Le Monde diplomatique “el Dipló” Año X, número 117, Marzo de 2009. El big bang de la crisis por Carlos Gabetta Nada de lo que actualmente sucede tiene la menor importancia.Oscar Wilde Casi nadie parece empeñado en ir al fondo de las cosas. Las discusiones respecto a esta crisis siguen girando alrededor de los esfuerzos de las derechas por que las ayudas estatales vayan al sistema financiero y no a la gente; por impedir que las ayudas de los Estados no supongan nacionalizar la banca y por que no haya aumento de impuestos a los ricos. A la defensiva ante una crisis que ella misma provocó, la derecha cierra filas y se atrinchera en lo que considera de su exclusividad: las ganancias, la propiedad privada y su derecho a fijar los límites de actuación del Estado. Hasta aquí, nada nuevo. Lo preocupante es que lo que en general se considera la izquierda, el progresismo, no atina a salir de su propia ortodoxia: la solución de la crisis pasaría por aumentar los impuestos a los ricos, por ayudar a la gente a pagar sus deudas, por “generar empleo” y por nacionalizar la banca aprovechando las masivas ayudas que ésta recibe de los Estados. La relación estructural entre el delirio financiero que condujo a esta crisis y la economía real es desestimada por la abrumadora mayoría de los especialistas, por no hablar de los dirigentes políticos. Tanto para la derecha como para la izquierda, la idea es que si de una u otra manera, más tarde o más temprano, la crisis “financiera” se resuelve mediante la intervención del Estado –provisoria para la derecha, permanente para la izquierda– los mercados financieros y de consumo se recuperarán y todo volverá a ser como antes. La derecha se quedará con lo que considera que es suyo y la izquierda festejará la obtención de algunas legítimas reivindicaciones intervencionistas, regulatorias, sociales quizá, arrancadas en el borbollón del naufragio. Si bien se mira, así ocurrió al cabo de todas las numerosas crisis “financieras” recientes, al menos en algunos países y sobre todo en los centrales. Estados en peligro Pero esta crisis es esencialmente distinta, en primer lugar porque a seis meses de su estallido aún no hay un diagnóstico preciso sobre su profundidad, pero sobre todo porque esta vez no es periférica; se ha producido en el corazón del sistema. Dicho de otro modo: ha llegado hasta allí. La manera en que se está intentando resolver esta crisis ya prefigura otra: la de la insolvencia de los Estados de los principales países (1). ¿De dónde va a salir todo el dinero real, es decir con respaldo, que los grandes Estados inyectan actualmente en el sector financiero por millones de millones en forma de bonos y títulos de deuda públicos? Los efectos de esa burbuja, como las anteriores, ya han comenzado a aparecer en la periferia, pero esta vez muy cerca del corazón; Islandia, Irlanda, los países del Este (2). Las medidas que, con variantes, están aplicando los grandes Estados, hacen que la burbuja se desplace en un triple movimiento: hacia adelante, en el tiempo; del sector privado al público y, por supuesto, inflándose. Se habla ya de “un nuevo Bretton Woods”, puesto que una reorganización del sistema financiero, de los valores de referencia, parece imprescindible. ¿Cuánto vale en realidad el dólar actualmente? Y sobre todo, ¿cuánto valdrá en el futuro? Parece evidente que el sistema internacional no podrá seguir funcionando durante mucho tiempo con esa moneda como referencia. Si los gobiernos no hacen la reforma financiera, tarde o temprano la hará “el mercado”, y ya se sabe cuáles son sus maneras en esos casos extremos. Las guerras comerciales, políticas y llegado el caso militares, asolarían el planeta en un grado mucho mayor que el actual. El último premio Nobel de Economía, Paul Krugman, no se anda con vueltas al respecto y considera que fue ese “amplio programa público de empleo, conocido como la II Guerra Mundial (el que) terminó con la Gran Depresión” (3). Karl Marx ya había explicado mucho antes la lógica intrínseca que conduce a la guerra como solución de crisis. Pero en cualquier caso, éste no es “otro” estallido, sino el momento culminante de un big bang cuyo comienzo puede datarse grosso modo allá por la primera crisis del petróleo, en 1973. Disculpas por el marxismo de manual, pero es preciso resumir aquí que ya entonces se precipitaba el cambio en la composición orgánica del capital, debido a la aceleración de los descubrimientos científicos y tecnológicos aplicados a la producción. La tasa de ganancia cumplía con la inexorable ley a la baja en esos casos (4) y los altos impuestos y las conquistas sociales obtenidas durante los “30 gloriosos” años de la economía de posguerra y Guerra Fría empezaban a pesar en el balance de las empresas. La acumulación realizada por el capital en esos años dorados y la aparición de los “petrodólares” –un momento de excepcional liquidez del mercado– junto a otros factores como el prodigioso salto en comunicaciones y transportes, fueron empujando al capital a desplazarse desde la producción, cuya tasa de ganancia descendía o se había estancado, al prometedor sector financiero. Así empezó todo. Dos décadas después, a finales de 1995, la suma diaria mundial de transacciones en divisas era de 1,5 billones de dólares y el nivel de las reservas mundiales, de 1,2 billones. Las reservas mundiales apenas representaban el 80% del movimiento especulativo de un solo día y la “burbuja” se había inflado un 50% en los últimos tres años. Imaginemos ahora, trece años después. Consumidores insolventes Pero imaginemos también que en esta crisis, de un modo u otro y más tarde o más temprano, el sistema