COMENTARIO LEGAL En: Suplemento Enfoque Contable de la Revista Análisis Tributario (ISSN 2223-3016), Nº 2, AELE, diciembre de 2011, 41 a 44. La obligación de presentar información financiera auditada INTRODUCCIÓN 1 En el complicado proceso del último cambio de Gobierno, el Congreso de la República aprobó la Ley Nº 29720, titulada como “Ley que promueve las emisiones de valores mobiliarios y fortalece el mercado de capitales” (en adelante, “la Ley”). Es muy probable que sea precisamente el particular contexto político que había en el país –con los inversionistas mucho más preocupados por la orientación económica general del nuevo gobierno que por algún dispositivo legal en concreto– lo que permitió que esta cuestionable norma haya sido aprobada sin el debate que ameritaba. En este breve artículo pretendo concentrarme en uno de los muchos polémicos temas que trae la Ley: la obligación impuesta a las empresas que no participan en el mercado de valores de hacer auditar y de poner a disposición del público su información financiera. 2 LA FALTA DE UN CONCEPTO CLARO Como en muchos otros casos, bajo la palabra “promoción” se justifica prácticamente cualquier cosa en la normativa peruana. De hecho, parece que cada vez que hay alguna iniciativa legislativa relacionada con el mercado de valores resulta imprescindible tildarla de “promoción”, aun cuando esta palabra no guarde correspondencia alguna con lo que se está haciendo(1). ANTONIO GUARNIZ IZQUIERDO (*)(**) En este caso, por el título que tiene la Ley, se esperaría encontrar una serie de dispositivos cuyo objetivo sea incentivar o ayudar a las empresas a que realicen emisiones en el mercado de valores. Sin embargo, lo que contiene la Ley es una serie de disposiciones que no guardan una coherencia interna entre sí. Muchas de ellas constituyen cambios verdaderamente triviales y otras van inclusive directamente en contra del objetivo declarado de promover las emisiones de valores(2). En este contexto se enmarca el artículo 5° de la Ley, que establece una obligación de presentación de información para las empresas que no se encuentran supervisadas por la Superintendencia del Mercado de Valores (SMV). 3A LCANCES DE LA OBLIGACIÓN La Ley impone básicamente dos obligaciones: (i) auditar anualmente la información financiera; y, (ii) pre- sentar esta información auditada a la SMV, quien, a su vez, la pondrá a disposición del público. Como puede verse, los alcances de la obligación parecen bastante simples, excepto por un asunto importante que conviene analizar en detalle. La obligación de presentar información financiera auditada no comprende a todas las personas jurídicas sino únicamente a aquellas que alcanzan o superan la cifra de tres mil Unidades Impositivas Tributarias (UIT) –en la actualidad esta cifra equivale a S/. 10 800 000,00 (aproximadamente U$S 4 000 000,00)– en: (i) activos totales; o, (ii) ingresos anuales por venta de bienes o prestación de servicios. Es precisamente este segundo punto el que conviene analizar. Es sencillo determinar si a determinada fecha los activos totales de una empresa superan o no cierta cifra. Lo único que se necesita para ello es consultar el Balance General a esa fecha. Sería igualmente sencillo determinar los ingresos “totales” anuales de una persona jurídica, para ello solo se –––––– (*) Abogado por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Máster in Laws – Columbia University. Asociado Senior del Estudio Ferrero Abogados. (**) El presente artículo expresa la opinión personal del autor, que no es necesariamente compartida ni compromete la opinión institucional del Estudio Ferrero Abogados. (1) En otras ocasiones me he referido al tema de la “promoción” del mercado de valores. Ver: GUARNIZ IZQUIERDO, Antonio. “La promoción del mercado de valores en el Perú”. EN: Ius et Veritas, Nº 26, págs. 182 y siguientes. (2) Solo por poner un ejemplo, esta norma, supuestamente promotora, instaura un régimen de responsabilidad objetiva para directores y gerentes de empresas listadas. Es decir, que estas personas en adelante son responsables por las pérdidas del negocio aun cuando hayan actuado con la debida diligencia y lealtad. Semejante medida no solo no promueve nuevas emisiones, sino que genera incentivos para que las empresas que actualmente participan en el mercado de valores, se retiren de