TRATADO TEOLÓGICO La definibilidad dogmática de la Asunción

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TRATADO
TEOLÓGICO
SOBRE
;
La definibilidad dogmática de
la Asunción de María
POR
El P. S a m u e l de S t a . T e r e s a
(Carmelita)
Trabajo presentado al Congreso
Mariano Pan-americano celebrado en Santiago de Chile en Septiembre de 1921.
Con las debidas licencias
SANTIAGO UH CHILK
I M P R E N T A . C3E3R.TTjft.îîT3EIS
Moneda 117u
1922
.. »»
I. M . S.
Licencia de la Orden
Nos Sr. Telésforo de los Apóstoles, Vicario Provincial de
los Carmelitas Descalzos de S. Joaquín de Navarra en Chile.
En vista del informe favorable de los dos Padres que al tenor de nuestras Leyes han examinado, de nuestra orden, la obra
F u n d a m e n t o s Teológicos sobre la definibilidad de la A s u n ción de la Sma. Virgen a los cielos escrita por el R. P. Fr.
Samuel de Sta. Teresa, Carmelita Descalzo, venimos en aprobarla y autorizar su impresión y publicación, servatis de jure
servandis.
En fe de lo cual expedimos y sellamos las presentes en Viña
del Mar a 30 de Enero de 1922.
F R . TELESFORO DE LOS APÓSTOLES.
F r . INOCENCIO DE STA. TERESA,
Secretario.
TRATADO TEOLOGICO
SOBRE
LA DEFINIBILIDJID DOGMATICA DE LA ASüNCfQN DE MARÍA
POR
El P. Samuel de Sta. Teresa (Carmelita)
Trabajo presentado al Congreso Mariano Pan americano
celebrado en Santiago de Chile en Septiembre de 1921,
(Con las debidas licencias)
María Virgo assuinpta est ad aetereum thalamum in quo
Rex regum stellato sedet solio. Lit. Rom.
Virgine Madre, ñglia del tuo figlio Umile ad alta piu che
creatura Terraisse fisso d'eterno consiglio. Divina Comedia,
XXXIII, I.
Introducción.—El dulcísimo amante de la Virgen, Luis
María Grignon de Monfort, poco ha beatificado, dejó escritas
estas notables palabras: "Jesucristo ha sido desterrado de la sociedad. ¿Por qué no le aman las criaturas? Porque no es conocido;
y no es conocido El porque no es conocida María".
"Jesucristo vino al mundo por medio de la Virgen María,
y por la Virgen María ha de reinar en el mundo".
"Por eso Dios quiere que su Sma. Madre sea conocida,
amada y honrada en el mundo hoy más que nunca".
También nosotros hemos recibido la gracia de desear que la
Virgen María sea conocida, amada y venerada en el mundo,
y a ese único fin de darla a conocer, dedicaremos nuestra pluma
durante algunos días.
Tienen las naciones lo mismo que los individuos su predestinación gloriosa por bondad expontánea de Dios; o bien son malvados y quedan abandonados al réprobo sentido en pena de sus
ingratitudes, o bien son elevadas a las altas regiones de la gloria
en alas de sus virtuosas acciones.
Sin embargo las naciones y los individuos están preordinados a destinos más elevados que cuantos podemos obtener
en estas bajas regiones a que estamos ceñidos, los que todavía
vivimos en carne. Un día se separarán el espíritu y la carne, los
dos elementos que constituyen nuestro ser, el primero será conducido a las regiones de Dios, y la otra tomará su rumbo de un
modo muy distinto, hasta que suene la hora de volver a juntarse
otra vez.
Pero
. . g r a t i a m e t g l o r i a m d a b i t D o m i n u s . Si la pri-
mera es recibida y conservada hasta la solemne hora de la parti-
— 4—
da, la segunda está asegurada, no de cualquiera manera, sino de
justicia, pero ¿cómo se realiza la primera operación? Hay una
frase consoladora de San Bernardo que dice: Ipsam sequens
non devias. Siguiéndola, no te pierdes. ¿A quién?
¡Ah sí; a María. ¿Por qué? Porque en sus brazos lleva al
Camino, a la verdad y a la Vida. Sigámosla.
"Es ley indefectible de la Providencia, ha ¿icho un gran
" orador, el restaurar lo caído conforme a las trazas de su cons" trucción primitiva". No de otro modo reparan los arquitectos
las obras deterioradas, ateniéndose al plano de su primitivo autor. Según esto, si Dios hizo la entrega de su Hijo al mundo por
medio de María, para que ella con El nos redimiera, no reparará
su obra en bien de las almas, sino valiéndose del mismo medio;
pues ni El se arrepiente de sus planes ni Ella se ha hecho indigna
de continuar siendo la que fué.
Tal es la idea de verdad y de consuelo que ha pasado, como
eco simpático de las bondades divinas, desde las florestas del paraíso, donde por primera vez fué diseñada, hasta Nazaret, desde Nazaret al Calvario, desde el Calvario a las catumbas, desde
las catacumbas a los desiertos, de los desiertos al concilio de Efeso, desde ,Efeso hasta los confines de la tierra. Su mediación y
sus influencias tienen por límites los límites del mundo.
Tal es la esperanza que sostiene al que se sienta en la silla
de San Pedro, como sostuvo a los reyes cristianos, dió bríos a los
guerreros creyentes que empuñaban la doble bandera de la religión y de la patria, e inspira, inspiró e inspirará vida, dulzura y
alientos a las almas fieles y al apóstol que se lanza en busca de
almas hacia regiones desconocidas, y a las vírgenes que se encaminan hacia las pobladas soledades de los claustros.
Un profeta la vió "sentada a la diestra del Rey, ataviada
de todas las galas y al verla las reinas la alabaron". Las reinas son
las naciones, y los reinos se llamaron los reinos de María. "El
reino de las Galias es el reino de María, decían los antiguos francos de Clodoveo y de Clotilde. El reino de Polonia es reino de
María, decían los fervientes polacos, y España no contenta con
llamarse reino de María, se llama "Patrimonio de María".
Los hombres y los pueblos la han columbrado en las altas
regiones del cielo, elevada allá por operación angélica y reclinada
sobre el corazón de su hijo, escuchando sus palpitaciones y comunicándole otras en comunicación con las palpitaciones de estos
otros hijos que todavía peregrinamos lejos de nuestra patria.
Allá queremos ir a verla; a ella queremos ir, y por Ella llegar a El. ¿Cuándo será, mi Dios, cuándo será?
Los moradores del cielo tienen doble motivo para extasiarse
— 5 —
en la Virgen, porque lo pasado y lo presente les incitan a dar
alabanza divina a la Madre de Dios, como que saben muy bien
que debieron a ella todas las gracias que Dios les dió para salvarge y que cuanto hizo con ellos mientras eran viajeros de la tierra lo está haciendo con los hermanos que viven en ella.
La fe católica nos enseña que los santos que reinan con Cristo
en el cielo forman con nosotros un cuerpo místico, en el cual hay
una misma animación que es la caridad, la caridad que jamás se
acaba. En ellos este amor es un amor que descansa en la posesión
del objeto amado, a quien no pueden perder; en nosotros este
amor se encuentra combatido y atribulado, al ver cuantos enemigos nos cercan, pero es el mismo; allí reina, aquí combate para
ser legítimamente coronado.
Pero I03 que han triunfado enseñan a los que pelean el camino
del triunfo, y cada uno de aquellos dice a cada uno de nosotros:
Ipsam sequens non devias, y les muestran con las palmas
que llevan como insignias de sus triunfos, a la Madre de Jesús.
Vamos a ver, pues, a nuestra Madre María, dónde está, qué
hace, cuál es su hermosura; queremos ver y decir dónde está y
ccmo está, y para esto tenemos que saber qué es lo que ha dicho
Dios, quien es el único que nos puede enseñar. (A Deo disce
vel a nullo).
Pero Dios no ha hablado más que una vez ¿quién podrá saber
lo que dijo esa vez? Sí; Dios no ha hablado más que una vez,
semel locutus est Deus. Dios no ha hablado más que una palabra, cero esa palabra es su Hijo, es el Verbo, según la sublime
frase de San Juan de la Cruz, y en ese Verbo nos ha dicho todo,
y el Verbo nos hablado muchas veces.
Para iluminar todos estos laberintos y no tropezar en medio
de sus escollos, vamos a tomar en la mano una brillantísima luz,
la sagrada teología; sí; la sagrada teología, ciencia sublime a que
hemos dedicado todas las caricias de nuestra vida; la sagrada
teología este celeste Beatriz de la Divina Comedia que acompaña
y conduce a Dante al través de todas las regiones del cielo, dándole explicaciones sobre los más profundos secretos de Dios, hasta hacerle oir ce boca de uno de aquellos brillantes astros de santidad, dirigiéndose a María: He ahí "el término fijo del consejo
eterno".
Tod o esto vamos a decir, y después que lo hemos dicho,
pediremos humildemente al que sabe más que nosotros, al que
tiene la palabra infalible, que nos diga que cuanto hemos dicho
es verdad, es de fe. Entonces repetiremos las escenas y luminarias de Efeso y cantaremos como los cisnes entre las flores
de la muerte, sí entre las flores de la muerte: "Nunc dimittis, Domine, servuntuum in pace.
— 6 —
Por motivo del certamen presentado por el Congreso Mariano que se celebrará en esta ciudad de Santiago, queremos escribir algo sobre la Virgen María, para que ella sea más conocida
y amada y por medio de ella llegar con más seguridad a Jesús.
He aquí el punto a que deberán ceñirse los combatientes y
para el que deberán preparar sus armas.
Tratado teológico sobre la defínibilidad dogmática
de la asunción corporal de María a los cielojs.
Ahora no se necesita más que escuchar las palabras del Apóstol que dice: certa bonum certamen, y saltar serenos a la
arena.
II
No ha sido el nuestro el primer deseo de ver proclamada la
Asunción corporal de María, como dogma, pues ya en el Concilio
Vaticano, 194 obispos capitaneados por el Arzobispo de Toledo
Cardenal Monescillo y el Obispo de la Habana Martínez y Saez
se formuló esta petición, manifestando ardientes deseos de oir
pronunciar la voz infalible del augusto Vicario de Cristo, el Romano Pontífice, sobre este sublime privilegio de María.
Nosotros sabemos que no admite duda la verdad de la Asunción
corporal de María a los cielos; sabemos que está allí, y sería temerario y gravemente culpable quien lo negara, pues esta verdad
está enseñada por el magisterio ordinario de la Iglesia y ella se
contiene en la tradición oral y escrita, y en las obras de los Santos Padres y de los teólogos católicos. Sin embargo parece que falta algo; falta la solemne proclamación del dogma y por lo tanto
la solemne glorificación de María y la solemne satisfacción para
la Iglesia.
Pero para una solemne proclamación semejante ¿basta que
el mundo cristiano lo desee o lo pida, y que lo pidan los mismos
obispos y que lo quiera el mismo Papa? No. Más aún: supongamos que a todas esas buenas voluntades se añadiera la completa
demostración histórica de la verdad que se trata de elevar a la
categoría de dogma, ¿bastaría? Tampoco.
Ya lo diremos después, y aquí no hago sino consignarlo como un preliminar. Para la proclamación dogmática de una verdad en materia de fe y de costumbre, no basta que el Papa y los
obispos quieran proclamarlo y que los teólogos hayan demostrado que el hecho es verdadero, sino que es necesario demostrar
que aquella verdad de que se trata, se contiene en el depósito
de la revelación. Quiero decir que no bksta demostrar la verdad
del hecho, sino que es necesario que aquella verdad en que se
afirma el hecho, está contenida en la palabra de Dios escrita,
_
7 —
es decir, la Biblia, o tradita, es decir, la Tradición. ¿No se contiene en ninguno de estos dos depósitos? Pues no se puede pronunciar sobre ella una proclamación dogmática, por más verdadera
que sea.
Ateniéndonos a nuestro caso. Hay en ésto un punto delicado de teología que esclarecer, no menos que de tributar un homenaje a la Madre de Dios.
Se trata de averiguar si esta verdad: La virgen María
madre de Dios está en el Cielo en cuerpo y alma, está con-
tenida en el depósito de la revelación. Si se prueba, hay motivos
suficientes para su proclamación dogmática. Si no se prueba, hay
que suspenderla, y contentarse con creer piadosamente la verdad, prescindiendo del dogma.
Los protestantes que muestran su habilidad en levantar
calumnias a la Iglesia católica y que nos dicen que los Papas hacen
dogmas por sí y ante sí, sin mas motivos que por el gusto de hacerlos, se equivocan grandemente cuando atribuyen al catolicismo semejante procedimiento. La Iglesia al proclamar un dogma,
no hace otra cosa que declarar que aquella verdad se contiene
en el depósito de la revelación.
III
¿Y nuestra verdad se contiene en el depósito de la revelación?
Los Padres del Concilio Vaticano respondieron que sú Respondieron que esta verdad se contenía en la Tradición-divinoapostólica. Esto basta. Pero aquellos Obispos no contestaron
como órganos infalibles, pues todos los obispos y todos los teólogos y todos los Cardenales, prescindiendo del Papa, no constituyen el órgano infalible de la Iglesia. Para eso tiene que hablar
el Papa, y hablar ex catedra, urbi et orbi, como doctor universal e infalible. Y en nuestro caso nada dijo el Papa, lo dijeron los
obispos que en este punto hacen tan sólo veces de doctores y
teólogos, desde el momento en que se prescinde del Papa.
Tenemos, sin embargo, en aquellos obispos la autoridad de
más de 200 doctores y teólogos que no es poca cosa.
Podríamos adoptar la hipótesis admitida por el Cardenal
Lugo (De virtute Fidei, disp. 1). según el cual, el consentimiento unánime de los fieles unidos a los pastores, sería una declaración suficiente de la verdad revelada. En este caso, sin más añadiduras, tendríamos motivos suficientes para que la Iglesia pudiera proceder a pronunciar una proclamación dogmática, puesto que es cierto, certísimo, que aquella verdad se contiene en el
depósito de la revelación. La hipótesis es admirable y cuadra
— 8—
admirablemente dentro del marco de nuestras suposiciones. Y
hay que tener en cuenta que el Cardenal Lugo ocupa después
de Sto Tomás, sino el primer lugar entre los teólogos, uno de los
primeros de la primera fila.
Aquí pudiéramos añadir la menor del silogismo; es así que
el consentimiento unánime de los fieles unidos a los Pastores,
cree en el misterio de la Asunción corporal de María, luego ella
se contiene en el depósito de la revelación.
Sin embargo la Iglesia no admite esta hipótesis de Lugo
como suficiente por sí sola, para proceder a declaraciones dogmáticas ; exige algo más según la costumbre observada en otros acontecimientos idénticos, y ese algo más que exige, hay que buscarlo.
Por medio de su enseñanza infalible, la Iglesia que es intérprete y guardiana de la doctrina revelada, custos et magistra,
atestigua la vida del dogma al mismo tiempo que prepara
nuevos desarrollos. El número de las verdades divinas aumenta
con relación a nosotros, pero la revelación permanece siempre
en su integridad primitiva. La fe católica no cambia, pero con
relación a nosotros, se aumentan las verdades divinas.
Dice Sto Tomás: "Los artículos de la fe no se han aumentado
" en cuanto a la sustancia en el curso del tiempo, porque todo lo
" que creyeron los posteriores, se contenía implícitamente en
" la fe de los^precedentes. Pero en cuanto a la explicación ha cre" cido el número de los artículos, porque algunas cosas han cono" cido los posteriores que no faeron conocidas por los anteriores".
(2. a 2.a® quest I. art. 7).
Para mejor inteligencia de esta doctrina hay que saber
que una verdad puede estar contenida en el depósito de la revelación de dos maneras: implícita y explícitamente. En esta división está contenida la esencia de la definivilidad de los dogmas.
Téngase presente en todo el trascurso de este trabajo.
Se contiene explícitamente una verdad en la revelación, sea
que se trate de la Escritura o de la tradición oral, cuando se ia
enuncia en términos formales, como Verbum caro factum est,
e implícitamente, por vía de simple exposición o consecuencia,
como cuando Dios revela una verdad no en términos formales
sino como contenida en otra proposición, como si dijéramos:
Cristo es Dios-Hombre; es así que
Dios-Hombre no puede
carecer de gracia eficaz; luego Cristo nunca careció de gracia
eficaz. Esta conclusión se contiene implícitamente en el depósito
de la revelación.
Este segundo procedimiento vamos a adoptar para sacar la
consecuencia de que la verdad de la Asunción corporal de María
se contiene implícitamente en el depósito de la revelación.
Haremos otra observación. Esa misma verdad de que tra-
— 9 —
tamos, no basta que se contenga en el depósito ¿e la revelación;
es necesario otra condición; que sea de origen apostólico. Habiendo confiado nuestro Señor Jesucristo a los apóstoles las enseñanzas de su religión, no ha habido ni habrá jamás revelación nueva
posterior. Ellos fueron constituidos promulgadores de la nueva
ley, y ésta abraza todas las verdades dogmáticas y morales del
cristianismo (Concilio de Trento. Sess. 4).
De aquí resulta que la Iglesia en sus definiciones no hace
otra cosa que notificar al mundo una doctrina enseñada por
Jesucristo, por el Espíritu Santo, y trasmitida por los apóstoles
a la Iglesia cristiana.
Es necesario tener muy presente estas observaciones, pues
por falta de ellas han fracasado grandes escritores. Han escrito
extensas y eruditas disertaciones sobre la verdad histórica, sobre la realidad del hecho de la Asunción corporal de María al
cielo, pero han omitido el tratar esta segunda parte de la verdad
que debemos llamar teológica, y claro está; aquella sin ésta no es
más que la mitad del estudio
Es, pues, necesario demostrar dos verdades: la primera:
Q U E MARÍA SMA. ESTA EN EL CIELO. Segunda: QUE ESTA VERDAD ESTA CONTENIDA EN LA REVELACION1.
IV
El depósito de la revelación es doble: La Escritura sagrada
y la Tradición. Las revelaciones divinas se hicieron a los apóstoles
poco a poco; de modo que Jesucristo no les enseñó todo ni en su
vida ni después de su resurrección. Ni siquiera el Espíritu Santo
les enseñó todo de una vez, pues mucho tiempo después del día
de Pentecostés, estaban todavía los apóstoles discutiendo con
cierto ardor, sobre la vocación de los gentiles y otras observancias de la ley. La revelación se cerró en la muerte de San Juan;
mientras tanto los apóstoles escribieroñ mucho y hablaron mucho. Todo lo que hablaron y escribieron viene a constituir el depósito sagrado de la revelación. Lo que escribieron constituye la
Sagrada Escritura del Nuevo Testamento. Lo que enseñaron
verbalmente, forma la Tradición. La sagrada Escritura, la Biblia,
los libros sagrados, son nombres que se dan a una colección de
libros que han sido escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo. Lo que en ellos se contiene es cierto, porque el Espíritu Santo no puede inspirar sino lo verdadero, y pertenece al depósito
de la revelación. Todo lo que en esos libros se contiene explícita
o implícitamente puede ser objeto de una declaración dogmática.
No quiero extenderme más en estos preliminares. Ya tocaré
cada punto en su lugar correspondiente. Por ahora me basta
10 —
mencionar la Escritura sagrada como depósito de la revelación
para demostrar después, en qué punto se encuentra la verdad
que buscamos.
No la encontraremos grabada con palabras formales y explítamente pero sí implícitamente interpretada así por el unánime
parecer de los Santos Padres a lo que limaremos la Tradición.
La Tradición es otro de los depósitos sagrados de la divina
revelación.
Por Tradición puede entenderse cualquiera trasmisión de
doctrina o de verdades que se hace, de antepasados a sus sucesores. Pero por lo que a nosotros atañe es: una doctrina religiosa n o c o n t e n i d a e n la biblia s i n o c o m u n i c a d a v e r b a l m e n t e
a la Iglesia desde los t i e m p o s primitivos y llegada h a s t a
nosotros sea verbalmente, sea por escrito c o n tal q u e n o sea
por los escritos biblícos, p u e s e n este ú l t i m o caso sería
biblia y no tradición.
Menciono aquí la Tradición, pues pienso hacer caudal de
ella para mi intento, y me he de valer de ella más bien que de
ninguna otra forma de argumentación, primeramente: Para demostrar que María está e n el cielo e n cuerpo y a l m a , y en
segundo lugar; Para d e m o s t r a r que tal afirmación se c o n t i e n e
e n la tradición divino-ápostólica.
En favor y apoyo de esta última afirmación tengo la autoridad
de más do, doscientos obispos del Concilio Vaticano que afirmaron n e m i n e discrepante, que la verdad de la Asunción corporal
de María a los cielos estaba contenida en la Tradición divino*
apostólica.
Cuando 400 miembros de aquella respetable asamblea propusieron a Pío IX la conveniencia de definir dogmáticamente
la verdad de la infalibilidad Pontificia, la única razón que presentaron filé que ella estaba contenida en el depósito de la fe.
Esto mismo decimos nosotros de la verdad de la Asunción
de María; ella está contenida en el depósito de la fe; lo cual intentamos demostrar mediante la gracia de Dios y protección
de la misma Sma. Madre.
Hago desde luego la advertencia de que las citas de los Santos Padres son tomadas de sus mismas obras, pues no me satisfacen las citas, mejor dicho menciones que se hacen sin señalar el
punto de donde se han tomado, o tomándolas de segunda mano.
No he leído todas las obras de los Santos Padres, pero be
leído todos sus sermones que tratan de esta materia y los he cop i a d o literalmente.
Algunas frase o sentencias de los Santos Padres que corren
de boca en boca como verdades, no he tomado el trabajo de compulsarlas, porque las supongo auténticas.
— 11 —
Lo que digo de los Santos Padres digo también de los teólogos y oradores que be tenido ocasión de citar.
En materia de fe creo lo que cree la Iglesia católica y rechazo
ella rechaza y me someto incondicionalmente a las correcnes que la autoridad competente tuviera a bien hacerme.
PROLEGOMENOS
I
La Fe.—No pretendo estampar, al principio de este reducido trabajo, un tratado completo de esta sobrenatural virtud,
pues la calidad del estudio no lo pide y estaría fuera del caso
entrar en pormenores sobre aquello que tan sólo incidentalmente
se toca. Quiero decir de la fe lo que absolutamente me es necesario para la solución del problema-misterio que trato de resolver,
mejor dicho, aclarar en cuanto al entendimiento del hombre es
dado saber en materia de misterios que en este mundo nos son
siempre obscuros y cuya claridad nos está reservada para otras
mansiones. El único procedimiento de que podemos echar mano
para penetrarnos es creerlos. Para ello se necesita la fe.
¿Qué es, pues, la fe?
El Concilio Vaticano en el canon 2, De la Fe, la define así:
Una virtud sobrenatural, mediante la cual, con la ayuda
de la gracia divina, creemos que cuanto por él ha sido revelado, es verdadero, no por la intrínseca verdad contemplada
con la luz de la razón natural, sino por la autoridad del
mismo Dios que la vevela.
No tenemos que buscar, pues, en materias de fe, claridades
ni evidencias que en la ciencias naturales busca el hombre; en
ella habla Dios, su ciencia contempla y penetra todo, basta la
última esencia del ser de las cosas. A esa ciencia divina se somete,
el hombre, a ella subordina las pretensiones de su entendimiento,
ante ella se postra, y ante su revelación cree.
Desde ese momento la fe se ha apoderado del hombre, y
mediante ella el hombre sabe tanto como Dios. ¿Es atrevida la
frase? No la retiro. El hombre mediante la fe cree lo que es Dios,
y lo que ha hecho Dios y lo puede hacer Dios. Pues bien, Dios
no sabe más.
Dios sabrá de modo distinto que el hombre: así es; pero yo
no me ocupo de los modos sino voy a las realidades y sostengo
mi afirmación.
También me consta que a mi fe no se le llamará ciencia.
No me importa nada; estoy muy satisfecho con mi fe y con mí
— 12 —
creer. No rechazo la ciencia, antes bien la busco, y la acaricio
mientras no se opone a mi fe; entonces la rechazo no por ser ciencia
sino por ser su privación, su contrasentido; por ver que el error
lleva el bello nombre de la ciencia.
San Pablo dice de la fe que ella es "la sustancia de lo que
esperamos y argumento de lo que no vemos". (Hebr. XI, I)
Y el Angel de Escuelas, interpretando esta definición del Apóstol,,
dice en su admirable Suma, 2.a 2.ae. q. 4, a I. que por la palabra
sustancia se entiende la primera incoación de todo lo que para
más tarde esperamos, y por argumento, la profunda convicción
de todo aquello que se nos ha revelado es cierto.
Puede, pues, decirse que la fe, según San Pablo, es una firme espectación de todo lo que más tarde será posesión nuestra y
una firmísima adhesión de nuestro entendimiento a someterse
a creer firmemente cuanto Dios ha revelado y porque Dios ha
revelado, quien no puede engañarse ni engañarnos. Esta defininición coincide con la del Concilio Vaticano.
Tenemos, pues, que la fe es una virtud sobrenatural, infusa
por Dios en el espíritu humano y que ella nos mueve a creer
aquello que Dios ha revelado. Pero ¿qué es lo que Dios l«a revedo? ¿Ha revelado Dios al hombre, algo que éste no lo haya sabido por sí mismo?
II
Depósito de la fe.—Entiendo por depósito de la fe, el
conjunto de las verdades reveladas por Dios, al hombre en las
diferentes épocas del mundo. A este conjunto de verdades llama
el Concilio Vaticano en el Cap. IV, De Fice Et Ratione, "divino
depósito entregado a la Esposa de Cristo, para que lo guarde cuidadosamente y lo declare infaliblemente".
Los teólogos al tratar del objeto de la fe, abrazan en él todo
cuanto se contiene en el depósito de la misma. Vamos a seguirlos,
y al declarar lo que es el objeto de la fe, ¿iremos lo que es el depósito de ella.
La sagrada teología apoyada en el Concilio Vaticano (Const.
De Fide, Cap. III) dice que el objeto de la fe quoad se, es
cuanto se contiene en la palabra de Dios escrita o en la tradición. Es decir, cuanto se contiene en la palabra de Dios escrita y en la tradición pertenece a la fe divina y si eso que es de
fe quoad se o de fe divina, ha sido propuesto por la Iglesia, por
medio de una solemne declaración o por magisterio ordinario y universal como obligatorio de creer, pertenecerá a la fe quoad nos o
a la fe católica.
Tenemos, pues, que la fe católica es algo más que 1?, fe di-
— i3 —
vina pues, añade a ésta, la declaración de la Iglesia, la cual nos
obliga a creer aquello que se contiene en la palabra de Dios escrita o en la tradición, no porque la Iglesia baga nuevas revelaciones ni nuevos dogmas, ni aumenta la certeza de lo que Dios ha
revelado, sino porque ceclara ' solamente que tal o cual verdad
que propone, se contiene en una de aquellas fuentes.
En esas dos fuentes que son la Escritura Sagrada y la Tradición, se contiene cuanto sabemos sobre la naturaleza de Dios
y sus divinas perfecciones, cuanto sabemos sobre el Verbo hecho
carne, sobre su divina Madre, sobre el origen del hombre y de
toda la creación material y angélica, sobre nuestros futuros destinos de Dios sobre la humaniadad.
A la revelación contenida en la Biblia y en la Tradición hay
que añadir las revelaciones privadas o particulares, las cuales no
aumentan el depósito de la revelación y de fe divina que pertenece a todo el cuerpo de la Iglesia católica, tienen sin embargo
una gran misión que cumplir en la economía divina con relación
a la Esposa de Jesucristo la Iglesia santa.
Dicen los Salmaticenses, (De Fide, disp. I, dub. 4,) que las
revelaciones privadas no hay obligación de creerlas con fe católica
ni siquiera teológica, pero sí con aquella fe divina que se llama
gratia gratis data, y añade Frazelin (De Tradictione Tr. XII),
que si bien es verdad que las revelaciones particulares no pertenecen a la fe de la Iglesia universal, han de ser sin embargo creídas con fe divina por aquellos a quienes se han hecho, cuando hay
suficientes motivos de credivilidad para convencerse de que realmente proceden de Dios.
Hago mención de las revelaciones privadas, porque, cuando
llegue el tiempo, pienso formar con ellas un argumento muy
poderoso para mi intento.
III
Nuestro caso.—La creencia piadosa y unánime de que la
Virgen Sma. Madre de Dios fué elevada a los cielos en cuerpo y
•en alma ¿se contiene en la palabra de Dios escrita o en la Tradición o en las revelaciones privadas hechas por Dios a los santos?
¿Ha declarado la Iglesia, dogma de fe, esa verdad que piadosamente cree el pueblo católico? ¿Podría declararla?
Voy a contestar brevemente a estas preguntas, para más
tarde demostrar largamente mis afirmaciones. La verdad de la
Asunción de la Virgen Sma. al cielo, en cuerpo y en alma, no se
•contiene en la palabra de Dios escrita claramente o sea en la Biblia. Se encuentra muy claramente en las revelaciones privadas.
También se encuentra, muy claramente, contenida, en los escri-
— 14 —
tos de los Santos Padres y de los Doctores y teólogos católicos
Creemos que se contiene en la Tradición. La Iglesia no ha pronunciado todavía su fallo, pero creemos que puede pronunciarlo por
contenérse esta verdad en la Tradición transmitida y llegada hasta nosotros por conducto de los Santos Padres, los teólogos católicos, por las liturgias eclesiásticas, y por los escritores de todas
clases.
Establecemos, pues, nuestra proposición en esta forma:.
"La verdad de la Asunción gloriosa de la Virgen Sma. a lo»
cielos en cuerpo y alma no es todavía una verdad de fe,
pero creemos que puede definirse dogma de fe por razón
de contenerse con bastante claridad en la Tradición y ser
m u y podedrosas las razones aducidas por los teólogos a
este fin"
A demostrar estas dos afirmaciones se reducirá este trabajo.
El argumento más poderoso para mis demostraciones debiera
tomar de la Escritura Sagrada; pero ya lo he dicho que en ella
no se encuentra nada que demuestre con suficiente claridad, la
verdad que tratamos de esclarecer. Acudiremos, pues, a otra
fuente, y ésta no es otra que La Tradición. Vamos a empezar
por ella.
IV
¿Qué es la Tradición?.—Quien quisiere saber, en todos
sus pormenores, lo que sea la Tradición, puede leer al P. Franzelin, de la Compañía de Jesús, en el Tractatus de divina Traditione, y con sola su lectura tendrá lo suficiente, para saber cuanto sea necesario saber en esta materia, pues ha escrito en su admirable tratado cuanto puede apetecer el ingenio más exigente.
Un tratado de menores dimensiones, pero muy completo y
muy claro trae en su Teología Dogmática el Iltmo. Sr. Obispode Camagüey Valentín Zubizarreta. C. D.
Nosotros tomaremos de ambos lo que sea necesario para
nuestro fin.
La Tradición nos comunica la doctrina no contenida en la
Escritura sino transmitida por nuestros antepasados verbalmente
a sus sucesores, y por medio de estos a nosotros, y puede definirse de este modo: "Doctrina de la religión, comunicada a la
Iglesia sólo verbalmente en u n principio, y más tarde a
nosotros, pero no contenida en las Escrituras Sagradas",
Cuando se dice que la Tradición es doctrina transmitida a
nosotros tan sólo verbalmente, no quiere decir que no se haya
escrito en los libros, como realmente se ha escrito, sino que no se-
— 15 —
encuentra escrito en los libros canónicos o sea en la Sagrada Escritura.
La Tradición puede llamarse divina, apostólica o eclesiástica, según tenga por autor o por causa eficiente al mismo
Dios, a los apóstoles o a la Iglesia.
La primera es una doctrina revelada inmediatamente
por Dios no consignada en las Santas Escrituras, pero entregada a la Iglesia verbalmente por Cristo o por el Espíritu
Santo y transmitida hasta nosotros infaliblemente por ella.
