Cuando el dentro está afuera. Exterioridad e interioridad en la vida social Jesús Galindo Cáceres Programa Cultura. Universidad de Colima Las miradas posibles al mundo son variadas y distintas. Un hombre ubicado en el sentido común de su tiempo aprecia lo que es pertinente e ignora lo que no lo es; se detiene ante la calificación importante y se sigue de largo ante lo señalado socialmente como insignificante. De generación en genera­ ción los mundos cambian, pero no sólo por la disposición de sujetos y objetos, o por la aparente transformación de su ropaje, sino también por el punto de vista. El sentido común se mueve con los tiempos, el significado de la vida muta con la vida misma en su devenir sin retorno. No sólo existe el punto de vista del sentido común, también existen las opiniones calificadas por el binomio poder-saber; ellas clasifican y adjudican valores, dan carta de presencia y también condenan al olvido. Desde estos puntos de vista el mundo es otro al del sentido común; aparece más claro, más nítido, como claro y nítido es el interés que mueve a las voluntades del poder hacia la vida y su composición. Pero no sólo hay un sentido común y un cuerpo de sentidos especializados, en convergencia u oposición, y a veces en mutua indiferencia. El mundo no es uno, es varios, muchos, diversos. Vistos en conjunto los diversos mundos, se ubican en el tiempo y en el espacio sociales; es decir, a lo largo y ancho de la geografía mundana y a través de lo que llamamos historia. En ese extenso panorama se perfilan como burbujas que cubren a la totalidad de nuestro concepto de vida social, de presencia del género humano. Estas burbujas tienen lími­ tes, tienen espesores, capas, fronteras, puntos duros y puntos blandos, lugares obscuros y lugares claros. Conviven por siglos unas al lado de las otras, desaparecen para dar lugar a otras. Todas configuran eso que podemos llamar la totalidad del mundo humano. La relación entre las burbujas es algo que ha ocupado tanto a los sentidos comunes como a los sentidos especializa­ dos. Sobre ellas se definen ciertas relaciones, algunas formas sistemáticas, configuraciones estructurales, dependencias, to­ do lo imaginable que ponga en contacto dos o más entidades entre sí. Estos esquemas y modelos son muy útiles, permiten acercarse a la totalidad y las partes. Pero entre todos los énfasis hay uno que sobresale, el que busca la relación entre todas las partes, el que pretende que entre todas las diferencias y distancias hay algo en común, un hilo conductor y organi­ zador: la pregunta por el eje ordenador central. Este último asunto se conecta con otro de peculiar interés: la apreciación de que lo que está dentro de las burbujas tiene cierta relación con lo que está afuera. Este punto de la interioridad y la exterioridad de las composiciones y organi­ zaciones sociales es básico en la indagación del contacto entre el todo y las partes. En método, es una tarea primordial la delimitación del objeto de trabajo. Esta definición está motivada casi siempre por razones operativas de trabajo, pues las condiciones de una investigación determinan en buena medida los límites del objeto. Sin embargo existe un ajuste que propone ir más allá de estas condicionantes. La ambición de encontrar límites naturales en el continuo de la composición socio-histórica siempre está presente. Por supuesto que los cortes serán arbitrarios, y sólo el buen sentido de una interpretación y reflexión sobre el objeto los hará aparecer como casi eviden­ tes. En estas labores tiene una responsabilidad grande la trama teórica y la profundidad filosófica. La delimitación del objeto de estudio busca una correspondencia con organizaciones generales de construcción de la imagen total de la vida social. Después de años de trabajo sobre la huella humana, los mapas sobre su devenir ya no son escasos, e incluso se está en el momento donde los debates sobre las mejores hipótesis se encuentra en su plenitud. Suponiendo que el campo acadé­ mico está en auge, lo cual tiene ciertas consideraciones críti­ cas al margen, el mosaico que se ha ido configurando empieza a tener proporciones extraordinarias, las labores de síntesis se hacen indispensables para avanzar. Los vitrales geohistóricos muestran una extensión desigual, algunos puntos del tiempo y del espacio están sobretrabajados, mientras que otros se encuentran en la obscuridad. Así que tanto el impulso analí­ tico como el sintético están necesitados de mayor gasto energético para cumplir la misión de! investigador social, conocer y entender lo que somos. Las burbujas tienden a presentarse como hiladas de ladri­ llos en la pared del conocimiento, los cortes son demasiado justos, la geografía define con la lógica del metro, la historia con la lógica del reloj. Pero la vida social no es tan plana; en la plenitud vital existen metros de diferentes tamaños y días más cortos y menos cortos. Los campos de organización y composición social, las burbujas, se traslapan unos a otros como círculos en un diagrama de teoría de conjuntos. Pero sucede algo más; todo esto se ordena