él. diciembre 2011 / 41 requiere revisar el Estado de Ganancias y Pérdidas por el periodo relevante. No obstante, en el segundo supuesto, la Ley no se refiere a los ingresos “totales” anuales, sino únicamente a aquellos ingresos que se generan como consecuencia de “venta de bienes o prestación de servicios”. Como consecuencia de lo anterior, teóricamente, una empresa podría sostener que aun cuando sus ingresos anuales superan con exceso las tres mil UIT, no todos ellos –ni siquiera la mayoría– se explica por la venta de bienes ni por la prestación de servicios. Imaginemos, por ejemplo, una empresa que se dedica a alquilar locales comerciales. Todos los ingresos derivados del arrendamiento de tales locales –teóricamente deberían ser sus ingresos principales, pues se trata de su objeto social– deberían ser deducidos de los ingresos totales anuales para efectos de determinar si dicha empresa se encuentra sujeta o no a la Ley. Cabe indicar, para aclarar el ejemplo, que si bien para efectos de las normas del Impuesto General a las Ventas (IGV) el arrendamiento de bienes constituye un servicio, al igual que los “servicios financieros”, esta interpretación es excepcional y únicamente válida para los propósitos de dicho tributo. Es más, la calificación de tales actividades como “servicios” en la normativa sobre IGV está justificada precisamente en el criterio de especialidad de la norma tributaria, que define sus propios términos. En consecuencia, no puede hacerse una analogía de esa definición –la de la norma del IGV– a la que correspondería aplicar en esta Ley, que no solo no se trata del IGV, sino que ni siquiera es una norma tributaria. Por lo tanto, para la calificación de “venta de bienes” y “prestación de servicios”, deben regir las normas generales del Código Civil (CC). Bajo este punto de vista, los ingresos que una persona jurídica tenga por concepto de contratos de permuta, suministro, donación, mutuo, arrendamiento, hospedaje, comodato, fianza, renta vitalicia u otros contratos atípicos y/o innominados deben ser deducidos de los ingresos totales anuales de dicha persona jurídica para 42 / diciembre 2011 efectos de determinar si está sujeta o no a las obligaciones de presentación de información financiera auditada contempladas por la Ley. Dicho de otra forma, únicamente los ingresos derivados de contratos de locación de servicios, obra, mandato, depósito o secuestro –que el CC incluye dentro del Título IX “Prestación de Servicios”– deben ser tenidos en cuenta para efectos de determinar si la Ley es aplicable o no. Ahora bien, aun cuando desde mi punto de vista es muy claro que esta es la manera correcta en que debe interpretarse la norma, probablemente la intención de sus autores fue distinta. Es posible que con el término “ingresos anuales por venta de bienes o prestación de servicios” la norma haya querido hacer referencia a los ingresos operativos de la empresa. En otras palabras, a los ingresos por la realización de actividades propias de su giro social, excluyendo, por ejemplo, los ingresos financieros y los ingresos extraordinarios. Sin embargo, tal como está redactada la Ley, no puede hacerse esta distinción. Considerando que se trata de una norma que restringe derechos –pues establece una contratación obligatoria de auditores, recortando la libertad de las empresas– debe interpretarse restrictivamente. En consecuencia, ni el término “venta” ni el término “prestación de servicios” deben extenderse a otro tipo de contratos (arrendamiento, mutuo, etc.) fuera de los estrictamente comprendidos en esos conceptos. 4 JN USTIFICACIONES DE LA ORMA La exposición de motivos de la Ley es [no tan] sorprendentemente lacónica respecto de la obligación de presentar información financiera auditada. El argumento es el siguiente: la obligación de auditar y difundir la información financiera completa la información disponible a través de otras fuentes de información, tales como las centrales de riesgo. Esto permite que los propios accionistas de las empresas obligadas y sus proveedores de fondos (instituciones finan- cieras, obligacionistas y acreedores comerciales) accedan a mejor información, pues actualmente la información con la que cuentan es parcial. Se habla inclusive de asimetría informativa. Las justificaciones planteadas en la exposición de motivos de la Ley son deleznables. En