles.
Distintos lenguajes representativos
amplían, de este modo, la relación de palabras y cosas, al agregar imágenes y sonidos como materiales equivalentes y, sobre
todo, complementarios. Se trata de una
experiencia compleja, que aunque siempre fue parte de la lectura, sin embargo,
ahora, se vuelve manifiesta. Una dimensión que integra la experiencia estética
multisensible (por ejemplo, ver, escuchar,
tocar) y supera el modelo tradicional que
supedita la imagen a las palabras. Se trata
de una experiencia que integra los procesos mentales habitualmente asociados
a la lectura con un conocimiento sensible entendido como experiencia estética.
Porque, a pesar del prejuicio racionalista,
percibir ya es interpretar; las nuevas formas de lectura se basan en la riqueza que
esto significa como experiencia de conocimiento y para el conocimiento. Es decir,
pasar del cliché de “una imagen vale más
que mil palabras”, a su aplicación, cuando corresponda. Ampliación medial facilitada por objetos multi-representativos
o multimodales, que obligan a proyectar
una semiótica que exprese la integración
entre imágenes, textos, videos, audios e
hipervínculos, entre otros (Kress, 2003).
El universo del libro vive un nuevo auge,
un giro copernicano del que no hay vuelta
atrás. Podrán cambiar los nombres de los
programas y agudizarse o dilatarse su obsolescencia, pero no es posible deshacer
los procesos de desarrollo tecnológico ni
sus efectos; lo que sí es posible, es buscar el
modo en que colaboren positivamente con
las necesidades humanas y ambientales.
Por lo tanto, es necesario desarrollar instancias de recuperación de los puentes entre los formatos, imaginar su convivencia
y armonizar los cambios constantes y las
crisis cada vez más recurrentes, versus resistir el cambio, no sólo en los dispositivos,
sino en las formas de lectura, los hábitos,
así como en las formas de atención e inteligencia asociadas al horizonte tecnológico
correspondiente. Como bien señalaron Eco
y Carriére, «nadie acabará con los libros»
(2009), de eso no cabe duda; sobre todo,
porque tenemos millones de volúmenes
que es necesario no sólo conservar, sino
volver a leer, porque son parte del patrimonio de la humanidad. Los libros digitales
son ya también parte de ese patrimonio,
más reciente, y es mejor aprovechar el potencial que representan a la hora de pensar
en el siguiente desafío que es el libre acceso
a los contenidos. Cientos de miles de libros
ya no están afectos a los derechos de autor
―legislación que nadie está poniendo en
duda y que nunca más que hoy ha gozado
de mejor salud―; por lo tanto, hay mucho
que compartir y sobre todo mucho que leer.
Quizás algo del paso histórico de la lectura en voz alta y grupal a las maneras
que practicamos hoy, en voz baja por lo
general, es similar a esta nueva integración de un conocimiento sensible ampliado hacia una experiencia estético-
cognitiva. Podemos leer, ver imágenes y
escuchar: ¿por qué tendría que ser una
amenaza para el conocimiento y la cultura, si más bien parece cumplir con lo que
siempre hemos soñado para los libros y la
experiencia de lectura?
La comunicación posibilita que las
mentes interactúen, y a través de este proceso emergen las nuevas ideas. Ninguna
herramienta es más potente en alcanzar
dichas interacciones como la posibilidad
de conectar computadores en red, y es a
esa dimensión que los medios digitales de
publicación vienen a integrarse. Cuando
una persona intenta comunicarse, debe
traspasar ideas de su modelo interno a un
modelo externo, asumiendo alguna forma
compartida, como palabras, gestos o imágenes. La mayoría de las veces el modelo
externo no representa del todo al modelo
interno; sin embargo, el computador es
un medio más versátil que permite alinear de mejor modo los modelos mentales
de las personas que intentan comunicarse. Douglas Engelbart ―el inventor del
mouse, entre otros aportes― plantea que
los computadores son el medio a través
del cual las personas pueden aumentar su
intelecto personal y colectivo, tal como ha
sido en contextos anteriores, en el que los
humanos constantemente han acrecentado su intelecto a través del lenguaje, los
artefactos, las metodologías y el entrenamiento en las codificaciones o sistemas de
símbolos intercambiables.