(Mons. Zubizarreta). De tales pueden calificarse muchos actos
realizados por Jesucristo en su vida y muchas doctrinas enseñadas por sus labios divinos, pero que no están consignados en el
Nuevo Testamento, como son, por ejemplo: la materia y forma
de los Sacramentos.
Estas tradiciones divinas pueden sudividirse en puramente
divinas y apostólico-divinas
Las doctrinas que los apóstoles promulgaron por haberlas
aprendido del mismo Jesucristo, son tradiciones puramente divinas, más aquellas que aprendieron después de la Ascención de
Cristo a los cielos, por haberles revelado el Espíritu Santo, se
llaman apóstólicos-divinas. Serán, por lo tanto, tradiciones
puramente apostólicas aquellos decretos promulgados por los
apóstoles, a lo sumo con la asistencia del espíritu Santo pero sin
su revelación. (Franzelin, Obra cit.).
Son finalmente, tradiciones eclesiásticas aquellas saludables
observaciones, que después del tiempo de los apóstoles se han divulgado bien por medio de las ordenaciones de los obispos, o por
la expontánea costumbre de los fieles, y han llegado felizmente
basta nuestros tiempos, como son: la observancia de ciertas fiestas, abstinencia de la carne, formación de la cruz en la frente y el
uso de la agua bendita. (Mons. Zubizarreta).
Por motivo de la causa material o de la doctrina contenida,
la Tradición se divide en dogmática y moral según contenga un
punto de dogma o un punto de moral; y la parte moral se divide
a su vez en disciplinar, litúrgica y ceremonial, en cuanto
que se refiere a las costumbres, a la disciplina o a la liturgia.
Por razón de la causa instrumental o por motivo del conducto o del canal por donde se nos transmite una doctrina, creencia
o costumbre, la Tradición puede llamarse simbólica, pontificia, conciliaria, patrística, litúrgica, histórica y arqueológica, según se contenga en los símbolos, en los decretos pontificios, en la historia o en la arqueología.
Me detengo tanto en lo tocante a la Tradición, porque de
ella tengo que sacar el argumento más poderoso para la prueba
de la Asunción gloriosa de la Virgen, de que estoy ocupándome; y
— 16 —
quiero cerrar todos los resquisios de donde pudiera penetrar el
más pequeño motivo de duda o de observación.
V
¿Existe la Tradición?—He procedido en mi tarea por método inverso al usado por los escolásticos, entre los que primero
se pregunta an sit y después quid sit. Yo he procedido ala invsrsa, pues antes de preguntar an sit, he dicho quid sit. Me ha
parecido sin embargo mejor y más acomodado mi procedimiento,
pues aun antes de preguntar si existe la Tradición, conviene saber qué es aquello mismo que se pregunta.
Después de haber dicho, pues, qué cosa sea la Tradición,
Vuelvo a preguntar eso mismo de que hemos hablado. A lo que
respondo que sí. La Tradición existe, y sabemos que existe, porque así nos lo asegura la Escritura Sagrada. En el evangelio de
San Juan se dice, que Jesucristo hizo y enseñó muchas cosas que
si se escribieran, no podrían caber los libros en el mundo. Luego
hay enseñanzas de Jesucristo que no están contenidas en el Evangelio ni en otros libros de las divinas Escrituras.
En el capítulo primero de los hechos de los Apóstoles se cice
que Jesucristo, apareciendo a los Apóstoles después de su gloriosa resurrección permaneció con ellos durante cuarenta días
confirmándolos en muchos argumentos en aquello mismo que
les había enseñado, y hablándoles del Reino de Dios. Cuáles
fueron aquellos argumentos y qué fué lo que les hablo sobse el
Reino de Dios no está escrito en ningún libro del Nuevo Testamento. Probablemente fué lo que más tarde enseñaron los apóstoles, y es lo que hoy sabemos, nosotros, habiendo recibido lo
que sabemos, de ellos, y ellos de Jesucristo por medio de la predicación oral.
Los primeros años del cristianismo no existía ningún libro
del Nuevo Testamento. San Mateo escribió su Evangelio cuarenta años después de la muerte de Jesucristo; de modo que esos
cuarenta años primeros se mantenía la Iglesia cristiana con sola
predicación oral, es decir, por sola la Tradición. Después del Evangelio de San Mateo, que fué el primer libro canónico del Nuevo
Testamento, vinieron los demás Evangelios y las epístolas de los
apóstoles, pero mientras tanto pasaron cuarenta o cincuenta
años con un solo evangelio o ninguno, conservándose la doctrina
de Jesucristo, en todo su vigor, por sola la Tradición.
El Espíritu Santo que fué prometido a los apóstoles, para
que enseñase toda verdad ¿cuanto les enseñaría que no está consignado en los Libros Santo?? y los miímos apóstoles ¿cuánto
-
yi
-
«o enseñarían que no han consignado ep los pococs libros que escribieron?
Melchor Cano con aquel estilo vibrante que le es propio,
arguye en su admirable tratado de Locis Theológicjs, Jibr. III,
3 de esta manera: "Solamente dos epístolas tenernos de San
Pedro, y ¿hemos de creer que estaría mudo durante los siete
años que residió en Antioquía y los veinticinco que permaneció
€ n Roma? ¿No enseñó nada más que lo que dejó escrito, en sus
dos cortas epístolas? San Andrés, Santo Tomás, San Bartolomé y San Felipe no escribieron nada, pero no enseñaron nada
para poder mantener en la fe a la iglesias oue tuvieron a sucargo?
Pues bien; éso que enseñaron y no escribieron es la Tradición luego la Tradición existe; y de tal manera existe, que afirma
Franzelin, que la Tradición se extiende aun más que la misma
Escritura Sagrada, pues abraza cuanto ella contiene y además
algunos dogmas que no se contienen en ella. El eximio Suárez
(De Legibus lir. IX) dice que la promesa de los premios eternos
sabemos solamente por la Tradición y añade Belarmino (De
V e r b o Dei c. 4). que el remedio contra el pecado original en las
mujeres, y en los hombres antes de la circuncisión, se sabía solamente por la Tradición.
Existe, pues, la Tradición y se contienen en ella grandes
verdades dogmáticas, morales y disciplinares. El mismo Credo
de los apóstoles ¿en qué parte de la Biblia se encuentra? Lo conocemos por la Tradición. El canon de los libros sagrados y su inspiración conocemos por la Tradición, lo mismo que conocemos la
virginidad perpetua de la Sma. Virgen, ¿por qué no su gloriosa
Asunción? Pero no adelantemos ideas.
La doctrina contenida en la Tradición se transmitió de Jesucristo o del Espíritu Santo a los apóstoles, de estos a los primeros
Padres de la Iglesia, llamados Padres apostólicos, llamados así
porque vivieron en tiempo de los apóstoles. De los primeros Padres pasó a los Doctores de la Iglesia; de éstos a los teólogos católicos, y de los teólogos a los oradores y demás escritores, y de
«líos a nosotros.
¿Se contiene en esa enseñanza tradicional, verbal, oral, la
afirmación de la Asunción gloriosa de la Virgen Sma. a lo; cielos,
en cuerpo y alma? Creemos que sí. ¿Cómo lo sabremos? Por medio
de las enseñanzas y escritos de los Santos Padres, pues ellos son
los transmisores de la enseñanzas orales de los primitivos tiempos
del cristianismo. Ellos, además de la autoridad propia y de la fuerza de la razón que aducen, son los conductos, los canales y los
transmisores de la Tradición sagrada.
A los Santos Padres y a los teólogos católicos vamos a acu-
— 18 —
dir en demanda de argumentos para sacar de la Tradición la verdad que buscamos. Por más que esperamos nos ha de ser pesada la tarea que nos imponemos de revisar todos los Santos Padres
y teólogos católicos, y que para ellos tendremos que sacudir el
polvo de todas las bilbliotecas de Santiago, a ello nos lanzamos
con ánimo varonil, porque sabemos que Dios pelea al lado de sus
valientes, y la Virgen Sma. los alienta con su sonrisa.
Dignare m e laudare te, Virgo sacrata.
PRIMERA PARTE
Capítulo I.
La Asunción de la Virgen Sma. en los SS. Padres.—Exposición de la parte histórica de la Asunción de la
Virgen Sma.
He aquí cómo expone San Isidoro de Tesalónica la historia de
la muerte y de la resurrección de la Virgen Sma. No todo lo que
en ella se refiere consta de la Tradición, pero tampoco hace a
nuestro caso cuanto ella se refiere, pues sólamente nos fijaremos
en la parte perteneciente a la resurrección, y ésta apoyándola
con documentos anteriores a los de San Isidoro de Tesalónica.
Este 5¿fflto que primero fué Arzobispo de la iglesia ruthena,.
y mas tarde llegó a ser cardenal de la iglesia romana, refiere con
muchos pormenores la muerte y la resurrección de la Virgen
María. Vivió el escritor en el siglo XV, y por esta razón su autoridad no es tan respetable como sería si el santo escritor hubiese
pertenecido a los primeros siglos de la Iglesia. Sin embargo su
relación es aceptada como verdadera por el limo. Obispo de la
Habana, Martínez y Sáez, como también por Jourdain y por
D'Argentan, y con más autoridad que ellos, por San AlfonsoMaría de Ligorio. Dice, pues, así el santo escritor en su sermón
De Dormitione Deiparae: n. X X I .
"Era cosa digna de verse el contemplar a aquellos pregoneros
divinos (los apóstoles) extáticos con las melodías que sus oídos
percibían. Todo el espacio que media entre el cielo y la tierra,
estaba ocupado con la brillante muchedumbre de santos, los cuales subían a los cielos con el Señor que llevaba aquella alma divina, cantando y modulando todos a la Madre inmaculadísima
del Verbo de Dios, himnos y cánticos tan melodiosos y sublimes,
que no hay lengua que pueda repetirlos. Una vez admitidos a oir
estos conciertos, les bañaba una alegría celestial y se llenaban de
santos pensamientos. Cada uno de los apóstoles, lleno de santoentusiasmo y de divino fervor, unía su voz con las del cielo, y
— 19 —
taba himnos concordes con aquellos que oía cantarla los ciudadanos de la Ciudad Celèste. Pero 10 que es más 'ádmirable
mo afirma el divino Dióñisio que escribió lo que vió, quedó
e n t e r a m e n t e arrobado, habiendo sido llamado a que oyese los
cantos del cielo, sucediendo "lo mismo a cuantos acudieron a ver
aquel cuerpo que contuvo a Dios".
"De esta manera, llegada la última hora, cruzó la Santísima Madre de Dios, sus santísimas manos, teniendo en ellas la
palma que el arcángel le trajo del cielo, inclinó sus párpados,
cerró sus labios virginales, que tanto ósculos había dado a Dios;
y risueña y serena, alegre y majestuosa, dulce y apacible, se durmió en el sueño del amor divino, teniéndole su esposo celestial
reclinado en su regazo, y cumpliéndose en ella con toda verdad
aquello que la Esposa de los Cantares dijo de su Esposo, a saber,
que éste abrazaría con su brazo derecho"
"Las mujeres de la iglesia de Jerusalén colocaron el cuerpo
de la Virgen en las andas, vistiéndolas de guirnaldas y de azucenas y rosas, y llegada la hora de llevar el santo cuerpo al sepulcro,
se reunieron todos los fieles de Jerusalén juntamente con su santo obispo el apóstol Santiago, y empezaron a marchar hacia el
santo Monte de las Olivas, a cuyas raices se extiende el valle de
Josafat, y durando siempre los cánticos, los principales de entre
los apóstoles tomaron el santo cuerpo sobre sus hombros y empezaron a encaminarse hacia la sepultura. Y según iban marchando,
cantaban himnos suavísimos no según se acostumbraba en los
entierros en que los ministros de Dios piden perdón por los pecados del difunto, sino según les inspiraba el Espíritu Santo, recordando las grandes prerrogativas de la Madre de Dios".
"Cantando de este modo, y en medio de varios portentos
llegaron por fin aquellos sagrados conductores al sitio donde
debía sepultarse el sagrado cuerpo y allí lo colocaron en un sepulcro preparado de antemano".
En la relación de S. Isidoro de Tesalónica demasiado extensa, si la hubiésemos copiado íntegra, hemos omitido un gran número de pormenores, porque no vienen a nuestro caso. También
hemos omitido la edad en que murió la Virgen Sma. pues de ésta
tampoco tenemos noticia cierta. Según el Cardenal Baronio y
Cornelio a Lapide, la Virgen murió a los 72 años. Según Hipólito de Tebas, citado por Martínez y Sáez murió a los 76. Pero
todo ésto es accidental para nuestro propósito. Lo que es muy
esencial para nuestro objeto es lo que vamos a referir, tomado
también de Isidoro de Tesalónica, el cual a su vez, he tomado del
Libro de "Divina Nominibus", atribuido a San Dionisio
Areopagita.
"La Resurrección de María Santísima".—"Por causas
— 20 —
desconocidas había faltado uno de los apóstoles del Señor, cuando fué enterrado el cuerpo de la gloriosa Madre de Dios, y n o
habiendo llegado a tiempo, no pudo tomar parte en el acto solemne y extasiador del entierro de la Virgen, pero cuando la tercera aurora derramaba sus luces por los valles de Judea se ve
llegar a Jerusalén al apóstol, cuya presencia tanto se había deseado. Lo primero que oye es lo que a los demás apóstoles les
había sucedido; pero 110 puede menos de dolerse y se dude en
efecto de haber venido no sólo el último sino tan tarde que no
ha podido ni siquiera ver el cuerpo de su amada Señora y Reina,
la Madre de su Maestro. Mayor es su pena, cuando sabe que han
ocurrido hechos fuera de lo natural en la pompa fúnebre, la cual
más que funeraria fue gloriosa por todo concepto; no podía el
santo apóstol soportar el dolor de no haber sido digno de haber
visto en su hora postrera a aquella Señora venerabilísima ni de
haberla dado su último adiós en aquella hora suprema".
"En su dolor pide el Apóstol un consuelo, y es que siquiera
se le permita acercarse al sepulcro y levantar la losa, para ver
aquel cuerpo santo, besar sus sacratísimas manos y adorar, aquella preciosísima reliquia. Creía el amante discípulo con esto se
mitigaría su dolor y se libraría de la gran calamidad, que le había
sobrevenido, borrándose la ignominia de haber faltado a tan
celestial espectáculo".
"Los*apóstoles, continúa diciendo el mismo santo, condolidos de ver la aflicción de su compañero, hicieron oración a Dios,
y a su Madre, y determinaron abrir el sepulcro, lo que hicieron
al instante. Pero ¡oh prodigio! el cuerpo no estaba allí, la fuente
de la vida no estaba muerta; la tierra y el sepulcro no podían
encubrir por mucho tiempo aquel vaso portentoso, que había
contenido dentro de sí al inmenso, y la dejaron ir allí donde debía
estar".
"Dice el mismo Isidoro de Tesalónica en una nota a su sermón, que refiere la tradición que quedó impresa en el sepulcro
la figura de todo el cuerpo de la Virgen, como si hubiera sido la
piedra más blanda que la cera.
Sobre el día en que tuvieron lugar estos prodigios no sabemos
nada por los libros sagrados, pues en ellos no ee hace mención
alguna de este hecho. Por otra parte los escritores que se han
ocupado de darnos alguna noticia probable o siquiera verosímil
no están acordes. La opinión general afirma que la muerte de la
Virgen tuvo lugar el día 13 de Agosto y su Asunción, el día 15.
Lo que parece desprenderse de este relato de San Isidoro de
Tesalónica es que en la muerte de la Madre de Dios todo fué prodigioso, como también en su resurrección, por más que en esta
última no hubo ningún testigo presencial. La ausencia del Após-
— 21 —
su llegada, su insistencia en querer ver los restos mortales de
ta Madre de su Maestro y el impulso de que se sentían poseídos
tos apóstoles para no separarse del sepulcro, donde había sido
encerrado tan precioso tesoro, necesitan examen.
I
Valor de las precedente» afirmaciones.—¿Qué concepto
podemos íormar de las afirmaciones que preceden, contenidas
en el sermón De Dormitione Deiparae, de San Isidoro de Tesalónica?
Seguramente que podemos formar de ellas, no un concepto
que nos dé una seguridad histórica absoluta, pero sí una certeza
moral de un gran peso. Ellas están tomadas del libro De Divinis
N o m i n i b u s , que en un tiempo se atribuyó a San Dionisio, de
los comentarios a los salmos de San Agustín, y del sermón 2.°
De Dormitione Beatae Mariae Virginis, de San Juan Damasceno, y de otros muchos santos y escritores eclesiásticos.
Nos, fijaremos pues, en una sola de las afirmaciones mencionadas; en la resurrección del cuerpo de la Virgen María, o como
decimos ahora, la gloriosa Asunción de María Sma., y prescindiremos de todo lo demás, es decir, de las circunstancias que la
acompañaron.
Colocada la cuestión en este punto preciso de la Asunción
de la Madre de Dios en cuerpo y alma al cielo, tiene verdaderas
probabilidades de un hecho histórico verdadero, y por lo tanto
la afirmación de San Isidoro de Tesalónica puede sostenerse.
Para demostrar nuestra afirmación, iremos aduciendo diferentes autoridades de escritores que precedieron a nuestro santo, y deduciremos de ellos la existencia de una Tradición constante, a favor de la sublime prerrogativa de la excelsa Madre de Dios,
Sea, pues, el primero.
San Dionisio Areopagita.—Conozco la objeción que se
me lanzará, tan pronto como suene este nombre; pero no importa;
vamos despacio.
Casi hasta nuestros días se ha mantenido la creencia de que
existió en los tiempos primitivos de la Iglesia un gran personaje
llamado Dionisio Areopagita, uno de los miembros del Areópago
de Atenas, convertido por San Pablo, a la fe cristiana. Este santo llegó a ser Obispo de París, y a él se atribuyó la paternidad de
varios libros, entre ellos uno que lleva el título de Divinis Nominibus. Más tarde la crítica se ha plantado erguida y ha ase-
— 22 —
gurado que tales libros no son de San Dionisio Areopagita, y
que este santo nunca fué Obispo de París sino tan sólo de Atenas.
Se asegura que ios libros atribuidos a San Dionisio Areopagita
son de otro Dionisio, quizás Dionisio Abad de Rinocoruro, 0
quizás de Proclo, o quizás de algún otro. Con tres quizas se
le ha arrancado la posesión de una propiedad, al gran santo y
místico escritor y célebre patrón de París. ¿Las razones? No hay
más que una. Que los Santos Padres de los primeros siglos no le
citan. Muy pobre me parece la razón, y tanto más pobre, cuanto
que vemos que los Padres, desde el siglo VI le citan y dan por verdadero cuanto él escribe y afirma.
Pero demos que el libro de Divinis Nominibus, realmente,
no es de San Dionisio Areopagita, ¿cuándo se escribió? Aun
aquellos que afirman no ser del escritor ateniense el libro de
Divinis Nominibus, afirman que fué escrito por lo menos en el
siglo IV o a más tardar en el siglo V, porque en el siglo VI ya viene citado por los Santos Padres.
Tenemos, pues, que el libro de Divinis Nominibus se escribió en el siglo IV o a más tardar en el V, por autor desconocido. Luego cuanto en ese libro se contiene viene por Tradición
desde ese tiempo. Pues bien; en ese libro se contiene casi literalmente cuanto Isidoro de Tesalónica afirma de la Asunción de
la Virgen Sma. en cuerpo y alma al cielo. Podemos, por lo tanto
establece? desde luego que la Tradición de la gloriosa Asunción
de María viene por lo menos desde el siglo IV o V. ¿Por qué no
desde el siglo primero? Porque la crítica ha hecho muy probable
la opinión de que el libro de Divinis Nominibus, atribuido a San
Dionisio Arepopagitak, y donde se contiene por primera vez
la relación tan circunstanciada de h Asunción de María al cielo,
pertenece a los mencionados siglos.
Sin embargo tampoco se puede afirmar así rotundamente
que sea cierto y que esté fuera de toda duda, el que la Tradición
del hecho de que estamos tratando no venga del siglo primero,
pues, San Juan Damasceno en el sermón De Dormitione, afirma que la Tradición de tan gloriosa prerrogativa de la Virgen
Madre de Dios, viene realmente desde el siglo primero, que el
hecho fué presenciado por el mismo San Dionisio Areopagita,
relatado por él en el libro de Divinis Nominibus, que también
fué escrito por él mismo y llegado de este modo hasta nosotros.
¿Por qué no se ocuparon los Santos Padres en los cuatros
siglos primeros de la Iglesia, de una prerrogativa tan excelente
y que tanto enaltece a la Madre de Dios?
Porque en los primeros siglos de la Iglesia existían otros
asuntos más importantes y necesarios que éste. Había que pre-
— 23 —
dicar la divinidad de Jesucristo, asunto absolutamente necesario
oara el establecimiento de la nueva Iglesia; había que explicar
jos siete sacramentos, inculcar en el ánimo de los fieles la fe en
los castigos eternos y en las recompensas del cielo; había que estar continuamente preparando los ánimos para sufrir con valor
los martirios, y había que determinar un sinnúmero de asuntos
disciplinarios para poder establecer sobre bases sólidas la Iglesia
de Jesucristo.
Aun después de establecida la Iglesia cristiana ¿cuánto no
dieron que hacer las herejías que todos los siglos o muchas en
cada siglo, iban aprareciendo? La ocupación más importante
de los cuatro primeros siglos fué la predicación evangélica, el establecimiento del Reino de Dios, la destrucción de las herejías
y la formación de códigos disciplinarios, a fin de que establecida
la sociedad cristiana en la forma determinada por su fundador
divino, pudiera presentarse ante las tempestades del siglo, de
un modo indestructible, y pudiera repetir con las palabras evangélicas: "portae inferí non praevalebunt adversus eam".
En medio de conflictos espantosos a que los Santos Padres
se veían precisados a dar soluciones prontas y acertadas, traía
a estos tan ocupados en esos primeros siglos, que apenas hallaban
tiempo ni tranquilidad suficiente sino para ocuparse de aquello
que era esencialmente necesario para hacer triunfar los artículos
de fe y los dogmas que constituían la materia de los primeros concilios ecuménicos.
De la Virgen María se ocupó el Concilio de Efeso, pero sólo
en cuanto concernía a su divina maternidad, y ésto porque estaba ligado con otro dogma, el de la unidad de persona, y ésta divina en Cristo, dogma del que fluía naturalmente contra Nostorio,
la maternidad divina de María, Todo esto se verificaba en el
siglo V. Pero antes de él, la Iglesia de Cristo y los Santos Padres
apenas se ocuparon de la Madre de Dios, sino de un modo muy
general. Aun de la misma Concepción Inmaculada apenas se
encuentran sino frases muy confusas hasta los siglos V y IV.
Lo que ahora sabemos con precisión, entonces se sabía de
un modo muy poco esplícito. Se enseñaban generalidades y se
creían generalidades que se esplican verbalmente y a nadie le
ocurría ponerlas en duda, y pasaban de una generación a otra,
sin tropiezo de ninguna clase, hasta que venía alguna herejía
que negaba aquello que se creía por todos, y entonces al escucharse el primer grito de la herejía, se levantaban los Santos Padres, enristraban sus plumas y explicaban con todos los pormenores
los puntos atacados, y venían más tarde las definiciones conciliares que declaraban los dogmas, tales como los habían recibido de
Jesucristo y se contenían en la Biblia o en la Tradición.
— 24 —
En esta parte las herejías hicieron, contra su voluntad'
grandes servicios a la Iglesia, pues por motivo de sus injustos
atáqués, venían a declararse y a aclararse, no a hacerse, los.
dogmas, y se llegaba a la más exacta precisión en materia de creencias, merced a la guerra declarada por los herejes a las doctrinas
que eran ciertas, y que realmente pertenecían a la fe divina,
pero que sobre ellas no había hecho la Iglesia declaración alguna.
Este fué. el motivo porque los Santos Padres se han ocupado
muy poco, de la creencia de la Asunción de María; no había necesidad de ocuparse; por otra parte había otros asuntos más necesarios y más urgentes, había que aplastar las heregías que empezaban a levantar su cabeza, se acudió primero a lo más necesario para aquellos tiempos. Nosotros nos ocupamos de ella,
no porque tengamos necesidad, sino porque podemos ocuparnos,
y ya que podemos, queremos hacerlo, porque nos es conveniente.
Continuemos con el asunto de la Tradición.
San Cirilo de Alejandría.—Este santo escribía a principios
del siglo V, el año 412 y dice lo que sigue sobre aquel texto del
Apocalipsis; "Signum magnum apparuit. . . " ¿Cuál es, pues,
esta gran señal que ha aparecido en el cielo, donde Dios puso su
morada y está asistido de sus celestiales virtudes? No cabe duda
que es la Santísima Virgen. Ella habría sido una gran señal sobre la tierra, dando vida a un Dios encarnado, sin perder nada
de su perfectísima virginidad, por su parte. Ahora es también
justo decir q*ue ella es una gran señal en el cielo, porque ella fué
trasladada en su propia carne. Su cuerpo, este inmaculado tabernáculo había sido depositado en la tumba, pero así como
Cristo había sido trasportado al cielo, María resucitada con él
al tercer día, fué también llevada allá".
Así hablaba este gran Padre de la Iglesia el año 412, aun
antes del Concilio de Efeso, pues este tuvo lugar el año 431,
siendo delegado pontificio el mismo' San Cirilo.
San Agustín.—El Doctor de la Gracia escribía a fines del
siglo IV y principios del V. Es uno de los principales Padres de la
Iglesia y uno de los cuatro grandes Doctores de la Iglesia en Occidente. San Agustín es uno de los escritores santos de fuerza y
de péso incomparables.
Este Padre y Doctor de la Iglesia Occidental escribió innumerables obra?, y entre ellas vienen los Comentarios a los Salmos. En el salmo XV, v. 10 se encuentran estas palabras: Non
dabis s a n c t u m t u u m videíe corruptiohem. No permitirás
íjué tu éanto' vea la corrupción. San Agustín comentando estas
palabras deí sáíffió, dice; w Deipárae Virginia corpus vermibus
tracíítuín tióií sotürri consentiré hónvolo, sed perhorrescí».
No sólo fió quiero creer que el cuerpo de lá Madre de Dios haya
— 25 —
.,
gga ^ los gusanos y de la podredumbre; sino que por e*
Erario, este sólo pensamiento me causa horror, y me parece
C
°e choca con la piedad que debo tener a la Madre de Dios.
puede b aber afirmación más categórica. La razón es que
la Sma. Virgen fué la mansión viva de Jesucristo, y por ló mismo
debió ser preservada de una cosa que es el oprobio dé la naturaleza y la mayor humillación que pueden sufrir los hombres. Póre gjendo en algún sentido la carne de Jesucristo la misma carne de María, como dice el mismo San Agustín; "Caro Christi
caro Maríae, los privilegios de la carne de Cristo que fué preservada de la corrupción, debieron también extenderse a la carne
de la Madre.
Sí
Si, en su Concepción María fué exenta de la corrupción y
mancha de pecado, ¿no será exceptuada en la muerte, de la corrupción de la tumba? Si, para conservar la integridad de su cuerpo, el Salvador del mundo salió del vientre de María de una manera enteramente milagrosa, ¿no es creíble que para evitar a
este mismo cuerpo la corrupción, haya hecho Jesucristo otro
milagro?
Así hablaba San Agustín en el siglo V, y en apoyo de esta
creencia en aquel siglo, trae Jourdain a Nicéforo de Constantinopla y San Sofronio de Jerusalén, pero el primero fué del siglo
IX y el segundo del VII, y no queremos adelantar épocas.
Cuando hombres tan eminentes en ciencia y santidad, comoSan Agustín, Nicéforo, Juvenal y San Sofronio escribían emitiendo ideas de esta índole, es de suponer que del mismo modo
se expresarían siempre que se presentaba la ocasión de hablar del
mismo asunto. Y hay que tener en cuenta que las enseñanzas
de San Agustín eran recibidas con sumisión en toda la parte civilizada del Africa, las de Nicéforo en Constantinopla y las de
San Sofronio en Jerusalen y casi en la misma época se manifestaba en el mismo sentido y con arrebatadora elocuencia San
Ildefonso de Toledo en España. Ocupémonos de este último.
San Ildefonso, Arzobispo de Toledo se ha expresado sobre
la Asunción de María en cuerpo y alma ai cielo, con más claridad y extensión que ninguno de sus antepasados. Pertenece al
siglo VII, tiene ocho sermones dedicados a la Asunción gloriosa
de la Virgen Sma. Empieza diciendo:
"Celebremos hoy, amados míos, como muy principal la
festividad insigne y gloriosa que nos recuerda cómo la venerable
y bienaventurada Virgen fué gloriosamente transportada al eterno tálamo, donde el Rey de reyes se asienta en tono altísimo y
inefable". (Ser; 2.°).
Y para que no se crea que el Santo habla solamente de la
— 26 —
asunción del alma, añade en el sermón 3.°: "Por lo cual la festividad que boy celebramos es sobre manera gratísima a los moradores de la ciudad eterna, por ser la asunción corporal de aquella
de la cual nació la verdad y la justicia".
En el sermón 4.° añade: "De su carne tomó carne el Verbo
y ninguno de los fieles puede dudar que fuese transportada a la
gloria de la inmortalidad y encumbrada sobre los ángeles".
Y para poder dejar mejor y más claramente establecida su
creencia en este punto, habla así al fin del mismo sermón: "No
debemos emitir la creencia piadosa de que nuestro Señor Jesucristo la llevó corporalmente a los palacios celestiales, pero aunque
creer esto sea piadoso, no debemos afirmarlo, sin embargo, rotundamente para no mezclar lo dudoso con lo cierto".
No se puede, pues, afirmar con más claridad la verdad de
lo que buscamos, no son expresiones sueltas las que San Ildefonso
emite, sino son ocho sermones en que con elocuencia torrencial
se expresa, así y se ocupa siempre del mismo asunto.
Decir San Ildefonso, es decir toda la tradición española de
aquellos tiempos, pues en el mismo siglo florecieron San Isidoro
y San Leandro de Sevilla, San Braulio de Zaragoza y San Eugenio de Toledo. Entonces se comunicaban los obispos sobre materias religiosas de una manera rápida, por más que las vías de
comunicación no estuvieran tan expeditas como ahora. Siempre
se temían las herejías, y a fin de que ellas no pulularan en secreto y astutamente, los obispos estaban en comunicación íntima
y frecuente, de modo que la idea de uno era la idea de todos;
todos convenían en un sólo punto, y si las opiniones no concordaban, se reunían para discutirlas, y si ni de la discusión salía
la luz necesaria, se reunía el concilio, donde se discutían todos los
puntos de controversia y se venía a parar a un solo modo de pensar.
Brillaban, pues, entonces en España los obispos más célebres
que ha tenido aquella nación, cuando su Arzobispo San Ildefonso
de Toledo predicó los ocho sermones sobre la Asunción de María.
San Germán.—(Siglo VIII).—De la Iglesia de Occidente
pasemos a la de Oriente y allí nos encontraremos con San Germán
Patriarca de Constantinopla, a quien hallaremos luchando enérgicamente contra el Emperador León Isaúrico y demás iconoclastas en el asunto de las sagradas imágenes.
Este santo Patriarca escribió algunos tratados sobre Sínodos
y Herejías y entre ellos escribió varios sermones sobre las festividades de la Virgen y dos sobre su gloriosa Asunción. He aquí
cómo se expresa hacia el fin del primero:
"De este modo tu vida sufrió un desmayo, como sucede a los
que languidecen; te fuiste a los incorruptibles tronos de los cié-
27 —
donde mora Dios, unida al cual tú, Madre suya, nunca te
tas de su compañía. Pues tu fuiste para él la casa del reposo
apa
o r a ¡ y El a su vez para tí, la casa del reposo eterno, oh Ma, jy[acire de Dios gloriosísima. . . Siendo, pues, tu para El desc a s o eterno, te llevó a si mismo sin corrupción, queriendo
tenerte a su lado, por decirlo así, como su nido y sus entrañas.