primer lugar, analicemos el tema de la supuesta asimetría informativa de un proveedor de fondos (institución financiera, obligacionistas o acreedores comerciales). En este contexto, existen dos tipos de situaciones previstas por la normativa. La primera situación es la contratación por oferta pública. Sin embargo, esta primera situación no puede ser una justificación de la Ley, puesto que ya existen otras normas –particularmente la Ley del Mercado de Valores– que obligan a auditar y publicar la información en estos supuestos y, por lo tanto, la Ley era completamente innecesaria. El segundo supuesto es la contratación paritaria. Es decir, la contratación en la que aun cuando alguna de las partes pudiera tener un poder de negociación relativamente o incluso claramente mayor que el de la otra parte, habrá una negociación. Estos son los casos que el sistema legal pretende englobar bajo el concepto de contratación mediante oferta privada, ya sea en el mercado de valores o en el mercado bancario. Cuando una empresa busca financiamiento es muy difícil que pueda considerársele la parte fuerte de la negociación. En una negociación en la que una empresa busca financiarse, es normalmente el proveedor de fondos el que tiene el poder de negociación. En este contexto, es completamente ingenuo pensar que el proveedor de fondos está a merced de la información que el futuro deudor desee proporcionar. Lo que ocurre en la realidad es que el proveedor de fondos tendrá el poder de exigir toda la información –no solamente la información financiera– que desee respecto de quien pretende ser financiado porque, de otro modo, no concederá el financiamiento. Es más, para las COMENTARIO LEGAL empresas del sistema financiero, ya la Superintendencia de Banca, Seguros y Administradora Privadas de Fondos de Pensiones establece normas orientadas a que estas actúen diligentemente al evaluar una solicitud de crédito, estando entre los requisitos mínimos para las empresas la presentación de su información financiera. Consecuentemente, sostener que necesitamos la Ley para asegurar que los proveedores de fondos puedan tener acceso a información, pues existe asimetría informativa, denota muy poca seriedad o una profunda ignorancia por parte de los autores de la norma. En segundo lugar, está el acceso a información por parte de los accionistas de la propia empresa obligada. Una vez más, existen situaciones en las que esto se requiere, pero ya están contempladas por la normativa. En efecto, en el caso de la gran mayoría de las empresas, los accionistas tienen la posibilidad de acceder a la información de su negocio a través de sus propios medios privados. Esta es la regla y no se requiere que el Estado intervenga en las relaciones privadas de los accionistas de una empresa. Sin embargo, excepcionalmente existen situaciones en las que una empresa tiene tantos accionistas que es materialmente imposible que todos puedan tener ese nivel de relación que permita que accedan a toda la información que es de su interés. Esta situación, no obstante, ya está prevista en la normativa: se trata de las sociedades anónimas abiertas. Las sociedades anónimas abiertas son organizaciones que tienen una cantidad de accionistas tal que la ley les obliga a cotizar en un mecanismo público de negociación y, por lo tanto, auditar y difundir su información financiera, entre otras obligaciones de información para beneficio de todos los accionistas. Por lo tanto, cuando la Ley obliga a determinadas personas jurídicas a auditar su información financiera y hacerla pública, no se refiere a las empresas que se financian a través del público –pues esto ya está comprendido por la Ley del Mercado de Valores– ni a las empresas que tienen una signi- ficativa cantidad de accionistas –pues esto ya está contemplado en la Ley General de Sociedades– ni a las empresas que obtienen créditos de entidades del sistema financiero –pues esto ya está contemplado por la normativa de la Superintendencia de Banca, Seguros y Administradora Privadas de Fondos de Pensiones–. Las preguntas serían entonces: ¿qué empresas quedan?, ¿cuál es exactamente la situación que la Ley está tratando de proteger?, y ¿quién es exactamente el sujeto protegido por la norma? Debe tenerse presente que la Ley genera legítimas preocupaciones para las empresas sujetas a su ámbito de