en más de tres dimen­ siones. Las burbujas, los campos, coinciden incluso en el mismo tiempo y espacio pero de diferente manera. Un ele­ mento de orden puede convivir con otros más, y todos con­ formar la vida real al mismo tiempo. Lo que pasa es que uno de los elementos se conecta con otros tiempos y espacios, con otros campos, y eso hace la diferencia. Así es como se puede explicar que el México contemporáneo sea mesoamericano, liberal, católico, positivista, capitalista, protestante; todo al mismo tiempo. En una configuración empírica de campo, es decir, una configuración de acción y no de sentido, lo que sucede como registro descriptivo tal cual, lo que está dentro del campo tiene su sentido fuera del campo. Si hablamos de religión, la totalidad del criterio cubre todo en una interioridad de sentido, todo lo que a religión se refiere. Pero si hablamos de México en mil novecientos noventa, lo religioso excede al corte, y lo político y lo económico y otros criterios de sentido, todavía más. En sentido estricto, el sentido de un campo empírica­ mente delimitado está dentro, pero también está afuera. Y hay más; la religión requiere para su entendimiento de lo que sucede fuera de su campo; es decir, con esto se está nombran­ do un mundo de interrelaciones múltiples. Sin embargo, necesitamos, a pesar de lo relativo de su delimitación, ordenamientos en forma de campo o algo pare­ cido éso que nos permita entender el todo y la relación de las partes, jugando a todos parciales que son integrables a otras magnitudes de totalidad. El campo, la burbuja, es una cons­ trucción; como tal puede ser útil para representar la vida social, incluso en una visión multidimensional que vaya más allá de nuestro sentido común, pero también en una visión que se ordene de acuerdo a nuestro sentido común. Partiendo del sentido común, la vista de la configuración de campo puede variar, pero no necesariamente chocar con una mirada analítica. Imaginemos por un momento la vida vivida por una pareja. Reconstruyamos someramente los escenarios donde se mueven él y ella, las interacciones bási­ cas en las que participan, las situaciones básicas que compo­ nen sus rutinas y hábitos. Existen mundos-campos que con­ figuran el mapa del mundo que estos personajes habitan. Pensemos en cuáles son los puntos de referencia para sus actitudes y sus acciones, el lugar de donde provienen sus valores; es decir, pensemos en los pequeños campos a los que pertenecen. En una perspectiva micro-social, tanto él como ella son un campo en sí mismo frente al otro, conforman un orden interior que se pone en contacto con un orden exterior. Ambos son el exterior del otro y el interior de sí mismos, pero en la relación han ido configurando una organización de campo que los engloba, donde ahora el interior de uno también es el interior del otro, donde el exterior de uno ya forma parte de su propio interior, donde ambos son el interior respecto a otros exteriores. Si se sigue el planteamiento, se irán detectando formaciones de campo con las que uno y otro tienen contacto y de las que forman parte. La figura de las burbujas vuelve a hacer aparición. En cierto sentido, existe un campo que engloba todo lo que ellos dos representan y hacen; hacia el exterior existen otros campos y también hacia el interior. Un elemento por enfatizar en toda esta argumentación es el efecto de interioridad y el efecto de exterioridad. El primero consiste en la ausencia de cambio por contacto con el exterior; en él todo el proceso vital se genera y transforma mediante composiciones interiores al campo. El segundo es exactamen­ te lo contrario, el cambio viene por el contacto con el exterior. En cierta visión extrema, el efecto de interioridad produce el autismo y el de exterioridad la enajenación; en un caso el mundo interior es tan cerrado que es incomunicable, en el otro el contacto con el exterior es tal que la interioridad casi desaparece para ser pura exterioridad. Estos casos expresan la importancia del contacto entre el interior y el exterior, punto en el cual puede centrarse una visión general de la composi­ ción y la organización sociales. El camino de la exterioridad. Cambio y control La exterioridad siempre está presente, lo que varía es el tipo de contacto con ella y la intensidad. Tanto individuos como culturas completas tienen esta apreciación; con ella toman decisiones y definen el umbral de contacto entre su interior y el exterior. La situación es compleja, ya que las fuerzas que entran en juego pueden dar diversos resultados; así, por ejemplo, una fuerza exterior agresiva puede enfrentarse a un impulso hacia el exterior o a una reserva total. Las consecuen­ cias son previsibles. Los modales de la cortesía y el derecho internacional se parecen en un elemento; ambos tratan de establecer una norma básica de regulación del contacto entre dos entidades distintas, teniendo un puente que establezca los principios de una relación. Las conductas encontradas pueden ser muy diversas, los desenlaces llegan a ser grotescos. Recordemos por un momento lo que sucedió en el encuentro