Por eso concede cuanto le pides como hijo complaciente con su
^ a< ^Todavía s e expresa con más claridad en el sermón segundo,
último párrafo. Dice así:
"En tí misma tienes tu peculiar alabanza: el haber sido hecha Madre de Dios, pues no tienes este nombre porque lo hemos
recibido en nuestros labios de la doctrina de la Escritura o porque nuestros padres nos la han transmitido por muy verdadera
tradición; sino porque la obra que nos hiciste prueba también
verdaderamente y sin mentira alguna ni adulación de lengua y
ortodoxamente, que eres en realidad Madre de Dios. Y por eso
tu cuerpo, que Dios recibió, no debía ser combatido en manera alguna por la mortífera corrupción; y aunque puesto
en el sepulcro, como cosa propia de la materia humana, marchando tu viva con vida más perfecta al cielo como a su propio lugar,
el sepulcro quedó vacío del cuerpo de tu carne, pero tu espíritu no quedó apartado del comercio con los hombres".
Queda, pues, fuera de toda duda, la mente de San Germán
Patriarca de Constantinopla.
San Juan Damasceno.—(Siglo VIII).—Otra lumbrera
de la Iglesia Oriental es San Juan Damasceno. Pertenece lo mismo que San Germán, al siglo VIII, y luchó lo mismo que él o con
más ardor que él, si cabe, en el mismo campo de batalla contra
los iconoclastas sobre todo contra León Isaúrico y Constantino
Coprónimo. San Juan Damasceno fué hombre de vasta erudición
y agudo ingenio. Escribió contra los iconoclastas, contra los monotelitas y casi contra todas las sectas que infestaban la Iglesia en
su tiempo. También escribió dos sermones sobre la Asunción
de la Virgen, con el título De Dormitione Beatae Virginis.
Los tengo sobre mi mesa de estudio y voy a copiarlos.
«Aunque tu sagrada y felicísima alma se separa de tu cuerpo
.inmaculado y éste haya sido colocado en el sepulcro, no permanecerá muerto mucho tiempo, ni el álito de la corrupción le manchará, pues el cuerpo que permaneciera incólume en la vida, fué
conservado, al separarse de aquella alma benditísima y lejos
<Ie disgregar los elementos,' ellos son divinizados y mejorados para
formar un nuevo tabernáculo, que ya no destruirá la muerte
que será duradera en los siglos perdurables» (Sermón 1.°).
«El senado de los apóstoles te condujo, ¡oh arca verdadera de
— 28 —
Dios! como en otro tiempo los sacerdotes llevaban en sus hombros
aquella de la Ley antigua. Y si ellos la conducian por el Jordán,,
estos te conducen a la verdadera tierra de promisión, a la celestial Jerusalén, madre de todos los fieles, cuyo artífice es el
mismo Dios. Porque tu alma no descendió ni pudo la corrupción
invadir t u carne. No ha sido abandonado en la tierra tu
inmaculado cuefpo, sino ha sido trasladado, oh reina, sierva, señora y Madre de Dios, a las regiones celestiales. (Sermón 1.° N. 6 12).
«Desde hoy la Virgen inmaculada que ninguna parte tuvoen las terrenas afecciones, cuyo único alimento eran los divinos
pensamientos, no seguirá más en la tierra, antes, como verdadero
cieló animado, será colocada en las mansiones celestiales. Nadie,
por lo tanto que la llame cielo, se apartará de la verdad. .. ¿Cómo
la corrupción ha de entrar en un cuerpo que es receptáculo de la
vida misma?» (Sermón 2." N.° 2).
Alégrense ya los cielos y levanten palmas los ángeles, gócese
la tierra y alégrense los hombres; vibren al sonido de estos cánticos; disipe la tenebrosa noche las sombras caliginosas que la envuelven e imite el explendor del día circundado de hermosa
claridad, porque hoy es trasladada a la viviente y sublime ciudad del Señor. (Sermón 2.a N.° 3).
Todo el resto del 2." sermón De Dormitione de San Juan
Damasceno es una sublime y poética descripción de la muerte
y resurrección de María. En el momento de la muerte, en que su
Hijo viene a recibirle, la Virgen le dirige estas palabras. «A tí,
no al sepulcro, entrego mi cuerpo; guardarlo, tu, salvo, ya que
en él te dignaste habitar y conservar incólume al nacer».
San Pedro Damiano.—(Siglo XI). Este Santo fué primero
monje benedictino y después Cardenal Obispo de Ostia. Escribió vidas de santos, muchas epístolas y algunos sermones; unosobre la Asunción de María, en el se encuentran los siguientes
párrafos que los copio literalmente:
«Sublime es este día en el que la egregia Virgen es levantada
hasta el trono de Dios Padre y sentada en el mismo sitial de la
misma Trinidad convida a verla aun a los mismos ángeles, para
ver la reina sentada a la diestra del señor de las virtudes con
vestido de oro en cuerpo inmaculado, rodeado de variedad, distinguido de todo linaje de virtudes*.
«Este es día que causó a los tronos del cielo el mayor gozo.
Contempla con los ojos del alma al Hijo que sube y a la Madre
que es elevada y verás algo más excelente en la Ascensión del
Mijo y algo más glorioso en la Asunción de la Madre, porque
sube el Salvador al cielo por virtud propia; María fué elevada
— 29 —
aJ cielo por virtud de la gracia y acompañada y auxiliada por
tos ángeles»,
San Anselmo. (Siglo XI, XII).—Este santo fué Arzobispo
(je Cantorbery; tuvo por contemporáneo« a otro San Anselmo
•Obispo de Sena y al célebre Lanfranco antecesor suyo en la silla
arzobispal de Cantorbery. Fué versadísimo en las ciencias filosóficas y teológicas. Las más eminentes de sus obras son: El
M o n o l o g i o y e l Proslogio de la existencia de Dios y de sus
atributos; un tratado de la virginidad de María y un sermón,
uno solo, de la Asunción de María. De este sermón vamos a copiar algunos párrafos:
«¡Oh María Virgen serenísima, Santa Madre de Dios! por
los méritos de la gloriosa Asunción y por el amor de tu glorioso
Hijo por el que subiste al cielo, dame virtud contra tus enemigos e introdúceme en el eterno reino... Has sido elevada sobre
todos los coros de los ángeles en la eternidad con suma gloria,
como reina de los cielos desde donde socorres a los que glorifican
e invocan tu santo nombre.»
«Ayúdame por tu muerte y Asunción al cielo, para que con
tu ayuda pueda pasar el resto de mi vida en una fe sincera, y
terminarla felizmente cubierto de ceniza y ceñido de cilicio.»
En este sermón de San Anselmo es necesario notar que desde
«1 siglo VIII por la palabra asunción se entendía la subida al
cielo en cuerpo y alma, pues extendida ya esta creencia por medio de la Tradición de los siglos anteriores al octavo, apenas se
hacían distinciones entre la subida del .alma sola o de cuerpo y
alma, sino que se entendía la elevación de ambos, con sólo decir asunción de María, como también entendemos ahora sin
tomar la molestia de particularizar ambas subidas.
San Bernardo. (Siglo XII).—El santo abad de Claraval
llamado el último Padre de la Iglesia, pertenece a los fines del
siglo XII. Fué un hombre universal; no hubo acontecimiento
-en su tiempo en que no tomara parte; escribió contra todas las
herejías de aquel tiempo, de un modo particular contra los errores del célebre Abelardo. Sus escritos son innumerables, pero
donde mostró su elocuencia, facundia y unción más que ningún
•otro Santo Padre, fué al escribir en favor del encanto de su corazón, la Virgen Sma. Solamente sobre su Asunción tiene cuatro
sermones, de los cuales vamos a tomar algunas pequeñas fracciones.
«Al subir hoy al cielo la Virgen gloriosa colmó con copiosos
aumentos el gozo de los ciudadanos celestiales. Ella es la que
hace saltar de júbilo, a la voz de su salutación, aun a los que está»
todavía encerrados en las maternas entrañas. Y si el alma de
un párvulo, no nacido aun se derritió en castos afectos, luego
— 30 —
que habló María, ¿cuál pensamos que será el gozo de los ejércitoscelestiales cuando merecieron oír su voz, ver su rostro y gozar de
su dichosa presencia?
«Nada puede ensalzar más la grandeza de su poder o de su
piedad a no ser que se crea que el Hijo de Dios no honra a su
Madre o dude alguno que pasasen a un efecto estable de caridad
las entrañas de María, en las que descansó corporalmente nueve
meses, la misma caridad que procede de Dios». (Sermón 1.°)
«Tiempo es para toda carne hablar, cuando es llevada al
cielo la Madre del Verbo encarnado; que no debe cesar en sus
alabanzas la humana mortalidad, cuando la naturaleza del hombre es ensalzada sobre los mismos espíritus angélicos, en la persona de la Virgen». (Sermón 4.°).
Otros muchos textos de este Santo Padre y Doctor melifluo de la Iglesia pudiéramos citar, pero basta lo dicho para conocer la mente de San Bernardo.
San Amadeo.—Este santo pertenece al siglo XII, pero noestá contado entre los Santos Padres ni entre los Doctores de
la Iglesia. Este santo es un eslabón que une en una sola cadena
a los Santos Padres con los teólogos que dentro de poco veremos presentarse como brillantes soles iluminando todos los ámbitos y doctrinas de la Iglesia católica.
San Amadeo en su sermón de la Asunción se expresa de este
modo: «Elévada María con voces de exaltación y alabanza, fué
colocada en la sede de la gloria la primera después de Dios y sobre todos los otros moradores del cielo. Y allí vuelta a tomar la
sustancia de la carne, pues no es creíble que su cuerpo sufriese,
la corrupción (ñeque e n i m credi fas ets corpus ejus vidisse
corruptionem) y provista por consiguiente, de dos clases de
ojos, los del entendimiento y los de la carne, contemplaba a Dios
y al hombre en las dos naturalezas, con tanto más ardor y reverencia cuanto les veía más claramente.»
No se puede hablar con más claridad ni precisión, y por la
misma razón no añado una sola palabra.
Santo Tomás de Villanueva. (Siglo XV).—Se expresa
así: «Celebramos la triple fiesta. En primer lugar celebramos la
muerte dichosa de la Virgen Madre de Dios, el instante en que
salió de esta vida, y celebramos además su resurrección que la
revistió de una gloria inmortal, y celebramos, en fin, su Asunción
gloriosa, cuando su cuerpo y alma tomaron su lugar correspondiente en el cielo. (Obr. del Santo. Tomo 3.°)
Muchos otros Santos Padres vienen citados para el mismo
fin por los escritores modernos, Jourdain, D'Argentan, Augusto
Nicolás, Poire, Martínez y Sáez. No he querido seguir a ninguno-
— 31 —
ellos, pues escribir lo que ya está escrito siempre fué supére inútil. He acudido directamente a los Santos Padres y
, jQ q U e en ellos he podido hallar alusivo al misterio de la
A u n c i ó n de María he estampado en el tratado que precede.
No he consultado todos los escritos de los Santos, pues para realizar este trabajo, no basta toda la vida de un hombre, ¡cuánto
menos el término de algunos meses!
Cuando be acudido a los Santos Padres para la demostración de mis tesis, ha sido porque los considero como canales y
c o n d u c t o s diligentes de la Tradición, dotados de ingenios priv i l e g i a d o s ; y espíritus hechos al modo de ser de Dios, y muy versados en las cosas divinas.
He formado la cadena de la Tradición desde el cuarto siglo
c i e r t a m e n t e , época en que se escribió el libro de D i v i n i s Nom i n i b u s y quizas desde el siglo primero porque no sabemos
ciertamente que el tal libro fuese escrito por San Dionisio Areopagíta en este siglo.
He prescindido de las descripciones poéticas que hacen algunos autores, de la muerte y de la resurrección de la Virgen
Sma. citando Santos Padres y textos bíblicos del sentido alegórico y acomodaticio que me hacen muy poca fuerza, y me be
atenido puramente a mi tratado teológico de la Asunción
de María y sólo y exclusivamente a este fin he citado a los Santos Padres, aduciendo textos en que claramente se habla de la
asunción corporal.
Ahora vamos a acudir a otra fuente que aunque no sea tan
autorizada como la anterior, sin embargo es de un peso abrumador en la materia de que nos venimos ocupando.
a
II
LOS TEOLOGOS
Dignare me laudare te, Virgo sacrata.
Los Santos Padres y aun los mismos apóstoles y evangelistas fueron teólogos, en todo el sentido de la palabra, porque realmente enseñaron teología, tanto que San Epifanio llama teólogo
a San Gregorio Nazianzeno.
Sin embargo, por teólogos entendemos a aquellos sabios
que se dedican a deducir de la doctrina revelada, verdades así
dogmáticas como morales, para la utilidad de la Iglesia. (Mons.
Zubizarreta).
Cuando los teólogos hablan en materia del dogma o de las
costumbres, pueden considerarse como doctores privados o
— 32 —
como testigos de la fe del mismo modo que los Santos Padres.
También pueden ser considerados todos juntos afirmando unánimemente una verdad o aunque no todos, muchos que afirma^
yíia verdad, oontradiciéndolo o callando otros, y finalmente puede
considerarse uno sólo que afirma una verdad sin contradición
de nadie.
En el primer caso, es decir, cuando todos los teólogos afincan ser de fe una verdad en materia de dogma y de costumbres
su afirmación es de tanto peso que quien se inclinara a la parte
contraria, cometería un error contrario a la fe, o próximo al error.
Pero si lo que enseñan, lo proponen tan sólo como cierto, entonces separarse del común sentir de los teólogos, será tan sólo
temerario.
En el segundo caso, es decir, cuando muchos teólogos o
todos los de una escuela, presentan una afirmación, aunque ella
sea en materia de fe y de costumbres, los teólogos no presentan
sino un argumento probable, que lo mismo puede admitirse o
rechazarse, según las probabilidades más o menos fundadas, o
según la fuerza de los argumentos de los contrarios.
En el tercer caso, es decir, cuando es opinión privada de un
teólogo, tanto pesa su autoridad cuanto pesa la razón aducida
en apoyo de su afirmación.
La autoridad que pueden tener los teólogos, cuando hablan
eso el terreno de la fe y de las costumbres, se funda en que Dios,
no sólo puso para guardádores de su Iglesia y para instructores
de los fieles, a los apóstoles, evangelistas y obispos, sino también
a los doctores; y no hay duda de que los teólogos son verdaderos
doctores, es decir, verdaderos enseñadores de los fieles en materia
de fe y de costumbres.
Empecemos por el primero de todos:
Santo Tomás de Aquino.—Tanto hay que decir de Santo
Tomás que me inclino a no decir nada. He aquí lo que dice el Papa
León XIII en su Carta encíclica del 4de Agosto de 1879 que empieza Aeterni Patris, «Para la defensa y ornamento de la fe
católica, para el bien de la sociedad y para el incremento de todas las ciencias, restitúyase la áurea sabiduría de Santo Tomás».
Y más tarde, el mismo Pontífice el día 4 de Agosto de 1880,
por su breve Cum hoc» le instituyó solemnemente Patrono
de todas las escuelas católicas, de las Universidades, de las
Academias y de los Liceos». Es, pues, para nosotros, Santo Tomás de Aquino, de una autoridad y peso inmensos.
Dice, pues, el Doctor Angélico en su Suma Teológica, p.
3, q. 27, a I, c. «María es perfectamente bienaventurada, porque
juntamente con su cuerpo fué elevada al cielo, pues creemos
que •después de su muerte resucitó y fué elevada al cielo».-
— 33 —
Estas palabras vienen como atribuidas a Santo Tomás en
el índice general, sin embargo no son las mismas las que usa en
el lugar citado, sino que aduce la autoridad de San Agustín y
juntamente con las palabras de este santo viene a confirmar
la idea propia y en cuanto al sentido es el mismo que manifiestan
las palabras citadas.
Tenemos, pues, que Santo Tomás, Doctor Angélico y principe de los teólogos se manifiesta con toda claridad a favor del
misterio de la Asunción gloriosa de María.
Todavía está más explícito el santo Doctor en la exposición
de la Salutación Angélica del Ave María. Dice así: «A causa
del pecado fueron dictadas tres maldiciones contra los hombres...
la tercera es: en polvo te volverás; más de esta maldición fué
librada María, porque subió al cielo en carne mortal; pues creemos que después de su muerte resucitó y fué llevada al reino
de la bienaventuranza».
Si a esto quisiéramos añadir la sentencia del mismo Santo
en la Suma, de que la Madre de Dios encierra algo de infinito
por su dignidad, y que de ella hay que decir todo, menos que
es Dios, podremos deducir también que tenemos motivos para
afirmar, que fué elevada al cielo en cuerpo y alma, porque también este hecho coopera a formar la dignidad de la Madre de
Dios.
San Alberto Magno.—Este gran escritor por la universilidad de sus conocimientos fué llamado el Grande. Fué maestro
de Santo Tomás, y ambos son lumbreras de la Orden de los Predicadores y pertenecen al siglo XIII.
Sobre la Asunción de María se expresa de este modo en el
único sermón que conocemos suyo, sobre esta materia:
«En tercer lugar, boy, Nuestro Señor Jesucristo, para recompensar los ministerios de su Madre, excepit eum in domum
suam, la llevó a su morada, que le había preparado en la eternidad, Sí; el señor elevó a su Madre en cuerpo y alma sobre todas las legiones de los ángeles. Y fué verdaderamente digno que
Aquel que había mandado en el Exodo, Honora patrem t u u m
et matrem tuam, honrase con especiales gracias el cuerpo de
su Madre.
San Buenaventura.—Como aquellos dos serafines que
cantaban y decían la misma cosa, se puede decir que son Santo
Tomás y San Buenaventura. Doctor Angélico el uno, Doctor
Seráfico el otro; lumbrera de la Orden de Predicadores el primero,
lumbrera de la Orden Seráfica el segundo. Este, pues, lo miemo
que aquel defendió la Asunción de María, al cielo en cuerpo y
.alma. In Speculo.
3
— 34 —
He aquí como el Doctor seráfico San Buenaventura expresasu pensamiento:
«Cuatro cosas hay que considerar principalmente en la Virgen María nuestra Señora: conviene a saber: su salida, su jornada, su entrada, su subida; la salida del no ser al ser, la jornada
de toda su vida, la entrada en el cielo y la subida sobre todos
los coros de los ángeles, hasta llegar al trono de su Hijo: la salida
fué de la naturaleza, la jornada de la gracia, la entrada, de la gloria, la subida de la abundancia. Salió mereciendo, caminó aprovechando, entró gozando, subió sobrepujando a todos los bienaventurados. Salió sin pecado, caminó sin ejemplo, entró sin
estorbo, subió sin término».
En otra parte llama San Buenaventura, a la Asunción de
María: «Magnífica dádiva con que la tierra obsequió al cielo
en el día en que esta divina Señora se subió a los cielos».
Juan Duns Scoto. Este insigne franciscano lleva entre los
teólogos el calificativo de Doctor Sutil, titulo bienmerecido por
cierto, porque si ha habido inteligencia sutil y aguda en el mundoes sin duda alguna la suya. El grande y el primero de los defensores que tuvo el dogma de la Concepción inmaculada de María
fué él; y la defendió con tanta inteligencia que habiéndole sus
adversarios puesto doscientos argumentos en contra de aquel
misterio, los repitió todos de memoria y los contestó victoriosoa tocios.
Su principio en teología es éste: «De Jesucristo y de su Madre hay que afirmar todo menos lo que está restringido en la
Sagrada Escritura, es así que la afirmación del dogma de la Inmaculada Concepción no está restringido en la Sagrada Escritura, luego hay que firmarla; y nosotros añadimos: es así que la
afirmación de la Asunción de María tampoco está restringido
o negada en la Sagrada Escritura, luego tenemos que admitirla.
El segundo argumento de Escoto es éste: Potuit, decuit,
ergo fecit. Pudo Dios hacerlo, convino que lo hiciera, luego
lo hizo. Este fué el poderoso argumento que venció la resistencia
a la declaración del dogma de la Inmaculada Concepción. Nosotros lo repetimos para demostrar la Asunción de María, y decimos: «Pudo Dios elevar a María al cielo en cuerpo y alma,
convino que la elevase (¿por qué nó?) luego la elevó. (Concluyente).
Hay otro argumento, hijo de la sutileza de Scoto. Dice el
teólogo franciscano que para ser Cristo perfectísimo Redentor
convino que no solamente redimiese a los hombres después de
caídos en la culpa, sino que librase también alguna persona preservándola de caer en pecado, porque esta es más perfecta redención. De lo cual se sigue que para ser la resurrección corporal
35 —
feotísima, conviene resucitar los cuerpos, no sólo después de
r o i n p j ¿ 0 3 sino también preservar algún cuerpo de la corrup¿
tón y elevarlo al cielo, y este cuerpo ha sido el de Virgen María.
°
San Lorenzo Justiníano.—Fué este santo el primer patriarca de Venecia y se conserva un sermón suyo lleno de sencilla unción, en que desde el principio hasta el fin, se habla de la
Asunción corporal de la Virgen María al cielo. No hay necesidad de aducir ningún texto, porque habría que aducir todo el
sermón. El santo perteneció al siglo XV.
San Francisco de Sales.—De este santo Doctor hay que
decir lo mismo que de San Bernardo, que tenía lengua de mielr
y nosotros decimos que tenía de miel no solamente la lengua sino
también la pluma y la tinta, pues todo en él es dulzura y suavidad.
Empieza así su sermón sobre la Asunción: "Sabemos con
qué magnificencia hizo introducir el Rey Salomón el arca de la
alianza en el templo de Jerusalén. Hoy el Hijo de Dios introduce
en el cielo, la verdadera arca de la alianza, su Madre Sma., ante
la cual los ángeles exclaman: ¿Quae est ista quae ascendit?.
No aduzco más textos, porque sería necesario aducir todo
el sermón, del mismo modo que he dicho del anterior. Pertenece
San Francisco de Sales al siglo XVI.
Francisco Suárez.—Aunque la Iglesia no ha dado su fallo
sobre Suárez, en cuanto a su santidad, nosotros en nuestro juicio particular le calificamos de santo y de sabio. El sabio jesuita
que estaba dispuesto a perder toda su ciencia antes de omitir
media hora de oración (y eso que empleaba en ella siete horas
al día) no está lejos de la santidad.
Suárez está honrado con el calificativo de Doctor Eximio;
se le llama el eximio Suárez. En las cuestiones metafísicas y teológicas penetra hasta lo más profundo e intrínseco de los problemas y las pone ante las inteligencias, aun las más débiles, con
una claridad que mayor no puede haber en las ciencias- divinas.
Consúltese, pues, a Suárez, Disp. 21, lee. 2.a sobre la q,
38, art. 4.° de Sto. Tomás y se verá la claridad con que defiende
la Asunción de María a los cielos.
El Cardenal Roberto Belarmino.—He aquí otro monumento de teología que se expresa de este modo: «Porque Jesucristo, Nuestro Salvador es Rey y dueño de la Jerusalén celeste,
entró en el reino del cielo en cuerpo y alma, por eso debemos
guardarnos de pensar y de decir que con su Madre sucedió de
otra manera, siendo ella Madre del Rey y Reina del mundo.
Porque el hijo después de la muerte de su bienaventurada Madre,
no ha permitido que su cuerpo permaneciera inanimado en el
sepulcro, sino por singular privilegio le ha llamado a la vida y
la ha introducido al cielo. (Concio De Assumpt. B. V.)
per
— 36 —
A los teólogos mencionados pueden agregarse los siguientesDurando In Portel; Libro VIII. Domingo Soto, In IV Sent
Dist. 43. Dionisio Cartusiano, Coment. in caput 2. Cant
El Carmelita Silveyra Coment. in Apocalysim q. 6, Tem. 2
super; Vidi civitatem sanctam. ..
Con relación a los teólogos que acaban de citarse hay qu e
advertir que ellos pertenencen a todas las escuelas, y que no hay
siquiera uno sólo que niegue lo que hemos afirmado; de modo
que la Asunción de María al cielo, no es negada por ningún teólogo, es afirmada casi por todos, callada por algunos, pero puede
decirse que constituye la opinión unánime de todos, que en caso
semejante es de un peso inmenso.
No hay necesidad de aducir textos de teólogos posteriores
a Santo Tomás, Scoto y Suárez, pues todos los que han venido
después de ellos, los han seguido. Esas tres grandes escuelas o
mejor dicho, dos, pues la escuela de Suárez es la misma de Santo
Tomás, han absorbido todas las escuelas y universidades del
mundo y lo que ellos han dicho, ha sido repetido por todos con
explicaciones algo diferentes.
Voy a citar lo que dice Tanquerey, que anda en manos
de una gran parte de los seminaristas del mundo:
Es tradición confirmada con el consentimiento de la Iglesia latina y griega, y apoyada con la institución de la fiesta de
la Asunción que la Beata Virgen María, después de su muerte,
fué elevada al cielo no sólo según su alma sino también según
su cuerpo».
«Esta verdad no es de fe, ni siquiera se puede demostrar
por la Escritura Sagrada, ni tampoco con testimonios explícicitos de los antiguos Padres de la Iglesia, pues en los cuatro primeros siglos no se encuentra ningún testimonio explícito de la
Asunción corporal de la Madre de Dios al cielo. En el siglo V
se encuentran algunos documentos sobre esa corporal Asunción
gloriosa, en las obras de seudo-Dionisio, más desde el siglo VI se
encuentran claros testimonios no sólo en las obras de los Padres,
sino también en las liturgias, lo mismo griegas que latinas, y
aunque algunas hayan dudado del. misterio, su persuación se
arraigó tanto, que ya no se encuentra quien la contradiga. Tanto
es así, que en el Concilio Vaticano doscientos obispos pudieron
pedir su definición dogmática. Así, pues, no se puede rechazar
esta verdad sin temeridad».
«No faltan argumentos de conveniencia para este privilegio. Primeramente: Como Jesús alcanzó triple victoria, del pecado por impecabilidad, de la concupiscencia por la absoluta
integridad y de la muerte por su gloriosa resurrección y ascención, así del mismo modo convenía que la Virgen María que en
, vivió asociada a su hijo, se hiciera participante de este triple
fo es decir, que alcanzase el triunfo del pecado por su coninmaculada, de la concupiscencia por la virginal integridad y de la muerte por la acelerada resurrección y gloriosa
asunción a los cielos».
^
En segundo lugar, convenía que la carne de María, que sm
c o r r u p c i ó n había concebido el cuerpo de Cristo, ni que jamás
había contraído mancha alguna, participase de la incorruptibilidad del Hijo».
En todo ésto estamos conformes con Tanquerey, menos en
aquella afirmación de que en el siglo V sólo había sobre la Asunción de María testimonios de seudo-Dionisio, pues del siglo IV
eran Andrés Cretense y Cirilo de Alejandría y del siglo V era San
Agustín, y los tres santos afirmaron claramente la Asunción de
María; además de que los mismos libros atribuidos a Dionisio
Areopagita son por lo menos de los siglos IV o V sino son del siglo
1.°. Y basta ya de teólogos.
to
.
m o c i ó n
III
LOS ORADORES SAGRADOS
Dignare me, laudare te, Virgo sacrata.
Los oradores se pueden considerar como teólogos y doctores,
por lo tanto como testigos de la fe y conductos de la Tradición
sagrada. Se puede, por consiguiente, considerar este capítulo
como continuación del anterior, pues la oratoria sagrada no es
otra cosa que la misma teología explicada al pueblo, desde el
pùlpito en lenguaje más inteligible y más propensa a efectos y
otros movimientos del alma.
Empecemos, pues, por Fr. Luis de Granada. Este venerable religioso de la Orden de los Predicadores, figura entre los
grandes escritores españoles. Puede colocársele entre los oradores, teólogos, escritores místicos y literatos. Es autor de un
sermón sobre la Asunción de la Virgen y de otro sobre su coronación en el cielo; en ambos se muestra entusiasta devoto de
María, y defiende con ardor la Asunción corporal de María al
cielo, admitiendo como verdadero el relato que, como testigo
presencial, hace San Dionisio Areopagita, de la muerte y resurrección de María.
En el sermón de la Asunción se expresa así:
«Más ya es tiempo de que tratemos del premio que se dió
a María por sus servicios, que son los privilegios que le fueron
concedidos en este día, entre los cuales uno fué (según refiere
— 38 —
San Dionisio Areopagita) hallarse los apóstoles presentes, a l a
hora de su fallecimiento, lo cual sería para ella, materia de grande
consolación. Otro privilegio fué ser llevada al cielo en cuerpo y
alma y que su purísima carne, como la del Hijo bendito, no pa_
deciese corrupción. Otro privilegio fué la fiesta y recibimiento
tan solemne que se le haría a la salida de este mundo. ¡Oh quién
se hallara en aquella procesión tan gloriosa y gozara de aquella
solemnidad!
Continúa el autor desarrollando estas ideas durante todo
el sermón.
San Alfonso María de Ligorio.—A este santo hay que
considerarle como Doctor, teólogo, orador, escritor místico y
fundador de una congregación religiosa; motivos todos, para que
su palabra sea recibida con acatamiento, por la gran autoridad
del que la dice.
En muchas de sus obras habla San Alfonso de la Asunción
de María, pero donde trata con más extensión y más científicamente, es en su preciosa obra «Las Glorias de María.» En
ella emplea 30 páginas en defender este glorioso privilegio de
María y en relatar las circunstancias de la muerte dichosa de
la Madre de Dios. No hay necesidad de aducir ningún texto, sí,
aconsejar al lector que lea aquellas treinta páginas en obsequio
a su gloriosa Madre.
Bossuet.—No hay necesidad de decir quien fué Bossuet,
pues es conocido de todos los que sepan leer. Como obispo, como
orador, como sabio es una de las eminencias francesas. Sus escritos son innumerables, todos ellos brillantes, aunque unos más
brillantes que otros. Terminada la época de los Santos Padres,
no ha habido orador que le haya igualado y sus compatriotas
le miran como a primer oráculo de los tiempos modernos.
En el sermón de la fiesta de la Asunción, defiende y proclama este privilegio mañano con la elocuencia y facundia que le
son propios, y dice: «No debe admirarnos el que la bienaventurada María resucite con tanto esplendor y triunfo, con tanta
pompa. Jesús a quien la Sma. Virgen dió la vida, se la devuelve
en este día por gratitud; y como es propio de Dios el mostrarse
siempre magnífico, aunque él no haya recibido de María más
que una vida temporal, se la devuelve gloriosa».
Bourdaloue.—Este insigne orador de la Compañía de Jesús hizo época y formó escuela en la oratoria sagrada francesa.
Sus sermones predicados con aquella energía y fuego que le eran
propios, produjeron en Francia saludables frutos de vida cristiana.
En su sermón de la Asunción se encuentran estas palabras:
«Considerar en la Asunción de María, una Virgen triunfante,
— 39 —
u n a re ina coronada, una criatura elevada sobre todos los órdenes
de los espíritus bienaventurados, y colocado en el grado de gloria tcÁs eminente: en una palabra: contemplar una Madre de
píos beatificada por Dios mismo, confieso, cristianos, que es
superior a mis fuerzas».
Quiero ahora aducir textos de oradores sagrados sin dar
noticias de sus autores, para así abreviar la materia.
«Si el amor santo deposita hoy en la tumba tu cuerpo es
para darte una vida eterna. Pero ¿qué digo? La gloria de tu alma
Virgen bendita, recaerá sobre tu cuerpo. El Dios que te recibe
en su reino y te corona, no quiere que un cuerpo donde él tomó
carne humana quede sujeto a la corrupción, ni sea como los demás
pasto de los gusanos». (El P. Le Valois. S. J.).