aplicación. Una primera preocupación generada por la Ley, la más obvia, es el sobrecosto. Se trata de una norma adicional que sobrecarga de costos a las empresas –evidentemente a las empresas formales– al obligarles a contratar un servicio de auditoría que sus accionistas no han decidido contratar y que sus acreedores no le exigen. Debe tomarse en cuenta que los niveles de ingresos y/o de activos que la Ley exige para estar comprendidos dentro del ámbito de aplicación no corresponden necesariamente a grandes empresas. Varias empresas medianas o incluso pequeñas se encontrarían comprendidas en esta obligación. No obstante lo anterior, el sobrecosto no es la única ni la principal preocupación. Muchas empresas que no participan del mercado de valores ni son sociedades anónimas abiertas efectivamente auditan su información financiera y, consecuentemente, el sobrecosto no es la variable relevante. La preocupación principal es, sin lugar a dudas, el derecho a la intimidad de las empresas. En efecto, es muy posible que las empresas auditen su información financiera y las entreguen a sus potenciales proveedores de financiamiento para que efectivamente decidan si les otorgan o no un crédito, pero ¿por qué tiene que estar esta información a disposición de todo el público?, ¿por qué tiene que estar a disposición de sus competidores o de sus clientes? 5O PINIÓN PERSONAL En los pocos artículos o trabajos que han tratado respecto de la obligación de presentar información financiera auditada que establece la Ley, se la ha tratado como una nueva obligación. Sin embargo, no se trata de una novedad. Se trata, más bien, de un retroceso. Efectivamente, hasta el año 1999 la antigua Comisión Nacional Supervisora de Empresas y Valores (ahora rebautizada Superintendencia del Mercado de Valores) tenía entre sus funciones el requerir información financiera auditada de las empresas con fines estadísticos. De hecho, había toda un área de CONASEV que se dedicaba a recibir esta información y elaborar estadísticas con ella. Era un área muy rentable. CONASEV no solo cobraba una UIT por recibir esta información –sin prestar ningún servicio a cambio, por lo que difícilmente podría calificarse este pago como una “tasa” en el sentido tributario del término– sino que evidentemente una parte de la función era sancionar a las empresas que incumplían con su obligación de presentar la información o lo hacían tardíamente. La obligación de presentar información financiera auditada a CONASEV por parte de las empresas “no supervisadas” era tan cuestionada que comúnmente se le incluía entre los sobrecostos que imponía la legislación a las entidades privadas. En el planeamiento estratégico y la reingeniería que realizó CONASEV, entre los años 1997 y 1998, existía consenso en que esta obligación no solamente era injustamente gravosa para el sector privado –dado que no había un verdadero interés público detrás de esta exigencia– sino que además no tenía ninguna relación con las verdaderas funciones de la institución, que eran supervisar los mercados de valores, de productos y de fondos colectivos. El consenso era tal que la propia CONASEV promovió en ese entonces diversas modificaciones normativas que concluyeron en la eliminación de la obligación. diciembre 2011 / 43 En efecto, en el año 1998, CONASEV celebró un convenio de cooperación institucional con el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) para que sea esa entidad y no CONASEV quien se encargue de recibir y procesar estadísticamente la información financiera de las empresas. Entre las principales razones para este cambio se señalaba expresamente “lograr adecuados niveles de eficiencia en el procesamiento de la información financiera de las empresas, centralizando dichas funciones en el INEI y eliminando los sobrecostos que afectan al sector privado”(3). Posteriormente, se aprobó la Ley Nº 27323 que eliminó definitivamente de entre las funciones de CONASEV el requerimiento de información financiera auditada a las empresas que no participaban de ninguno de los mercados supervisados por dicha entidad, es decir, el mercado de valores, de productos y los fondos colectivos. La misma norma amplió las competencias del INEI para recibir esta función, con la diferencia de que no existía la obligación de que la información fuera auditada, sino que se presentara de