agresivo de los españoles del siglo XVI con la civilización mesoamericana, la relación entre los ingleses y sus colonias durante varios siglos, el contacto entre la cultura nacional contemporánea y los grupos étnicos o el contacto del capitalismo con el resto del mundo. Un asunto que ha sido una constante en el trabajo antro­ pológico es el contacto entre los pueblos. Parece ser que una combinación entre un relativo sentido de autonomía y abun­ dantes relaciones hacia el exterior, ha estado en el origen y el destino de casi todas las grandes formaciones culturales de la historia. En los individuos sucede algo semejante: una perso­ nalidad independiente con un contacto diverso y constante con los demás es la base de un individuo productivo, toleran­ te, solidario; en fin, un actor más completo. En todo esto los procesos de información son claves importantes; información llama información. La formación de una entidad tiene un camino de información que le viene del interior y otro que le llega del exterior; en un cierto punto es difícil distinguir uno de otro. La unidad de asimilación y procesamiento de información requiere el mantenimiento de una dualidad para tener éxito; por una parte mantener la distancia que le permite ser una identidad con un perfil de autonomía en la reflexión y la decisión, y por otra parte asimilarse al medio exterior, de tal manera que se mueva con facilidad en él y, en cierto sentido, sea parte armónica de su composición. Es un proceso de conformación de un yo parti­ cular que forma parte del otro yo mayor, que a su vez pudiera formar parte de otro yo más grande. En el camino hacia la armonía, el yo particular puede desintegrarse en el yo mayor, o formar parte de la complejidad de su conformación siendo un yo relativamente independiente. Una obsesión entre los intelectuales del siglo XX ha sido la oposición continuidad-ruptura. La sociedad, para serlo, requiere de cierta estabilidad, pero también de cambio. En ocasiones lo hace en forma explosiva y radical en apariencia, pero también a veces, se tarda y esa demora casi la lleva a la muerte. Conocer las formas de la estabilidad y el cambio han consumido horas de estudio y meditación; la ambición y el interés se han enardecido con sus aparentes descubrimientos. Pero la comprensión del movimiento de la vida social queda aún pendiente. Es una cita en el futuro del esfuerzo por convivir en paz. Pero ahí está el reto; el control, el movimiento magnético del mundo humano, el cambio, el movimiento eléctrico están en constante relación; a veces, el curso se inclina a un lado; a veces hacia el otro. Mirar la vida social permite contemplar su constante movimiento; el ser parte de ella nos permite saber lo que somos. Esta mirada interroga al orden que une y al orden que desune, para dar cuenta de lo que está unido y de lo que está separado. En esta tarea el todo particular observado aparece integrado y en acción, parte a parte, relación a relación. Identificar las fuerzas que mantienen unida a la organización social se combina con la identificación de las fuerzas que transforman la composición, algunas veces con efectos en el sistema de organización. En la argumentación que vamos siguiendo, la claridad en la conformación interior y exterior del elemento observado capta simultáneamente el rostro del control y el del cambio. Según se mire desde afuera o desde dentro, los efectos de exterioridad pueden ser vistos como crecimiento o domina­ ción; los efectos de interioridad, como resistencia o libertad. Es curioso observar cómo la vida interior puede llegar a verse desde adentro con el discurso de la vida exterior. En ese momento el exterior ha penetrado bastante; cuando el interior ya no se siente diferente al exterior la penetración es total. No hay que olvidar que el interior es el exterior del otro, que las visiones serán distintas según que el observador se coloque en uno u otro lugar. En el mundo social existen distintas entidades en relación, grupos, clases, fracciones, géneros, estamentos. Son posibles múltiples categorizaciones y taxonomías, tipologías y clasi­ ficaciones. En este cuadricular a los actores la identidad y la alteridad son componentes importantes, ya sea que se aplique un criterio desde el exterior de los sujetos como observador externo, por lo menos en rol, o ya sea que los propios sujetos se separen con las visiones que de la propia trama social se generan. En este ejercicio se están marcando campos de composi­ ción y organización interna que se distinguen de los demás por algunas características percibidas o sólo vividas. La rela­ ción entre estos elementos no es simétrica; no es entre iguales. Esta cualidad se expresa diferencialmente en algunos casos como subordinación, en otros como dominación y en otros como semejanza. El origen de las diferencias ocupa el pensa­ miento sociológico desde sus primeras indagaciones. El caso es que la composición social presenta campos de socializa­ ción diferenciados con relaciones de órdenes desiguales entre sí. Cada uno de los campos es un interior para él mismo y un exterior