FILOSOFÍA: ¿REFLEXIÓN CREPUSCULAR?

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FILOSOFÍA: ¿REFLEXIÓN CREPUSCULAR?
Una meditación mítica sobre la filosofía y el filosofar
«Ese hombre no dice más que cosas absurdas»,
dijo el visitante tras oír hablar al maestro.
«Tú también dirías cosas absurdas
―le dijo un discípulo―
si trataras de expresar lo inexpresable»
Reconociendo que raya en lo patológico, comparto que el final de los semestres, de los
ciclos escolares, de los años civiles (que coinciden con el inicio de los litúrgicos, con los tiempos de
ad-viento y navidad) me han traído una experiencia de liberación física, mental y cordial desde
hace algunos años, sin saber precisar cuántos porque es algo que, tal vez como todo lo humano o
al menos como algunos de sus aspectos, comienza sin ser percibido, negando con ello el que el ser
coincida con el ser percibido o, dicho más en términos muy en boga en el mundo contemporáneo
y muy concretamente en la interpretación literal de la reforma universitaria de la UAN, negando
que sólo lo evidenciado existe o, por lo menos tiene derecho a existir…
Esta liberación, por otra parte, abre horizontes que permanecen cerrados durante el
tiempo ordinario de los semestres ante las exigencias de las cargas horarias (por algo se llaman
cargas) y de los perfiles multifacéticos que parecen exigir de quienes las soportan.
Es más, esta liberación ―que se manifiesta incluso en una menor necesidad de descanso
nocturno y de despertares antes de romper el alba― abre posibilidades contemplativas y
reflexivas que pareciera que solo pueden surgir del ocio ―que no es pereza, ni indolencia, sino
manantial fecundo en que opera de manera privilegiada la receptividad como punto de partida―
no esa actitud a la que Heidegger denomina ge-stell y que suele traducirse como im-posición
planetaria, como pre-dominio, como sometimiento universal y que sería uno de los rasgos
esenciales de nuestros tiempos; una receptividad que tiene capacidades potencialmente abiertas
al infinito que le hacen capaz de contemplar la totalidad antes que sus múltiples componentes;
una receptividad que no puede callar porque si callara como dice algún pasaje evangélico
“gritarían las piedras”, si bien ha de saber reconocer que su traducción al lenguaje no puede
alcanzar la precisión meridiana que se logra en otros ámbitos y que, sin embargo, no se reduce a
expresión de emociones, de sentimientos, si bien no está exenta de esa dimensión que ha de ser
negada metodológicamente en otros registros del saber que, tal vez por ello, son capaces de
decidir con objetividad lo que es y lo que no es, quién es humano y quién no lo es, lo que se puede
decir y aquello de lo que se debe callar.
Apenas en los inicios de esta experiencia liberadora que se convierte en experiencia de
libertad, surgió una reflexión que denominé Concordancia discordante, en torno al escudo
propuesto para el Programa Académico de Filosofía de la UAN. En ella, ya no alcancé a decir,
porque es algo que solo supe posteriormente, que sus colores predominantes, el verde y el
amarillo ―de lo que afirmé que no me gustan personalmente― son, juntamente con el rojo, los
colores clave del mundo Wixáritari, más conocido, que no mejor conocido, como huichol.
Hoy, antes de nacer el alba, hizo acto de presencia en ese que Aristóteles y Tomás
llamaron entendimiento pasivo (que más que pasivo es receptivo) una senda reflexiva que en la
cercanía del mezzogiorno, llevé al lenguaje escrito primero como La filosofía: una reflexión
crepuscular, posteriormente, como Filosofía: reflexión crepuscular y, finalmente Filosofía:
¿reflexión crepuscular?, una reflexión que nace de la contemplación y que, a partir de ella, intenta
emitir algunas palabras sugerentes, sugestivas, quizá, solo balbucientes…
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La fuente generadora de esta reflexión fue, precisamente, un acto contemplativo que no
solo narro sino comparto, con plena consciencia (sic) de que el narrarla y compartirla
probablemente no producirá los efectos que produjo en mí, es decir, un acto contemplativo, un
mirar profundo, evocador, provocador, desencadenador de reflexión y con plena consciencia de
que, incluso en caso de producir algún efecto de ese tipo, este será distinto en quien lo
experimentare.
