Salvajes, mantuanos y racionalistas: Hacia una teoría crítica del

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VenEconomía
Vol. 22 No. 8 – Mayo de 2005
Gobierno y Política
Salvajes, mantuanos y racionalistas:
Hacia una teoría crítica del chavismo
¿Qué es el chavismo? ¿Por
qué tiene tanta resonancia
entre tantos venezolanos? “El
Laberinto de los Tres
Minotauros”, un tratado
filosófico de J. M. Briceño
publicado por primera vez
hace veintitrés años por la
Universidad de Los Andes en
1982 y reeditado recientemente por Monteávila, ofrece
una percepción
esclarecedora. Aunque no
haya sido ésa la intención de
su autor, esta breve obra, a
veces poética y a veces
obtusa, dice mucho sobre el
porqué de la Venezuela
actual
Puede sonar irónico que la más perspicaz
obra publicada hasta ahora por un intelectual venezolano sobre la era de Chávez haya
sido escrita mucho antes de que Hugo Chávez
ascendiera a la prominencia nacional. Aunque El Laberinto de los Tres Minotauros, de
J.M. Briceño Guerrero, se presenta como una
teoría crítica de la cultura latinoamericana
desde una perspectiva histórica, es mucho
más que eso. Ello se debe a que la palabra
“análisis” a duras penas le hace justicia al
suntuoso y poético estilo de Briceño Guerrero, o a lo lúdico de su intelecto. También se
debe a que si bien la prosa de Briceño Guerrero se inspira en teóricos críticos franceses
tan indescifrables como Derrida, Lacan o
Foucault, es, al mismo tiempo, un texto curiosamente pertinente y casi accesible. La teoría
crítica nunca es una lectura “ligera”, pero de
la mano de Briceño Guerrero puede ser una
delicia. Lo más impresionante es que, durante los dos decenios que han transcurrido desde su primera edición, El Laberinto ha venido ganando cada vez más relevancia, en vez
de perderla; el lector contemporáneo se sorprenderá una y otra vez al verse asaltado por
la sensación de que semejante análisis bien
pudiera haber sido escrito la semana pasada.
El reto está en usar la perspicacia de Briceño
Guerrero como punto de partida de una teoría
crítica del chavismo, que trascienda las poses
partidistas en ambos lados y que capte la especificidad histórica de la era de Chávez.
Discursos en pugna
Un punto de partida para una interpretación de estos últimos seis años a través de la
lectura de la obra de Briceño Guerrero es asumir que el chavismo no es una ideología de
izquierda. Sin embargo, eso no significa que
el chavismo sea una ideología de derecha,
sino más bien que las categorías de “izquierda” y “derecha” no son particularmente útiles para describir lo que ha venido ocurrien-
do en Venezuela desde 1999. De hecho, la propensión de chavistas y opositores por igual
a enmarcar lo vivido durante los últimos seis
años en términos del conocido “derecha vs.
izquierda”, más que esclarecer, lo que hace es
entorpecer su entendimiento.
Briceño Guerrero interpreta la cultura latinoamericana como la confluencia de tres corrientes distintas mutuamente excluyentes, a
las cuales trata, evocando a Derrida, de “discursos”. Esos discursos son el racionalista
occidental, el mantuano (o colonial hispánico) y el salvaje. Para Briceño Guerrero, los
tres discursos son irreductiblemente incompatibles entre sí y cada uno de ellos está condenado a protagonizar una pugna tan eterna
como infructuosa por la supremacía sobre los
otros dos. En sus propias palabras: “Es fácil
ver que estos tres discursos se ínter penetran, se parasitan, se obstaculizan mutuamente en un combate trágico donde no existe la
victoria”.
Desde el punto de vista de Briceño Guerrero, tanto la izquierda como la derecha son
corrientes radicadas en el discurso racionalista occidental. Puede que haya una oposición radical entre ambas, que la hay, pero las
dos comparten la misma fe en la razón, en el
análisis racional, como la clave fundamental
para entender y modificar la realidad social.
Marx no era un salvaje y tampoco lo fue Adam
Smith. Puede que disientan casi en todo, pero
comparten la fe en el racionalismo instrumental como método por excelencia para arribar a
la realidad.