para los demás. Lo que marca una variación funda­ mental es el poder de unos sobre otros, porque en ese sentido los más poderosos tienen un efecto de exterioridad mayor sobre todos los demás. Es en este curso de situaciones donde la pregunta por la continuidad y el cambio tiene un énfasis peculiar. Un orden de relaciones de campo puede estabilizarse en un gran efecto de interioridad, pero algo sucede y el orden se pone en crisis y sobrevienen los cambios. Este algo que sucede es un elemento exterior al orden del campo, aunque surja en su interior; es decir, el interior del campo, en tanto orden, tiende a la estabilidad; cuando algo perturba su conti­ nuidad es denominable como un efecto de exterioridad. De esta manera existen efectos de exterioridad que provienen del exterior del campo y efectos de exterioridad que provienen del interior del campo. La exterioridad siempre es un factor de cambio; la interioridad es una estructura de estabilidad. En la vida social existen tendencias a la interioridadestabilidad al tiempo que a la exterioridad-cambio; el proble­ ma es identificar las partes de la composición y la organiza­ ción que tienen una u otra tendencia y calificar el peso que van teniendo en una secuencia situacional en el tiempo y en el espacio. Todo sistema de control conoce esta combinación situacional. La voluntad organizadora y administradora del campo de interioridad mantiene ciertas relaciones con el exterior para promover un cambio dirigido; el sistema se mueve, se modifica, pero los puntos claves de su constitución no están disponibles para su transformación por el alto riesgo que esto implica. El sistema buscará en todo caso mover los puntos articuladores de la interioridad para no cargar de tensión a los mismos. La situación es difícil para la inte­ rioridad; el efecto de exterioridad se puede ir presentando cada vez con mayor extensión y fuerza hasta hacer estallar el control y provocar transformaciones mayores. Pensemos en México, su proceso de conformación en estado nacional ha sido el camino de la configuración de una interioridad. Hacia el interior de este gran campo existen otros campos que también defienden y definen su interioridad. Sólo la buena política, y a veces sólo la eficaz, ha promovido la unidad dentro de la diversidad. La fuerza de la diversidad es la fuerza de la unidad, en tanto que la nación no sea homogé­ nea los efectos de exterioridad interior la mantienen viva y en movimiento de transformación. Cuando la exterioridad se hace presente, el proceso de unidad se pone en riesgo; cuando existen alianzas entre campos internos y campos externos, el peligro para la unidad interior de la nación mexicana es mayor aún. En cualquier proyecto de nación, la interioridad es el objetivo central, pero la exterioridad es un componente de inmensa importancia dentro del proceso. Es sabido que el aislamiento fortalece a corto plazo y debilita a largo plazo; la construcción de la interioridad es un asunto lleno de sutiles riesgos. Parece ser que en el tiempo los efectos de interioridad se turnan con los de exterioridad. Un campo se fortalece en un periodo consolidando su interioridad, pero luego le toca abrirse para ventilar su aislamiento en el exterior; en secuen­ cia viene un posterior periodo de cierre y así diciendo. Si esto puede suceder en ciclos largos, en ciclos cortos pasa algo semejante en el interior del campo, según sea su complejidad. En una visión del movimiento en el tiempo y el espacio lo que se observa es una contemporaneidad de efectos de in­ terioridad y de exterioridad dentro de grandes ciclos de inte­ rioridad o exterioridad. Pensemos de nuevo en México. Mientras que en un largo ciclo de exterioridad forzada se fue fraguando la propuesta de interioridad, parece que el paso a una vida interior contradic­ toria como la del siglo XX, lleva a una nueva interioridad de proyección exterior. Los siglos de colonización española, el siglo de intervenciones extranjeras directas y de asimilación a un proyecto de futuro internacional, el siglo de cierre de filas en la construcción de una opción interior, todos estos antecedentes llevan a una nueva época de interioridad sólida proyectable hacia el exterior. En una hipótesis pesimista el futuro también podría ser de descomposición total de la interioridad esbozada hacia una integración subordinada a otra interioridad más potente y agresiva. Las relaciones internacionales e intranacionales fuerzan la propuesta a su máximo. El equilibrio total sería el efecto de interioridad universal; tal vez una gigantesca diversidad en la unidad del género humano. Por lo pronto este no es el caso; los efectos de exterioridad externa aún libran una batalla, los más débiles van sucumbiendo y los más fuertes se van debi­ litando. Morir y nacer, las posibilidades del ser Casi todo pasa por el poder; en él se sintetiza la posibilidad de la acción libre. En tal sentido, supone enfrentamiento con otras voluntades de acción distintas y opuestas, o la alianza con voluntades con intereses y objetivos semejantes. En el poder se ejerce la voluntad sin