Esta experiencia contemplativa la tuve hace unos días, mientras veía en el Facebook de
Giovanna Barrera Mota, una serie de fotografías del Congreso de Filosofía realizado en Mazatlán.
A este respecto, recordé aquella broma que hicimos en el aula diciendo que un grupo de
estudiantes y profesores de filosofía de la Universidad Autónoma de Nayarit irían a Mazatlán y
Miguel Luna iría al Congreso de Filosofía a Mazatlán…
Las fotografías, sin embargo, evidenciaron que, al menos quien tomó algunas de las fotos,
participó en alguna sesión del Congreso. Así lo mostraba, al menos, alguna foto en que aparece
Mario Bunge, uno de los ponentes a quien, de antemano, querían conocer y escuchar…
Por supuesto, al mirar esas fotos en que aparece Mario Bunge, me pregunté qué habría
dicho en su participación… Una pregunta que quedó sin respuesta porque no hice la pregunta a los
participantes y asistentes y porque, en plena era del homo videns no encontré en esa red social en
crecimiento exponencial palabra alguna que esbozara siquiera alguna respuesta a mi pregunta.
(De paso aprovecho este rincón redaccional, para hacer mención de esa carencia de palabra
reflexiva posterior a las actividades realizadas, a los eventos en que se participa, excepción hecha
del Mtro. César Ricardo Luque. Quizá sea verdad que una imagen dice más que mil palabras, pero
esas palabras, aunque no sean mil, le dan sentidos a las imágenes, por otra parte, abierta a
muchísimas palabras alternas).
Y fue precisamente una foto-grafía, algo así como una luz inscrita, plasmada, en esta
ocasión en formato digital, la que motivó, ya hace algunos días, esta reflexión que, debo
reconocer, ya no fluye como fluía en un primer intento redaccional que fue interrumpido por
alguna actividad que tuve que realizar sin que recuerde siquiera cuál fue.
Esta es la imagen, una imagen capaz de inspirar reflexión, de inspirar en mí esta reflexión
acerca de la filosofía como una reflexión crepuscular, sin dejar por ello de producir una
experiencia estética, emocional y una dosis de nostalgia por esos meses que viví en la llamada
Perla del Pacífico en los albores de una etapa inédita de mi vida tras dejar el ejercicio del
ministerio sacerdotal por serme imposible vivir sana y santamente la castidad en el celibato como
se dice con precisión.
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Esta fotografía no solo permite ver, mirar… Posibilita el sentir, el oler, el escuchar y, por
qué no, el saborear, ese quinto sentido que en Aristóteles aun no estaba diferenciado si no mal
recuerdo.
Esta fotografía, para no generalizar, me permite contemplar una fuente posible de aquella
respuesta de que la fysis no sería sino una combinación de cuatro elementos: agua, fuego, aire y
tierra, cuatro elementos que enuncio sin otro orden que el que espontáneamente viene a mi
mente y que se hace ―no de manera mecánica sino de una manera un tanto misteriosa y
mágica― lenguaje electrónicamente gráfico…
Interesante y sugerente resulta que esta fotografía de un crepúsculo mazatleco “donde
hacen su nido las olas del mar azul” conduzca esta reflexión hacia aquellos tiempos de la filosofía
auroral en un mundo griego aún no crepuscular… A los tiempos de Empédocles, es decir, hacia el
siglo V antes de Cristo o, dicho de manera laica, antes de nuestra era, a los tiempos de expresión
mítico poética del filosofar en que el devenir de la fysis recorre ciclos que comienzan con un caos
del cual el amor hace fluir y definir los distintos elementos que el odio va encaminando de nuevo
hacia el caos e cosi via y así, una y otra y otra y otra vez, en ese eterno retorno de lo mismo que a
finales del siglo antepasado reaparecerá en el ámbito filosófico ―nuevamente expresada en
lenguaje mítico poético― con Frederich Nietzsche, tras un largo recorrido de más de dos mil años,
desde una perspectiva con origen y fin, con Génesis y Apocalipsis.
No parece ser la tierra, esa tierra a la que con el propio Nietzsche parece reducirse la
nueva fysis, plana por cierto, y a la que hay que ser fiel en contraposición a la fidelidad al cielo
propuesta por el platonismo para las élites y por el platonismo para las masas (el cristianismo), la
inspiradora de este recorrido fugaz y supersónico a través de siglos de reflexión.