El chavismo no. A diferencia tanto de la
izquierda como de la derecha tradicional, el
chavismo representa el rechazo al reclamo del
racionalismo occidental de supremacía sobre
la esfera pública. El chavismo, en un sentido
fundamental, no se puede ubicar en un sistema de coordenadas izquierda-derecha sin distorsionar grotescamente tanto al chavismo
mismo como al eje de referencia. De hecho, el
Los tres discursos en una píldora
A continuación, cuatro citas claves seleccionadas de la obra El Laberinto de los Tres
Minotauros, de J.M. Briceño Guerrero, las cuales permiten hacerse una idea del estilo de su
autor, además de constituir un curso relámpago sobre el significado de cada discurso
El discurso racionalista europeo gobierna sobre todo las declaraciones oficiales, los pensamientos y palabras que expresan concepciones sobre el universo y la sociedad, proyectos de
gobierno de mandatarios y partidos, doctrinas y programas de los revolucionarios. Está
animado por la posibilidad del cambio social deliberado y planificado hacia la vigencia de
los derechos humanos para la totalidad de la población, expresado tanto en el texto de las
constituciones como en los programas de acción política de los partidos y las concepciones
científicas del hombre con su secuela de manipulación colectiva, potenciado verbalmente con
el auge teórico de los diversos positivismos, tecnocracias y socialismo con su alboroto
doctrinario en movimientos civiles o militares o paramilitares de declarada intención revolucionaria. Sus palabras claves en el siglo pasado fueron: modernidad y progreso. Su palabra
clave en nuestro tiempo es desarrollo.
El discurso mantuano gobierna sobre todo la conducta individual y las relaciones de filiación, así como el sentido de dignidad, honor, grandeza y felicidad. El discurso (...) se afianzó
durante los siglos de colonia y pervive con fuerza silenciosa en el período republicano hasta
nuestros días, estructurando las aspiraciones y ambiciones en torno a la búsqueda personal y
familiar o clánica de privilegio, noble ociosidad, filiación y no mérito, sobre relaciones
señoriales de lealtad y protección, gracia y no función, territorio con peaje y no servicio
oficial aún en los niveles limítrofes del poder. Supervivencia del ethos mantuano en mil formas
nuevas y extendidas a toda la población.El discurso salvaje se asienta en la más íntima
afectividad y relativiza a los otros dos poniéndose de manifiesto en el sentido del humor, en la
embriaguez y en un cierto desprecio secreto por todo lo que se piensa, se dice y se hace, tanto
así, que la amistad más auténtica no está basada en el compartir de ideales o de intereses,
sino en la comunión con un sutil oprobio, sentido como inherente a la condición de americano. (...) albacea de la herida producida en las culturas precolombinas de América por la
derrota a manos de los conquistadores y en las culturas africanas por el pasivo traslado a
América en esclavitud, albacea también de los resentimientos producidos en los pardos por la
relegación a larguísimo plazo de sus anhelos de superación. Pero portador igualmente de la
nostalgia por formas de vida no europeas, no occidentales, conservador de horizontes culturales aparentemente cerrados por la imposición de Europa en América. Para este discurso
tanto lo occidental hispánico como la Europa segunda son ajenos y extraños,
estratificaciones de la opresión, representantes de una alteridad inasimilable en cuyo seno
sobrevive en sumisión aparente, rebeldía ocasional, astucia permanente y oscura nostalgia.
Estos tres grandes discursos de fondo están presentes en cada latinoamericano, si bien con
intensidades que varían dependiendo de la clase social, el lugar, el estado psíquico, la edad y
la hora del día.
J.M. Briceño Guerrero
chavismo no sólo cae fuera de ese eje, sino que representa un
rechazo del mismo; una revuelta contra el orden epistemológico
que lo sostiene.
Ya en 1982 Briceño Guerrero se había dado cuenta del “impulso poético verbalista del discurso salvaje». Se trata de una
frase demoledora. Capta, en pocas palabras, la determinación
chavista fundamental de privilegiar las palabras sobre la reali-
dad. Y al vincularla con uno de los principales rasgos de nuestra cultura, explica no sólo porqué existe el chavismo, sino también porqué tiene éxito.
El atractivo político de Chávez se basa en el lazo emocional
que crea su retórica con una audiencia que resiente profundamente su marginalización histórica. Funciona haciéndose eco
de la profunda corriente subterránea de rabia que sienten los
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excluidos; una rabia que Briceño Guerrero consigue captar con
toda fidelidad y contundencia. La retórica de Chávez se basa en
una comprensión intuitiva profunda del discurso no occidental
y antirracional de la cultura venezolana, un discurso que ha
sido alternativamente fustigado, dado por descontado y negado por generaciones de gobernantes de mentalidad europea.
