REFLEXIONES A LOS 45 AÑOS DE EGRESO DEL COLEGIO DE LA SALLE (A las bodas de Zafiro) A esta altura de nuestras vidas una preocupación ronda nuestras mentes como nubes negras que avanzan desde el horizonte preanunciando la tormenta: el futuro próximo corresponderá a los tiempos de la vejez, con sus consiguientes pasividades de disminución. Esta perspectiva se nos puede hacer incluso aterradora, porque acabamos de ver la antesala del suceso en nuestros padres y nuestros tíos, quienes nos antecedieron en la experiencia. Sin embargo hasta las pasividades de disminución pueden ser una ocasión para un desarrollo de la sabiduría. Hace pocos días un joven de 25 años me preguntó cuál fue la mejor edad de mi vida, a lo que respondí sin titubear: “este momento”. Es ahora, cuando hemos aquilatado un conocimiento importante sobre la vida, donde nos plantamos en nuestra propia cosmovisión con seguridad, donde el conocimiento puede sublimarse en sabiduría. Tenemos experiencia en varias áreas de la actividad laboral, pero también en el arte de vivir. Vivimos cada uno “a nuestro modo”, porque sabemos ya darle personalidad a nuestro ritmo vital. El joven tiene sin dudas más energía para embestir contra la realidad que se le impone, mas tiene todo en potencia y poco o nada en acto. El tiene todavía que demostrar que lo que tiene en potencia puede transformarlo en una realización concreta. Nosotros en cambio, tenemos mucho ya realizado, y eso no se puede ya cambiar, ahí está: “hecho”. Nadie puede cuestionarnos lo realizado, mal o bien pero ahí está, expuesto como contundente prueba. Ya llevamos mucho realizado: estudios, carrera, familia, hijos,…nueva familia, obras, y tenemos aún mucho por realizar, pues ahora es el momento donde entra a valer nuestra experiencia aplicada a la acción. Tenemos mucho que comunicar, las generaciones que nos siguen adolecen de muchas carencias que nosotros sabemos llenar: En primer término han vivido en la era de mayor incremento de la tecnología, lo que les significa tener muy encarnado el concepto de que “lo nuevo es más perfecto que lo viejo”. Esto se evidencia en el cambio permanente de hardware: cada vez que hoy compramos un computador lo hacemos a regañadientes, pues sabemos que el que saldrá mañana mismo será muy superior al que acabamos de instalar. Sin pensarlo el joven traslada este principio a todos los ámbitos de su experiencia y concluye en una falacia: “el viejo no hace más que decir tonterías, su época ya fue, no sirve”. Y es así que nos descalifica casi sin pensarlo. En segundo lugar se encuentra la falta de disciplina. Hoy hay una carencia de espíritu de disciplina, pues se entiende que lo que debe potenciarse es la libertad, y la misma significa que cada uno pueda hacer lo que se le antoja. Ante este simple y también falaz razonamiento, el joven descansa en un cómodo deslizarse sin esfuerzo con un mínimo de exigencia, sin un contralor que lo obligue a un cambio. En tercer término hay una pérdida de valores espirituales debido a la decadencia de las religiones. Lamentablemente la falta de sensatez de las jerarquías eclesiásticas de todas las religiones ha hecho estragos, conllevando un desprestigio que atenta directamente a las concepciones religiosas. Finalmente, hay en el mundo un doble discurso en los modos de acción que es incoherente con el objetivo buscado. Así vemos a un poderoso jefe de estado, como lo es Bush, asegurando verse obligado a una guerra preventiva para asegurar la paz. Nosotros en cambio fuimos privilegiados por la posibilidad de contar en nuestra formación con los Hermanos Lasallanos. Ellos fueron personas dedicadas ciento por ciento a nosotros, con un criterio que restablecía al derecho a cada una de las cuatro falacias arriba citadas. Ellos nos dieron herramientas formidables para actuar. En, como mucho, 12 años de escuela lograron modelar nuestros pasados 45 años, y seguirán modelando la acción del resto de nuestros días. Sin pretender enumerar todas estas herramientas, citaré solo algunas: Nos dieron normas de acción. Nos enseñaron a trabajar con nuestra conciencia en la mano. Recuerdo al respecto el énfasis puesto en diario examen de conciencia. Replantearnos por la noche todas nuestras acciones diarias es realmente un alambique depurador. Nos permite detectar errores de procedimiento y corregirlos. Es una tarea constante y disciplinada que va más allá de cualquier connotación religiosa. Es un mecanismo de perfeccionamiento Humano. Nos emularon a estudiar permanentemente. Esto significa capacitación para la acción siempre renovada. Nos dieron una línea de conducta. El respeto al prójimo era elemental. Nos enseñaron a competir sanamente con la mejor herramienta: fomentando el deporte. Esto nos dio un espíritu de lucha y de vinculación con el compañero. Recordemos la tradicional lucha, en sexto grado, entre Cartago y Romano , con la dirección del Mariscal de Campo, el Hermano Teodoro. Nos dieron el sentido de la nobleza de espíritu. También el sentido de participación. Nos trasladaron el espíritu de la comunidad que ellos formaban. Prueba de ello es este maravilloso encuentro habitual de los exalumnos, quienes manifestamos una alegría al encontrarnos y reunirnos. De hecho, está a la vista en nuestra experiencia. Nos mostraron con su dedicación a nosotros, que todo se consigue cuando hay voluntad y dedicación constante hacia los medios conducentes al objetivo propuesto. Pero no debemos engreirnos con lo aprendido, sino aquilatarlo en sabiduría para poder ayudar con lo aprendido, y sobretodo, ser flexibles para reconocer los mejoramientos que las nuevas generaciones nos aportan, que no son pocos. Hay que ser reconocedores de lo fáctico. Aquello que vale debe ser visto y estudiado para aprender nuevamente. En adelante nuestra práctica deberá ser la desestructuración constante: No nos conformemos con lo logrado, sepamos habitar otras concepciones o tomar de ellas lo bueno. Toda estructura mental es similar a un edificio o un puente: son estructuras que nos facilitan el sustento y nos protegen de las inclemencias, pero no son la vida. La vida es de quien habita las estructuras. No continuemos nuestras vidas en vetustos edificios que se han enmohecido con la obsolescencia. Renovemos nuestras concepciones cuando haga falta. Este dinamismo es el que nos mantendrá jóvenes hasta el final de nuestros días. Las estructuras mentales son, por ejemplo, nuestra cosmovisión, nuestro modo de vivir en la sociedad, un modo de vivir en familia, un modo de trabajar. Tendemos a imponer nuestro modo como único viable. ¡Cuidado con eso! Aceptemos las diferencias. Esto no significa que debamos aceptar un cambio si lo nuestro funciona, sino reconocer que lo otro también es conducente y posible. Aceptemos las diferencias, ellas son vivificantes. Tal vez unos revoques nuevos y una pintada a nuestro edificio no nos vendría mal! Tenemos que poder vivir en armonía con nuestros vecinos aunque ellos no piensen ni actúen como nosotros. No nos encerremos en nuestros esquemas. Hay riqueza en la diferencia. Hagamos de este modo una maravillosa experiencia de nuestros futuros años de vida. Lo mejor nos queda aún por vivir. Con todo cariño a mis compañeros de la promoción 1961 Miguel Marlaire