Tampoco parece serlo el fuego, ese elemento tan querido por Heráclito el oscuro.
Más bien parecen estar detrás de él el agua y el aire...
Por ello, parece ser una especie de navegación a vela, sobre las olas del mar, de ese mar
mazatleco, en un navegar que nos ha conducido directamente, sin escalas, desde Empédocles
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hasta Nietzsche, desde el amanecer hasta el anochecer, es decir, hasta más allá del crepúsculo,
quizá hasta más allá de la filosofía…
Esta fotografía del crepúsculo mazatleco en los días del Congreso de filosofía evoca el
cuadrado, la cuadratura, el ge-viert clave del meditar heideggeriano tras la torna (kehre) de su
pensar siempre obsesionado por la cuestión del ser, esa cuadratura que parece armonizarse mejor
que la tierra nietzscheana con los cuatro elementos de Empédocles, el siciliano, del paisano dei
maffiosi: esa cuadratura conformada por el cielo y la tierra, por los mortales y los divinos, aquellos
que aparecen con diáfana claridad en la foto a pesar de ser una imagen crepuscular; estos que no
aparecen y que, sin embargo (eppur) están presentes, aquellos como quienes contemplan el
crepúsculo, sin que éste dependa de que haya quien o quienes lo contemplan, sino porque sólo
con contempladores se convierte en tal, porque sólo los contempladores le dan su nombre, lo
denominan, lo describen, lo agradecen y, por qué no, hasta lo bendicen: bendito crepúsculo que
me muestras mortal, caduco… Es curioso, los divinos no aparecen, no se ven… ¿Será que ya se
fueron? ¿Será que murieron? ¿Será que los asesinaron? ¿Será que los olvidaron? ¿Será que se
evaporaron? ¿Volverán a la vida? ¿Volverán a la tierra? ¿Habitan en otros lares?
Personalmente, creo que se muestran en ese atardecer, sin el arrebato de la evidencia, sin
claridad meridiana, como insinuación, como palabra que se susurra al oído, como una suave brisa
que proviene del mar y que parece combinar los cuatro elementos y el éter…
Sin embargo, creo que la hora de los dioses no es la aurora, ni el mediodía, ni la tarde, ni el
crepúsculo… La hora de los dioses, es la noche, cuando el ojo no ve, cuando la mente reposa,
cuando el olfato y el oído se agudizan, cuando el tacto se adormece y el corazón sigue late que
late, sístole y diástole, sístole y diástole, y los pulmones manteniendo la vida: inspirando y
expirando, sin que sea la expiración final, la salida definitiva del aire, del aliento, del alma, de la
ruáh, del espíritu.
Si la filosofía, como el búho, tecolote o lechuza de Minerva surge al atardecer, si la filosofía
es una reflexión eminente y esencialmente crepuscular, la hora de la poesía, del mito, de la mística
es la noche, en especial, la noche del desierto…
El búho, tecolote o lechuza de Minerva es para el suavo del pensamiento absoluto (para
quien todo lo real es racional y todo lo racional real y que proclama que toda realidad es sustancia
y sujeto a la vez, reconciliando con ello más que sintetizando la filosofía antigua y la moderna y,
por supuesto yendo más allá de Kant, sin temor ni temblor hasta proclamar que la lógica es
teodicea) el símbolo de la filosofía, del filosofar en cuanto surge en los pueblos después de que
han alcanzado su más plena realización, cuando su hora ha pasado, cuando están declinando. Para
él, tal vez como para ningún otro, la filosofía es una reflexión crepuscular, una reflexión que
alcanza su plenitud en el atardecer de los pueblos, en el atardecer de las culturas, en el atardecer
de las civilizaciones. Él mismo, su propia filosofía, puede ser vista, sin duda, como el culmen o, al
menos uno de los cúlmenes del filosofar incoado en Grecia o, simplemente, como uno de los dos
cúlmenes del filosofar reiniciado por Descartes (el otro sería Hume).