Chávez convalida el discurso salvaje, lo refleja, lo afirma y lo
encarna. En última instancia, transmite a su audiencia una profunda sensación de que el discurso salvaje puede y debe ser
algo que no ha sido hasta ahora: un discurso de poder.
El poder mágico de las palabras
En el discurso salvaje, Briceño Guerrero establece un marco
de referencia que sirve para entender la creencia chavista, por
demás desconcertante, en el mágico poder de las palabras, pero
de las palabras sueltas, aisladas, es decir, palabras desvinculadas
de todo punto de contacto con una realidad no verbal, con
todo aquello que se ubique fuera del discurso mismo.
Visto desde una perspectiva racional occidental, esta posición puede parecer simple superstición, cuando no demencia,
porque, en cierto sentido, el racionalismo occidental es un método para cerciorarse de que se pueda establecer un vínculo
confiable entre palabra y mundo. Rechazar esta parte de él es
rechazarlo en su totalidad.
Aun así, ése es, precisamente, el truco del chavismo. Con un
micrófono por delante, Chávez no habla sobre la realidad, sino
que la crea. Sólo se comienza a entender el tremendo radicalismo salvaje del chavismo cuando se empieza a apreciar esta
dinámica.
Basta con escuchar Aló, Presidente durante unos 10 minutos
para captarlo. A modo de ilustración, considérese un ejemplo
real de la creencia chavista en la magia de las palabras. Hay
docenas de palabras que se pueden prestar para el mismo fin,
pero sólo una se destaca, precisamente porque saca de quicio
absolutamente a la oposición.
Más o menos cada año, el presidente Chávez “descubre”, con
una expresión de profunda preocupación en el rostro, que hay
un problema terrible de desempleo en Venezuela. Cada año, con
bombos y platillos, anuncia soluciones radicales a ese problema.
Los planes de empleo que crea a punta de palabras varían en
cuanto a nombre, pero no en cuanto a su naturaleza. Cada uno
viene acompañado de una meta numérica específica y completamente inalcanzable de los empleos que se van a crear. Cada uno
se anuncia con orgullo y fervor revolucionario. Pareciera que
cada uno consiste en nada aparte del anuncio de su creación.
Doce meses más tarde, el ritual se vuelve a repetir.
Ahora bien, la oposición puede a duras penas contener su
confusa indignación ante este juego. A la oposición (y a la
mayoría de los lectores de VenEconomía) le parece obvio –
demasiado obvio– que se trata de un fraude colosal. No sorprende entonces que cada año, al momento del anuncio de
cada plan de empleo, los diarios de oposición se llenan con
encendidos comentarios sobre el aumento de las cifras de desVenEconomía Mensual / Mayo de 2005
empleo. Los analistas, en un estallido de cólera llena de principios, señalan ante el anuncio del nuevo plan de empleo que no
se oyó ni pío sobre el plan de empleo del año anterior. Señalan
la manera como cada plan de empleo parece consistir exclusivamente en el anuncio respectivo y atacan con virulencia las descabelladas metas planteadas.
Esos comentarios tienen una corriente subterránea de desconcertada exasperación. Gente como Roberto Giusti, Marta
Colomina, Maxim Ross y Teodoro Petkoff se desesperan cada
vez que tratan de forzar al gobierno a establecer algún punto
de contacto entre las palabras del Presidente y la realidad
que existe más allá de su discurso.
E insisten en ello. No pueden –ni quieren– contemplar la
posibilidad de que para Chávez y sus simpatizantes el anuncio
sea su propia justificación. La manifestación de voluntad es
realidad suficiente y no es necesario que haya ningún punto de
contacto entre ella y la realidad más allá del discurso. Eso es
más de lo que puede aguantar el universo de analistas de oposición. No pueden imaginarse, y mucho menos comprender,
que millones de venezolanos excluidos quieren que los asuntos del país se manejen según un discurso salvaje (no occidental y antirracional), que ansían tener líderes que asuman esa
posición y que están felices de recompensar a Chávez con sus
votos precisamente por su rechazo del racionalismo y de la
exigencia de correspondencia entre palabra y realidad, no a
pesar de ello.
El racionalismo occidental se imagina que es el único marco
de referencia de la acción política. Pocos en la oposición están
dispuestos a investigar esta creencia, porque les parece tan
fundamental. Pero esa entrega a una ética racional tiene un
costo que se ha venido haciendo cada vez más obvio con el
tiempo: no les permite distinguir las profundas raíces históricas
del discurso salvaje, su profunda venezolanidad, su capacidad
de permanencia.
