Avistaje de ballenas francas en Península Valdés.

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ESPECTÁCULO IMPERDIBLE
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Con todas las de la ley
Avistaje de ballenas francas
en Península Valdés.
La Provincia de Chubut establece
normas para que el acercamiento a
los mamíferos marinos se efectúe
de manera correcta y responsable:
*Se prohíbe perseguir a las ballenas cuando se alejan activamente
de la embarcación.
*Las embarcaciones deben mantenerse alejadas al menos 50 m de
las ballenas.
*No deben acercarse varias embarcaciones a las mismas ballenas, ni
navegar en círculos a su alrededor.
Ballena a la vista!
De principio a fin, toda la aventura es novedosa
y sorprendente por donde se la mire.
Nada parece “normal”, “común” o “como me
había imaginado”…
Por eso si usted, querido lector, nunca visitó la
península más famosa del país, y cree que franca
es un adjetivo que se aplica a las ballenas que
nunca mienten, acomódese en su sillón y dispóngase a conocer un mundo increíble. Por el
contrario, si es un apasionado de Patagonia y
todos sus tesoros, ha recorrido con el cuerpo o con
la mente algunos de sus rincones más preciados,
y hasta tiene pegada en el vidrio de su auto una
calco de cola de ballena, no se ponga a llorar de
nostalgia, algún día volverá para verlas, mientras tanto disfrute y recuerde con este relato.
Ahora, si usted es uno de los afortunados que
tiene en mente escaparse a corto plazo a conocer las maravillas naturales que se esconden en
Península Valdés, entonces dé vuelta las páginas
sin mirar, y contemple las maravillosas fotos que
obtuvimos en el Volcán Copahue… usted no tiene nada que hacer en esta nota! Ya podrá vivir
en carne propia cada una de las experiencias
que aquí voy a relatar. Y le aseguró que no se
va a arrepentir!
Texto: MA. MILAGROS VIGIL (mili@extremonline.com)
Fotografías: MARTIN PEÑA - EVANGELINA GRECO
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No han sido muchas las veces que me subí a un
barco, lancha o bote en el mar (francamente,
me marean!). Sin embargo, siempre que lo hice
ha sido por medios, digamos convencionales:
un muelle, un puerto, un salto y arriba…
La verdad es que nunca había imaginado que alguna vez llegaría hasta el mar con
una embarcación.... empujada por un tractor! Así de original comienza esta aventura hacia el mágico mundo de las ballenas.
”Todos arriba, todos sentados, manos adentro!” son las indicaciones del capitán, que segundos después se repiten en inglés (y desde
mi punto de vista también deberían hacerse
en francés, alemán, italiano, brasilero, etc…)
ya que en esta oportunidad los argentinos somos minoría.
Estamos en Puerto Pirámides, la única localidad dentro de Península Valdés, distante unos
97 Km de Puerto Madryn (1 hora de auto
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aproximadamente, por asfalto), recostada sobre la margen este del Golfo Nuevo, apenas
saliendo del Istmo Ameghino. Esta pequeña
aldea turística, tan acogedora, tan pujante,
vive en torno a las Ballenas Francas Australes,
y es su principal custodio. En temporada alta,
de junio a diciembre, incesantes caravanas de
turistas del mundo entero llegan hasta aquí
para poder compartir un poco de esta riqueza
natural que se respira junto al mar y conocer
de cerca el hábitat y las características de estos
animales declarados Monumentos Naturales.
En la playa, como en toda la costa atlántica,
las mareas rigen las actividades.
La diferencia de altura del mar en los diferentes momentos del día es de hasta 6 metros,
por eso hubo que prescindir de los muelles
y buscar otro sistema: el de embarcar y desembarcar en la playa, tirando la lancha con
tractores.
Uniformados con salvavidas color naranja,
todos nos disponemos, ansiosos, a disfrutar
de este modo original de alcanzar el mar y
comenzar a navegar.
El viento frío nos parte los labios, tal vez la
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única parte del cuerpo que queda a merced
del clima patagónico, bajo las diversas capas
de abrigo que portamos. “Gato con guantes
no atrapa ratones”, decía mi mamá: turista
con guantes… no puede sacar fotos, digo yo.
Ya en el agua, vemos como el tractor se retira
a esperar nuestro regreso y por primera vez
caemos en la cuenta del motivo del nombre
de este pequeño poblado: los típicos acantilados (bardas) que caracterizan la costa atlántica patagónica y que rodean la Bahía de Pirámides, se asemejan, justamente, a pequeñas y
medianas formaciones triangulares.