Desde esa perspectiva, Marx y Nietzsche serían algo así como filósofos pos-crepusculares…
Wittgenstein y Heidegger, definitivamente, nocturnales, tal vez, filósofos de la medianoche. Tal
vez, por eso se le oculta al austriaco aquello cuya esencia parece ser el mostrarse y el que nace y
muere en la Selva Negra nunca puede acceder (accesar dirían ahora algunos) a ese ser que en un
primer momento parecía al alcance de la mano y que pronto, a mitad del camino ―como al
Dante― se le mostraría como ausente, reticente, reculante, inalcanzable por ser demasiado tarde
para los dioses y demasiado pronto para el ser…
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El pensamiento más grave en torno a la filosofía como una reflexión crepuscular, sin
embargo, parece provenir del sentido del mundo occidental que está estrechamente ligado,
aunque a primera vista no lo parezca, con el crepúsculo, con el atardecer, ya que el occidente es
un punto cardinal que también se denomina oeste y poniente, es decir, el punto cardinal donde
“se pone el sol”, el punto cardinal donde el sol declina, donde el sol se oculta; el punto cardinal en
que el sol se despide, en que el sol se va a dormir…
Por ello se ha llegado a decir que la filosofía es un producto típico del mundo occidental,
de un mundo que, de alguna manera, habría pasado ya por su hora crepuscular, que ha cumplido
ya su misión en la historia universal a pesar de seguir dominando y predominando a nivel
planetario a través de sus productos postreros: la tecnología (ciencia más técnica) y el sistema
socio-económico-político-militar que pretende hacerlo universal, global y único… desde su
variante anglosajona liberal, ante y tras el fracaso de los galos, los germanos y, más recientemente
los rusos, por unas décadas soviético-socialistas. Por eso se ha llegado a decir, incluso, que solo se
puede filosofar en griego y en alemán.
¿Será verdad que solo el ser humano occidental es capaz de filosofar y que solo lo ha sido
plenamente durante su periodo más esencial, durante el atardecer del occidente que en esa etapa
crepuscular alcanzaría su plenitud, su plena realización como tierra del ocaso?
No lo sé; no soy capaz de responder a una pregunta de tal envergadura; no sé siquiera si
se trata de una pregunta que tenga alguna respuesta, al menos una respuesta adecuada.
Por ello, me limitaré a esbozar alguna conjetura, a expresar un punto de vista que como
todo punto de vista es vista desde un punto y, por lo mismo parcial, parcial por ser un punto de
vista, parcial por ser el punto de vista de un sujeto humano concreto, con una manera de ver las
cosas, hijo de su tiempo aunque con características clara y definidamente extemporáneas, nacido
en una tierra que se ha pretendido occidentalizar en diversos momentos de su historia y que
siempre se ha resistido a ello y que ha transformado todo aquello que ha sido trasplantado a ella
que parece haber buscado y seguir buscando su manera de ser en la historia sin haberlo alcanzado
todavía ahora que, siempre en el norte del planeta, ese que Hegel ha denominado el espíritu de la
historia universal parece seguir su camino hacia el oriente, de nuevo hacia la India y, sobre todo
hacia China, hacia una China que, desde su cultura ancestral ha entrado en contacto ya con dos de
los principales productos socioeconómicos occidentales, el socialismo y el capitalismo en
configuraciones dignas de estudio profundo porque inmersos plenamente en la dinámica
capitalista siguen siendo chinos y conservando elementos de su periodo comunista.
En el caso nuestro, muy nuestro, de un país que a doscientos años de su independencia
formal y a cien del inicio de una gesta revolucionaria que, entre otras cosas buscaba tierra y
libertad, sufragio efectivo y no reelección, se puede decir, sin duda, que se trata de un país que
está lejos, muy lejos de su crepúsculo. Es más, creo que se puede afirmar, sin exagerar, que no ha
siquiera llegado su aurora como tal si bien ha tenido ya otras etapas de su historia con etapa
meridianas que tiempo ha y de manera violenta, se hundieron en la oscuridad de la noche, de una
noche que parece no tener fin, de una noche sin fin…
Tal vez por ello y por lo que tiene de verdad la afirmación de que la filosofía es patrimonio
del occidente, la filosofía y el filosofar, salvo en algunos pocos momentos y en algunos rincones,
ha sido filosofar importado, apenas trasterrado… Reflexión, a lo más, sobre asuntos universales (y
sobre el asunto de los universales) y, sobre todo, que ha versado sobre los temas de la agenda
filosófica occidental en general y, cada vez más, sobre la agenda filosófica anglosajona lo que sería
lógico desde un proyecto de nación que considera que nuestra vocación como pueblo está
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geográfica y comercialmente ligada al vecino país del norte, que nuestra vocación no está
enraizada en nuestros pueblos originales y en una tradición hispanoamericana, iberoamericana,
latinoamericana, nuestramericana…
Personalmente, considero que la filosofía, que el filosofar no es algo exclusivo del
occidente ni de los occidentales y mucho menos que en la actualidad y en el futuro lo sea exclusiva
y excluyentemente de los pueblos anglosajones y su tradición empírico-crítica; que la filosofía no
es una reflexión que solo se pueda realizar en el atardecer de los pueblos…
Creo que se puede filosofar antes de la aurora, por la mañana, al mediodía, por la tarde, al
atardecer y, por qué no, de noche, en plena oscuridad, cuando no se puede más que entrever, más
que balbucir o que emitir gritos de terror o de placer… Y creo también que en los diversos ámbitos
de la tradición filosófica y en la propia historia del filosofar podemos encontrar elementos
aurorales, matinales, del mediodía, vespertinos, crepusculares y nocturnales… Y creo que en todos
los amigos de Sofía se pueden encontrar las más diversas filías y fobias respectivas.