Sin embargo, armado con el análisis de Briceño Guerrero, uno
puede encuadrar el impulso verbalista poético del chavismo en
un marco de significado cultural e histórico más profundo. Una
vez que se entiende esa referencia, se puede ubicar el chavismo
en el marco más amplio de la historia latinoamericana. Se llega a
ver que el genio político de Chávez surge de su capacidad de
intuir algo que Briceño Guerrero entiende cabalmente y que la
oposición, para nada: que el discurso no occidental y
antirracional salvaje es uno de los elementos básicos de la cultura venezolana y actúa como discurso principal de millones de
venezolanos pobres.
Puntos ciegos de la oposición
Desde un punto de vista racionalista occidental, el discurso
salvaje luce básicamente desprovisto de sentido. A quienes
entienden la ética racionalista les resulta prácticamente imposible sacudirse esa sensación. El resultado es que hay que entender profundamente la falta de sentido como el corazón ideológico del proyecto chavista. Esa falta de sentido es el fundamento
de su credibilidad en la calle. Esa falta de sentido, el compromiso ideológico de Chávez a la falta de sentido, es la base de su
atractivo popular. Ese chavismo no puede renunciar a la falta de
sentido y seguir siendo chavismo.
Aun así, lo que la ética racionalista considera carente de
sentido constituye el discurso principal de millones de venezolanos, la fuente primaria de la que mana su identidad, la médula
de lo que entienden por su venezolanidad.
El análisis de Briceño Guerrero ayuda al lector racionalista a
darse cuenta de los puntos ciegos de su propio discurso, de
dónde provienen y porqué es tan difícil darles la vuelta.
Considérese lo siguiente: ¿cuántas veces oye uno a algún
simpatizante de la oposición lamentarse del hecho de que “nada
de esta locura era un problema antes de que Chávez asumiera la
Presidencia”? ¿Cuántas veces ha visto uno que se responsabilice a este gobierno por la absoluta totalidad del resentimiento
de clases que caracteriza actualmente la esfera pública? ¿O por
los repentinos estallidos de ira y violencia que se han convertido en un aspecto tan alarmante de la vida pública? ¿Cuántas
veces ha sentido el lector que éste es el caso?
Y aun así, toda la ira, todo ese rechazo apenas contenido de
occidente y sus “ismos”, todo ese revanchismo desquiciado,
todo ese rechazo bárbaro de las maneras racionales de ser y de
pensar, toda esa sed de caos, toda esa repugnancia secreta hacia
todo aquello que se piense y se haga, toda esa fe en lo mágico.
Todo eso estaba ahí, visible a simple vista, hace un cuarto de
siglo; suficientemente visible para poder ser analizado con brillante claridad ya por aquel entonces. Decididamente hay que
reconocerle a Briceño Guerrero haber captado el fenómeno,
haberlo entendido y haber escrito sobre ello, veinte años antes
de que el fenómeno finalmente encontrara su vehículo electoral
en el megalómano de Sabaneta y se adueñara del poder.
El problema es que el compromiso de la oposición con el
racionalismo occidental le impide, casi anula, llegar a darse cuenta de que el aspecto no occidental y antirracional es uno de los
pilares básicos de la identidad de los venezolanos. Hay una
corriente de profunda negación de los aspectos bárbaros de la
cultura venezolana, de su cultura popular; un pánico a que
admitir su existencia es rendirse a ella, una voluntad desesperada de suprimirla. Esa negación sigue adelante, es visible ahora
mismo. Incluso al cabo de seis años con un discurso no occidental y antirracional atrincherado en Miraflores.
Roberto Giusti no puede ni quiere aceptarlo. Marta Colomina
bajará a su tumba resistiéndosele. Marcel Granier dejaría de ser
él mismo si pudiera entenderlo. Una gran parte de la oposición
sifrina se define por su incapacidad de captarlo. Pero es verdadero: el resentimiento contra el privilegio es profundo y generalizado entre los venezolanos pobres, y se expresa a sí mismo no
sólo como un profundo desprecio hacia los privilegiados, sino
también como un rechazo gutural del discurso racionalista del
privilegio (y de los privilegiados).
Este rechazo eleva la falta de sentido –lo que a un racionalista le parece falta de sentido– al rango de virtud política cardinal.