cortapisas; la conciencia se expresa en acción con toda la capacidad pertinente e incluso impertinente. Los campos, las burbujas necesitan vivir; para ello requieren de energía. Este recurso básico debe tomarse del medio en el cual el campo se conforma y, como se apuntó antes, el medio puede estar compartido con otros campos. En un sentido último los campos son organizaciones de energía, formas de conducción y orden energético; en tanto su inte­ rioridad sea completa, su capacidad de sobrevivencia aumen­ ta, de ahí la necesidad de garantizar la estabilidad interior. Si la interioridad no es estable, la energía necesaria es mayor, las posibilidades de la unidad del campo se reducen y las probabilidades de su desintegración aumentan. La conformación del poder es una cualidad del efecto de interioridad. La concentración de energía aumenta la capaci­ dad de acción, la concentración es posible por el orden interno, la capacidad de acción enriquece al campo y le permite permanecer y crecer. La unidad permite el poder. Cuando el campo sólo permanece, el poder guarda la inte­ rioridad de los efectos de exterioridad; cuando el campo crece, el poder continúa con la función anterior, pero además ejerce acción de exterioridad sobre otras interioridades. Cuan­ do el campo crece, requiere la asimilación de otros campos a su interioridad; su acción es de dominación, de explotación, de hegemonía. Las estrategias del poder, cuando el campo crece, son variadas. Hoy en día están en revisión todas ellas bajo la lógica de la economía en su sentido estricto de racionalidad de recursos extrema. Cuando un campo se enfrenta a otro campo del cual requiere algún tipo de energía, la primera consideración es si es más económico dejarlo vivir o promo­ ver su muerte. Las derivaciones de este cálculo son extremas según el sentido que norma la organización del campo domi­ nador. Puede aniquilar el otro, puede mantenerlo vivo anu­ lando su voluntad, puede ir dejándolo morir poco a poco, incluso impulsar el desarrollo de cierta interioridad subordi­ nada a la suya. En la historia humana hay muestrario inmenso de estos cursos de acción, desde los más crueles hasta los más calificados de civilizados. En nombre de un sentido de justicia y fraternidad univer­ sales, existen propuestas e iniciativas de acción para configu­ rar un gran campo universal de interdependencias igualita­ rias, donde el crecimiento de un campo particular no conlleve la pobreza o deterioro de otro. Aún lejos de esta forma de convivencia, el mundo actual es un mosaico de variados ejemplos de peces grandes que se comen a peces chicos. Las formaciones de campo aún no se estabilizan en interioridades que apunten a la construcción de una gran interioridad uni­ versal, las diferencias son motivo de lucha y enfrentamientos por la superioridad de unos sobre otros, en donde la defensa de la vida se confunde con la violencia, la impiedad y el desamor. Básicamente lo que le puede interesar a un campo de otro son sus recursos de energía; éstos pueden considerarse en diversos órdenes, según sea el caso. Pero existe otra conside­ ración que es importante hacer antes de seguir adelante: al campo dominante puede interesarle la dominación por el placer de ejercer el poder. Este punto es delicado con mayor relevancia de lo que en un principio se le puede adjudicar. El poder tiene una lógica energética que se puede ir explicando poco a poco, desarrollando, complejizando, pero además tiene convergencias de sentido; es decir, un matiz de estricta subjetividad. En este aspecto la voluntad de poder puede padecer efectos de interioridad de una intensidad mayúscula. La inseguridad, el miedo, pueden intervenir en el ejercicio del poder compensando lo que se padece. Los ejemplos de este tipo de situaciones son terribles. La aparición de elementos emocionales en la racionalidad del poder lo modelan con efectos que van desde la piedad hasta la crueldad. Lo que sucede en la otra interioridad con estas acciones marca la historia de las relaciones humanas. Para una comprensión de la vida social viene bien una aproximación desde la vida humana. La vanidad también es un asunto sociológico; la necedad puede llegar a ser muy importante para entender y explicar. Parece ser que aquello de los pecados capitales y las virtudes teologales es un com­ ponente de comprensión sustantivo, al igual que las aporta­ ciones del psicoanálisis y otras perspectivas psicológicas y humanísticas. La formación de la interioridad tiene patrones regulares de composición; en esto puede ayudar todo tipo de saber de los mundos interiores y la visión histórica es de suma utilidad. Toda interioridad pasa por un proceso de conformación en el tiempo y el espacio; en este sentido es posible averiguar su curso a través de cadenas situacionales, reconstrucciones de lo que sucedió para que una tal interioridad aparezca ante nosotros de forma tal. El mundo de la interioridad es en gran parte su memoria y experiencia. La estructura y el sistema del campo son un producto histórico, pero en ese devenir tanto se afectan las fuerzas exteriores