«La Asunción de María fué la consumación de su gloria.
La gloria de María fué proporcionada a su humildad, y como
su humildad fué el fundamento de su elevación, fué también su
medida». (P. Nepveu. S, J.).
«La undécima estrella de la corona de María es su Asunción
maravillosa a los cielos; la duodécima su coronación. Y, pues,
el Hijo y la Madre están en los cielos en cuerpo y alma, procuremos todos por su bendita Madre, servir con el cuerpo y el ánima
a nuestro Dios». (P. Fr. Luis de Estrada O. P.)
«Triunfo o entrada fué la de María en el cielo, la más vistosa que los ojos de Dios y los de toda su corte, después de la
de su Hijo vieron. Tengo por cierto que los coros celestiales tu
vieron una sed ardentísima de ver el cuerpo glorioso de su reina,
pues de él fué tomada la tela de donde se cortó aquel rico vestido
de la humanidad de Cristo. Y así cuando la vieron subir por los
aires, dieron gritos de alegría». (Fr. Francisco de Rojas).
«Paréceme que no hay que poner en cuestión ya, si está
en cuerpo y alma en el cielo la Reina de los ángeles. Porque, decidme, hermanos, ¿quién que tenga una centella de razón que
se pueda persuadir que el cuerpo sacratísimo en que fué formado
el cuerpo de Cristo nuestro Redentor, había de ser vuelto en
ceniza y podredumbre? (Fr. Felipe Diez).
¿Quién tendrá acentos suficientes para decir cómo salió
María del sepulcro? ¿Quién podrá descubrir la hermosura de
aquel cuerpo glorificado? ¿Quién la alegría de aquel corazón,
cuando entrando en él el alma gloriosa, su Hijo le dió la mano,
y la levantó de la tumba, sentándola en el trono de los resplandores divinos? (Martínez y Saez, Obispo de La Habana).
«No es posible que donde Dios entra a morar, no haga mercedes. Pues si por solo un día que entró en casa de Zaqueo, cobró esa casa salud, y los vecinos de ella, de pecadores se convirtieron en santísimos, ¿qué será al cabo de nueve meses que vivió
40 —
en casa de la Virgen? Verdaderamente que era esa la verdadera
salud de aquella casa; no desterrando vicios de ella, que no tenía
ninguno, sino enriqueciendo con tesoros del cielo al dueño y
a la misma casa, que era, por ser cuerpo humano, corruptible,
asegurándola de que no llegaría a corromperse en el sepulcro,
por ser cuerpo de la serenísima Reina de los ángeles. (Fr. Angel
Manrique).
«La sagrada tradición de haber María Santísima subido a
los cielos en cuerpo y alma, se ilustra con la revelación que San
Antonio de Florencia escribe, de Santa Isabel, hija del Rey de
Hungría, la cual vió un sepulcro cercado de luz. muy clara, del
cual salía una mujer hermosísima y subía al cielo acompañada
de los ángeles». (Fr. Pedro de Medina).
«La integridad del cuerpo de María, que permaneció tres
días en la tumba, tan fresco y tan rojo, como cuando estaba vivo,
es la primera prerrogativa que le fué concedida después de su
muerte. Esta prerrogativa era debida al cuerpo de la Virgen por
muchas razones.
1.a No le convenía a Dios que el cuerpo de su Sma. Madre,
que había sido su templo vivo en la tierra, sintiese la corrupción
del sepulcro».
2.a Su cuerpo fué esta tierra virgen que, habiendo sido manchado por el pecado de Adán, no debía tener parte en la maldición lanzada por Dios , desde el principio del mundo contra el
primer homfrre: Polvo eres y polvo te volverás.
3.a No teniendo Jesús y María sino una misma carne, cumplía a la gloria del Hijo preservar de los gusanos y de la corrupción el cuerpo de su Madre». (P. Gentil. S. J.).
«Lo que hace perfecta esta felicidad de María en todos sus
grado, que no es el alma la única que goza de ella, también
el cuerpo de la Sma. Virgen participa de esta dicha y tiene una
felicidad permanente, y constituye aun una parte de la felicidad
de los demás santos. Su muerte fué seguida de cerca por una resurrección gloriosa, y su cuerpo preservado de toda corrupción,
fué llevada desde luego, al cielo, donde está rodeado de un esplendor inefable e inmortal. (El P. De La Colombiere S. J.)
A mi se me figura verla (a María) acompañada de innúmeros ángeles de lindos resplandecientes rostros que semejan
una lluvia de claveles y de rosas, elevarse en cuerpo y alma con
majestad y gallardía indescriptibles, como columna de incienso,
como vapor de cristalinas aguas y remontar las alturas de la
atmósfera, donde los truenos repiten su nombre, los rayos acuden presurosos a rendirle homenaje y el huracán devastador
besa humildemente la orla de sus vestidos; y subir más allá que
la luna que se pone por calzado debajo de sus pies; más allá que
— 41 —
j q U e viste con sus resplandores como con manto de luz;
's allá de las estrellas que se entrecruzan preciosamente como
tístíca guirnalda, para formarla una corona; por cuya inmen'dad se bailan tendidos, cubriendo la carrera los escuadrones
S
0gelicos, que, al pasar entre sus apiñadas filas, traducen .vitorean y felicitan a su soberana. (López Peláez, Arzobispo de
Tarragona).
«Al despuntar la tercera aurora, cánticos celestiales y armonías suavísimas llenaban los espacios y se acercaban al sepulcro, donde reposaba el cuerpo de María; eran legiones de ángeles que acompañaban al cuerpo de su reina, entonando el himno de la victoria, que en aquel mismo instante conseguía ella,
de la muerte. El alma de la Virgen volvía a informar su cuerpo,
hermoseándolo sobre toda hermosura creada y revistiéndolo con
dotes de gloria que deslumhraron a los mismos serafines. El ángel del Señor removió la losa del sepulcro, y María salió de él,
victoriosa de la muerte y del pecado, envuelta en divinos resplandores y cercada de un torbellino de ángeles que su triunfo
celebraban».
«Allá va por los espacios, majestuosa, radiante de gloria,
acompañada de su Hijo, que salió a recibirla, subiendo por los
espacios con el manto azul flotando en los aires y sostenida de
ejércitos de querubes que le sirven de trono. Los apóstoles contemplan extasiados aquella visión, jamás soñada; ven que su
Maestra es elevada cada vez más alto, con la mirada fija en el
cielo y las manos cruzadas sobre el pecho en actitud arrobadora;
observan que el cántico de los ángeles es cada vez más imperceptible; que la nube resplandeciente que los envuelve, traspone el
cielo, y al perderle de vista, de todos los labios y de todos los corazones brota esta tierna despedida: ¡Adiós, Madre de Jesucristo?
¡adiós! embeleso de los cíelos! ¡adiós, gloria de la creación! ¡adiós,
encanto de nuestras almas! ¡adiós!. (Fr. Ambrosio de Valenciene C).
6
IV.
LOS ESCRITORES CATOLICOS
Dignare m e , laudare te, Virgo sacrata.
Entre los escritores católicos no hay que preguntar quién
ha escrito en elogio de la Madre de Dios, sino quien no ha escrito, pues seguramente esta segunda operación sería más fácil
que la primera. Católico que sepa manejar la pluma, sería ver-
— 42 —
güenza, que no hubiese escrito algo acerca de María Sma. p e r o
por lo que concierne al misterio de la Asunción citaré solamente
los más completos y conocidos.
Ya hemos citado a San Alfonso María de Ligorio, quien en
su obra «Las Glorias de María» abrió ancho camino, para que
se ejercitaran más tarde las plumas católicas en tan noble tarea
En esta obra dfefiende el santo ampliamente, la Asunción glo_"
riosa de María al cielo en cuerpo y alma.
El Obispo de La Habana, Martínez y Saez, ha escrito admirablemente sobre las glorias de la Virgen. Su obra mejor en
esta materia es la titulada: María, un tomo bastante voluminoso.
Tiene este escritor otra obra, «Las Veladas de Madrid», que
todas se ocupan de la Virgen Santísima, y además, tres tomos
de sermones entre los que figuran tres, de la Asunción de la Virgen. En todas sus obras se muestra acérrimo defensor de la Asunción gloriosa de la Virgen en cuerpo y alma al cielo, y él fué quien
promovió la petición que más de doscientos obispos hicieron
en el Concilio Vaticano, para que se declarara dogma la Asunción de la Virgen al cielo. El Iltmo. señor Martínez y Saez pertenece a la orden franciscana.
El más extenso de los tratadistas de las glorias de María
es Jourdain Canónigo honorario de Amiens. Su obra, «Suma de
las Grandezas de María» consta de doce voluminosos tomos,
en que trata d,e todos los misterios de la vida, muerte y la gloria
de María. Solamente, al tratar del misterio de la Asunción ocupa
en un sólo tomo 167 páginas, además de que en otros tomos se
ocupa largamente del mismo asunto.
El P. Eusebio de la Asunción, carmelita, es autor de un tomito, dedicado exclusivamente a defender la verdad de la Asunción de María. El tomo tiene 126 páginas; el autor se ocupa en
ellas, de lo concerniente a la Tradición y de las razones de congruencia que nos pueden mover a creer en el misterio de este
privilegio de María, y pedir la declaración dogmática de este
sublime privilegio mariano. A este fin envía el P. Eusebio una
carta en latín a los obispos de España.
El P. D'Argentan, capuchino, es otro escritor fecundo
y muy extenso en el campo mariano. Su extensa obra: «La»
Grandezas de María» merece todos los elogios, lo mismo que
la obra de Jourdain.
Augusto Nicolás. Su obra «La Virgen María y Plan Divino» es magistral. No deja punto sin tocar al defender el misterio de la Asunción de María y su definibilidad dogmática, punto
en que emplea 33 páginas.
El Cardenal Vives y Tuto es también autor de una obrita
que intitula «El Marial», donde se encuentran ideas muy
— 43 —
sobre cualquier misterio de la vida, muerte y Asunción de la Virgen.
p. Faber. En las obras de este insigne escritor ascético se
e n c u e n t r a n excelentes ideas sobre las grandezas de María Sma
sobre todo en su libro «Al Pie de la Cruz»; pero el hecho de la
A s u n c i ó n sólo se toca en ellas incidentalmente.
Ojea y Márquez. Dedica a la Virgen dos tomos enteros
en que toca también todo lo relativo a la historia de la vida de
la Madre de Dios.
O r s i n i es también autor de una biografía de la Virgen en
sentido muy poético.
Entre los escritores marianos deben contarse: Alberto, Magno
M a r i a l e o Tratado de las Grandezas de María (mejor dicho,
de las alabanzas de la Madre de Dios). Santo Tomás. Exposi-
adecuadas
ción a la S a l u t a c i ó n A n g é l i c a ; Suárez. S u m m a Aurea de
Laudibus Virginis; De R h o d e s . De Deipara Virgine María;
Contenson, Mariología; N e w m a n , A n g l í c a m Dificulties;
Northicote, Mary in t h e Gospels; C o m b a l o t , El C u l t o
de la S m a . Virgen; T. Livius, T h e B. Virgin in t h e F a t h e r s ;
A Lana. La Resurrezione e Corporea A s s u n z i o n e della S.
V. Madre de Dio; Petavio, 1. V. X V . Sauvé. El Corazón de
Maria: Sarda y Salvany. Mater Admirabilis.
Ultimamente, un docto benedictino de la Abadía de San
Mauro de Glanfeuil, Pablo Renaudin ha publicado en Angers
una disertación de 52 páginas en que defiende con gran erudición
la definibilidad, como dogma, de la Asunción de Maria.
V.
LAS REVELACIONES PRIVADAS
Dignare m e , laudare te, Virgo s a c r a t a .
Creo que de las revelaciones privadas se ha hecho menos
uso de lo que se debiera haber hecho, tratándose de la Asunción
de María. Concedemos de buen grado que ellas no constituyen
dogma para nadie, ni por ellas solas se ha de declarar un dogma,
pero téngase en cuenta lo que dicen los Salmaticenses y Franzelin que las revelaciones privadas hay qüe creerlas fitíe divina,
cuando hay suficiente motivo de credibilidad. Dios áíabó la fe
üe Abraham por haber creído una revelación privada, como fué
la que se le hizo, y reprendió a Sara porque no la creyó. Expongamos lo que la teología enseña sobre esté hecho.
Los Salmaticenses, de Fide, disp. I definen así la revelación
— 44 —
privada: «Manifestación de una verdad oculta, hecha por Dios,
a una persona privada, para su propia o ajena utilidad».
Para el crédito que hay que dar a una revelación privada
establece Tanquerey esta proposición: «Las revelaciones privadas que constan ciertamente, deben ser creídas por aquellos a
quienes se han hecho o por aquellos por los cuales se han hecho
y más probablemente aun por aquellos por los cuales no se han
hecho, con tal que se propongan con suficientes argumentos».
Claro está: estamos obligados a creer aquello que Dios ha
revelado, con tal que se nos proponga con suficientes motivos
de credulidad. ¿Y no hay suficientes motivos de credulidad para
poder aceptar las revelaciones de Santa Brígida, Santa Gertrudis, Santa Catalina de Sena, y Santa Teresa?
Una de dos; o estas santas han sido unas mujeres ilusas a
quienes el demonio las ha engañado o que ellas mismas se han
engañado, o son verdaderas santas a quienes Dios ha hablado.
En el primer caso ¿cómo las ha canonizado la Iglesia? En el segundo caso la revelación es divina, luego hay que creerla.
Pues bien: hay un gran número de revelaciones de santos
y santas a quienes se ha revelado el misterio de la Asunción deMaría.
Son santos y santas que la Iglesia propone a sus fieles, como
modelos de santidad, de vida sobrenatural, de vida ejemplarísima y que la humanidad cristiana les ha adoptado por modelos
de virtud y por santos de su devoción. Dudar de su santidad,
creer que ellos han sido víctimas de un engaño diabólico, sería
injuriar a la iglesia, injuriar al pueblo cristiano que se ha dejado
también engañar y sería injuriar a Dios, no queriendo creer en
las gracias que reparte entre sus siervos.
En la suposición, pues, de que creemos en la santidad de
los santos, vamos a oír lo que nos dicen sobre sus visiones en
Dios y sobre las revelaciones que han recibido del Padre de las
luces. Empecemos por Santa Brígida.
Santa Brígida. Princesa de Suecia, después viuda, monja,
fundadora de monjas y abadesa de 60 religiosas, vivió en el monasterio de Wadstene. En este monasterio tuvo un gran número
de revelaciones que se contienen en un voluminoso tomo. Algunas
de ellas se refieren a la Asunción de María. Hélas aquí:
Revelación XLVI. Libr. VI. Admirable vida de la Virgen María después de la Ascensión de su divino Hijo. Háblase t a m b i é n de la Asunción de esta Señora e n cuerpo
y alma.
Acuérdate, hija mía, dice la Virgen a la Santa, que hace
varios años elogié a San Gerónimo acerca de mi Asunción; pero
ahora te voy a referir esta misma Asunción.
— 45 —
Después de la Ascensión de mi Hijo viví yo bastantes años
el mundo, y quísolo Dios así, para que viendo mi paciencia
mis costumbres, se convirtieran al Señor muchas almas, y
cobrasen fuerza los apóstoles de Dios y otros escogidos. También
la natural disposición de mi cuerpo exigía que viviera yo más
tiempo» para que se aumentase mi corona; pues todo el tiempo
que viví después de la Ascensión de mi Hijo, visité los lugares
en que él padeció y mostró sus maravillas. Su pasión estaba tan
fija en mi corazón, que ya comiese, ya trabajase, la tenía siempre fresca en mi memoria, y hallábanse mis sentidos tan apartados de las cosas del mundo, que de continuo estaba inflamada
en nuevos deseos, y alternativamente me afligía la espada de mis
dolores. Mas no obstante, moderaba mis alegrías y mis penas
sin omitir nada perteneciente a Dios, y vivía entre los hombres
sin atender ni tomar nada de lo que generalmente gusta, sino
una escasa comida.
Respecto a que mi Asunción no fué sabida de muchos, ni
predicada por varios, lo quiso Dios, que es mi Hijo, para que antes se fijase en los corazones de los hombres la creencia de su
Ascención, porque estos eran difíciles y duros para creer su Ascensión, y mucho más lo hubieran sido, si desde los primeros
tiempos de la fe se les hubiese predicado mi Asunción.
Revelación XLVII. Libr. VI,—Asunción de la Virgen
María, con notable revelación sobre el fin del m u n d o .
Dice la Virgen a la Santa: «Como cierto día, trascurridos
algunos años después de la Ascención de mi Hijo, estuviese yo
muy ansiosa con el deseo de estar con El, vi un ángel resplandeciente como antes había visto otros, el cual me dijo: «Tu Hijo
que es nuestro Dios y Señor, me envía a anunciarte que ya es
tiempo de que vayas a El corporalmente, para recibir la corona
que te está preparada». Y yo le respondí: ¿Sabes tu acaso, el
día y hora en que he de salir de este mundo?» Y me contestó el
ángel: «Vendrán los amigos de tu Hijo, quienes darán sepultura a tu cuerpo». En seguida desapareció el ángel, y yo me preparé para mi tránsito, visitando según mi costumbre todos los
lugares donde mi Hijo había padecido.
Hallábase un día suspenso mi ánimo en la admiración del
amor de Dios, y en aquella contemplación llenóse mi alma de
tanto júbilo, que apenas podía caber en sí, y con semejante consideración salió fuera de mi cuerpo. Pero qué cosas y cuán magníficas vió entonces mi alma, y con cuánta gloria la honraron el
Padre el Hijo y el Espíritu Santo, y por cuanta muchedumbre
de ángeles fué elevada al cielo, ni tú podías comprenderlo, ni
yo te lo quiero decir, antes que se separen tu alma y tu cuerpo,
— 46 —
aun cuando algo de esto te manifesté en aquella oración cuotidiana que te inspiró mi Hijo.
Los que conmigo estaban en la casa en el momento de yo.
expirar, conocieron bien por el desacostumbrado esplendor, que
notaron, que alguna cosa de Dios pasaba entonces conmigo.
Vinieron los amigos de mi Hijo enviados por disposición divina,
y enterraron mi cuerpo en el valle de Josafat, y los acompañaron
infinitos ángeles como los átomos del sol; pero los espíritus malignos no se atrevieron a acercarse. A los pocos días de estar mi
cuerpo sepultado en la tierra, subió al cielo con muchedumbre
de ángeles. Y este intervalo de tiempo no es sin grandísimo misterio, porque la hora séptima será la resurrección de los cuerpos,
y en la hora octava la bienaventuranza de las almas y de los
cuerpos.
«La primera hora fué desde el principio del mundo hasta
el tiempo en que se dió la ley a Moisés; la segunda desde Moisés
hasta la Encarnación de mi Hijo; la tercera cuando mi Hijo instituyó el bautismo y mitigó la austeridad de la ley; la cuarta,
cuando predicaba de palabra y confirmaba con su ejemplo; la
quinta, cuando mi Hijo quiso padecer y morir, y cuando resucitó
de la muerte, y probaba su resurrección con positivos argumentos;
la sexta, cuando subió al cielo y envió su Espíritu Santo; la séptima, cuanSo vendrá a juzgar y todos resucitarán con sus cuerpos para el juicio; la octava cuando se cumplirán todas las cosas que fueron prometidas y profetizadas, y entonces será la bienaventuranza perfecta; entonces se verá Dios en su gloria, y
los santos resplandecerán más que el sol, y ya no habrá más
dolor alguno».
Algunas más revelaciones se encuentran en Santa Brígida
sobre la Asunción de María, pero bastan las citadas para conocer su mente.
Santa Teresa de Jesús. Tanto hay que decir de Santa
Teresa que me inclino a no decir nada, porque es tan conocida
que cualquiera cosa que dijera, sería repetir por milésima vez.
He aquí lo que dice en el cap. XXXIX de la Vida, escrita
por ella misma:
«Un día de la Asunción de la Reina de los ángeles y Señora
nuestra, me quiso el Señor hacer esta merced, que en un arrobamiento se me presentó su subida al cielo, y el alegría y solemnidad con que fué recibida, y el lugar a donde está. Decir cr mo fué
esto yo no sabría. Fué grandísima la gloria que mi espíritu tuvo,
de ver tanta gloria, quedé con grandes afectos, y aprovech me
para desear más pasar grandes trabajos, y quedóme gran deseode servir a esta Señora, pues tanto mereció».
Santa Teresa, en esta revelación, no solo expone el hecho-
— 47 —
•no también manifiesta las señales por las cuales se conoce que
r e v e l a c i ó n es verdadera, como son los buenos efectos. Pero
«o e s c r i b i m o s tratados de teología mística.
S a n t a María Magdalena de Pazzis.—Esta santa en una
noche que precede a la Fiesta de la Asunción, después de pedir
a los coros de los ángeles que le alcanzaran de Dios el perdón de
sus pecados, para subir al cielo en compañía de la Virgen Sma.
tuvo una visión que merecese ser referida. Le pareció ver bajar
en grupos a todos los coros de los ángeles cargados de presentes
y dirigirse al sepulcro donde yacía el cuerpo de María que es el
arca de la nueva alianza, para tomarlo y llevárselo... Habiendo
llegado los ángeles al sepulcro de su Reina, la Santa los vió estremecerse de gozo y ponerse en círculo, al rededor del santo
cuerpo.. • Después que María se levantó con incomprable majestad, Magdalena se arrojó a sus pies y le suplicó le renovara interior y exteriormente». Vida de Santa, por el R. P. Cepari,
f
cap. XXV)
De San Estanislao de Koska, S. J., dice su biógrafo, el
P. Gabriel de Aranda, S. J. cap. XXVIII, pág. 190. «Fué opini n constante que la Reina de los ángeles, acompañada de muchos ciudadanos del cielo, había venido a asistir en aquella hora
a su querido hijo Estanislao, para llevarle en su compañía...
La hora fué el amanecer de un día de la Asunción de la Sma.
Virgen; hora en que se cree haber subido al cielo la Reina de los
ángeles».
En la Vida del P. Bernardo de Hoyos, dice su biógrafo,
P. Juan de Loyola, S. J. cap. IV. «Siendo devotísimo de la Virgen
le prometí > Jesucristo que el día de la Asunción de su Madre al
cielo, celebraría con él, celestial desposorio. Lo refiere él mismo...
Vi un hermoso trono ocupado por María Sma. a mano derecha
de Cristo... llegué a las gradas del solio de Jesús a quien me presentó María S m a . . . Lo entregué el anillo que tenía en el dedo,
a María Santísima, como depositaría de la prenda. Volví en mi
después de tres cuartos de hora, aunque durante toda la octava,
más viví en cielo que en la tierra».
Ya que estamos hablando de los santos de la Compañía
de Jesús, añadamos uno más.
Vida de San Alonso Rodríguez, por el P. Jaime Nonell,
cap. V. Se refiere que hallándose el Santo en la tarde del 15 de
Agosto, en su aposento, considerando la subida de la Virgen al
cielo, se le representaron tres fiestas que en aquel dichoso día
se le hicieron a la Virgen en el cielo; la primera la solemnidad
de su subida al cielo empírico»...
Dice el P. Faber que la Virgen ha revelado a muchos santos
cuán agradable le es que la saluden con los siete gozos de que
— 48 —
disfruta en el cielo entre ellos viene la Asunción. Los santos sonSto. Tomás de Cantorbery, Catalina de Bolonia, El Beato R a .
nulfo, y el Beato José Hermann Premonstratense.
Refiere el carmelita P. Eusebio de la Asunción en Tratado
de este privilegio de María Sma. que San Antonio de Padua tuvo
una revelación del cielo, de cómo la Virgen fué sublimada al cielo
en cuerpo y alma, para ser constituida madre de los hombres
y Reina de los ángeles. Mereció además que la Virgen en persona
le mandase predicar sobre su Asunción, como lo hizo realmente.
Sor María de Jesús.—Agreda, en su Mística Ciudad de
Dios, cap. VII, dice: «Habló el Salvador con los santos y dijo
estas palabras: Mi Madre fué concebida sin pecado, mi carne
es carne de ella y así debo resucitarla, como yo resucité de los
muertos, y que ésto sea al mismo tiempo y a la misma hora, por
que en todo quiero hacerla mi semejante».
San Juan de la Cruz, deseando salir de la cárcel el día
de la Asunción para poder decir misa aquel día, se le apareció
la Virgen y le dijo: «Hijo, ten paciencia que pronto se acabarán
trabajos». Salió de la cárcel el día octava de la Asunción.
Ana Catalina Emmerich. Vida de la Sma. Virgen pág.
407, dice: «Cuando Tomás y Juan descendieron a, la tumba de
María, llenos de admiración encontraron en él los lienzos y vendas qué envolvían el santo cuerpo... pero el cuerpo glorificado
de María no estaba ya sobre la tierra. Así levantaron sus ojos
y corazón al cielo, como si ese mismo momento hubiesen visto
elevarse el santo cuerpo, y Juan exclamó: «Venid y ved, Ella no
está aquí. . . En seguida entraron de dos en dos al sepulcro los
apóstoles y encontraron los lienzos solos».
Santa Matilde, monja benedictina de Helfta. Perteneció
al siglo XIII. De ella hace mención Dante en su Divina Comedia llamándola Dona Matelda. Esta santa en el Libro de
la Gracie Especiel» cap. XXVI. «De la gloriosa Asunción
de la Virgen María» dice: «En la vigilia de la Asunción de la
dulce Virgen María, estando en oración vi una casa, en que la
bienaventurada Virgen, cubierta de blanquísimos lienzos descansaba sobre un pequeño lecho. Yo la dije: ¿C>mo, oh Virgen
Madre, habéis podido sentir cualquier desfallecimiento? La Virgen me respondió: «Mientras yo oraba y recordaba los beneficios
de Dios conmigo, me sentí abrasada de un deseo inefable de ver
a Dios y de estar con él. Este ardor seráfico creció tanto que las
fuerzas físicas me abandonaron». Siguen las circunstancias de
la muerte y añade la Santa:
«La Reina de la gloria quedó a la derecha de su hijo, llevando
en sus vestiduras, espejos brillantes donde se reflejaban los méritos de los santos».
-
49
-
En el mismo sentido hay revelaciones de San Felipe de Neri,
•de Santa Isabel de Hungría, del Santo Cura de Ars, de la Venerable Virgen doña Marina Escobar, de Sor María del Divino
«Corazón, de San Vicente Ferrer, del Beato Alonso Orozco y de
la Venerable Catalina Labouré.
No queda, pues, duda alguna sobre la verdad de la Asunción corporal de María Sma. al cielo en cuerpo y alma, pues no
se puede creer que tantos santos canonizados y otros que, aunque
no están canonizados, se han ejercitado en toda clase de virtudes, hayan sido víctimas de ilusiones diabólicas.
VI.
LA
LITURGIA
Dignare me, laudare te, Virgo sacrata.
No es fácil señalar la época fija en que empezó a celebrarse
la fiesta de la Asunción de la Virgen al cielo en cuerpo y alma.
Aun el mismo nombre de la Asunción se tomaba en diverso sentido en un principio. Los griegos la llamaban Diastema que en
latín significa pausatio o sea pausa o parada, descanso o muerte.
Así se lee en el calendario de Santa Genoveva de París publicado en 1652, y que contaba ya entonces novecientos años de
antigüedad.
También se ha usado en la Liturgia la palabra Dormitio,
que entre los cristianos siempre ha significado muerte. Así se
lee en efecto, en un antiguo Martirologio romano, en el de Usuardo, escrito por orden de Cario Magno, en el de Adón Vienense
y en un antiquísimo breviario que se conservaba en la biblioteca de San Germán de París.
Es creíble que la fiesta de la Asunción empezara a celebrarse
desde el año siguiente de la muerte de la Virgen, porque los fieles de los primeros siglos, celebraban muy de prisa el aniversario
de los mártires, y es posible que lo hubiesen hecho así con la Reina
de los mártires; pero no podemos aducir dato alguno para afirmar el hecho.
Lo que creemos con mucho fundamento es que empezó a
celebrarse al poco tiempo del Concilio de Efeso, donde se proclamó la Maternidad divina de María, porque San Cirilo de Alejandría, el protagonista de aquel Concilio, predicó un sermón
sobre la Asunción de María al cielo, en el año 412, y es creíble
<jue al predicar el sermón de la Asunción, se haría alguna fiesta
religiosa sobre el misterio.
Esta duda se encuentra lo mismo en la Iglesia Occidental
A
— 50 —
como en la Oriental. Se cree, sin embargo, que la Iglesia de Oriente se adelantó a la de Occidente en el culto de la Asunción de
María. También parece ser que el aniversario de la muerte y
de la Asunción de María se celebraron en un principio en diferentes días y meses, pues el primero se celebraba, según una
antiquísimo Martirologio, publicado por Florentini, el día 28
de Enero, y el segundo el 15 de Agosto. Pero desde el siglo VI,
la Iglesia celebra, el 15 de Agosto, la memoria de ambos acontecimientos, por más que se cree que la muerte aconteció el 13 y
la Asunción el día 15.
Según Nicéforo, citado por Jourdain, el Emperador Mauricio ordenó a fines del siglo VI, que la fiesta del Sueño de la divina Madre, fuese celebrada en adelante el día 15 de Agosto,
uniéndola así a la festividad de la Asunción. De donde debe colegirse que esta última festividad era muy antigua en la Iglesia.
Muchos atribuyen su institución al Papa Dámaso en 375. El
Sacramentario del Papa Gelasio I, que ocupó la Sede Pontificia
desde el año 687 hasta el año 701, contaba la festividad de la
Asunción en. el número de las principales festividades. Comenzaba
con una procesión que salía de la iglesia de S. Adrián, y el pueblo tomaba parte en ella. San Ildefonso de Toledo tiene muchos
sermones sobre la Asunción de María, señal evidente de que en
su tiempo se celebraba esta fiesta en la diócesis de Toledo.
Desde el siglo sexto, era día de fiesta o de vacación, como
fiesta principal, en Francia y Alemania. El Concilio de Reims,
celebrado en 625, la enumera entre las solemnidades que excluyen las obras serviles. La regla de Chrodegango, bajo Pepino,
padre de Cario Magno, la cuenta también entre las festividades
que deben guardarse; Luis el Bénigno prescribió que se guardase
con. la mayor solemnidad, en. toda la Fran-cia en. conformidad
con los decretos de Maguncia en 813, como también en Aix la
Chapelle en 818.
En esta misma época se celebraba en Inglaterra con no menos brillo.
En el año de 817, la festividad de la Asunción recibió una
Octava, como lo refiere el Líber Pontificalis. Desde tiempo
inmemorial era precedida de una vigilia y de un ayuno, del cual
dice el Papa Nicolás I en su carta a los Búlgaros: «La Santa
Iglesia Romana guarda estos ayunos que transmitieron los an
tiguos».
En España se ha celebrado siempre con gran pompa la
Asunción de María y son much os los templos dedicados a este
misterio de la Asunción de María, especialmente en el reino deValencia, merced al Rey Don Jaime el Conquistador que ordinariamente dedicaba a este misterio el templo mayor de la ciu-
— 51 —
dad que conquistaba. La mayor parte de las catedrales de España están dedicadas a la Asunción de María, sobre todo es célebre la catedral de Burgos que posee una estatua de la Asunción,
de plata maciza, que habiendo dispuesto un Gobierno revolucionario arrancarla, fué linchado en el mismo templo, el Gobernador comisionado para realizar aquel acto sacrilego.
Dejando a un lado las catedrales, podemos asegurar que
la mayor parte de las iglesias de los pueblos, tienen por patrona
a Nuestra Señora de Agosto.
A imitación de España, en la América se ha realizado
el mismo fenómeno. Una de las Repúblicas, el Paraguay, llama
Asunción a su capital. En Santiago de Chile, la catedral y un
parroquia están dedicadas a la Asunción, y no son pocas las parroquias que dentro de la nación llevan este título.