bancario internacional logra ser estabilizado y que los Estados se las apañan luego para ir licuando sus deudas. En ese supuesto, ¿cómo se resolverá allí por donde todo empezó, en el sector productivo, el problema de la tasa de ganancia y el de una sobreproducción que se dirige a mercados cada vez más devaluados? ¿Cómo resuelve el capitalismo en esta fase el problema de la crisis estructural de demanda? La caída de la tasa de ganancia no sólo ha provocado el desplazamiento masivo del capital hacia la especulación; también lo ha empujado a reducir costos mediante la deflación salarial y el recorte de las conquistas sociales. Allí donde se mantuvo en la producción, el capital se orientó hacia los salarios bajos y las menores exigencias de los países periféricos. “Deslocalizó” empresas e inició un acelerado proceso de fusiones que además de participar del delirio especulativo, condujo a la actual concentración de capital en el sector productivo. Aumentar o mantener la tasa de ganancia mediante racionalizaciones que achiquen costos está en la lógica del sistema y es además una de las principales razones de su eficiencia. El capitalismo la ha aprovechado cada vez que le resultó posible. Pero desde hace unas décadas es cada vez más un imperativo categórico, una necesidad que no tolera concesiones. Facilitado por los desarrollos tecnológicos, el propósito se fue logrando: las empresas se hicieron cada vez más eficientes – es decir, aumentaron ganancias– mediante los recortes de plantilla, la deflación salarial y la disminución de costos sociales y fiscales. Pero ocurre que eso recorta el poder adquisitivo de los consumidores, ata de pies y manos al Estado y ahica más tarde o más temprano mercados que, por el contrario, deberían agrandarse incesantemente para absorber una oferta en constante expansión. Lo que se dice una contradicción que sólo puede resolverse en términos de calidad, de superación o de destrucción; hacia delante o hacia atrás. En las crisis anteriores esta contradicción se expresaba en forma tal que prometía, y tenía, soluciones a la vista. Sólo que cada vez de más corto plazo y aproximándose más y más al corazón del sistema. Un proceso inexorable La solución pasa entonces por salvar a la banca y estimular el consumo para que las economías vuelvan a crecer al ritmo que el sistema necesita. Es lo que, con diferencias de enfoque, se baraja actualmente a derecha e izquierda. Pero veamos dos casos concretos, emblemáticos, en el corazón mismo del sistema. En Estados Unidos están en situación de quiebra nada menos que el City Bank, en el sector financiero, y General Motors, en el productivo (son sólo ejemplos; hay muchos otros). El gobierno acudirá en ayuda de ambos. En el caso del City, mediante la adquisición del 40% de su capital, lo que le otorga el control (5). Es posible que así el City vuelva a su estado normal, pero por cierto luego de una conveniente racionalización. Para salvar al banco y no desperdiciar el dinero público, el despido de miles de empleados ya se anuncia como necesario. En cuanto a General Motors, rescatarla de una quiebra inevitable costará 14.000 millones “adicionales” y, eso sí, la compañía deberá racionalizarse. Sin demora, GM ya anunció que despedirá a 47.000 trabajadores en todo el mundo (6), entre otras medidas del mismo tipo. En otras palabras, salvar al sistema bancario no pasa solamente por poner los bancos a flote y regular el conjunto del sistema financiero para que no hagan más locuras, sino también por que se racionalicen. Así, habrá que contar cada vez menos con el sector servicios en materia de empleo, en términos relativos. En cuanto al agropecuario e industrial, más de lo mismo. Se trata de un proceso lento, pero inexorable. Aviso a dirigentes ¿Qué será entonces de los planes de rescate de los gobiernos, que apuntan a reactivar el consumo mediante la recuperación del crédito y del empleo? Si el primero se recupera y el segundo sigue a la baja, podría formarse otra burbuja, igual a la que acaba de estallar en Estados Unidos, cuya sociedad vivió años por encima de sus posibilidades gracias al crédito abundante y barato, mientras sus ingresos disminuían. ¿Cómo crear empleo, o sea consumo, para que el sistema siga adelante? La población mundial crece y los humanos viven más, al tiempo que la oferta de bienes aumenta y la de trabajo disminuye. Esta no es una crisis como las demás. Es por eso que el inevitable, aconsejable recurso al proteccionismo (págs. siguientes), debe considerarse en una perspectiva de mayor escala que la de la mayoría de los mercados internos nacionales y contemplando cambios profundos, nada ortodoxos, en el sistema y objetivos de producción y en el reparto de la riqueza. Esto debería ser una señal de alerta para los actuales dirigentes progresistas latinoamericanos, que hasta ahora parecen no asumir ni el carácter de la crisis, ni las posibilidades que tienen en sus manos para encarar el desafío. ♦ REFERENCIAS (1) Dossier, “Le scénario menaçant d’un krach obligataire mondial”, Le Monde, París, 13-1-09. (2) Joaquín Estefanía, “Cuando un país suspende pagos”, El País, Madrid, 23-02-09. (3) Paul Krugman, “Decade at Bernie’s”, International Herald Tribune, París, 17-02-09. (4) Jorge Beinstein, La larga crisis de la economía global, Corregidor, Buenos Aires, 2000. (5) En su editorial “Bankrupt Bailout”, del 2-3-09, el prestigioso The Nation, Nueva York, ironiza sobre esta participación del Estado en el City: “llamémoslo salida supervisada, si el término nacionalización asusta”. (6) David Sanger, “In U.S., Obama has key to fate of Detroit”, International Herald Tribune, París, 19-2-09.