Eso es lo que Chávez sabe y la oposición racionalista desconoce. Por eso es que lo que menos le falta a la oposición son
planes de “consenso de país” preparados por tecnócratas y
expertos. Y lamentablemente, por eso es que él gana y es probable que siga ganando.
El discurso perdido
A ese discurso le ha venido faltando hasta ahora la tercera
parte del marco general de Briceño Guerrero: el discurso
mantuano que “gobierna sobre todo la conducta individual y
las relaciones de filiación, así como el sentido de dignidad,
honor, grandeza y felicidad”. El discurso mantuano, una especie de remanente medieval transmitido a América Latina a través de la colonización, es el fundamento del patrón de relaciones interpersonales del tipo dueño-cliente que sirve de base de
tantas interacciones sociales en Venezuela.
Es fácil captar la influencia del discurso mantuano en cosas
como el avión de Chávez, los Jet-Ski de Danilo Anderson, los
oscuros negocios inmobiliarios de Tobías Nóbrega, el enganche del clan familiar de Francisco Carrasquero y las docenas de
otros brotes contrarrevolucionarios de corrupción que persisten en la supuesta revolución.
La capacidad de permanencia del discurso mantuano es asombrosa. Durante 60 años después de la muerte de Gómez, los
políticos venezolanos hablaron como racionalistas y actuaron
como mantuanos, usando las arcas del Estado del mismo modo
que las élites siempre lo hicieron; como una especie de caja
chica. Esta disonancia entre discurso y comportamiento fue
uno de los aspectos más discordantes de la era prechavista.
Con el tiempo, sirvió para ir acumulando el sentimiento generalizado de desilusión que fue a desembocar en la elección de
Hugo Chávez.
Desde 1999, el gobierno ha venido modificando el discurso
que rige sus declaraciones públicas, aligerándose del
racionalismo en favor del salvajismo. Pero en términos de comportamiento, es asombrosamente poco lo que ha cambiado.
Persiste la sensación de derecho señorial sobre los dineros
públicos y persiste igualmente la disposición a hacer a un lado
principios supuestamente abrazados en pro de intereses materiales que giran en torno al propio clan. Persiste el discurso
mantuano. Si se omitieran las declaraciones hechas por funcionarios públicos para fijarse en la conducta oficial, los últimos
seis años exhiben una continuidad sorprendente de lo que hubo
antes.
Y en este punto, finalmente, es donde se vislumbra un destello de esperanza. Con el tiempo, los venezolanos acabaron por
cansarse de la distancia que había entre las palabras racionales
y el comportamiento mantuano de las élites. Con el tiempo, bien
podrían llegar a agotarse la brecha que hay entre el hablar salvaje de Chávez y el comportamiento mantuano de su gobierno.
Esa disonancia no sirve para generar una revuelta de la noche a la mañana, porque las actitudes mantuanas están profundamente incorporadas en todos los venezolanos. A la gran
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mayoría de los venezolanos le parece que las actitudes
mantuanas son algo venezolano, y en un sentido profundo, lo
son. Además, debido a los prolongados antecedentes de disonancia entre la palabra y los actos de las viejas élites, la oposición se halla en una posición sumamente débil para poder aprovechar la disonancia que hay en el corazón del chavismo. Sencillamente tiene muy poca credibilidad al respecto, un hecho
que Chávez ha sabido explotar brillantemente con todo su habilidad para difundir el miedo de que lo único que le interesa a la
oposición sea darle marcha atrás al reloj.
Pasará un buen tiempo para que se puedan reparar los daños
que Chávez le ha infligido al racionalismo, así como los daños
que la oposición racionalista se ha infligido a sí misma al deva-
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luar sistemáticamente y atacar el discurso con el que se identifican primordialmente millones de venezolanos. Incluso hoy
día, transcurridos ya seis años, la oposición todavía no ha podido entender la profundidad cultural de las raíces del atractivo
de Chávez, y sigue considerándolas nada más como una serie
de desconcertantes estallidos de falta de sentido. Nunca es
fácil evaluar tales realidades, pero hacerlo es vital.
Francisco Toro
Notas de Redacción:
1) Francisco Toro es candidato a un doctorado en Economía de la
Universidad de Maastricht y un ex colaborador de VenEconomía.
2): El libro El Laberinto de los Tres Minotauros, de J.M. Briceño
Guerrero, se puede adquirir en las mejores librerías de Caracas
por apenas Bs.9.000.
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