El Derecho Canónico ha concedido que en tiempo del entredicho se puedan celebrar los oficios divinos el día de la Asunción, lo mismo que en las Pascuas de Navidad, Resurrección y
Pentecostés.
No hay necesidad de seguir más lejos la historia litúrgica
de la Asunción. Suficientemente queda demostrada su antigüedad, y el lugar importante y distinguido que ha tenido siempre en el culto dado a la Sma. Virgen María.
¿Cuál es el carácter que la Iglesia ha impreso a esta festividad? El concepto que se tiene de su carácter es que ella viene
a ser la festividad de todas las festividades de María. Por más
revoluciones que haya habido en las naciones, ella ha permanecido en la posesión de todas las solemnidades y pompas de otros
tiempos.
Ella es una de las fiestas principales del año eclesiástico,
y por ella ha conservado la Madre de Dios en estos últimos
siglos revolucionarios, el honor de un culto público y el soberano
patronato de su maternal protección. Esta festividad es la más
antigua de todas las de la Virgen en la Iglesia, la más privilegiada
y permanente, como que también profesamos en ella de un modo
el más explícito el reinado de María en la Iglesia y en la humanidad, puesto que celebramos a la Virgen, no en alguno de los estados de su vida mortal sino en el cielo, en cuerpo y alma, en
toda su soberanía del reino celestial.
Cuando celebramos las glorias de María en su Asunción
hacemos una profesión de fe de nuestro reconocimiento de la
grandeza de nuestra Madre celestial y celebramos juntamente
todas las grandezas y glorias, puesto que ella constituye la cumbre de la dignidad, la Maternidad divina.
Al celebrar este misterio parece que la Iglesia sale fuera de
sí, empujada por la fuerza de las más profundas alegrías. Gau-
— 52 —
d e a m u s omnes in Domino, son las primeras palabras de l a
misa. Regocijémonos todos en el Señor, celebrando est a
festividad en honor de la bienaventurada Virgen Maríapor cuya Asunción se regocijan los ángeles y alaban a
una al Hijo de Dios».
En cuanto al oficio divino no hay más que fijarse en las antífonas de Vísperas y en las de los tres nocturnos de maitines
para que se vea a la misma Virgen subiendo al cielo. Assumpta
est María in coelum... Maria Virgo assumpta est in coelum...
Exaltata est sancta Dei Glenitrix super choros angelorum.
Eres exaltada a los reinos celestes sobre los coros de los ángeles, santa Madre de Dios». «¿A dónde te diriges, Virgen prudentísima, como aurora muy rutilante, bija de Sión, eres toda hermosa y suave, bella como la luna, escogida como el sol. Las puertas del paraíso nos han sido franqueadas por tí que hoy triunfas
gloriosa con los ángeles».
Sobre todo es patético y sublime el prefacio de la misa que
cantaban ambas Galias Francesa y Goda. No puedo menos de
ponerlo aquí siquiera en parte, aunque no todo, por su desmasiada extensión:
«Digno y justo es, ¡oh Dios omnipotente! que te demos seguramente las gracias en este tiempo solemne, en este día sobre
todos memorable, en que la Virgen Madre de Dios se trasladó,
del mundo a Cristo, la cual ni recibió el contagio de la corrupción, ni experimentó la descomposición del sepulcro; libre de
mancha, gloriosa en su semilla, segura por su Asunción, gratificada con la dote del paraíso, pura del contacto del hombre,
recibiendo homenajes por su fruto, sustraída a los dolores del
parto y a las angustias de la muerte. Tálamo magnífico de donde
sale el Esposo, luz de las gentes, esperanza de los fieles, despojadora de los demonios, confusión de los judíos, vaso de vida,
tabernáculo de la gloria... Ya es tiempo de que a los antiguos
gemidos sustituyan las nuevas alegrías. A tí, pues, nos volvemos, Virgen fecunda, Madre intacta que no conociste varón,
puerpera, honrada no manchada por tu Hijo. ¡Oh bienaventurada, por quien llegaron hasta nosotros los gozos de lo alto. Así
como hemos celebrado con gozo tu nacimiento y regocijádonos en
tu parto, así te glorificamos en tu ultimo tránsito. Poco hubiera
sido quizás para tal Madre el que Jesucristo te santificase únicamente en tu entrada, sino hubiese hermoseado también tu
partida. Con razón, pues, fuiste recibida felizmente en tu Asunción por el mismo a quien recibiste piadosamente para concebirle por la fe, a fin de que, tu, que no conocías tierra, no estuvieses encerrada en su seno»...
Sigue todavía el prefacio; pero basta lo ya citado para que
— 53 —
conozca la fe de la Iglesia gótica y juntamente con ella, la fe
? e °toda la Iglesia universal.
Nosotros según el prefacio del rito romano diremos a Jesucristo: «Vere dignum et justum est. Te in Assumptione
B e a t a e Mariae Virginis colaudare, benedicere et praedicar«»
VII.
LOS POETAS
Dignare me, laudare te, Virgo sacrata.
En materias teológicas me fío muy poco de la autoridad de
los poetas, pues saben elevarse a regiones muy altas sin motivo
alguno, y no siempre sus elevaciones suelen estar conformes con
la verdad. Sin embargo, ha habido quienes han sabido inspirarse sobre las más firmes verdades de la religión y nos han comunicado inspiraciones dignas de tomar en consideración; testigos:
Dante, Boecio Juvenco y Prudencio.
Vamos a citar algunas de esas poesías.
Ella, al pecho de Dios alzando el vuelo
Dió puerta al sol, a la tiniebla espanto
Al cielo tierra y a la tierra cielo.
Lope de Vega.
Al cielo váis, Señora,
Y allá os reciben con alegre canto
¡Oh quién pudiera agora
Asirse a vuestro manto
Para subir al monte santo.
De los ángeles sois llevada
De quien servida sois desde la cuna
De estrellas coronada
Cual Reina habrá ninguna
Pues por chapín lleváis la blanca luna.
Volved los linces ojos
Ave preciosa, sola, humilde y nueva
Al val de los abrojos
Que tales flores lleva
Do suspirando están los hijos de Eva.
— 54 —
Que si con clara vista
"Miráis las tristes almas de este suelo
Con propiedad no vista
La subiréis de vuelo
Como perfecta piedra vinal al cielo.
Fray Luis de León.
A LA ASUNCION DE MARIA
¿Y dejas, Madre mía,
A tus hijos transidos de honda pena
En esta tierra impía?
¿Y tu de gozo llena
Te vas al cielo, a región serena?
Los que antes venturosos
Miraron tu belleza soberana,
¿Cómo podrán gozosos
Ver la hermosura humana
Si con la tuya angélica no hermana?
Los que alegres oyeren
De tus labios la célica hermosura
•Y en ella se embebieren
¡Qué dulce melodía
No tendrán por discorde gritería?
A quienes prodigaste
De tu amor maternal todo el cuidado
A quienes tanto amaste
Qué hallarán regalado
A tu blanda ternura comparado?
¿Quién ¡ay! cuando la calma
Huya de nuestros corazones
Sosegará en el alma
Las feroces pasiones
Que rugirán cual líbicos leones?
¿Quién, tierna y afanosa
Enjugará nuestro doliente llanto
Con mano cariñosa?
¿Cómo en nuestro quebranto
Buscar ya protección bajo tu manto?
¿A dó encontrar consuelo,
Hermosura y amor, gracia y ternura
Y para nuestro duelo
Medicina segura
Si está sin Tí la tierra toda oscura?
— 55 —
¡Angeles venturosos
Que os lleváis nuestro bien enriquecidos,
Alegres y dichosos
¡Ay, cuán empobrecidos
Y cuánto nos dejáis entristecidos!
F. Domínguez y Fernández.
POESIAS SOBRE LA ASUNCION DE MARIA
Virgen excelsa, que en aquel dichoso
Tránsito de esta a la invencible vida
Fuiste incapáz de humanos accidentes.
Y con triunfo inmortal y victorioso
De ángeles colocada y recibida
Con cánticos divinos y excelentes,
A las devotas gentes
Que tus fiestas festean
Con divina alegría,
Apellidando en nombre de María,
Y a los que en tí se emplean
Y en tu memoria cánticos levantan
Con celo de agradarte,
Y pues tu gloria cantan,
Dáles ¡oh Virgen! de tu gloria parte.
Vicente
Espinel.
Subid, Virgen, subid, más pura y bella
Que el blanco lirio y la encarnada rosa
Con las perlas del alba, y más hermosa
Que la que anuncia el sol hermosa estrella.
Ya, honrando al cielo, vuestra planta huella
Sus astros; ya llegáis donde reposa
La Trinidad, y donde Vos, gloriosa,
Eternamente viviréis con ella.
Más ¡ay! cómo podré vivir una hora
En tierra ajena, lleno de temores,
Sin vos, que os váis a vuestro Hijo y Padre?
Más un consuelo, me dejáis, Señora,
Y es que Madre, os llamáis de pecadores,
Y no me olvidaréis, pues sois mi Madre.
Lic. Luis Martín de la Pías».
— 56 —
Alcé los ojos por veros,
Bajélos después que os vi,
Porque no hay pasar de allí,
Ni otro bien sino querernos.
Contemplando aqueste día
De vuestra alegre Asunción,
La música y melodía,
Los tiempos y alegría
De vuestra coronación;
Entre aquellos caballeros,
Que por mayor fiesta haceros,
Cada cual se señalaba
Con el traje que sacaba
Alcé los ojos por veros.
Con tan soberano arreo,
Con tal gracia y apostura
Al cielo subiros veo,
Que al mismo sol deja feo
Vuestra angélica (hermosura) figura,
Con tal resplandor caí,
Ya como fuera de mí,
Más fijando en vos los ojos,
Llenos de vuestros despojos,
Bajélos después que os vi.
En cuerpo y alma os subió
Por mostrar más su grandeza
Y a su diestra os sentó
El Hijo que os levantó
A tanta gloria y alteza.
Viéndoos, pues, subida así,
Al punto me persuadí
Que no os puede el cielo dar
Otro más alto lugar,
Porque, no hay pasar de allí.
HIMNO
¿Quién es ésta que sube gloriosa
Del ardiente arenal del desierto
De esplendores su cuerpo cubierto
Y la luna creciente a sus pies?
De gacela gentil son sus ojos,
Es su túnica rica y brillante,
Su faja es zafir y diamante
Y su manto es undoso y azul.
— 57 —
Son hermosas las zonas del iris
De oro, verde, violeta y de grana,
Pero tu eres más bella y galana,
Es más suave y serena tu luz.
Como lirio purpúreo del valle
Sobresale entre duras espinas
Así tu descollando caminas
Entre todas las bijas de Adán.
Eres más agraciada y más pura
Que el botón de amapola encarnada
Y es más tierna tu amable mirada
Que el mirar de paloma torcaz. Etc., etc..
Don Manuel Carpió
Viendo que, unida al cuerpo la alma santa,
Virgen gloriosa, para el Hijo subes,
Por ser del alma pura el cuerpo puro,
La luna a recibirte se adelanta,
Y dejas envidiosas a las nubes:
Mercurio y Venus dan lugar seguro;
Llegas al cuarto muro,
Que en luminoso carro el sol rodea,
Y viendo que tu luz la suya afea,
Deja corona, carro, cetro y silla;
Jove, Saturno y Marte.
Admirados se apartan a una parte;
Y el firmamento octavo se te humilla,
El áqueo cielo, con el primer noble,
Hasta que llegas al empíreo inmoble, etc.
El Raconero Agustín de Tejada.
Dejando la tierra en paz
Aunque triste con su ausencia,
La Virgen sube a la gloria
A coronarse por Reina.
Los cielos con alegría
En recibirla se emplean,
Procurando celebrar
Con solemnidad su fiesta. Etc.
Carlos M u ñ o z .
— 58 —
Quien a Vos ama, Señora,
A Dios ama en su criatura,
A Jesús en Vos adora,
Y de él solo se enamora
Sólo en ver vuestra hermosura;
El que no alcanzó acá a veros,
Allá podrá poseeros,
Porque, viendo a Dios sin velo .
Y a Cristo, no habrá más cielo
Ni otro bien sino quereros
Anónimo.
HIMNO
Y si en cuerpo y alma trasladado
Al paraíso Enoc que fué sabemos,
Y ser también el gran Elias llevado
Y en carro de fuego concedemos,
Y si con Cristo haber resucitado
Muchos santos con firme fe creemos;
¿Por qué se ha de dudar que no quisiese
Que esto a su Madre concedido fuese?
,
Fuele sin duda alguna concedido
Con suma gloria; más de los mortales
A nadie se dió estilo tan subido
Que fuese digno de grandezas tales,
Como en aquel triunfo enriquecido
Todos los cortesanos celestiales
Con regocijo sin igual hicieron
Cuando consigo allá la recibieron.
¡Qué soberano gozo sentirían,
Viendo de la región del triste llanto
Subir la Reina excelsa que atendían,
Amada de su Dios y de ellos tanto,
Que los dotes gloriosos la subían
Con tanta majestad, que causó espanto
Admirable a los ángeles que estaban
Donde siempre de ver a Dios gozaban!
Que no fué tan alegre y suntuoso
El muy solemne que se hizo cuando
Subió de infierno y muerte victorioso
En su resurrección Cristo triunfando,
Porque sólo el ejército glorioso
De los ángeles bellos aguardando,
— 59 —
Estuvo aquella entrada, más en ésta
El mismo quiso celebrar la fiesta.
P. Pedro de Padilla.
Es vario imitador del lirio y rosa;
Los ojos vivos de paloma hermosa;
Ya con velocidad, que el viento agravia,
Te encumbras generosa
A ver del cielo tu felice Arabia, etc.
Juan de Jáuregui.
El cielo se maravilla
Virgen, cómo a Vos, viendo
Junto a sí os ha dado Dios
La más eminente silla,
Hasta la dichosa hora
De la asunción de María
El cielo no conocía
Emperatriz ni señora, etc.
Damián de Vegas.
Del sepulcro saldrás resucitada,
j Oh Virgen! y los ángeles atentos
En música conforme y reglada
Te tañerán suaves instrumentos;
Y en procesión alegre y concertada
Rasgarán los más puros elementos
Otros muchos, tu fiesta celebrando,
Tu gloria viendo, tu valor cantando. Etc.
Diego de Hojeda.
Estas últimas poesías están tomadas del tomo 2." del Marial por el Cardenal Vives y Tutó.
— 60 —
CANTARES A LA ASUNCION (populares)
En el cielo hay un castillo
pintado a la maravilla;
no le pintan carpinteros
ni hombre de ebanistería,
que lo pinta San José,
para la Virgen María
para ella estaba hecho,
a ella pertenecía.
Las almenas son de oro;
Los arcos de plata fina;
entre almena y almena
dos mil ángeles había.
Aleluya. Aleluya.
Eres de la mar estrella
del cielo divina escala;
emperatriz de los cielos
de los hombres abogada.
* Eres corona del cielo.
Eres palma de victoria;
relicario de la gloria;
Madre de Dios verdadero.
Quien tuviera por Señora
la Virgen Reina del cielo,
no tenga ningún recelo.
Justamente os paga Dios,
Virgen y Reina del cielo;
Vos le bajaste del cielo
Y El os sube al cielo a Vos.
Tan alta iba la luna
como el sol de mediodía,
toda vestida de oro,
calzada de plata fina.
En lo alto del cielo
suenan clarines,
coronando a María
los serafines.
— bl —
¡Viva el coro celestial!
I Viva Dios que lo mantiene!
Viva la Virgen María
que es Reina de las mujeres!
Pues que sois Reina del cielo
Madre de Dios verdadera,
¿qué queréis Vos que El no quiera?
Entre todas las mujeres
Eres tu la capitana,
llevas la luna en tu frente
y el sol sale de tu cara.
El sol regaló a la Virgen
•el manto de luz que lleva;
la noche por no ser menos
una corona de estrellas.
María siempre María
María siempre diré;
y a la hora de mi muerte
a María llamaré.
Mi madre con gran ternura
Me pregunta que a quien quiero,
Yo la digo, madre mía
a. la Reina de los cielos.
Las estrellitas del cielo
se van al nacer el día
a fijarse todas juntas
-en el manto de María.
Mayo es la gala del año
y encanto de nuestro suelo;
María gloria de Mayo
Reina y encanto del cielo.
Madre del divino amor
Llévanos contigo al cielo:
Y alfombraremos el suelo
A tí y a nuestro buen Dios.
— 62 —
VIII.
OBSERVACIONES
Dignare m e , laudare te, Virgo sacrata.
Después de todo lo que hemos dicho y estampado en 'las
páginas que preceden, ¿podemos asegurar que hemos dicho lo
suficiente para demostrar la definibilidad del gran privilegio
mariano, cual es su gloriosa Asunción al cielo en cuerpo y alma?
Con la Tradición formada, con la autoridad de los Santos Padres,
de los teólogos, de los oradores y de los escritores católicos, ¿tenemos documentos suficientes para poder asegurar que la Asunción de María Sma. a los cielos puede ser elevada por la Iglesia
a la categoría de dogma?
No; todavía estamos muy lejos de poder asegurar semejante
triunfo; todavía no hemos recorrido más que la mitad del camino.
No hemos cumplido más que con la misión del historiador, nos
falta el cumplir la misión del teólogo, la cual hemos cumplido
solamente», a medias.
Esta misión vamos a cumplir ahora. Sobre la verdad histórica viene la verdad teológica y sobre los datos reunidos por
el historiador dará el teólogo sus dictámenes, y determinará si
los hechos que se acumulan en el acervo común de la historia,
pertenecen también al depósito de la revelación, de esa manifestación hecha por Dios a los hombres, para el régimen de la
Iglesia. Tiene que subir, pues, el teólogo a la cátedra sin que
el historiador tenga que desocuparla.
Emprendamos tan sublime tarea.
Para una definición dogmática no basta demostrar la verdad del hecho que va ser definido, sino que es necesario demostrar que la verdad del hecho se contiene en la Palabra de Dios
escrita o en la Tradición, y en ésta no de cualquiera manera,
sino comunicada a la Iglesia y llegada hasta nosotros por medio
de la Tradición divino-apostólica. De suerte que no basta
que todos los Santos Padres y todos los teólogos hayan enseñado unánimemente una verdad; ni siquiera basta que los mismos
apóstoles la hayan enseñado, como personas particulares, sino
que la Tradición sea divina y que se nos haya comunicado por
medio de los apóstoles, como pregoneros divinos.
En las afirmaciones que acabo de emitir, se encierran un
sinnúmero de cuestiones, para cuyo completo desarrollo se necesitaría un tratado voluminoso, cuya realización no entra en
nuestros planes, ni exige nuestro programa, pero diremos lo suficiente para el fin que nos proponemos.
— 63 —
En materia de definiciones dogmáticas, la Iglesia sólo tiene
utoridad sobre aquello cuya custodia se le ha confiado, y esa
Custodia sólo se extiende al Verbum Dei scriptum seu traditum, y ésto en materia de fe y de costumbres. Las verdades
m a t e m á t i c a s , los principios científicos, algunos hechos históricos, son ciertamente verdades, y verdades evidentes; que dos y
dos son cuatro, que el todo es mayor que la parte, que existió
un Emperador llamado Constantino, son grandes verdades,
pero ¿puede la Iglesia elevarlas a la categoría de dogmáticas?
No - ¿por qué? Porque no están contenidas en el depósito de la
revelación; nada nos han dicho sobre ellas, Jesucristo, ni el Espíritu Santo, ni los apóstoles.
Hay más todavía; aunque los mismos apóstoles, como personas particulares y no como pregoneros divinos, nos hubiesen
hecho la manifestación de una verdad en materia de fe y de costumbres, esa verdad hubiera sido incapaz de una definición dogmática. Y tanto es así que los Evangelios de San Marcos y de
San Lucas no hubieran pertenecido al cánon de los libros sagrados si sobre ellos no hubiera venido la aprobación de San Pedro
sobre el primero y de San Pablo sobre el segundo, quienes como
pregoneros divinos dotados de infalibilidad personal, les dieron
el crédito de que gozan.
¿Por qué tuvieron los apóstoles el empeño de que Matías
entrase a formar parte del colegio apostólico? ¿No trabajaba en
el apostolado lo mismo que los demás apóstoles sin serlo? Sí,
trabajaba, sin embargo fué necesario que entrase a formar parte
del cuerpo apostólico, a fin de que de este modo recayera sobre
él el don de la infalibilidad personal, y se constituyera en calidad
de predicador y de comisionado divino para transmitir a la Iglesia
infaliblemente las verdades enseñadas por Jesucristo.
Es, pues, necesario que la verdad que se ha de definir, baya
sido enseñada por Jesucristo o por el Espíritu Santo, si la verdad pertenece a época posterior a la Ascensión y esté comunicada por los apóstoles por escrito o de palabra. Si fuera comunicada por cualquier otro discípulo o cualquier otro oyente, no
sería infalible para nosotros ni definible por la Iglesia.
No es sin embargo necesario que esa verdad se contenga en
el depósito de la revelación explícitamente, sino basta que se
contenga de un modo implícito, lo cual abraza un campo muy
ancho. La Iglesia, así como no tiene derecho de quitar nada del
depósito confiado a sus diligentes cuidados, no puede tampoco
añadir un ápice al tesoro de la enseñanza divina.
Sin embargo, ésto no impide que la doctrina de la fe progrese,
sin cambiar en sí misma, por la ciencia explícita de lo que no era
conocido sino implícitamente, por el esclarecimiento de puntos
— 64 —
oscuros, por mayor grado de probabilidad o por una certeza completa de cuestiones dudosas; pero en todo tiempo ella conservará
su unidad maravillosa de un modo inmutable.
Con arreglo a estos principios, la Iglesia, cuidadosa de llevar hasta la flor y el fruto, la semilla de la palabra divina de la
cual ella es la tesorera y la guardadora, puede Ser conducida a
percibir en el depósito de las revelaciones divinas, verdades basta
ahora dudosamente conocidas, al menos sobre ciertos puntos;
ella no las crea sino que las distingue por la luz que los dogmas
reciben, de la enseñanza tradicional, del trabajo de los teólogos
y de la inspiración interior del Espíritu Santo.
La vida íntima del dogma, el progreso constante del conocimiento de la doctrina, que por una ley general, invitan a la
Iglesia a dirigir su atención sobre una creencia que tiende a precisarse y a desplegarse más completamente; la verdad que exige
brillar en todo su esplendor, y el espíritu humano que no queda
satisfecho, mientras no comprende la esencia de los diversos aspectos, las relaciones y las consecuencias; son los empujes que
conducen a la Iglesia a investigar la verdad, en cuanto es posible.
Una verdad bien puede ser creída por todos sin necesidad
de una nueva definición, pero, si a pesar de ser creída por todos,
la define solemnemente, consigue de una manera más completa,
alejar las dudas que nunca faltan, robustece la creencia de los
cristianos y une en un hermoso ramillete los modos de pensar
de todos los hombres y basta de todas las naciones, en aquella
materia.
Cuando el teólogo se introduce a proclamar dogmas de fe,
obra extralimitándose en las atribuciones que le concede su profesión, mete la hoz en mies ajena, porque la misión del teólogo
es formar proposiciones teológicas, no proposiciones de fe, y
sabido es que a las proposiciones teólogicas se debe asentimiento
teológico, no asentimiento de fe. Sin embargo, si el teólogo deduce una conclusión teológica, de dos premisas reveladas, la
conclusión no será puramente teológica sino conclusión de fe.
Si la deduce de dos premisas, una de fe y otra de razón, y la conclusión se contiene toda en la revelada, también la conclusión
será de fe. Pero si la conclusión se contiene en ambas premisas,
una revelada y otra de fe, y se deduce por medio de razonamiento filosófico, esa conclusión se llamará puramente teológica.
Haciendo ahora uso de todos estos preliminares que hemos
asentado, preguntamos: El misterio de la Asunción de María
a los cielos en cuerpo y alma ¿se contiene en la palabra
de Dios escrita o en la tradición oral comunicada verbal-
— 65 —
n i e n t e a los fieles de la Iglesia, por medio de la predicación
apostólica? He aquí la gran dificultad que se nos pone de
frente, dificultad que consiste, no en demostrar que el
hecho histórico de la Asunción de María al cielo, sea Verdad, sino en demostrar que tal verdad se contiene en el
depósito sagrado de la revelación. La abordaremos, pues,
también de frente.
La verdad del hecho histórico de la Asunción de María se
contiene en el depósito de la revelación, se contiene en la palabra de Dios escrita, no se contiene con toda claridad, pero sí
interpretada en este sentido por la Tradición unánime de los
Santos Padres y de los teólogos, de los oradores y escritores sagrados, y confirmados todos por las revelaciones particulares.
La enseñanza de la gloriosa Asunción de María se contiene en
la Sagrada Escritura interpretada por la Tradición.
Ya hemos visto cómo los Santos Padres, al afirmar que la
Virgen Sma. subió a los cielos en cuerpo y alma, apoyaban sus
afirmaciones sobre algunas palabras de la Sagrada Escritura.
San Germán, Patriarca de Constantinopla y San Andrés de Creta la apoyan en la figura del Arbol de la vida que nos da el fruto
vivificante, Jesús. También la Iglesia la considera como a la zarza ardiente que vió Moisés, que no se consumía. También la consideran como a la Arca de Noé que no se deja hundir en las aguas,
sino que es elevada íntegra a los montes de Armenia
En especial se debe mencionar el Arca de la Alianza hecha
de madera incorruptible, y la Iglesia juntamente con los Padres
teólogos le han saludado así en las Letanías, llamándola Faederis
Arca. San Ambrosio, San Andrés de Creta y San Juan Damasceno interpretan así esta invocación.
Ahora bien; ¿Hubiera podido María ser comparada con el
Arbol de vida, con el Arca de Noé, con el Arca de la Alianza, si
más tarde hubiera llegado a ser víctima de la corrupción y pasto de gusanos aquel cuerpo inmaculado que recibió a Cristo y
le dió a luz sin mancha?
Ya hemos dicho cómo apoya San Agustín la Asunción de
María en los salmos. Otros la apoyan también en aquellas palabras y del salmo: "Surge Domine in requiem t u a m , tu et arca
santificationis tuae". Otros acuden al libro del Cantar de los
Cantares" y se agarran a aquellas palabras: "¿Quién es ésta que
se levanta como la aurora, hermosa como la luna, elegida como
el sol y terrible como un ejército dispuesto en orden de batalla?"
Si esta mujer viene a ser el tipo de María, como realmente aplica la Iglesia a ella, las citadas palabras, se ve claramente su
Asunción gloriosa, y mucho más añadiendo las siguientes palparas: ¿Quién es ésta que sube del desierto, llena de delicias y apos
— 66 —
yada sobre su Amado?" ¡Qué hermosos son tus pasos, hij^ de
príncipe!"
¿Qué otra cosa pueden anunciar estos textos que la entrada
del cuerpo de la Madre de Dios a los cielos? Así lo han entendido
San Pedro Damiano, San Bernardo y Pedro de Blois. Ya hemos
dicho cuál es el modo de pensar de San Andrés de Creta, de San
Germán de Constantinopla, y de San Juan Damasceno y sobre
todos y más que todos la proclama así San Ildefonso de Toledo,
que confirma sus afirmaciones con innumerables textos y pasajes
de la Biblia en ocho sermones, y no podemos menos de decir
de Santo Tomás de Villanueva, cuyo sermón se reduce a aplicar
a este misterio, un gran número de pasajes bíblicos.
No solamente se apoyan en la Biblia los Santos Padres sino
también los escrituristas y teólogos abundan en el mismo sentido,
pues Cornelio a Lapide dice que todo el libro de los Cantares se
refiere a María en sentido alegórico y el carmelita Silveyra apoya
su afirmación de la Asunción de María en aquellas palabras del
Apocalypsis: "Vidi civitatem sanctam Jerusalem.
Otros
la apoyan en aquellas palabras del Angel a María: Ave Gratia
plena.
¿Y qué diremos de Santo Tomás que la apoya en toda la
Salutación Angélica? ¿Qué se puede decir de Alberto el Grande que la apoya en el Cantar de los Cantares, y afirma además
que María está figurada en Bersabé, a quien el Rey Salomón,
su hijo, la elevó a su trono y la sentó a su derecha? Casi del mismo modo habla Belarmino que confirma su afirmación, comparando a María con el Arca de la Alianza.
Pues bien, esta unanimidad de Padres y teólogos, dice Renaudín, en explicar la Asunción de la Virgen por medio de tipos
de la escritura, es una verdad católica, porque la autoridad de
los Padres se impone también, cuando interpretan la doctrina
religiosa con tal acuerdo; sobre todo en semejante caso, el Espíritu Santo preserva del error a la Iglesia docente y al cuerpo de
fieles, y no puede permitir que crean universalmente la doctrina
de la Asunción, fundada sobre la Escritura, si de hecho no se encuentra en ella.
Ante este testimonio unánime de los Padres y teólogos,
que ven en la Escritura, tipos de la Asunción, ante esta unanimidad moral que designan muchos tan explícitamente, ante las
indicaciones tan claras de la liturgia, ante la creencia misma de
las figuras, donde se reconocen los otros privilegios de la Virgen
¿qué teólogo católico osará decir que la Asunción corporal de
nuestra Señora no está profetizada en los Libros Santos bajo el
velo de los tipos a los que Dios había ligado esta significación?
¿Qué teólogo osará sostener que no se encierra allí una verdad
-
67
-
católica, al menos moralmente cierta, sino infalible, por la autoridad del magisterio ordinario de la Iglesia?
Nos parece que esto no se podría hacer sin negar el sentido
típico de la Escritura y rechazar la autoridad doctrinal de la Iglesia, de los Padres y teólogos. La creencia de la Asunción descansa, pues, sobre la palabra de Dios que la ha revelado formalment e , sí bien implícitamente en muchos tipos de la época anterior
al Evangelio.
Incidentalmente he mencionado el magisterio ordinario de
la Iglesia como sujeto de infalibilidad en materia de fe y de costumbres. Necesita explicación más amplia.
En la Iglesia católica existe una doble infalibilidad; una
activa y otra pasiva. La primera pertenece al cuerpo de Pastores y Doctores que han sido constituidos por Cristo para regir
y gobernar su Iglesia, de tal modo que el magisterio docente
que reside en los pastores y doctores jamás puede fallar cuando
se trata de doctrina perteneciente a la fe y costumbress. Llámase pasiva la infalibilidad que pertenenece a la Iglesia que aprende y que cree; corresponde a todo el cuerpo de fieles que cree,
sin exceptuar a los mismos Doctores ni a los obispos, ni al mismo
Papa. De modo que según esta infalibilidad pasiva, todos formamos un cuerpo compacto, de tal modo que cuando unánimemente creemos un punto de doctrina que pertenece a la fe o costumbres, formamos un objeto de infalibilidad.
Pues bien; ¿No ha creído unánimemente todo el cuerpo de
fieles, lo mismo el hombre de pueblo, como el obispo, como el
sacerdote, como el Papa, lo mismo el sutil teólogo, que el niño
que aprende el catecismo de la Asunción de María? ¿No ha rezado
todo el mundo católico y aun eí cismático, el santo rosario en que
como el penúltimo de los misterios gloriosos, decimos todos:
El cuarto misterio, "la Asunción de María Sma. a los cielos"
¿y no añadimos al instante: el quinto misterio, "la coronación de la Virgen Sma. sobre todo los coros de los ángeles? "
He aquí el sujeto de la infalibilidad consistente en el magisterio ordinario de la Iglesia que enseña y de la Iglesia que aprende que cree y practica y que todos unánimemente han conspirado hacia la creencia en la Asunción gloriosa de la Madre de
Dios a los cíelos, y que no sólo ha creído en este misterio como en
una verdad, sino en una verdad comunicada a la Iglesia por revelación divina.