La barcaza que nos transporta es estable y las
olas, pocas. No me mareo pero por las dudas fijo la vista en el horizonte. Elegí la más
grande que vi en la costa por esa razón, pero
el guía me explicaría luego que todas las embarcaciones de las diferentes empresas están
preparadas y aseguradas para llevar turistas,
equipadas especialmente para esta actividad.
Y hay de todos los tamaños y para todos los
gustos y necesidades!
Bordeamos la costa hacia el norte y me entretengo filosofando sobre la vida y la naturaleza
cuando la voz del capitán me saca bruscamente de mi letargo. “Las ballenas!”, pienso
y me paro mirando a la derecha, donde todos
observan y fotografían. Pero no. Estamos pasando frente a un apostadero de lobos marinos, donde una parejita posa feliz como las
estatuas de Mar del Plata. No están en período reproductivo (de diciembre a marzo),
época en que se los puede ver a montones,
tirados uno al lado del otro panza al sol, en
esa geografía tan particular que parece una
repisa colgando de los acantilados.
Poco a poco nos vamos adentrando en el mar
azul, con uno de los fondos más cristalinos
del país según los expertos buceadores. Vuelvo a mis pensamientos (qué lejos estoy del
stress de la ciudad!) y esta vez es el silencio lo
que me hace volver a la realidad. El barco ha
dejado de funcionar y sólo un par de gaviotines gritan a lo lejos. “naufragamos?” ironizo y
miro por la borda hacia el fondo, como quien
mira por abajo del auto cuando este se para.
Y así sin aviso ni anestesia veo pasar una especie de piedra granítica con mica y todo por
debajo de la embarcación. Se aleja unos me-
Ciclo de Vida
Las ballenas francas australes llegan a Península Valdés a
partir del mes de junio (aunque este último año ya se han
visto ejemplares en abril) y se quedan hasta diciembre. Lo
hacen para procrear y amamantar a su descendencia. Las
relaciones sexuales entre las ballenas son de tipo promiscuo: una hembra se aparea con distintos machos en un
mismo día. La cópula generalmente está precedida por una
gran actividad de cortejo en la que suelen intervenir numerosos ejemplares. La gestación de la Ballena Franca dura
un año y cada hembra da a luz sólo una cría por vez. El
período de amamantamiento del cachorro se extiende por
un lapso similar.
Los primeros nacimientos tienen lugar en el mes de agosto
y los últimos a fines de octubre. Hasta hoy nadie ha podido
presenciar un parto completo. El cachorro nace asomando
en primer término la cola, para no ahogarse. El cordón umbilical se corta durante el nacimiento y la madre ayuda al
cachorro a salir a la superficie para respirar.
Los dos años siguientes al nacimiento, la ballena madre se
dedica en forma exclusiva a su cría. Durante los primeros 12
meses, la amamanta y no se separa de ella. Al año siguiente, procura que aprenda a valerse por sí misma.
Estos son los comportamientos que pueden observarse en
Península Valdés.
Ballenas en primer plano. Atrás se recorta
la silueta acantilada de Puerto Pirámides.
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Avistajes con Historia
Los primeros avistajes comerciales de ballenas
francas en Península Valdés se iniciaron en el
año 1971. Entonces se navegaba en pequeñas
lanchas, con una capacidad máxima de 8 pasajeros. Hoy, las embarcaciones tienen capacidad
para trasladar hasta 70 personas.
En el principio los avistajes se limitaban solamente a los meses de octubre y noviembre y no se
observaban tantos ejemplares.
En la actualidad esta actividad se desarrolla durante 8 meses al año.
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actriz que no paró de sorprendernos. Este es
uno de los comportamientos de las ballenas
más enigmático, explica el guía, ya que aparenta ser navegación a vela. Manteniendo su
cola arriba de la superficie, se dejan llevar pasivamente por el viento que empuja la cola a
modo de vela. El Instituto de Conservación
de Ballenas ha llegado a observar ballenas navegando así por más de 20 minutos continuos.
Si bien alguna vez había escuchado hablar del
“canto de las ballenas”, sumida en mi gran
ignorancia desconocía que estos gigantes del
mar también podían saltar (yo creía que eso
era cosa de delfines!). Presenciar una de estas
acrobacias es impactante no sólo por la figura que constituye, sino por el gran estruendo
que provocan al chocar contra la superficie
del mar. Por qué saltan es un misterio. Posiblemente sea un medio de comunicación
visual o acústica, para mostrar dominio o
poder, limpiarse los parásitos de la piel o un
simple juego entre las ballenas más jóvenes.
Importa tanto el motivo cuando la emoción
es la única protagonista?