como las interiores. Lo que sucede en el interior en parte depende de su contacto con el exterior, y de esta experiencia se derivan dos efectos. Por una parte, el interior interioriza a lo exterior, con ello conforma el campo desde un centro de acción hacia un medio que pasa de desconocido a conocido, de exterior a interiorizado. Y por otra parte, el elemento interiorizado se ajusta a la composición interior previa ajustándola a su vez. Todo ello va dándole ubicación tempo-espacial al campo, confiriéndole cada vez más indentidad, más ser en el mundo, más ser un ser en la vida social. Este fenómeno es la mutua reacción entre el hacer y el sentido. El hacer va configurando una conciencia, un orden de sentido único e independiente, que guía a la conciencia que dirige a la acción, la acción conmueve a la conciencia que ajusta el sentido. La interioridad es un fenómeno semiótico de gran complejidad. El exterior se va interiorizando por un efecto semiótico, cuando el exterior se convierte en informa­ ción entonces se puede proveer, se puede imaginar, se puede recordar, se puede diseñar. Todo esto es competencia de una interioridad sólida, aunque el sentido no sea elaborado por toda la composición del campo y éste se encuentre especiali­ zado en funciones. El campo es un ámbito de combinación de organización semiótica y operación activa. Si su acción es eficaz, su vida continúa; si su orden de información es pertinente a la acción, eso garantiza en buena medida lo eficaz. La interioridad depende de la información, la información permite buenas acciones, la organización informática necesita de un eje de orden, el sentido. El sentido es más que información; es una cualidad supe­ rior de la información, vínculo entre el sujeto y el orden de la totalidad en la cual actúa. El movimiento con sentido mira simultáneamente hacia el pasado, el presente y el futuro. El sentido es una visión de la trayectoria de vida, del individuo y de la colectividad. En tal forma une a la interioridad en una forma unitaria que se mueve en el tiempo y se proyecta en el espacio. La interioridad se confirma como un movimiento indivisible por el sentido; éste conlleva la forma más organi­ zada de vida interna. Cuando el sentido y la acción se mueven en una relación consistente y equilibrada, la interioridad está garantizada; nada podrá sumergirla, nada podrá subordinarla en forma definitiva. El sentido, en cuanto eje de la interioridad, ata la vida a la historia, a la memoria, a la visión del porvenir como continuación del pasado. Con este perfil se mira a sí mismo antes que a cualquier cosa; es por ello que el efecto de interioridad llevado al extremo provoca esquizofrenia, autismo. El sentido es una enorme fuerza de organización; con ella se han emprendido acciones masivas de proselitismo y con­ quista. Y es importante mirarle como lo que es en un principio, un efecto discursivo. El otro rostro del sentido es la defensa de la interioridad ante el exterior; en esa dimensión también potencia a la interioridad en su contacto abierto al exterior. Un interior fuerte puede aprender mucho del exterior, puede dialogar con él, puede ponerse en su lugar sin peligro de enajenación. El sentido tiene estos dos rostros, en uno se hunde en sí mismo, con el otro puede enfrentarse a cualquier situación y sobrevi­ vir. En cualquier caso tiene una enorme fuerza; de ahí que ese sea el frente de lucha entre interioridades más complejo, más irreconciliable y a veces feroz. Por una democracia universal Cultura y comunicación Los hombres se reconocen y se desconocen por lo que miran, oyen y sienten en general; después entra en juego el registro racional. Cuando un hombre se acerca a otro y siente un olor desagradable para su marco de percepción, de inmediato se aleja del otro. El posible interés que tuviera en él se mueve en sentido contrario; ahora no quiere saber nada, buscará evitarlo por todos los medios. Así funcionan las relaciones humanas entre dos individuos y entre dos culturas. La simpa­ tía, rasgo con apariencia de casual y gracioso, puede separar más que visiones ideológicas encontradas o que uniformes de distinto color. Lo que une, lo que atrae, está ordenado por sutilezas que ponen en forma una gran complejidad. Una buena parte de la interioridad es inconsciente; sólo está ahí, no es evidente, no opera sobre el registro de la razón ni la lógica consciente. La mirada que mira no se sabe en todos los límites de su visión. La cultura opera desde la forma que contiene, desde la vasija que da forma al agua, desde el sentido que permite a la mirada distinguir y definir. Las formas culturales se portan en el sentido común, en el juicio inmediato, en la actitud instantánea, en el sentimiento espon­ táneo. Lo que somos es invisible para nuestra primera obser­ vación; hace falta un esfuerzo de intensa introspección para indagar las formas que nos permiten ser. La cultura es interioridad; es el a priori del ser social; desde ahí concebimos al mundo, desde ahí actuamos, hacia ahí llegan todas nuestras percepciones e impresiones; en su centro se genera