De este modo, la transformación que
describimos tiene aspectos materiales que
es importante considerar. Muchos viejos
libros conservados, incluso en formatos
no necesariamente antiguos, hechos de
papel, ya no se pueden leer simplemente
porque, debido a la calidad del material,
se han deteriorado a una velocidad mayor
a aquella en que se degrada un papiro. En
este sentido, debemos agradecer que exista la posibilidad de digitalizarlos y, de este
modo, asegurarnos de poder seguir accediendo al contenido, a pesar que su contenedor esté guardado en una gaveta libre de
ácido y con las precauciones correspondientes para su conservación. Esta fase integrada de tecnologías de la información
y comunicación, pero también del conocimiento, corresponde simplemente a un
perfeccionamiento de los sistemas derivados de las necesidades de la sensibilidad y
capacidad cognitiva humana, que, como es
obvio, comenzaron con formas más precarias, pero que, sin embargo, no por esa ra-
zón hemos mantenido. Los seres humanos
desechamos lo que nos parece ya no sirve,
y esos objetos o procesos obsoletos pasan
del uso a la conservación en algún museo
de ciencia, de arte o una biblioteca.
Otra forma de comprender los nuevos
formatos que vienen a complementar el
libro, así como los hábitos lectores, es la
planteada por Alan C. Kay, quien amplía la
sentencia de Marshall McLuhan, y afirma
que las tecnologías no son exclusivamente un vehículo para un medio, sino que
son el medio en sí (1972). De este modo, la
tecnología no remite sólo a una máquina,
sino también a un insumo para el crecimiento del intelecto y la creatividad humana. Kay propone al computador como
un meta-medio donde las ideas pueden
crecer, florecer y expandirse; y, de este
modo, si la máquina cambia, también esto
afecta al contenido y la semántica que se
requiere para su interpretación. Es un
meta-medio, dado que tiene la posibilidad
de ser todos los otros medios a la vez.
Por su parte, Licklider planteó la existencia de una dependencia mutua entre
computadores y personas, sobre la base
de que las habilidades de humanos y máquinas son muy diferentes pero altamente complementarias. Los humanos nos
comunicamos lentamente con muchos
errores, pero nuestros cerebros manejan información de maneras altamente
complejas. Los computadores son exactamente lo contrario, extraordinariamente
rápidos y precisos, pero simples (Licklider, 1965). En la medida que los caminos
de información se diversifican, se flexibilizan con ello las posibilidades curatoriales del usuario, sobre todo respecto de
la liberación de marcos disciplinares, lo
que implica que la información también
se va descomponiendo y compartimentando. De este modo, los fragmentos o bits
de información se van tejiendo en redes
complejas multirreferenciadas. Este efecto que observamos en todo el contexto de
producción de conocimiento también se
transfiere al universo del libro en todas
sus versiones, con consecuencias en los
sistemas de catalogación, y el consecuente temor al desorden y al caos categorial.
El mismo Licklider sostuvo que las bibliotecas del futuro funcionarían como
componentes simbióticos de la experiencia humana, al complementar, reemplazar y extender las capacidades de manejo
y procesamiento de información de la humanidad (1965). El supuesto fundamental
143
De esta manera, el usuario se perfila no sólo
como consumidor, sino también como generador
y recuperador de información.
La portada del libro, elemento clásico en el diseño de
impresos, ha sido repensada para un contexto digital
mostrando un fondo completamente animado y acceso a un
índice interactivo que por medio de hipervínculos lleva al
lector directamente a los capítulos listados.
144 DISEÑA DOSSIER
detrás de las ideas de Licklider es que los
humanos vivirían mejor con mejor información, y es difícil no estar de acuerdo
con este principio. Sin embargo, a la hora
de enfrentar las nuevas formas de comportamiento, el gran desafío es cómo se
manejan la información y las estrategias
para ponerla en uso.