Para una navegación
sin sorpresas
tros, emerge sobre la superficie y expulsa dos
nubes en forma de “V” con un ruido que con
los ojos cerrados yo hubiese descrito como la
exhalación de un dragón. “Madre mia!” grito
o creo que grito mientras mantengo la boca
tan abierta como me es posible. “Y ahí llega la
primera gorda…” anuncia el guía.
Aún no puedo salir de mi asombro cuando,
tal vez la misma, o tal vez otra, pega un salto
de circo unos metros más a la derecha. Parece
una flecha negra gigante tirada por Neptuno
desde el fondo, que en contacto con el sol cae
estrepitosamente salpicando agua salada para todos los costados. (Perdón querido lector, pero es
tan difícil describirlo un salto de ballena!)
Son mucho más grandes de lo que había imaginado… gigantes!
El guía nos cuenta algunas de sus características y todos parecemos muy interesados hasta
que un nuevo “ooohhhh!” natural e instantáneo frente a las piruetas de los ballenatos, lo
interrumpe y lo obliga a volver a empezar.
No puedo creer lo amigables que parecen a
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simple vista, paseándose frente al barco como
en un espectáculo ensayado y coordinado: un
ballenato salta y se zambulle dejándonos ver
su cola, apenas desaparece y ya la mamá surge
panza arriba, se da vuelta y expulsa el aire, se
sumerge y ya hay una nueva protagonista en
acción captando nuestra atención…
A pesar de tamaña actividad, el guía nos explica que la naturaleza es impredecible, y que los
humanos sólo podemos limitarnos a esperar
que ella se manifieste. El avistaje es una actividad pasiva, y el capitán del barco no hará
nada que pueda molestar a los cetáceos: ni
seguirlas, ni espantarlas, ni provocarlas. Aún
así, la travesía parece estar “arreglada”, ya que
generalmente, (y obviamente en temporada),
las ballenas no faltan nunca a la cita.
La tan particular y simbólica cola negra
emergiendo en el mar azul es la fotografía
más esperada. Por supuesto que todos logramos obtenerla (o al menos los que gatillamos
a tiempo) gracias a nuestra paciencia y a las
bondades de una panzona con síndrome de
Respete el uso de chalecos
salvavidas y siga las instrucciones de la tripulación.
Sea paciente: las ballenas no son actrices ni
están obligadas a realizar
piruetas para nosotros.
Están allí siguiendo su ciclo de vida natural.
Puede llevar prismáticos,
cámaras de fotos o filmadoras, pero recuerde
enlazarlas en el cuello o
la muñeca y aprenda a
utilizarlas con una sola
mano, ya que con la otra
es importante que se asegure a las barandas de la
embarcación.
Lleve abrigo e impermeable,
gorro, anteojos y protector
solar: estará expuesto al
sol, el frío, el viento y las salpicaduras de agua salada.
Seguimos navegando alrededor de 1 hora.
Cuando el capitán anuncia el regreso nos preparamos para la última foto. Y una vez más,
como si todo fuera parte de un gran acto de
circo, una ballena se asoma lentamente junto al barco, espiándonos de reojo, como un
acto de despedida. Es un primer plano, casi
podemos tocar sus partes rugosas…Una de
las principales y exclusivas características de
las ballenas francas australes es la formación
callosa que poseen sobre la cabeza. Áreas de
piel engrosadas, de color gris, y recubiertas
por densas poblaciones de crustáceos anfípodos o “ciámidos” (piojos de las ballenas) que
les dan un aspecto más blanco, se ubican a lo
largo de las mandíbulas en el margen superior
del labio inferior, sobre el rostro y encima de
los ojos. En cada ejemplar varía la forma, el
número, el tamaño y la distribución de estas
callosidades, por eso los científicos gustan decir que son casi como las huellas digitales de
las ballenas. Gracias a las fotografías obtenidas durante los relevamientos aéreos que se
realizan anualmente, se ha podido identificar
casi a 2.000 ballenas desde 1970 en la zona de
Península Valdés. Guau!
El sol ya brilla alto en el cielo y definitivamente
comenzamos la retirada. Atrás van quedando las
ballenas y sus crías. El show terminó para nosotros pero no para ellas, que seguirán disfrutando
el ancho mar eterno, protegidas entre los brazos
del Golfo Nuevo, antes de partir rumbo al sur,
casi hasta la Antártida, en busca de alimento.
Como ellas, yo vuelvo a mis pagos tranquila
y confiada: sé que tengo en Península Valdés
un sitio cálido, acogedor y maravilloso donde
regresar cada año.
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