nuestro ser en el mundo, nuestra esperanza. En ella se pone en forma nuestro impulso vital, nuestro instinto de vida; en ella adquiere sentido nuestra muerte, la comprensión del principio y el fin de todas las cosas. La interioridad de la cultura cubre a una diversidad grande de individuos, grupos, poblaciones, regiones, épocas. Esta característica es la que se hace particularmente llamativa a los estudiosos de la condición humana. De pronto actores socia­ les de muy distinta confección y expresión se identifican en símbolos y mitos comunes. ¿Cómo es que esto puede suce­ der?. Cuando la mirada que indaga se mueve en composicio­ nes sociales de identidades muy estrictas, llaman la atención dos fenómenos: el aislamiento, efecto de interioridad inferior, y la armonía de relaciones con otros sectores en una globalidad organizativa, efecto de interioridad superior. Estos fenó­ menos también se presentan en sociedades no tan estrictas, y aun con cohesiones menos intensas siguen llamando la aten­ ción. La formación de la comunidad de sentido es un asunto de faceta semiótica. Las formaciones discursivas permiten el contacto de los individuos y los grupos en un discurso social común. El compartir una lengua promueve el contacto entre los separados, el fenómeno del lenguaje es una dimensión humana de la composición y organización de campo que nos separa de otros intercambios de energía de la naturaleza. El lenguaje es la forma superior de orden en la interioridad humana y social. El lenguaje, como fenómeno de relación entre los indivi­ duos separados y relativamente independientes, y las formas discursivas, como guías de lo que se puede y no se puede, de lo que es pertinente y de lo que no lo es, son la dimensión de interioridad más compleja y expresan el sentido de orden más general de la composición y la organización de campo. La comunidad discursiva es un nivel de la composición de la interioridad. En este concepto se incluyen tanto el lenguaje como forma general del diseño de la expresión del sentido, como las formas discursivas en tanto normas de pertinencia del significado en situación social, pero también, y esto es muy importante, la comunicación, en tanto estrategia de contacto para la recepción del sentido y la elaboración del significado. La comunicación comprende las redes de contac­ to, los canales de circulación de información y las pautas de búsqueda y encuentro con el significado y el sentido. El significado es la simple referencia de ausencia a una presencia, lo que asocia un signo en un proceso de elaboración semiótica. En situaciones sociales existen niveles acordados de convencionalidad normativa para asociar significados a expresiones de lenguaje. A partir de ahí el significado se puede liberar; existe la posibilidad en la creatividad semiótica de asociar expresiones a distintos significados a los conven­ cionales, gracias al efecto de sentido. El sentido está por encima del significado y la expresión significante; es lo que los une y lo que une a cadenas de significación en un nivel superior de síntesis y comprensión de los referentes asocia­ dos. En la comunicación se circulan significados y se van compartiendo efectos de sentido; es decir, lo que no se dice y se entiende, va participando del efecto de interioridad, va participando integralmente de la composición y organización de campo. De ahí la importancia de la comunicación; es propiamente lo que guía el fenómeno de comunidad, el elemento de enlace y vínculo entre individuos; lo que permite que una reunión de individuos se conforme en un fenómeno de interioridad. Pero la comunicación también está en juego en los efectos de exterioridad. En la búsqueda de información los agentes del campo acuden a fuentes alternativas a las que se encuen­ tran dentro del propio campo; en ese momento entran en contacto con lo distinto, con lo diferente, con lo ajeno. En este encuentro buscarán entrar en contacto con las formaciones discursivas y los efectos de sentido del otro; en esta averigua­ ción aprenderán y modificarán algunas de sus propias pautas. Cuando esto sucede es que la información es el elemento objeto del contacto con el exterior; pero, como ya se dijo, no es éste el motivo central de la relación con el exterior en la mayoría de los casos, aunque se puede afirmar que la infor­ mación siempre está presente como efecto de exterioridad en cualquier salida de la interioridad. En información existe también el encuentro con el exte­ rior; es decir, no el ir hacia, sino la llegada de algo del exterior. Este caso es peculiar y se ha generalizado en nuestros días. Las sociedades de antaño tenían efectos de interioridad muy altos e intensos, a partir de ciertas circunstancias llegaban a ponerse en contacto unas con otras (algunas de esas circuns­ tancias ya fueron mencionadas), pero no se movían en forma sistemática hacia un contacto con el exterior, salvo en casos de comercio y de formaciones de campo especiales. La ten­ dencia en el siglo XX ha sido hacia la búsqueda del efecto de exterioridad informacional. Los medios de comunicación masivos