Engelbart arguye que el crecimiento
del cuerpo del conocimiento humano
sólo puede ser administrado con estrategias apropiadas de acceso a la información (retrieval), pero es en esta coyuntura
donde los sistemas tradicionales de compartimentación semántica se levantan
como muros infranqueables (1962). Es
evidente que desde hace algunas décadas
son aceptados modelos diversos y flexibles de pensar la inteligencia; no obstante, aún es muy difícil que las actividades
asociadas a los saberes puedan incorporar otras valoraciones que no estén marcadas por los contenidos transmitidos,
más que, por ejemplo, centrados en un
aprender/saber en el hacer y formas de
experiencia para el desarrollo de habilidades blandas no centradas en el contenido mismo (Bekerman, 2011).
Quizás una de las características que
mejor han sobrevivido a los regímenes
cognitivos centrados sólo en procesos racionales, malentendidos como puramente
mentales, es la valoración actual de la creatividad, lo que se debe, precisamente, a
que hay otras formas de conocimiento que
cada vez se vuelven más necesarias para
acompañar la experiencia de los saberes.
Por una parte, aquel vinculado a la percepción y el conocimiento que aporta la sensibilidad y el cuerpo, como complemento
absolutamente necesario de la experiencia
cognitiva (Nussbaum, 2012). Por otra, la
capacidad de intervenir en los contenidos
que percibe ese cuerpo y en la información
que media el dispositivo con el que interactúa. De esta manera, el usuario se perfila no
sólo como consumidor, sino también como
generador y recuperador de información.
Para Engelbart, el problema disciplinar
involucra «mirar hacia atrás en el tiempo
y ver lo que han contribuido otros y que
sería beneficioso para el individuo de hoy»
(1962). Así, la “cita o referencia”, entendida
como el fragmento de un texto o imagen,
tomado de un contexto mayor del que ha
sido extractado, se vuelve un acto de rescate de aquello que “sirve” al presente.
Y así, como cuando se pasó de los rollos
o volúmenes a los libros, éstos siguieron
conviviendo por largo tiempo en ambas
versiones, los formatos digitales no llegaron para acabar con los otros formatos,
sino para adecuarse a los usos. Justamente,
uno de los usos que aportó el hipervínculo
y el hipertexto remite a la posibilidad de
colaborar y cooperar en la comunicación,
pero también en la creación de nuevos textos y en una multiplicidad de producciones
culturales que superan la lectura individual, la que, por cierto, seguirá existiendo.
Engelbart, por ejemplo, plantea que cada
uno, desde una especialidad disciplinar
o no, puede aportar a un sistema colectivo de resolución de problemas. Lo mismo
podríamos desplazarlo hacia el ámbito de
la creación, e imaginar una novela, relato
o filme que puede plantearse pragmáticamente como una obra abierta donde la interacción con el usuario/lector/espectador
cierra el ciclo de la creación en paralelo al
de la recepción (Verdugo, et al., 2011). Esto,
sumado a la posibilidad que representan
las redes sociales a la hora de proyectar
búsquedas colaborativas en las que sin
duda podemos alcanzar una multiplicación
de una capacidad individual que, de esta
forma, no sólo pasa por una máquina que
nos ayuda a dar con algo que buscamos,
sino por series interconectadas de sistemas
y personas que amplifican la potencia de
búsqueda y, asimismo, la capacidad comunitaria de una solidaridad cultural sin fronteras (salvo en los idiomas). Debido a que
todo está interrelacionado, un avance en un
campo puede desatar una cadena de avances en otras áreas. Una persona, cualquiera,
puede gatillar un mundo de diferencias al
“participar”, dice Engelbart.
Finalmente, Nelson, en 1965, ya proyectaba la necesidad de imaginar sistemas
para superar la linealidad del lenguaje
que hasta ese momento dominaba tanto la
producción como las posibilidades de consumo de contenidos (Nelson, 1965). Esta
unidimensionalidad, combinada con las
antiguas tecnologías de impresión y empastado, habían atrapado, por su parte, la
lectura lineal y, por ende, un pensamiento
lineal. Esta jerarquía preestablecida por
una forma y sus formatos vino a ser complementada y, en contraste, hace posible
que las ideas puedan expresarse como
redes que se entrecruzan. La estructura
de las ideas no es nunca secuencial, tal
como tampoco lo son nuestros procesos
de pensamiento. De manera que el futuro
del libro está aún por venir; es decir, nos
enfrentamos a un pasado con porvenir.
DNA
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