No hay, pues duda que la doctrina que afirma que la Madre
ce Dios fué elevada en cuerpo y alma al cielo, está contenida
en el depósito de la revelación, y que dimana de la doctrina de
los apóstoles, y que puede, por lo tanto, ser declarada dogma de
fe, y definida auténticamente como una verdad fundada en la
— 68 —
palabra de Dios escrita e interpretada por la tradición y creído por
el cuerpo de los fieles de un extremo a otro de la tierra y proclamada trescientos millones de veces al día, por el pueblo católico,
al rezar el cuarto misterio glorioso del Rosario.
Todo esto resulta de nuestra demostración, resumida por
modo admirable en estas palabras del Concilio Vaticano: "La
Asunción corporal de la Virgen, es definible, c o m o cosa de
Te, porque se cuenta entre los hechos dogmáticos n o suje*
t o s a la acción de los sentidos y se f u n d a - e n la tradición
divina y apostólica".
Queda demostrada la posibilidad intrínseca de la definición
dogmática de la Asunción corporal de María ai cielo. Hemos
aducido cuanto la teología enseña en esta materia, pero entre los
Lugares Teológicos puede figurar en un sentido u otro, la razón humana, porque, como dice muy bien Mons. Zubizarreta,
C. D. y Obispo de Camagüey: "Rationi naturali i n theolo-
gia suus concedendus est locus". A ella vamos a acudir en
último lugar, no por necesidad sino por cumplimiento y aunque
nada infalible nos diga en favor, tampoco nos dirá nada cierto
en contra.
PARTE
SEGUNDA
RAZONES DE CONGRUENCIA
Capítulo 1.°
María f u é elevada al cielo por haber sido exenta de pecado.
Dignare me, laudare te, Virgo
sacrata.
El castigo que Dios decretó contra el pecado de nuestro
primer padre fué que se había de reducir a polvo. "Pulvis es et
in pulverem reverteris". Este castigo se ejecutó en Adán y
se ejecutó también en sus descendientes, porque ellos como procedentes de aquel que había sido constituido cabeza del género
humano, heredaban todos los privilegios como también todos los
desastres e ignominias de su primer padre, de su primer tronco,
cuyas ramas venían a ser cuantos recibían la vida como descendientes de Adán. No hay remedio: el hijo es siempre heredero ce
su padre y le sucede en vigor de todas las leyes divinas y humanas,
y según las cláusulas testamentarias, que ante todas las naciones
del mundo se establecen con muy pocas diferencias.
En este sentido todos los nacidos son sucesores de Adán
— 69 —
pecador, y los cuerpos de todos son, como dice San Pablo, cuerpos de pecado, corpus pecatí. A donde quiera que vaya el hombre, lleva consigo el corpus pecati y sus consecuencias. No hay
que admirarse, pues, de que el hombre tenga que verse precisado
a convertirse en polvo y ceniza, de que tenga que convertirse en
pasto de gusanos, y que sus tristes despojos tengan que permanecer en el sepulcro, hasta que la voz del arcángel les haga salir
de aquella lóbrega morada y ponerse en camino para el lugar
del juicio.
Pero ¿no habrá ninguna excepción en esta regla general?
No; los que han pecado en Adán, tienen que cargar con ésa ley
irremesiblemente, Pero ¿los que no han pecado? Los que han pecado y los que no han pecado ¿tendrán que cargar con el mismo
castigo y con la misma ignominia, cuando la ignominia y el castigo han sido impuestos solamente in paenam pecati» Tendrá que someterse a la ignominiosa corrupción, el cuerpo del inocente, lo mismo que el cuerpo del pecador, cuando ese castigo se
ha impuesto sólamente para el primer pecador y para los que lo
contraen en virtud de su representación del primer hombre?
La razón nos dice que no. No podemos convencernos de que
aquel que de ningún modo pecó, ni de modo alguno fué participante del pecado de otros, tenga que venir a ser su víctima del
mismo modo que los responsables del crimen. Si la corrupción
del cuerpo en la sepultura es un castigo del pecado, nuestra razón se resiste a creer que tenga que incurrir en ella aquel que
de ningún modo fué participante del pecado. La corrupción no
puede cebarse sino en el pecado; la demora de la felicidad eterna
tampoco se puede aplicar sino al pecado, porque el pecado y
solo el pecado es quien establece estas demoras en las puertas
eternales, y aquel de quien se dijo: "Nom dabis sanctum
tuum videre corruptionem", también podemos afirmar:
"Non dabis sanctam Matrem tuam videre corruptionem,
y a la entrada de la Madre lo mismo que a la entrada del Hijo,
podemos dirigirnos a los príncipes del cielo, diciéndoles: Attollite portas, principes, vestras et elevamini, portae aeternales. Levantad esas puertas, ¡oh príncipes! y levantad, puertas
eternales, porque tiene que entrar la princesa de la gloria.
He aquí las condiciones en que está la Sma. Madre dé Dios,
para verse excluida de incurrir en la pena de tener que ser víctima de la corrupción sepulcral y de la obligación de tener que
esperar hasta el último día de los tiempos, para recibir el premio
que le corresponde a aquel cuerpo, bendita nave en que se embarcó el Verbo de Dios, para atravesar los mares de la redención
humana.
— 70 —
Es verdad que la Virgen María descendió de la sangre de
Adán, pero no participó ni siquiera en el grado más insignifi.
cante en el crimen de Adán, su cuerpo no fué un cuerpo de pecado, sino un cuerpo de santidad y de gracia, pues participó excelentemente de la santificación del alma, cuyo esplendor se reflejaba en el y se derramaba en todas sus facultades.
Además, esta parte visible de la Virgen recibió por sí misma,
los privilegios de santidad que la hicieron más santa y más sagrada y más pura que todos los templos y que todos los altares,
porque el Espíritu Santo no cesó un instante de hacerla cada vez
más santa y más digna de recibir a Jesucristo o digna de la gloria, por haberle recibido. La plenitud de la gracia se derramó en
este modo sobre el cuerpo de María, para santificarlo, luego,
por su parte, nada hay que pueda retardar, aunque sea para poco
tiempo, la perfección de la felicidad que le es propia, nada que
no merezca el triunfo de su Asunción.
El antiquísimo apologista Tertuliano, hablaba un día a los
fieles de su tiempo, sobre la resurrección general de los cuerpos,
con aquella energía con que acostumbraba hablar, y que realmente era necesario hablar así para que entraran en la creencia
de la enseñanza evangélica, aquellos que tan duros de cabeza
se mostraban para recibir las nuevas doctrinas, y les decía así:
"¿Haeccine non resurget toties Dei» ¿Por ventura no resucitará lo que por tantas razones es de Dios, lo que por tantos
motivos ha pertenecido a Dios? Lo cual recalcaba de un modo
muy particular al hablar de los cristianos, pues la carne de estos
tenía más intimas relaciones con Dios, y el célebre apologista
exponía pomposamente esas relaciones, a fin de animar a sus oyentes a esperar en la resurrección general y animarse a hacer frutos dignos de aquella recompensa.
Pues bien; nosotros podemos aducir las mismas consideraciones y hacer las mismas reflexiones en nuestro asunto. ¿Haeccine non resurget toties Dei? Por ventura no resucitará, sin
esperar los últimos tiempos, la que por tantas razones ha pertenecido a Dios y es de Dios? ¿es posible que no resucite una carne tan santa y tan divina que ha pertenecido a Dios por tan estrechas alianzas? que tenía una santificación tan estrecha y tan
privilegiada en sí misma; que recibió tan perfectamente las emanaciones y los reflejos de la gracia de su alma y que participaba
tan eminentemente de la santidad de, Jesucristo?
La razón se niega a admitir la rectitud de una justicia que
prive por tan largo tiempo, de la gloria de la resurrección y demás
ventajas que le son debidas por tantos títulos, a la divina Madre
de Jesucristo, solare la cual jamás se escatimaron las gracias en
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vida, y Q ue tampoco es de creer que se le escatimaran después
,de la muerte.
Capítulo 2.«
La pureza de María causa de su Asunción.
No se puede negar que Jesucristo fuera un hijo amantísimo
de su Madre, y que por la misma razón se dignara conceder a María los honores correspondientes a las virtudes de ella y recompensarlas sin estar esperando el tiempo determinado para recompensar al resto de los hombres. Entre esas virtudes puede contarse, sin duda alguna, la santa pureza que tanto brilló en María
y que tanto encantó a Jesús.
Entre los motivos, pues, que puede haber para que Jesús
adelantara la resurrección de su Madre, puede contarse la virtud de la pureza que existía en María en grado eminentísimo.
En el Hijo de Dios se veía como cierta obligación de anticipar el
tiempo destinado a la resurrección general, en favor de su Madre,
pues la virtud de la pureza que brillaba en ella, con fulgores tan
vivos, ejercía en el Redentor de los hombres, cierta presión para
hacerla salir de este mundo y llevársela a las lucientes regiones
del cielo.
La virtud de la pureza posee tales atractivos y tales encantos,
que tuvo fuerza suficiente para atraer al Verbo de Dios, del seno
del Padre al seno de la Madre, la tuvo bastante para más tarde
arrancarle del seno de la tumba y conducirlo al seno de la eternidad, y ¿no la tendría bastante para arrancar a la Madre de Dios
del seno de la tierra y conducirla a las mansiones de la divinidad?
¿no tendrá bastante poder para mover a Dios a arrancar, al
imperio de la corrupción, una presa tan preciosa, y conducirla
a su propia patria allí donde debe estar por ser la patria de la
verdadera pureza y de las almas que la h an poseído? ¿Qué tiene
que ver la corrupción del sepulcro con el lirio de la pureza virginal de María? María que quiso antes perder la dignidad de Madre de Dios, por no perder su virgininal pureza y que Dios hizo
un milagro para que fuera madre, sin dejar de ser virgen, ¿cómo
ahora ha de permitir ese mismo Dios que el barro de la tierra la
identifique consigo a aquella que es todo lo grande menos Dios,
según la sublime expresión de S. Tomás?
Esta virtud, dice un escritor antiguo, tiene poder para arrancar todo, del cielo y traerlo a la tierra. "Virginitas quae de
coelo omnia trahit" Quiere decir este autor, que esta virtud
atrae del cielo todas las gracias y las reparte en la tierra.
Pero ¿no se puede también decir que esta virtud tiene poder
— 72 —
para llevar todas las cosas al cielo, para arrastrar todas las cosas
hacia arriba, hacia la mansión de Dios, donde nada manchado'
puede entrar, pero todo lo puro debe estar, puesto que lo pux0
se inclina hacia allá por su propio peso, como que allí está el sitio natural de todas las purezas virginales?
Algunos santos en los momentos del éxtasis se han elevado
a grandes alturas, porque su alma pura arrastraba al cuerpohacia arriba contra su inclinación natural, pues en algunos casos
las operaciones sobrenaturales son lo más natural que. hay, aunque parezca una contradicción. Así, y del mismo modo es lo más
natural que hay, el que Jesucristo Hijo amantísimo de María
arranque del seno de la corrupción al lirio de la pureza y le conduzca allá donde todo es limpio, perfumado y puro.
Luego es también lo más natural que el cuerpo de la Sma.
Virgen más puro que los astros y que el cielo empíreo no permaneciera en la tierra de la cual no fué formado sino para servir de
adorno al cielo.
Según las sentencias de los SS. Padres, el privilegio de las
vírgenes consiste en presentar, desde esta vida, una viva imagen
del esplendor que tendrán sus cuerpos, después de la resurrección. Pero si alguna persona ofreció esta viva imagen de un modo cabal, fué la Sma. Virgen que dió a luz a la misma pureza.
Maríá expresó perfectamente este estado durante su vida;,
luego debió gozar de este privilegio después de su muerte, porque
su pureza no era solamente una virtud, sino también un don
enteramente celestial que, habiéndola elevado sobre los mismos
ángeles, como dice San Bernardo, le daba de algún modo el derecho de ser su igual en este punto;.
Si en la naturaleza hay cuerpos incorruptibles, ¿Cuál será
más digno de esta cualidad que el cuerpo santísimo de María,
más puro que el aire, que la luz y que el diamante, cuerpo que tenía más del cielo que de la tierra, y que de tal manera estaba sujeto al espíritu que éste jamás sintió rebelión de sus apetitos?
Si la gracia original traía consigo un principio de incorruptibilidad en el primer hombre para hacerle pasar enseguida a
todos los demás, es creíble que la Sma. Virgen que poseyó esta
gracia sin perderla jamás, habría de gozar del mismo derecho.
Es verdad que María estuvo sujeta a la muerte; pero como
ya hemos dicho, ésto fué para que ella se hiciese más semejante
a su Hijo. María murió, pero murió no tanto porque tenía que
morir como bija de Adán, condenada a morir por ser hija del pecador, sino que murió por necesidad de tener que imitar a Jesucristo su Hijo que también murió, no porque tuviera que morir
por ser hijo de Adán, sino porque era el Redentor del mundo y
-
73
-
había tomado sobre sí la obligación de redimir a los hombres
consumuerte.
Del mismo modo; asi como Jesucristo murió porque quiso,
' r e s u c i t ó al tercer día porque quiso, así María murió porque
quiso imitar a su Hijos, y resucitó porque también quiso imitarle y hoy están ambos en el cielo, por que también vivieron
juntos en la tierra.
^
Mujer de tantos méritos, mujer que enteramente se había
entregado a Jesús en la tierra, que no había amado más que a
Jesús o con relación a Jesús mientras vivió, que en cuerpo y
alma se había entregado al amor purísimo de Jesús, hemos de
suponer también que en cuerpo y alma se encuentra hoy en su
compañía. Si la materia y la forma, según enseña la filosofía escolástica, han de estar siempre juntas y la misma alma en el cielo
no tiene la felicidad perfecta, hasta que se junte con su cuerpo,
como la forma con la materia, no podemos suponer que el alma
de María se encuentra separada del cuerpo, pidiendo siempre
esa unión y sin poder conseguirla, hasta un tiempo indeterminado,
o determinado solamente para las almas pecadoras.
Capítulo 3.°
María elevada al cielo por la gratitud de Jesús.
Cuanto más elevada y santa sea una alma, tanto con más
perfección practica la virtud de la gratitud. Solía decir Santa
Teresa que por el más insignificante servicio que la hubiesen
hecho, se veía precisada a guardar un recuerdo imborrable, porque no podía arrancar de su alma, el recuerdo del beneficio recibido. Parece que la santidad por sí misma se inclina a pagar
con exceso los beneficios recibidos; lo cierto es que los santos han
practicado la virtud de la gratitud con más perfección que lasalmas pecadoras e imperfectas.
Pero el Santo de los Santos la ha practicado todavía con más
perfección. ¿Cómo pagaba Jesucristo los beneficios recibidos?
Testigos son los apóstoles, los desposados de las bodas de Caná,
Marta, María y Lázaro, Zaqueo y tantos otros. Siempre pagó
Jesucristo con una sobreabundancia divina, todos los beneficios
recibidos. ¿Habrá cambiado de carácter y conducta, el amante
Redentor de los hombres, ahora que está en el cielo? Es de suponer que no, porque en el cielo todo se perfecciona, y recibe
nuevos quilates, cuanto franquea aquellas puertas eternales.
Ahora bien; ¿cuántos beneficios recibió Jesucristo, de su
Madre? No tienen cuento. Más fácil que enumerar ios beneficios
hechos a Jesús por María, sería decir que todo cuanto constituye
— 74 —
el cuerpo de Jesús, era un beneficio de María, Jesús recibió
del cuerpo de María, los beneficios más inestimables. El cuerpo
de María dió vida al cuerpo de Jesús. El espíritu contribuyó a
ésto con su consentimiento, es verdad; pero la sustancia corporal
de Jesús fué tomada de la sustancia corporal de María. El cuerpo de María le sirvió el alimento, le habló, le calentó, le tuvo en
los brazos, sobre las rodillas etc. Y aunque las acciones que son
propias del alma, parecen más nobles, como su caridad, su elevada contemplación, su profunda humildad; sin embargo atendiendo al fin por el cual Dios le había escogido, puede decirse que
el cuerpo de María tuvo una ventaja sobre su alma; porque en
el se cumplieron los mayores misterios, pues en él el Salvador
se preparó para nacer; puede decirse que el cuerpo de Jesús fué
formado de una parte del cuerpo de María, que sangre de María
corrió por el cuerpo de Jesús, y que del cuerpo de María se tomó
el cuerpo glorioso de Jesús, que hoy está en el cielo y el cuerpo
sacramentado que se ofrece en la misa y se conserva en nuestros
altares y sagrarios.
Luego si Dios reserva a los cuerpos de los justos una recompensa después de la resurrección general, porque fueron los instrumentos de que se valieron las almas de estos bienaventurados,
para obrar el bien; si apresuró y abrevió el tiempo para cumplir
los justos'deseos de sus santos amigos que conservan siempre
una propensión a tomar sus cuerpos; ¿la gratitud que tenía a
su Madre no exigía con justicia que abreviase también, en su
favor, el tiempo, y no esperarse el término designado para todos
los hombres, sino que usase de alguna distinción respecto de
Aquella, que le había prestado servicios tan considerables, tan
esenciales?
Jesucristo aceleró la resurrección de Lázaro, porque conoció
el deseo de sus hermanas Marta y María, a quienes debía algunos
servicios hechos con un gran afecto; le recibían en su casa y le
alimentaban cuantas veces quisiera ir a ella; pero ¿cuántas veces
fué a aquella casa? No sabemos que fuera muchas veces, y sin
embargo por aquellos servicios, quiso Jesús mostrar su agradecimiento; y sin que le pidieran expresamente, con solo conocer
su deseo, Jesús resucita a Lázaro que hacía cuatro días que estaba enterrado.
Ahora bien; ¿qué comparación tienen los servicios prestados
a Jesús por Marta y María, recibiéndole en su casa y alimentándole en ella, con los servicios prestados por su Madre, quien le
recibió en su seno, le alimentó durante su infancia, le condujo
a Egipto, le devolvió de allí, le cuidó en Nazaret y le acompañó
durante toda su vida?
El alma de María pedía con más instancias la resurrección
— 75 —
cuerpo que Marta y María la de su hermano, y aquella
on solo manifestar que los convidados de las bodas de Caná,
^ t e n í a n vino, consiguió que Jesús convirtiera el agua en vino,
n
°o consiguiría que su cuerpo y su alma se jutaran en consorcio
Inefable, para vivir en compañía de Jesús en el cielo, como también vivieron en la tierra?
_
No podía Jesucristo verse en la posesión de la gloria de su
cuerpo sin hacer a María participante de una parte de aquella
gloria No podía tolerar que el cuerpo que le había dado la vida,
fuese por mucho tiempo presa de la muerte. No: este Hijo es
demasiado agradecido a una Madre como María; en su vientre
recibió El la vida, y se la devolvió en el sepulcro. María es su Madre dándole la vida en la sepultura.
' Ninguna de estas obras, al parecer extraordinarias, tienen
nada de extraño, pues Aquel que dijo que El era la resurrección y la vida, no bacía más que cumplir con su oficio, con resucitar a su Madre, y cumplir con un deber de gratitud en recompensar, con una resurrección adelantada, los servicios inestimables dé su Madre y usar con ella de beneficios excepcionales, de
los cuales era digna y acreedora la augusta Madre de Jesucristo.
S
Capítulo 4.°
María resucita en virtud de una promesa divina
Arrojado Lucifer, del cielo, prevaleció sobre él la potencia
de Dios, proclamada por S. Miguel. "¿Quién como Dios?" y
el ángel caído no pudo levantar su cabeza contra Dios, ni entonces ni nunca. Pero en su despecho, la levantó contra su imagen,
el hombre; le indujo a ofensa contra Dios, y ésta atrajo al hombre
tres maldiciones divinas: 1.a la mancha de la culpa original;
2. a las enfermedades y la muerte; y 3.a la corrupción y el polvo
de su sepulcro.
Lucifer levantó su cabeza con esta triple victoria, y como le
levantó contra el hombre, Dios le dijo: "Una mujer quebrantará
tu cabeza, como S. Miguel quiso decir con el "Quién como Dios"
cuando su rebelión se verificó en el cielo, porque aquella fué directa contra Dios y el castigo tenía que venir directamente de
Dios; esta otra rebelión era indirecta contra Dios y directa contra el hombre, por eso el castigo debía venir indirectamente de
Dios (dispuesto por su misericordia y realizado por su poder)
porque la mayor victoria de Lucifer fué obtenida en la mujer
y por la mujer; pero, como esta infernal serpiente prevaleció
contra una mujer por la culpa y sus consecuencias, era necesario
— 76 —
que otra mujer exenta de ambas, por disposición divina, preva
leciese sobre él.
María fué esta mujer, que, por su Concepción Inmaculada
abatió su cabeza erguida por la primera maldición de Dios al
hombre: "La culpa original". Ella misma se la abatió más
libertándose de la segunda maldición "las enfermedades y lá
muerte" porque jamás tuvo enfermedades y su muerte fué deamor sin agonías ni dolores.
Por fin: "quebrantó su cabeza" no experimentando l a
corrupción del sepulcro ni convirtiéndose en polvo, su cuerpo
virginal; y deshizo en sí la tercera maldición de Dios, "en polvo
t e volverás".
Ahora, si solo la inmaculada Concepción fuera el privilegiode María sobre la mujer caída, no habría llegado a realizarse
la promesa divina: "Pondré enemistades entre tí y la mujer"
porque, por fin Lucifer habría conseguido la victoria, de que aquella mujer, su vencedora fuera convertida en polvo, castigo que
vino al hombre y a la mujer por el triunfo de Lucifer sobre ésta.
Pero realizándose la promesa divina en toda su plenitud
y amplitud, resulta el completo triunfo de María sobre Lucifer
con su Asunción gloriosa al cielo, antes de llegar a ser víctima,
de la corrupción sepulcral.
Parodiando aquí el argumento de Scoto en la defensa de la
Concepción inmaculada de María, podemos decir: Pudo Dios
conservar a María exenta de la mancha de pecado ¿por qué node la corrupción? Quiso Dios hacer a María exenta de la mancha
de pecado, ¿por qué no de la corrupción? Convino que Dios eximiera a María de la mancha del pecado ¿por qué no de la corrupción? Luego realmente hizo Dios a María exenta de la mancha
de pecado, por qué no de la corrupción sepulcral?
Así es como se cumplía más perfectamente la palabra divina en que se prometía que la mujer quebrantaría la cabeza de
la serpiente paradisíaca.
Otra razón para que esta promesa se cumpliera en toda su
extención era la alianza que María tenía contraída con Jesús,,
que es la santidad y pureza misma. La misma ley de conveniencia,
que obligaba al Hijo a no permitir que su propio cuerpo unidoa la divinidad, fuese reducido a ceniza, le comprometía a cumplir
la promesa hecha a favor del triunfo de la mujer que era su Madre, y que consistía en preservar de esta infamia el cuerpo de su
Madre, porque tal infamia hubiera recaído en Jesús, ya que su
carne había sido formada de la carne de María.
San Juan Damasceno, como ya hemos citado, raciocinando
sobre este principio dice: ¿Cómo era posible que Aquella que
había traído en su vientre la santidad esencial, hubiese estado-
— 77 —
ieto a la corrupción? ¿Cómo hubiera podido concillarse ésto
n la gloria de haber parido al Dios-Hombre? Cómo el vaso
c
había encerrado este precioso bálsamo, no habría conservado
« 0 j o r y resentido su primer efecto?
S
Si el arca de la alianza, que no era sino la figura de la Madre
de Dios, era de una materia capaz de garatizarla de las injurias
del tiempo y de los atentados de los gusanos, ¿hubiera convenido a la sabiduría de Dios haber tenido más cuidado de la figura
que de la realidad? Hubiera sido a propósito que el arca de la
alianza, que no contenía sino un poco de maná, hubiera tenido
un privilegio que no hubiera sido concedido a esta Arca viva y
animada que trajo al Dios del cielo en su seno?
S
Capítulo 5.°
La Asunción de María demostrada por su humildad
Está consignado en las palabras del Evangelio que quien se
humillare será ensalzado. "Qui se humiliaverit, exaltabitur".
Esta promesa hecha para lo futuro, h a tenido ya su cumplimiento en la Virgen, pues reza la Iglesia en su oficio. "Exaltata est
Sancta Dei Genitrix super choros angelorum ad coelestia regna.
Dice Bossuet: "El amor divino ha cumplido con su oficio
quitando la vida a María, quitándole su vestidura mortal; la
santa virginidad le ha puesto su vestidura real; pero la humildad
le tiende la mano y se adelanta para colocarla en el trono celestial".
La humildad fué la virtud que constituye el triunfo de Jesucristo, y la misma tiene que constituir la gloria de su Madre;
ni María aceptaría triunfo conseguido por camino distinto del
de Jesús, ni Jesús coronaría triunfos que no fuesen realizados
con su gracia y enseñados por su doctrina. María, pues, se eleva
por su humildad y ve cómo. Es propio de la humildad empobrecerse a sí misma y despojarse de las propias ventajas. Pero también por medio de una reciprocidad maravillosa, despojándose,
se enriquece, porque se asegura la posesión de todo lo que se quitó y nada le conviene más que esta sentencia de San Pablo:
"Tanquam nihil habentes et omnia possidentes". Nada
tiene y todo lo posee.
María posee tres bienes preciosos: una alta dignidad, una
pureza admirable de cuerpo y de espíritu, y lo que es superior
a todos los tesoros, posee a Jesucristo; tiene un hijo muy amado
en quien, dice San Pablo, habita toda plenitud. He aquí una criatura distinguida sobre todas las demás, pero su profundísima humildad la despojará de todas estas ventajas.
— 78 —
María que se elevó sobre toda humana criatura por su dig^j
dad de Madre de Dios, se coloca en las filas comunes, por la calidad de esclava. María que está separada de todas las demás
criaturas, por su inmaculada pureza, se mezcla con los pecadores
purificándose como todas las demás. Humillándose, se despoja
del honor de su cualidad y de la prerrogativa de su inocencia
Pero he aquí algo más grande aún: María pierde a su Hijo en el
Calvario; y no dice tan sólo que pierde a su Hijo porque le ve
morir de una muerte cruel, sino que pierde a este Hijo muy amado, porque cesa, de algún modo, de ser su Hijo, pues a puesto a
otro en su lugar. "Mujer, le dice, señalando a Juan, be ahí a tu
hijo".
No parece otra cosa sino que el Salvador no conocía a María
por Madre suya. La llama Mujer y no Madre. No habla así sin
misterio. Jesús se halla en el estado más profundo de humillación, y es necesario que María le acompañe. Jesús tiene a un Diospor Padre, y María tiene a un Dios por Hijo. Luego María debeperder también a su Hijo.
María ha llegado a tal estado de humillación que se encuentra
despojada de todo. Resumamos en uno solo todos los actos de
humildad de María. Ya no aparece su dignidad, la cubre bajo la
sombra de la esclavitud. Se retira su pureza, oculta bajo las señales del pecado. María abandona hasta a su mismo Hijo y por
humildad consiente en aceptar a otro. María todo lo ha perdido;,
su humildad le ha despojado de todo.
Se encuentra, pues, la Madre de Dios en aquel estado de las
almas que podemos llamar con las palabras de San Pablo: Nihil
habentes. No teniendo nada; pero al momento viene la otra
afirmación Omnia posidentes, poseyendo todo. Su humildad
le hizo decir sierva, pero Dios le prepara nada menos que un trono, como a reina; sube a ese altísimo lugar y recibe el imperio
absoluto sobre todas las criaturas. Quiso purificarse y confundirse
con los pecadores, pero por aquella humildad va a elevarse y será,
constituida abogada de todos los pecadores. Perdió a su Hijo,
pero ahora volverá a encontrarse con él y entrará en posesión
de todos los derechos cedidos a Juan por breve tiempo.
Ahora ha llegado el momento de las elevaciones de María.Ahora va a ser elevada sobre toda pura criatura. ¿Porqué? "Quia
respexit h u m i l i t a t e m ancillae suae". Porque miró Dios la
pequeñez de su sierva. Ahora es su Hijo quien le tiende sus brazos
y toda la corte celestial la admira, viéndola subir al cielo, llena
cíe delicias y apoyada en su Amado. "Innixa super dilectum
cuum".
La palabra de Dios no puede faltar. El que se humilla será,
ensalzado. La. más humilde de las criaturas, llega a ser ensalzada
— 79 —
. t 0 ¿ a criatura. Quien en cuerpo y alma se humilla, en cuer°o y alma ha sido elevada y recibe los honores de los ángeles y
del mismo Dios.
S
Capítulo 6.°
El cuerpo de María no está e n la tierra, luego está en el cielo
María Virgo Assumpta est ad
aetereum tbalamum, in quo Rex
regum stellato sedet solio.
En la teología escolástica se habla de una argumento que se
llama a b i n c o n v e n i e n t i , y se emplea para demostrar la existencia de un hecho, aduciendo por razón, el inconveniente que
se seguiría de no existir aquello de que se trata. Nosotros vamos
a echar mano también de este argumento, y con él demostraremos
la no existencia ¿el cuerpo de María en la tierra, de lo que deduciremos que él está en el cielo. No podemos suponer que está
en el purgatorio, menos en el limbo, aun menos en el infierno,
luego no hay mas estancia que el cielo y la tierra; no esta
aquí, luego está allí.
Se podrá responder que no está ni en el cielo ni en la tierra;
no en el cielo, porque no subió allí; no en la tierra, porque se deshizo por descomposición. ¿Pero se deshizo en tres días? Porque es
de saber que según la Tradición hemos referido que a los tres
días fueron al sepulcro de María los apóstoles, y no hallaron nada, ni siquiera los vestidos, pues el sepulcro se hallaba completamente vacío. Es de suponer, pues, que en tres días no se habría
de deshacer un cuerpo enterrado después de haberlo embalsamado, con la circunstancia de que la Virgen Sma. no murió de ninguna enfermedad, motivo por el que su cadáver estaba más asegurado de una próxima descomposición.
Pero supongamos que los apóstoles no fueron al sepulcro
al tercer día; pero de todos modos tenemos que suponer que fueron alguna vez; supongamos que fueron a los cinco años, y no
es poco suponer, pues, a los apóstoles testigos de la resurrección de
Jesucristo al tercer día, lo menos que les podía ocurrir, fué siquiera la sospecha de que a la Madre de Dios le hubiera sucedido
otro tanto, repitiéndose en la Madre el fenómeno del Hijo.
En esos cinco años que suponemos que esperaron los apóstoles
sin visitar el sepulcro de María Sroa. ¿se corrompería el cuerpo
ir maculado de la Madre de Dios, de moco que no quedara de
él ni una reliquia? Sólo el pensarlo sería una insolencia contra la
l:ondad y la gratitud de Jesucristo. ¿Cómo puede permitir Dios
— 80 —
que el cuerpo de su Madre goce de menos privilegios que los cuerpos de un gran número de santos? Los cuerpos de Santa Teresa
de Jesús y de Santa Magdalena de Pazzis todavía están incorruptos después de trescientos años, y otro tanto sucede con los cuerpos de un sinnúmero de santos, y ¿se podrá sospechar sin cometer
un desacato contra la bondad divina, que Dios concedió a Santa Teresa privilegios que no concedió a María Sma. con la añadidura de que el sepulcro de María fué abierto a los cinco años
y todo se había corrompido y Santa Teresa todo está incorrupto después de trescientos años?
Pero no podemos suponer que los apóstoles esperaron cinco años sin abrir el sepulcro de María, pues aunque supiéramos
que ellos ocupados en sus tareas apostólicas se olvidaron del sepulcro de su maestra, no se olvidarían las devotas mujeres, como
sus primas, aquellos que acompañaron a Jesús hasta su muerte,
la Magdalena, su hermana Marta y algunas más, las cuales
hubieran importunado a los apóstoles a practicar un reconocimiento en el sepulcro de su pariente o amiga, y Madre de su Redentor.