acuerdo con los formatos que aprobara dicha entidad. Cuando se dictó la Ley Nº 27323 las mayores voces de protesta vinieron de los gremios de contadores, pues, evidentemente, este cambio implicaba que perdieran un mercado cautivo del que habían disfrutado por años. En el caso de esta nueva Ley, la situación no ha cambiado. Consideramos entonces que la Ley es una norma anticompetitiva. La Ley acaba de facilitar a los auditores la venta de sus servicios. Gracias al mercado cautivo que ahora provee la Ley, las sociedades de auditoría y auditores independientes no requieren convencer a las empresas comprendidas dentro de los alcances de la Ley de los beneficios de realizarse una auditoría. La Ley toma esa decisión por las empresas y les exige auditar. Las sociedades de auditoría tienen ahora –según estimados conservadores– no menos de cinco mil nuevos clientes que estarán obligados a contratar servicios de auditoría, los mismos que o bien no requie- 44 / diciembre 2011 ren o no hubieran contratado, en caso de haberlo podido decidir libremente. Para apreciar la gravedad de esta situación, imaginemos lo siguiente: ¿Por qué no se aprueba otra norma que obligue a estas mismas empresas a realizarse un due diligence legal cada año? Seguramente el gremio de abogados estaría feliz con la iniciativa. ¿Por qué no se aprueba otra que les obligue a realizar cada año un estudio estructural de sus locales? Sin duda los ingenieros civiles aplaudirían. ¿Por qué no una norma más que obligue a estas empresas a presentar flujos de caja proyectados debidamente suscritos por economistas colegiados? Es obvio que los gremios de economistas estarían de acuerdo. No me cabe duda de que en todos los casos sería posible encontrar una serie de argumentos –tan gaseosos e inconsistentes como los de la exposición de motivos de la Ley– que traten de disfrazar de razones de orden público lo que no es otra cosa que mercantilismo. Estas normas –tal como lo hace la Ley en cuestión– estarían simplemente transfiriendo rentas de los sujetos obligados a los sujetos beneficiados. El punto es que en una economía que pretende sobrevivir sobre la base de la competencia y no de la planificación estatal –nuestra Constitución, al menos hasta que la modifiquen, aun preconiza que el Estado protege la libre competencia– los participantes del mercado venden sus bienes o prestan sus servicios cuando convencen a sus potenciales contrapartes de que esos bienes y/o servicios son valiosos para ellos. El sistema legal no debería intervenir en este proceso asegurando rentas a un ofertante que no es capaz de convencer a su potencial demandante del valor de los bienes que le pretende vender o de los servicios que le pretende prestar. En este contexto, tanto por razones legales como económicas, los supuestos de contratación obligatoria impuesta legalmente deberían estar completamente limitados a situaciones muy excepcionales y en las que es muy claro que no hay una manera menos gravosa para el particular que permita satisfacer el interés público protegido. La razón legal es que la contratación obligatoria es una restricción a las libertades del ciudadano. La Constitución establece como uno de los derechos fundamentales de la persona la libertad de contratar, lo que implica tanto la libertad de conclusión del contrato como la de configuración interna. Esta libertad –como derecho fundamental– solo debería ser restringida cuando existe otro derecho fundamental de mayor valor que así lo amerita. La razón económica es que cuanta más libertad se preserve entre los agentes económicos, más motivación tendrán estos para ofrecer los productos o servicios con la calidad suficiente como para que los consumidores deseen consumirlos. Desde ese punto de vista, es razonable y deseable que el sistema legal nos obligue a celebrar ciertos contratos, como el del seguro obligatorio de accidentes de tránsito o el de administración de fondos de pensiones, entre otros muchos casos que existen en la normativa. Sin embargo, obligar a las empresas a que auditen y publiquen su información financiera, tal como lo hace la Ley, resulta una restricción indebida e indeseable que debería ser eliminada del sistema legal. –––––– (3) Ver penúltimo considerando de la Resolución de CONASEV N° 163-98-EF/94.10, publicada en el Diario Oficial El Peruano el 18 de diciembre de 1998.