Esas distintas horas del filosofar, por supuesto, tienen características singulares, propias
porque no es lo mismo filosofar en torno a la ciencia o al lenguaje, que filosofar en torno a
situaciones sociopolíticas crónicas que no deberían seguir existiendo o cuando se intenta ir, bajo la
guía de las razones (porque la razón humana es multifacética y no monofacética) más allá de lo
visible y lo palpable y balbucir una acción de gracias, una súplica o una alabanza o esbozar lo que
podría ser la tierra sin mal o la vida humana después de la muerte…
Creo, de alguna manera cercano en esto a la reflexión del último Heidegger ―si es que
existe un último Heidegger― que vivimos en una época nocturnal, a pesar de que las luces
artificiales que tienen a Las Vegas como símbolo preclaro, nos hacen sentir, pensar y creer que
estamos en pleno mediodía.
Creo que ha llegado la noche al occidente o la noche del occidente con su teología, su
filosofía, su ciencia y su tecnología…
Creo que estamos llegando a coincidir en una situación global nocturnal en que nos
amenaza más que nunca la posible muerte del planeta con todo y sus habitantes como
consecuencia de la explotación occidental con su afán de conquista y de lucro.
Creo que en nuestros días, la muerte de muchos mortales ocurre antes de cuando debiera
ocurrir, en muchos casos de una manera que no debería ocurrir más, mientras que otros retrasan
artificiosamente su muerte hasta donde les es posible.
Creo que nos amenazan los esfuerzos de uniformación global bajo un esquema único que
borra las diferencias entre los pueblos, entre los tiempos, entre las tradiciones y las civilizaciones.
Parece ser que el colapso del planeta está más cercano que el proyecto que uniforma.
Esto es lo que parece abrir a nuestra era hacia ámbitos inéditos, hacia un nuevo amanecer;
hacia un amanecer lejano, muy lejano que advendrá en la medida que todos y todas puedan
aportar y que lo hagan desde sus propias tradiciones, desde su sabiduría propia…
En ese sentido, si la noche ha llegado, si la noche nos envuelve, es lo mejor que nos puede
pasar, sobre todo si nos envuelve a todos y a todas, sobre todo si nos envuelve lo más oscuro de la
noche, el antelucano, la etapa más oscura de la noche, curiosamente, la etapa previa al alba, al
amanecer, a la aurora…
Porque, de la oscuridad de la noche e, incluso, de las tinieblas surgió, ha surgido y, muy
probablemente, surgirá, la luz, no la luz artificial que hace parecer la noche día, sino la luz del astro
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rey, la luz de un nuevo sol o, simplemente, del sol que levanta y orienta, del sol del levante y del
oriente… del sol que un día ha de nacer para todos y para todas compartiendo, difundiendo su luz
y su calor…
Concluyo como inicié con un cuento oriental, esta vez completo:
«Ese hombre no dice más que cosas absurdas»,
dijo el visitante tras oír hablar al maestro.
«Tú también dirías cosas absurdas
―le dijo un discípulo―
si trataras de expresar lo inexpresable»
Cuando el visitante tuvo ocasión de
decírselo al maestro en persona,
este se limitó a decirle:
«Nadie está libre de decir cosas absurdas.
Lo malo es decirlas en tono solemne»
José Luis Olimón Nolasco
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