La suposición, pues, de la espera de los cinco años es inverosímil. A lo sumo podemos suponer una demora de cinco días, pues
entre los judíos, aun en las familias más pobres, era costumbre
abrir el sepulcro del muerto, a los pocos días después de la muerte
para volver a embalsamar, de tal modo que aquellas devotas mujeres que acompañaron a Jesucristo, fueron a su sepulcro al tercer día por la mañana, con aromas y otros ungüentos, para embalsamarle de nuevo; de modo que sólo esperaron un día entero.
La Virgen Sma. no había de ser más olvidada que cualquier
individuo de la más vulgar de las familias, ni su cuerpo objeto
de menores cuidados que la mujer más insignificantes de una familia judía. San Juan el discípulo amado y amante de Jesús,
tenía encargo solemne de su Maestro, para cuidar de María; él
cumplió exactamente este encargo durante la vida de la Madre
del Redentor, ¿se olvidaría de prodigarle esos cuidados, después de la muerte?
Pero echemos suposiciones, a fin de no dejar resquicio alguno, a aquellos que nos quisieran hacer alguna observación.
Demos qUe pasaran muchos años sin que mano humana ejerciera
contacto alguno en el sepulcro de nuestra Sma. Madre; hemos de
creer piadosamente que, cuando arreciada la persecusión de los
judíos contra los cristianos, estos temieron alguna profanación
en el sepulcro de la Madre de su Maestro, y adoptaron algún
medio de poner a salvo aquel tesoro, aquella reliquia sagrada,
¿tomaron alguna precausión? Ninguna.
Según los cálculos más fehacientes, María murió veinte
— 81 —
después de Jesucristo, por lo tanto a los cincuenta años
era cristiana y a los setenta de la misma Señora. A los setende la era cristiana y veinte déspués del entierro de María, désí^uvó a Jerusalem el hijo de Vespasiano, y puso precisamente
us célebres muros de circunvalación a los pies del monte Oliveto,
allí mismo donde fué enterrada la Reina de los ángeles.
Cuando Tito estaba ocupado en abrir los cimientos de sus
terribles murallas ¿no le ocurriría a algún cristiano averiguar el
oaradero del cuerpo de María? Si averiguó y encontró aquellas
reliquias ¿qué hizo de ellas? si no las encontró ¿a dónde se fueron?
¿se deshicieron en veinte años sin quedarse ni un hueso, cuando
los huesos de un niño de dos años se conservan cincuenta y hasta
•ochenta años?
En los primeros tiempos de la Iglesia existía entre los cristianos un piadosísimo afán de recoger y conservar las reliquias
de los mártires y de los santos; todo lo que se podía recoger se
guardaba como un precioso tesoro, y era objeto de respetuoso
culto y de profunda veneración. Un hueso de un mártir, una esponja empapada en su sangre, un pedazo de su vestido, eran cuidados y guardados con exquisita diligencia, y ¿diremos que sólamente de las reliquias de María Sma. no se hizo caso, y que, en
vez de ser objeto de culto, fueron objeto de olvido?
Pero pasemos basta el siglo cuarto. En este siglo se empezó
a hablar de la Asunción de María; habló de ella San Cirilo de
Alejandría y habló San Andrés de Creta; a principios del siglo
quinto se celebró el Concilio de Efeso; se había establecido una
hermosa paz en la Iglesia bajo el imperio de Constantino y hasta
los más refractarios, conceden que en este tiempo se escribió el
libro "De Divinis Nominibus", atribuido a San Dionisio.
Pues bien; en vez de ponerse a hablar y escribir de asuntos
dudosos ¿no hubiera sido mejor ir al mismo sepulcro de María
y ver si allí se encontraba alguna reliquia o el cuerpo de María
Sma. siquiera algún signo de que hubiera estado alguna vez?
Sin embargo nadie se tomó ese trabajo, porque todos sabían
muy bien que en el sepulcro de María no existía nada; que ni
siquiera había sido objeto de veneración. La misma casa donde
vivió María y el Verbo se hizo Carne ha sido objeto de exquisitos cuidados divinos, basta dignarse el mismo Dios a trasladarle
de una parte a otra, pero del sepulcro han hecho caso omiso,
Dios y los hombres, a pesar de que el Profeta había predicbo que
erit sepulcrum ejus gloriosum, que la Iglesia aplica a cual•quier santo.
Pero se me contestará con la vieja salida de siempre; que
todo se había deshecho en cuatro siglos. A este be dado ya una
pequeña contestación, pero ahora la daré una muy grande. Ha-
— 82 —
ce diez y ocho siglos que se conservan la sangre y la cabeza d e
San Jenaro, Obispo de Benevento; todos los años obra Dios un
milagro haciendo hervir la sangre con sólo ponerle frente a l a
cabeza del Santo. Fué martirizado en tiempo de Dioclesiano y
de su compañero de glorias, Maximiano Hércules, a fines del siglo tercero; estamos en el siglo veintiuno; creo que en el intermedio van diez y ocho; y en tantos siglos está Dios haciendo milagros, por honrar al santo mártir, en su cabeza y en su sangre
¿Y por honrar el cuerpo de su Madre? Nada. ¡¡¡Lo ha dejado podrirse en cuatro siglos!!! Lo pongo en medio de seis admiraciones
y lo debiera haber puesto en medio de seis mil.
Hay innumerables sepulcros de santos, adonde todos los
años, y al año muchas veces, se hacen peregrinaciones; sus reliquias son llevadas en procesión con grande veneración, y no pocas
veces se hacen milagros por medio de ellas. De la compañera de
María ante la Cruz de Jesucristo, María Yacobi, dice el Martirologio Romano estas palabras: cujus sepulcrum crebris
miraculis ilustratur. Pero del sepulcro y de las reliquias de
la Virgen Sma. Reina de los angeles y de los hombres, ¿qué se
dice? Nada; ni hay romerías a su sepulcro, ni sus reliquias son
llevadas en procesión, ni se dan a besar, ni por ellas se ha hecho
un £Q1O milagro.
Pero no perdamos el tiempo inúltilmente, y digamos la verdad de una vez. Nadie va en romería al sepulcro de la Virgen
porque en aquel sepulcro no hay nada, ni ha habido nada sino
durante unos pocos días; las reliquias de la Virgen no se llevan en
procesión ni hacen milagros, porque tales reliquias no existen;
ningún obispo de los primeros siglos fué a cerciorarse de si el cadáver de la Madre de Dios permanecía incorrupto, porque ya
sabían que había desaparecido y había sido trasladado a otras
regiones.
El sepulcro donde yace el cuerpo de María es el trono inefable de hermosura que Dios le ha fabricado en el cielo; allí recibe los parabienes de las tres personas de la Sma. Trinidad y
las alabanzas de los serafines y las admiraciones de los bienaventurados.
Allí acuden en procesión, en aglomeración, el mundo cristiano entero, en peregrinación, en romería, en busca de protección, en demanda de miles de peticiones; allí son veneradas no
sus reliquias, sino todas las partes de su ser, no fraccionadas sino
todas juntas, el cuerpo entero con todos sus miembros completos, inundados de inefable hermosura, siendo el encanto presente
de las almas santas juntamente con el cuerpo de Jesucristo y lo
será en el mismo sentido por los siglos de los siglos.
Qué cristiano ha habido a quien le haya ocurrido la duda,
— 83 —
,
g6
u e ai
invocar a María, se dirija solamente al alma de María
y n o a la Madre de Dios, compuesta del alma y cuerpo, tal
q v ivía en este mundo, con su corazón inundado de amor,
con sus ojos Henos de dulzura.
Pero, y bien; ¿dónde está el cuerpo de la Virgen? Pero, y
bien; pregunto yo a mi vez; ¿dónde está el cuerpo de Jesucristo?
Están los dos juntos, y son quizás los dos únicos cuerpos que
están en el cielo, o quizás está allí el cuerpo de San José, quizá
de San Juan Bautista, quizás de David, quizás de Enoc y Elias?
-Donde están los cuerpos de los que resucitaron el día del Viernes
Santo? No lo sabemos; por eso ponemos estas últimas afirmaciones con la sobreañadidura de quizás. Y pasemos a otra cuestión.
a
Capítulo 7.°
U l t i m a s pinceladas.
Vamos a compendiar en este capítulo todo lo más grande
que podemos decir de la divina Madre de Jesucristo, siguiendo
la doctrina de los dos grandes maestros de las dos escuelas teológicas, Santo Tomás y Scoto. Afirma el primero, que en la Madre de Dios se encuentra algo de infinito, o por lo menos viene
ella a constituir el confín entre lo finito y lo infinito, pues la dignidad de Madre de Dios es cosa tan grande que mayor no puede
ser hecha. Afirma el segundo que de la Virgen Sma. hay que decir
todo cuanto se puede, menos lo que está restringido en las enseñanzas teológicas.
A ambos vamos a tomar la palabra, y diremos cuanto podemos de María; y de lo que dijéramos, se deducirá basta su misma Asunción corporal, pues tales afirmaciones no pueden cuadrar
sino a la Madre de Dios, perfecta en todo sentido, hasta en su
perfección personal que exige la unión del cuerpo y del alma.
Empecemos por lo que nos dice el poeta más grande que ha
tenido el cristianismo, para así añadir las descripciones poéticobíblicas que nos hace el Espíritu Santo y confirmarlas con lo que
nos ha dicho el autor de la "Divina Comedia". Dante, en
su ya citada e inmortal "Divina Comedia", dirigiéndose a la
Virgen Sma. le habla de esta manera: "Virgen Madre, hija de tu
Hijo, más humilde y más excelsa que ninguna otra criatura,
" término fijo en el consejo eterno. Por tí se ha ennoblecido nues" tra naturaleza de tal modo que su Criador no se ha desdeñado
de llegar a ser su propia obra. En tu corazón se encendió el
" amor que eternamente arde en el seno del Padre, y así es como
" germinó esa flor celestial. Eres para nosotros un sol ardiente;
" pues durante el tiempo que atravesamos este país de muerte,
"derramas sobre nosotros una continua oleada de esperanza y
— 84 —
*'de vida. ¡Oh querida señora nuestra, tan grande y tan poderosa!
" buscar la gracia y no acudir a tí, es querer volar al cielo sin alas.
" Tal es tu bondad que vienes en nuestro auxilio, cuando te in" vocamos y aun antes que te invoquemos. En tí está la clemencia,
" en tí la piedad, en tí la gloria y en tí se encuentra reunida cuan" ta virtud se encuentra en la criatura". (Paradisso XXXIII, I)
La imaginación humana no puede elevarse a mayores alturas de lo que se ha elevado el autor de las pinceladas precedentes. Nosotros vamos a poner también nuestra insípida pluma
al servicio del autor de la "Divina Comedia".
El término fijo del eterno consejo, de que habla Dante, es
la predestinación de María a la maternidad divina. Nos vamos
a meter en terribles honduras, pero no importa; lo mismo que a
Dante, nos saldrá al encuentro Beatriz, símbolo de la teología.
Esta predestinación de la Virgen, a una doble maternidad, la eleva a un punto tan sublime que apenas puede columbrarlo la
mente humana. En el orden de los tiempos y en el de la dignidad,
tenemos que concebir necesariamente la existencia de esta Virgen
paritura, como la primera, por ir siempre unida al decreto de la
Encarnación del Hijo de Dios.
Lo más grande, lo más digno, y lo más elevado que ha habido
y puede haber, después que la corriente de los tiempos empezó
a moverse, ha sido esta Encarnación del Hijo de Dios en el seno
de la Virgen, encarnación buscada, pretendida por sí misma
como la última perfección, de las creaciones divinas, según Scoto
y como remedio del pecado y perfección al mismo tiempo, de la
naturaleza, según Santo Tomás. Pero en cualquiera de las suposiciones, la parte integrante de esta gran obra, es la misma Virgen, la Virgen en cuerpo y alma, la Virgen que estaba predestinada a dar en su cuerpo virginal, la vida al Verbo. Por eso al lado
de esta Virgen que engendra a Dios, los serafines casi desaparecen, como las lucesitas de las estrellas ante las suaves claridades
de la luna.
Entre esta virgínea presdestinación y la predestinación de
todos los demás santos, hay una diferencia casi infinita, puesto
que ella fué prevista y predestinada por Dios, para hacer obras
más grandes, que las que pudieran hacer todos los demás predestinados juntos. Tal excelencia, dignidad y destino podremos
columbrar por las denominaciones que el Espíritu Santo la condecora, y la Iglesia se las aplica.
Ella es llamada Hija querida del Padre, Madre tierna del
Hijo y Esposa purísima del Espíritu Santo y sagrario de toda la
beatísima Trinidad. María es llamada vivificadora del mundo,
aurora de la gracia, triunfadora de la muerte, vencedora del demonio, puerta del cielo y gloria del paraíso. Así mismo se dice
— 85 —
de ella que es espejo de la justicia, asiento de la sabiduría, arca
de la alianza: y para decirlo todo de una vez, poco es llamarla
Reina de los ángeles y de todo el cielo junto, pues todo desaparece
y viene a reducirse casi a la nada junto al predicamento de ser
Madre de Dios, pues esos dictados se aplican a la Virgen en sentido alegórico, mientras que éste se anuncia de ella en sentido
literal, obvio y natural, pues con toda verdad y realidad es María
Madre de Dios, y de esta prerrogativa proceden todas las demás.
Todos estos predicamentos con otros muchos que hemos
visto ya dados a la Virgen por los Santos Padres, tienen su fundamento en las divinas letras, en cuyas páginas se ven unos elogios
tan subidos que sólo pueden convenir a la divina Madre y a su
Hijo.
Ser la primogénita entre las criaturas, la que hizo que apareciese en los cielos la luz indeficiente, la que como niebla cubrió
la tierra con gloria y majestad, la que ejerció imperio sobre los
grandes y los pequeños, la que había nacido en la mente de Dios,
la que siempre permenecería en el porvenir, entronizada en Jerusalén, arraigada en Sión, su pueblo querido, en la herencia de
Jacob; la que nació en los albores de la eternidad y es Madre del
puro amor, del temor santo y de la esperanza que no defrauda,
son glorias que no podría apropiarse así misma ninguna criatura,
aunque fuese el serafín más encumbrado, y si se aplican a alguna,
ha de ser forzosamente, no por naturaleza sino por sus destinos
y por sus oficios. Esta criatura existe y es la Virgen. Los Santos
Padres aplican lisa y llanamente a la Virgen todos estos epítetos;
y la Iglesia también inspirada por el Espíritu Santo, acomoda
estas alabanzas, a la Virgen, en el oficio y misa que se dicen en
los días de sus festividades.
Hablando de sí misma la Sabiduría eterna anuncia su origen,
sus hechos y sus glorias. "Yo, dice, procedo de la boca del Altísi"rao, engendrada antes que existiese criatura alguna: en lo más
" elevada del cielo puse mi morada, y mi trono es una colum" na de nubes. Yo sola di la vuelta a todo el cielo, y penetré en
" el profundo del abismo, me paseé por las olas de la mar, y puse
" mis plantas en todas las partes de la tierra, y en todos los pue" blos y naciones tuve el dominio supremo, y me establecí en
" pueblo santo y en la porción de mi Dios la cual es su herencia".
(Eccli. 24, v. 6).
No hay duda de que es el Hijo de Dios, quien habla de sí
mismo, de su origen divino, de sus grandes acciones, de las victorias y triunfos que consiguió en los pueblos y naciones, de la
humillación que impuso a las cervices de los altivos, del dominio
pacífico con que gobierna a los humildes y del temor santo, del
amor puro y de la esperanza que ha engendrado en los corazones.
— 86 —
Pero este Hijo de Dios, a quien su Padre da por patrimonio
todas las naciones de la tierra para que las rija y las gobierne,
¿podrá venir visiblemente a tomar posesión de su patrimonio,
a ejercer en él su dominio, a establecerse en un pueblo santificado,
y a producir en los hombres el santo amor, el temor y la esperanza?
Por más que este Hijo deba exclusivamente a su Padre la generación eterna, y aunque esos triunfos que ha de obtener en los pueblos, tengan por principio su virtud divina, ha de llegar un momento, que él ha previsto desde la eternidad, en el cual se cumpla
lo que él y su Padre tienen también dispuesto, y es, que se revista
de la naturaleza humana y tenga una madre, que lo introdujese
en el mundo y le dé su misma naturaleza, para unirla él a la suya
en su misma persona.
Si el Verbo ha de ejecutar sus designios de misericordia,
la presencia de una mujer ser^ necesaria, y esa mujer ha de tener
una cooperación directa e inmediata, espiritual y corporal en
sus obras, pues todo lo que su Hijo lleve a efecto en la naturaleza
humana, solidariamente lo deberá a su Madre, de quien ha recibido la carne y la sangre con que ha de redimir a la progenie de
Adán.
A no dudarlo, esta Madre estaba en la mente divina en la
eternidad, y de ella decía la Sabiduría eterna, que era lo primero
en grandaza y honor de-cuanto ha sido criado, por estar predestinada a ser Madre de esa misma Sabiduría, la que sería Reina
dé cielos y tierra, Señora de pueblos y naciones, consuelo de los
humildes y terror de los altivos.
Es indudable que la Virgen ha contribuido a la regeneración
del mundo y que su importancia es de tanto peso en los destinos
del linaje humano que sin ella no hubiera podido salir éste del
atolladero en que le hundió la culpa. Mas, como ningún ser ha
existido en el tiempo, sin que Dios hubiese decretado su existencia
desde la eternidad; como entre los seres racionales, ninguno ha
salido de la nada, sin que haya Dios decretado sus destinos temporales, y como por fin, el que ejecutó la Virgen, envuelve un consorcio con Dios, íntimo y de familia, es indispensable decir que la
predestinación de esa misma Virgen ha tenido una serie de decretos eternos, que sólo a ella pueden convenir, dándole por esta
causa una elevación que toca a las mismas gradas del trono de
Dios.
La predestinación de María a ser Madre de Dios envuelve
tantos decretos, la destina a tantos destinos, si se me permite la frase, que ella tendrá que meterse y entremeterse hasta en el arreglo
de la creación natural. Por la redención vendrá la civilización,
y por la civilización cambiará todo. Cambiarán las sendas de las
montañas, las rutas aéreas en los espacios, las plantas de los bos-
— 87 —
ques, las flores de los jardines, los instintos de las fieras selváticas,
los gobiernos de los pueblos, los caracteres de los hombres, el
estilo de sus moradas; en todos esos movimientos y cambios
viene comprometida la Virgen, puesto que esos cambios han venido por la civilización, ésta por la redención y la redención por
el Hijo de María. Pero el hijo es siempre por la madre y lleva
siempre algo de la madre y ha necesitado de la madre para todo.
Por eso le ha dado la "Divina Comedia" el calificativo de térm i n o fijo en el eterno consejo.
Sigamos.
Hay leyes universales, las cuales, podemos decir, que han
modelado la existencia de todos los hombres en el orden moral,
sin que ninguno haya podido evadirse de su imperio. Dios decretó criar al hombre como al más privilegiado y querido de todos los seres visibles, dándole una alma racional y espiritual
hecha a su imagen y semejanza. La felicidad temporal y la dicha
eterna eran el patrimonio del hombre al cual fué destinado por
pura bondad de Dios. Pero quería Dios hubiese cierta analogía
entre la entrada del hombre en el horizonte de la vida natural;
quería que así como todo hombre que viniese al mundo, debía su
existencia a los dos primeros padres formados de sus manos,
así les debiese también la vida espiritual. Si los primeros padres
fueran fieles a Dios, la justicia original pasaría a sus descendientes,
pero si fuesen infieles, todo sería perdido. Sucedió esto último.
Perdieron, pues, la justicia original Adán y sus descendientesSin embargo Dios no quiso privarles de la gloria eterna ¿cómo recobrarían el derecho de entrada? Dios exigía una reparación
por la ofensa, en cierto sentido infinita, y la exigía condigna,
ad apicem juris ¿cómo le daría el hombre? No la podía dar
en ningún sentido, ningún hijo de Adán que viniese a este mundo
según las leyes universales que modelaban su existencia.
Era, por lo tanto necesario que apareciese sobre la tierra una
nueva progenie, capaz de dar a Dios una satisfacción condigna y quedaran canceladas en el libro de la eternidad las deudas
pendientes entre el hombre y Dios, borrando para siempre el
decreto que se había escrito contra nosotros, "delens quod
adversus nos erat chirographum decreti", y restituyéndonos
a las amistades perdidas.
Aquí se presentan Jesús y María que realizan la difícil operación. He ahí el fin de la predestinación de María a ser Madre
de Dios, predestinación que envuelve una larga serie de decretos
divinos, cuyo cumplimiento se verificaría al llegar la plenitud de
los tiempos, como son: la inmunidad del pecado original, la plenitud de las gracias, privilegios para ser dignamente Madre de
— 88 —
Dios y últimamente su encumbramiento al trono de la Gloria
en cuerpo y alma.
¡Qué nube tan hermosa de gracia se ve descender sobre María, cuando se le considera predestinada a la maternidad divina!
Todos los hombres son predestinados a ser hijos adoptivos de
Dios, mientras María es predestinada a ser madre natural del
Verbo hecho carne.
Desde luego se deja prever con que interés se miraría en el
consistorio divino la formación de esta criatura privilegiada.
Mientras las criaturas son llamadas a recibir la gracia, María es
llamada a recibir en su seno al autor de la misma gracia, y toda
la Trinidad adorable toma a su cargo el adornar a esta criatura
donde habitará Dios, donde se engendraría Dios y de quien nacería Dios.
De aquí provenía el conflicto en que se encontraba el melifluo San Bernardo cuando decía: "No puedo dejar de hablar de
" María porque mi corazón no me permite callar, y por otra parte
" no sé qué decir, porque si digo que es Dios, es demasiado decir;.
" si digo que es criatura es poco decir, porque ella sola es más
" que todas las criaturas. Si digo que es Madre de Dios, y que
" tiene por consiguiente autoridad legítima sobre Dios, es decir
" demasiado, porque ella es criatura, y quien dice criaturas, dice
" una 'cosa infinitamente inferior a Dios, ¿Diré, pues, que es
" sobre Dios o inferior a Dios o igual a Dios?".
También nos encontramos nosotros en el mismo conflicto en
que se encontraba San Bernardo, y no sabemos qué decir, pero
sabemos una cosa; vemos ya descubierta en toda su latitud la
gloria que cupo a María desde los albores de la eternidad; su
destino principal es su maternidad divina y de ella fluyen mil
fuentes de grandezas inefables, que los ángeles y los hombres no
las han podido agotar todavía ni comprender en toda su plenitud.
A ese cúmulo, pues, de grandezas, a esa ostentación del
brazo Todopoderoso, a ese encanto de los hombres y admiración
de los serafines, no podemos considerarle a medias, tenemos que
considerarle en toda su plenitud, en todo su conjunto, en todo
lo que fué cuando en la mente divina se dibujaban sus contornos
en aquel principio sin principio de la eternidad. Cuando Dios la
predestinaba para la maternidad divina, no la destinada a medias;
no la destinaba ni en solo el cuerpo ni en sola su alma, sino en
cuerpo y alma; en cuerpo, porque le era necesario, en el alma, porque sin alma no hay vida. Así la tenía Dios en su mente y no podemos desordenar las ideas divinas ni podemos comprender
que en el momento mismo de empezar las glorias de María en
su entrada en el cielo, se establecieran divisiones entre el cuerpo '
y el alma. Mientras María sufría a los pies de la Cruz, sufría en
89 —
erpo y alma, y por lo tanto tenemos que contemplarle gozando,
también en cuerpo y alma en el cielo.
¡Ob María! tus glorias, glorias son de tu Hijo, tu Concepción inmaculada y tu Asunción rutilante son tu aurora y tu ocaso,
cero los esplendores de la aurora y los arreboles de la tarde, fulgores son del mismo sol. No queremos contemplar a tu Hijo escatimando gracias en tu celeste gloria. Ahí le contemplamos
a El espléndido y a tí gloriosa; a ambos en cuerpo y alma, a ambos
hablando juntos, como en Belén, como en Egipto, como en Nazaret como en las bodas de Cana. A ambos os admiran embelesados todos los que se gozan en el cielo y todos los que sufren en la
tierra. Esperamos juntos basta el momento en que, los que sufrimos en la tierra recibamos órdenes de juntarnos con los que se
gozan en el cielo. Esperadnos nada más que un poco, pues pronto esperamos emprender el viaje hacia esas regiones.
¡Hasta luego, María!
¡Hasta luego, Jesús!
Capítulo 8.°
Ultima derrota de Lucifer
Los hombres y la Virgen son una familia con su madre, y
en este concepto, los hombres más felices que los ángeles, han subido a regiones tan elevadas que han llegado a lo que es verdaderamente el encanto de la vida; a la región florida del sentimiento, al campo ameno de los afectos. En el terreno de estas afecciones
todo respira amor, encanto y dulzura, porque esta Madre es vida,
dulzura y esperanza nuestra. Todas estas relaciones entre la Madre y sus hijos, son encantadoras, pero las relaciones de que vamos
a hablar, nada tienen de encantadoras ni de amables; más bien
que relaciones podríamos llamar aversiones, odios, rencores, pues
no hablaremos en ellas nada que no sea aversión.
Al hablar, de la dulcísima Virgen María, parece imposible
hablar de aversiones y de rencores, y sin embargo así es, y así
será. La primera palabra que Dios dirige a Lucifer es enemistades
así es; enemistades. Dios determina así, y la Virgen cumplirá la
voluntad divina, y Dios sostendrá su palabra, aunque se desplome el cielo, y Lucifer aceptará el reto.
Plantéase, pues, el combate, y será tan encarnizado que
entre la Virgen y Lucifer no habrá pacto de paz, ni tregua, ni capitulación. La Virgen detestará siempre al príncipe del averbo,
por mentiroso, por impío, por blasfemo, orgulloso; y el rey de
los abismos odiará a la Virgen, porque está en su carácter de ángel
— 90 —
rebelde, el rebelarse contra Dios y contra todo lo que es amado
de Dios y contra todo aquel que ama a Dios.
Quiso Lucifer sentarse en el monte del testamento divino
pero el dragón orgulloso fué arrojado del cielo y encadenado á
las llamas del fuego inextinguible. Desde entonces se encendió
en todo su ser un fuego que lanzaba chispas de odio propiamente satánico; hubiera querido deshacer todo lo divino, pero al reconocerse impotente contra Dios, declaró guerra contra su obratantea su salida, de los abismos infernales, y según expone Milton en su Paraíso Perdido, aquella salida diabólica, después
de haber recorrido miles de millones de leguas bajo aquellas bóvedas de candente acero, en medio de aquellas espesas y espantosas
tinieblas, da por resultado la aparición del príncipe de los rencores
en el inmeso escenario de la creación; toma dos alas de buitre
(Milton) y vuela y corre miles de millones de leguas, en busca
de Adán, hasta que por fin posa su vuelo en un árbol del paraíso,
desde donde contempla la felicidad del primer hombre y de su
compañera; casi se compadece de ellos al pensar que los va a
"hacer desgraciados. Pero en ésto sale el sol que le recuerda su
antigua h ermosura, se enfurece, impreca al sol con odio satánico,
blasfema de Dios y pierde a Adán y Eva haciéndoles perder las
delicias del paraíso.
Lucifer siente casi una satisfacción en la desgracia de los dos
primeros padres, y con ellos la de todas las generaciones futuras.
¿Quedará en pie el satánico triunfo del ángel de las tinieblas?
No; en medio de las profanadas florestas del paraíso se escucha
la majestuosa voz del Altísimo, voz que salva la futura existencia
de los dos primeros pecadores que ha tenido la humanidad.
Aquella voz promete derrotar a Lucifer por medio de una mujer
que aplastará la cabeza del ángel rebelde, y queda derrocado
el imperio del rey de las llamas. En vano se prepararán nuevos
ataques contra aquella mujer, pues ella triunfará siempre y destruirá todos los planes, embotándole las armas y defendiendo la
obra de Dios contra los fieros ataques del ángel malo.
No vamos a seguir la historia de todos los virgíneos triunfos
contra la infernal estrategia de Lucifer. No la seguiremos por lo
tanto en sus triunfos; en la Encarnación del Verbo, en su nacimiento, en su muerte y resurrección, en su Ascensión, ni en su
gloria, por mas que en todos estos actos del Verbo hecho carne,
conseguía María un triunfo sobre Lucifer. Vamos a presenciar
solamente el último ataque y el último triunfo conseguido por
María en su Asunción y uno más que conseguiría una vez hecha
la declaración dogmática de este glorioso privilegio de la Sma.
Madre de Dios.
El triunfo de que nos ocupamos es propiamente de Jesús
— 91 —
Lucifer, allá en el Calvario; allá es derrotado el causante
ia ruina universal y todos sus despojos quedan para Jesús, pero
ién los repartirá? Veamos lo que nos dice el Salmista: "Rex
irtutum, dilecti, dilecti, et speciei domus dividere spolia" Ella es una bellísima profecía en la cual se anuncia que habrá un rey, rey de poder, de fuerza y de virtud, el cual cogerá
gran abundancia de despojos en la batalla para dárselos todos a la
h e r m o s u r a de la casa, a fin de que sea ella la que los reparta.
Jesús es el gran rey que b a triunfado del enemigo de las glorias de su padre y de la dicha de sus hermanos; pero la hermosura
de la casa de Dios es María, y una vez ganada por el Hijo la victoria, los despojos son para María. El primer despojo de esta batalla descomunal es Lucifer. Lucifer cae en manos de aquella
mujer que ha sido objeto de su menosprecio y empezaba a serlo
de sus iras. Más todavía: Lucifer cae no solo en manos de María,
sino cae a sus pies, queda bajo sus pies. "Ipsa conteret caput
tuum". ¡Horrendo instante para el dragón del abismo!
Lucifer se encuentra sin saber qué pensar, viéndose caído
en los lazos que él mismo ha tendido, cuando acaba de cerciorarse con su propia experiencia, de que con la muerte de Jesús ha
perdido cuanto poseía desde hace cuarenta siglos, y que aquellas sus
riquezas con tanto trabajo y astucia ganadas, han ido a parar
a manos de aquella mujer a quien tanto odiaba, y que ella como la
hermosura, como la hermosa de la casa de Dios, queda destinada
por el mismo campeón de la victoria, para que las reparta entre
los hijos de Dios.
Entonces los furores de Lucifer no tuvieron límites. Al ver
-el pie de aquella mujer sobre su cerviz altiva, estalló como el rugido de cien leones a la vez, pues el pie de la Virgen le atravesó
como lanza de fuego, y juró vengarse de ella y de sus hijos, mientras sus sangrientas fauces tuvieran veneno suficiente, para lanzar sobre la apocalíptica mujer y sobre sus acariciados hijos.
Le quedaba todavía una sombra de consuelo; sobre ella y
contra ella tenía que verificarse la fulminante sentencia del Eterno que decía: "Polvo eres y en polvo te volverás". Ella se convertiría en polvo, en despreciable polvo, polvo pisoteado por los más
viles transeúntes, pero ¿él? ¡Ah! él, él siempre sería espíritu, espíritu del averno, espíritu negro, pero al fin espíritu ¡qué consuelo!
Pero cuando con una sonrisa infernal saboreaba Lucifer
su soñado triunfo, oye allá lejos, desde muy lejos, una sinfonía
de miles de miles de voces, acompañadas de miles de miles de cítaras, que decían: "Surge Domine, in requiem tuam, tu et arca
sanctificationis tuae, Exurge salpterium et citara». Las
voces seguían aumentándose en intensidad, y otra voz inmensa-
— 92 —
mente más simpática les respondía diciendo: «Exurgam diluculo». Me levantaré muy de mañana.
Y un sepulcro de Judea se habría y una mujer vestida de
blanco se levantaba y subía y subía, y mil arpas de vibrantes
cuerdas resonaban potentes por toda la extensión de la tierra
y miles de millares de ángeles decían: "Attollite portas, principes, vestras". Levantad vuestras puertas, ¡oh príncipe del cielo!