han tenido un papel muy significativo en este proce­ so. Hoy en día el contacto con el exterior se verifica con sólo prender el aparato de televisión y recibir vía satélite informa­ ción de lo que sucede y se piensa a miles de kilómetros de distancia. Este es el gran fenómeno de nuestra época. Con las condiciones actuales de comunicación planetaria, de contacto entre millones de forma simultánea, de relación entre diversas interioridades en un instante, el fenómeno del poder vuelve a aparecer en toda su magnitud. Lo que se tiene en este momento es un núcleo productor y emisor de infor­ mación dirigida a una periferia gigantesca. El efecto de exte­ rioridad es incalculable, como también es constatable el efec­ to de interioridad que poco a poco se va formando a través de la comercialización masiva de ciertas marcas y productos. Al mismo tiempo, la red de telecomunicación internacional va en aumento y la fibra óptica permitirá un contacto intercon­ tinental nunca antes visto. Algo está sucediendo en nuestro mundo contemporáneo que tiene pocos antecedentes; se está universalizando el contacto, se está tramando la infraestruc­ tura para la formación de un efecto de interioridad impresio­ nante. El campo universal parece estar cerca, muy cerca, más cerca de todo lo previsible. Y mientras esto sucede las tenden­ cias a la unidad se generalizan; el impulso económico, la red del mercado, la unidad europea, la posible unidad latinoame­ ricana; en fin, síntomas. Algo está sucediendo, las tendencias a romper aislamientos y efectos de interioridad van en aumen­ to, los políticos están siendo rebasados por las circunstancias, las grandes empresas transnacionales entienden a medias lo que ellas mismas han provocado en parte, las ideologías de tendencia interior están en crisis, otras se mantienen a la expectativa. Algo está sucediendo, los tiempos apuntan hacia futuros imprevisibles, parece que hoy como nunca es hora de la utopía, del despegue del efecto de exterioridad que busca lo distinto, lo superior, lo mejor, lo más armónico y total. Por dónde seguir. Comentario final La interioridad ha sido la marca de las formaciones culturales; de ahí que haya sido relativamente sencillo caracterizar a las grandes culturas a través de los tiempos. En el siglo XX la situación ha cambiado, el efecto de exterioridad ha tenido impacto en muchas regiones del mundo conocido. Esto ha favorecido la idea de que un mundo fragmentado está en transición a un mundo unido. Aún falta mucho para que tal hipótesis pueda ser considerada con firmeza, aunque existen indicios a favor. Lo que aún tenemos ante nuestros ojos es un mosaico de interioridades, donde los puntos de unión son más económicos y políticos que ideológicos, y afirmar que estas uniones son universales también es apresurado. En resumen, se puede afirmar que existen marcos de composición y orga­ nización sociales formados en campos ordenados bajo efectos de interioridad y que los contactos entre ellos van siendo mayores por efectos de exterioridad de mercado, de domina­ ción política y de hegemonías ideológicas. El mundo está más unido hoy que nunca antes, por ello son más evidentes los puntos de separación. La tarea es casi obvia, el futuro se abre en ciertos puntos, y se cierra en otros. La previsión, la proyección de nuestra actualidad a los años por venir dependen en buena medida de nuestra comprensión de lo que somos y nuestro proceso de ser. Algunos de los puntos de apertura dependen de nosotros, otros están en acción debido a fuerzas que nos rebasan. Algunos de los puntos de cierre están en condiciones de control, otros no. Conocer a unos y otros es labor necesaria de una indagación profunda. Todos tenemos responsabilidad en este asunto, algunos tenemos el compromiso. El caso de México es peculiar. Por una parte tenemos por lo menos casi dos siglos en un movimiento hacia la inte­ rioridad; pero por otra parte, nos hemos negado a nosotros mismos casi en forma sistemática. Al tiempo que existen rasgos de una cultura mexicana, lo que tiende a existir es una cultura nacional oficial parcial y retórica. El país se ha con­ formado a fuerza de acomodos internacionales; es posible que tengamos mucho en común con pueblos que están empaque­ tados en otras identidades nacionales. Mesoamérica y la cultura hispánica no son tonterías. Y al mismo tiempo cada vez nos parecemos más en ciertos estratos a una cultura del consumismo y la superficialidad, efecto de exterioridad que ya lleva muchas décadas entre nosotros. Todo esto es un auténtico motivo de trabajo y entrega entusiasta; hay tanto por hacer. Podríamos continuar en donde se quedaron nuestros maestros, efecto de interioridad; pero también podríamos empezar donde se ha perdido la memoria en el olvido de nuestros abuelos y ancestros, efecto de exte­ rioridad interno. Necesitamos aprender de lo que hermanos en el espíritu han avanzado sobre la comprensión de la vida y el universo, hermanos que están o estuvieron en otras interioridades muy externas a nosotros, efecto de exteriori­ dad. En fin, todo esto hace falta y más, mucho más.