Y un joven profeta desde su destierro de Patmos escribía
en un libro: "Mulier a m i c t a solé et luna sub pedibus ejus".
Y la mujer subía al través de los espacios, pasaba las órbitas
del sol y de los astros, y llegaba basta el trono de Dios y se sentaba a la diestra del Verbo de Dios, brillante en su cuerpo como la
luz, tierna en su mirada como una madre y majestuosa en todo
su porte como una reina.
Los hombres no la vieron subir, pero Lucifer la vió, para su
mal.
Un rayo que cae junto a un caminante nocturno, no produce en éste deslumbramiento semejante al que produjo en Lucifer la vista de la subida de María al cielo, y más cuando la viósentada junto al trono de su Hijo constituida repartidora de los
despojos arrancados a él, al príncipe de los altivos.
En vano la antigua y poderosa serpiente levanta sus lomos
prolongados, enroscándose de mil maneras, para sacudir por medio de un esfuerzo supremo, el peso que gravita sobre su cabeza;
en vano se extiende por los aires cuan largas es, coleteando y
llenando el espacio del fragor de sus escamas conmovidas; (Milton) en vano despide silbidos más roncos que mil leopardos que
hacen retemblar los montes; en vano quiere incorporarse Lucifer,
pues su testúz y sus zarpas están enclavados en la tierra por la
potente planta de la Virgen. <Ettuinsidiaveriscalcaneoejus>.
Sigamos a Milton en su descripción aterradora de los combates diabólicos.
Nunca hubo confusión mayor en el infierno que cuando bajó
a aquellos abismos, Lucifer con la convicción de la derrota que
María le amenazaba desde su alto trono del cielo: "Iratus est
draco in m u l i e r e m " . (Apoc. cap. 12).
Entró Lucifer en sus lóbregas moradas, atronándolas con
sus bramidos de desesperación. ¿Dónde estáis, va gritando,
ministros indolentes de mi imperio? ¿Dónde estáis, protervos,
malvados? Vosotros me servistéis con tanta fidelidad en el cielo,
cuando os levantastéis contra Dios, y ahora habéis sido en la
tierra tan traidores, que no me habéis ayudado contra la Mujer?"
Y Lucifer cayó como un aerolito en los infiernos, produciendo
terremotos espantosos en sus cavernas tenebrosas y en las moradas
del hombre, y con su enorme cola que llegaba hasta las estrellas,.
— 93 —
tornaba la mar y la tierra, los cielos y los abismos; pero al
^yantar su cabeza, la encuentra aplastada por un blanquíun
simo pie, P e r 0
P°^ e r inmeso. Podrá morder al que volunSl
iamente se le acerque, pero a nadie le podrá incar su colmillo,
¡ f comunicarle su tósigo de muerte.
Quédate, negro chacal de los abismos, atado a tu cadena,
or los siglos de los siglos. Nos podrás tentar, pero no nos podrás
vencer, si nosotros no queremos. Esta es la victoria que nos ha
conseguido la bendita Mujer y su Hijo. Ella está en trono de gloria desde donde repartirá a sus hijos despojos quitados a Lucifer,
las gracias perdidas por el príncipe y su ejército derrotados y lanzados al estanque de fuego ardiente. (Apoc.)
Lucifer necesita todavía otra derrota; necesita la última derrota. La cabeza de Lucifer está aplastada, pero la cola está
todavía trastornando el reino de Dios. ¡Cuántas guerras y discordias en el mundo! ¡Cuánta sangre corre por la tierra! ¡Cuánta
apostasía en la filas del catolicismo! y ¡cuánta división entre
aquellos mismos que debieron, formar un cuerpo compacto! No
parece otra cosa sino que en estos últimos tiempos vienen presentándose las primeras señales apocalípticas de la desrtucción
final del mundo.
Hay que sujetar pues, la cola de Lucifer, a fin de que no se
precipiten los acontecimientos; y colocar en lo alto de los cielos a la serenísima Regina pacis, para que se establezca la paz
•en todos los órdenes de la vida, la paz religiosa, la paz política, la
paz internacional, la paz de las conciencias, paz que continuamente
es alterada por Lucifer, eterno trastornador de la paz de los hombres, y causante de todos los desórdenes del mundo, sin más rezón que ser los hombres, hijos de aquella Mujer que le aplasta
la cabeza y la enclava con más dureza que todos los aceros cel
mundo.
La definición dogmática del gran privilegio mariano, de su
gloriosa Asunción de María al cielo en cuerpo y alma puede muy
bien llegar a ser ese feliz medio de establecer en el mundo esa paz
trastornada. María queda de esa manera más obligada a interponer sus valiosas influencias ante su Hijo a favor de la humanidad infeliz, víctima de las intrigas y persecuciones de Lucifer,
y éste quede más sujeto al imperio divino. Sería poner el segundo
pie de la Virgen sobre el cuerpo entero del dragón. La humanidad
acudiría a Dios y acudiría a su Madre, más de lleno, con más
ardor y entusiasmo, al saber con toda seguridad y sin temor de
equivocarse, que en el cielo se encuentra una pura criatura, hija
de Adán y Eva, que precipitando los tiempos, ha acelerado su
triunfo definitivo, consiguiendo la glorificación corporal anticipada en recompensa de sus virtudes.
tras
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Vería la humanidad en el cielo, unos ojos de carne y un corazón de carne y una mirada de mujer y un amor puramente humano, dirigiendo sus cariños a las criaturas de la tierra.
También es verdad que todo ésto veía la humanidad aun antes de ahora, en Jesucristo que es perfectus homo, pero también
es perfectus Deus, y no hay duda de que la majestad divina
impone mucho al hombre; pero al ver allí a María, perfecta mujer y perfecta madre, el corazón del hombre se ensancha y se lanza hacia a ella lleno de esperanza.
Con solo venirse María al mundo, el aspecto de las cosas
había cambiado. Lucifer se vió acometido por una niña a quien él
estaba acechando; se vió con la cabeza rota; él que se las veía disputado con Dios, se vió con la cadena al cuello; él que andaba
libre, engañando y trastornando al mundo, desde entonces es un
tigre que vomita fuego, un león que da rugidos, una fiera que muerde la cadena, pero que no le puede romper, ni dañar sino al que
se le acerca.
En el momento en que el Vicario de Cristo empiece su fórmula: "Ad laudem et honorem Smae. Trinitatis, etc".
Lucifer levantará, no lo dudamos, su inconmensurable cauda
hasta las estrellas, para arrastrarlas, si posible fuera, basta las oscuras cavernas en que habita; pero por más que Satanás blasfeme,
por más imprecaciones que vomite, para nosotros, siempre será
María nuestra amada, nuestra querida, la escogida de Dios, su
Hija, su Madre, su esposa, la honra de nuestro pueblo, la triunfadora de Lucifer, la Madre de los hombres, y su protección
para nosotros, y nuestro absoluto triunfo quedará conseguido.
ERGO
Se puede definir, conviene definir; luego pedimos que se
defina dogmáticamente, la Asunción corporal de María, al cielo.
Podemos aplicar a María aquello que la Iglesia aplica a las santas vírgenes y mártires. "Liberasti corpus m e u m a perditione". Y entonces, Jesús dirigiéndose a su Eterno Padre, podrá
decir: "Exaltasti super terram habitationem meam".
Nuestra petición no está destituida de fundamento, pues antes que nosotros la formuláramos, ella fué hecha por 194 obispos
en el Concilio Vaticano, y la misma augusta asamblea declaró;
que la creencia de la Asunción corporal de María, era definible,
aduciendo, como prueba de afirmación, la razón que ya hemos
indicado, es decir, que "ella es una verdad no sujeta a los sentidos
y además consignada entre los hechos contenidos en la Tradición
divino-apostólica". (Martin, Monumenta, pro definitioni»
opportunitate).
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La verdad necesita brillar con todo su esplendor, y que los
.. ¿ e i a Iglesia la contemplen rodeada de fulgores divinos. El
ovimiento íntimo que empuja a la Iglesia hacia nuevos desarrollos es motivo suficiente para dilucidar cuestiones oscuras, y
sobre todo, el interés que produce la declaración de un dogma
como el que nos ocupa, es bastante para que se dé una solución
dogmática.
Los trabajos de los teologos han progresado mucho, y por
más que ellos no pueden hacer más que producir proposiciones
teológicas, se le presenta a la Iglesia, una hermosa ocasión de
dirimir con una solemne declaración, cuantas controversias se
han suscitado hasta el presente, en el grandioso campo en que se
agitan problemas divinos que honran a Dios, engrandecen a su
Madre y consuelan a sus hijos.
Entre esos problemas, solamente nos ocupamos de uno: del
grandioso privilegio mariano, cuya declaración dogmática honraría a Dios, honraría a María y produciría explosiones de alegría entre los hijos de la Iglesia católica.
El deseo de los fieles, el voto que muchas veces ha manifestado en la historia, de ver definir una verdad, nada tiene que
no sea legítimo, si se contiene dentro los límites de la obediencia
muy al contrario esos deseos son legítimas aspiraciones de corazones nobles en quienes palpitan sentimientos de amor hacia
una Madre, que al pie sangriento de una cruz alzada, los adoptó
por hijos, entre las convulsiones de los cielos y de los mundos.
Ahora pedimos otro sacudimiento que produzca convulsiones
grandiosas, pero convulsiones de amor, que repercutan en todas
partes en que se sientan percusiones de vida. Queremos oir la voz
augusta de nuestro común padre, voz que vaya a incrustarse en
las alturas del cielo y en los corazones de los hombres y en las
mentes angélicas, y lance sus ecos hasta el pedestal de la Sma.
Trinidad, y que nos diga que nuestra Madre se sienta junto a
su Hijo divino, tal como le vieron sentarse en las bodas de Caná
y en. el banquete de Marta y María.
No nos contentamos con una doctrina revelada que podría
ser hecha por el magisterio ordinario y universal de la Iglesia,
como enseña el Concilio Vaticano (Const. Dei Filius cap. 3.)
ni con la hipótesis admitida por el Cardenal Lugo, según la cual,
el consentimiento unánime de los fieles unidos a los Pastores,
sería una declaración suficiente de la verdad revelada. Nosotros
pedimos más, pedimos una sentencia doctrinal, emanada de
la Sede Apostólica, porque entre todos los miembros del cuerpo
docente, sólo el Romano Pontífice puede pronunciar una definición dogmática semejante
No se nos ocultan las dificultades que para este caso habrá
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que vencer, pues así como para la definición dogmática de l a
Inmaculada Concepción hubo tan diferentes opiniones, no dejará de haberlas para ésta.
Pero asi como todas aquellas opiniones fueron enderezadas
hacia un solo punto cierto, y todas aquellas dificultades fueron
vencidas por el Espíritu Santo en primer lugar, por la ardiente
devoción del Papa Pío IX, a la Virgen María, en segundo lugar
y por la fuerza de la razón de los teólogos en tercer lugar, del
mismo modo en el presente caso todas esas tres fuerzas se presentan tan poderosas como en aquella ocasión, y el resultado
tiene que ser el mismo, pues las mismas causas producen
siempre el mismo efecto.
La primera dificultad provendrá de parte de los Obispos católicos de las naciones protestantes. Estos excelentes pastores
de la Iglesia católica son tan devotos de la Virgen María y creen
en todos sus privilegios como cualquier obispo de las naciones
católicas, pero, cuando se trata de pronunciar una definición
dogmática, ven en ella una nueva dificultad para la conversión
de sus paisanos disidentes. Los obispos de las naciones protestantes como son : Inglaterra, Alemania y Estados Unidos, están
trabajando constantemente en la conversión de los protestantes,
sus paisanos. Estos encuentran una aversión espantosa a los dogmas, pues creen por ignorancia, que la Iglesia hace dogmas, cosa que les parece absurda con la palabra de Dios contenida en la
Biblia.
Hay que añadir a todo ésto que, cuando la Iglesia pronuncia
una definición dogmática, los pastores protestantes mueven
cielos y tierra en contra de la Iglesia católica, levantando mil calumnias para poner obstáculos a la conversión de los protestantes
y su ingreso en el seno del catolicismo. .
Cuando se declaró dogma, el misterio de la Inmaculada
Concepción, algunos protestantes que estaban tratando de adjurar sus errores, volvieron pie atrás, y algunos que estaban ya
convertidos tambolearon, atemorizados por los pastores de su
adjurada secta, que levantaron su grito con la Iglesia romana,
diciendo que ésta declaraba como dogmáticas, verdades que no
estaban contenidas en la Biblia. Y decían: una de dos: o la verdad está contenida en la Biblia o no lo está. Si lo primero; no hay
necesidad de nuevas declaraciones ni definiciones. Si lo segundo;
no puede ser declarada como objeto de la fe una verdad que no
está contenida en la palabra de Dios.
Olvidaban los protestantes lo que mil veces se les ha enseñado, lo que en miles de libros de teología está escrito, lo que en
miles de bibliotecas se conserva y lo que en miles de conferencias
— 97 —
les ha explicado. Pero no hay peor ciego que el que no quiere
-er o que cierra los ojos para no ver la luz.
V
Una verdad puede contenerse en la Biblia claramente, exlícitamente, como aquello de "Verbum caro factum est",
P
entonces no hay necesidad de pronunciar definiciones dogmáticas.
Pero puede contenerse una verdad implícitamente, vagamente,
confusamente; y entonces para poner claro lo oscuro y explícito,
lo implícito, puede ser conveniente una definición dogmática.
También puede suceder que una verdad no se contenga en
la Biblia de ningún modo, y se contenga en la Tradición que es
o t r a fuente, otro depósito de la revelación, por más que los protestantes lo nieguen, y entonces ¿qué hace la Iglesia, al definir un
dogma? Saca del depósito de la revelación tradicional una verdad que oscuramente se contenía en ella, y la pone a la luz de
los hombres para que ellos la vean y sean iluminados por sus luces.
En las declaraciones dogmáticas sucede algo así como lo que
sucedía en nuestros antiguos lavaderos de oro. Los lavaderos
no eran otra cosa que ríos, y claro está; en el río no se ve más que
agua; pero pasaba el agua, y no se veía más que arena; pero se
revolvía la arena, y allí donde no se veía más que agua y más que
arena, se encontraban brillantes pepitas de oro que nadie las había
había visto, pero que más tarde se han hallado gracias a los rebuscadores que incesantemente han trabajado en sacar a la luz
del sol, las erociocidades que estaban ocultas. Mas tarde, aquellas
pepitas han sido declaradas por el Estado, oro de buena ley.
Pues bien; los rebuscadores de pepitas son los teólogos, el
arenal o el lavadero es la Tradición, el Estado es la Iglesia.
Está supuesto; El Estado no ha hecho las pepitas de oro, ni
los ha sacado siquiera del arenal, como la Iglesia no ha hecho
los dogmas, ni los saca; los teólogos se'encargan de rebuscar con
trabajo puramente humano y expuesto también a engaños, pero
cuando los rebuscadores de ese oro divino que son los teólogos
han trabajado en el cumplimiento de su misión, se presentará la
Iglesia, es decir, el Papa sentado en su Cátedra y desde allí con
voz infalible hablará Urbi et orbi, diciéndoles lo que hay de
verdad, en aquello que la teología ha enseñado. ¿No dijo Jesucristo a San Pedro y en él a los demás papas: "Pasee oves meas"
Pues eso y no otra cosa hace el Papa cuando pronuncia desde su
cátedra infalible una definición dogmática.
He aducido estas razones para demostrar que los motivos
que podrían aducirse en contra de la oportunidad de una declaración dogmática, de la Asunción corporal de María a los cielos,
no merecen tomarse en. consideración, pues si de ellos depende la
la conversión o el endurecimiento de los protestantes, muy fúS
— 98 —
tiles son las razones que les mueven a tomar determinaciones en
materias tan serias.
Pero ¿no es la gracia más bien que esas circunstancias accidentales, la que realiza la conversión del pecador a la verdadera
fe? Y ¿cuál medio puede ser, más adecuado que la exaltación de
la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que ella atraida
sobre los hombres sus hijos, la gracia de Jesucristo que también
es su hijo?
¡Qué! Honremos a María, abrumémosle de gloria y de obsequios, que ella sabrá lo que conviene hacer con los protestantes
o salvarlos por su buena voluntad, o abandonarlos por su protervia. A nuestros hermanos los protestantes ya les hemos explicado
la verdad; si no quieren seguirnos, dejémoslo. "Curavimus
Babilonem, non est sanata, derelinquamus eam". Pero
no escatimamos ningún obsequio ni honor, cuando se trata de
nuestra Madre. En ella, con ella y por ella, según la frase de Grignón de Montdfort, daremos todo a Dios, y el que se disgusta de
ella, anathema sit.
Pero qué necesidad hay de tal declaración dogmática, si
todos creemos en ella, sin que nadie tenga que venir a obligarnos con su creencia, y la reconocemos realmente sentada en el
cielo' y no tenemos ninguna duda de ello, y la tenemos mucha
devoción, considerándola en cuerpo y alma en el cielo?
Aún así; conviene que se declare, porque la Santa Sede puede muy bien definir una doctrina ya aceptada de todos, y cuyos
puntos están todos fijados; sea por alejar las dudas que amenazan,
sea por robustecer la creencia de los cristianos, sea por dar a la
doctrina un nuevo realce y esplendor más refulgente. Ella tiene
poder ilimitado en estas materias, y puede usar de él, cuando le
parezca oportuno.
¡Ay! el día en que el Vicario infalible de Jesucristo, asistido
del Espíritu de Dios, declare a la faz del mundo católico, que la
doctrina de la Asunción, desde ahora y después de largos siglos,
indudable y cierta en la Iglesia, ha sido revelada por Dios y descansa sobre la autoridad misma de la sabiduría infinita; ese día
un rayo de gloria accidental se juntará al resplandor de la dulce
figura de María, y su corona dogmática se enriquecerá con un
florón de más alto precio; porque todo el mundo sabrá en adelante
que la creencia de su resurrección y de nuestra resurrección
está garantida, no por la palabra del hombre, sino por el testimonio
del mismo Dios.
Todos los misterios del rosario sin exceptuar uno solo, deberán ser creídos con fe divina, porque la coronación su último esmalte, viene incluido en la Asunción, entendida en su sentido
— 99 —
i es decir, en cuanto abarca la resurrección y la vida gloriodél cuerpo' inmaculado de la Virgen.
Sa
Los cielos y la tierra, pues, están esperando escuchar la voz
ista del Pontífice, voz que escuchará con humilde acaiento toda la redondez de la tierra, pero que una vez esculo da prorrumpirá en explosiones de alegría y de entusiasmo que
°'bran'época gloriosa en la historia de la Iglesia y de sus dogmas.
3
En las cultas ciudades de Europa y en los emporios de rias ¿e i a joven América y de las bulliciosas colmenas de su
incesante movimiento, se tiene atento oído a la voz que, en no
remotas épocas ha de pronunciar Roma con infalible acento, y
que nosotros, al escucharlas, hemos de exclamar: "Roma lot0t
cuta est, causa finita est.
Oígase esa voz que diga: "Por el honor de la Santa e
" individua Trinidad, para Gloria y ornamento de la Vir" gen Madre de Dios, para la exaltación de la fe católica y
" aumento de la religión ; con la autoridad de Nuestro
" Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo
" y Nuestra, declaramos, pronunciamos y definimos:
" Que la doctrina que sostiene que la Beatísima Virgen Ma" ría, por singular privilegio de Dios Omnipotente y por
" los méritos de Nuestro Señor Jesucristo, fué elevada al
" cielo en cuerpo y alma, está revelada por Dios y por t a n " to debe ser creída y sostenida por todos".
" Por lo tanto, si algunos de diferente modo de lo que
" por Nos ha sido definido, (lo que Dios no quiera) se atre" vieren a sentir y a juzgar, sepan que por el propio juicio
" condenados, han sufrido naufragio en la fe".
Santísimo Padre: En el momento de pronunciar esta última palabra, miles de miles de voladores estallarán en los espacios, miles de miles de hilos telégraficos funcionarán con rapidez
indescriptible, miles de millones de ángeles felicitarán a su Reina
con blancas palmas en sus manos. Factum est gaudium coram angelis Dei, miles de millones de corazones palpitarán
con inusitados latidos, Jesús parecerá dirigir a María una sonrisa
nueva y el Padre eterno pronunciara su augusta palabra de
siempre: "Veni dilecta mea, veni, coronaberis.
Y la Virgen, María nos mirará con nueva sonrisa de amor,
a nosotros los pobrecitos hijos de Eva, y se celebrará nuevo festín en el cielo.
Y las liras de los profetas resonarán con vibraciones más
divinas, y las vírgenes lucirán sus blancas vestiduras de fiestas
eternas, con nuevos esplendores. ..
Mientras tanto nosotros los desterrados hijos de Eva, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas, tendremos nuevos
— 100 —
motivos para levantar nuestros ojos hacia nuestra madre y nue _
tra hermana según la carne.
Retuérzase, pues, Lucifer en su furia sangrienta; agarre y
arranque con sus uñosas manos, las arrugas de su frente, diríjase
al último rincón de los infiernos a llorar su vergonzosa derrota
pues la Mujer a la que tanto ha odiado y perseguido, es ya reina
de los cielos y de la tierra y desde hoy es más madre y más nuestra que nunca.
Santísimo Padre: Esta exaltación de nuestra amantísima
Madre os pedimos, según aquella tan repetida frase de San Agustín, quaerendo dicimus, n o n s e n t e n t i a m
precipitamus
todos los representantes de todas las Repúblicas Americanas en
esta ciudad de Santiago de Chile, con motivo del Congreso PanAmericano de las Congregaciones Marianas, y esperamos de V.
S. que para honra y gloria de la beatísima Trinidad, para la exaltación del nombre de Jesucristo, para aumento de la fe católica
y honor de la Sma. Madre de Jesús, tendremos la dicha de oir
de sus augustos labios, la solemne palabra que haga estremecer
al mundo de alegría, al anunciar como Doctor infalible que la Asunción corporal de María al cielo, es una verdad de fe.
Ahora quiero compendiar todo lo anterior y ponerlo en latín
para mandarlo a Roma, para que resuenen en la Ciudad eterna
los ecos de nuestros discursos en Santiago, y llegue a oidos de
nuestro Smo. Padre que aquí en Chile, en esta verde franja acariciada por las brisas del Mar Pacífico hay quienes tienen amor
a Jesús y a María, y amor y sumisión al Pontífice reinante y a
todos los sucesores de San Pedro.
BEATISSIME PATER:
Assumptionem Dei Genitricis in coelum, hic in terris pie
ac sumisse credere, nostramque fidem, in quantum humana patitur fragilitas, rationibus theologicis demonstrare, ejusdemque
dogmaticam proclamationem et solemnem definitionem a Vestra Sanctitate humilimis proecibus expostulare, in votis extitit
hujus Congresus Pan-Americani Congregationum Marialium.
In hac civitate Sancti Jacobi, Reipublicae cbilensis, Spiritus
Sancti inspirante gratia coelesti et Dei Patris roborante munimine, omnium nationum utriusque Americae congregati sunt
gremiales et vicesgerentes, Consilio et approbatione eorum qui
-
101
-
toritate et regimine in ecclesiastica jerarchia locum a Pastore
designatimi adepti sunt.
Vestra ergo approbatione et benedictione roborati sunt
uicumque ex longinquis regionibus hic nobiscum sunt coadunati et hic primus omnium Congresus in America caelebratus,
ab Iltmo. et Revmo.
a =òciis Congregationum Marialium,
A r c h i e p i s c o p o Sancti Jacobi approbatus; regimine Excmi. Nunti
Sanctae Romanae Ecclesiae in optatum felicemque finem conductus, praesentia clarissimorum Praesulum in pastorali regimine et animarum cura eximiorum et bujus ingentis multitudin is cum magna laetitia et animo volenti solemniter plaudentis,
enixe implorai a Te omnium Pastore, ut Assumptionem corpoream Beatae Dei Genitricis Mariae, ad gradum dogmatis fidei
elevare digneris.
universali
PATER SANCTE: O m n e s isti congregati s u n t , venetibi, quia scriptum est: Filii tui de longe venient. Qua-
runt
propter in istis longinquis regionibus vocem Sanctitatis Vestrae
audire cupiunt filii tui et filiae, ad vestros pedes provoluti postulsnt, supplicatione solemni, ut Vicarius Domini nostri Jesucbristi, et Beati Petri Apostoli in Romana cathedra succesor
supra omnes bumanas vanitates elevatus, loquatur ver bum
suum Urbi et Orbi, et ex infalibili sua sede evangelicet nobis
gaudium, magnum, coelum novum et terram novam.
BEATISSIME PATER: Assumptionem Deiparae, etsi nondum promulgatam in deposito fidei catholicae contentam, in
paginis tamen Veteris Testamenti, in psalmis et in profetis,
adumbratam, Sancti Patres egregie inspexere, et caeteris inspiciendam tradidere, et in Traditione divino-apostolica vere
contentam asseruere; ex quo sponte sua fluere intuemur doctrinam asserentem Beatissimam Virginem corporalìter in coelum
assumptam esse, in deposito revelationis divinae illieo contineri.
Purissimam ac santissimam Dei Matrem ab angelis in coelum levatam, ut in antiquissimis traditionibus contentam, viderunt Sancti Patres: Cirilus Alexandrinus, Augustinus, Ambrosius, Hieronymus, Epifanius, Joannes Damascenus et Bernardus. Eandem fidem a primaevis temporibus viguisse, liquido
demostratur ex libris olim Divo Dionisio adscriptis, ex Andrea
Cretensi, ex Juvenali et Nicephoro, ex Sancto Ildephonso Archiepiscopo toletano, Santo Toma de Villanova, Sancto Metodio, Modesto et Amadeo.
Quid ac in re senserint summi theologi, luce meridiana clarius manifestatur in suis scriptis, Albertus Magnus, Divus Tbo,mas, Sanctus Bonaventura et Doctor Subtilis, acerrime defensionem permagni hujus privilegii mariani per sua scripta inexpunabilem rediderunt. His pro merito jungendos cencemus Doc-
— 102 —
torem Eximiun Suárez, Belarminum, Durandum, Cornelium a
Lapide, Silveiram et alios innúmeros qui bisce nostris temporibus de re theologica scripsere, qui omnes vestigia suorum
magistrorum sectantes, ut doctrinam acholae suae, Assumotionem Beatae Mariae Virginis totis viribus defenderunt, non
solum ut veram sed etiam ut in revelatione divina contentam
Tbeologis adjungendi sunt Doctores Ecclesiae eximii et
praecones incliti verbi Dei, Sanctus Bernardinus Senensis, Sanctus Franciscus de Sales, Sanctus Alpbonsus Maria de Ligorio,
Frater Aloysius Granatensis et Aloysius Legionensis, Bossuet,
Lacordaire, La Colombiere et alii.
¿Quid dicemus de visionibus et revelationibus privatis quibus divina bonitas solet in terris sanctos suos ditescere et honorare, animasque servorum suorum coelestibus carismatibus locupletare?
In numero sanctorum et servorum Dei, qui divinitus inspirati gloriosam Assumptionem Dei Genitricis claris visionibus
contemplati sunt, merito recensentur: Sancta Birgitta, Sancta
Matildis, Sancta Theresia a Jesu, Sanctus Franscicus Xaverius,
Sanctus Joannes Bercbmans et Bernardus de Hoyos, et Maria a
Jesu Agreda, ut in praecedenti opere nostro videri licet.
Verumtamen post dieta, ecce argumentum omni exceptione
majusr argumentum insuperabile et terribile ut castrorum acies
ordinata, acuto insuperabili armatum, in liturgia omnium
ecclesiarum consistens.
In Ecclesia Orientali et Occidentali semper quasi de fide
aut paulo minus, fides credentium, Sanctissimam Virginem Mariani animae simul et corpore in coelum assumptam fuisse omni
tempore tenebatur, non solum in ecclesiis Sanctae Romanae
Ecclesiae submissis, sed etiam in ecclesiis schismaticis.
Tot ecclesiae catbedrales et ecclesiae parochiales et tempia
religiosarum familiarum, misterio assumptionis olim a summis
Praesulibus dicata, regna nomine assumptionis ab universa
Ecclesia celebratimi, a Summis Pontificibus veneratum, ab
Episcopis, a clero saeculari et ab ordinibus religiosis devotissime cultum, et masa populari invicto animo propugnatum et celebratum toto orbe terrarum, baec omnia sunt, BEATISSME
PATER, signum illud magnum quod apparuit in coelo, signans
divina revelatione, mulierem amictam sole, et calceatam luna,
in coelo regnare corpore et anima perfectam.
Verumtamen ut verbis utamur Divi Augustini, baec omnia
"quaerendo
dicimus,
non
sententiam
praecipitamus".
BEATISSIME PATER: Gregem suum Pastor aeternus
non deserit, sed per beatos apostolos suos et eorum succesores
continua proctetione custodii. Nos ergo populus tuus dilectus
— 103 —
o v e s pascuae tuae dilectae bic coadunati ex universis urbibus
Americae regionum, uno ore Petri fidem profitentes, tuam ben e d i c t i o n e m postulantes et gratiam, numine Sancti Spiritus ducti,
flexis genibus provoluti ante tuam infalibilem sedem, petimus et
o b s e c r a m u s ut sonet vox tua in auribus nostri ut ita dicere
possimus: "Auribus n o s t r i s a u d i v i m u s ea, quae patres n o s tri anunciaverunt n o b i s " .
Vox tua ergo sonet dicens: "AUCTORITATE DOMINI
" N O S T R I JESU CHRISTI, BEATORUM APOSTOLO« RUM PETRI ET PAULI AC NOSTRA. DECLARAMUS.
« P R O N U N C I A M I ET DEFINIMUS DOCTRINAM QUAE
« T E N E T BEATISSIMAN VIRGINEM POST SUAM MOR" TEM IN COELUM CORPORE ET ANIMA ASSUMPTAM
" FUISSE, INTUITU MERITORUM CHRIST! JESU, ESSE
" A DEO REVELATAM, ATQUE IDCIRCO AB OMNIBUS
« F I D E L I B U S FIRMITER, CONSTANTERQUE CREDEN" DAM. QUAPROPTER SI QUIS SUUS AC A NOBIS DE» FINITUM EST, QUOD DEUS AVERT AT, PRAESSUMP" SERIT CORDE SENTIRE, II NOVERINT AC SCIANT
" S E PROPIO JUDICIO CONDENATOS, NAUFRAGIUM
" CIRCA FIDEM PASSOS ESSE ET AB UNITATE ECCLE" SIAE DEFECISSE".
BEATISSIME PATER: Montium concava et cacumina
cuncta, fluminum fluenta, fluctus Maris Pacifici et Atlantici,
flores cunctae sii varum Americae et hortorum, littora cbilenica
semper virentia et semper amena, omnia corda hominun et
omnis populus dicent: Fiat, Fiat.
BEATISSIME PATER: Nos servi tui et filli obedientiae
omnes, bumiliter spectamus decreta et nuntia Vestrae Sancitati placentia, dum bumiliter ad pedes vestros provoluti, vestram
benedictionem postulamus et gratiam.
Fray S a m u e l de S a n t a Teresa
Carmelita.
INDICE
PAGS.
Introducción
Prolegomonos
La fe
Depósito de la fe
:-.....
Nuestro caso
Qué es la Tradición
¿Existe la Tradición?
Exposición de la parte histórica
Resurrección de María
Valor de las precedentes afirmaciones
Los Santos Padrefe
Los teólogos
Los oradores sagrados
Los escritores caí&licos
Las revelaciones privadas
La liturgia
Los poetas
Observaciones
Razones de Congruencia
La exención de pecado
La pureza
La gratitud de Jesús
La promesa divina
La humildad
No está aquí luego esta allí
Ultimas pinceladas
Ultima derrota de Lucifer
Ergo
Solicitud latina
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